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El conocimiento como
    construcción.
       Foucault Michel
   Las palabras y las cosas
Datos biográficos
► Nace en Poitiers Francia 1926
► Muere en París Francia 25 de junio de 1984
  debido al SIDA.
► Filósofo de la Escuela Normal Superior de París
  desde 1951 profesor de Psicología
► Trabaja en el Hospital Psiquiátrico de Saint Anne
► Docente de las Universidades de Clermont
  Ferrand y Vincennes
► 1970 Ingreso al Colegio de Francia
► 1971. Profesor de Historia de los sistemas de
  pensamiento
Obras
►   ¿Enfermedad mental y psicología? Historia de la locura en la edad
    clásica. 1954
►   Locura y civilización. Una historia de la locura en la edad de la Razón.
    1960
►   Las Palabras y las cosas 1966
►   La arqueología del saber 1969
►   Vigilar y Castigar 1975
►   Historia de la sexualidad volúmen 1 Introducción 1976
►   Microfísica del Poder. 1980
►   ¿Qué es la ilustración?. 1983
►   Historia de la sexualidad. Vol 2 1984 El uso del placer
►   Historia de la sexualidad. Vol 3. 1984. La preocupación de sí mismo.
El campo epistemológico
► Los conocimientos como condición de
  posibilidad.
► Arqueología del saber: “…las
  configuraciones que han dado lugar a las
  diversas formas del conocimiento
  empírico…”
Los períodos de la modernidad
►   Siglo XVII: “…Se ve surgir, como principios organizadores
    de este espacio de empiricidades, la Analogía y la
    Sucesión: de una organización a otra, en efecto, el lazo no
    puede ser ya la identidad de uno o de varios elementos,
    sino la identidad de la relación entre los elementos (donde
    la visibilidad no tiene ya papel alguno) y de la función que
    aseguran…”


►   Siglo XIX: Se descubre al hombre. Nace la antropología.
    Pregunta de Kant: “Quién es el hombre”. Se positivisa su
    estudio. La filosofía se hace psicología (Descubrimiento
    del inconciente)
El hombre como discurso
► La psicología descubre el inconciente
 (Freud). Pero este se lo entiende como
 cosificado.

► Lacán entiende el inconciente como una
  topología combinatoria (real,imaginario,
  simbólico) estructurado como un lenguaje.
► Michel Foucault
   Filosofía y Psicología (1965) 2 3.flv
La muerte del sujeto
►    Para Foucault, detrás de esa estructura o
    combinatoria (real, imaginario, simbólico)
    estructurado como lenguaje no hay nada.

► La locura es el mayor desafío a la Razón.

►   Tomado del ciclo Filosofía aquí y ahora II, capítulo 12 “Foucault II”, de José Pablo Feinman, para el
    Canal Encuentro, Ministerio de Educación de la Nación, 2009, disponible en:
    <http://descargas.encuentro.gov.ar/emision.php?emision_id=702>, [febrero de 2011].
El conocimiento en Foucault. El fin
         del paradigma moderno
► Las ciencias humanas no quieren conocer
  al hombre sino dominarlo mejor.
► La verdad es una imposición del poder que
  construye, modela las subjetividades.


►   Tomado del ciclo Filosofía aquí y ahora II, capítulo 12 “Foucault II”, de José Pablo Feinman, para el
    Canal Encuentro, Ministerio de Educación de la Nación, 2009, disponible en:
    <http://descargas.encuentro.gov.ar/emision.php?emision_id=702>, [febrero de 2011].
El paradigma moderno como
           mecanismo de dominación.
► El poder es la Razón que ve, la Razón que
    controla, la Razón que domina.

► Sujetar al sujeto es la meta del Poder.



►   Tomado del ciclo Filosofía aquí y ahora II, capítulo 12 “Foucault II”, de José Pablo Feinman, para el
    Canal Encuentro, Ministerio de Educación de la Nación, 2009, disponible en:
    <http://descargas.encuentro.gov.ar/emision.php?emision_id=702>, [febrero de 2011].
El conocimiento en Foucault. La hetereotopía
          y las problematizaciones
► “…Creo en una ciencia que estudie la
  hetereotopía. Lo que se desvía de la norma
  exigida…”
► “…Hago las historias de las
  problematizaciones. De cómo las cosas se
  vuelven problemas…”

►   En Michel Foucalt por sí mismo. 2003. Filme de Philipe Calderón de Arte France y BFC
    Producciones. www.youtube.com/watch?v=9VUcRWl95N8
Los órdenes empíricos en la
       construcción de sentido
► Los códigos fundamentales de una cultura
 —los que rigen su lenguaje,sus esquemas
 perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus
 valores, la jerarquía de sus prácticas— fijan
 de antemano para cada hombre los
 órdenes empíricos con los cuales tendrá
 algo que ver y dentro de los que se
 reconocerá.
El proceso arqueológico de
            deconstrucción
► En el otro extremo del pensamiento, las
 teorías científicas o las interpretaciones de
 los filósofos explican por qué existe un
 orden en general, a qué ley general
 obedece, qué principio puede dar cuenta de
 él, por qué razón se establece este orden y
 no aquel otro.
El arte como saber. La obra de arte como
discurso. El modelo deconstructivo de análisis
► Michel Foucault por sí mismo -
 YouTube.mp4

► La locura a través del análisis de la Nave de
 los Locos de Bosch (8.15 a 12.18)
Las palabras y las cosas
► Michel Foucault por sí mismo -
 YouTube.mp4

► 36.40 hasta el final
►   Pero entre estas dos regiones tan distantes, reina un dominio que,
    debido a su papel de intermediario, no es menos fundamental: es más
    confuso, más oscuro y, sin duda, menos fácil de analizar. Es ahí
    donde una cultura, librándose insensiblemente de los órdenes
    empíricos que le prescriben sus códigos primarios, instaura una
    primera distancia con relación a ellos, les hace perder su
    transparencia inicial, cesa de dejarse atravesar pasivamente por ellos,
    se desprende de sus poderes inmediatos e invisibles, se libera lo
    suficiente para darse cuenta de que estos órdenes no son los únicos
    posibles ni los mejores; de tal suerte que se encuentra ante el hecho
    en bruto de que hay, por debajo de sus órdenes espontáneos, cosas
    que en sí mismas son ordenables, que pertenecen a cierto orden
    mudo, en suma, que hay un orden.
