El documento narra la historia de Don Bernardo, un anciano agricultor que ha trabajado toda su vida pero ya no puede con las tareas del campo. El cacique de la hacienda cercana quiere apoderarse de sus tierras alegando que están inútiles. A pesar de las protestas de Don Bernardo, el presidente municipal confirma la decisión de desalojarlo. Sin embargo, los aluxes, duendes indígenas que viven en la selva, habían sembrado milagrosamente la tierra de Don Bernardo con flores y árboles frut
2. EL BUEY TRABAJADOR
En un hermoso establo de la estepas vivían juntos un buey y un burro. Mientras el burro flojeaba casi todo el
día y se limitaba a transportar muy de vez en cuando a su amo, el buey vivía jornadas agotadoras de
esfuerzo: labraba la tierra, llevaba en su lomo pesadas cargas y hasta tenía que ayudar a sacar el agua de
una noria. Una tarde llegó muy cansado al establo, comió una abundante ración de paja, bebió agua suficiente
y empezó a quedarse dormido cuando de repente se sobresaltó.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el burro.
—Acabo de recordar que mañana tengo que levantarme muy temprano, pues debo ayudar a labrar el gran
terreno que hay pasando la laguna, y ya no aguanto la fatiga —respondió el buey.
—No te preocupes, yo voy a enseñarte cómo puedes quedar libre de ese trabajo — dijo el burro.
—¿Cómo?
—Es muy fácil. Mañana, cuando el patrón venga por ti comienza a caminar sólo sobre tres patas. El amo
creerá que tienes lastimada la cuarta y te dejará descansar todo el día —explicó el habilidoso jumento.
Aquella noche el buey no logró conciliar el sueño pensando qué hacer al día siguiente. Así vio ocultarse la
luna y salir el sol. Si ya de por sí estaba cansado, ahora tenía todavía menos energías.
El gallo cantó y el patrón de los animales se acercó al establo para despertar al buey. Siguiendo los malos
consejos del burro, cuando éste se incorporó hizo como que cojeaba. El dueño del establo lo vio con
detenimiento y le dijo:
—Mmm… creo que has estado trabajando de más estas semanas y haré venir al veterinario para que te
revise esa pata. Pero el terreno que hay pasando la laguna no puede quedarse sin labrar… ¡Ya tengo la
solución! En esta ocasión serás tú quien me ayude —dijo mirando al burro.
Espantado por la perspectiva de trabajar todo un día el burro pegó un rebuzno que se oyó muy lejos y cuando
recuperó la compostura se dirigió al amo:
—Patrón, patrón, el buey no está enfermo de la pata, yo le aconsejé que mintiera para no ir a trabajar —le
explicó.
—¿De manera que le estuviste dando malos consejos para que sea igual de flojo que tú? —comentó el amo y
se quedó pensando un largo rato.
Ambos animales esperaban temerosos la decisión de su dueño hasta que éste finalmente habló.
—Bueno, los dos podrían merecer una buena paliza por mentirme. Pero he tomado otra decisión. Tú, buey, te
has esforzado más de lo que puedes y mereces un descanso. Y tú, burro, necesitas hacer algo por cambiar
de vida. Así que mientras el buey toma unas vacaciones me ayudarás a labrar la tierra —comentó.
—¿Y cuando terminen las vacaciones? —cuestionaron los animales a coro.
—Entonces todos los días iremos los tres a labrar para conocer juntos la alegría del esfuerzo (y también la del
descanso).
—Cuento de Belarús
3. LA ROCA MISTERIOSA
En aquel pueblo de África a nadie le gustaba trabajar. Daban las doce del día y la mayor parte de las
personas estaban acostadas. Todo estaba sucio y desordenado en sus casas que, por fuera, parecían
abandonadas. Aunque contaban con lo necesario para poner pequeñas granjas, eso era lo que menos
querían. Preferían comer cualquier cosa que encontraran tirada en el suelo. Las callejuelas estaban en total
descuido. Habían crecido hierbas y arbustos en las banquetas. La basura se acumulaba en las esquinas y
abundaban las serpientes, las ratas y los escorpiones.
