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Psicoanálisis del autismo 
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Dirigida por Haydée Echeverría 
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Gregorio Baremblitt 
Saber, poder, quehacer y deseo 
Titulo del original en portugués: Psicandlise do Autismo 
Publicado por Editora Artes Médicas, Porto Alegre
Traducción de Ofelia Castillo 
2° Edición: Abril 1997 
ISBN 950-602-157-0 
1988 por Ediciones Nueva Visión SAIC 
Impreso en la Argentina
INTRODUCCIÓN 
Psicoanalizar el autismo Implica enfrentarse con problemas 
cruciales de la teoría psicoanalítica, ya que la clínica del 
psicoanálisis es su propia teoría. Particularmente en ci autismo 
nos encontramos frente a interrogantes fundamentales: el proceso 
de constitución del sujeto y sus coordenadas; femineidad y 
función materna articuladas en torno del falo; las psicosis en la 
infancia; la transferencia en las psicosis y, más aún, en las 
psicosis infantiles. 
Queremos hacer algunas consideraciones introductorias respecto 
de estos temas. 
La transferencia 
Advertimos que este texto no desarrolla el tema de la 
transferencia en las psicosis infantiles. 
Dado que la transferencia es un tópico fundamental, obviamente 
no está ausente de nuestra practica psicoanalítica, pero la 
densidad del problema no ha sido aún suficientemente trabajada 
por nosotros, hasta el punto de intentar una elaboración que llegue 
a ser valiosa para el lector.
Quedamos, por ello, en deuda con ese controvertido concepto en 
el campo de las psicosis de la infancia. 
El lenguaje, el bebé y el sujeto 
El hecho de que un cachorro de la especie humana nazca sano no 
es suficiente, a pesar de su integridad neurofisiológica, para 
garantizar la constitución en él de un sujeto psíquico. Ese 
cachorro, el más prematuro de todas las especies, requiere 
prolongados cuidados para sobrevivir. Poro tampoco estos 
cuidados bastan, ya que la mera satisfacción en el nivel de lo real 
no produce el corte que pondrá al niño en relación con el campo 
de la palabra. 
El eje del proceso constitutivo del sujeto no reside ni en la 
satisfacción ni en la frustración de sus necesidades. 
Tampoco hay en este espécimen automatismo genético alguno 
que garantice per se tal proceso. La operación que lo sitúa se 
define en otro nivel: el del significante. 
"Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto, son todo 
aquello que lo constituye: sus padres, sus vecinos, toda la 
estructura de la comunidad, que lo constituye no solamente como 
símbolo sino en su ser. Son leyes de nomenclatura las que, por lo 
menos hasta un cierto punto, determinan y canalizan las alianzas a 
partir de las cuales los seres humanos copulan entre si y terminan 
por crear. No son otros símbolos, sino también seres reales que, al 
llegar al mundo, poseen inmediatamente esa pequeña etiqueta que 
es su nombre, símbolo Esencial de lo que les está reservado" 
(Lacan, 1983, p.37). 
Esas palabras que obviamente no son comprendidas por el bebé i 
como algunos malintencionados o ingenuos intérpretes de las 
ideas de Lacan quisieron entender) llegan hasta el niño porque 
todo acto que se cumple en relación con él está capturado en un 
discurso; discurso que se expresa en los movimientos esbozados, 
en las actitudes del otro, con quien el niño se identifica orientado 
por el deseo materno. Dado que ese deseo se articula en lo que le
falta a la madre, el falo, este se convierte en el orientador de esas 
identificaciones "que utilizan lo imaginario como significante" 
(Lacan, 1970. p. 91). 
Es importante señalar aquí que lo que permite la ruptura de la 
continuidad entre la madre y el hijo es la intromisión de un 
discurso que, operando en la madre la castración simbólica, obliga 
ambos a hacer referencia a un tercero. Es precisamente de esta 
referencia que estamos hablando cuando mencionamos el 
significante, ya que el padre se hace presente a través de su 
nombre, que es significante fundamental. Sabemos que este 
Nombre-del-Padre representa la ley de la prohibición incestuosa 
y, por extensión, la restricción del goce que lanza al niño y a la 
madre al campo del deseo; deseo cuyo objeto encuentra en el falo 
la simbolización esencial. 
Vemos así que estamos muy lejos del mero cuidado materno; las 
coordenadas de la constitución del sujeto pueden atravesar el 
campo materno, pero solamente a partir de un determinante 
propio del campo paterno: el falo articulador simbólico de la ley. 
No se trata de un binomio inicialmente completo que se rompe 
después por obra del desarrollo; se trata de una triangulación 
edípica que quiebra, en el comienzo mismo, toda completud del 
ser. 
En efecto la madre escribe sobre el cuerpo del niño la serie 
significante que la afecta en relación a él. No podrá hacer de él su 
objeto erótico y eso genera un trazado discontinuo en sus 
aproximaciones al cuerpo del niño. Por eso Lefort nos brinda esa 
clara idea de que "el Otro está incluido en la superficie del sujeto; 
ésta es la primera forma de identificación » través de la cual el 
sujeto empieza a constituirse como tal, en una forma que debe 
llamarse de incorporación, con la condición de destacar su lógica, 
o sea, su topología de superficie" (1983, p. 59), El Otro hace un 
corte en el cuerpo del niño. 
Esa escritura, originariamente reprimida, compone el 
conocimiento Inconsciente que permitirá a! niño de escasos dos 
años de edad lanzarse al ejercicio del complicado arte del 
lenguaje con una habilidad increíble. La vertiginosa velocidad con 
que el niño estructura su expresión lingüística sólo tiene esta 
explicación: fue concebida como ya capturada en la red
significante, y a partir del nacimiento mismo fue recibiendo sus 
impactos. 
Función materna 
Dedicamos a este tema dos capítulos, el 4 y el 5, aunque nos 
parece necesario abordar una cuestión previa. 
Entendemos que, en sentido estricto, lo que hace función es aquel 
factor que determina todas las otras variaciones y en relación al 
cual, por oposición, se diferencian los demás elementos de la 
operación. Esto si tomamos como modelo aquello que en lógica 
matemática se llama fundón analítica: función compleja, 
infinitamente derivable. Es con este sentido que Lacan define la 
Función del Padre. Sin embargo, "la primera realidad se 
constituye sobre el eje de la relación primordial del niño con su 
madre, aunque sea imposible aplicarla únicamente por el vinculo 
del deseo con un objeto que puede o no satisfacerlo", nos dice el 
propio Lacan (1970, p. 9), "De hecho, el niño se interesa primero 
por toda clase de objetos antes de hacer esa experiencia 
privilegiada que hemos descrito con el nombre de fase del es-pejo 
…(ibídem) Y ese interés del niño está orientado por el deseo 
materno, que recorta el mundo en concordancia con el discurso 
del cual es mediador. Discurso de la madre, mediadora del padre 
interdictor (ibidem p.89) que metonimiza en la relación al hijo lo 
que el Nombre-del Padre metaforizará. 
La idea de que el significante inaugura toda identificación y signa 
toda relación de objeto, aun en el nivel primordial, rescata el 
papel esencial que para la función simbólica y para la 
triangulación edípica el propio Freud reservó en toda la teoría 
psicoanalítica. Sin embargo, debemos señalar que, en su papel de 
mediadora, la madre particulariza el modo de la alternancia 
ausencia/presencia del otro que se ofrece en el campo del 
semejante para el espejamiento. Al mismo tiempo representa al 
Otro primordial, encamando en la situación la historicidad que 
articula la metáfora paterna, colocando sobre el hijo la puntuación 
que le confiere su significancia. Hay, sin duda, una mirada
materna que si no puede ser nombrada como función en un 
sentido estricto, puede ser llamada función en el sentido 
descriptivo del papel que le cabe como primer objeto que se 
ofrece para ser simbolizado (Lacan, 1970, p. 99), 
Aun en esta cuestión vale la pena insistir en la diferencia que hay 
entre este punto de vista y las tesis winnícottianas que colocan el 
acento en los cuidados maternos, Es evidente que la madre que 
cuida no es la misma que desea, "Más allá de lo que el sujeto 
demanda, más allá de lo que el otro demanda al sujeto, está lo que 
el otro (la madre) desea" (Lacan, 1970, p. 115), 
Se trata precisamente de que el "desear al hijo" gira en torno de la 
forma en que, en la madre, se establece la falta. Por eso toda 
relación con el niño parte de una falla y de una irremediable 
incompletud. Madre e hijo no se suturan en una 
complementariedad satisfactoria. Muy por el contrario, vuelven a 
engendrar, en la dialéctica de su deseo, una brecha que el 
significante se esforzará por recubrir en el mismo momento en 
que su marca desgarra una región más de lo imaginario, 
Miller describe con precisión: "La madre deseante no es el 
personaje de la madre, sino lo que debe ser captado a partir de su 
función y su materna: se dispone en una madre cuya función 
aparece previamente suturada. Así, no sólo se registra la ausencia 
de la función que hace al Otro, sino también de la función 
derivada de la primera: del espejamiento. Sucede que el Otro 
circula en un imaginario que deja afuera al hijo. Todo significante 
opera, entonces, lanzándolo al campo de lo real, dejando al niño 
sin marca. 
Este trabajo tiene una pequeña historia que vale la pena recordar, 
Iniciamos nuestra práctica terapéutica con niños autistas desde 
una perspectiva annafreudista y pedagógica piagetiana, inspirados 
en parte en los cuidados médico-neurológicos que estos pacientes 
reciben. La tarea de equipo con más de cincuenta colegas de los 
Centros "Lydia Coríat" de Buenos Aires y Porto Alegre 
representó un valioso foro de revisión constante de nuestra 
práctica clínica. Así, esa práctica inicial, por sus resultados, que 
mostraban grandes riesgos de mecanización de los niños, mereció
un análisis critico que nos llevó a buscar refereneciales que 
valorizasen los aspectos imaginarios. Apelamos en esta segunda 
etapa a los conceptos winnicottianos, enfrentándonos con los 
efectos de una recuperación de la vinculación afectiva con la 
madre, un ordenamiento simbólico: los niños autistas se 
transformaban en verdaderos tiranos de los padres, presentando 
características psicóticas no autistas. En un tipo de clínica en la 
cual la recuperación de los pequeños pacientes es difícil, no 
renunciamos sin embargo a continuar buscando los ejes de una 
intervención psicoanalítica más elaborada. 
De este modo, ayudados por los avances conceptúales producidos 
por el psicoanálisis en estos últimos años, llegamos a las 
formulaciones freudiano lacanianas de cuya práctica intentamos 
hoy dar cuenta.
