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LA CONTRARREVOLUCIÓN CONSERVADORA EN CHILE, 1973.
              Un análisis de la contrarrevolución autoritaria chilena.

                                       -Miguel Ángel Pardo B.-


    El conjunto particular de tradiciones de los países Latinoamericanos han perfilado
distintas vías democráticas y revolucionarias. La tradición democrática chilena vivió un
intento cuasi revolucionario con el Gobierno de la Unidad Popular que terminó siendo
rápidamente abortado, paradójicamente, por ajustarse a la tradición legalista y democrática
chilena. Es la contrarrevolución burguesa, autoritaria, la que pone fin al gobierno
constitucional de Salvador Allende, pronunciándose los militares golpistas hacia el 11 de
septiembre de 1973 como una reacción legítima -según ellos-, a fin de conducir al país
hacia sus verdaderos valores nacionales tradicionales.


    La historia nacional apela precisamente al conjunto de tradiciones de la nación como
mecanismos activadores o abortivos de los procesos sociopolíticos. Según lo anterior, basta
preguntarse: ¿cuáles serían los antecedentes de la contrarrevolución autoritaria chilena que
en 1973 puso fin, so pretexto de las tradiciones más puras de la nación, al gobierno de la
Unidad Popular?


    Si bien las respuestas al tema hacen necesaria una clara aproximación histórica a los
procesos previos al Golpe Militar de 1973, éste se sustentará fundamentalmente, y en
primera instancia, en el análisis que Alan Knight1 hace de conceptos como Tradición,
Revolución y Contrarrevolución, sin los cuales se haría sumamente difícil un acercamiento
preciso a la fáctica intervención de las FF.AA.




    Cuando se habla de Revolución y Contrarrevolución, pareciera que rápidamente se
crean imágenes contrapuestas, dicotómicas y dialécticas de conceptos referidos a procesos
histórico sociales acelerados, vertiginosos, impredecibles, por ello violentos en su dinámica

1
  Alan Knight, Revolución, democracia y populismo en América Latina, (Santiago de Chile: Centro de Estudios
Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005).


                                                                                                         1
interna y externa, pero predecibles en su producto, pues ambos dirigen fuerzas hacia un
reordenamiento mayor de las relaciones sociales y políticas, sea hacia la consecución de un
nuevo orden o hacia la retrotracción de un orden preexistente. Más allá de las posibles
diferencias entre uno y otro concepto, cabe puntualizar que, para el caso de América Latina
–a juicio de Alan Knight- tanto las revoluciones como las contrarrevoluciones hallarían
carácter en las tradiciones de las distintas regiones y pueblos, manifestados como
organismos vivos, contingentes, idiosincráticos e históricos, que evolucionan en el tiempo y
están moldeadas por un entorno temporal y espacial particular. Estas tradiciones
comprenderían una serie de mitos, propias de su género o especie, de principios,
experiencias, mitos, textos, “transcripciones”, canciones, símbolos, héroes, recuerdos,
supuestos y narrativas2. Por lo que las distintas formas de manifestación social y política al
que los pueblos latinoamericanos se inclinan a ser expresión viva de sus tradiciones, sean
estas de la nación completa o de grupos al interior de la misma nación.


        En Latinoamérica, es posible encontrar dos tipos de revoluciones, una burguesa y
otra socialista, las que movilizan fuerzas tradicionales –como ya he apuntado-, pero cuyas
ideologías son contrarias, por lo que tienden al conflicto. De manera resumida, se entiende
que la diferencia entre los dos proyectos revolucionarios tiene que ver con la forma liberal
y representativa de la democracia. Pues si bien, las revoluciones burguesas apuntan a
conseguir grados de democratización, y ampliación de los derechos cívicos, políticos, y
sociales, aspirando a vías o canales democráticos burgueses para tal objetivo, éstos
mecanismos a juicio de los socialistas, no son más que una farsa que restringe los reales
niveles de integración y participación ciudadana, al tiempo que tiende a perpetuar la
desigualdad e injusticias originadas por el mercado sustentado en las fuerzas capitalistas
burguesas, por lo cual, el repudio de la democracia liberal va acompañada por la intención
socialista de su destrucción. Para ello proponen un estado superior de democracia, más
auténticamente representativo y económicamente justo, reaccionando al “status quo”, con la
movilización de masas sociales inclinadas hacia la manifestación y generadoras de
“desorden”.

2
  Alan Knight, Revolución, democracia y populismo en América Latina, (Santiago de Chile: Centro de Estudios
Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005), 11.


                                                                                                         2
La contrarrevolución conservadora-burguesa, viendo comprometidos sus intereses
de grupo o clase, responde a la ideología socialista o marxista y a la pretensión de
alteración del orden existente, sin que éste necesariamente se haya concretado. Por lo que
su movilización de fuerzas puede definirse como reacción preventiva a los efectos de la
revolución socialista o una clara oposición y confrontación de fuerzas, usando para ello la
violencia física como recurso o herramienta combativa, resultando vencedora quien
disponga de mayores y mejores recursos a disposición, sean estas fuerzas sociales, político-
institucionales, financieros, etc.


       Más allá de las simplificadas definiciones conceptuales y las relaciones existentes
entre revoluciones y contrarrevoluciones, resultan mucho más complejas al incorporar el
concepto de tradición anteriormente acotado, al tiempo que éstos resultan ser antecedentes
directos e intervinientes en el carácter único que los movimientos revolucionarios y
contrarrevolucionarios adquieren al interior de una sociedad.


       La revolución chilena hacia el socialismo, “con olor a empanada y vino tinto”, como
se decía y aún reza para hacer memoria a la peculiar ruta hacia una revolución socialista por
vía democrática, aún es analizada con tono romántico o peyorativo en los análisis socio-
históricos, según distintas interpretaciones, pero más allá de eso, resulta ser un vivo
ejemplo de cómo se unieron los intentos por integrar políticamente a actores sociales ya
maduros: proletarios y clases medias, que lograron alcanzar protagonismo no sólo por ser
cuantitativamente numerosos, sino que cualitativamente más complejos, conscientes de su
condición y de sus necesidades materiales y espirituales, pero por sobre todo,
materializándose como una fuerza política de importancia al constituirse como base del
Gobierno de la Unidad Popular. En tal sentido, si bien conceptualmente la revolución
chilena no llegó a concretar el proyecto de transformaciones sociales y políticas a fin de
construir un Estado socialista y por ende, no llego a ser una revolución propiamente tal, sí
activó procesos de la tradición sociopolítica chilena, referidos a la circunscripción a los
mecanismos legales y democráticos que según la constitución establecía para conseguir las
transformaciones necesarias a fin de llegar al socialismo, esto paradójicamente, terminó por


                                                                                           3
sellar estrepitosamente la opción de la Unidad Popular como una alternativa válida al orden
sociopolítico chileno.


          Extrañamente, la interrupción del legítimo y legal Gobierno de la Unidad Popular,
activó otra de las tradiciones de la política nacional chilena: el pronunciamiento militar3.
Fueron las Fuerzas Armadas las que intervinieron en la política nacional, arguyendo
restaurar el orden, la moralidad y los valores nacionales. Así, se pone en marcha la
contrarrevolución autoritaria y que bien se define como tal, especialmente por su carácter
violento y transformador.


          Los antecedentes del proceso contrarrevolucionario autoritario en Chile encuentran
orígenes durante mediados del siglo XX, cuando se vio enfrentada a cambios en la
dirigencia gubernamental. Los cambios, estuvieron protagonizados por nuevos actores
políticos que representaban fundamentalmente a las clases medias4, proletarios,
campesinado, trabajadores independientes, etc., donde la polarización –Democracia
Cristiana y Unidad Popular- y las ideologías de ultra derecha e izquierda, fueron las
encargadas de friccionar y complejizar a la sociedad misma manifestada en el desarrollo
político que se vivía hacia la época.


