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El
Mahabharata
Contado según la tradición oral
por Serge Demetrian
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2010
AL SHrî MAHâSVâMî,
SHANkArâCHâryA MATH
kâñchîpuram, India
Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección
General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultu-
ra para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con
lo previsto en el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad Intelectual.
Cubierta e ilustraciones de Christian Hugo Martín
© Tradujo Mercedes Huarte Luxán sobre el original francés
Le Mahâbhârata. Conté selon la tradition orale
© Editions Albin Michel, 2006
© Ediciones Sígueme S.A.U., 2010
C/ García Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / España
Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563
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ISBN: 978-84-301-1725-3
Depósito legal: S. 607-2010
Impreso en España / Unión Europea
Imprime: Gráficas Varona S.A.
PrESENTACIÓN
El mundo del Mahabharata, «la Gran Historia de los Bhara-
ta», es esencialmente mítico: un mundo donde los dioses y los de-
monios se entremezclan con los hombres, donde los animales ha-
blan y razonan, donde los fenómenos de la naturaleza, los ríos y
las montañas son seres vivos; un teatro eterno cuyos actores mor-
tales conquistan con su esfuerzo la categoría de semidioses, hasta
imponer respeto a los imperios celestiales. Además, este cosmos
se encuentra en continua renovación, ya que la transmigración*
permite a cada criatura cambiar de cuerpo después de la muerte;
renacer, por tanto, una o varias veces y adoptar la condición de los
hombres, de los dioses, de los demonios e incluso de los anima-
les o las plantas.
El genio de un ilustre poeta de la India al que tradicionalmen-
te se conoce como Vyasa dio vida a este universo épico. Su fuente
de inspiración fue un acontecimiento probablemente histórico: una
guerra fratricida que habría tenido lugar en algún momento del si-
glo XIV a.C. Con el transcurso del tiempo, se fueron añadiendo al
núcleo inicial relatos y leyendas, discursos éticos y filosóficos –co-
mo el Bhagavad-Gita, «El Canto del Bienaventurado»–, himnos de
amor y de devoción dirigidos a las divinidades –como el Vishnú-
sahasranama, «Los mil nombres de Vishnú»–, en un proceso de
crecimiento típico de las obras populares indias. Actualmente, la
epopeya contiene de 82.000 a 95.000 estrofas (shloka) según las
* Muchas de las palabras y expresiones indias, así como los nombres pro-
pios y los términos que aparecen en cursiva, aparecen explicados en el Apéndi-
ce o en el Glosario que se hallan al final del libro. Por otra parte, en el glosario
se transcriben las palabras en sánscrito con algunos signos que indican cómo se
pronuncian aproximadamente. Dichos signos, sin embargo, no se han manteni-
do en el cuerpo de la obra para no entorpecer la lectura.
7
versiones, entre unos 328.000 y 380.000 versos, que representan
diez o doce volúmenes de una extensión media.
El Mahabharata y su epopeya hermana, el Ramayana, intere-
saron vivamente en Occidente cuando, a finales del siglo XVIII y
principios del XIX, se redescubrió la gran cultura india. A pesar de
ello, el Mahabharata es un texto mal conocido, pues disponemos
de escasas y obsoletas versiones íntegras a las lenguas occidenta-
les. Un francés, Hippolyte Fauche, fue el primero que intentó ofre-
cer una traducción integral, que continuó Louis Ballin y fue pu-
blicada entre 1870 y 1899.
La versión abreviada que el lector tiene entre sus manos con-
tiene en un solo volumen lo esencial del Mahabharata: la historia
de los Pandava y los kaurava.
La trama es simple: arrastrados por el Destino, dos clanes de la
casta guerrera se enfrentan. En los dos bandos intervienen comba-
tientes indómitos; se someten a la ley de la virtud o se apartan de
ella; siguen o transgreden el código de honor de su casta, que re-
cuerda más de una vez los principios de la caballería medieval eu-
ropea. Por cuestiones de herencia el conflicto se agrava, y se en-
frentan en él fuerzas inmensas. Únicamente las armas podrán
zanjarlo. Toda la India antigua se moviliza. Los feroces guerreros
escogen su campo. ¿Quién triunfará?
A lo largo de la obra, los pasajes en prosa, libremente adapta-
dos, pero siguiendo estrictamente el desarrollo del original, apare-
cen salpicados de versos libres, traducidos del sánscrito. Hemos
querido respetar así la forma de proceder de los narradores popu-
lares de la India meridional. Tanto ellos, auténticos especialistas
en el recitado del Mahabharata, como las numerosas representa-
ciones públicas a las que hemos asistido, han constituido para no-
sotros una inestimable fuente de inspiración*
. Todas estas repre-
sentaciones festivas, profundamente arraigadas en no pocas aldeas
y ciudades tradicionales de la India, son mantenidas por narrado-
res profesionales, que escogen los pasajes apropiados siguiendo
una práctica transmitida de generación en generación.
8
* Especialmente en la ciudad tradicional de kañchipuram.
En nuestro caso, dados los límites de nuestro libro, no nos ha
sido posible seguir los variados caminos que abre esta manera de
recitar el Mahabharata. Asimismo, hemos tenido que prescindir
de algunas perspectivas magníficas que iban surgiendo y no siem-
pre hemos podido acompañar al gran Vyasa en sus digresiones.
Atravesada por un aliento de profunda poesía, esta epopeya fi-
gura desde hace mucho tiempo entre las obras maestras de la lite-
ratura universal. Pero para los hindúes el Mahabharata es mucho
más: representa una parte de su alma, pues el poema continúa hoy
en su espíritu tan vivo como lo estaba en los tiempos en que vivía
Vyasa, rodeado por sus discípulos, a orillas del Ganges. Verdade-
ramente, para la cultura india la epopeya fue, y sigue siendo en la
actualidad, lo que había predicho Brahma, el creador: «El Maha-
bharata será la fuente de agua viva de los poetas».
