El documento habla sobre la virtud de la fortaleza y la necesidad de ser valientes para lograr el bien y alcanzar la felicidad eterna. Aunque el camino no está exento de dificultades, debemos superar los peligros que se oponen al bien con la ayuda de la gracia divina. La fortaleza implica ser constantes y decididos en el cumplimiento del deber a pesar de las dificultades.
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Fortaleza texto,
1. FORTALEZA fort*
fort/1 (cumplir VolD )
Diligam te, Domine, fortitudo mea!: Te amo, Señor, porque Tú eres mi fortaleza: quia tu es, Deus, fortitudo
mea. ¡Descanso en Ti! ¡No sé hacer ninguna cosa, ni grande ni pequeña -no hay cosas pequeñas, si las hago por
Amor-, si Tú no me ayudas! Pero si pongo mi buena voluntad, el brazo poderoso de Dios vendrá a fortalecer, a
templar, a sostener, a llevar aquel dolor; y ese peso ya no nos abruma.
Pensadlo bien, hijos míos; pensad en las circunstancias que a cada uno os rodean; y sabed que nos sirven
más las cosas que aparentemente no van y nos contrarían y nos cuestan, que aquellas otras que aparentemente van sin
esfuerzo. Si no tenemos clara esta doctrina, estalla el desconcierto, el desconsuelo. En cambio, si tenemos bien cogida
toda esta sabiduría espiritual, aceptando la voluntad de Dios -aunque cueste-, en esas circunstancias precisas, amando
a Cristo Jesús y sabiéndonos corredentores con El, no nos faltará la claridad, la fortaleza para cumplir con nuestro
deber: la serenidad.(nP; md "Señal de vida interior"; cn, oct74, p.7-8)
fort/2 (acto más principal: resistir)
Sólo el que realiza el bien, haciendo frente al daño y a lo espantoso, es verdaderamente valiente. Pero ese
"hacer frente" a lo espantoso presenta dos modalidades que sirven, por su parte, de base a los dos actos capitales de la
fortaleza: la resistencia y el ataque.
El acto más propio de la fortaleza, su actus principalior, no es el atacar, sino el resistir. Esta afirmación de
Santo Tomás se nos antoja extraña, y a buen seguro que más de un contemporáneo la explicará sin vacilar como
expresión de una concepción y una doctrina de la vida "pasivistas" y "típicamente medievales". Semejante inter-
pretación, empero, dejaría intacto el corazón del problema. Tomás no piensa en modo alguno que el acto de la
resistencia posea en su entera generalidad un valor más alto que el del ataque, ni afirma tampoco que el resistir sea en
cualquier caso más valiente que el atacar. ¿Qué puede significar entonces con esa afirmación? No otra cosa sino lo
siguiente: que el "lugar" propio de la fortaleza es ese caso ya descrito de extrema gravedad en el que la resistencia es,
objetivamente, la única posibilidad que resta de oponerse; y que sólo y definitivamente en una tal situación es donde
muestra la fortaleza su verdadera esencia. La posibilidad de que el hombre pase por el trance de ser herido o de
sucumbir incluso en la realización del bien, mientras la iniquidad, mundanamente hablando, emerge prepotente,
forma parte del mundo de Santo Tomás y del cristianismo en general, posibilidad que se ha esfumado en cambio,
según sabemos todos, en la imagen del mundo del liberalismo ilustrado (Pieper; Las virtudes fundamentales; Rialp
3a.ed.1988;p.199-200)
fort/3 (iniciativa)
La Obra os forma para que, con valentía, seáis -cada uno en su ambiente- hombres o mujeres de iniciativa,
de empuje, de vanguardia. Debéis corresponder a esa formación con vuestro ánimo y con vuestro esfuerzo: sin esa
decisión vuestra, de nada valdría la abundancia de medios espirituales. Recordad aquella leyenda, que se
acostumbraba a grabar en los puñales antiguos: no te fíes de mí, si te falta corazón.