          Junto a lo anterior, los movimientos ideológicos –muy característico en este
período-, fueron los forjadores de nuevas prácticas políticas que comenzaron a ganar
terreno en el país, llegando en un momento a predominar en las acciones de los gobiernos
que precedieron a la Dictadura; Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) y Eduardo Freí
Montalva (1964-1970), la Unidad Popular, y acentuándose profundamente en el gobierno



3
  La intervención de los militares en la política forma parte de los inicios de la República, siendo subordinados
tempranamente a la constitución en 1830 por obra de Diego Portales, durando cerca de 100 años en irrestricto apego legal
hasta la manifestación del ejército en el llamado “Ruido de Sables” en 1924, cuando la oficialidad joven se manifiesta
contrariamente a las decisiones adoptadas por el Congreso de la República, contrario a sus intereses, destacándose por
primera vez el General Carlos Ibáñez del Campo, quien más tarde nuevamente cobrara protagonismo político.
4
  Se prefiere utilizar el término “clases medias” y no el de “clase media”, para dar cuenta de la complejidad de grupos
económicos que perciben un ingresos diversos y que se desarrollan en actividades productivas variadas, pero que no
obstante, se constituyen como clase social distinta de grupos sociales de ingreso más elevado y de aquellos pauperizados,
y por otro lado, como clase social distintiva, por cuanto sus integrantes presentan características aspiracionales tendientes
a considerar su situación como temporal y en tránsito hacia la obtención de ingresos más elevados que les permitan
acceder a un estatus social superior.

                                                                                                                           4
de Salvador Allende Gossens (1970-1973), agudizando la situación de fragmentación
política de Chile en este período.


         La polarización política fue la gran característica de este período, donde los partidos
tuvieron una real primacía en su accionar, y las antiguas “transacciones” de partidos,
terminadas en Alianzas, no se dieron en estos tiempos, sino que por el contrario,
radicalizaron sus discursos5.


         El carácter de estos partidos políticos representativos de la ciudadanía, estaría
caracterizado por una fuerte ideologización, la que los haría ensimismarse en sus propias
convicciones “avanzando sin transar”, obviando su entorno político, quedando apartados
los “unos” de los “otros”. Fueron sus discursos políticos claros ejemplos de esta disyuntiva
partidista, los que expresaban una voluntad totalizante y sustantiva de lo que deseaban para
el país. En tanto, las planificaciones globales más importantes fueron, hasta 1973, la
democratacristiana y la unipopular. Ambas se autoproclamaron “revoluciones”, acentuando
con ello su propósito de alterar radicalmente la sociedad que existía.


         Las siguientes afirmaciones nos demuestran la particularidad del lenguaje utilizado:


         - Ni por un millón de votos cambiaría una coma de mi programa 6 (Eduardo Frei
Montalva, candidato democratacristiano a la presidencia, 1964).


         -A este gobierno (el de Eduardo Freí Montalva) le negaremos la sal y el agua7
(Adonis Sepúlveda, subsecretario general del partido Socialista, 1965).



5
  “Los partidos o combinaciones de partidos abandonan la posibilidad de volver al antiguo “transaccionalismo”, y se
centran en la realización completa y absoluta de sus respectivas “planificaciones globales”, (Mario Góngora). Estas son
modelos o utopías de la sociedad que se pretende plasmar, y que la cubren en todos los aspectos imaginables: políticos,
económicos, sociales, educacionales y culturales. Dichos aspectos se validan y complementan unos con otros, de modo
que no cabe prescindir de ninguno –so pena de dañar el conjunto-, afirman los “planificadores”; tampoco pueden
modificarse por transacción, ni postergarse, sin el mismo efecto negativo. No se ofrece como alternativa a los antiguos
adversarios –ahora “enemigos”- sino el inmediato sometimiento, la derrota plena, y no existe espacio ni oportunidad
para transigir ni entenderse. “Avanzar sin transar”. Gonzalo Vial Correa. Chile (1541-2000) una interpretación de su
historia política, (Santiago de Chile: Santillana, 2000), 301.
6
  Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 301.
7
  Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 301.

                                                                                                                     5
- Con Tomic (candidato presidencial de la Democracia Cristiana), ni a misa8 (Luis
Corvalán, secretario general del partido Comunista, 1970).


           La primera –la “Revolución en Libertad”- buscaba profundos “cambios
estructurales” que afectarían a puntos neurálgicos de la organización económico-social de
Chile, esto es, la actividad minera -gran minería del cobre-, la tierra -reforma agraria-, la
enseñanza -reforma educacional-, entre otros. Al comienzo, era una simple modernización
del capitalismo, en la línea de la receta anticastrista de los Estados Unidos: “La Alianza
para el Progreso”, pero luego derivaría hacia formas colectivas, si bien no estatales de
propiedad: la economía centralmente planificada.


           Paralelamente, la alianza de socialismo y comunismo, bajo nombres sucesivos –el
último de los cuales fue la Unidad Popular -UP-, planteaba una revolución marxista-
leninista pero sin violencia, “la vía pacífica”, con olor a empanadas y vino tinto9, prueba de
las tradiciones democráticas y legalistas que caracterizaban hasta ese entonces a la política
chilena. La auspiciarían el propio Salvador Allende y el Partido Comunista, ante el
completo escepticismo de la ultraizquierda. Una parte de esta última había tomado la ruta
de la violencia, considerada como una de las posibles formas de llegar al poder, sino como
la única real, siendo las otras, cuando más, complementarias, y cuando menos, ilusorias.
Para la ultraizquierda entonces, la violencia se convirtió en ingrediente plausible de la
ideología.


           Esta trascendental novedad política proviene del triunfo de la Revolución Cubana
(1959). Sus líderes, de fuerte atractivo personal, especialmente para los jóvenes –por su
propia juventud, heroísmo guerrero, rechazo de los convencionalismos, incluso en su
atuendo y apariencia física-, y decisión absoluta en orden a cambiar rápida y radicalmente
la sociedad-, popularizaban la “vía armada”. En los términos ya referidos, la declaran
inevitable y por lo tanto necesaria para que los explotados accedan a un poder efectivo.




8
    Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 301.
9
    Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 302

                                                                                            6
Esta nueva forma de concebir el “poder político”, fue llevada a cabo en Chile por el
grupo “guevarista” del MIR –Movimiento de Izquierda Revolucionaria-, el año 1965,
también se haría participe de este proceso la variante izquierdo-cristiana de Camilo Torres,
a través del MAPU -Movimiento de Acción Popular Unitaria- en el año 1969, y de la
izquierda Cristiana, IC (1971). Pero su influjo político más perentorio lo tendría el Partido
Socialista, el más importante de la Unidad Popular, cuyo control ganaría en 1971.


        Fueron las “planificaciones globales” democratacristiana o unipopular, las que
acentuaron la polarización y la crisis política. Pero el impacto del guevarismo fue óptimo,
por su proclamación de la necesidad e inevitabilidad de la violencia. Ello significa,
implícitamente –y muy luego se haría también explícito-, el rechazo de las formas
democráticas que los partidos de planificación global o ideológicos, pero no guevaristas,
habían siempre defendido.


        Esas mismas planificaciones mundiales, nacionalmente encarnadas en partidos
políticos declaradamente incompatibles, pasaron a ser reflejo de la guerra ideológica
mundial entre concepciones irreconciliables: más que una guerra de clases, una lucha de
pasiones, que destruyó para siempre                la imagen convencional del Chile moderado y
equilibrado10. El juicio que Mario Góngora hace de aquel escenario nos resulta
francamente atractivo, por cuanto su historia personal, de “idas y vueltas” en sus simpatías
políticas, sea hacia la izquierda –apoyando con su voto a Salvador Allende en sus
candidaturas anteriores a la del 1970- o hacia la derecha golpista justificando la
intervención militar de 1973, retratan distintos momentos de la escena política nacional,
que no pasan inadvertidos, por el contrario, resulta un claro ejemplo de lo ambivalente de la
política nacional en los años ´60 y ´70, o para ser más taxativos, desequilibrada y bipolar
arena política nacional.