Parte 1 
PROBLEMAS TEÓRICO-CLÍNICOS
1 
CUESTIONES PRELIMINARES 
Una prolongada práctica en psicología, psicoterapia y 
psicoanálisis con niños afectados por diversos problemas de 
desarrollo hizo que nos encontrásemos con frecuencia con 
cuadros de intenso aislamiento, cuya remisión era preciso obtener 
antes de encarar cualquier terapia reeducativa o rehabilitadora. En 
la tentativa por hacer algo en favor de esos niños y sus familiares, 
y a despecho de la “dureza” del fondo orgánico, nos vimos en 
cierto modo obligados a intentar una penetración a través del 
flanco que inicialmente se nos aparecía como el más flexible: el 
campo de la relación parental-filial. La formación analítica 
contribuyó fuertemente a esa elección, facilitando nuestra 
navegación a partir de lo Real, en dirección a lo Imaginario y a lo 
Simbólico. 
Poco después y debido a la presencia en nuestro campo de trabajo 
de niños autistas y psicóticos sin afecciones orgánicas 
demostrables, fuimos percibiendo la semejanza sintomática con 
los cuadros de aislamiento presentados por los niños con 
evidentes problemas constitucionales. 
Esa semejanza sintomática, y la respuesta positiva obtenida en las 
intervenciones psicoterapéuticas realizadas en torno al Otro 
tachado, al otro dotado de una falta, Toda la clínica de Winnicott 
intenta desarrollar lo que cree que es la norma del desarrollo: el 
Otro sin falta, que el niño completa de un modo singularmente 
adecuado" (Miller, 1934, p, 117).
Como se puede advertir, para Winnicott la cuestión madre-hijo se 
resuelve en lo real y en lo imaginarlo. Falta en esta postura el 
ordenador simbólico: el falo. 
Las psicosis en la infancia 
Según Winnicott las psicosis infantiles encuentran su explicación 
en la ausencia materna, aunque en verdad ellas hasta podrían ser 
explicadas por su constante presencia. 
El eje está fuera de lugar: no se trata de su presencia o de su 
ausencia sino de la alternancia de ellas y del particular modo del 
ejercicio materno, estructurado, como deseo, por un discurso que 
lo trasciende. 
"¿Cómo ubica Lacan en su esquema el deseo de la madre? 
precisamente como la madre que no siempre está allí como la que 
puede faltarle al niño, o sea la que puede interesarse por otra cosa 
(Miller, 1984b, p 134), "La referencia a Winnicott es útil a fin de 
compararlo con Lacan. Para él la psicosis no está relacionada con 
la forclusión del Nombre del Padre, sino con la quiebra del 
cuidado materno" (ibidem, p, 125). 
Pero queremos entrar en mayores precisiones. Resulta necesario 
porque la clínica del autismo se nos aparece como diferenciada 
del resto de las psicosis precoces, Y, curiosamente, observamos 
también en otros autores el retorno del tema de la ausencia 
materna, aunque desde otros ángulos diferentes al de Winnicott. 
Partamos de la definición de Lacan: "¿Qué es el fenómeno 
psicótico? La Emergencia en la realidad de una significación 
enorme que parece una insignificancia 
- en la medida en que no se puede vincularla a nada, ya que nunca 
entró en el sistema de la simbolización— pero que en 
determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio" 
(1984, p. 124), 
Esta significación enorme puede ubicar al niño como anclado en 
el espesamiento univoco de la madre, en cuyo caso seria 
psicótico; ó bien puede impedir todo acceso al estadio del espejo.
Pensamos que en el autismo nos encontraríamos con este segundo 
caso. 
Dominique y Gérard Miller parecen coincidir con esta perspectiva 
cuando, al analizar el caso de Joey, presentado por Bettelheim 
(1981), dicen: "La causalidad psíquica del autismo de Joey está 
regida electivamente por su exilio de la dialéctica del deseo 
“(1984 p 80) exilio que lo coloca frente a una función materna 
que no se ejerce porque él, pese a ser objeto, no es causa de 
deseo: queda entonces como real puro. 
El mismo trazado subraya Cordié respecto del caso de Silvie, que 
a los siete meses pierde a su madre, con lo cual "esta separación 
se convertirá en un factor desencadenante de la psicosis. La niña 
se convierte en autista"(1984, pp. 62-63), Y Cordié señala aún; 
"Es verdad que la sustituta de la madre, por su comportamiento, 
causó la ruptura del vínculo aún frágil de la relación con el Otro. 
El proceso de simbolización se detiene. Nos encontramos aquí 
antes del estadio del espejo y muy lejos del Edipo (ibídem) 
En esa misma dirección se sitúan las observaciones de Godíno 
Cabas (1980), citado en nuestras conclusiones a propósito de las 
psicosis de ausencia. 
Nos parece, pues, que la percepción de la ausencia de la madre se 
impone con tanta frecuencia en la clínica del autismo que merece 
ser tratada con todo cuidado. Por eso, dedicando nuestras 
observaciones a este aspecto del problema, rescatamos, una 
repetición, la ausencia del deseo materno en relación con el hijo 
autista. 
De modo qué el hijo no entra en la ecuación ni siquiera como falo 
presente, sino como exclusión total de das a nivel del vínculo 
madre-hijo M-H) en los niños orgánicamente afectados, 
despertaron en nosotros ciertos interrogantes que finalmente, se 
transformaron en tópicos que guiaron el desarrollo de esta 
investigación: 
1) ¿La casi completa superposición sintomática entre los cuadros 
de aislamiento y desconexión presentados frecuentemente por los 
niños con problemas de desarrollo (deficiencia mental, parálisis 
cerebral, deficiencias sensoriales) y los cuadros típicos de autismo 
infantil precoz (AIP) remite a una identidad estructural psíquica
entre ambos, o a una mera coincidencia de características 
superficiales? Si se comprobase una identidad estructural ya no se 
podría hablar de rasgos autistas por un lado y autismo infantil 
precoz por otro, sino solamente de AIP. Y mucho avanzaríamos 
en la comprensión de la psicodinámica de tales patologías. 
2) Si es plausible pensar en una única estructura psíquica como la 
constante del AIP, ¿qué factores contribuyen para que ella se 
establezca? Nos parece que estamos en el camino cierto cuando 
intentamos penetrar en la comprensión de la praxis de la función 
materna, porque siempre encontramos intensas perturbaciones en 
la vinculación de las madres con los hijos, concomitantes con los 
cuadros de desconexión autística. Es cierto que en muchos casos 
estas alteraciones son formaciones reactivas frente a las 
características excepcionales del hijo; pero cabe preguntarse si 
tales reacciones no fueron previas o .simultáneas a las 
formaciones autísticas; y por lo tanto, si no intervinieron en su 
causa. Además llegamos a la conclusión de que cualquier avance 
en este terreno puede representar una contribución valiosa en el 
campo terapéutico y preventivo. 
3) Nos parece que el "aparato" técnico existente en los terrenos 
del psicoanálisis y de la psicología requiere algunas 
especificaciones y que en cierto modo se muestra insuficiente 
para penetrar y actuar terapéuticamente en este campo. La 
comparación sistemática de nuestra práctica en el seguimiento de 
diversos casos tal vez pueda contribuir con algunas herramientas 
para este restringido arsenal. Es preciso aclarar que cuando 
hablamos de arsenal restringido no estamos pretendiendo juzgar 
los numerosos descubrimientos realizados en esta área de trabajo. 
Por el contrario, valorizamos mucho y nos hemos servido 
grandemente de las contribuciones de Kanner (1943-51). 
Winnicott (1965-80), Lacan (1971- 81), Mannoni (1971-77), 
Diatkine (1975), Tustin C1975), Bettelheím (1976-81), Mahler 
(1977-83), Misés (1977). Castoriadis Aulagnier (1977), Meltzer 
(1979), Faure (1980), Suomi (1980) y Lefort (1983). 
Sin embargo, todos quienes trabajamos en esta problemática nos 
vemos obligados a reconocer la insuficiencia de nuestros recursos,
en función de la modestia de nuestros resultados. Acostumbramos 
obtener mejoras significativas y hasta algunas curas: pero después 
de cada tratamiento nos queda la clara sensación de que estamos 
aún en un campo de investigación que requiere mayor 
profundización, lo que se ve corroborado por la diversidad de 
opiniones existente. 
4) En la aproximación clínica de los niños autistas y de los que 
padecen alteraciones psicóticas con otras características 
(esquizofrénicas y simbióticas), hemos percibido, en consonancia 
con las observaciones de Mahler (1983, pp. 26-31) reacciones 
bien diferenciadas que muestran de manera muy clara 
catexizaciones de objeto extraordinariamente divergentes de un 
cuadro a otro. A tal punto es evidente esta diferencia, que el 
analista se ve obligado a aproximarse a los pacientes de manera 
muy diversa. 
Mientras que en los casos de psicosis simbiótica y de 
esquizofrenia (según la descripción de Mahler, (1983) la 
interpretación verbal acostumbra ocupar un lugar central desde el 
comienzo del trabajo terapéutico, en los casos de AIP la operación 
a nivel del objeto real se convierte en el punto de partida 
obligatorio de cualquier tentativa de ascender a lo Simbólico, Esto 
parecería indicar que la reducción del niño a nivel de lo puro Real 
es mucho más radical en el autismo que en otras psicosis 
infantiles. Esta postulación no significa que se trate de un cuadro 
de mayor gravedad, ni constituye una nueva e innecesaria 
tentativa de establecer una escala de profundidades 
psicopatológicas, ya que consideramos que tales escalas carecen 
en absoluto de sentido clínico. Se trata, en verdad, de 
interrogarnos acerca de la identidad o no de estructuras entre el 
autismo y las demás entidades vinculadas a las psicosis infantiles. 
Es de este conjunto de interrogantes y consideraciones que se 
desprenden nuestras hipótesis de trabajo. 
Nuestra hipótesis central sustenta la idea de que hay una identidad 
de estructura psíquica entre los cuadros con rasgos autistas, 
característicos de muchos niños con problemas de desarrollo, y 
los cuadros de AIP típico. La semejanza sintomática no es casual 
sino efecto de esa identidad,
En esta misma dirección formulamos algunas hipótesis en un 
segundo plano, aunque no las consideremos accesorias para los 
objetivos de nuestro estudio: 
a) Los factores que inciden en la producción de los cuadros de 
AIP obedecen a una combinación de aspectos constitucionales del 
niño con aspectos compensatorios en el ejercicio de la función 
materna. Así, podemos encontrar niños sin anomalías orgánicas 
que justifiquen el AIP que padecen, aunque incluidos en una 
relación M-H en que la perturbación de la función materna 
constituye el factor eficaz. En sentido contrario a ese tipo de 
casos, la extrema insuficiencia de un niño orgánicamente 
perjudicado puede tornar infructuosos todos los esfuerzos 
matemos compensatorios, dando igualmente como resultado un 
cuadro de autismo. Parecería que para que no se produjera el AIP 
seria necesario que se cumpliera una relación estricta 
inversamente proporcional entre la capacidad materna y la 
capacidad de registro del niño (afectada esta última capacidad por 
sus aspectos constitucionales). Ocurre que, dentro de ciertas 
variaciones extremas, tal proporción parece romperse. 
b) La intervención también a nivel de lo real parece ser un 
componente esencial en el abordaje de las psicosis infantiles. Sin 
embargo esto aparece como mucho más pertinente en la terapia 
psicoanalítica del AIP. 
c) Existe una diferencia de estructura entre el AIP y las otras 
psicosis infantiles. Esta hipótesis, aunque no trabajada en 
profundidad en este estudio, es un punto de reflexión de nuestras 
investigaciones.
