La deuda pública española se está financiando a tipos de interés cada vez más bajos, llegando a ser inferiores a los de Estados Unidos. Esto se debe a las reformas estructurales en España y a las medidas del BCE que han aumentado la confianza de los inversores. Aunque la calificación crediticia de España es menor que la de otros países, el aval del BCE iguala efectivamente el riesgo. España debe aprovechar esta situación para acelerar las reformas y la recuperación económica antes de que cambien las condiciones del mercado.
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EL COSTO DE FINANCIACION DE LA DEUDA PUBLICA.
Manfred Nolte
A lo largo de las últimas semanas se ha venido consolidando un acontecimiento
singular, de enorme repercusión para la economía española. Me refiero, y es
hecho suficientemente aireado en los medios de comunicación, al progresivo
descenso del coste de financiación de la deuda soberana española hasta
mínimos históricos en la todavía corta travesía del euro. No solo está batiendo
records a la baja en términos de intereses a pagar, como concepto absoluto. Es
que, además, en términos comparativos, la deuda pública española es en tal
medida apetecible, que se coloca en los mercados a tipos inferiores a la de la
deuda norteamericana o la del Reino Unido. Por si fuera poco y en base a que el
precio de los seguros de impago sobre riesgo público español –los llamados
‘CDSs’- han caído aún con mayor convicción, los analistas vaticinan que el
abaratamiento de nuestra financiación exterior todavía no ha tocado suelo.
En cifras. A mediados de abril pasado, el bono público español a cinco años
cotizaba al 1,7% anual, igual tipo de rendimiento que el del bono estadounidense
al mismo plazo. A primeros del presente mes de junio el interés demandado por
los inversores internacionales al tesoro español por un bono a 10 años ha sido
del 2,56% mientras el que exigen al gobierno de los Estados Unidos por un bono
al mismo plazo es del 2,63%. Si acertamos a recordar que veníamos de la
estratosfera financiera cuando en julio de 2012 el bono soberano español a 10
años cotizaba un tipo superior al 7,5%, la conclusión lógica es doble. En primer
lugar cabría entender que España disfruta de una segunda juventud, que la
recuperación es un hecho y que aquí no ha pasado nada. Y otra segunda
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también magnífica: España tiene análoga percepción de solvencia y reputación
que el gigante americano. Somos tan buenos como la primera economía
mundial, y ello no debido a alguna torva manipulación estadística u otra
maquinación fraudulenta sino al veredicto de los inversores internacionales que
libremente asumen el riesgo público español con idéntico apetito que el riesgo
público yanqui o el británico sin que nada ni nadie les esté obligando a ello.
Como, lamentablemente, ‘cuando algo es demasiado bueno para ser verdad,
normalmente es porque no es verdad’, valdrá la pena responder someramente
algunas, si no todas, de los preguntas siguientes: ¿cómo se ha llegado a esta
pasmosa situación?, ¿qué ventajas reporta al país y al ciudadano de a pie?, y
aclarar acaso las contradicciones conceptuales que suscita en relación a la
calificación –‘rating’- de las agencias, dónde residen los mayores o menores
espejismos de la información que llega a nuestros mercados y finalmente como
se dibujan las perspectivas probables de evolución de estos fenómenos y qué
peligros se desprenden de la rápida evolución de esta variable.
Hablemos de ventajas. Excepcionales son las ventajas que esta reducción está
representando para los presupuestos públicos como un menor gasto público
aplicable al servicio de la deuda. La emisión bruta realizada por el Tesoro en
2013 excluyendo el rescate bancario, ha sido de 236.695 millones de euros. Con
la nueva tendencia de tipos de interés, el coste medio de la deuda total en
circulación ha descendido hasta un 3,73%. Al mismo tiempo, una demanda más
vigorosa y estable ha permitido atenuar el descenso de la vida media de la
cartera en circulación a finales de 2013 en el entorno de 6,20 años. Ello ha
supuesto, durante el ejercicio pasado, un ahorro de 8.700 millones de euros en
costo de financiación. Para una emisión bruta de 242.000 millones en 2014, a
los tipos rebajados, el ahorro adicional se estima en 5.000 millones sobre los
36.500 millones consignados para el pago de intereses. Para poner en
perspectiva estas cifras conviene recordar que los presupuestos del Estado para
2014 destinan 73.000 millones para educación y sanidad o 110.000 millones
para el pago de pensiones.
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El origen de este milagro financiero hay que atribuirlo en comandita a los
esfuerzos de la ciudadanía española para acometer las cruentas reformas
estructurales de los dos últimos años y a la decisiva actuación de ese genio
llamado Mario Draghi que ha puesto a especuladores e inversionistas en el justo
lugar que les corresponde. No pueden aquí resumirse los obligados programas
de saneamiento de la oferta que han puesto nuevamente sobre sus pies al
gigante productivo español derribado como un pelele por el azote de la crisis.
Pero desde que el Banco Central Europeo amenazara con su programa OMT en
setiembre de 2012 y su continuación hace unos días con la nueva batería de
medidas no convencionales, el mundo financiero sabe que detrás de los países
de la eurozona y también de los periféricos está el larguísimo brazo del Banco
emisor. Aquello lo cambió todo y esto último lo remacha.
Así se aclara la aparente contradicción entre precios de la deuda y calificaciones
crediticias del País. Aunque Estados Unidos y Reino Unido acreditan matricula
de honor (AAA- y AAA)en sus fundamentales económicos, España que no pasa
del aprobado (BBB) empata en reputación financiera y se financia a precio
similar. La razón es el aval de última instancia que nuestra deuda incorpora del
BCE. España progresa en el pelotón de los meritorios pero el ‘rating’ implícito
de su deuda, y de ahí su bajo coste, viene prestado por el Banco Central
Europeo.
Tampoco es cierto que el coste de la deuda española esté, como se ha dicho, por
debajo del de la americana, aunque se le acerque y los argumentos anteriores
conserven gran parte de su valor. La razón estriba en que no son exactamente
comparables dos deudas expresadas en monedas diferentes. La deuda española
emitida en dólares paga casi un 40% más que la de los Estados Unidos.
En cuanto al futuro previsible en esta tendencia bajista de tipos a largo, el
consenso de mercado es que puede bajar de los 200 puntos básicos. Por pura
aritmética las emisiones que han sido colocadas en el pasado a tipos más altos
cotizarán cada vez a precios igualmente más altos, lo que ha llevado el 28 de
mayo pasado al propio BCE a alertar de una potencial burbuja de la deuda
soberana europea.
Y es que los inversores aparcan en cierto modo la solvencia y buscan
afanosamente rentabilidad en un escenario de apabullante liquidez, un ejercicio
no exento de serios peligros. Pero no hay lugar para la complacencia. El océano
de liquidez en los mercados no durará para siempre. La aversión al riesgo global
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está en mínimos históricos y tarde o temprano volverá a niveles más neutrales
cuando los Bancos Centrales abandonen sus políticas no convencionales.
CDS Y PRIMA DE RIESGO.
Todo lo cual nos conduce a la inequívoca conclusión de que la economía
española debe aprovechar el rebufo irrepetible de esta caída espectacular del
coste de la financiación exterior para proseguir en su línea de reforma de sus
estructuras productivas y anticipar en la medida de lo posible la recuperación de
la mayor parte de los estragos de esta crisis, controlada pero aun no superada.