        Las pretendidas transformaciones estructurales fueron obstaculizadas por “una
derecha conservadora en lo político y algo más liberal en lo económico”, que hasta la Ley
de Reforma Agraria iniciada por Jorge Alessandri Rodríguez (1962) y continuada por Frei
10
  Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, (Santiago de Chile:
Universitaria, 1986), 132.

                                                                                                              7
Montalva (1964), controló -a pesar de la compleja evolución sociopolítica chilena- un país
organizado en base al decadente orden tradicional hacendal, que aseguraba los votos de la
aún supuesta “masa en reposo”, que por tantos años vició la política chilena, y que la
derecha pretendía prolongar al reconocerse asimismo como la vanguardia o reserva política,
social y cultural de la nación, detonando los últimos cartuchos –¡y qué cartuchos!- a razón
que la más antigua y horrible pesadilla de la elite no se hiciese realidad: que el país
escapase de sus manos11. Por ello clamaron a que la institución más tradicional, custodia de
los valores nacionales –que son los mismos valores creados por la vieja elite oligárquica del
siglo XIX para su conservación y defensa-, quebrantara la institucionalidad republicana en
nombre de la nación y sus tradiciones. La intrincada situación entre facciones en pugna por
el control político era tal precisamente porque el gobierno de la Unidad Popular les
disputaba un terreno que durante tanto tiempo había sido el suyo: el del Estado, y el de un
“Proyecto Nacional” cuyo principal instrumento era el mismo Estado12.


         Los intentos aliancistas, cuya eficacia para formar consensos en las elites se había
probado repetidas veces se hacen cada vez más difíciles. Con esto no se hace referencia
solamente a las alianzas partidarias, sino al menos visible (y menos estudiado) mundo de
las alianzas y tolerancias al interior de la sociedad y los grupos de poder. La formación de
bloques elitarios refractarios a la alianza no se dio sólo en procesos eleccionarios y en el
Estado. Alianzas que pudieron producirse, por proyectos comunes o por tradiciones
compartidas, no llegaron a concretarse13. El análisis que Salazar y Pinto hacen en la
anterior cita dirige nuestra atención hacia las divergencias doctrinarias claramente
antagónicas que hacían irreconciliable e imposible cualquier alianza que antaño hubiera
asegurado un gobierno con amplio respaldo popular, a sabiendas que tanto la Democracia
Cristiana, como la Unidad Popular, eran representativas de las antiguas masas populares y
grupos medios, que desde 1891 con el inicio del oligárquico Gobierno Parlamentario y la
agudización del “Problema Social” en las décadas iniciales del siglo XX, formaron una
embrionaria conciencia de clase -por lo tanto el calificativo de “masas populares” era
11
   “A comienzos de la década de 1970 los procesos de reforma agraria, el fracaso del PDC, con sus contradicción entre
un programa social cuasi revolucionario y un programa económico reformador, y el triunfo de Allende, hicieron que las
elites chilenas se sintieran, quizás como nunca antes, al borde de un abismo”. Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia
Contemporánea de Chile, Tomo IV, (Santiago de Chile: LOM, 1999), 45.
12
   Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 45.
13
   Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 44.

                                                                                                                    8
adecuado-, despertando hacia los ideologizados años de 1960 como “electorado ciudadano”
demandante de plenos y crecientes derechos14 , no obstante si bien los programas políticos
tendientes a lograr cambios sociales profundos, tanto de la Unidad Popular como de la
Democracia Cristiana fueron bastante similares, pero las diferencias eran de otro orden.
Aliarse con los marxistas, revolucionarios, ateos y (se decía) armados, era para muchos de
ellos inaceptable15.


         Esta crisis política terminó con el ya conocido Golpe de Estado, realizado el 11 de
Septiembre de 1973, cercenando así la “Vía Chilena al Socialismo”. Gonzalo Vial, nos
retrata lo anteriormente expresado utilizando para ello una muy pedagógica metáfora, nos
dice que la Unidad Popular es como esas novelas gordas, a veces aburridas y a veces
entretenidas, que tienen varias tramas, que se van desarrollando paralelamente, y que
confluyen a un sólo final que, en este caso, es el golpe.16


         Siguiendo la directriz del golpe militar, la reflexión del historiador Gonzalo Vial nos
resulta práctica, pues sintetiza a través de cuatro argumentos el complejo escenario entre el
mundo civil y castrense en momentos del gobierno de la UP, al precisar que la irrupción
militar en temas netamente civiles, como lo fue el Golpe Militar de 1973, se explica por el
desprecio reaccionario que el mundo militar tiene por una autoridad incompetente que no es
capaz de establecer el orden y tranquilidad necesarias para Gobernar. Por lo mismo, las
fuerzas armadas en su rol “ordenador” habrían intervenido en el mundo civil arrojándose
sobre si mismos la función que el Estado les reservaba y por el cual fueron creadas.17


14
   Ver la tesis de: José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas, (Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1989).
15
   Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 44.
16
   Gonzalo Vial Correa, Salvador Allende: El Fracaso de Una Ilusión, (Santiago de Chile: Centro de Estudios
Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005), 153.
17
   “Allende por su parte, se cuido mucho de no inmiscuirse ni molestar a las fuerzas armadas. ¿Cómo es posible,
entonces, que hayan llegado al extremo de derribarlo a sangre y fuego? Hubo cuatro problemas que las tornaron
desafectas al gobierno. ¿Cuáles eran los problemas típicamente aptos para irritar a un militar?
           En primer término, el desorden público. El uniformado, por instinto, desprecia a la autoridad cuando ella no es
capaz de lograr que las cosas marchen ordenadas y tranquilas, que cada cual esté haciendo lo suyo en completa
normalidad.
           Enseguida, el armamento. Era notorio que todo el mundo se estaba armando en Chile, menos las fuerzas
armadas. Había un tráfico constante de armas, todavía incipiente, sin trascendencia militar, pero las cosas pequeñas van
creciendo. Hay un dicho famoso: “una pequeña inflación es como un pequeño embarazo”.
           El tercer problema, que presentaba las mismas características del anterior, era la existencia de milicias
paramilitares. Todos asimismo, tenían milicias: Patria y Libertad: el Partido Comunista (la brigada Ramona Parra); el
Partido Nacional (la brigada Rolando Matus); el Partido Socialista (la brigada Elmo Catalán); el MIR. la más numerosa

                                                                                                                        9
Estos postulados afirman y reafirman, que el Golpe Militar Contrarrevolucionario
iba “sí o sí”, terminando y finalizando con el sueño de la Unidad Popular, traduciéndose
éste, en la creación de un nuevo modelo político, económico y social, semejante al de la
URSS (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas). Aquélla ilusión sería en vano, pues,
las Fuerzas Armadas tendrían el papel antagónico y prohibitivo en la realización de dicho
proyecto gubernamental, creando posteriormente su propio proyecto “refundacional” del
Estado-Nación. Esto a sabiendas de que, en palabras da Mario Góngora, La idea cardinal
del Chile Republicano es, históricamente considerado, que es el Estado el que ha ido
configurando y afirmando la nacionalidad chilena a través de los siglos XIX y XX; y que la
finalidad del Estado es el Bien Común en todas sus dimensiones: defensa nacional, justicia,
educación, salud, fomento de la economía, protección a las actividades culturales, etc.18