Entre todos ellos sólo había un hombre trabajador que había reunido una considerable fortuna. Le
desesperaba la situación y se cansaba de pedir a los demás que hicieran algo para vivir mejor.
—¿Para qué? Si así estamos bien —respondían a coro y luego gritaban: —Tenemos sueño. Tenemos
sueño. Tenemos sueño.
De repente iban cayendo al piso y quedaban profundamente dormidos.
El hombre trabajador pensó en un plan para hacerlos reaccionar. Al pueblo sólo se llegaba por un camino.
Pensó en obstruirlo y ver qué pasaba.
Con la ayuda de dos amigos colocó una enorme piedra en medio del camino. ―Como ahora les resultará difícil
pasar por aquí, con seguridad se empeñarán en moverla y así harán algo de ejercicio‖ pensó.
Pero no fue así. Cuando los flojos habitantes del pueblo vieron la piedra preferían tratar de brincarla o de
plano mejor no salir del pueblo.
—¿Para qué queremos salir, si se duerme bien en todas partes? —decían.
Pasó tanto tiempo que hasta crecieron plantas sobre la piedra que cada vez se acomodaba mejor en el
terreno. Una tarde Totsi, un viajero que deseaba visitar a un familiar que tenía en aquel pueblo, recorrió el
mismo camino. Al ver la piedra pensó que era un peligroso obstáculo y que sin duda alguien podría tropezarse
con ella.
―¿Qué haré? Parece muy pesada. Bueno, voy a intentar moverla‖ se dijo. Dejó su morral en el piso y comenzó
a empujar. La piedra se mantenía firme en su lugar. Lo intentó una y otra vez durante todo el día, sin éxito.
Por la noche comenzó a llover y se refugió en una cueva cercana.
Al día siguiente, con la salida del sol, reanudó su tarea. El agua de la lluvia había aflojado la tierra así que
poco a poco logró mover la piedra y apartarla a un lado del camino.
Para su sorpresa encontró que abajo de ella, enterrado en un agujero, había un cofrecillo lleno de zafiros. Lo
sacó y lo miró con mucha atención preguntándose quién lo había puesto allí.
—Fui yo —dijo el hombre trabajador que andaba casualmente por allí.
—¿Y para qué? —preguntó Totsi.
—Para enseñar a los habitantes de este pueblo que quien se empeña consigue una recompensa. Veo que no
aprovecharon la lección, pero al menos tú me has demostrado que en este sitio sigue
4. La rana y la serpiente
Un bebé rana saltaba por el campo, feliz de haber dejadode ser renacuajo, cuando se encontró con un ser
muy raro que se arrastraba por el piso. Al principio se asustó mucho, pues jamás en su corta vida terrestre
había visto un gusano tan largo y tan gordo.
Además, el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su boca era como para ponerle la piel de gallina a
cualquier rana. Se trataba en verdad de un bicho raro, pero tenía, eso sí, los colores más hermosos que el
bebé rana había visto jamás. Este vistoso colorido alegró inmensamente al bebé rana y le hizo abandonar de
un momento a otro sus temores. Fue así como se acercó y le habló.
–¡Hola! –dijo el bebé rana, con el tono de voz más natural y selvático que encontró–. ¿Quién eres tú? ¿Qué
haces arrastrándote por el piso?
–Soy un bebé serpiente –contestó el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le escapara sin
control por entre los dientes–. Las serpientes caminamos así.
–¿Quieres que te enseñe?
–¡Sí, sí! –exclamó el bebé rana, impulsándose hacia arriba con sus dos larguísimas patas traseras, en señal
de alegría.
El bebé serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte dearrastrarse por el piso, en el que
ninguna rana se había aventurado hasta entonces. Luego de un par de horas de intentos fallidos, en los que el
bebé rana tragó tierra por montones y terminó con la cabeza clavada en el suelo y sus largas patas
agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros, aunque de forma bastante cómica. –Ahora yo
quiero enseñarte a saltar. ¿Te gustaría? –le preguntó el bebé rana a su nuevo amigo.