► Es como si la cultura, librándose por una
 parte de sus rejas lingüísticas, perceptivas,
 prácticas, les aplicara una segunda reja que
 las neutraliza, que, al duplicarlas, las hace
 aparecer a la vez que las excluye,
 encontrándose así ante el ser en bruto del
 orden. En nombre de este orden se critican
 y se invalidan parcialmente los códigos del
 lenguaje, de la percepción, de la práctica.
►   Así, entre la mirada ya codificada y el conocimiento reflexivo, existe una región
    media que entrega el orden en su ser mismo: es allí donde aparece, según las
    culturas y según las épocas, continuo y graduado o cortado y discontinuo,
    ligado al espacio o constituido en cada momento por el empuje del tiempo,
    manifiesto en una tabla de variantes o definido por sistemas separados de
    coherencias, compuesto de semejanzas que se siguen más y más cerca o se
    corresponden especularmente, organizado en torno a diferencias que se
    cruzan, etc. Tanto que esta región "media", en la medida en que manifiesta los
    modos de ser del orden, puede considerarse como la más fundamental:
    anterior a las palabras, a las percepciones y a los gestos que, según se dice,
    la traducen con mayor o menor exactitud o felicidad (por ello, esta experiencia
    del orden, en su ser macizo y primero, desempeña siempre un papel crítico);
    más sólida, más arcaica, menos dudosa, siempre más "verdadera" que las
    teorías que intentan darle una forma explícita, una aplicación exhaustiva o un
    fundamento filosófico. Así, existe en toda cultura, entre el uso de lo que
    pudiéramos llamar los códigos ordenadores y las reflexiones sobre orden, una
    experiencia desnuda del orden y sin modos de ser.
►   No se tratará de conocimientos descritos en su progreso
    hacia una objetividad en la que, al fin, puede reconocerse
    nuestra ciencia actual; lo que se intentará sacar a luz es el
    campo epistemológico, la episteme en la que los
    conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio
    que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas,
    hunden su positividad y "manifiestan así una historia que
    no es la de su perfección creciente, sino la de sus
    condiciones de posibilidad; en este texto lo que debe
    aparecer son, dentro del espacio del saber, las
    configuraciones que han dado lugar a las diversas formas
    del conocimiento empírico. Más que una historia, en el
    sentido tradicional de la palabra, se trata de una
    "arqueología"
► Ahora bien, esta investigación arqueológica
 muestra dos grandes discontinuidades en la
 episteme de la cultura occidental: aquella
 con la que se inaugura la época clásica
 (hacia mediados del siglo xvii) y aquella
 que, a principios del xix, señala el umbral de
 nuestra modernidad.
Los límites de la representación
►   El espacio general del saber no es ya el de las identidades y las diferencias, el
    de los órdenes no cuantitativos, el de una caracterización universal, una
    taxinomia general, una mathesis de lo inconmensurable, sino un espacio
    hecho de organizaciones, es decir, de relaciones internas entre los elementos
    cuyo conjunto asegura una función; mostrará que estas organizaciones son
    discontinuas, que no forman, pues, un cuadro de simultaneidades sin rupturas,
    sino que algunas son del mismo nivel en tanto que otras trazan series o
    sucesiones lineales. De suerte que se ve surgir, como principios organizadores
    de este espacio de empiricidades, la Analogía y la Sucesión: de una
    organización a otra, en efecto, el lazo no puede ser ya la identidad de uno o de
    varios elementos, sino la identidad de la relación entre los elementos (donde la
    visibilidad no tiene ya papel alguno) y de la función que aseguran; además, si
    estas organizaciones llegan a tener que vecindar, por efecto de una densidad
    singularmente grande de analogías, no es que ellas ocupen emplazamientos
    cercanos en un espacio de clasificación, sino que se han formado unas al
    mismo tiempo que otras, y unas inmediatamente después de otras en el
    devenir de las sucesiones
► Así como el Orden en el pensamiento clásico no
  era la armonía visible de las cosas, su ajuste, su
  regularidad o su simetría comprobada, sino el
  espacio propio de su ser y aquello que, antes de
  todo conocimiento efectivo, las establecía en el
  saber, así la Historia, a partir del siglo XIX, define
  el lugar de nacimiento de lo empírico, aquello en
  lo cual, más allá de cualquier cronología
  establecida, toma el ser que le es propio
►   Sabemos bien que la Historia es el dominio más erudito, más informado, más
    despierto, más encumbrado quizá de nuestra memoria; pero es también
    igualmente el fondo del que se generan todos los seres y llegan a su centelleo
    precario. Modo de ser de todo lo que nos es dado en la experiencia, la Historia
    se convirtió así en lo inmoldeable de nuestro pensamiento: en lo que, sin duda,
    no resulta tan diferente del Orden clásico. También es posible establecer éste
    en un saber concertado, pero más fundamentalmente era el espacio en el que
    todo ser llegaba al conocimiento; y la metafísica clásica se alojaba
    precisamente en esta distancia del orden al Orden, de las clasificaciones a la
    Identidad, de los seres naturales a la Naturaleza; en breve, de la percepción (o
    de la imaginación) de los hombres al entendimiento y a la voluntad de Dios. La
    filosofía del siglo XIX se alojará en la distancia de la historia con respecto a la
    Historia, de los acontecimientos al Origen, de la evolución al primer
    desgarramiento de la fuente, del olvido al Retorno. No será, pues, metafísica
    sino en la medida en que será Memoria y, necesariamente, volverá a llevar el
    pensamiento a la cuestión de saber qué significa para el pensamiento el tener
    ya historia. Esta cuestión insoslayable presionará la filosofía de Hegel a
    Nietzsche y más allá
Dispersión en la cronología también: ciertamente, el conjunto del fenómeno se sitúa
entre fechas fácilmente asignables (los puntos extremos son los años 1775 y 1825);
pero se puede reconocer, en cada uno de los dominios estudiados,dos fases sucesivas
que se articulan una sobre otra casi en torno a los años 1795-1800. En la primera de
estas fases, el modo de ser fundamental de las positividades no cambia; las riquezas de
los hombres, las especies de la naturaleza, las palabras que pueblan las lenguas siguen
siendo aún lo que eran en la época clásica: representaciones duplicadas —
representaciones cuyo papel es designar las representaciones, analizarlas, componerlas
y descomponerlas para hacer surgir en ellas, con el sistema de sus identidades y de sus
diferencias, el principio general de un orden. Sólo en la segunda fase adquieren las
palabras, las clases y las riquezas un modo de ser que ya no es compatible con el de la
representación. En cambio, lo que se modifica muy pronto, desde los análisis de Adam
Smith, A. L. de Jussieu o de Vicq d'Azyr, hasta la época de Jones o de Anquetil-
Duperron, es la configuración de las positividades: la manera en la que, en el interior de
cada una, funcionan los elementos representativos en relación unos con otros, en que
aseguran su doble papel de designación y de articulación, en que alcanzan, por el juego
de las comparaciones, a establecer un orden. Esta primera fase será la estudiada en el
capítulo presente.