         Tras el “fáctico triunfo” de la derecha, el quiebre entre el antiguo y nuevo orden
cobrará relativa identidad el 11 de marzo de 1974 en la ya conocida Declaración de
Principios del Gobierno de Chile, que exorciza la experiencia política inmediatamente
anterior al Golpe de Estado, revalorando asimismo la tradición conservadora cristiana e
hispánica sobre las cuales la nación fue fundada por la antigua elite nacional del siglo
XIX19. Por ello, el nuevo orden institucional que el mismo Gobierno Militar se encargó de
publicitar recibió el apelativo de “refundacional”. De igual forma, la nueva organización
institucional del Estado continuaba con el alejamiento de los condenados y fallidos
corporativismos del periodo de las Guerras Mundiales, puesto que tras la derrota fascista
en 1945, el corporativismo como ideología fue abandonado por la intelectualidad

y entrenada de las fuerzas paramilitares, y con el más poderoso equipo bélico. Eran todavía muy pequeñas, pero estaban
en continuo crecimiento y preocupaban a las Fuerzas Armadas.
           Nos queda la cuarta de las causas, llamémoslas coadyuvantes, que por sí solas no hubieran desatado el golpe
militar, ni tampoco juntas, o quizás lo hubieran desatado pero en ese momento. La cuarta causa fue que revivió el
marxismo-leninismo, porque los militares tenían asumidos, tenían internalizados, como dicen ahora, a los comunistas,
con las características ya señaladas, pero el guevarismo era otra cosa. El guevarismo era, y lo manifestaba con
petulancia, con majadería, un movimiento que propiciaba el enfrentamiento armado, pero no en nombre de cualquier
cosa, sino en nombre del marxismo-leninismo. El cual adquiría nuevamente la cara violenta que estaba escrita en todos
los textos, pero semiolvidada, sobre todo por la conducta pacifica durante cuarenta años de los adherentes chilenos más
conocidos, los comunistas”. Gonzalo Vial Correa, “Salvador Allende,” 153.
18
   Mario Góngora, “Ensayo histórico,” 134.
19
   “Condenaba explícitamente el marxismo y el estatismo en general, proclamaba el respeto por el cristianismo y su
concepción del hombre y de la sociedad, acentuaba “la tradición cristiana e hispánica”, el nacionalismo más como una
actitud que como una ideología; marcaba la afirmación de comunidades tales como la familia y los cuerpos intermedio
(“el poder social”, “de origen hispánico”, como decía textualmente el documento)”. Mario Góngora, “Ensayo histórico,”
260.

                                                                                                                   10
derechista. Mas a partir de 1970, el liderazgo de la lucha ideológica contra la izquierda
marxista queda en manos del Movimiento Gremialista. Al decir esto, nuevamente se habla
sólo de “política”. (…)Como antídoto al quiebre que parece precipitarse, comienza a
delinearse un nuevo proyecto de unidad nacional, conservador y autoritario en lo político,
neoliberal en lo económico y con un fuerte discurso anti-partidos.20


         Los nuevos bríos por crear un orden institucional que “recalibrara” la República
corrompida por el “cáncer marxista”, tuvo al mismo Augusto Pinochet Ugarte, quien
encabezó, junto a las demás Fuerzas Armadas -Aviación, Marina- y a Carabineros de Chile,
la misión en primera instancia de restaurar el orden, patente en la Declaración de
Principios del Gobierno Militar hacia 1974, y tras el Discurso en Chacarillas en 1977, la
clara intención de concretizar su mandato en un “Nuevo Proyecto Nacional” . No obstante,
en aquel primer momento, habiendo finalizado el Golpe Militar se instauró una junta militar
transitoria21, siendo partícipes la totalidad de las ramas castrenses, las que tendrían la
misión de gobernar nuestra nación. La dirigencia estuvo puesta en los hombros de Augusto
Pinochet, quien fue el caudillo de esta junta militar, teniendo el control del Estado, donde el
orden imperativo caracterizaría el nuevo modelo político, económico y social instaurado
por él22.


         En cuanto a la visión económica mostró que el diagnóstico de los "Chicago Boys"23
era el elemento teórico más serio del proyecto histórico que se estaba configurando. Se
adoptó para ello el sistema económico neoliberal impulsado por ellos , que ingresaron al



20
   Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 45
21
   “El viraje que transformó el gobierno militar de ser una instancia transitoria a una de carácter fundacional en torno a
la figura de Augusto Pinochet, tuvo su consagración jurídica el 4 de diciembre de 1974 cuando el Decreto-Ley Nº 788
confirió a la Junta de Gobierno la potestad de modificar a su arbitrio y retroactivamente la carta fundamental de 1925.
Pero ya antes Pinochet había logrado convertirse en el hombre fuerte alrededor del cual giraría la nueva
institucionalidad. El 26 de junio de 1974 (Decreto-Ley Nº 527), Pinochet pasaba a ser cabeza del Ejecutivo con el título
de Jefe Supremo de la Nación. En diciembre del mismo año se cambiaría la denominación de su cargo por la tradicional
de Presidente de la República”. Cristián Gazmuri, “El lugar de Pinochet en la Historia. Una Interpretación política de la
experiencia autoritaria”, en La Tercera, 12 septiembre 1999, 3.
22
   “Por su parte, la Junta de Gobierno asumiría las funciones de Poder Legislativo y Constituyente. Pinochet gobernaría
por casi una década sin oposición popular importante. Esto fue resultado de una combinación entre dura represión
política, éxito económico, apoyo político de la derecha y su capacidad de mantener el control de las Fuerzas Armadas.”
Cristián Gazmuri, “El lugar de Pinochet en la Historia”, 3
23
   Estos fueron jóvenes egresados de economía en la Universidad Católica de Chile, con postgrado la mayoría de ellos en
la Universidad de Chicago. por lo que se les llamaría Chicago Boys.

                                                                                                                      11
régimen militar en 1975, con Jorge Cauas en el Ministerio de Hacienda, Sergio de Castro
(líder de los Chicago) en el Ministerio de Economía y Pablo Barahona en el Banco Central.


       Se imponía así un modelo transitorio de liberalismo económico y autoritarismo
político. Esta era una combinación que fue presentada como necesaria, insistiéndose que sin
el autoritarismo militar el experimento neoliberal –que significaba una verdadera
revolución- no hubiera podido llevarse a cabo.


       El elemento militar serviría a Pinochet para mantener el "control de la situación
contingente" y su presencia en cargos públicos conseguía, al mismo tiempo, que los
militares siguieran fieles al que consideraban "su gobierno”. La implementación de la
relación gobierno-Fuerzas Armadas fue uno de los mayores rasgos de habilidad de
Pinochet, basando este autoritarismo en una alianza militar-tecnocrática.


       Augusto Pinochet, ya como Jefe Supremo de la Nación en 1974, tomó decisiones
trascendentales en la construcción de un “Nuevo Proyecto Nacional”, entre las que
destacaron el revolucionario modelo económico –neoliberal- para el país, que tras su
exitosa implementación recibió el rotulo de “El Milagro Chileno”, y aquella referida a la
construcción de un nuevo orden institucional y sociopolítico de tipo estructural, utilizando
sistemáticamente un mecanismo de “poder” tendiente a legitimar y legalizar su praxis.
Tales transformaciones, aseguradas en la Constitución de 1980, terminaros por gozar de
ciertos “candados” legales, asegurándose así los militares que cualquier intento de
transformación de su proyecto o retrotracción hacia ideas antagónicas a su
Contrarrevolución refundacional fuesen estériles, al tiempo que se prevenían cualquier
amenaza a la institución militar y los posicionaba como actores decisivos de la política
chilena. Algo que más tarde quedaría constatado con los Boinazos de los ´90, los senadores
designados –donde el mismo Pinochet termino por convertirse en senador vitalicio- y en la
perfección del sistema neoliberal, que fue el aspecto más proyectual de su gobierno y el
más trascendental desde el punto de vista social, al ser visto como un mecanismo
democratizador y de participación de la sociedad, basada en la libre decisión de los
individuos sobre el consumo.


                                                                                         12
BIBLIOGRAFÍA


-   Gazmuri, Cristián. “El lugar de Pinochet en la Historia. Una Interpretación política
    de la experiencia autoritaria”. En La Tercera, 12 septiembre 1999.


-   Góngora, Mario. Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos
    XIX y XX. Santiago de Chile: Universitaria, 1986.


-   Knight, Alan. Revolución, democracia y populismo en América Latina. Santiago de
    Chile: Centro de Estudios Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005.