2 
AUTISMO INFANTIL PRECOZ: 
UN CAMPO DE CONTROVERSIAS 
Fue Leo Kanner quien en 1943 aplicó este término para designar 
el cuadro presentado por once niños "cuyas tendencias al 
retraimiento fueron observadas en el pri- mer año de vida". 
"La mayoría de estos niños fueron traídos con la suposición de 
que eran intensamente débiles mentales o bien con el interrogante 
acerca de una posible disminución auditiva", relata Kanner y 
continua: "El factor común en todos estos pacientes es una 
incapacidad para relacionarse de manera habitual con las 
personas y las situaciones, comenzando esta dificultad a partir 
del inicio de sus vidas. Sus padres acostumbran describirlos 
como autosuficientes y cerrados en si mismos, más felices cuando 
se quedan solos, actuando como si la gente no existiese y dando 
la sensación de poseer una silenciosa sabiduría”. 
Las historias de los casos indican invariablemente la presencia 
desde el comienzo de una soledad autística extrema y que siempre 
que es posible, se cierra a todo cuanto le llega al niño desde el 
exterior" (Kanner, 1951, pp. 7689). (La bastardilla es nuestra.) 
La última expresión subrayada adquiere relevancia a medida que 
pasa el tiempo y las historias acerca del autismo se multiplican. 
¿Qué hace posible ese cerramiento y qué lo tornaría imposible? 
Retomaremos esta pregunta más adelante. Antes será necesario 
que hagamos un pequeño recorrido exploratorio. 
A partir de este texto inaugural, otros autores y el mismo Kanner 
vuelven al asunto, ya que se advierte que las conductas que 
Kanner menciona para los casos de AIP también aparecen en 
varios tipos de niños. Según Furneaux (1982), pp. 20 -1) deben 
considerarse siete grupos principales; 
1) niños sordos e hipotónicos; 
2) niños ciegos o con visión parcial; 
3) niños subnormales o infradotados profundos; 
4) niños con lesión cerebral conocida; 
5) niños clasificados como psicóticos infantiles; 
6) niños clasificados como esquizofrénicos infantiles;
7) niños con estados demenciales conocidos, detenidos o 
progresivos y debidos a diferentes causas patológicas. 
Sin embargo esta misma autora apunta la siguiente controversia: 
"El nombre de autismo ¿se reserva para aquel niño que en 
apariencia no tiene ningún otro síntoma pero que presenta las 
características descriptas por Kanner y especialmente la primera. 
Aun cuando también sea posible afirmar que un niño ciego o 
sordo tiene características autistas. o sea que presenta conductas 
que se encuentran en las criaturas denominadas autistas y que no 
padecen de ningún otro síntoma que no sea el de conducirse según 
la descripción de Kanner y otros. Del mismo modo, algunos niños 
con lesiones cerebrales y aquellos clasificados como subnormales 
o infradotados profundos, pueden presentar algunas de las 
características del autismo. A veces estas conductas son 
persistentes y a veces transitorias. Lo cual hace que el 
diagnóstico sea aún más difícil" (ibídem). 
La transcripción que antecede se justifica por varias razones, En 
primer lugar porque coincide descriptivamente con nuestra propia 
experiencia clínica. En segundo, porque subraya las dificultades 
que aún persisten para llegar a una concordancia respecto de los 
límites entre lo que debe y no debe ser considerado autismo 
(véanse anexos 1 y 2). Y en tercer lugar, porque se destaca que 
hasta los más rigurosos catálogos psiquiátricos dejan entrever la 
conexión (¿y tal vez la continuidad?) que se percibe entre esos 
rasgos de aislamiento, bastante característicos y frecuentes en los 
niños con problemas de desarrollo, y las características de 
conducta los niños con AIP psíquico. 
Efectivamente, en la práctica clínica vemos cómo aumenta la 
presencia de rasgos autistas en los grupos de niños con 
condiciones más precarias de registro debidas a sus características 
constitucionales. Pero recíprocamente observamos que esto 
depende de la capacidad de las madres para cubrir esa mayor 
distancia impuesta por las limitaciones de sus hijos. 
Por ejemplo, en los niños con Trisomia 21 (Síndrome de Down) 
el déficit genético no es suficiente para producir rasgos autistas. 
Su presencia dependerá de la naturaleza de la actividad materna, 
su reacción y su capacidad de sobreponerse al impacto depresivo
inicial. La capacidad tónica y de reacción sensorial de esos niños 
está disminuida, pero la sintomatología autista solamente aparece 
si se produce un prolongado desencuentro entre ellos y sus 
madres. Por otro lado, vemos niños que, teniendo un buen 
potencial genético, tropiezan con madres intensamente 
melancólicas y retraídas, lo cual termina por generar, a veces, 
verdaderos cuadros autistas. La fase del autismo normal, 
desarrollada por Mahler (1977, p p, 53-5) muestra esta formación 
como un momento del proceso de individuación, que aparece 
como una defensa frente a la simbiosis. Según ella, el factor 
materno es decisivo para que este pasaje pueda efectuarse sin que 
el niño se fije en este aislamiento de manera patológica. Aun 
cuando Ornitz (1981, pp. 10 15) considera una mera imprudencia 
hacer tales afirmaciones, ya que para él el autismo no es más que 
"un problema neurofisiológico determinado en el interior del 
cerebro …una influencia posiblemente genética pero no 
hereditaria..." y aun más específicamente respecto de la "relación 
entre la simbiosis psicótica de Mahler y el autismo infantil 
precoz.. dos observaciones me hacen pensar que éstos no son, en 
esencia, dos síndromes separados". La primera observación que él 
refiere es que "el comportamiento simbiótico es muy poco 
frecuente" (!?); y la segunda observación que hace, para nuestra 
sorpresa, es el caso de una niña con una clara psicosis simbiótica: 
la niña "insistía en arrodillarse sobre la falda de la madre, 
clavando sus rodillas en su abdomen …y se colgaba de su cuello 
con los brazos... 
Si la madre intentaba deshacer el abrazo, la niña tenía terribles 
ataques de furia (gritos y opistótonos) con el consentimiento de la 
madre. Intentamos resolver esto por medio de separaciones muy 
violentas (sic). Llevamos a la niña a un cuarto de juegos y 
dejamos fuera a la madre mientras le permitíamos gritar. Poco 
después la niña se adaptó a mí e insistió en acomodarse en mi 
falda.., Era una simbiosis con cualquiera que le permitiera ese 
comportamiento. Y una vez que este comportamiento fue 
eliminado por medio de un descondicionamiento aparente, 
alcanzó la apariencia de cualquier niño autista. Siento, pues, que 
la psicosis simbiótica es una variante".
¿No es sorprendente? Ornitz, que insiste en la pureza orgánica del 
cuadro, no hizo más que demostrar le importancia que tiene el 
vinculo M-H en la producción del autismo. En efecto, en este caso 
la ausencia de una identificación separada de la madre hizo que la 
niña tratase de reemplazar a la madre violentamente arrancada de 
ella por el primer semejante que se le apareció, porque ella sólo 
puede ser en esta "otro". Ornitz "la descondiciona" (y ya vimos 
qué métodos emplea) y la niña es arrojada al vacío más absoluto: 
entonces aparece el autismo. Queda pues demostrado que en este 
caso el problema no era de neurofisiología cerebral, dado que 
antes del "descondicíonamiento" la niña no presentaba autismo. 
Entendemos la preocupación de Furneaux y Roberts (1982, pp. 
36-7) respecto de la facilidad con que se puede deslizar la culpa 
sobre las madres y agregamos aún: la facilidad con que una madre 
puede absorber la culpa por sentir, por proyección narcisista, el 
fracaso del hijo como propio. Pero una concepción psicoanalítica 
del tema no es ni puede ser recriminatoria, como podría serlo una 
apreciación conductista. En la psicología de la conciencia ningún 
hecho escapa a la responsabilidad y deliberación del paciente, 
pero no ocurre lo mismo con la psicología del inconsciente. En 
verdad, cuando insistimos, junto con otros autores (Mannoni, 
1971; Winnicott, 1975; Léfort, 1983), en la incidencia de un 
factor a nivel de la articulación psíquica en la producción del 
autismo, estamos motivados por la defensa de los niños; pero no 
de sus madres, sino del tipo de intervención psiquiátrica que 
acabamos de describir. Además, cuando sostenemos la idea de 
una estructura común para los casos con o sin componentes 
orgánicos, estamos proponiendo una perspectiva que, si bien 
puede acentuar parcialmente el papel de las madres en el 
"remedio" (por lo menos como tentativa posible), no subraya en 
absoluto su culpabilidad. 
En efecto, estamos diciendo que lo que articula la estructura 
autistizante en la madre es su imposibilidad de dejar caer el objeto 
real restitutivo de su castración y dar lugar, así, a la constitución o 
persistencia del deseo materno. Esa imposibilidad se origina en lo 
que la estructuró como sujeto, o en lo que, en el hijo, la 
obstaculiza, con reiteración, para sostener en él la dimensión 
simbólica. Partiendo de este punto de vista, en la operación
psicoanalítica que proponemos, la madre queda "sujeta", o mejor 
aún "suelta" en relación con este hijo, o sea que la madre es 
arrojada fuera de su papel de agente de una función. Por lo tanto 
nosotros tratamos este tema partiendo del ángulo de la función 
materna y no de la madre. Esto hace una enorme diferencia que 
por lo general escapa a las consideraciones de los psiquiatras 
clásicos. Podemos ver un ejemplo de ello en el propio Kanner, él 
mencionó descriptivamente las características de los padres de 
niños con AIP refiriéndose a su carácter “intelectual y obsesivo” 
con aires formales y “poco cariñosos” (1951, pp. 771)- 
Rápidamente, por esa vocación positivista que la psiquiatría tiene 
y que la lleva a establecer relaciones fáciles de causa efecto entre 
acontecimientos simplemente contiguos las madres pasaron a ser 
culpadas por et autismo del hijo . Algunas prácticas de la 
psiquiatría llamada "dinámica", impregnada de algunos residuos 
psicoanalíticos, se centraron en esta idea. Proliferaron así 
consejos para que las madres de hijos autistas dejasen de trabajar 
o de estudiar, o para que diesen más amor a sus hijos, o hasta 
desarrollaron críticas más o menos explícitas a su supuesta 
frialdad. Quedó así establecida la culpabilidad. 