El aporte de Adam Smith
►   Se comprende cómo, entre estas positividades formadas nuevamente
    —una antropología que habla de un hombre convertido en extraño
    para sí mismo y una economía que habla de mecanismos exteriores a
    la conciencia humana— la Ideología o el Análisis de las
    representaciones se reducirá, muy pronto, a no ser más que una
    psicología, en tanto que frente a ella y en contra de ella se abre y la
    domina con toda su altura la dimensión de una historia posible. A partir
    de Smith, el tiempo de la economía no será ya aquel, cíclico, de los
    empobrecimientos y los enriquecimientos; tampoco será el aumento
    lineal de políticas hábiles que, al aumentar de continuo ligeramente las
    especies en circulación aceleran la producción con una rapidez mayor
    que la elevación de los precios; será el tiempo interior de una
    organización que crece de acuerdo con su propia necesidad y se
    desarrolla de acuerdo con leyes autóctonas —el tiempo del capital y
    del régimen de producción.
El principio de organización en la
               modernidad
► Jerárquía de caracteres
► Los caracteres y las funciones. Un carácter no es importante
  por ser frecuente en las estructuras observadas, al contrario, se le encuentra
  con frecuencia por ser funcionalmente importante
► Relación de lo visible con lo invisible. Así, pues,
  clasificar no será ya referir lo visible a sí mismo, encargando a uno de
  sus elementos la representación de los otros; será relacionar lo visible
  con lo invisible, como con su razón profunda, en un movimiento que
  hace girar el análisis, y después subir a partir de esta arquitectura
  secreta hasta los signos manifiestos de ella que se dan en la
  superficie de los cuerpos.
El principio de organización en la
              modernidad
► Paralelismo entre clasificación y
 nomenclatura             El orden de las palabras y el orden de los
 seres no se recortan ya sino en una línea artificialmente definida. Su
 vieja pertenencia, que fundó la historia natural en la época clásica, y
 que había llevado, con un solo movimiento, la estructura hasta el
 carácter, la representación hasta el nombre y el individuo visible hasta
 el género abstracto, empieza a deshacerse. Se comienza a hablar de
 cosas que tienen lugar en un espacio distinto al de las palabras. Al
 hacer, y muy pronto, tal distinción, Lamarck cierra la época de la
 historia natural y entreabre más bien la de la biología, de una manera
 más cierta y radical que al retomar, unos veinte años después, el tema
 ya conocido de la serie única de las especies y de su transformación
 progresiva.
El cambio en el lenguaje. La
          aparición del principio formal.
►   Por el lado del sentido o de la representación no indica más que un valor accesorio,
    necesariamente secundario (se trata del papel de sujeto o de complemento
    representado por el individuo o la cosa designados; se trata del tiempo de la acción);
    pero por el lado de la forma, constituye el conjunto sólido, constante, inalterable o casi
    inalterable, cuya ley soberana se impone a las raíces representativas hasta modificarlas
    a ellas mismas. Es más, este elemento, secundario por su valor significativo, primordial
    por su consistencia formal, no es él mismo una sílaba aislada, como una especie de raíz
    constante, es un sistema de modificaciones cuyos diversos segmentos son solidarios
    unos de otros: la letra s no significa la segunda persona, como la letra e significaba,
    según Court de Gébelin, la respiración, la vida y la existencia; es el conjunto de las
    modificaciones m, s, t, lo que da a la raíz verbal los valores de la primera, la segunda y
    la tercera personas. Este nuevo análisis se aloja, hasta fines del siglo XVIII, en la
    investigación de los valores representativos del lenguaje. De lo que se trata es aún del
    discurso. Pero ya aparece, a través del sistema de flexiones, la dimensión de lo
    gramatical puro: el lenguaje no está ya constituido solamente por representaciones y
    sonidos que a su vez los representan y se ordenan entre sí de acuerdo con las
    exigencias de los lazos del pensamiento; está constituido además por elementos
    formales, agrupados en sistema, y que imponen a los sonidos, a las sílabas, a las
    raíces, un régimen que no es el de la representación.
El cambio en el lenguaje. La
       aparición del principio formal.
►   Mientras la lengua se definió como discurso, no podía
    tener más historia que la de sus representaciones: las
    ideas, las cosas, los conocimientos, los sentimientos
    cambiaban y entonces, y sólo entonces, se modificaba la
    lengua en proporción exacta con estos cambios. Pero
    ahora hay un "mecanismo" interior de las lenguas que
    determina no sólo la individualidad de cada una de ellas,
    sino también sus semejanzas con las otras: es este
    mecanismo, portador de identidad y de diferencia, signo de
    vecindad, marca de parentesco, el que va convertirse en
    soporte de la historia. Gracias a él, podrá introducirse la
    historicidad dentro del espesor de la palabra misma.
El límite de la representación
► La representación está en vías de no poder
  definir ya el modo de ser común a las cosas
  y al conocimiento.
► El ser mismo de lo que va a ser
  representado va a caer ahora fuera de la
  representación misma.