-   Ortega y Gasset, José. La Rebelión de las Masas. Santiago de Chile: Editorial
    Andrés Bello, 1989.


-   Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV.
    Santiago de Chile: LOM, 1999.


-   Vial Correa, Gonzalo. Chile (1541-2000) una interpretación de su historia política.
    Santiago de Chile: Santillana, 2000.


-   Vial Correa, Gonzalo. Salvador Allende: El Fracaso de Una Ilusión. Santiago de
    Chile: Centro de Estudios Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005.




                                                                                     13

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La contrarevolución conservadora en chile 1973

  • 1. LA CONTRARREVOLUCIÓN CONSERVADORA EN CHILE, 1973. Un análisis de la contrarrevolución autoritaria chilena. -Miguel Ángel Pardo B.- El conjunto particular de tradiciones de los países Latinoamericanos han perfilado distintas vías democráticas y revolucionarias. La tradición democrática chilena vivió un intento cuasi revolucionario con el Gobierno de la Unidad Popular que terminó siendo rápidamente abortado, paradójicamente, por ajustarse a la tradición legalista y democrática chilena. Es la contrarrevolución burguesa, autoritaria, la que pone fin al gobierno constitucional de Salvador Allende, pronunciándose los militares golpistas hacia el 11 de septiembre de 1973 como una reacción legítima -según ellos-, a fin de conducir al país hacia sus verdaderos valores nacionales tradicionales. La historia nacional apela precisamente al conjunto de tradiciones de la nación como mecanismos activadores o abortivos de los procesos sociopolíticos. Según lo anterior, basta preguntarse: ¿cuáles serían los antecedentes de la contrarrevolución autoritaria chilena que en 1973 puso fin, so pretexto de las tradiciones más puras de la nación, al gobierno de la Unidad Popular? Si bien las respuestas al tema hacen necesaria una clara aproximación histórica a los procesos previos al Golpe Militar de 1973, éste se sustentará fundamentalmente, y en primera instancia, en el análisis que Alan Knight1 hace de conceptos como Tradición, Revolución y Contrarrevolución, sin los cuales se haría sumamente difícil un acercamiento preciso a la fáctica intervención de las FF.AA. Cuando se habla de Revolución y Contrarrevolución, pareciera que rápidamente se crean imágenes contrapuestas, dicotómicas y dialécticas de conceptos referidos a procesos histórico sociales acelerados, vertiginosos, impredecibles, por ello violentos en su dinámica 1 Alan Knight, Revolución, democracia y populismo en América Latina, (Santiago de Chile: Centro de Estudios Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005). 1
  • 2. interna y externa, pero predecibles en su producto, pues ambos dirigen fuerzas hacia un reordenamiento mayor de las relaciones sociales y políticas, sea hacia la consecución de un nuevo orden o hacia la retrotracción de un orden preexistente. Más allá de las posibles diferencias entre uno y otro concepto, cabe puntualizar que, para el caso de América Latina –a juicio de Alan Knight- tanto las revoluciones como las contrarrevoluciones hallarían carácter en las tradiciones de las distintas regiones y pueblos, manifestados como organismos vivos, contingentes, idiosincráticos e históricos, que evolucionan en el tiempo y están moldeadas por un entorno temporal y espacial particular. Estas tradiciones comprenderían una serie de mitos, propias de su género o especie, de principios, experiencias, mitos, textos, “transcripciones”, canciones, símbolos, héroes, recuerdos, supuestos y narrativas2. Por lo que las distintas formas de manifestación social y política al que los pueblos latinoamericanos se inclinan a ser expresión viva de sus tradiciones, sean estas de la nación completa o de grupos al interior de la misma nación. En Latinoamérica, es posible encontrar dos tipos de revoluciones, una burguesa y otra socialista, las que movilizan fuerzas tradicionales –como ya he apuntado-, pero cuyas ideologías son contrarias, por lo que tienden al conflicto. De manera resumida, se entiende que la diferencia entre los dos proyectos revolucionarios tiene que ver con la forma liberal y representativa de la democracia. Pues si bien, las revoluciones burguesas apuntan a conseguir grados de democratización, y ampliación de los derechos cívicos, políticos, y sociales, aspirando a vías o canales democráticos burgueses para tal objetivo, éstos mecanismos a juicio de los socialistas, no son más que una farsa que restringe los reales niveles de integración y participación ciudadana, al tiempo que tiende a perpetuar la desigualdad e injusticias originadas por el mercado sustentado en las fuerzas capitalistas burguesas, por lo cual, el repudio de la democracia liberal va acompañada por la intención socialista de su destrucción. Para ello proponen un estado superior de democracia, más auténticamente representativo y económicamente justo, reaccionando al “status quo”, con la movilización de masas sociales inclinadas hacia la manifestación y generadoras de “desorden”. 2 Alan Knight, Revolución, democracia y populismo en América Latina, (Santiago de Chile: Centro de Estudios Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005), 11. 2
  • 3. La contrarrevolución conservadora-burguesa, viendo comprometidos sus intereses de grupo o clase, responde a la ideología socialista o marxista y a la pretensión de alteración del orden existente, sin que éste necesariamente se haya concretado. Por lo que su movilización de fuerzas puede definirse como reacción preventiva a los efectos de la revolución socialista o una clara oposición y confrontación de fuerzas, usando para ello la violencia física como recurso o herramienta combativa, resultando vencedora quien disponga de mayores y mejores recursos a disposición, sean estas fuerzas sociales, político- institucionales, financieros, etc. Más allá de las simplificadas definiciones conceptuales y las relaciones existentes entre revoluciones y contrarrevoluciones, resultan mucho más complejas al incorporar el concepto de tradición anteriormente acotado, al tiempo que éstos resultan ser antecedentes directos e intervinientes en el carácter único que los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios adquieren al interior de una sociedad. La revolución chilena hacia el socialismo, “con olor a empanada y vino tinto”, como se decía y aún reza para hacer memoria a la peculiar ruta hacia una revolución socialista por vía democrática, aún es analizada con tono romántico o peyorativo en los análisis socio- históricos, según distintas interpretaciones, pero más allá de eso, resulta ser un vivo ejemplo de cómo se unieron los intentos por integrar políticamente a actores sociales ya maduros: proletarios y clases medias, que lograron alcanzar protagonismo no sólo por ser cuantitativamente numerosos, sino que cualitativamente más complejos, conscientes de su condición y de sus necesidades materiales y espirituales, pero por sobre todo, materializándose como una fuerza política de importancia al constituirse como base del Gobierno de la Unidad Popular. En tal sentido, si bien conceptualmente la revolución chilena no llegó a concretar el proyecto de transformaciones sociales y políticas a fin de construir un Estado socialista y por ende, no llego a ser una revolución propiamente tal, sí activó procesos de la tradición sociopolítica chilena, referidos a la circunscripción a los mecanismos legales y democráticos que según la constitución establecía para conseguir las transformaciones necesarias a fin de llegar al socialismo, esto paradójicamente, terminó por 3