Esta obra es incluso más, pues si los poetas han extraído de ella
su inspiración para innumerables poemas, novelas y obras de tea-
tro; si los pensadores han desarrollado desde ella sus discursos mo-
rales y filosóficos; si los legisladores y los hombres de Estado han
recogido múltiples reglas para su acción política y social, una am-
plia mayoría del pueblo hindú tiene asimilada esta historia en su vi-
da cotidiana y toma a sus héroes como modelos de conducta.
Desde su infancia, los indios se sumergen en la atmósfera ma-
ravillosa del Mahabharata y del Ramayana gracias a los cuentos
que escuchan a sus madres. La influencia prosigue en la escuela,
donde los jóvenes aprenden a leer y a escribir con textos tomados
de estas epopeyas. Luego los frecuentan toda su vida al asistir a
las fiestas y a los espectáculos populares. En nuestros días, las pe-
lículas y la radio retoman constantemente sus temas. Las dos epo-
peyas forman así el telón de fondo de la cultura india. La India mo-
derna se llama, tanto en sánscrito como en las lenguas modernas de
la India, Bharata, por el nombre del rey mítico Bharata de quien la
epopeya toma su nombre.
De esta manera, una sutil y permanente comunión se estable-
ce a través de los siglos entre los personajes del Mahabharata, el
autor de la epopeya y los hombres de hoy. En todo caso, cualquier
profundización en la cultura india pasa necesariamente por el co-
nocimiento de esta obra fundacional.
9
El famoso escritor indio contemporáneo Chakravarti rajago-
palachari, autor de presentaciones narrativas del Ramayana y del
Mahabharata (Bombay 1993 y 1996), género muy popular en los
países anglosajones y en la misma India, declara: «Quien lea mi
Ramayana y su gemelo, el Mahabharata, aprenderá sobre mi país
tanto como pasando un año en la India».
Obra eminentemente popular, que sale del pueblo y vuelve a
él, con la que los indios siempre se han identificado y en la que si-
guen reconociéndose, el Mahabharata constituye una de las me-
jores imágenes de los indios y de la India.
La India en tiempos del Mahabharata.
Ganges
EL MAHABHArATA
PrÓLOGO
Parashara, célebre ermitaño y futuro padre de Vyasa, debía su
fama a los poderes que había adquirido gracias a tremendas aus-
teridades.
Un día quiso atravesar el río yamuna. Su mirada buscó una bar-
ca y precisamente allí se hallaba Satyavati, la hija de uno de los re-
yes de los pescadores. Con ojos risueños, pero agarrando con ma-
no firme el timón y los remos, ofreció sus servicios al viajero, que
subió al bote. La travesía era larga. El ermitaño contempló a Sat-
yavati, que conocía su oficio y lo ejercía con elegancia. Parashara
parecía abstraído. De pronto, se acercó a ella con estas palabras:
–Satyavati, elegida entre todas, acepta mi amor.
La joven lo miró con más atención; el ermitaño no le pareció
ni viejo ni feo.
–¿Cómo voy a aceptar –le preguntó–, si pueden vernos desde
las dos orillas del río?
–No tienes nada que temer –le garantizó el ermitaño. y, con su
poder mágico, hizo surgir una niebla tan espesa que ni la misma
noche, que estaba a punto de caer, fue capaz de atravesarla.
Satyavati se sonrojó, bajó los ojos y murmuró:
–Soy una doncella. ¿Cómo podría volver a casa de mi padre
sin haber realizado los santos ritos del matrimonio?
Parashara reflexionó.
–Seguirás tan pura como antes –declaró–, pero tienes que con-
fiarme tu más preciado deseo.
–Ermitaño –replicó Satyavati–, a causa de mi oficio, mis ves-
tidos y mi cara huelen a pescado. remédialo, si así lo deseas.
Parashara pareció sumirse en sus pensamientos.
Satyavati hizo un gesto de sorpresa: el espantoso olor que la
atormentaba se había desvanecido y había quedado reemplazado
13
por un perfume embriagador. Embelesada, besó a Parashara, y la
barca se deslizó por algún tiempo sin timonel, a la deriva… Des-
pués Satyavati volvió a agarrar los remos y dejó al ermitaño en la
otra orilla del río yamuna.
Se dijeron adiós. Parashara se alejó y desapareció en el bosque;
Satyavati lo siguió un rato con la mirada y luego regresó a su bote.
La barquera no sólo seguía siendo virgen, como el ermitaño le ha-
bía prometido, sino que la suave emanación de su cuerpo impreg-
naba el aire a su alrededor en tres leguas a la redonda. Desde en-
tonces, los de su país la apodaron Ghandavati, «la Perfumada».
Con alegría, pronto se dio cuenta Satyavati de que iba a ser
madre. Cuando llegó el momento, dio a luz a Vyasa, que, nacido
en una isla en el medio del río yamuna, recibió el apodo de Dvai-
payana: «El que nació en la isla».
Poco tiempo después del nacimiento de su hijo, Parashara se
presentó de nuevo y, con permiso de Satyavati, se llevó al niño con
él. Vyasa creció entre los ermitaños y, desde su más tierna infancia,
dio muestras de que su corazón y su mente poseían elevadas cuali-
dades. Más tarde, siguiendo el ejemplo paterno, se hizo a su vez er-
mitaño y, poco después, abandonó el lugar de retiro de su padre y
escogió otro más apartado. Sus inclinaciones y cualidades lo lleva-
ron aún más lejos, y pronto fue aclamado como un gran poeta, un
místico, un santo. Acudió a él gran número de discípulos y muchos
veían en él una encarnación de Vishnú, el Señor supremo.
En el transcurso de su larga vida, Vyasa se codeó con los más
ilustres de sus contemporáneos; recibió numerosas pruebas de ad-
miración y reflexionó sobre el destino de la India. Entonces conci-
bió el propósito de narrar una inmensa epopeya que abarcaría todos
los conocimientos acumulados acerca de su país y todas sus expe-
riencias, y que estaría dedicada al bienaventurado krishna.