El aporte de la crítica Kantiana
► En este sentido, la Crítica hace resurgir la
  dimensión metafísica que la filosofía del siglo
  XVIII había querido reducir por el solo análisis de
  la representación. Pero, a la vez, abre la
  posibilidad de otra metafísica cuyo propósito sería
  interrogar, más allá de la representación, todo lo
  que es la fuente y el origen de ésta; permite así
  estas filosofías de la Vida, de la Voluntad, de la
  Palabra, que el siglo XIX va a desplegar en el
  surco de la crítica
La busqueda del nuevo orden y la
      irreductibilidad de las ciencias humanas
►   Ahora bien, esta separación tiene como consecuencia la preocupación
    epistemológica de reencontrar, en otro nivel, la unidad que se había perdido
    con la disociación de la mathesis y de la ciencia universal del orden. De allí, un
    cierto número de esfuerzos que caracterizan la reflexión moderna sobre las
    ciencias: la clasificación de los dominios del saber a partir de las matemáticas
    y la jerarquización que se instaura para ir progresivamente hacia lo más
    complejo y menos exacto; la reflexión sobre los métodos empíricos de la
    inducción y, a la vez, el esfuerzo por fundamentarlos filosóficamente y
    justificarlos desde un punto de vista formal; la tentativa de purificar, formalizar
    y, quizá, matematizar, los dominios de la economía, de la biología y, por
    último, de la lingüística misma. Como contrapunto de estas tentativas de
    reconstruir un campo epistemológico unitario, se encuentra, a intervalos
    regulares, la afirmación de una imposibilidad: ésta se debería o bien a una
    especificidad irreductible de la vida (que se intenta cercar, sobre todo a
    principios del siglo XIX), o bien al carácter singular de las ciencias humanas
    que se resistirían a toda reducción metodológica (se intenta definir y medir
    esta resistencia, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX). Sin duda
    alguna, en esta doble afirmación, alternada o simultánea, de poder y de no
    poder formalizar lo empírico, hay que reconocer la huella de ese profundo
acontecimiento que, hacia fines del siglo XVIII,
  separó la posibilidad de la síntesis del espacio de
  las representaciones. Es este acontecimiento el
  que coloca la formalización, o la matematización,
  en el corazón mismo de todo proyecto científico
  moderno; es también lo que explica por qué toda
  matematización prematura o toda formalización
  ingenua de lo empírico toma el aire de un
  dogmatismo "pre-crítico" y resuena en el
  pensamiento como un retorno a las trivialidades
  de la Ideología
► negativamente, el dominio de las formas puras del
  conocimiento se aisla, tomando a la vez
  autonomía y soberanía con respecto a todo saber
  empírico, haciendo nacer y renacer
  indefinidamente el proyecto de formalizar lo
  concreto y de constituir, a despecho de todo,
  ciencias puras; positivamente, los dominios
  empíricos se ligan a reflexiones sobre la
  subjetividad, el ser humano y la finitud, tomando el
  valor y la función de la filosofía, lo mismo que de
  reducción de la filosofía o de antifilosofía.
La aparición del hombre
►   El campo epistemológico que recorren las ciencias humanas no ha
    sido prescrito de antemano: ninguna filosofía, ninguna opción política
    o moral, ninguna ciencia empírica sea la que fuere, ninguna
    observación del cuerpo humano, ningún análisis de la sensación, de la
    imaginación o de las pasiones ha encontrado jamás, en los siglos XVII
    y XVIII, algo así como el hombre, pues el hombre no existía (como
    tampoco la vida, el lenguaje y el trabajo); y las ciencias humanas no
    aparecieron hasta que, bajo el efecto de algún racionalismo
    presionante, de algún problema científico no resuelto, de algún interés
    práctico, se decidió hacer pasar al hombre (a querer o no y con un
    éxito mayor o menor) al lado de los objetos científicos —en cuyo
    número no se ha probado aún de manera absoluta que pueda
    incluírsele; aparecieron el día en que el hombre se constituyó en la
    cultura occidental a la vez como aquello que hay que pensar y aquello
    que hay que saber.
El campo de la episteme moderna
►   Interrogado en este nivel arqueológico, el campo de la episteme moderna no se ordena según el
    ideal de una matematización perfecta y no desarrolla a partir de la pureza formal una larga serie de
    conocimientos descendientes más y más cargados de empiricidad. Es necesario representarse más
    bien el dominio de la episteme moderna como un espacio voluminoso y abierto de acuerdo con tres
    dimensiones. Sobre una de ellas se colocarían las ciencias matemáticas y físicas, para las cuales el
    orden es siempre un encadenamiento deductivo y lineal de proposiciones evidentes o comprobadas;
    en otra dimensión, estarían las ciencias (como las del lenguaje, de la vida, de la producción y de la
    distribución de las riquezas) que proceden a poner en relación elementos discontinuos pero
    análogos, de tal modo que pueden establecer entre ellos relaciones causales y constantes de
    estructura. Estas dos primeras dimensiones definen entre sí un plan común: aquel que puede
    aparecer, según el sentido en el que se le recorra, como campo de aplicación de las matemáticas a
    esas ciencias empíricas o como dominio de lo matematizable en la lingüística, la biología y la
    economía. En cuanto a la tercera dimensión, se trataría de la reflexión filosófica que se desarrolla
    como pensamiento de lo Mismo; con la dimensión de la lingüística, de la biología y de la economía
    dibuja un plan común: allí pueden aparecer y, de hecho, aparecieron las diversas filosofías de la
    vida, del hombre enajenado, de las formas simbólicas (cuando se trasponen a la filosofía los
    conceptos y los problemas nacidos en diferentes dominios empíricos); pero allí aparecieron también,
    si se interroga desde un punto de vista radicalmente filosófico el fundamento de estas empiricidades,
    las ontologías regionales que trataron de definir lo que son, en su ser propio, la vida, el trabajo y el
    lenguaje; por último, la dimensión filosófica definió con la de las disciplinas matemáticas un plan
    común: el de la formalización del pensamiento
El lugar de las ciencias humanas
►   Las ciencias humanas están excluidas de este triedro epistemológico, cuando
    menos en el sentido de que no se las puede encontrar en ninguna de las
    dimensiones ni en la superficie de ninguno de los planes así dibujados. Pero
    de igual manera puede decirse que están incluidas en él, ya que es en el
    intersticio de esos saberes, más exactamente en el volumen definido por sus
    tres dimensiones donde encuentran su lugar. Esta situación (en un sentido
    menor, en otro, privilegiada) las pone en relación con todas las otras formas de
    saber: tienen el proyecto, más o menos diferido pero constante, de darse o en
    todo caso de utilizar, en uno u otro nivel, una formalización matemática;
    proceden según los modelos o los conceptos tomados de la biología, de la
    economía y de las ciencias del lenguaje; se dirigen en última instancia a ese
    modo de ser del hombre que la filosofía trata de pensar en el nivel de la finitud
    radical, en tanto que ellas mismas quieren recorrer sus manifestaciones
    empíricas. Quizá es esta repartición nebulosa en un espacio de tres
    dimensiones lo que hace que las ciencias humanas sean tan difíciles de situar,
    lo que da su irreductible precariedad a su localización en el dominio
    epistemológico y lo que las hace aparecer a la vez como peligrosas y en
    peligro
►   Lo que explica la dificultad de las "ciencias humanas", su
    precariedad, su incertidumbre como ciencias, su peligrosa
    familiaridad con la filosofía, su mal definido apoyo en otros
    dominios del saber, su carácter siempre secundario y
    derivado, pero también su pretensión a lo universal, no es,
    como se dice con frecuencia, la extrema densidad de su
    objeto; no es el estatuto metafísico o la imborrable
    trascendencia del hombre del que hablan, sino más bien la
    complejidad de la configuración epistemológica en la que
    se encuentran colocadas, su relación constante a las tres
    dimensiones, que les da su espacio.