  • 4. sellar estrepitosamente la opción de la Unidad Popular como una alternativa válida al orden sociopolítico chileno. Extrañamente, la interrupción del legítimo y legal Gobierno de la Unidad Popular, activó otra de las tradiciones de la política nacional chilena: el pronunciamiento militar3. Fueron las Fuerzas Armadas las que intervinieron en la política nacional, arguyendo restaurar el orden, la moralidad y los valores nacionales. Así, se pone en marcha la contrarrevolución autoritaria y que bien se define como tal, especialmente por su carácter violento y transformador. Los antecedentes del proceso contrarrevolucionario autoritario en Chile encuentran orígenes durante mediados del siglo XX, cuando se vio enfrentada a cambios en la dirigencia gubernamental. Los cambios, estuvieron protagonizados por nuevos actores políticos que representaban fundamentalmente a las clases medias4, proletarios, campesinado, trabajadores independientes, etc., donde la polarización –Democracia Cristiana y Unidad Popular- y las ideologías de ultra derecha e izquierda, fueron las encargadas de friccionar y complejizar a la sociedad misma manifestada en el desarrollo político que se vivía hacia la época. Junto a lo anterior, los movimientos ideológicos –muy característico en este período-, fueron los forjadores de nuevas prácticas políticas que comenzaron a ganar terreno en el país, llegando en un momento a predominar en las acciones de los gobiernos que precedieron a la Dictadura; Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) y Eduardo Freí Montalva (1964-1970), la Unidad Popular, y acentuándose profundamente en el gobierno 3 La intervención de los militares en la política forma parte de los inicios de la República, siendo subordinados tempranamente a la constitución en 1830 por obra de Diego Portales, durando cerca de 100 años en irrestricto apego legal hasta la manifestación del ejército en el llamado “Ruido de Sables” en 1924, cuando la oficialidad joven se manifiesta contrariamente a las decisiones adoptadas por el Congreso de la República, contrario a sus intereses, destacándose por primera vez el General Carlos Ibáñez del Campo, quien más tarde nuevamente cobrara protagonismo político. 4 Se prefiere utilizar el término “clases medias” y no el de “clase media”, para dar cuenta de la complejidad de grupos económicos que perciben un ingresos diversos y que se desarrollan en actividades productivas variadas, pero que no obstante, se constituyen como clase social distinta de grupos sociales de ingreso más elevado y de aquellos pauperizados, y por otro lado, como clase social distintiva, por cuanto sus integrantes presentan características aspiracionales tendientes a considerar su situación como temporal y en tránsito hacia la obtención de ingresos más elevados que les permitan acceder a un estatus social superior. 4
  • 5. de Salvador Allende Gossens (1970-1973), agudizando la situación de fragmentación política de Chile en este período. La polarización política fue la gran característica de este período, donde los partidos tuvieron una real primacía en su accionar, y las antiguas “transacciones” de partidos, terminadas en Alianzas, no se dieron en estos tiempos, sino que por el contrario, radicalizaron sus discursos5. El carácter de estos partidos políticos representativos de la ciudadanía, estaría caracterizado por una fuerte ideologización, la que los haría ensimismarse en sus propias convicciones “avanzando sin transar”, obviando su entorno político, quedando apartados los “unos” de los “otros”. Fueron sus discursos políticos claros ejemplos de esta disyuntiva partidista, los que expresaban una voluntad totalizante y sustantiva de lo que deseaban para el país. En tanto, las planificaciones globales más importantes fueron, hasta 1973, la democratacristiana y la unipopular. Ambas se autoproclamaron “revoluciones”, acentuando con ello su propósito de alterar radicalmente la sociedad que existía. Las siguientes afirmaciones nos demuestran la particularidad del lenguaje utilizado: - Ni por un millón de votos cambiaría una coma de mi programa 6 (Eduardo Frei Montalva, candidato democratacristiano a la presidencia, 1964). -A este gobierno (el de Eduardo Freí Montalva) le negaremos la sal y el agua7 (Adonis Sepúlveda, subsecretario general del partido Socialista, 1965). 5 “Los partidos o combinaciones de partidos abandonan la posibilidad de volver al antiguo “transaccionalismo”, y se centran en la realización completa y absoluta de sus respectivas “planificaciones globales”, (Mario Góngora). Estas son modelos o utopías de la sociedad que se pretende plasmar, y que la cubren en todos los aspectos imaginables: políticos, económicos, sociales, educacionales y culturales. Dichos aspectos se validan y complementan unos con otros, de modo que no cabe prescindir de ninguno –so pena de dañar el conjunto-, afirman los “planificadores”; tampoco pueden modificarse por transacción, ni postergarse, sin el mismo efecto negativo. No se ofrece como alternativa a los antiguos adversarios –ahora “enemigos”- sino el inmediato sometimiento, la derrota plena, y no existe espacio ni oportunidad para transigir ni entenderse. “Avanzar sin transar”. Gonzalo Vial Correa. Chile (1541-2000) una interpretación de su historia política, (Santiago de Chile: Santillana, 2000), 301. 6 Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 301. 7 Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 301. 5
  • 6. - Con Tomic (candidato presidencial de la Democracia Cristiana), ni a misa8 (Luis Corvalán, secretario general del partido Comunista, 1970). La primera –la “Revolución en Libertad”- buscaba profundos “cambios estructurales” que afectarían a puntos neurálgicos de la organización económico-social de Chile, esto es, la actividad minera -gran minería del cobre-, la tierra -reforma agraria-, la enseñanza -reforma educacional-, entre otros. Al comienzo, era una simple modernización del capitalismo, en la línea de la receta anticastrista de los Estados Unidos: “La Alianza para el Progreso”, pero luego derivaría hacia formas colectivas, si bien no estatales de propiedad: la economía centralmente planificada. Paralelamente, la alianza de socialismo y comunismo, bajo nombres sucesivos –el último de los cuales fue la Unidad Popular -UP-, planteaba una revolución marxista- leninista pero sin violencia, “la vía pacífica”, con olor a empanadas y vino tinto9, prueba de las tradiciones democráticas y legalistas que caracterizaban hasta ese entonces a la política chilena. La auspiciarían el propio Salvador Allende y el Partido Comunista, ante el completo escepticismo de la ultraizquierda. Una parte de esta última había tomado la ruta de la violencia, considerada como una de las posibles formas de llegar al poder, sino como la única real, siendo las otras, cuando más, complementarias, y cuando menos, ilusorias. Para la ultraizquierda entonces, la violencia se convirtió en ingrediente plausible de la ideología. Esta trascendental novedad política proviene del triunfo de la Revolución Cubana (1959). Sus líderes, de fuerte atractivo personal, especialmente para los jóvenes –por su propia juventud, heroísmo guerrero, rechazo de los convencionalismos, incluso en su atuendo y apariencia física-, y decisión absoluta en orden a cambiar rápida y radicalmente la sociedad-, popularizaban la “vía armada”. En los términos ya referidos, la declaran inevitable y por lo tanto necesaria para que los explotados accedan a un poder efectivo. 8 Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 301. 9 Gonzalo Vial Correa, “Chile (1541-2000),” 302 6
  • 7. Esta nueva forma de concebir el “poder político”, fue llevada a cabo en Chile por el grupo “guevarista” del MIR –Movimiento de Izquierda Revolucionaria-, el año 1965, también se haría participe de este proceso la variante izquierdo-cristiana de Camilo Torres, a través del MAPU -Movimiento de Acción Popular Unitaria- en el año 1969, y de la izquierda Cristiana, IC (1971). Pero su influjo político más perentorio lo tendría el Partido Socialista, el más importante de la Unidad Popular, cuyo control ganaría en 1971. Fueron las “planificaciones globales” democratacristiana o unipopular, las que acentuaron la polarización y la crisis política. Pero el impacto del guevarismo fue óptimo, por su proclamación de la necesidad e inevitabilidad de la violencia. Ello significa, implícitamente –y muy luego se haría también explícito-, el rechazo de las formas democráticas que los partidos de planificación global o ideológicos, pero no guevaristas, habían siempre defendido. Esas mismas planificaciones mundiales, nacionalmente encarnadas en partidos políticos declaradamente incompatibles, pasaron a ser reflejo de la guerra ideológica mundial entre concepciones irreconciliables: más que una guerra de clases, una lucha de pasiones, que destruyó para siempre la imagen convencional del Chile moderado y equilibrado10. El juicio que Mario Góngora hace de aquel escenario nos resulta francamente atractivo, por cuanto su historia personal, de “idas y vueltas” en sus simpatías políticas, sea hacia la izquierda –apoyando con su voto a Salvador Allende en sus candidaturas anteriores a la del 1970- o hacia la derecha golpista justificando la intervención militar de 1973, retratan distintos momentos de la escena política nacional, que no pasan inadvertidos, por el contrario, resulta un claro ejemplo de lo ambivalente de la política nacional en los años ´60 y ´70, o para ser más taxativos, desequilibrada y bipolar arena política nacional. Las pretendidas transformaciones estructurales fueron obstaculizadas por “una derecha conservadora en lo político y algo más liberal en lo económico”, que hasta la Ley de Reforma Agraria iniciada por Jorge Alessandri Rodríguez (1962) y continuada por Frei 10 Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, (Santiago de Chile: Universitaria, 1986), 132. 7