–¡Encantado! –repuso el bebé serpiente, haciendo remolinos en el suelo, de la emoción.
Y el bebé rana le enseñó entonces al bebé serpiente el difícil arte de caminar saltando, en el que ninguna
serpiente se había aventurado hasta entonces. Para el bebé serpiente fue tan difícil aprender a saltar como
para el bebé rana aprender a arrastrarse por el piso. Fueron precisas más de dos horas para que el bebé
serpiente pudiera despegar del suelo por completo su larguísimo cuerpo. Al fin lo logró, pero se veía tan
gracioso cuando se elevaba, y chapoteaba tan fuertemente entre el barro después de cada salto, que los dos
amigos no podían menos que reírse a carcajadas.
Así pasaron toda la mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el uno del otro. Y
hubieran seguido todo el día si sus respectivos estómagos no hubieran empezado a crujir, recordándoles que
era hora de comer.
–¡Nos vemos mañana a la misma hora! –dijeron al despedirse. –¡Hola mamá, mira lo que aprendí a hacer! –
gritó el bebé rana al entrar a su casa. Y de inmediato se puso a arrastrarse por el piso, orgulloso de lo que
había aprendido.
–¿Quién te enseñó a hacer eso? –gritó la mamá rana furiosa, tan furiosa que el bebé rana quedó paralizado
del susto. –Un bebé serpiente de colores que conocí esta mañana –contestó atemorizado el bebé rana.
–¿No sabes que la familia serpiente y la familia rana somos enemigas? –siguió tronando mamá rana–.Te
prohíbo terminantemente que te vuelvas a ver con ese bebé serpiente. –¿Por qué?
–Porque las serpientes no nos gustan, y punto. Son venenosas y malvadas. Además, nos tienen odio.
–Pero si el bebé serpiente no me odia. Él es mi amigo –replicó el bebé rana, con lágrimas en los ojos.
–No sabes lo que dices. Y deja ya de quejarte, ¿está bien? El bebé rana no probó ni una sola de las deliciosas
moscas que su mamá le tenía para el almuerzo. Se le había quitado el hambre y no entendía por qué. (Lo que
pasaba era que estaba triste y no lo sabía). Cuando el bebé serpiente llegó a su casa, le ocurrió algo similar. –
¿Quién te enseñó a saltar de esa manera tan ridícula? –le preguntó su mamá, parándose en la cola de la
rabia.
6. La séptimacarrera
Escocia tuvo un rey llamado Roberto. Su reino estaba amenazado por Inglaterra, cuyo monarca había enviado
a un ejército para apropiarse de sus tierras. Los escoceses ya estaban cansados
y el reino poco a poco caía en la pobreza.
Roberto quería hacer la paz, pero tomar las armas le parecía inadecuado. Así que un día envió un emisario a
la corte del rey enemigo para proponerle que resolvieran todo mediante una competencia de caballos. Si
Roberto ganaba, los invasores se irían de sus tierras. Si Roberto perdía, se las entregaría.
La carrera se llevó a cabo. Roberto perdió, pero le pidió una nueva oportunidad al enemigo.
—Piensa que mi patria está en juego —dijo al otro rey.
Seguro de que Roberto no lo lograría, el enemigo le dio cinco oportunidades más.
En todas lo venció.
Una tarde de lluvia Roberto se refugió en una caverna, triste y sin esperanza. Entonces, sobre su cabeza vio a
una araña muy pequeña que trataba de tejer su tela entre dos paredes. En seis ocasiones intentó tender el
hilo de un extremo a otro, pero no lo logró. ―Pobre animalillo‖ pensó el rey ―tú sabes lo que son seis derrotas
seguidas‖.
Pero entonces notó que la araña lo estaba intentando de nuevo y observó con gran interés lo que ocurría.
―¿Volverá a fallar?‖ se preguntó. Pero en la séptima ocasión la araña consiguió su objetivo y siguió tejiendo.
Inspirado por ese hecho pensó: ―Si ella lo hizo ¿por qué no pruebo una vez más?‖
Con ánimo renovado fue en busca del monarca inglés y le pidió una última oportunidad.