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El conocimiento como_construcci_n

  • 1. El conocimiento como construcción. Foucault Michel Las palabras y las cosas
  • 2. Datos biográficos ► Nace en Poitiers Francia 1926 ► Muere en París Francia 25 de junio de 1984 debido al SIDA. ► Filósofo de la Escuela Normal Superior de París desde 1951 profesor de Psicología ► Trabaja en el Hospital Psiquiátrico de Saint Anne ► Docente de las Universidades de Clermont Ferrand y Vincennes ► 1970 Ingreso al Colegio de Francia ► 1971. Profesor de Historia de los sistemas de pensamiento
  • 3. Obras ► ¿Enfermedad mental y psicología? Historia de la locura en la edad clásica. 1954 ► Locura y civilización. Una historia de la locura en la edad de la Razón. 1960 ► Las Palabras y las cosas 1966 ► La arqueología del saber 1969 ► Vigilar y Castigar 1975 ► Historia de la sexualidad volúmen 1 Introducción 1976 ► Microfísica del Poder. 1980 ► ¿Qué es la ilustración?. 1983 ► Historia de la sexualidad. Vol 2 1984 El uso del placer ► Historia de la sexualidad. Vol 3. 1984. La preocupación de sí mismo.
  • 4. El campo epistemológico ► Los conocimientos como condición de posibilidad. ► Arqueología del saber: “…las configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del conocimiento empírico…”
  • 5. Los períodos de la modernidad ► Siglo XVII: “…Se ve surgir, como principios organizadores de este espacio de empiricidades, la Analogía y la Sucesión: de una organización a otra, en efecto, el lazo no puede ser ya la identidad de uno o de varios elementos, sino la identidad de la relación entre los elementos (donde la visibilidad no tiene ya papel alguno) y de la función que aseguran…” ► Siglo XIX: Se descubre al hombre. Nace la antropología. Pregunta de Kant: “Quién es el hombre”. Se positivisa su estudio. La filosofía se hace psicología (Descubrimiento del inconciente)
  • 6. El hombre como discurso ► La psicología descubre el inconciente (Freud). Pero este se lo entiende como cosificado. ► Lacán entiende el inconciente como una topología combinatoria (real,imaginario, simbólico) estructurado como un lenguaje. ► Michel Foucault Filosofía y Psicología (1965) 2 3.flv
  • 7. La muerte del sujeto ► Para Foucault, detrás de esa estructura o combinatoria (real, imaginario, simbólico) estructurado como lenguaje no hay nada. ► La locura es el mayor desafío a la Razón. ► Tomado del ciclo Filosofía aquí y ahora II, capítulo 12 “Foucault II”, de José Pablo Feinman, para el Canal Encuentro, Ministerio de Educación de la Nación, 2009, disponible en: <http://descargas.encuentro.gov.ar/emision.php?emision_id=702>, [febrero de 2011].
  • 8. El conocimiento en Foucault. El fin del paradigma moderno ► Las ciencias humanas no quieren conocer al hombre sino dominarlo mejor. ► La verdad es una imposición del poder que construye, modela las subjetividades. ► Tomado del ciclo Filosofía aquí y ahora II, capítulo 12 “Foucault II”, de José Pablo Feinman, para el Canal Encuentro, Ministerio de Educación de la Nación, 2009, disponible en: <http://descargas.encuentro.gov.ar/emision.php?emision_id=702>, [febrero de 2011].
  • 9. El paradigma moderno como mecanismo de dominación. ► El poder es la Razón que ve, la Razón que controla, la Razón que domina. ► Sujetar al sujeto es la meta del Poder. ► Tomado del ciclo Filosofía aquí y ahora II, capítulo 12 “Foucault II”, de José Pablo Feinman, para el Canal Encuentro, Ministerio de Educación de la Nación, 2009, disponible en: <http://descargas.encuentro.gov.ar/emision.php?emision_id=702>, [febrero de 2011].
  • 10. El conocimiento en Foucault. La hetereotopía y las problematizaciones ► “…Creo en una ciencia que estudie la hetereotopía. Lo que se desvía de la norma exigida…” ► “…Hago las historias de las problematizaciones. De cómo las cosas se vuelven problemas…” ► En Michel Foucalt por sí mismo. 2003. Filme de Philipe Calderón de Arte France y BFC Producciones. www.youtube.com/watch?v=9VUcRWl95N8
  • 11. Los órdenes empíricos en la construcción de sentido ► Los códigos fundamentales de una cultura —los que rigen su lenguaje,sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas— fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá.
  • 12. El proceso arqueológico de deconstrucción ► En el otro extremo del pensamiento, las teorías científicas o las interpretaciones de los filósofos explican por qué existe un orden en general, a qué ley general obedece, qué principio puede dar cuenta de él, por qué razón se establece este orden y no aquel otro.
  • 13. El arte como saber. La obra de arte como discurso. El modelo deconstructivo de análisis ► Michel Foucault por sí mismo - YouTube.mp4 ► La locura a través del análisis de la Nave de los Locos de Bosch (8.15 a 12.18)
  • 14. Las palabras y las cosas ► Michel Foucault por sí mismo - YouTube.mp4 ► 36.40 hasta el final
  • 15. Pero entre estas dos regiones tan distantes, reina un dominio que, debido a su papel de intermediario, no es menos fundamental: es más confuso, más oscuro y, sin duda, menos fácil de analizar. Es ahí donde una cultura, librándose insensiblemente de los órdenes empíricos que le prescriben sus códigos primarios, instaura una primera distancia con relación a ellos, les hace perder su transparencia inicial, cesa de dejarse atravesar pasivamente por ellos, se desprende de sus poderes inmediatos e invisibles, se libera lo suficiente para darse cuenta de que estos órdenes no son los únicos posibles ni los mejores; de tal suerte que se encuentra ante el hecho en bruto de que hay, por debajo de sus órdenes espontáneos, cosas que en sí mismas son ordenables, que pertenecen a cierto orden mudo, en suma, que hay un orden.