La epopeya había tomado cuerpo en su espíritu y sentía el deber
de realizarla para bien de este mundo. Pero Vyasa tropezó con una
dificultad considerable: no sabía a quién dictársela, y la obra corría
el riesgo de ser ignorada por las generaciones siguientes. Entonces,
desde su cielo, Brahma, el Creador, observó el aprieto en el que se
hallaba el asceta y se le apareció en persona. Maravillados por esta
visión, Vyasa y sus discípulos juntaron las manos y se prosternaron
ante Brahma. Vyasa le abrió humildemente su corazón:
14
–Oh, Brahma, he concebido un largo poema a la gloria del bie-
naventurado krishna, encarnación de Vishnú, el Señor supremo*
.
Serán revelados en él todos los misterios de las Escrituras y
muchos otros.
retomaré las Tradiciones antiguas que tratan de las diferentes
edades del mundo.
Haré conocer en él las reglas de las castas, las creencias, las re-
ligiones, los principios de las filosofías, las dimensiones de la Tie-
rra, del Sol, de la Luna y de los planetas.
Las artes, las ciencias, la medicina, la gramática, la finalidad
de la vida de los hombres, de los dioses y de los demonios estarán
comprendidos en mi poema.
La descripción de las ciudades, de las montañas, de los ríos, de
los lugares elevados, de los mares, de los océanos, de las ciudades
de los dioses hallarán sitio en él.
Los usos y costumbres de los hombres, el arte de gobernar en
todas las naciones y todos los pueblos y el de construir las ciuda-
des fortificadas, todo ello lo trataré.
Todo lo que en este mundo concierne a la ley de la Virtud es-
tará contenido en el Mahabharata; lo que no figure no existe tam-
poco en otra parte.
Permíteme, Brahma, expresar un voto: que este poema sea una
epopeya, que sea útil a los hombres, que les ayude a vencer a los
enemigos exteriores e interiores.
Sin embargo, por desgracia, no he descubierto hasta ahora a
nadie que quiera y pueda escribir a mi dictado; ¿de qué servirá el
poema si no puede ser transmitido a los hombres?
Brahma, Creador y Padre de este mundo, le declaró:
–Tu elevado nacimiento me indica que se puede dar fe a tus
palabras, impregnadas de santidad. El Mahabharata será la fuen-
te de agua viva de los poetas, y tu poema será digno de ser llama-
do epopeya.
Los que lo oigan o lo lean serán revitalizados en su marcha ha-
cia la Virtud, en la búsqueda de la verdadera naturaleza del mun-
do y de ellos mismos.
15
* Sobre la relación entre Vishnú, el Señor supremo, y Brahma, el Crea-
dor, cf. Apéndice.
Para bien de la humanidad, tu escriba será el mismo Ganesha,
el hijo de Shiva, el Gran Dios. Piensa en él.
Brahma, cuya palabra tenía fuerza de ley, se elevó después a su
propio cielo y desapareció.
Vyasa, fortalecido con la bendición de Brahma, dirigió su pen-
samiento hacia Ganesha, y el dios con cabeza de elefante, el que
levanta y el que retira los obstáculos, el protector de los escritores
y de los escribas, famoso por la belleza y la rapidez de su escritu-
ra, se presentó ante Vyasa. Parecía algo regordete y bonachón, pe-
ro el poeta lo recibió con el respeto debido a su divinidad; le rogó
que se sentara y le comunicó sus dificultades: no tenía un secreta-
rio capaz de anotar correctamente y deprisa las dádivas de la ins-
piración poética; él, Vyasa, no era capaz de recibirlas y escribir al
mismo tiempo.
Ganesha, que no emprendía nada sin antes madurar su refle-
xión, deliberó largo tiempo en su interior y acabó diciendo:
–Está bien, pero ten en cuenta que, una vez que comience el
trabajo, no se me podrá interrumpir ni se me podrá retrasar.
–Si no entiendes bien cuando te esté dictando –replicó Vyasa–,
párate.
De este modo, el poeta tomaba sus precauciones, al asegurar-
se el concurso del protector de los escritores.
–OM –profirió Ganesha, dando a entender así que estaba de
acuerdo.
El trabajo prometía ser largo, por lo que hicieron que les lleva-
ran una cantidad importante de hojas de palmera dispuestas para
la escritura. Ganesha deseaba un estilete de punta afilada, y el
bienestar de los hombres le importaba tanto que no dudó en cor-
tarse uno de sus colmillos del más fino marfil. y los dos se pusie-
ron manos a la obra.
Vyasa dictaba muy deprisa y Ganesha le seguía de cerca. A ve-
ces, para darse un respiro, el poeta componía unas estrofas tan en-
revesadas que hasta el ominisciente Ganesha se armaba un lío, y
tenía que interrumpirse para tratar de comprenderlas. Mientras
tanto, Vyasa componía tranquilamente otras estrofas. Los dos tra-
bajaron así durante mucho tiempo y, cuando se detuvieron, la obra
terminada estaba escrita a la perfección.
Así nació el Mahabharata.
16
Al borde de un lago sagrado, en el bosque Naimisha, cuyo nom-
bre significa Lo-que-es-transitorio (el Mundo), descansaba un grupo
de sabios y ermitaños. Acababan de asistir a una larga ceremonia; el
tiempo se desgranaba lentamente. Por eso se pusieron tan contentos
cuando divisaron a Sauti, el narrador; sabían que su saco de historias
jamás se vaciaba; además, volvía de un largo viaje por la India.
–Acércate, Sauti, siéntate aquí con nosotros –le invitaron sonrien-
tes–. ¿Es verdad, como se rumorea, que has oído entero el Mahabhara-
ta, la gran epopeya? ¿Y que has visitado los lugares que han sido tes-
tigos de esas acciones únicas? Tenemos curiosidad por saberlo.