Sed decididos, tenaces, tozudos, porque no hay ningún no definitivo. (nP;c/090159; en 2MED,174)
2. FORTALEZA
los esforzados lo conquistan (Mt 11,12). Velad y estad firmes en la fe, obrando varonilmente y
mostrándoos fuertes (1 Cor 16,13). Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia de Cristo Jesús (2 Tim
2,1). Recibiréis el poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros (Hech 1,8).
Nuestro fin es Dios, la felicidad eterna en su presencia. Pero el camino a recorrer no está exento
de dificultades y tentaciones. A la fortaleza corresponde superar los peligros que se oponen a la
consecución del bien. Como el mayor que debemos arrostrar en este mundo es el de la muerte, la
fortaleza mira a que estemos en condiciones de afrontar ese trance con éxito; si es preciso, dispuestos a
morir por la fe y alcanzar la palma del martirio.
Bien es verdad que raramente se presenta la ocasión de dar la vida por Jesucristo en un solo
instante. Más frecuente es que Dios espere de nosotros el testimonio -martirio - de nuestra fe en el
cumplimiento de todas las obligaciones; lo cual exige también verdadera fortaleza: tenacidad, buen
ánimo, constancia, reciedumbre, valentía.
Esta virtud está tan lejos de la cobardía como de la temeridad o alocamiento. En cada momento
la prudencia dicta qué es lo conveniente.
Como nuestras fuerzas son limitadas -bien lo experimentamos -, buscaremos nuestra fortaleza en
la gracia divina.
343 «Camine»
Allá por los años veinte, una agencia de noticias norteamericana iniciaba nuevos servicios: las
memorias. Comenzarían por las del ex príncipe de la corona alemana. El hijo del Kaiser vivía desterrado
en una isla de las afueras de la costa holandesa. La agencia de Nueva York telegrafió a Londres para que
su corresponsal se trasladara y adquiriera tales memorias. Nuestro corresponsal comprobó, al llegar a
Holanda, que la costa estaba cubierta de hielo; ninguna embarcación podría llegar a la isla en cuestión,
donde se encontraba el ex príncipe. Ante las dificultades, el periodista puso un telegrama a la agencia
norteamericana, que decía textualmente*
Veo isla desde costa, pero imposible navegación por denso hielo. Stop. Qué hago.
En Nueva York no se intimidaron por las inclemencias del tiempo y en el acto respondieron con
otro telegrama: Camine.
J. Urteaga, Cartas a los hombres
344 La mano de O'Neil
Cuando en cierta ocasión los normandos atacaron Irlanda, su caudillo les prometió, para instigarles
a la lucha con un verdadero incentivo, que el primero que tocase con sus manos la tierra de la isla
recibiría el galardón del condado más cercano.
Uno de los guerreros -O'Neil - se propuso ser el primero. Ya estaban muy cerca de la orilla,
cuando en el momento decisivo vio que la canoa de un compañero iba a adelantarse y tocar tierra. Dicen
que entonces se le ocurrió lo siguiente: puso su mano en el banquito de la canoa, la cortó con el hacha y la
arrojó con fuerza, consiguiendo que la mano, después de trazar un gran arco sobre el aire, llegase a tierra.
De esta suerte, fue el primero que tocó con la mano el suelo de la isla. Y suyo fue el condado de Ulster.
¿Será un hecho histórico? En otro caso, enseña que el sacrificio es pago habitual de las cosas que
valen la pena.
Cfr. T. Tóth, Venga a nos él tu reino
345 ¡No podemos!
La ley llamada de las «cultuales», votada en Francia por el gobierno del masón Combes, era
«profundamente injuriosa hacia Dios». Pío X podía aceptarla, renovando el Concordato con la República,
o rechazarla, exponiendo a los católicos franceses a la persecución gubernativa y a la expoliación fiscal.
El Papa recibió el documento de manos del cardenal Marry del Val; lo colocó sobre el altar de su
capilla privada y aquella noche no durmió.