  • 16. ► Es como si la cultura, librándose por una parte de sus rejas lingüísticas, perceptivas, prácticas, les aplicara una segunda reja que las neutraliza, que, al duplicarlas, las hace aparecer a la vez que las excluye, encontrándose así ante el ser en bruto del orden. En nombre de este orden se critican y se invalidan parcialmente los códigos del lenguaje, de la percepción, de la práctica.
  • 17. Así, entre la mirada ya codificada y el conocimiento reflexivo, existe una región media que entrega el orden en su ser mismo: es allí donde aparece, según las culturas y según las épocas, continuo y graduado o cortado y discontinuo, ligado al espacio o constituido en cada momento por el empuje del tiempo, manifiesto en una tabla de variantes o definido por sistemas separados de coherencias, compuesto de semejanzas que se siguen más y más cerca o se corresponden especularmente, organizado en torno a diferencias que se cruzan, etc. Tanto que esta región "media", en la medida en que manifiesta los modos de ser del orden, puede considerarse como la más fundamental: anterior a las palabras, a las percepciones y a los gestos que, según se dice, la traducen con mayor o menor exactitud o felicidad (por ello, esta experiencia del orden, en su ser macizo y primero, desempeña siempre un papel crítico); más sólida, más arcaica, menos dudosa, siempre más "verdadera" que las teorías que intentan darle una forma explícita, una aplicación exhaustiva o un fundamento filosófico. Así, existe en toda cultura, entre el uso de lo que pudiéramos llamar los códigos ordenadores y las reflexiones sobre orden, una experiencia desnuda del orden y sin modos de ser.
  • 18. No se tratará de conocimientos descritos en su progreso hacia una objetividad en la que, al fin, puede reconocerse nuestra ciencia actual; lo que se intentará sacar a luz es el campo epistemológico, la episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad y "manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad; en este texto lo que debe aparecer son, dentro del espacio del saber, las configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del conocimiento empírico. Más que una historia, en el sentido tradicional de la palabra, se trata de una "arqueología"
  • 19. ► Ahora bien, esta investigación arqueológica muestra dos grandes discontinuidades en la episteme de la cultura occidental: aquella con la que se inaugura la época clásica (hacia mediados del siglo xvii) y aquella que, a principios del xix, señala el umbral de nuestra modernidad.
  • 20. Los límites de la representación ► El espacio general del saber no es ya el de las identidades y las diferencias, el de los órdenes no cuantitativos, el de una caracterización universal, una taxinomia general, una mathesis de lo inconmensurable, sino un espacio hecho de organizaciones, es decir, de relaciones internas entre los elementos cuyo conjunto asegura una función; mostrará que estas organizaciones son discontinuas, que no forman, pues, un cuadro de simultaneidades sin rupturas, sino que algunas son del mismo nivel en tanto que otras trazan series o sucesiones lineales. De suerte que se ve surgir, como principios organizadores de este espacio de empiricidades, la Analogía y la Sucesión: de una organización a otra, en efecto, el lazo no puede ser ya la identidad de uno o de varios elementos, sino la identidad de la relación entre los elementos (donde la visibilidad no tiene ya papel alguno) y de la función que aseguran; además, si estas organizaciones llegan a tener que vecindar, por efecto de una densidad singularmente grande de analogías, no es que ellas ocupen emplazamientos cercanos en un espacio de clasificación, sino que se han formado unas al mismo tiempo que otras, y unas inmediatamente después de otras en el devenir de las sucesiones
  • 21. ► Así como el Orden en el pensamiento clásico no era la armonía visible de las cosas, su ajuste, su regularidad o su simetría comprobada, sino el espacio propio de su ser y aquello que, antes de todo conocimiento efectivo, las establecía en el saber, así la Historia, a partir del siglo XIX, define el lugar de nacimiento de lo empírico, aquello en lo cual, más allá de cualquier cronología establecida, toma el ser que le es propio
  • 22. Sabemos bien que la Historia es el dominio más erudito, más informado, más despierto, más encumbrado quizá de nuestra memoria; pero es también igualmente el fondo del que se generan todos los seres y llegan a su centelleo precario. Modo de ser de todo lo que nos es dado en la experiencia, la Historia se convirtió así en lo inmoldeable de nuestro pensamiento: en lo que, sin duda, no resulta tan diferente del Orden clásico. También es posible establecer éste en un saber concertado, pero más fundamentalmente era el espacio en el que todo ser llegaba al conocimiento; y la metafísica clásica se alojaba precisamente en esta distancia del orden al Orden, de las clasificaciones a la Identidad, de los seres naturales a la Naturaleza; en breve, de la percepción (o de la imaginación) de los hombres al entendimiento y a la voluntad de Dios. La filosofía del siglo XIX se alojará en la distancia de la historia con respecto a la Historia, de los acontecimientos al Origen, de la evolución al primer desgarramiento de la fuente, del olvido al Retorno. No será, pues, metafísica sino en la medida en que será Memoria y, necesariamente, volverá a llevar el pensamiento a la cuestión de saber qué significa para el pensamiento el tener ya historia. Esta cuestión insoslayable presionará la filosofía de Hegel a Nietzsche y más allá
  • 23. Dispersión en la cronología también: ciertamente, el conjunto del fenómeno se sitúa entre fechas fácilmente asignables (los puntos extremos son los años 1775 y 1825); pero se puede reconocer, en cada uno de los dominios estudiados,dos fases sucesivas que se articulan una sobre otra casi en torno a los años 1795-1800. En la primera de estas fases, el modo de ser fundamental de las positividades no cambia; las riquezas de los hombres, las especies de la naturaleza, las palabras que pueblan las lenguas siguen siendo aún lo que eran en la época clásica: representaciones duplicadas — representaciones cuyo papel es designar las representaciones, analizarlas, componerlas y descomponerlas para hacer surgir en ellas, con el sistema de sus identidades y de sus diferencias, el principio general de un orden. Sólo en la segunda fase adquieren las palabras, las clases y las riquezas un modo de ser que ya no es compatible con el de la representación. En cambio, lo que se modifica muy pronto, desde los análisis de Adam Smith, A. L. de Jussieu o de Vicq d'Azyr, hasta la época de Jones o de Anquetil- Duperron, es la configuración de las positividades: la manera en la que, en el interior de cada una, funcionan los elementos representativos en relación unos con otros, en que aseguran su doble papel de designación y de articulación, en que alcanzan, por el juego de las comparaciones, a establecer un orden. Esta primera fase será la estudiada en el capítulo presente.