—Si en esta ocasión pierdo, me iré para siempre a las montañas —le informó.
—Pobre ingenuo. Te la daré para mostrarte que las tierras no son para ti —respondió, confiado, el
contrincante.
En la séptima carrera Roberto puso todo su entusiasmo. Su caballo parecía compartirlo con él. Uno y otro
dieron lo mejor que tenían de sí hasta casi perder el aliento. Para sorpresa de todos, fueron los primeros en
llegar a la meta.
El rey de Inglaterra admiró la perseverancia del contrincante. Como hombre de honor que era, poco después
reconoció la independencia de Escocia. Hasta la fecha quienes viven allí recuerdan a la esforzada araña que
inspiró la última carrera.
—Leyendaescocesa
7. FRASES
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes
luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
—Bertolt Brecht
La gota horada la roca, no por su fuerza, sino por su perseverancia.
—Publio Ovidio Nasón
Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible.‖
—Hermann Hesse
Vuelve a emprender veinte veces tu obra. Púlela sin cesar y vuélvela a pulir.
—Nicolás Boileau
La victoria es del más perseverante.
—Napoleón
El secreto de los grandes corazones se encuentra en una palabra: Perseverar
—Víctor Hugo
Perseverar es perseguir alguna cosa y luchar contra todo.
—Paul Valéry
Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.
—Julio Cortázar
No es la fuerza, sino la perseverancia de los altos sentimientos la que hace a los hombres superiores.
—Friedrich Nietzsche
El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura.
—Miguel de Unamuno
9. había traído de Europa. Éste lo presentó con otros camaradas genoveses que vivían allí, y entre todos
reunieron el dinero para comprarle un pasaje de tren.
En el vagón Marco se sentía mareado y muy débil. Lo asustaba estar tan lejos de Génova. Creía que las
fuerzas no le alcanzarían para llegar. Pero una vez más lo logró.
En Córdoba buscó la casa de la familia Mequínez, pero en ella le dijeron que se habían ido a su estancia de
Tucumán, a 500 leguas de allí.
¿Cómo ir tan lejos? Una buena mujer le informó que al día siguiente un comerciante partiría rumbo a esa
zona. Tal vez podría llevarlo consigo en la carreta tirada por dos grandes bueyes.
El carretero era un hombre duro, pero Marco lo convenció y así comenzó su nuevo viaje. A cambio de llevarlo
le exigían un trabajo agotador: cargar forraje e ir por agua para los animales. No lo trataban muy bien que
digamos. La situación se prolongó casi por un mes. No dormía, comía mal y en una ocasión hasta tuvo tantita
calentura.
En un punto del camino le indicaron que se bajara, pues ellos no llegaban directamente a Tucumán.
El pequeño siguió el resto del trayecto a pie. Las plantas le ardían de tanto andar y le parecía muy remota la
posibilidad de hallar bien a su mamá.
No estaba tan equivocado, pues la señora llevaba varias semanas en cama, enferma y angustiada por
encontrarse lejos de su familia. A pesar de que los señores Mequínez la cuidaban con mucho cariño nada
parecía animarla y se resistía a la operación necesaria para curarla.
Pero una mañana el pequeño Marco llegó a la casa donde se encontraba, casi descalzo y con su ropa rota. Al
verlo, su madre no podía creerlo. Llena de felicidad por estar de nuevo junto a su pequeño, lo abrazó muy
fuerte y le dio muchos besos. Admirando su ejemplo de templanza y tenacidad decidió aceptar la operación.
Ésta fue todo un éxito. A los pocos días la señora se hallaba restablecida y feliz de tener a su hijo al lado.
Marco se inclinó para darle gracias al doctor, pero éste le dijo:
—Levántate muchacho. Eres todo un héroe. Tú fuerza la ha salvado y la aventura que viviste te dio el temple
necesario para enfrentar la vida y sus desafíos.
—Adaptación del cuento homónimo incluido en Corazón de Edmundo de Amicis.
—Adaptación del cuento homónimo incluido en Corazón de Edmundo de Amicis.
