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CONVERGENCIA EN LA UNION EUROPEA.
Manfred Nolte
El preámbulo del Tratado de la Unión Europea habla del objetivo de “lograr el
refuerzo y convergencia de las economías de los Estados miembros” y vincula
dicha convergencia al establecimiento de una Unión económica y monetaria
(UEM) que incluye “una moneda única y estable”. La adopción del euro en
1999 abría las puertas de todos los países participantes a un futuro de mayor
bienestar derivado de una integración gradual y sucesiva de las principales
variables económicas que definían el proyecto.
El término convergencia tiene muchas dimensiones y puede aplicarse a
cualquiera de los cientos de variables relevantes para la vida económica. En
esta ocasión no se utiliza para medir la convergencia nominal de aquellas
variables instrumentales como el tipo de interés, nivel de precios, déficit y
deuda sino a una convergencia real medida por el PIB, y más concretamente
por el PIB per cápita, la renta media de los ciudadanos de los países
concernidos. Más precisamente, la convergencia real sostenible es un proceso
en virtud del cual los niveles de PIB per cápita de las economías menos
avanzadas confluyen, de forma duradera, con los de las economías de rentas
más altas. Aunque los Fondos Estructurales y el Fondo de Cohesión —los
instrumentos financieros de la política regional de la UE— tienen por objeto
reducir las diferencias de desarrollo entre las regiones y los Estados miembros,
su alcance es mucho más limitado que el proceso de convergencia derivado de
una vigorosa demanda adicional.
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La literatura económica distingue entre dos tipos distintos y complementarios
de convergencia real, llamados convergencia beta y convergencia sigma. El
primer tipo de convergencia se refiere al proceso mediante el cual las
economías de renta inferior prosperan a mayor velocidad que las de renta más
alta, lo que se traduce en un proceso real de convergencia, medido en términos
de PIB relativo per cápita en igualdad de capacidad de compra (Paridad de
poder adquisitivo, PPC). La convergencia sigma se refiere a una disminución
de la dispersión de los niveles de renta entre las economías de los distintos
países del área de integración. El objetivo anhelado de una convergencia real
se refiere fundamentalmente a que los países de renta más baja crezcan a un
ritmo superior al de los países mas ricos, sin que ello implique merma para
estos últimos ya que el valor global de la renta no es un juego de suma cero.
Por ello, la convergencia real se refiere básicamente a la dimensión beta
siendo la convergencia sigma una consecuencia habitual o normal del proceso
de integración.
La convergencia sostenible no solo responde al objetivo de distribución y
aumento del bienestar en una zona de integración sino que adicionalmente es
el principal requisito para que las economías inmersas en un proceso de
convergencia puedan ser resistentes a las crisis o shocks ya sean regionales o
de naturaleza general y sistémica.
Un reciente estudio del Banco Central Europeo(BCE) viene a evaluar dicho
proceso de convergencia y a dictaminar en consecuencia en que medida la
UEM y mas concretamente la adopción del euro han supuesto para sus
usuarios un acercamiento común a niveles mayores de bienestar. En definitiva,
si la pertenencia al club ha logrado estrechar las diferencias en la renta per
cápita de los distintos países integrantes de la UEM.
La investigación muestra que si bien la mayoría de los países de Europa
central y oriental de los 28 han registrado avances en el proceso de
convergencia con la media europea desde la constitución de la UEM, dicha
convergencia se ha deshecho de forma acelerada como consecuencia de
shocks asimétricos en aquellos países –fundamentalmente de la zona euro-
que carecían de unos fundamentales sólidos y que habían basado su
crecimiento en un endeudamiento desequilibrado sin crear unas condiciones
productivas sustentadas en una oferta competitiva y eficaz. Para algunos
países el porcentaje en relación a la media en 2014 comparado con 1999 es
similar (España y Portugal) o incluso superior(Grecia e Italia), como suma
aritmética de la mejoría inicial y de la posterior regresión por la crisis. España
se encuentra en 2015 ligeramente por debajo de la media de la EU-28.