  • 8. Montalva (1964), controló -a pesar de la compleja evolución sociopolítica chilena- un país organizado en base al decadente orden tradicional hacendal, que aseguraba los votos de la aún supuesta “masa en reposo”, que por tantos años vició la política chilena, y que la derecha pretendía prolongar al reconocerse asimismo como la vanguardia o reserva política, social y cultural de la nación, detonando los últimos cartuchos –¡y qué cartuchos!- a razón que la más antigua y horrible pesadilla de la elite no se hiciese realidad: que el país escapase de sus manos11. Por ello clamaron a que la institución más tradicional, custodia de los valores nacionales –que son los mismos valores creados por la vieja elite oligárquica del siglo XIX para su conservación y defensa-, quebrantara la institucionalidad republicana en nombre de la nación y sus tradiciones. La intrincada situación entre facciones en pugna por el control político era tal precisamente porque el gobierno de la Unidad Popular les disputaba un terreno que durante tanto tiempo había sido el suyo: el del Estado, y el de un “Proyecto Nacional” cuyo principal instrumento era el mismo Estado12. Los intentos aliancistas, cuya eficacia para formar consensos en las elites se había probado repetidas veces se hacen cada vez más difíciles. Con esto no se hace referencia solamente a las alianzas partidarias, sino al menos visible (y menos estudiado) mundo de las alianzas y tolerancias al interior de la sociedad y los grupos de poder. La formación de bloques elitarios refractarios a la alianza no se dio sólo en procesos eleccionarios y en el Estado. Alianzas que pudieron producirse, por proyectos comunes o por tradiciones compartidas, no llegaron a concretarse13. El análisis que Salazar y Pinto hacen en la anterior cita dirige nuestra atención hacia las divergencias doctrinarias claramente antagónicas que hacían irreconciliable e imposible cualquier alianza que antaño hubiera asegurado un gobierno con amplio respaldo popular, a sabiendas que tanto la Democracia Cristiana, como la Unidad Popular, eran representativas de las antiguas masas populares y grupos medios, que desde 1891 con el inicio del oligárquico Gobierno Parlamentario y la agudización del “Problema Social” en las décadas iniciales del siglo XX, formaron una embrionaria conciencia de clase -por lo tanto el calificativo de “masas populares” era 11 “A comienzos de la década de 1970 los procesos de reforma agraria, el fracaso del PDC, con sus contradicción entre un programa social cuasi revolucionario y un programa económico reformador, y el triunfo de Allende, hicieron que las elites chilenas se sintieran, quizás como nunca antes, al borde de un abismo”. Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, (Santiago de Chile: LOM, 1999), 45. 12 Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 45. 13 Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 44. 8
  • 9. adecuado-, despertando hacia los ideologizados años de 1960 como “electorado ciudadano” demandante de plenos y crecientes derechos14 , no obstante si bien los programas políticos tendientes a lograr cambios sociales profundos, tanto de la Unidad Popular como de la Democracia Cristiana fueron bastante similares, pero las diferencias eran de otro orden. Aliarse con los marxistas, revolucionarios, ateos y (se decía) armados, era para muchos de ellos inaceptable15. Esta crisis política terminó con el ya conocido Golpe de Estado, realizado el 11 de Septiembre de 1973, cercenando así la “Vía Chilena al Socialismo”. Gonzalo Vial, nos retrata lo anteriormente expresado utilizando para ello una muy pedagógica metáfora, nos dice que la Unidad Popular es como esas novelas gordas, a veces aburridas y a veces entretenidas, que tienen varias tramas, que se van desarrollando paralelamente, y que confluyen a un sólo final que, en este caso, es el golpe.16 Siguiendo la directriz del golpe militar, la reflexión del historiador Gonzalo Vial nos resulta práctica, pues sintetiza a través de cuatro argumentos el complejo escenario entre el mundo civil y castrense en momentos del gobierno de la UP, al precisar que la irrupción militar en temas netamente civiles, como lo fue el Golpe Militar de 1973, se explica por el desprecio reaccionario que el mundo militar tiene por una autoridad incompetente que no es capaz de establecer el orden y tranquilidad necesarias para Gobernar. Por lo mismo, las fuerzas armadas en su rol “ordenador” habrían intervenido en el mundo civil arrojándose sobre si mismos la función que el Estado les reservaba y por el cual fueron creadas.17 14 Ver la tesis de: José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas, (Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1989). 15 Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 44. 16 Gonzalo Vial Correa, Salvador Allende: El Fracaso de Una Ilusión, (Santiago de Chile: Centro de Estudios Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005), 153. 17 “Allende por su parte, se cuido mucho de no inmiscuirse ni molestar a las fuerzas armadas. ¿Cómo es posible, entonces, que hayan llegado al extremo de derribarlo a sangre y fuego? Hubo cuatro problemas que las tornaron desafectas al gobierno. ¿Cuáles eran los problemas típicamente aptos para irritar a un militar? En primer término, el desorden público. El uniformado, por instinto, desprecia a la autoridad cuando ella no es capaz de lograr que las cosas marchen ordenadas y tranquilas, que cada cual esté haciendo lo suyo en completa normalidad. Enseguida, el armamento. Era notorio que todo el mundo se estaba armando en Chile, menos las fuerzas armadas. Había un tráfico constante de armas, todavía incipiente, sin trascendencia militar, pero las cosas pequeñas van creciendo. Hay un dicho famoso: “una pequeña inflación es como un pequeño embarazo”. El tercer problema, que presentaba las mismas características del anterior, era la existencia de milicias paramilitares. Todos asimismo, tenían milicias: Patria y Libertad: el Partido Comunista (la brigada Ramona Parra); el Partido Nacional (la brigada Rolando Matus); el Partido Socialista (la brigada Elmo Catalán); el MIR. la más numerosa 9
  • 10. Estos postulados afirman y reafirman, que el Golpe Militar Contrarrevolucionario iba “sí o sí”, terminando y finalizando con el sueño de la Unidad Popular, traduciéndose éste, en la creación de un nuevo modelo político, económico y social, semejante al de la URSS (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas). Aquélla ilusión sería en vano, pues, las Fuerzas Armadas tendrían el papel antagónico y prohibitivo en la realización de dicho proyecto gubernamental, creando posteriormente su propio proyecto “refundacional” del Estado-Nación. Esto a sabiendas de que, en palabras da Mario Góngora, La idea cardinal del Chile Republicano es, históricamente considerado, que es el Estado el que ha ido configurando y afirmando la nacionalidad chilena a través de los siglos XIX y XX; y que la finalidad del Estado es el Bien Común en todas sus dimensiones: defensa nacional, justicia, educación, salud, fomento de la economía, protección a las actividades culturales, etc.18 Tras el “fáctico triunfo” de la derecha, el quiebre entre el antiguo y nuevo orden cobrará relativa identidad el 11 de marzo de 1974 en la ya conocida Declaración de Principios del Gobierno de Chile, que exorciza la experiencia política inmediatamente anterior al Golpe de Estado, revalorando asimismo la tradición conservadora cristiana e hispánica sobre las cuales la nación fue fundada por la antigua elite nacional del siglo XIX19. Por ello, el nuevo orden institucional que el mismo Gobierno