Oró hasta el alba, delante del altar. Y cuando el cardenal, muy temprano, le pidió una respuesta,
contestó, muy cansado, pero firmísirno: Non possumus. «No podemos». Aunque más bien parece que lo
que dijo fue precisamente esto: «Eminencia, mire al Crucifijo: ¿Qué dice? Nos dice: nos possumus. Pues
ésta es nuestra respuesta.
El peso de la ley se hizo sentir. El clero fue expoliado, y entre los bienes confiscados se incluían
las iglesias. El cardenal de París tuvo que abandonar su palacio y los párrocos campesinos fueron
arrojados de las casas parroquiales. Todo aquello era muy doloroso. Sufrió el Santo Padre lo indecible,
pero fue fuerte; más de lo que cualquiera habría pensado. «No podemos.»
Cfr. P. Bargellini, Los santos también son hombres
346 Sin respetos humanos
3. A veces retumbaba el púlpito de la iglesia de Ars. El Santo Cura dijo que había «una santa cólera»,
y en un sermón afirmó que «si un pastor no quiere condenarse, es preciso que si acaece algún desorden en
su parroquia pisotee el respeto humano y el temor de ser despreciado u odiado por sus feligreses. Aunque
estuviese seguro de ser ejecutado después de haber bajado del púlpito, eso no debe detenerlo. Un pastor
que quiere cumplir con su deber, debe tener siempre la espada en la mano».
Así se retrataba, sin duda, a sí mismo; pues él pisoteó el respeto humano y el temor de ser
despreciado; tuvo siempre la espada en la mano.
Cfr. J. de Fabregues, El Santo Cura de Ars
347 ¿Huir o hacer huir?
Habla Plutarco de un filósofo que preguntó a un joven que corría presuroso:
-¿De quién huyes tan deprisa?
-De un hombre que quiere arrastrarme al mal.
-Avergüénzate de que no sea él quien huye de ti.
Se habla mucho de dar testimonio. Habrá que darlo tantas veces yendo contra corriente.
Cfr. I. Echeverría, Contra lujuria, castidad
348 Morir en la trinchera
A comienzos de 1939 la salud de Pío XI era muy precaria. No obstante, estaba decidido a
pronunciar una alocución a los obispos italianos con ocasión del décimo aniversario de los Pactos
Lateranenses. No habían sido años fáciles los de su pontificado. Se había visto obligado a condenar los
errores del fascismo y del nazismo con los célebres documentos Non abbiarno bisogno (1931) y Mit
brennender sorge (1937). Todo el mundo esperaba con cierta prevención la inminente alocución papal.
Los médicos y parientes le aconsejaron que no se cansara demasiado y dejase el discurso para otra
ocasión; pero Pío XI respondió que era necesario pronunciarlo, porque los obispos estaban llegando a
Roma y no se podía aplazar la reunión. El Santo Padre decía: «Si no puedo bajar a la Basílica Vaticana,
haré que me lleven en la silla gestatoria al Aula de las Bendiciones; y si no puedo, convocaré a los
obispos aquí, en mi apartamento; y si ni siquiera puedo leerlo, diré que lo lea otro. El Papa Pío XI era
inconmovible: Frangar, non flectar! («antes quebrar que doblar»).
En un supremo esfuerzo de voluntad pudo terminar y revisar atentamente su discurso. Pero no
pudo pronunciarlo, porque a las 5,30 de la mañana del 10 de febrero, exhalaba suavemente su último
suspiro. Quien relata este hecho (A. Bacci, Con il latino a servizio di quatro Papi) escribe: «Puede
decirse que murió en la trinchera; la trinchera de su deber, exaltado hasta el heroísmo».
Cfr. J. AbIewick, Seréis mis testigos
349 Leónidas
Cuando los persas invadieron Grecia, se confió a Leónidas la defensa del paso de las Termópilas.
Allí se apostó con trescientos espartanos, decididos a impedir el avance del formidable ejército de Jerjes,
aun a costa de sus vidas.
El día anterior habían celebrado sus propios funerales. Jerjes, convencido de que los espartanos no
se atreverían a hacerle frente, le escribió un mensaje que decía: «Rinde las armas». Leónidas, con su
acostumbrado laconismo, se limitó a contestar: «Ven a tomarlas».