10. Albert Einstein sigue siendo una figura mítica de nuestro tiempo; más,
incluso, de lo que llegó a serlo en vida, si se tiene en cuenta que su
imagen, en condición de póster y exhibiendo un insólito gesto de burla,
se ha visto elevada a la dignidad de icono doméstico, junto a los ídolos de
la canción y los astros de Hollywood.
Sin embargo, no son su genio científico ni su talla humana los que mejor
lo explican como mito, sino, quizás, el cúmulo de paradojas que encierra
su propia biografía, acentuadas con la perspectiva histórica. Al Einstein
campeón del pacifismo se le recuerda aún como al «padre de la bomba»;
y todavía es corriente que se le atribuya la demostración del principio de
que «todo es relativo» a él, que luchó encarnizadamente contra la
posibilidad de que conocer la realidad significara jugar con ella a la gallina
ciega.
Albert Einstein nació en la ciudad bávara de Ulm el 14 de marzo de 1879.
Fue el hijo primogénito de Hermann Einstein y de Pauline Koch, judíos
ambos, cuyas familias procedían de Suabia. Al siguiente año se
trasladaron a Munich, en donde el padre se estableció, junto con su
hermano Jakob, como comerciante en las novedades electrotécnicas de
la época.
El pequeño Albert fue un niño quieto y ensimismado, que tuvo un
desarrollo intelectual lento. El propio Einstein atribuyó a esa lentitud el
hecho de haber sido la única persona que elaborase una teoría como la
de la relatividad: «un adulto normal no se inquieta por los problemas que
plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que
saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el
contrario, he tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a
plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo hasta que he sido
mayor».
11. Albert Einstein en 1947
En 1894, las dificultades económicas hicieron que la familia (aumentada
desde 1881, por el nacimiento de una hija, Maya) se trasladara a Milán;
Einstein permaneció en Munich para terminar sus estudios secundarios,
reuniéndose con sus padres al año siguiente. En el otoño de 1896, inició
sus estudios superiores en la EidgenossischeTechnischeHochschule de
Zurich, en donde fue alumno del matemático HermannMinkowski, quien
posteriormente generalizó el formalismo cuatridimensional introducido
por las teorías de su antiguo alumno. El 23 de junio de 1902, empezó a
prestar sus servicios en la Oficina Confederal de la Propiedad Intelectual
de Berna, donde trabajó hasta 1909. En 1903, contrajo matrimonio con
MilevaMaric, antigua compañera de estudios en Zurich, con quien tuvo
dos hijos: Hans Albert y Eduard, nacidos respectivamente en 1904 y en
1910. En 1919 se divorciaron, y Einstein se casó de nuevo con su prima
Elsa.
Durante 1905, publicó cinco trabajos en los Annalen der Physik: el
primero de ellos le valió el grado de doctor por la Universidad de Zurich, y
los cuatro restantes acabaron por imponer un cambio radical en la
imagen que la ciencia ofrece del universo. De éstos, el primero
12. proporcionaba una explicación teórica, en términos estadísticos, del
movimiento browniano, y el segundo daba una interpretación del efecto
fotoeléctrico basada en la hipótesis de que la luz está integrada por
cuantos individuales, más tarde denominados fotones; los dos trabajos
restantes sentaban las bases de la teoría restringida de la relatividad,
estableciendo la equivalencia entre la energía E de una cierta cantidad de
materia y su masa m, en términos de la famosa ecuación E = mc², donde c
es la velocidad de la luz, que se supone constante.
Einstein con Elsa, su segunda esposa
El esfuerzo de Einstein lo situó inmediatamente entre los más eminentes
de los físicos europeos, pero el reconocimiento público del verdadero
alcance de sus teorías tardó en llegar; el Premio Nobel de Física, que se le
concedió en 1921 lo fue exclusivamente «por sus trabajos sobre el
movimiento browniano y su interpretación del efecto fotoeléctrico». En
1909, inició su carrera de docente universitario en Zurich, pasando luego
a Praga y regresando de nuevo a Zurich en 1912 para ser profesor del
Politécnico, en donde había realizado sus estudios. En 1914 pasó a Berlín
como miembro de la Academia de Ciencias prusiana. El estallido de la
Primera Guerra Mundial le forzó a separarse de su familia, por entonces
de vacaciones en Suiza y que ya no volvió a reunirse con él.