Sauti saludó con deferencia a la noble asamblea y luego se aco-
modó. Sin hacerse mucho de rogar, ya que era parlanchín, comenzó:
–Sí, respetables ermitaños, habéis dicho la verdad. Yo he escucha-
do el Mahabharata con todos los detalles; luego he ido yo mismo en pe-
regrinación a los lugares donde ocurrieron los acontecimientos y he re-
conocido punto por punto todas las descripciones. Me hallaba entre los
invitados en la corte del rey Janamejaya, donde se desarrollaba un im-
ponente sacrificio de la serpiente, cuando el Mahabharata fue cantado
por el brahmán Vaishampayana, discípulo de Vyasa, el autor venerado
de la epopeya.
–¿Estabas presente cuando sacrificaron a la serpiente? –interrum-
pieron los ermitaños–. Cuéntanos, entonces, por qué realizó el rey Ja-
namejaya esta terrible ceremonia.
Entonces Sauti continuó:
El padre de Janamejaya era el rey Parikshit. Igual que su abue-
lo Arjuna, era un valeroso guerrero y un hábil cazador. Un día que
estaba al acecho en un espeso bosque, alcanzó a un ciervo con una
flecha. Para su sorpresa, el disparo no mató al animal, que huyó a
través de los árboles; el rey emprendió su persecución y pronto se
perdió entre los matorrales. Cansado y sediento, llegó a un lugar
apartado en el que, sentado al abrigo de una roca, vio a un anaco-
reta en meditación. Parikshit le habló respetuosamente:
–Oh brahmán, Parikshit, el rey del país, te saluda. Persigo a un
ciervo herido. ¿Ha pasado por aquí?
El ermitaño observaba en ese momento voto de silencio y per-
maneció inmóvil, como si no hubiera oído nada. El rey repitió su
pregunta varias veces. Luego, furioso, recogió con el extremo de
su arco una serpiente muerta que estaba en el polvo y la puso a gui-
sa de collar en el cuello de su mudo interlocutor, que no se inmutó.
17
Extrañado por esta actitud y descontento consigo mismo, el rey
regresó a la capital. Ignoraba el nombre de aquel que no se había
dignado responder a un monarca. En cuanto al ermitaño, la noble-
za de su corazón le impidió maldecir al rey por su impiedad.
Shamika, pues así se llamaba el brahmán, tenía un hijo, Shrin-
gi, también ermitaño. Este último, que era colérico e impetuoso,
se hallaba ausente el día en que Parikshit había ultrajado a su pa-
dre y, cuando regresó por la tarde, se enteró por un vecino de la fe-
choría del rey.
Enfurecido, con los ojos inyectados en sangre, profirió esta
maldición: «Ese que ha colgado una serpiente muerta del cuello
de mi padre, el que ha insultado a los brahmanes, que muera den-
tro de siete días; que sucumba mordido por Takshaka, el príncipe
de las serpientes; que el veneno de Takshaka lleve a Parikshit al
país de yama, dios de la Muerte».
Luego Shringi, humillado todavía hasta las lágrimas, se acercó
a su padre y le contó cómo había maldecido a Parikshit: después de
siete días, el cruel Takshaka hundiría al rey en el espantoso domi-
nio de las tinieblas.
Entonces Shamika rompió su voto de silencio:
Lo que acabas de hacer, hijo,
no le agrada a tu padre;
quienes viven como nosotros
no obran nunca movidos por la cólera.
Abandona la furia antes de que ella
cause tu ruina;
todas las virtudes de un anacoreta
son pronto aniquiladas por la ira.
Mantente sereno, aprende a perdonar;
sólo el Amor te traerá
los bienes de este mundo
y los del más allá.
Vivimos en las tierras de Parikshit;
el rey nos protege;
¿lo has olvidado, Shringi?
Conviene que los hombres de nuestro estado
perdonen las faltas del rey;
nuestro bienestar depende de él.
18
Parikshit estaba cansado y sediento,
y no sabía que yo entonces
guardaba voto de silencio;
no me conocía,
pues nunca se había encontrado conmigo.
Confundido por estos justos reproches, Shringi se arrepintió de
su arrebato, pero ya era demasiado tarde: la maldición, una vez
pronunciada, debía cumplirse de una manera o de otra.
Shamika, queriendo evitar lo peor, envió enseguida a la corte
real a su discípulo preferido, un distinguido joven, y le ordenó:
–Ve sin tardanza junto a nuestro monarca y adviértele de que mi
hijo, considerándome insultado, lo ha maldecido. yo no tengo na-
da contra el rey; lo olvidé todo en ese mismo momento. Que tenga
cuidado con Takshaka, cuyo veneno consume como el fuego.
El enviado de Shamika se presentó ante el rey y le transmitió el
mensaje. Parikshit se acordó de su gesto irrespetuoso y se afligió
doblemente, pero la idea de su propia muerte lo apenaba menos que
el recuerdo de la ofensa que había infligido a Shamika. rogó al
mensajero que expresara su aprecio al sabio y lo despidió.
Después el rey convocó urgentemente su consejo y discutió
con sus ministros las medidas que había que tomar, pues temía el
veneno de Takshaka. Tras la deliberación, Parikshit ordenó que se
construyera a toda prisa un palacio encaramado sobre una única co-
lumna de granito pulido, y puso a su alrededor una fuerte guardia a
la que dio severas consignas. Se rodeó también de numerosos mé-
dicos provistos de hierbas contra la mordedura de las serpientes, y
de brahmanes, dueños de fórmulas secretas y de encantamientos
para enfrentarse a los reptiles.
Protegido de esta manera, el rey cumplía con sus obligaciones,
asistido en todo momento por varios de sus fieles consejeros. Pa-
recía imposible que ningún ser vivo se le acercara. Incluso el aire
tenía difícil acceso a él.