La reacción de Kanner no fue inmediata, pero se produjo: en su 
libro En defensa de las madres (titulo por demás significativo), de 
1974, reacciona contra todo tipo de consejos psicológicos, pero 
extrañamente nos brinda una serie de ellos. Sin embargo estos 
consejos no se basan en el saber psiquiátrico o psicológico sino en 
el sentido común, o sea en su saber personal. 
En este extraño libro, que se esconde bajo un pretendido (pero 
fracasado) humor, anunciado como intención en su primer 
capitulo (p. 20), aparece un sarcasmo que revela la amargura de 
Kanner: haber dado lugar a un proceso acusatorio contra las 
madres, es decir contra las personas que, siendo él el padre de la 
psiquiatría infantil, deberían ser consideradas sus pacientes. Pro-ceso 
acusatorio cuya responsabilidad cabe a su propia orientación 
psiquiátrica, tanto como el mérito del descubrimiento de este 
síndrome. Así lo confirma la insistencia con que hace esta 
acusación (!!) en ese mismo libro cuando, en el último capitulo, 
elabora el "Retrato de una buena madre" (pp. 133), con lo cual 
queda afirmada, por contraste, la culpabilización que él trata de
evitar. Porque si el modelo fuese ése, todas las madres deberían 
sentarse en el banquillo de los acusados. Aun cuando Kanner trate 
de desviar Ja responsabilidad inevitable de los efectos que 
produce hacer un cierto descubrimiento (el del AIP) bajo el 
dominio de una cierta metodología, esta responsabilidad queda 
dramáticamente subrayada en el curioso ataque que dedica al 
psicoanálisis en el capítulo XIV (pp. 147-57), Como su práctica 
es la práctica de un saber, sea éste psiquiátrico o personal, concibe 
al psicoanálisis como una práctica de saber. Saber contra saber, 
no se sabe bien por qué coloca el saber del psicoanálisis en un 
lugar mayúsculo, ya que escribe en letras mayúsculas todos los 
términos psicoanalíticos que menciona. De ahí a sentirse 
amenazado hay solamente un paso. Y esto se revela en el único 
chiste que aparece en todo el libro (humor anunciado al principio 
y que sólo se hace presente al final): "Dos jóvenes consiguen 
escapar de un toro enfurecido que las persigue. Se suben a un 
árbol y se sujetan a las ramas. Debajo está el toro embravecido, 
listo para darles una cornada. Una de las jóvenes le dice a la otra: 
Sabes, Silvia, si esto fuese un sueño podría significar algo'" 
(ibidem, p. 157), Lo que Kanner no percibió es que el hecho de 
que él relate este chiste significa algo. Esta anécdota es su propio 
sueño, su propio acto fallido Se siente amenazado por un saber 
que escapa a su control el Gran Dios Inconsciente, como él 
mismo lo llama) y se trepa sea a las ramas del sentido común, sea 
a las ramas del conductismo psiquiátrico, tratando de huir de los 
efectos descontrolados de haber hecho el descubrimiento del AIP 
bajo la regencia de un saber maniqueísta (las buenas y las malas 
madres). A Kanner debemos el descubrimiento que hoy nos 
permite continuar pensando; sin embargo, como él no lo olvidó, 
tampoco debemos olvidar que el toro continúa abajo. 
Es evidente, entonces, a qué peligros nos exponemos en el caso de 
mantenernos en el nivel descriptivo de los comportamientos, 
dentro de procedimientos psicológico-psiquiátricos, ya sea 
atribuyendo toda causalidad a la madre o ya sea - como está más 
de moda en la psiquiatría norteamericana actual específicamente 
referida al AIP— atribuyendo todo al cerebro del hijo, Por nuestra 
parte preferimos referirnos a lo que aún hoy causa escándalo 
estamos hablando de la reacción de Lacan frente a una objeción
en el momento de la presentación de su tesis doctoral (“La 
posición paranoica en sus relaciones con la personalidad”): "En 
resumen, señor, no podemos olvidar que la locura es un fenómeno 
de pensamiento (apud Lacan, 1978, p.65). Por otra parte desde 
que en 1896 Kraepelin (apud Manoni,1971, p.103) estableció el 
diagnóstico de la dementia praecox comenzaron a diferenciarse 
entidades noseográficas relativas a la locura aplicada a la infancia. 
Surgen así los términos "psicosis infantil", " esquizofrenia 
infantil", que anteceden al término “autismo” aplicado en este 
sentido (Furneaux, 1982. pp. 22-3). Nacen entonces diversas 
polémicas acerca de si el estado esquizofrénico es una forma 
exclusivamente adulta o no de locura, y si es o no el destino más 
probable de la evolución posterior de los niños autistas. También 
se discute si el termino psicosis se superpone o no al de 
esquizofrenia y autismo. A ese respecto escribe Hender en 1942 
"Hay quienes no creen en la esquizofrenia de la infancia por no 
haber visto nunca un caso. Tal vez ninguno de nosotros haya visto 
muchos casos para que podamos hacer un diagnóstico definido, 
precisamente por no conocer los criterios aceptables. Hay otros 
que prefieren llamarlas psicosis parecidas a la esquizofrenia en la 
infancia" (apud Kaxmer, 1951, p. 773). 
Eaton (apud Ajuriaguerra, 1973, p. 709) y Menolascino (1965), 
por un lado, y Annell (1973) por otro, coinciden en afirmar las 
diferencias entre esquizofrenia infantil y AIP. Annell argumenta 
que los niños autistas se aíslan del mundo, mientras que los 
esquizofrénicos mantienen con él un contacto distorsionado. 
Cabria señalar aquí lo que ya se hizo notar respecto de la 
oposición entre autismo y simbiosis en el estudio de Mahlcr 
(1958, pp. 77 - 83) y hasta acerca de la distinción que esta autora 
establece entre los tres tipos de psicosis infantiles: psicosis autista 
infantil, caracterizada por el hecho de que "la madre parece no 
haber sido percibida jamás emocionalmente por el bebé, como 
figura representativa del mundo exterior. Del mismo modo la 
primera representación de validez externa, la madre como 
persona, como entidad separada, parece no ser catexizada. La 
madre aparece como un objeto parcial, aparentemente despojado 
de las catexias especificas, que no se diferencia de los objetos 
inanimados" (Mabler, 1979, pp. 26-7), Psicosis simbiótica
infantil en la cual se observa la primitiva relación simbiótica 
madre bebé pero que no avanza hasta el estadio de catexia del 
objeto libidinal materno, La representación mental de la madre 
permanece, o de modo regresivo, se funde con el self, es decir, no 
se separa del self. Forma parte de la ilusión de omnipotencia del 
paciente infantil (ibidem, p. 29). La esquizofrenia del niño, acerca 
de la cual la autora dice que “toda la evidencia clínica refuta la 
argumentación de ciertos psiquiatras y psicoanalistas de que la 
esquizofrenia no se produce antes de la pubertad, porque el 
cuadro esquizofrénico se basa en la elaboración psicótica del 
conflicto homosexual, Creo, en primer lugar, que la principal 
causa de la propensión del yo a alienarse de la realidad y 
fragmentarse es la grave perturbación descripta más arriba 
(psicosis infantiles, simbiótica y autista), o sea un conflicto 
especifico del relacionamiento madre-hijo, sea este autista o 
simbiótico'' (ibidem, p.31) 
Tustin,1972, pp. 9-11) define al autismo patológico como "una 
interrupción" del desarrollo psicológico que se torna intensamente 
rígido, en una fase muy primitiva, o de una regresión a tal fase". 
Y agrega, en el mismo sentido que Mahler, que "el autismo 
normal es, como estado, anterior a la capacidad de pensar 
(prepensamiento), mientras que el autismo patológico es un 
estado de antipensamiento. Este último término sugiere una 
coincidencia clinica con lo que estamos postulando; coincidencia 
que, a pesar de no tener su correlato a nivel teórico, no deja de ser 
significativa. 
En efecto, encontramos, en concordancia con el punto de vista de 
Rosine y Robert Lefort (1983, pp. 364 66),la idea de que el 
autismo consiste en la ausencia de lo Imaginario/Simbólico 
propiamente dicho La idea es que el espejo que el intermediarlo 
materno ofrece al niño lo devuelve permanentemente a la esfera 
de lo Real, 
Y esto acontece porque tal intermediario no puede hacer otra 
cosa, ya sea por imposibilidad psíquica de sostener un lugar de 
circulación simbólica para ese hijo, ya sea porque el hijo está 
orgánicamente impedido de llegar a constituirse como sujeto por 
una insuficiencia neurológica. Y también puede suceder, según 
una tercera hipótesis, por la combinación de los dos factores. Sin
embargo, si llegamos a la conclusión de que la estructura psíquica 
es la misma en cualquiera de las tres variantes posibles, podría 
quedar esclarecida gran parte de las confusiones y discusiones que 
se producen alrededor de este cuadro, en el cual coinciden 
síntomas psíquicos pero no etiologías médicas.
3 
LA CUESTIÓN ETIOLÓG1CA 
En el campo de la etiología la discusión se centra en torno de cuál 
es el factor causal: la función materna o una alteración cerebral 
Nadie discute que hay incidencia de síntomas autistas en diversos 
cuadros patológicos de la infancia, habiendo también niños que 
no padecen de patología alguna, sino sólo de tales síntomas, Pero 
las divergencias surgen cuando se trata de definir las causas. ¿Por 
qué atribuir a causas diferentes estos síntomas cuando se trata de 
niños con enfermedades orgánicas demostradas o cuando sólo 
aparece el cuadro autista cuya manifestación "se define 
exclusivamente en el plano de la conducta "? (Ornitz, 1981). Es 
extraño que, en el caso de niños físicamente afectados, la mayor 
parte de los investigadores acepte que los factores “vinculares” 
pueden ser la causa de los rasgos autistas cambio, lo que se torna 
aún más extraño es que en los casos de AIP típico, estando éstos 
caracterizados medicamente sólo por expresiones a nivel del 
comportamiento, algunos sectores psiquiátricos insistan en la 
causa puramente cerebral. La hipótesis de que el autismo se 
debería a una lesión del sistema reticular activador es sostenida 
por Rimland apud Furneaux, 1982, p.34). El sistema reticular 
activador es una estructura localizada a nivel del pedúnculo 
cerebral , que ejerce influencia sobre la atención, el despertar y el 
sueño. Este sistema tiene, según el autor, gran importancia en los 
procesos cognitivos, ya que da sentido a la información recibida y
la define. Una falta en este sistema haría que el sistema nervioso 
del niño no estuviera suficientemente alerta, lo cual borraría el 
sentido del mundo circundante. 