  • 24. El aporte de Adam Smith ► Se comprende cómo, entre estas positividades formadas nuevamente —una antropología que habla de un hombre convertido en extraño para sí mismo y una economía que habla de mecanismos exteriores a la conciencia humana— la Ideología o el Análisis de las representaciones se reducirá, muy pronto, a no ser más que una psicología, en tanto que frente a ella y en contra de ella se abre y la domina con toda su altura la dimensión de una historia posible. A partir de Smith, el tiempo de la economía no será ya aquel, cíclico, de los empobrecimientos y los enriquecimientos; tampoco será el aumento lineal de políticas hábiles que, al aumentar de continuo ligeramente las especies en circulación aceleran la producción con una rapidez mayor que la elevación de los precios; será el tiempo interior de una organización que crece de acuerdo con su propia necesidad y se desarrolla de acuerdo con leyes autóctonas —el tiempo del capital y del régimen de producción.
  • 25. El principio de organización en la modernidad ► Jerárquía de caracteres ► Los caracteres y las funciones. Un carácter no es importante por ser frecuente en las estructuras observadas, al contrario, se le encuentra con frecuencia por ser funcionalmente importante ► Relación de lo visible con lo invisible. Así, pues, clasificar no será ya referir lo visible a sí mismo, encargando a uno de sus elementos la representación de los otros; será relacionar lo visible con lo invisible, como con su razón profunda, en un movimiento que hace girar el análisis, y después subir a partir de esta arquitectura secreta hasta los signos manifiestos de ella que se dan en la superficie de los cuerpos.
  • 26. El principio de organización en la modernidad ► Paralelismo entre clasificación y nomenclatura El orden de las palabras y el orden de los seres no se recortan ya sino en una línea artificialmente definida. Su vieja pertenencia, que fundó la historia natural en la época clásica, y que había llevado, con un solo movimiento, la estructura hasta el carácter, la representación hasta el nombre y el individuo visible hasta el género abstracto, empieza a deshacerse. Se comienza a hablar de cosas que tienen lugar en un espacio distinto al de las palabras. Al hacer, y muy pronto, tal distinción, Lamarck cierra la época de la historia natural y entreabre más bien la de la biología, de una manera más cierta y radical que al retomar, unos veinte años después, el tema ya conocido de la serie única de las especies y de su transformación progresiva.
  • 27. El cambio en el lenguaje. La aparición del principio formal. ► Por el lado del sentido o de la representación no indica más que un valor accesorio, necesariamente secundario (se trata del papel de sujeto o de complemento representado por el individuo o la cosa designados; se trata del tiempo de la acción); pero por el lado de la forma, constituye el conjunto sólido, constante, inalterable o casi inalterable, cuya ley soberana se impone a las raíces representativas hasta modificarlas a ellas mismas. Es más, este elemento, secundario por su valor significativo, primordial por su consistencia formal, no es él mismo una sílaba aislada, como una especie de raíz constante, es un sistema de modificaciones cuyos diversos segmentos son solidarios unos de otros: la letra s no significa la segunda persona, como la letra e significaba, según Court de Gébelin, la respiración, la vida y la existencia; es el conjunto de las modificaciones m, s, t, lo que da a la raíz verbal los valores de la primera, la segunda y la tercera personas. Este nuevo análisis se aloja, hasta fines del siglo XVIII, en la investigación de los valores representativos del lenguaje. De lo que se trata es aún del discurso. Pero ya aparece, a través del sistema de flexiones, la dimensión de lo gramatical puro: el lenguaje no está ya constituido solamente por representaciones y sonidos que a su vez los representan y se ordenan entre sí de acuerdo con las exigencias de los lazos del pensamiento; está constituido además por elementos formales, agrupados en sistema, y que imponen a los sonidos, a las sílabas, a las raíces, un régimen que no es el de la representación.
  • 28. El cambio en el lenguaje. La aparición del principio formal. ► Mientras la lengua se definió como discurso, no podía tener más historia que la de sus representaciones: las ideas, las cosas, los conocimientos, los sentimientos cambiaban y entonces, y sólo entonces, se modificaba la lengua en proporción exacta con estos cambios. Pero ahora hay un "mecanismo" interior de las lenguas que determina no sólo la individualidad de cada una de ellas, sino también sus semejanzas con las otras: es este mecanismo, portador de identidad y de diferencia, signo de vecindad, marca de parentesco, el que va convertirse en soporte de la historia. Gracias a él, podrá introducirse la historicidad dentro del espesor de la palabra misma.
  • 29. El límite de la representación ► La representación está en vías de no poder definir ya el modo de ser común a las cosas y al conocimiento. ► El ser mismo de lo que va a ser representado va a caer ahora fuera de la representación misma.