El séptimo día, cierto brahmán, de nombre kashyapa, que ha-
bía oído hablar de la maldición que amenazaba a Parikshit, llegó
a Hastinapura, la capital, para tranquilizar al rey. Se decía: «yo cu-
raré al soberano si Takshaka le muerde; ganaré mucho oro y el
mérito de haber salvado la vida del monarca».
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El origen de Vyasa y la concepción de los Pandava

  • 1. El Mahabharata Contado según la tradición oral por Serge Demetrian EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 2010
  • 2. AL SHrî MAHâSVâMî, SHANkArâCHâryA MATH kâñchîpuram, India Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultu- ra para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto en el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad Intelectual. Cubierta e ilustraciones de Christian Hugo Martín © Tradujo Mercedes Huarte Luxán sobre el original francés Le Mahâbhârata. Conté selon la tradition orale © Editions Albin Michel, 2006 © Ediciones Sígueme S.A.U., 2010 C/ García Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / España Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 ediciones@sigueme.es www.sigueme.es ISBN: 978-84-301-1725-3 Depósito legal: S. 607-2010 Impreso en España / Unión Europea Imprime: Gráficas Varona S.A.
  • 3. PrESENTACIÓN El mundo del Mahabharata, «la Gran Historia de los Bhara- ta», es esencialmente mítico: un mundo donde los dioses y los de- monios se entremezclan con los hombres, donde los animales ha- blan y razonan, donde los fenómenos de la naturaleza, los ríos y las montañas son seres vivos; un teatro eterno cuyos actores mor- tales conquistan con su esfuerzo la categoría de semidioses, hasta imponer respeto a los imperios celestiales. Además, este cosmos se encuentra en continua renovación, ya que la transmigración* permite a cada criatura cambiar de cuerpo después de la muerte; renacer, por tanto, una o varias veces y adoptar la condición de los hombres, de los dioses, de los demonios e incluso de los anima- les o las plantas. El genio de un ilustre poeta de la India al que tradicionalmen- te se conoce como Vyasa dio vida a este universo épico. Su fuente de inspiración fue un acontecimiento probablemente histórico: una guerra fratricida que habría tenido lugar en algún momento del si- glo XIV a.C. Con el transcurso del tiempo, se fueron añadiendo al núcleo inicial relatos y leyendas, discursos éticos y filosóficos –co- mo el Bhagavad-Gita, «El Canto del Bienaventurado»–, himnos de amor y de devoción dirigidos a las divinidades –como el Vishnú- sahasranama, «Los mil nombres de Vishnú»–, en un proceso de crecimiento típico de las obras populares indias. Actualmente, la epopeya contiene de 82.000 a 95.000 estrofas (shloka) según las * Muchas de las palabras y expresiones indias, así como los nombres pro- pios y los términos que aparecen en cursiva, aparecen explicados en el Apéndi- ce o en el Glosario que se hallan al final del libro. Por otra parte, en el glosario se transcriben las palabras en sánscrito con algunos signos que indican cómo se pronuncian aproximadamente. Dichos signos, sin embargo, no se han manteni- do en el cuerpo de la obra para no entorpecer la lectura. 7
  • 4. versiones, entre unos 328.000 y 380.000 versos, que representan diez o doce volúmenes de una extensión media. El Mahabharata y su epopeya hermana, el Ramayana, intere- saron vivamente en Occidente cuando, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se redescubrió la gran cultura india. A pesar de ello, el Mahabharata es un texto mal conocido, pues disponemos de escasas y obsoletas versiones íntegras a las lenguas occidenta- les. Un francés, Hippolyte Fauche, fue el primero que intentó ofre- cer una traducción integral, que continuó Louis Ballin y fue pu- blicada entre 1870 y 1899. La versión abreviada que el lector tiene entre sus manos con- tiene en un solo volumen lo esencial del Mahabharata: la historia de los Pandava y los kaurava. La trama es simple: arrastrados por el Destino, dos clanes de la casta guerrera se enfrentan. En los dos bandos intervienen comba- tientes indómitos; se someten a la ley de la virtud o se apartan de ella; siguen o transgreden el código de honor de su casta, que re- cuerda más de una vez los principios de la caballería medieval eu- ropea. Por cuestiones de herencia el conflicto se agrava, y se en- frentan en él fuerzas inmensas. Únicamente las armas podrán zanjarlo. Toda la India antigua se moviliza. Los feroces guerreros escogen su campo. ¿Quién triunfará? A lo largo de la obra, los pasajes en prosa, libremente adapta- dos, pero siguiendo estrictamente el desarrollo del original, apare- cen salpicados de versos libres, traducidos del sánscrito. Hemos querido respetar así la forma de proceder de los narradores popu- lares de la India meridional. Tanto ellos, auténticos especialistas en el recitado del Mahabharata, como las numerosas representa- ciones públicas a las que hemos asistido, han constituido para no- sotros una inestimable fuente de inspiración* . Todas estas repre- sentaciones festivas, profundamente arraigadas en no pocas aldeas y ciudades tradicionales de la India, son mantenidas por narrado- res profesionales, que escogen los pasajes apropiados siguiendo una práctica transmitida de generación en generación. 8 * Especialmente en la ciudad tradicional de kañchipuram.