Hutt y Hutt (1964, pp. 908 y ss.) opinan que la deficiencia en el 
sistema reticular activador produce en el niño una sensibilidad 
extrema, con la consiguiente reacción defensiva. 
Ornitz sostiene el punto de vista de que algo sucede a nivel del 
tronco encefálico que afecta la conexión del sistema nervioso 
central (1981). 
También se sospecha que el sistema límbico participe, junto con 
el sistema reticular activador, en la determinación del autismo. 
Deslauniers y Carlson (ápud Furneaux, 1982, p. 35) apoyan esta 
opinión. El sistema límbico es una zona del cerebro medio que 
interviene en la regulación de las sensaciones internas y, por lo 
tanto, de la autoestimulación. 
Así, la relación entre los dos sistemas puede dar como resultado 
estados de excesiva saciedad, que favorecen la desconexión. 
Foster y Jerusalinsky (1980) comunicaron la coincidencia entre 
ciertos cuadros de disfunción cerebral mínima y el autismo, lo 
cual podría apoyar en parte las hipótesis de aquellos autores. Sin 
embargo, exceptuando a los dos últimos, los autores que hasta 
aquí hemos mencionado coinciden en negar importancia a las 
articulaciones a nivel psíquico. Y esto resulta curioso porque, 
según el mismo Ornitz, «el autismo debe ser considerado como 
una enfermedad cuyo proceso, a diferencia de otros que se 
presentan en el contexto médico, solo está definido por la 
conducta» (1981, p. 10). 
Pero Deslauniers insiste en que «el niño autista es aquel que 
jamás tuvo la experiencia de un contacto afectivo, porque jamás 
tuvo la capacidad para ello» (ápud Furneaux, 1982, p. 36). 
Winnicott (1975, p. 68) discute este punto de vista, y bajo el título 
de Esquizofrenia o autismo dice que cabe pensar en «los 
trastornos subsiguientes a las lesiones físicas y a la deficiencia del 
cerebro e incluye también... las fallas de los primeros detalles de 
la maduración. En cierto número de casos no hay indicio alguno 
de enfermedades o defectos neurológicos», con lo cual el 
psiquiatra «se encuentra (frecuentemente) frente a la 
imposibilidad de decidir entre diagnosticar un defecto primario,
un caso leve de la enfermedad de Little, una simple falla 
psicológica en los inicios de la maduración de un niño con 
cerebro intacto, o bien una combinación de dos o de todas las 
anomalías citadas». 
No obstante, Winnicott subraya, partiendo del campo 
psicoanalítico, la capital importancia que tiene el vínculo M-H en 
la integración subjetiva del niño y cómo puede ser destructiva una 
falla en este terreno, hasta el punto de afectar físicamente al bebé 
(1975, pp. 42-63). 
En este mismo sentido se pronuncia Tustin y a este respecto cita a 
Winnicott: «La madre coloca el pecho real en el lugar y en el 
momento exactos en que el niño está listo para crearlo». Del éxito 
de esta satisfacción, que superpone lo real a lo alucinatorio, 
dependerá el curso de la constitución del yo del niño. Apoyada en 
esta idea, la autora sostiene que la causa puede ser una 
combinación de factores: por un lado, cuando «la capacidad del 
niño para recibir y hacer uso de los cuidados de los padres estuvo 
seriamente bloqueada o desorganizada»; y por otro, cuando las 
circunstancias de los cuidados que los padres ofrecieron al niño 
no facilitaron su desarrollo (1975, p. 36). 
Después de esta revisión, y basados en nuestra propia experiencia 
clínica, consideramos que el surgimiento tanto de rasgos como de 
cuadros autistas está íntimamente vinculado al desequilibrio del 
encuentro del agente materno con el niño. Y este equilibrio 
depende, por un lado, del estatus psíquico de este agente y, por el 
otro, de las condiciones constitucionales del niño para apropiarse 
de los registros imaginario/simbólico que entran en juego en tal 
relación. No ponemos en duda la posible presencia de un factor de 
propensión o de determinación orgánica, pero señalamos que 
muchas veces este factor no parece estar presente y que, cuando 
lo está, aparece activado en una determinada articulación 
psíquica. En este sentido, nos remitimos a las ideas freudianas 
acerca de las relaciones entre el aparato psíquico y el sistema 
nervioso (S. Freud, 1968, pp. 883 y siguientes). 
Además, insistimos en la eficacia de la compensación materna, 
que se ha demostrado como viable en muchos casos en que fue 
posible una intervención terapéutica precoz.
Respecto de la importancia del factor materno, son fundamentales 
las investigaciones de Suomi (1980, pp. 13-50) acerca de los 
modelos de depresión en los monos y del comportamiento de los 
primates aislados de sus madres. 
Ellos desarrollan conductas típicamente autistas, cuya flexibilidad 
de remisión depende del tiempo de aislamiento y de la ruptura de 
la relación M-H. 
Estas investigaciones son una continuación de las ya realizadas 
por Harlow (ápud Rappaport, 1977, p. 16) con las famosas 
«madres de alambre» ofrecidas a los monitos para comparar las 
reacciones diferenciadas de estos con madres de esponja, móviles 
y fijas. La regularidad con que se encuentran referencias, en la 
literatura específica, a las características maternas y a la eficacia 
de este factor cuando es tomado en las intervenciones terapéuticas 
deja pocas dudas acerca de su importancia en el terreno del 
autismo. 
Nada somos fuera del lenguaje 
Posición epistemológica del autismo 
A partir de 1943, año en que Leo Kanner describió al autismo por 
primera vez como un síndrome, el debate acerca de su definición 
diagnóstica, sus causas y la pertinencia y la eficacia de las 
diversas intervenciones terapéuticas propuestas nunca se detuvo. 
El hecho de haber nacido como «síndrome» determinó en alguna 
medida ese destino de entidad psicopatológica polémica. 
Precisamente, fue ese el término que clásicamente se utilizó en la 
medicina para designar configuraciones patológicas que, a pesar 
de su repetición epidemiológica significativa y de cierta 
constancia de un núcleo de signos y síntomas, se presentan 
cercadas por manifestaciones curiosamente variables y en una 
1 Nos referimos a los cambios que el informe elaborado por Abraham Flexner en 1910, 
respondiendo a un pedido de la Carnegie Foundation, introdujo en la práctica médica y 
clínica en general. La mayor parte de los criterios que en ese informe definen la 
«medicina científica» fueron universalmente adoptados, y a ellos nos estamos refiriendo 
aquí.
gran diversidad de situaciones clínicas. En particular, los 
síndromes no cumplen de manera satisfactoria con las tres 
condiciones que la medicina «flexneriana»1 define como conditio 
sine qua non para considerar una manifestación patológica como 
«enfermedad: 1) tener una determinada semiología (un conjunto 
de síntomas típicos de esa patología); 2) tener una determinada 
etiología (una causa o conjunto de causas demostradas), y 3) 
disponer de un método eficaz de intervención clínica para su 
mejora o cura. Por cierto, el autismo no satisface plenamente esas 
tres condiciones y, por ello, sigue siendo clasificado como 
«síndrome» y no como «enfermedad». 
Lógicamente, ese encuadre epistemológico sitúa al autismo más 
como un cuadro que requiere investigación y trabajo 
interdisciplinario, que como una categoría psicopatológica 
conclusiva. Dicho de otro modo, el autismo es un territorio de 
interrogación para los conceptos fundamentales en los que se 
sostienen nuestras categorías psicopatológicas. 
¿El autismo es un trastorno del desarrollo? 
Si entendemos por «desarrollo» el conjunto de las adquisiciones 
que definen y organizan la relación de un ser humano con el 
mundo en que vive, por cierto el autismo es un problema de 
desarrollo. 
El desarrollo hoy es entendido -sobre todo después de los 
descubrimientos realizados en el campo de la epigenética y acerca 
de la neuroplasticidad - bajo una doble determinación: por un 
lado, está marcado por determinaciones genéticas que pautan el 
ritmo de la maduración neurológica básica; por otro lado, en 
virtud de la gran plasticidad inicial del SNC y de la permeabilidad 
parcial de las estructuras genéticas, la constitución del sujeto 
psíquico derivado del medio humano circundante moldea y 
orienta esas adquisiciones. 
La primera determinación -genético-neurológicas automática y 
levemente variable de individuo a individuo, mientras que la 
segunda se construye de manera totalmente singular para cada 
uno.
Los automatismos neurobiológicos, que cumplen un papel 
fundamental en la preservación del equilibrio vital, tienen no 
obstante escaso valor adaptativo respecto del mundo simbólico y 
cultural en que el ser humano despliega su vida. Para establecer 
los lazos con sus semejantes y realizar las elecciones que, para los 
seres humanos, no están predeterminadas, él dependerá de esa 
construcción singular que le será transmitida por obra del 
lenguaje. Esos automatismos son, precisamente, restos de una 
memoria acumulada por la evolución de las especies -y por la 
experiencia de nuestra especie en particular- que, por resultar 
insuficiente desde el punto de vista filogenético, fue gradualmente 
sustituida por una memoria colectiva externa al cuerpo: el 
lenguaje.2 La red de relaciones con personas y objetos 
circundantes está compuesta por redes discursivas sin las cuales 
los comportamientos automáticos no tienen significación alguna. 
El autismo consiste fundamentalmente en el fracaso en la 
construcción de esas redes de lenguaje -que brindan el saber 
acerca del mundo y las personas- y en la prevalencia de 
automatismos que, disparados de modo puro y espontáneo, 
carecen de todo valor relacional y ofrecen resistencia a la entrada 
del otro en el mundo del niño y, por consiguiente, a la entrada de 
él en el mundo familiar y social. 
Lo que podemos afirmar hoy acerca de la etiología del autismo 
Para que tenga lugar la transmisión de esa estructura lingüística 
que le permitirá al niño interpretar el mundo que lo rodea y, al 
mismo tiempo, hacerse interpretar, es necesario que se establezca 
un punto de encuentro e identificación entre cada niño y su Otro 
2 Véase T. W. Deacon, The symbolic species: The co-evolution oflanguage and. the 
brain. Nueva York, Norton & Company, 1998.
Primordial (por lo general su madre).3 Esa identificación primaria 
marca la entrada en un complejo sistema de identificaciones 
conocido como «Estadio del Espejo», así llamado precisamente 
porque, a partir de ese momento, cada semejante pasa a funcionar 
como un espejo en que el niño contempla las múltiples 
variaciones de los efectos que su voz, su gestualidad y sus 
expresiones causan en el otro. El niño, entonces, se reconoce en 
esos efectos. Dicho de otro modo, se reconoce en los otros y 
percibe las condiciones que debe satisfacer para ser reconocido. 