La gran crisis iniciada en 2008 ha puesto de manifiesto, fundamentalmente en
los países periféricos que posteriormente han debido ser objeto de rescate, que
las desmesuradas entradas de capital en sus economías amparadas en unos
tipos de interés excepcionalmente bajos no han conducido a una convergencia
sostenible, por la falta de competitividad y de capacidad de reacción de sus
estructuras productivas, poco flexibles y de reducido valor añadido. El capital
no se usó bien en el sur: financió vivienda y consumo en lugar de la inversión
productiva. Por eso pinchó una burbuja insostenible. Una de las constantes de
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la teoría de la integración, evidenciada con la crisis, es que la sostenibilidad de
la convergencia ha de acarrear la conquista o adquisición de una demanda
basada en los merecimientos de una estructura productiva flexible y
competitiva, que implique a medio plazo un mayor potencial de crecimiento. La
crisis no ha hecho sino poner al descubierto las graves deficiencias de algunos
países en su marco estructural e institucional, que han acarreado pérdidas de
convergencia y prolongadas caídas de su PIB.
El relativo fracaso en la convergencia obedece a varias causas, destacando
entre ellas la debilidad de las Instituciones, las rigideces estructurales, el
anémico crecimiento de la productividad total de los factores, un excesivo
crédito bancario y la ausencia de políticas dirigidas a atenuar los ciclos alcistas
de los precios de los activos. Desgraciadamente, la economía española ha
constado en los registros de todos los factores aludidos: mercados de bienes,
servicios y trabajo rígidos, escasa calidad institucional, endeudamiento
bancario excesivo, y crecimiento de la productividad total de los factores nulo o
negativo.
Una lección básica extraída de la crisis de la zona del euro es que la adopción
de la moneda única no invalida la necesidad de adoptar sólidas políticas
económicas domésticas. La moneda única implica la renuncia a mecanismos
automáticos(devaluaciones, movimientos de tipo de interés etc.) utilizados
anteriormente para recuperar la convergencia nominal. En la teoría de las
uniones monetarias, los shocks asimétricos se corrigen con la política fiscal y
en último término con menores salarios y desempleo. Una economía
suficientemente flexible percibe las señales de los precios y procede en
presencia de una crisis al trasvase de recursos hacia sectores de alta
productividad. La política monetaria centralizada en Frankfurt necesita el
complemento de políticas fiscales y macro prudenciales anticíclicas nacionales
para atenuar y si es posible prevenir los efectos de los shocks imprevistos.
Naturalmente, los esfuerzos desplegados a nivel nacional deben
complementarse con reformas estructurales a escala europea encaminadas a
reforzar el mercado único europeo. Mercado único bancario, mercado unificado
de capitales, tesoro centralizado y política fiscal común. Todo ello son objetos
deseables en una Europa que en estos momentos dedica su atención a otros
problemas no más importantes pero si más urgentes y acuciantes.
Resumiendo: A pesar de haberse producido una convergencia real inicial, la
crisis ha revertido el proceso en los países periféricos. Las recetas propuestas
por el BCE se inscriben en los postulados de la ortodoxia: estabilidad
macroeconómica y política fiscal equilibrada, flexibilidad en los mercados de
productos y de trabajo, marco institucional favorable para un uso eficiente de
los factores que respalden el crecimiento de la productividad total y un uso
activo de las instrumentos nacionales. Bruselas y Frankfurt a lo suyo, que es
mucho: avanzar hacia la integración institucional y política.
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Nota: Evolución de la convergencia real PIB per cápita española.
En 1959 el PIB por habitante español sólo era del 56 por ciento del
comunitario, mientras que en 1975 ese porcentaje se había elevado al
79,2 en una carrera de crecimiento económico, el llamado "milagro
económico español" del régimen franquista.
Desde el comienzo de la transición se inició la divergencia real con
Europa hasta llegar en 1986 al 70,4 por ciento, o sea, en los diez
primeros años de la II Restauración, España retrocedió casi diez puntos,
a pesar de los sucesivos planes de convergencia del gobierno socialista.
A partir de 1987 se inicia una lenta recuperación de parte del terreno
perdido hasta alcanzar en 1993 el 76,6 por ciento del PIB por habitante
español en relación con el europeo. Esa distancia se mantiene en 1998.
El grafico superior marca la evolución entre 1995 y 2013, que registra
niveles de convergencia similares debido a la involución sufrida con la
gran crisis.