  • 5. En nuestro caso, dados los límites de nuestro libro, no nos ha sido posible seguir los variados caminos que abre esta manera de recitar el Mahabharata. Asimismo, hemos tenido que prescindir de algunas perspectivas magníficas que iban surgiendo y no siem- pre hemos podido acompañar al gran Vyasa en sus digresiones. Atravesada por un aliento de profunda poesía, esta epopeya fi- gura desde hace mucho tiempo entre las obras maestras de la lite- ratura universal. Pero para los hindúes el Mahabharata es mucho más: representa una parte de su alma, pues el poema continúa hoy en su espíritu tan vivo como lo estaba en los tiempos en que vivía Vyasa, rodeado por sus discípulos, a orillas del Ganges. Verdade- ramente, para la cultura india la epopeya fue, y sigue siendo en la actualidad, lo que había predicho Brahma, el creador: «El Maha- bharata será la fuente de agua viva de los poetas». Esta obra es incluso más, pues si los poetas han extraído de ella su inspiración para innumerables poemas, novelas y obras de tea- tro; si los pensadores han desarrollado desde ella sus discursos mo- rales y filosóficos; si los legisladores y los hombres de Estado han recogido múltiples reglas para su acción política y social, una am- plia mayoría del pueblo hindú tiene asimilada esta historia en su vi- da cotidiana y toma a sus héroes como modelos de conducta. Desde su infancia, los indios se sumergen en la atmósfera ma- ravillosa del Mahabharata y del Ramayana gracias a los cuentos que escuchan a sus madres. La influencia prosigue en la escuela, donde los jóvenes aprenden a leer y a escribir con textos tomados de estas epopeyas. Luego los frecuentan toda su vida al asistir a las fiestas y a los espectáculos populares. En nuestros días, las pe- lículas y la radio retoman constantemente sus temas. Las dos epo- peyas forman así el telón de fondo de la cultura india. La India mo- derna se llama, tanto en sánscrito como en las lenguas modernas de la India, Bharata, por el nombre del rey mítico Bharata de quien la epopeya toma su nombre. De esta manera, una sutil y permanente comunión se estable- ce a través de los siglos entre los personajes del Mahabharata, el autor de la epopeya y los hombres de hoy. En todo caso, cualquier profundización en la cultura india pasa necesariamente por el co- nocimiento de esta obra fundacional. 9
  • 6. El famoso escritor indio contemporáneo Chakravarti rajago- palachari, autor de presentaciones narrativas del Ramayana y del Mahabharata (Bombay 1993 y 1996), género muy popular en los países anglosajones y en la misma India, declara: «Quien lea mi Ramayana y su gemelo, el Mahabharata, aprenderá sobre mi país tanto como pasando un año en la India». Obra eminentemente popular, que sale del pueblo y vuelve a él, con la que los indios siempre se han identificado y en la que si- guen reconociéndose, el Mahabharata constituye una de las me- jores imágenes de los indios y de la India. La India en tiempos del Mahabharata. Ganges
  • 8. PrÓLOGO Parashara, célebre ermitaño y futuro padre de Vyasa, debía su fama a los poderes que había adquirido gracias a tremendas aus- teridades. Un día quiso atravesar el río yamuna. Su mirada buscó una bar- ca y precisamente allí se hallaba Satyavati, la hija de uno de los re- yes de los pescadores. Con ojos risueños, pero agarrando con ma- no firme el timón y los remos, ofreció sus servicios al viajero, que subió al bote. La travesía era larga. El ermitaño contempló a Sat- yavati, que conocía su oficio y lo ejercía con elegancia. Parashara parecía abstraído. De pronto, se acercó a ella con estas palabras: –Satyavati, elegida entre todas, acepta mi amor. La joven lo miró con más atención; el ermitaño no le pareció ni viejo ni feo. –¿Cómo voy a aceptar –le preguntó–, si pueden vernos desde las dos orillas del río? –No tienes nada que temer –le garantizó el ermitaño. y, con su poder mágico, hizo surgir una niebla tan espesa que ni la misma noche, que estaba a punto de caer, fue capaz de atravesarla. Satyavati se sonrojó, bajó los ojos y murmuró: –Soy una doncella. ¿Cómo podría volver a casa de mi padre sin haber realizado los santos ritos del matrimonio? Parashara reflexionó. –Seguirás tan pura como antes –declaró–, pero tienes que con- fiarme tu más preciado deseo. –Ermitaño –replicó Satyavati–, a causa de mi oficio, mis ves- tidos y mi cara huelen a pescado. remédialo, si así lo deseas. Parashara pareció sumirse en sus pensamientos. Satyavati hizo un gesto de sorpresa: el espantoso olor que la atormentaba se había desvanecido y había quedado reemplazado 13
  • 9. por un perfume embriagador. Embelesada, besó a Parashara, y la barca se deslizó por algún tiempo sin timonel, a la deriva… Des- pués Satyavati volvió a agarrar los remos y dejó al ermitaño en la otra orilla del río yamuna. Se dijeron adiós. Parashara se alejó y desapareció en el bosque; Satyavati lo siguió un rato con la mirada y luego regresó a su bote. La barquera no sólo seguía siendo virgen, como el ermitaño le ha- bía prometido, sino que la suave emanación de su cuerpo impreg- naba el aire a su alrededor en tres leguas a la redonda. Desde en- tonces, los de su país la apodaron Ghandavati, «la Perfumada». Con alegría, pronto se dio cuenta Satyavati de que iba a ser madre. Cuando llegó el momento, dio a luz a Vyasa, que, nacido en una isla en el medio del río yamuna, recibió el apodo de Dvai- payana: «El que nació en la isla». Poco tiempo después del nacimiento de su hijo, Parashara se presentó de nuevo y, con permiso de Satyavati, se llevó al niño con él. Vyasa creció entre los ermitaños y, desde su más tierna infancia, dio muestras de que su corazón y su mente poseían elevadas cuali- dades. Más tarde, siguiendo el ejemplo paterno, se hizo a su vez er- mitaño y, poco después, abandonó