Los trazos lingüísticos que acompañan y organizan ese 
intercambio especular transforman los actos de reconocimiento 
recíproco entre el niño y su Otro en una función simbólica: el 
niño y los otros pasan a ser representados por palabras, por 
ejemplo, por un nombre y, más aun, por un conjunto de nombres. 
Como se puede advertir, la «función de reconocimiento» es una 
operación delicada y compleja que tiene un valor fundamental: es 
la puerta de entrada al mundo propiamente humano. Por ello, 
tanto Freud como Lacan prestaron especial atención a las 
«identificaciones primarias»; el primero en lo que concierne al 
papel del padre y el segundo, a los trazos significantes que las 
constituyen.4 
Lo que de modo invariable encontramos en la clínica del autismo 
infantil precoz es el fracaso de esa función primordial de 
reconocimiento. Las causas de ese fracaso son, en efecto, 
sumamente variables - d e las genéticas y neurológicas hasta las 
traumático-psicológicas-, pero la falla de esa delicada y 
fundamental operación de entrada en el campo del lenguaje 
aparece rigurosamente en todos los casos. 
De ese modo, nos vemos en la necesidad de situar el fracaso de la 
«función primordial de reconocimiento» como causa nodal en la 
3 Escribimos, de acuerdo con Lacan, «Otro» en mayúsculas porque no se trata de 
cualquier otro, sino de aquel que tiene el poder, la posición autorizada, de endosar en el 
niño la matriz simbólica que gobernará sus actos, y «Primordial», porque se trata de la 
primera forma (una forma familiar) en que ese Otro se hace presente en la vida del niño; 
más tarde habrá otra forma: el Otro del Discurso Social. 
4 Lacan llamó a esa marca fundamental «trazo unario», enfatizando de ese modo que se 
trata no de un trazo único, sino de un trazo que denota la singularidad de la entrada de 
cada sujeto en el campo del lenguaje.
etiología del autismo. Dicho de una manera más simple: se creó 
algún obstáculo insuperable entre el niño y su Otro Primordial. En 
las investigaciones en el campo genético se han hallado 
correlaciones de ese fracaso con el síndrome del X frágil, por 
ejemplo, y también con diversas alteraciones de localización 
genética. Entre otras hipótesis derivadas de las indagaciones y 
suposiciones genéticas se ha creado un síndrome -Asperger-localizado 
en la clasificación psiquiátrica del DSM IV dentro del 
'espectro autista', atribuido a una causa genética aún no 
demostrada. En el campo neurologico se han encontrado 
significativas correlaciones con trazados electroencefalográficos 
paroxísticos en las regiones temporales (precisamente, las 
relacionadas con las funciones lingüísticas), escasa actividad en la 
región del surco temporal superior izquierdo (cercano al área de 
Wernicke que rige funciones interpretativas del lenguaje), 
alteraciones en el área 44 de Brocca (también sede de funciones 
lingüísticas, en especial expresivas, y, por ello, clásicamente 
vinculada con los trastornos de afasia), manifestaciones 
epilépticas diversas, trastornos en el ritmo bioeléctrico del lóbulo 
frontal, configuraciones atípicas en las imágenes obtenidas por 
medio de resonancia magnética y trastornos en el metabolismo de 
la serotonina. También se observa que, entre los niños autistas, 
hay una elevada incidencia de trastornos específicos de lenguaje, 
así como retrasos afásicos y disfásicos y, menos comúnmente, 
retrasos anártricos. 
Curiosamente, el autismo también puede manifestarse en niños 
que no presentan ninguna de las alteraciones mencionadas, pero 
en todos los casos sí presentan el fracaso de la función primordial 
de reconocimiento recíproco. 
En ese sentido, es importante notar que existe gran cantidad de 
casos de autismo y/o de trazos autistas en niños nacidos ciegos o 
que quedaron ciegos a muy temprana edad, en niños sordos de 
nacimiento hijos de padres sin ese trastorno (no se da en tal 
proporción entre los niños sordos de nacimiento hijos de padres 
también sordos) y también en niños que, por el hecho de tener 
síndromes que modifican sus rasgos y ponen en duda su futuro 
(por ejemplo, el síndrome de Franceschetti-Collins, el síndrome 
de Down), enfrentan muy pronto en sus vidas el rechazo en la
mirada de sus semejantes y, eventualmente, de sus padres, si bien 
sus síndromes no están específicamente vinculados a algún tipo 
de manifestación autística. 
Esas consideraciones nos permiten situar la etiología del autismo 
en el cierre de esa puerta de entrada al lenguaje que es la «función 
primordial de reconocimiento», cuyo fracaso puede obedecer a las 
más diversas causas. 
Lo que podemos afirmar hoy acerca de la estructura del autismo 
En el campo de la psicopatología psicoanalítica, clásicamente se 
han reconocido tres estructuras: neurosis, psicosis, perversiones, 
cada una de ellas caracterizada por una forma determinada de 
defensa del sujeto frente a las dificultades de conjugar sus deseos 
con la realidad. 
Las neurosis, con su represión: rechazo, para el registro 
inconsciente, de las representaciones relativas a deseos 
inaceptables para la conciencia del sujeto. 
Las perversiones, con su rechazo: conducirse como si no 
existiese, aun cuando se sabe que existe, aquello que se opone al 
goce del sujeto. 
Las psicosis, con su forclusión: imposibilidad del sujeto de 
encontrar una posición en el discurso que le permita comprender 
el sentido de las cosas, porque el nombre que determina esa 
posición no fue primariamente inscrito; el sujeto compensa la 
falta de sentido con un exceso de sentido en su delirio y suprime o 
crea los términos, según sea necesario, para poner a resguardo el 
sentido que él ha inventado. 
El autismo, en la medida en que se presenta como una ausencia de 
sujeto (están ausentes la demanda de reconocimiento del otro y el 
deseo del otro, que harían posible considerar una estructura 
mínima de sujeto), plantea para el psicoanálisis el problema de 
cómo establecer una estructura (siempre necesaria para orientar 
las intervenciones clínicas) que se encuentra fuera del lenguaje, 
en la medida en que sabemos que el inconsciente está 
estructurado como un lenguaje. Como suele suceder, fue la clínica 
la encargada de dar respuesta a esa cuestión: la prevalencia de los 
automatismos crea un mecanismo de exclusión del niño con
respecto al lenguaje. Es por ello que los autistas desvían su 
mirada no de cualquier cosa, sino específicamente del otro 
semejante, así como se hacen los sordos no ante cualquier sonido, 
sino específicamente ante el del otro hablante. Si bien es cierto 
que es difícil sostener la proposición de que «el autista se 
excluye», precisamente porque el se implicaría un sujeto en un 
caso en que su ausencia es evidente, sostener dicha proposición 
constituye un primer movimiento de un intento de cura: suponer 
un sujeto allí donde no lo hay. Es por esas razones que el 
psicoanálisis, aun de modo polémico, ha incorporado el autismo 
como una cuarta estructura: la estructura de la exclusión. 
¿Hay «tipos» de autismo? 
En un comienzo, se distinguió el autismo innato - al que se llamó 
«primario»- del autismo adquirido -denominado «secundario »-. 
Más tarde, se reservó el término «primario» para el autismo en 
cuyo origen había, supuestamente, una causa orgánica innata, 
determinada y circunscrita, preferentemente de orden genético o 
debida a una estructura neurológica defectuosa, aun cuando ello 
no estuviese claramente demostrado. Por su parte, el término 
«secundario» pasó a ser usado en los casos en que el autismo 
aparecía como una consecuencia derivada de una enfermedad o de 
un daño considerado, por lo tanto, como el factor primario, aun 
cuando no hubiese un registro significativo respecto de una 
diferenciación constante en las manifestaciones específicas del 
autismo entre ambos tipos de casos. 
A partir de la diseminación del diagnóstico del síndrome de 
Asperger 5 surgió la distinción entre el autismo con deficiencia 
intelectual y el autismo de alto rendimiento. Con ello se hacía 
alusión a las habilidades de resolución lógica compleja que 
5 Durante sus primeros cuarenta y cinco años de existencia, a partir del momento en que 
el doctor Asperger lo definiera en 1949, el síndrome homónimo sumó menos de cien 
casos en la comunicación médica internacional. Pero desde el momento en que fue 
incorporado al DSMIV en 1992 y que su espectro semiológico fue geométricamente 
ampliado, en quince años reunió decenas de millares de casos, y, curiosamente, llegaron 
a ser incluidos en su casuística hombres famosos como Mozart, Newton y Einstein.
poseen algunos autistas, en contraste con aquellos que o bien 
están afectados, primariamente, por un retardo intelectual 
(handicap que puede favorecer la adquisición del autismo), o bien 
se ven perjudicados, secundariamente, en sus aprendizajes y en su 
rendimiento intelectual por la pobreza de relaciones a la que su 
autismo los condena. 
De nuestra parte, consideramos verdaderamente relevante la 
distinción entre autismos secundarios respecto de problemas 
específicos (constitucionales) de lenguaje, autismos vinculados a 
configuraciones patológicas genéticas y/o neurológicas 
demostradas y autismos relacionados con historias familiares en 
las que hubo ruptura, quiebra o discontinuidad abrupta en cuanto 
a los escenarios y los personajes implicados en las 
identificaciones primarias (en especial, durante el primer año de 
vida). 
¿Curable o incurable? 
Definir el autismo como un cuadro homogéneamente incurable 
implica, por un lado, una resistencia de los clínicos a reconocer la 
diversidad de condiciones en las que un autismo se estructura y, 
por otro, el posicionamiento en la idea de una causa única. Como 
hemos visto, la ruptura del vital punto de encuentro entre el hijo y 
sus padres constituido por la función primordial de 
reconocimiento le cierra al niño la puerta de entrada al mundo 
ordenado por el lenguaje, es decir, el mundo específicamente 
humano. En la medida en que las causas de esa ruptura, de ese 
distanciamiento, son de las más diversas, es necesario vincular las 
condiciones y las posibilidades de cura: 1) con el grado y el modo 
de incidencia de esas causas sobre el proceso de las 
identificaciones primarias, 2) con las posibilidades de control o 
supresión de esa incidencia, y 3) con la capacidad de la familia de 
persistir largamente en la reconstrucción de las condiciones que 
permitan producir el reconocimiento recíproco que se ha perdido; 
asimismo, 4) las causas deben ser sometidas a la prueba del 
tratamiento, dado que en su mayor parte son supuestas, y 5) 
afirmar desde el comienzo la incurabilidad introduce al niño y a 
su familia en la trampa de la profecía autorrealizada: nunca puede
ocurrir aquello que ni siquiera se intenta hacer (si no se intenta la 
cura, esta, por cierto, no ocurrirá y así se establecerá la «prueba» 
de la incurabilidad). Si el intento de cura parte del reconocimiento 
de su imposibilidad, lo que se espera del niño y lo que se le pide 
nunca exceden el círculo de lo posible, es decir, de la persistencia 
de su patología. 