  • 30. El aporte de la crítica Kantiana ► En este sentido, la Crítica hace resurgir la dimensión metafísica que la filosofía del siglo XVIII había querido reducir por el solo análisis de la representación. Pero, a la vez, abre la posibilidad de otra metafísica cuyo propósito sería interrogar, más allá de la representación, todo lo que es la fuente y el origen de ésta; permite así estas filosofías de la Vida, de la Voluntad, de la Palabra, que el siglo XIX va a desplegar en el surco de la crítica
  • 31. La busqueda del nuevo orden y la irreductibilidad de las ciencias humanas ► Ahora bien, esta separación tiene como consecuencia la preocupación epistemológica de reencontrar, en otro nivel, la unidad que se había perdido con la disociación de la mathesis y de la ciencia universal del orden. De allí, un cierto número de esfuerzos que caracterizan la reflexión moderna sobre las ciencias: la clasificación de los dominios del saber a partir de las matemáticas y la jerarquización que se instaura para ir progresivamente hacia lo más complejo y menos exacto; la reflexión sobre los métodos empíricos de la inducción y, a la vez, el esfuerzo por fundamentarlos filosóficamente y justificarlos desde un punto de vista formal; la tentativa de purificar, formalizar y, quizá, matematizar, los dominios de la economía, de la biología y, por último, de la lingüística misma. Como contrapunto de estas tentativas de reconstruir un campo epistemológico unitario, se encuentra, a intervalos regulares, la afirmación de una imposibilidad: ésta se debería o bien a una especificidad irreductible de la vida (que se intenta cercar, sobre todo a principios del siglo XIX), o bien al carácter singular de las ciencias humanas que se resistirían a toda reducción metodológica (se intenta definir y medir esta resistencia, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX). Sin duda alguna, en esta doble afirmación, alternada o simultánea, de poder y de no poder formalizar lo empírico, hay que reconocer la huella de ese profundo
  • 32. acontecimiento que, hacia fines del siglo XVIII, separó la posibilidad de la síntesis del espacio de las representaciones. Es este acontecimiento el que coloca la formalización, o la matematización, en el corazón mismo de todo proyecto científico moderno; es también lo que explica por qué toda matematización prematura o toda formalización ingenua de lo empírico toma el aire de un dogmatismo "pre-crítico" y resuena en el pensamiento como un retorno a las trivialidades de la Ideología
  • 33. ► negativamente, el dominio de las formas puras del conocimiento se aisla, tomando a la vez autonomía y soberanía con respecto a todo saber empírico, haciendo nacer y renacer indefinidamente el proyecto de formalizar lo concreto y de constituir, a despecho de todo, ciencias puras; positivamente, los dominios empíricos se ligan a reflexiones sobre la subjetividad, el ser humano y la finitud, tomando el valor y la función de la filosofía, lo mismo que de reducción de la filosofía o de antifilosofía.
  • 34. La aparición del hombre ► El campo epistemológico que recorren las ciencias humanas no ha sido prescrito de antemano: ninguna filosofía, ninguna opción política o moral, ninguna ciencia empírica sea la que fuere, ninguna observación del cuerpo humano, ningún análisis de la sensación, de la imaginación o de las pasiones ha encontrado jamás, en los siglos XVII y XVIII, algo así como el hombre, pues el hombre no existía (como tampoco la vida, el lenguaje y el trabajo); y las ciencias humanas no aparecieron hasta que, bajo el efecto de algún racionalismo presionante, de algún problema científico no resuelto, de algún interés práctico, se decidió hacer pasar al hombre (a querer o no y con un éxito mayor o menor) al lado de los objetos científicos —en cuyo número no se ha probado aún de manera absoluta que pueda incluírsele; aparecieron el día en que el hombre se constituyó en la cultura occidental a la vez como aquello que hay que pensar y aquello que hay que saber.
  • 35. El campo de la episteme moderna ► Interrogado en este nivel arqueológico, el campo de la episteme moderna no se ordena según el ideal de una matematización perfecta y no desarrolla a partir de la pureza formal una larga serie de conocimientos descendientes más y más cargados de empiricidad. Es necesario representarse más bien el dominio de la episteme moderna como un espacio voluminoso y abierto de acuerdo con tres dimensiones. Sobre una de ellas se colocarían las ciencias matemáticas y físicas, para las cuales el orden es siempre un encadenamiento deductivo y lineal de proposiciones evidentes o comprobadas; en otra dimensión, estarían las ciencias (como las del lenguaje, de la vida, de la producción y de la distribución de las riquezas) que proceden a poner en relación elementos discontinuos pero análogos, de tal modo que pueden establecer entre ellos relaciones causales y constantes de estructura. Estas dos primeras dimensiones definen entre sí un plan común: aquel que puede aparecer, según el sentido en el que se le recorra, como campo de aplicación de las matemáticas a esas ciencias empíricas o como dominio de lo matematizable en la lingüística, la biología y la economía. En cuanto a la tercera dimensión, se trataría de la reflexión filosófica que se desarrolla como pensamiento de lo Mismo; con la dimensión de la lingüística, de la biología y de la economía dibuja un plan común: allí pueden aparecer y, de hecho, aparecieron las diversas filosofías de la vida, del hombre enajenado, de las formas simbólicas (cuando se trasponen a la filosofía los conceptos y los problemas nacidos en diferentes dominios empíricos); pero allí aparecieron también, si se interroga desde un punto de vista radicalmente filosófico el fundamento de estas empiricidades, las ontologías regionales que trataron de definir lo que son, en su ser propio, la vida, el trabajo y el lenguaje; por último, la dimensión filosófica definió con la de las disciplinas matemáticas un plan común: el de la formalización del pensamiento
  • 36. El lugar de las ciencias humanas ► Las ciencias humanas están excluidas de este triedro epistemológico, cuando menos en el sentido de que no se las puede encontrar en ninguna de las dimensiones ni en la superficie de ninguno de los planes así dibujados. Pero de igual manera puede decirse que están incluidas en él, ya que es en el intersticio de esos saberes, más exactamente en el volumen definido por sus tres dimensiones donde encuentran su lugar. Esta situación (en un sentido menor, en otro, privilegiada) las pone en relación con todas las otras formas de saber: tienen el proyecto, más o menos diferido pero constante, de darse o en todo caso de utilizar, en uno u otro nivel, una formalización matemática; proceden según los modelos o los conceptos tomados de la biología, de la economía y de las ciencias del lenguaje; se dirigen en última instancia a ese modo de ser del hombre que la filosofía trata de pensar en el nivel de la finitud radical, en tanto que ellas mismas quieren recorrer sus manifestaciones empíricas. Quizá es esta repartición nebulosa en un espacio de tres dimensiones lo que hace que las ciencias humanas sean tan difíciles de situar, lo que da su irreductible precariedad a su localización en el dominio epistemológico y lo que las hace aparecer a la vez como peligrosas y en peligro
  • 37. Lo que explica la dificultad de las "ciencias humanas", su precariedad, su incertidumbre como ciencias, su peligrosa familiaridad con la filosofía, su mal definido apoyo en otros dominios del saber, su carácter siempre secundario y derivado, pero también su pretensión a lo universal, no es, como se dice con frecuencia, la extrema densidad de su objeto; no es el estatuto metafísico o la imborrable trascendencia del hombre del que hablan, sino más bien la complejidad de la configuración epistemológica en la que se encuentran colocadas, su relación constante a las tres dimensiones, que les da su espacio.