el lugar de retiro de su padre y escogió otro más apartado. Sus inclinaciones y cualidades lo lleva- ron aún más lejos, y pronto fue aclamado como un gran poeta, un místico, un santo. Acudió a él gran número de discípulos y muchos veían en él una encarnación de Vishnú, el Señor supremo. En el transcurso de su larga vida, Vyasa se codeó con los más ilustres de sus contemporáneos; recibió numerosas pruebas de ad- miración y reflexionó sobre el destino de la India. Entonces conci- bió el propósito de narrar una inmensa epopeya que abarcaría todos los conocimientos acumulados acerca de su país y todas sus expe- riencias, y que estaría dedicada al bienaventurado krishna. La epopeya había tomado cuerpo en su espíritu y sentía el deber de realizarla para bien de este mundo. Pero Vyasa tropezó con una dificultad considerable: no sabía a quién dictársela, y la obra corría el riesgo de ser ignorada por las generaciones siguientes. Entonces, desde su cielo, Brahma, el Creador, observó el aprieto en el que se hallaba el asceta y se le apareció en persona. Maravillados por esta visión, Vyasa y sus discípulos juntaron las manos y se prosternaron ante Brahma. Vyasa le abrió humildemente su corazón: 14
  • 10. –Oh, Brahma, he concebido un largo poema a la gloria del bie- naventurado krishna, encarnación de Vishnú, el Señor supremo* . Serán revelados en él todos los misterios de las Escrituras y muchos otros. retomaré las Tradiciones antiguas que tratan de las diferentes edades del mundo. Haré conocer en él las reglas de las castas, las creencias, las re- ligiones, los principios de las filosofías, las dimensiones de la Tie- rra, del Sol, de la Luna y de los planetas. Las artes, las ciencias, la medicina, la gramática, la finalidad de la vida de los hombres, de los dioses y de los demonios estarán comprendidos en mi poema. La descripción de las ciudades, de las montañas, de los ríos, de los lugares elevados, de los mares, de los océanos, de las ciudades de los dioses hallarán sitio en él. Los usos y costumbres de los hombres, el arte de gobernar en todas las naciones y todos los pueblos y el de construir las ciuda- des fortificadas, todo ello lo trataré. Todo lo que en este mundo concierne a la ley de la Virtud es- tará contenido en el Mahabharata; lo que no figure no existe tam- poco en otra parte. Permíteme, Brahma, expresar un voto: que este poema sea una epopeya, que sea útil a los hombres, que les ayude a vencer a los enemigos exteriores e interiores. Sin embargo, por desgracia, no he descubierto hasta ahora a nadie que quiera y pueda escribir a mi dictado; ¿de qué servirá el poema si no puede ser transmitido a los hombres? Brahma, Creador y Padre de este mundo, le declaró: –Tu elevado nacimiento me indica que se puede dar fe a tus palabras, impregnadas de santidad. El Mahabharata será la fuen- te de agua viva de los poetas, y tu poema será digno de ser llama- do epopeya. Los que lo oigan o lo lean serán revitalizados en su marcha ha- cia la Virtud, en la búsqueda de la verdadera naturaleza del mun- do y de ellos mismos. 15 * Sobre la relación entre Vishnú, el Señor supremo, y Brahma, el Crea- dor, cf. Apéndice.
  • 11. Para bien de la humanidad, tu escriba será el mismo Ganesha, el hijo de Shiva, el Gran Dios. Piensa en él. Brahma, cuya palabra tenía fuerza de ley, se elevó después a su propio cielo y desapareció. Vyasa, fortalecido con la bendición de Brahma, dirigió su pen- samiento hacia Ganesha, y el dios con cabeza de elefante, el que levanta y el que retira los obstáculos, el protector de los escritores y de los escribas, famoso por la belleza y la rapidez de su escritu- ra, se presentó ante Vyasa. Parecía algo regordete y bonachón, pe- ro el poeta lo recibió con el respeto debido a su divinidad; le rogó que se sentara y le comunicó sus dificultades: no tenía un secreta- rio capaz de anotar correctamente y deprisa las dádivas de la ins- piración poética; él, Vyasa, no era capaz de recibirlas y escribir al mismo tiempo. Ganesha, que no emprendía nada sin antes madurar su refle- xión, deliberó largo tiempo en su interior y acabó diciendo: –Está bien, pero ten en cuenta que, una vez que comience el trabajo, no se me podrá interrumpir ni se me podrá retrasar. –Si no entiendes bien cuando te esté dictando –replicó Vyasa–, párate. De este modo, el poeta tomaba sus precauciones, al asegurar- se el concurso del protector de los escritores. –OM –profirió Ganesha, dando a entender así que estaba de acuerdo. El trabajo prometía ser largo, por lo que hicieron que les lleva- ran una cantidad importante de hojas de palmera dispuestas para la escritura. Ganesha deseaba un estilete de punta afilada, y el bienestar de los hombres le importaba tanto que no dudó en cor- tarse uno de sus colmillos del más fino marfil. y los dos se pusie- ron manos a la obra. Vyasa dictaba muy deprisa y Ganesha le seguía de cerca. A ve- ces, para darse un respiro, el poeta componía unas estrofas tan en- revesadas que hasta el ominisciente Ganesha se armaba un lío, y tenía que interrumpirse para tratar de comprenderlas. Mientras tanto, Vyasa componía tranquilamente otras estrofas. Los dos tra- bajaron así durante mucho tiempo y, cuando se detuvieron, la obra terminada estaba escrita a la perfección. Así nació el Mahabharata. 16