Es verdad que, en la medida en que se prolonga un determinado 
modo de funcionamiento psíquico, este tiende a volverse fijo, 
automático e irreversible. La lógica clínica nos lleva a pensar que 
en un cuadro -como es el caso del autismo- que se caracteriza 
precisamente por la prevalencia de los automatismos, la 
disposición para que su matriz de funcionamiento se vuelva 
automática debe facilitar que esto ocurra en un lapso menor. 
Observamos, en efecto, que, si por un lado la permeabilidad y la 
flexibilidad frente a la intervención terapéutica psicoanalítica es 
de gran magnitud en los primeros tres años de vida (y en especial 
en el primer año), esa apertura se cierra de modo vertiginoso a 
partir del cuarto año, y los tratamientos se vuelven difíciles de 
abordar y sus resultados son bastante dudosos cuando se trata de 
autistas de más de 5 años de edad. Ahora bien, en los primeros 
años, los resultados de las intervenciones psicoanalíticas, llevadas 
a cabo por terapeutas con experiencia clínica específica en esta 
patología, logran establecer nuevas condiciones para la 
constitución del sujeto psíquico que, espontáneamente, allí había 
claudicado. 
Una observación final 
Si la intervención psicoanalítica exige, en el caso de las psicosis, 
que el terapeuta acompañe el delirio de su paciente, aun cuando 
no se identifique con sus excesos de sentido, en el caso del 
autismo la exigencia es más radical: el analista necesita 
acompañar a su pequeño paciente por el camino de su 
autoexclusión. Eso implica que tendrá que arriesgar un acto de 
reconocimiento recíproco (una identificación especular) fuera del 
territorio del lenguaje, con la esperanza de que su paciente lo siga 
en el retorno a ese territorio. Ningún ejercicio clínico es tan
revelador como el que nos dice (y debemos esta enseñanza a los 
autistas) que nada somos fuera del lenguaje.
4 
FUNCIÓN MATERNA Y FEMINEIDAD 
Desde un punto de vista estrictamente formal, la única función es 
la del padre, en el sentido de que la única alternativa para que se 
produzca un sujeto se articula a partir de lo Simbólico. 
Sin embargo, varios autores lacanianos (Godino Cabas, 1980, p. 
35; Sami-Ali, 1979, pp. 72-118) y hasta el mismo Lacan aceptan 
hablar de función materna, en un sentido descriptivo, como del 
lugar que ocupa el agente de intermediación de lo simbólico para 
el infans (Maci, 1983, pp. 118-20). 
Prematuro como es, el cachorro humano requiere la presencia real 
de un agente que lo reciba en un espacio virtual (el lugar de su 
falta), espacio en el cual ese infans se espeja (se imaginariza). Ese 
espacio se cava en el agente materno en la medida en que existe 
en él una referencia a lo simbólico. Para ser más precisos, es 
necesario que ese agente esté capturado por la castración 
simbólica, inscripto metafóricamente en el Nombre-del-Padre. O 
sea que no hay verdaderamente agente materno sin referencia a la 
Función del Padre porque este agente se constituye como tal solo 
en su nombre. Solo así el hijo es objeto de deseo; y solo así, 
entonces, la madre inscribe (¿escribe?) en su cuerpo las marcas de 
lo simbólico, Esta es por excelencia, la función de la madre. 
Godino Cabas nos ayuda en este punto: "Si Freud insistió en que 
el niño es an-objetal, lo hizo sobre todo porque quiso subrayar el
hecho de que el objeto se construye. Seria necesario decir ahora 
que la imago del seno materno es su piedra fundamental. Ella 
proporcionaría los elementos para la construcción de la función 
materna en la cual la mujer encuentra un objeto primordial de su 
sexualidad" (1980, pp. 35-6). Se trata de la ecuación [pene=hijo] 
— falo (Lacan, 1971, p. 284) que caracteriza a la maternidad, en 
la medida en que, en la mujer, la falta se especifica en el deseo del 
hijo. Este lugar vacío es simbólicamente llenado por el niño, con 
el cual se ímaginariza una completud, insostenible, sin embargo, 
en el nivel simbólico: el niño también es afectado por la falta. 
Esta dialéctica del deseo se realiza en un circuito en el cual el 
infans se ve totalizado en un "otro" que lo espeja; completud 
imaginaria que contrasta con la inmadurez que, de su propio 
cuerpo, percibe. Así, para mantener este Ideal de si mismo, el 
niño desea el deseo de la madre. Y como consecuencia de ello "el 
lugar simbólico de la madre revela la dimensión de poder del Otro 
de la primera dependencia" (Maci, 1983, p. 118). Este poder actúa 
marcando en el cuerpo del hijo (en el inicio fundamentalmente 
visual y oral) la direccionalidad de la pulsión para el encuentro 
con el objeto de deseo: el rostro y el pecho y sus sustitutos, 
A este respecto informa Sami-Ali que "en el origen de la 
constitución de los objetos podemos discernir un proceso circular 
que, por un lado, parte del niño, pasa por la madre y llega al 
objeto; y que, por otro lado, parte de la madre, pasa por el niño y 
llega al objeto. 
La palabra hace su entrada sobre ese fondo de objetos 
(primordiales) que se corresponden entre sí y que reflejan la 
correspondencia fundamental del propio cuerpo y del objeto 
materno" (1979, p. 72). 
Todo este proceso se sintetiza en la fórmula de la metáfora del 
Nombre del Padre 
S S´ (tachado) -----> S 1 
S (tachado) X s
En esta fórmula las S mayúsculas son significantes, y la s 
minúscula es el significado "inducido por la metáfora, que 
consiste en el reemplazo de la cadena significante", o sea, en el 
pasaje de S a S´ "La elisión de S´, representada aquí por la barra, 
es la condición para el éxito de la metáfora" (Lacan, 1975, p. 
242), Esto informa que solamente cuando la marca significante 
del nombre del padre opera sobre la madre la ley que restringe el 
campo de su goce a los lugares externos al incesto, la madre es 
deseante. Deseante del único que podría serlo: de lo que le falta, o 
sea del objeto residual del incesto primordial: el hijo, Hijo que, 
por ser objeto real, se convierte en fetiche de la madre para 
acceder, por esa vía, a la dimensión simbólica. Como fetiche de 
una madre normalmente neurótica, queda referido al Otro (A) 
portador de la ley, o sea, pasa a ser significado como falo en lo 
imaginario materno y, por lo tanto, referido al significante de ía 
falta (precisamente el falo) en lo imaginario propio. La fórmula 
propuesta se toma más comprensible del siguiente modo: 
Nombre del Padre: Deseo de la madre (tachado) -> 
------------------------------- - ------------------------------------- 
Deseo de la madre (tachad) Significado al sujeto 
---> Nombre del Padre ( A ) 
Falo 
Si seguimos la fórmula paso a paso, tendremos: el Nombre-del- 
Padre, como significante que, por ser portador de la ley (de 
prohibición del incesto), hace una falta en la madre, o sea, la deja 
deseante. Este Deseo de la Madre, que en el primer elemento 
juega como significado, en el segundo lo hace como significante 
(encima de la línea). Este movimiento está viabilizado por el 
carácter dialéctico del deseo que, en un juego de espejo M-H, 
hace que el deseo del hijo por parte de la madre sea reencontrado 
en él como deseo de ese deseo de la madre dirigido a él mismo. 
En ese desear el deseo de la madre el hijo descubre en ella la
falta: ella está afectada por una restricción de su goce con él y, 
por causa de esta falta, se dirige al Otro (A), que no es el hijo, en 
la esperanza de resolverla, Ese otro está representado por el 
significante del Nombre-del-Padre. Lo que este significante 
significa (en última instancia lo que hace la diferencia sexual) es 
deseado por la madre y, entonces, pasa también a ser deseado 
dialécticamente por el hijo, De este modo, el Deseo de la Madre 
hace este pasaje a la categoría de significante, cuyo significado 
consiste en la imaginarización de un sujeto que participa de la 
insignia fálica, que no es más que el Nombre-del-Padre 
(Significante Primordial) metaforizado. 
A través de toda esta arquitectura de la Castración Simbólica, la 
madre, capturada en el actuar del Significante, cumple su función 
transmisora, apoyándose en un juego de soportes corporales —el 
del hijo y el propio— que refiere estos cuerpos a una constante 
reconstrucción imaginaria desplazada incesantemente a través del 
campo angustiante de la falta. Así ocurre en la neurosis, 
Pero cuando la falta se sutura, porque la ley pierde su eficacia, el 
Nombre-del-Padre no se metaforiza. La madre no es deseante de 
un hijo, sino de un gajo que la complete, porque en su imaginario 
la falta (la diferencia sexual) no es irremisible. Aquí entrevemos, 
en el repudio de la diferencia sexual, el fondo perverso de la 
madre fálica. El deseo materno, a través de la Forclusión 
(Vererfung) del nombre del Padre esquiva al Otro con su deseo y 
en la imagen recíproca de este deseo, captura indisociadamente al 
hijo. Aquí tenemos el punto de partida de una estructura psicótica. 
Sin embargo, nos parece que en el autismo no hay captura, a no 
ser en la imagen recíproca del mero deseo de muerte: el muerto. 
Aquí es esquivado no solamente el Otro, sino también el cuerpo 
del hijo. 
Muchos autores han analizado la cuestión de la función materna 
partiendo de puntos de vista diversos. Por lo tanto, en una 
tentativa de ordenamiento de los problemas, podemos diferenciar 
este primer nivel formal de los otros niveles en que se acostumbra 
conceptualizar la función materna. 
Hay un nivel de cuidados reales, que atiende a las necesidades del 
niño. Esto es lo que se ha llamado puericultura; es lo que las 
enfermeras y los pediatras focalizan como eje de sus
preocupaciones: alimentación, movimentación, higiene, 
enfermedades, salud, etcétera. Y otro nivel, que se ubica a mitad 
de camino entre lo psícoanalítico y lo pediátrico y que, 
combinando observaciones con recursos teóricos, trata de 
articular una imagen de la función materna, en el vaivén que la 
caracteriza, entre la satisfacción de necesidades y la 
estructuración de lo Imaginario/Simbólico. Aquí se arman 
verdaderas "funciones" en el sentido de mise en scene del 
"vínculo" M-H. Sí bien por un lado este nivel de análisis carece 
del rigor de las consideraciones formalizantes, tiene por el otro la 
ventaja de servir como guía clínica para muchos legos y aun para 
muchos participantes. Guía, no en el campo de la puericultura, 
sino en el campo de lo imprescindible "innecesario" que se debe 
hacer presente en la relación M-H, para que el individuo de la 
especie se constituya como sujeto. Sin duda cabe aquí 
nuevamente lo que ya señalamos en la introducción: Winnicott 
detalla cuestiones relativas al espejamiento M-H, sin entrar en el 
análisis de la función que los separa. Se mantiene, pues, en el 
campo de lo imaginario. 