Militar se encargó de publicitar recibió el apelativo de “refundacional”. De igual forma, la nueva organización institucional del Estado continuaba con el alejamiento de los condenados y fallidos corporativismos del periodo de las Guerras Mundiales, puesto que tras la derrota fascista en 1945, el corporativismo como ideología fue abandonado por la intelectualidad y entrenada de las fuerzas paramilitares, y con el más poderoso equipo bélico. Eran todavía muy pequeñas, pero estaban en continuo crecimiento y preocupaban a las Fuerzas Armadas. Nos queda la cuarta de las causas, llamémoslas coadyuvantes, que por sí solas no hubieran desatado el golpe militar, ni tampoco juntas, o quizás lo hubieran desatado pero en ese momento. La cuarta causa fue que revivió el marxismo-leninismo, porque los militares tenían asumidos, tenían internalizados, como dicen ahora, a los comunistas, con las características ya señaladas, pero el guevarismo era otra cosa. El guevarismo era, y lo manifestaba con petulancia, con majadería, un movimiento que propiciaba el enfrentamiento armado, pero no en nombre de cualquier cosa, sino en nombre del marxismo-leninismo. El cual adquiría nuevamente la cara violenta que estaba escrita en todos los textos, pero semiolvidada, sobre todo por la conducta pacifica durante cuarenta años de los adherentes chilenos más conocidos, los comunistas”. Gonzalo Vial Correa, “Salvador Allende,” 153. 18 Mario Góngora, “Ensayo histórico,” 134. 19 “Condenaba explícitamente el marxismo y el estatismo en general, proclamaba el respeto por el cristianismo y su concepción del hombre y de la sociedad, acentuaba “la tradición cristiana e hispánica”, el nacionalismo más como una actitud que como una ideología; marcaba la afirmación de comunidades tales como la familia y los cuerpos intermedio (“el poder social”, “de origen hispánico”, como decía textualmente el documento)”. Mario Góngora, “Ensayo histórico,” 260. 10
  • 11. derechista. Mas a partir de 1970, el liderazgo de la lucha ideológica contra la izquierda marxista queda en manos del Movimiento Gremialista. Al decir esto, nuevamente se habla sólo de “política”. (…)Como antídoto al quiebre que parece precipitarse, comienza a delinearse un nuevo proyecto de unidad nacional, conservador y autoritario en lo político, neoliberal en lo económico y con un fuerte discurso anti-partidos.20 Los nuevos bríos por crear un orden institucional que “recalibrara” la República corrompida por el “cáncer marxista”, tuvo al mismo Augusto Pinochet Ugarte, quien encabezó, junto a las demás Fuerzas Armadas -Aviación, Marina- y a Carabineros de Chile, la misión en primera instancia de restaurar el orden, patente en la Declaración de Principios del Gobierno Militar hacia 1974, y tras el Discurso en Chacarillas en 1977, la clara intención de concretizar su mandato en un “Nuevo Proyecto Nacional” . No obstante, en aquel primer momento, habiendo finalizado el Golpe Militar se instauró una junta militar transitoria21, siendo partícipes la totalidad de las ramas castrenses, las que tendrían la misión de gobernar nuestra nación. La dirigencia estuvo puesta en los hombros de Augusto Pinochet, quien fue el caudillo de esta junta militar, teniendo el control del Estado, donde el orden imperativo caracterizaría el nuevo modelo político, económico y social instaurado por él22. En cuanto a la visión económica mostró que el diagnóstico de los "Chicago Boys"23 era el elemento teórico más serio del proyecto histórico que se estaba configurando. Se adoptó para ello el sistema económico neoliberal impulsado por ellos , que ingresaron al 20 Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV, 45 21 “El viraje que transformó el gobierno militar de ser una instancia transitoria a una de carácter fundacional en torno a la figura de Augusto Pinochet, tuvo su consagración jurídica el 4 de diciembre de 1974 cuando el Decreto-Ley Nº 788 confirió a la Junta de Gobierno la potestad de modificar a su arbitrio y retroactivamente la carta fundamental de 1925. Pero ya antes Pinochet había logrado convertirse en el hombre fuerte alrededor del cual giraría la nueva institucionalidad. El 26 de junio de 1974 (Decreto-Ley Nº 527), Pinochet pasaba a ser cabeza del Ejecutivo con el título de Jefe Supremo de la Nación. En diciembre del mismo año se cambiaría la denominación de su cargo por la tradicional de Presidente de la República”. Cristián Gazmuri, “El lugar de Pinochet en la Historia. Una Interpretación política de la experiencia autoritaria”, en La Tercera, 12 septiembre 1999, 3. 22 “Por su parte, la Junta de Gobierno asumiría las funciones de Poder Legislativo y Constituyente. Pinochet gobernaría por casi una década sin oposición popular importante. Esto fue resultado de una combinación entre dura represión política, éxito económico, apoyo político de la derecha y su capacidad de mantener el control de las Fuerzas Armadas.” Cristián Gazmuri, “El lugar de Pinochet en la Historia”, 3 23 Estos fueron jóvenes egresados de economía en la Universidad Católica de Chile, con postgrado la mayoría de ellos en la Universidad de Chicago. por lo que se les llamaría Chicago Boys. 11
  • 12. régimen militar en 1975, con Jorge Cauas en el Ministerio de Hacienda, Sergio de Castro (líder de los Chicago) en el Ministerio de Economía y Pablo Barahona en el Banco Central. Se imponía así un modelo transitorio de liberalismo económico y autoritarismo político. Esta era una combinación que fue presentada como necesaria, insistiéndose que sin el autoritarismo militar el experimento neoliberal –que significaba una verdadera revolución- no hubiera podido llevarse a cabo. El elemento militar serviría a Pinochet para mantener el "control de la situación contingente" y su presencia en cargos públicos conseguía, al mismo tiempo, que los militares siguieran fieles al que consideraban "su gobierno”. La implementación de la relación gobierno-Fuerzas Armadas fue uno de los mayores rasgos de habilidad de Pinochet, basando este autoritarismo en una alianza militar-tecnocrática. Augusto Pinochet, ya como Jefe Supremo de la Nación en 1974, tomó decisiones trascendentales en la construcción de un “Nuevo Proyecto Nacional”, entre las que destacaron el revolucionario modelo económico –neoliberal- para el país, que tras su exitosa implementación recibió el rotulo de “El Milagro Chileno”, y aquella referida a la construcción de un nuevo orden institucional y sociopolítico de tipo estructural, utilizando sistemáticamente un mecanismo de “poder” tendiente a legitimar y legalizar su praxis. Tales transformaciones, aseguradas en la Constitución de 1980, terminaros por gozar de ciertos “candados” legales, asegurándose así los militares que cualquier intento de transformación de su proyecto o retrotracción hacia ideas antagónicas a su Contrarrevolución refundacional fuesen estériles, al tiempo que se prevenían cualquier amenaza a la institución militar y los posicionaba como actores decisivos de la política chilena. Algo que más tarde quedaría constatado con los Boinazos de los ´90, los senadores designados –donde el mismo Pinochet termino por convertirse en senador vitalicio- y en la perfección del sistema neoliberal, que fue el aspecto más proyectual de su gobierno y el más trascendental desde el punto de vista social, al ser visto como un mecanismo democratizador y de participación de la sociedad, basada en la libre decisión de los individuos sobre el consumo. 12
  • 13. BIBLIOGRAFÍA - Gazmuri, Cristián. “El lugar de Pinochet en la Historia. Una Interpretación política de la experiencia autoritaria”. En La Tercera, 12 septiembre 1999. - Góngora, Mario. Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago de Chile: Universitaria, 1986. - Knight, Alan. Revolución, democracia y populismo en América Latina. Santiago de Chile: Centro de Estudios Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005. - Ortega y Gasset, José. La Rebelión de las Masas. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1989. - Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Historia Contemporánea de Chile, Tomo IV. Santiago de Chile: LOM, 1999. - Vial Correa, Gonzalo. Chile (1541-2000) una interpretación de su historia política. Santiago de Chile: Santillana, 2000. - Vial Correa, Gonzalo. Salvador Allende: El Fracaso de Una Ilusión. Santiago de Chile: Centro de Estudios Bicentenario, PUC, Instituto de Historia, 2005. 13