Contra el sentir generalizado de la comunidad académica berlinesa,
Einstein se manifestó por entonces abiertamente antibelicista, influido en
sus actitudes por las doctrinas pacifistas de RomainRolland. En el plano
científico, su actividad se centró, entre 1914 y 1916, en el
perfeccionamiento de la teoría general de la relatividad, basada en el
postulado de que la gravedad no es una fuerza sino un campo creado por
la presencia de una masa en el continuum espacio-tiempo. La
confirmación de sus previsiones llegó en 1919, al fotografiarse el eclipse
solar del 29 de mayo; The Times lo presentó como el nuevo Newton y su
fama internacional creció, forzándole a multiplicar sus conferencias de
13. divulgación por todo el mundo y popularizando su imagen de viajero de
la tercera clase de ferrocarril, con un estuche de violín bajo el brazo.
Durante la siguiente década, Einstein concentró sus esfuerzos en hallar
una relación matemática entre el electromagnetismo y la atracción
gravitatoria, empeñado en avanzar hacia el que, para él, debía ser el
objetivo último de la física: descubrir las leyes comunes que,
supuestamente, habían de regir el comportamiento de todos los objetos
del universo, desde las partículas subatómicas hasta los cuerpos
estelares. Tal investigación, que ocupó el resto de su vida, resultó
infructuosa y acabó por acarrearle el extrañamiento respecto del resto de
la comunidad científica.
Einstein tocando el violín, una de sus aficiones favoritas
A partir de 1933, con el acceso de Hitler al poder, su soledad se vio
agravada por la necesidad de renunciar a la ciudadanía alemana y
trasladarse a Estados Unidos, en donde pasó los últimos veinticinco años
de su vida en el Instituto de Estudios Superiores de Princeton, ciudad en
la que murió el 18 de abril de 1955.
Einstein dijo una vez que la política poseía un valor pasajero, mientras
que una ecuación valía para toda la eternidad. En los últimos años de su
vida, la amargura por no hallar la fórmula que revelase el secreto de la
unidad del mundo hubo de acentuarse por la necesidad en que se sintió
de intervenir dramáticamente en la esfera de lo político. En 1939, a
instancias de los físicos Leo Szilard y Paul Wigner, y convencido de la
posibilidad de que los alemanes estuvieran en condiciones de fabricar
una bomba atómica, se dirigió al presidente Roosevelt instándole a
emprender un programa de investigación sobre la energía atómica.
Luego de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, se unió a los
14. científicos que buscaban la manera de impedir el uso futuro de la bomba
y propuso la formación de un gobierno mundial a partir del embrión
constituido por las Naciones Unidas. Pero sus propuestas en pro de que
la humanidad evitara las amenazas de destrucción individual y colectiva,
formuladas en nombre de una singular amalgama de ciencia, religión y
socialismo, recibieron de los políticos un rechazo comparable a las
críticas respetuosas que suscitaron entre los científicos sus sucesivas
versiones de la idea de un campo unificado.
Aristóteles nació en el año 384 a.C. en una pequeña localidad macedonia
cercana al monte Athos llamada Estagira, de donde proviene su
sobrenombre, el Estagirita. Su padre, Nicómaco, era médico de la corte
de Amintas III, padre de Filipo y, por tanto, abuelo de Alejandro Magno.
Nicómaco pertenecía a la familia de los Asclepíades, que se reclamaba
descendiente del dios fundador de la medicina y cuyo saber se transmitía
de generación en generación. Ello invita a pensar que Aristóteles fue
iniciado de niño en los secretos de la medicina y de ahí le vino su afición a
la investigación experimental y a la ciencia positiva. Huérfano de padre y
madre en plena adolescencia, fue adoptado por Proxeno, al cual pudo
mostrar años después su gratitud adoptando a un hijo suyo llamado
Nicanor.