Por espacio de tres días, aquellos valientes lograron contener al ejército invasor. Alguno de los
soldados comentó que las flechas de los persas eran una nube que oscurecía el sol, a lo que contestó
Leónidas:
-Mejor; así pelearemos a la sombra.
La traición de un pastor, que descubrió a los persas un sendero oculto porque podían atacar por la
espalda, facilitó la derrota de los espartanos.
350 «Que enseguida voy»
El diestro Ricardo Torres «Bombita» ha pasado a la historia de la tauromaquia como uno de los
toreros más valientes de todas las épocas, pero con una valentía de esas que no descansan en la temeridad,
sino en la serenidad y en el pundonor. Una tarde, en Madrid, le salió un toro quedado y reservón, de los
que en cualquier momento pueden lanzar una cornada traidora. Antes de empezarle la faena, muleta y
estoque en la mano, le dijo a un amigo íntimo, que se hallaba en el tendido 2:
-Vete a esperarme a la enfermería, que enseguida voy.
Se cumplió la previsión del maestro, tras ver rodar al toro a sus pies de fulminante estocada. Fue
llevado, ensangrentado, por los hombres de su cuadrilla.
Cfr. V. Vega, Diccionario ilustrado de frases célebres
351 El salvador del obelisco
El obelisco que actualmente preside el centro de la plaza de San Pedro en Roma, (le proporciones
gigantescas, fue trasladado allí desde el interior de la Basílica -su primer emplazamiento - el 10 de
septiembre de 1586. Ciento cuarenta caballos y ochocientos hombres, a las órdenes del arquitecto
4. Fontana, tenían que elevarlo sobre su pedestal. Tan grave era el riesgo que se corría, que se mandó
guardar absoluto silencio bajo pena de muerte.
Llegó un momento de terrible ansiedad, cuando las caballerías agotaron sus fuerzas, y las mismas
cuerdas, sometidas a gran tensión, amenazaban ceder. De un momento a otro, la muchedumbre de
espectadores veían venirse abajo el obelisco. Los más cercanos procuraban retirarse silenciosamente. En
el momento más crítico, en medio del silencio, una voz resonó fuerte en toda la plaza: «¡Mojad las
cuerdas!». Fontana, como iluminado por una revelación, obedeció. Las cuerdas mojadas, al disminuir en
longitud, ganan en resistencia. Al final la operación fue un rotundo éxito, y la muchedumbre prorrumpió
en aplausos y vítores al hombre que había roto el silencio.
El Papa Sixto V no sólo no castigó a aquel valiente -un capitán de la marina genovesa -, sino que
le invitó a pedirle lo que quisiera. El capitán pidió que su pueblo, Bordighera, tuviese el privilegio de
surtir de palmas a la casa pontificia y a las iglesias de Italia; de ahí proviene la riqueza de Bordighera,
célebre como lo es Elche en España. También solicitó, y lo obtuvo, poder izar bandera pontificia en su
barco.
Cfr. V. Vega, Diccionario ilustrado de frases célebres
352 Ahorrando energías
En cierta ocasión felicitaban a la viuda del que fue trigésimo segundo Presidente de los Estados
Unidos, F. D. Roosevelt (1882-1945), por su gran energía. Ella se limitó a contestar:
-No es que tenga tanta -y añadió con modestia -: lo que pasa es que no la malgasto en
lamentaciones.
353 Cuando el Aga Khan juega al tenis
Refieren que el Aga Khan, jefe espiritual de unos millones de musulmanes, hombre famoso y
bastante metido en carnes, no solía molestarse en correr por las pelotas difíciles en el juego del tenis.
Alguien le preguntó un buen día el porqué, y él explicó que, en esos momentos, surgía entre su espíritu y
su cuerpo un diálogo fugaz, que el primero iniciaba:
-¡Corre! ¡Cógela, que es tuya!
-¿Quién, yo?
A la hora del esfuerzo no acababa de reconocerse a sí mismo.
Cfr. A. Corniero Suárez, ¡Seamos libres!