  • 12. Al borde de un lago sagrado, en el bosque Naimisha, cuyo nom- bre significa Lo-que-es-transitorio (el Mundo), descansaba un grupo de sabios y ermitaños. Acababan de asistir a una larga ceremonia; el tiempo se desgranaba lentamente. Por eso se pusieron tan contentos cuando divisaron a Sauti, el narrador; sabían que su saco de historias jamás se vaciaba; además, volvía de un largo viaje por la India. –Acércate, Sauti, siéntate aquí con nosotros –le invitaron sonrien- tes–. ¿Es verdad, como se rumorea, que has oído entero el Mahabhara- ta, la gran epopeya? ¿Y que has visitado los lugares que han sido tes- tigos de esas acciones únicas? Tenemos curiosidad por saberlo. Sauti saludó con deferencia a la noble asamblea y luego se aco- modó. Sin hacerse mucho de rogar, ya que era parlanchín, comenzó: –Sí, respetables ermitaños, habéis dicho la verdad. Yo he escucha- do el Mahabharata con todos los detalles; luego he ido yo mismo en pe- regrinación a los lugares donde ocurrieron los acontecimientos y he re- conocido punto por punto todas las descripciones. Me hallaba entre los invitados en la corte del rey Janamejaya, donde se desarrollaba un im- ponente sacrificio de la serpiente, cuando el Mahabharata fue cantado por el brahmán Vaishampayana, discípulo de Vyasa, el autor venerado de la epopeya. –¿Estabas presente cuando sacrificaron a la serpiente? –interrum- pieron los ermitaños–. Cuéntanos, entonces, por qué realizó el rey Ja- namejaya esta terrible ceremonia. Entonces Sauti continuó: El padre de Janamejaya era el rey Parikshit. Igual que su abue- lo Arjuna, era un valeroso guerrero y un hábil cazador. Un día que estaba al acecho en un espeso bosque, alcanzó a un ciervo con una flecha. Para su sorpresa, el disparo no mató al animal, que huyó a través de los árboles; el rey emprendió su persecución y pronto se perdió entre los matorrales. Cansado y sediento, llegó a un lugar apartado en el que, sentado al abrigo de una roca, vio a un anaco- reta en meditación. Parikshit le habló respetuosamente: –Oh brahmán, Parikshit, el rey del país, te saluda. Persigo a un ciervo herido. ¿Ha pasado por aquí? El ermitaño observaba en ese momento voto de silencio y per- maneció inmóvil, como si no hubiera oído nada. El rey repitió su pregunta varias veces. Luego, furioso, recogió con el extremo de su arco una serpiente muerta que estaba en el polvo y la puso a gui- sa de collar en el cuello de su mudo interlocutor, que no se inmutó. 17
  • 13. Extrañado por esta actitud y descontento consigo mismo, el rey regresó a la capital. Ignoraba el nombre de aquel que no se había dignado responder a un monarca. En cuanto al ermitaño, la noble- za de su corazón le impidió maldecir al rey por su impiedad. Shamika, pues así se llamaba el brahmán, tenía un hijo, Shrin- gi, también ermitaño. Este último, que era colérico e impetuoso, se hallaba ausente el día en que Parikshit había ultrajado a su pa- dre y, cuando regresó por la tarde, se enteró por un vecino de la fe- choría del rey. Enfurecido, con los ojos inyectados en sangre, profirió esta maldición: «Ese que ha colgado una serpiente muerta del cuello de mi padre, el que ha insultado a los brahmanes, que muera den- tro de siete días; que sucumba mordido por Takshaka, el príncipe de las serpientes; que el veneno de Takshaka lleve a Parikshit al país de yama, dios de la Muerte». Luego Shringi, humillado todavía hasta las lágrimas, se acercó a su padre y le contó cómo había maldecido a Parikshit: después de siete días, el cruel Takshaka hundiría al rey en el espantoso domi- nio de las tinieblas. Entonces Shamika rompió su voto de silencio: Lo que acabas de hacer, hijo, no le agrada a tu padre; quienes viven como nosotros no obran nunca movidos por la cólera. Abandona la furia antes de que ella cause tu ruina; todas las virtudes de un anacoreta son pronto aniquiladas por la ira. Mantente sereno, aprende a perdonar; sólo el Amor te traerá los bienes de este mundo y los del más allá. Vivimos en las tierras de Parikshit; el rey nos protege; ¿lo has olvidado, Shringi? Conviene que los hombres de nuestro estado perdonen las faltas del rey; nuestro bienestar depende de él. 18
  • 14. Parikshit estaba cansado y sediento, y no sabía que yo entonces guardaba voto de silencio; no me conocía, pues nunca se había encontrado conmigo. Confundido por estos justos reproches, Shringi se arrepintió de su arrebato, pero ya era demasiado tarde: la maldición, una vez pronunciada, debía cumplirse de una manera o de otra. Shamika, queriendo evitar lo peor, envió enseguida a la corte real a su discípulo preferido, un distinguido joven, y le ordenó: –Ve sin tardanza junto a nuestro monarca y adviértele de que mi hijo, considerándome insultado, lo ha maldecido. yo no tengo na- da contra el rey; lo olvidé todo en ese mismo momento. Que tenga cuidado con Takshaka, cuyo veneno consume como el fuego. El enviado de Shamika se presentó ante el rey y le transmitió el mensaje. Parikshit se acordó de su gesto irrespetuoso y se afligió doblemente, pero la idea de su propia muerte lo apenaba menos que el recuerdo de la ofensa que había infligido a Shamika. rogó al mensajero que expresara su aprecio al sabio y lo despidió. Después el rey convocó urgentemente su consejo y discutió con sus ministros las medidas que había que tomar, pues temía el veneno de Takshaka. Tras la deliberación, Parikshit ordenó que se construyera a toda prisa un palacio encaramado sobre una única co- lumna de granito pulido, y puso a su alrededor una fuerte guardia a la que dio severas consignas. Se rodeó también de numerosos mé- dicos provistos de hierbas contra la mordedura de las serpientes, y de brahmanes, dueños de fórmulas secretas y de encantamientos para enfrentarse a los reptiles. Protegido de esta manera, el rey cumplía con sus obligaciones, asistido en todo momento por varios de sus fieles consejeros. Pa- recía imposible que ningún ser vivo se le acercara. Incluso el aire tenía difícil acceso a él. El séptimo día, cierto brahmán, de nombre kashyapa, que ha- bía oído hablar de la maldición que amenazaba a Parikshit, llegó a Hastinapura, la capital, para tranquilizar al rey. Se decía: «yo cu- raré al soberano si Takshaka le muerde; ganaré mucho oro y el mérito de haber salvado la vida del monarca». 19