15. Aristóteles
En el año 367, es decir, cuando contaba diecisiete años de edad, fue
enviado a Atenas para estudiar en la Academia de Platón. No se sabe qué
clase de relación personal se estableció entre ambos filósofos, pero, a
juzgar por las escasas referencias que hacen el uno del otro en sus
escritos, no cabe hablar de una amistad imperecedera. Lo cual, por otra
parte, resulta lógico si se tiene en cuenta que Aristóteles iba a iniciar su
propio sistema filosófico fundándolo en una profunda critica al platónico.
Ambos partían de Sócrates y de su concepto de eidos, pero las
dificultades de Platón para insertar su mundo eidético, el de las ideas, en
el mundo real obligaron a Aristóteles a ir perfilando términos como
«sustancia», «esencia» y «forma» que le alejarían definitivamente de la
Academia. En cambio es absolutamente falsa la leyenda según la cual
Aristóteles se marchó de Atenas despechado porque Platón, a su muerte,
designase a su sobrino Espeusipo para hacerse cargo de la Academia. En
su condición de macedonio Aristóteles no era legalmente elegible para
ese puesto.
Alejandro Magno en el horizonte
A la muerte de Platón, ocurrida en el 348, Aristóteles contaba treinta y
seis años de edad, habla pasado veinte de ellos simultaneando la
enseñanza con el estudio y se encontraba en Atenas, como suele decirse,
sin oficio ni beneficio. Así que no debió de pensárselo mucho cuando
supo que Hermias de Atarneo, un soldado de fortuna griego (por más
detalles, eunuco) que se habla apoderado del sector noroeste de Asia
Menor, estaba reuniendo en la ciudad de Axos a cuantos discípulos de la
Academia quisieran colaborar con él en la helenización de sus dominios.
Aristóteles se instaló en Axos en compañía de Xenócrates de Calcedonia,
un colega académico, y de Teofrasto, discípulo y futuro heredero del
legado aristotélico.
El Estagirita pasaría allí tres años apacibles y fructíferos, dedicándose a la
enseñanza, a la escritura (gran parte de su Política la redactó allí) y a la
reproducción, ya que primero se casó con una sobrina de Hermias
llamada Pitias, con la que tuvo una hija. Pitias debió de morir muy poco
después y Aristóteles se unió a otra estagirita, de nombre Erpilis, que le
dio un hijo, Nicómaco, al que dedicaría su Ética. Dado que el propio
Aristóteles dejó escrito que el varón debe casarse a los treinta y siete
años y la mujer a los dieciocho, resulta fácil deducir qué edades debían
tener una y otra cuando se unió a ellas.
16. Tras el asesinato de Hermias, en el 345, Aristóteles se instaló en Mitilene
(isla de Lesbos), dedicándose, en compañía de Teofrasto, al estudio de la
biología. Dos años más tarde, en el 343, fue contratado por Filipo de
Macedonia para que se hiciese cargo de la educación de su hijo
Alejandro, a la sazón de trece años de edad. Tampoco se sabe mucho de
la relación entre ambos, ya que las leyendas y las falsificaciones han
borrado todo rastro de verdad. Pero de ser cierto el carácter que sus
contemporáneos atribuyen a Alejandro (al que tachan unánimemente de
arrogante, bebedor, cruel, vengativo e ignorante), no se advierte rasgo
alguno de la influencia que Aristóteles pudo ejercer sobre él. Como
tampoco se advierte la influencia de Alejandro sobre su maestro en el
terreno político, pues Aristóteles seguía predicando la superioridad de las
ciudades estado cuando su presunto discípulo estaba poniendo ya las
bases de un imperio universal sin el que, al decir de los historiadores, la
civilización helénica hubiera sucumbido mucho antes.
La vuelta a casa
Poco después de la muerte de Filipo, Alejandro hizo ejecutar a un sobrino
de Aristóteles, Calístenes de Olinto, a quien acusaba de traidor.
Conociendo el carácter vengativo de su discípulo, Aristóteles se refugió
un año en sus propiedades de Estagira, trasladándose en el 334 a Atenas
para fundar, siempre en compañía de Teofrasto, el Liceo, una institución
pedagógica que durante años habría de competir con la Academia
platónica, dirigida en ese momento por su viejo camarada Xenócrates de
Calcedonia.
Los once años que median entre su regreso a Atenas y la muerte de
Alejandro, en el 323, fueron aprovechados por Aristóteles para llevar a
cabo una profunda revisión de una obra que, al decir de Hegel, constituye
el fundamento de todas las ciencias. Para decirlo de la forma más sucinta
posible, Aristóteles fue un prodigioso sintetizador del saber, tan atento a
las generalizaciones que constituyen la ciencia como a las diferencias que
no sólo distinguen a los individuos entre sí, sino que impiden la reducción
de los grandes géneros de fenómenos y las ciencias que los estudian.
Como él mismo dice, los seres pueden ser móviles e inmóviles, y al
mismo tiempo separados (de la materia) o no separados. La ciencia que
estudia los seres móviles y no separados es la física; la de los seres
inmóviles y no separados es la matemática, y la de los seres inmóviles y
separados, la teología.
17. Platón y Aristóteles en La Escuela de Atenas, de Rafael
La amplitud y la profundidad de su pensamiento son tales que fue preciso
esperar dos mil años para que surgiese alguien de talla parecida. Y
durante ese período su autoridad llegó a quedar tan establecida e
incuestionada como la que ejercía la Iglesia, y tanto en la ciencia como en
la filosofía todo intento de avance intelectual ha tenido que empezar con
un ataque a cualquiera de los principios filosóficos aristotélicos.
Sin embargo, el camino seguido por el pensamiento de Aristóteles hasta
alcanzar su actual preeminencia es tan asombroso que, aun descontando
lo que la leyenda haya podido añadir, parece un argumento de novela de
aventuras.
La aventura de los manuscritos
Con la muerte de Alejandro, en el 323, se extendió en Atenas una oleada
de nacionalismo (antimacedonio) desencadenado por Demóstenes,
hecho que le supuso a Aristóteles enfrentarse a una acusación de
impiedad. No estando en su ánimo repetir la aventura de Sócrates,
Aristóteles se exilió a la isla de Chalcis, donde murió en el 322. Según la
tradición, Aristóteles le cedió sus obras a Teofrasto, el cual se las cedió a
su vez a Neleo, quien las envió a casa de sus padres en Esquepsis
sólidamente embaladas en cajas y con la orden de que las escondiesen
en una cueva para evitar que fuesen requisadas con destino a la
biblioteca de Pérgamo.
Muchos años después, los herederos de Neleo se las vendieron a
Apelicón de Teos, un filósofo que se las llevó consigo a Atenas. En el 86
a.C., en plena ocupación romana, Sila se enteró de la existencia de esas
cajas y las requisó para enviarlas a Roma, donde fueron compradas por
18. Tiranión el Gramático. De mano en mano, esas obras fueron sufriendo
sucesivos deterioros hasta que, en el año 60 a.C., fueron adquiridas por
Andrónico de Rodas, el último responsable del Liceo, quien procedió a su
edición definitiva. A él se debe, por ejemplo, la invención del término
«metafísica», título bajo el que se agrupan los libros VII, VIII y IX y que
significa, sencillamente, que salen a continuación de la física.
Con la caída del Imperio romano, las obras de Aristóteles, como las del
resto de la cultura grecorromana, desaparecieron hasta que, bien
entrado el siglo XIII, fueron recuperadas por el árabe Averroes, quien las
conoció a través de las versiones sirias, árabes y judías. Del total de 170
obras que los catálogos antiguos recogían, sólo se han salvado 30, que
vienen a ocupar unas 2.000 páginas impresas. La mayoría de ellas
proceden de los llamados escritos «acroamáticos», concebidos para ser
utilizados como tratados en el Liceo y no para ser publicados. En cambio,
todas las obras publicadas en vida del propio Aristóteles, escritas para el
público general en forma de diálogos, se han perdido.
Inicio Buscador Índice alfabético Recomendar