Es precisamente en este plano que ubicamos sus contribuciones 
(1965, pp. 72, 75,79) respecto del papel de la madre en las 
primeras etapas de la vida. Sin embargo, debemos destacar su 
aporte acerca del objeto transicional (1972, pp. 17 y 45), que se 
ubica en el campo de la teoría formal psicoanalítica y que define 
el papel de la madre en el rigor de su función articuladora de Jo 
imaginado recubriendo la aridez de lo real. 
Es más aquí de la muerte, y más allá de la cosa, que la madre 
realiza su función. Por eso, como dijo Lacan: "Lo importante no 
es que el objeto transicional preserve la autonomía del niño sino si 
el niño sirve o no como objeto transicional para la madre. Y ese 
suspenso no entrega su razón a no ser en la misma proporción en 
que el objeto entrega su estructura. A saber, la de un condensador 
para el goce, en la medida en que, por la regulación del placer, tal 
estructura es robada al cuerpo" (Lacan, 1980, p. 210) Wínnicott 
(1972, p. 147) refiere los cuidados maternos primarios como 
características del papel materno y los define en tres funciones:
a) Manutención (holding) 
b) Manoseo (handling) 
c) Presentación del objeto o presentación del mundo 
En un articulo publicado en español en El niño y el mundo 
externo Winnicott incluye un cuarto elemento: la relación 
triangular entre los miembros de la familia (1965, p. 15). 
La manutención se refiere a la asignación del lugar, el 
mantenimiento de la mirada, la protección general contra los 
sentimientos de desamparo que inicialmente se apoderan de los 
bebés, se refiere "a ver al hijo como un ser humano en un 
momento en que él aún no es capaz de sentirse entero" (ibidem, p. 
17), ya que el niño es naturalmente prematuro, aunque nacido a 
término, para enfrentar el nuevo estado extra uterino. 
El manoseo, desde la movilización hasta la higiene, cubre todas 
las zonas de contacto con el niño, "Todos los detalles del cuidado 
físico precoz constituyen para el niño cuestiones psicológicas" 
(ibidem). 
La "mostración del objeto denomina el acto de llevar al niño en 
dirección al mundo circundante de una manera gradual y no 
contingente, ya que este mundo tendrá interés para el niño en la 
medida en que la madre le muestre la importancia que ese mundo 
tiene para ella y para el propio hijo" (ibidem). 
De todos los objetos del mundo que rodean al niño y a su madre, 
existe uno que el deseo de ella subraya especialmente. Se trata del 
padre, que la articulación psíquica materna colocará en un lugar 
de valor, variable de acuerdo con su propia estructura. Aquí 
aparece, entonces, el segundo elemento de la función materna, 
primera sustentadora de la función del Padre frente al hijo. "No es 
solamente de la manera en que la madre acepta a la persona del 
padre que conviene que nos ocupemos, sino también del caso que 
ella hace de su palabra digamos el término, de su autoridad; dicho 
de otro modo, del lugar que ella reserva para el Nombre-del- 
Padre en la promoción de la ley" (Lacan, 1975, p. 269). 
Es aquí, probablemente, donde podemos incluir la función de 
triangulación a la que Winnicott se refiere y que, sin duda, 
constituye un postulado de nivel teórico absolutamente diferente 
de las primeras tres funciones formuladas. Y es también aquí que
debemos cuestionar este salto de categorías por parte de 
Winnicott, al introducir por mera yuxtaposición sumatoria lo que, 
en un efecto contrario a tal procedimiento cuantitativo, recalifica 
todo. O sea el Triángulo Edípico. Es este exabrupto en un médico 
tan sensato lo que, por la excelencia de su verdad conceptual, 
desnuda la insuficiencia de los postulados de los cuidados 
maternos primarios para analizar cuestiones de salud y 
enfermedad psíquica en los niños. Si así no fuese, Winnicott no 
necesitaría haber agregado nada. Su percepción de que problemas 
tales como la psicosis y la delincuencia infantiles no pueden ser 
abordados puramente a partir del medio ambiente lo lleva a 
incorporar este tema de la triangulación. Nos preguntamos si tal 
formulación, así presentada, bastará para cortar el camino a 
quienes, apoyándose en las tres primeras consideraciones tan 
realísticamente explicadas por Winnicott, consideran que es el 
medio ambiente el que enferma al niño y, en consecuencia, lo que 
lo puede curar. 
Una vez definidos los cuidados maternos primarios, quedan aún 
por responder las siguientes preguntas: ¿qué condiciones deberán 
cumplir esos cuidados para que resulten eficaces en la operación 
de sujetamiento del infans y ¿qué condiciones deberá cumplir esa 
madre en la función de significar el Nombre-del-Padre para que 
asuma expresión específica en el hijo? O sea, de un modo más 
preciso, cuáles serían las condiciones para la efectivización de la 
Metáfora-del-Nombre-del-Padre, 
No parece ser ésta la preocupación central de los que "en su 
búsqueda de las coordenadas del 'ambiente' de la psicosis se 
apartan, como almas en pena, de la madre frustrante y de la madre 
hartante, no sin sentir que, al encaminarse en dirección al padre de 
familia, se queman, como se acostumbra decir en el juego infantil 
del objeto escondido" (Lacan, 1975, p. 263). 
El bebé no dispone de la comprensión del lenguaje para ser 
informado de los deseos de la madre, ni para Informarle sobre sus 
necesidades e inquietudes. El sistema del lenguaje preexiste al 
niño, pero fuera de él. Se hace entonces necesario que el niño se 
inscriba en el orden del lenguaje, incorporándolo a si mismo para 
conseguir la asunción de toda su condición humana. Es cierto que 
la condición previa para que esto suceda es que, a partir de los
padres, el hijo esté inscripto en ese orden simbólico marcado por 
la escala de valores inaugurada por la Función Paterna. Pero esta 
marca simbólica no opera directamente sobre lo Real, sino sobre 
lo "real construido", o sea sobre lo otro de lo real: lo Imaginario. 
La madre agrega a las necesidades del hijo una significación que 
las transforma. Así, toda manifestación del hijo, todo objeto 
circulante entre él y su madre se instala en un espacio intermedio 
entre los dos personajes reales. Es el fenómeno transición al 
(Winnitcott, 1972). 
Para que esto se produzca es necesario que la madre establezca 
una serie de puentes de actividades significantes que traduzcan su 
discurso en un idioma que se aproxime a les condiciones de 
insuficiencia constitucional del cachorro humano. Es el idioma de 
la actividad maternal de interpretación de dos sistemas que se 
despliegan paralela y simultáneamente: 
1) su propio discurso regido por el sistema de lenguaje 
2) el sistema de actividades constitucionales del niño. 
Este último se agrupa en los cinco subsistemas que caracterizan a 
los engranajes constitucionales del bebé: los reflejos arcaicos, la 
gestualidad refleja originaria, el tono muscular, la actividad 
postural y espontánea y los ritmos biológicos; ellos componen los 
códigos constitucionales a los que la madre otorgará significación 
psíquica, Para romper el paralelismo de estos dos sistemas la 
madre cuenta con una doble ayuda: por un lado, el papel de la 
imago del semejante y. por otro, la permeabilidad al significante, 
que son características de los individuos de nuestra especie. 
La permeabilidad al significante se resume en parte en la 
maduración y en la capacidad de composición asociativa. Pero 
fundamentalmente en la repetición característica del 
funcionamiento psíquico, derivada de la base genético-instintivo-pulsional 
propia del ser humano (S. Freud. 1948, pp, 1089 y 
siguientes). La cuestión de la imago se refiere a la prevalencia de 
la imagen del semejante que, aunque en otras especies se muestre 
mecánicamente determinante de la maduración (o de ciertos 
aspectos de ella), en el ser humano queda relativizada a un efecto
de captura del cachorro por parte del deseo materno. Esta captura 
actúa por medio de las operaciones maternas de saturación 
psíquica de esta imago, operaciones que están, por el imperio en 
la madre de la marca significante, decisivamente vinculadas al 
sistema del lenguaje. A su vez, este sistema asegura, a través de la 
síntesis de la cultura por él contenida, el sujetamiento del 
cachorro, o sea, su condición de sujeto Lacan, 1971. pp. 1MB}, 
En setiembre de 1979 en un trabajo presentado con Coriat, en 
ocasión del 5° Congreso Brasileño de Neuropsiquiatría infantil 
afirmábamos que “las características del encuentro M-H en el 
período inicial de la lactancia están determinadas por la madre. 
Ella tiene una personalidad estructurada, una manera de ser de su 
femineidad que otorga a su hijo un significado y un valor 
definidos para cada caso, integrando, según sus características 
personales, las normas de crianza que la cultura y la familia le han 
transmitido. El peso de todo este cuadro, preexistente en la madre, 
es muy grande. 
Todo rasgo singular que el niño presente adquirirá su significado 
en función de esta estructura previa" (Coriat y Jerusalinsky, 1583, 
p. 12), 
Tenemos así tres aspectos centrales en la composición de las 
funciones del agente materno: 
--- cuidados maternos primarios (nivel de lo real) 
— Doble traducción - lenguaje x acción 
(circulación imaginario/simbólica) 
Acción x lenguaje 
— sustentación primaria de la Punción Patema o triangulación 
edípica (nivel de lo simbólico) 
Podemos agregar aún que la función del agente matemo está 
sujeta a las condiciones de que represente:
a) discontinuidades que permitan al niño experimentar los 
contrastes imaginarios que lo llevaran a incorporar sistemas de 
oposiciones necesarios para absorber las series de la significación 
b) coherencia y articulación indispensables para constituir un 
sistema en el cual el niño se vea incluido, para que el agujero que 
señala el lugar a partir del cual hablará sea distinguible.
05 
ASPECTOS CONSTITUCIONALES DEL BEBÉ 
Y SU INFLUENCIA EN LA RELACIÓN MADRE-HIJO 
AI principio las respuestas del niño están forzosamente 
encaminadas por la vía de la actividad refleja, por la actividad 
espontánea y por las expresiones de su tono muscular y su 
gestualidad. La viabilidad y condición de estas actividades en el 
niño realimentarán un circuito afectivo con centro de 
determinación en la madre. Esta retroalimentación podrá 
ocasionar cambios en la posición de la madre respecto del niño, 
modificando así el lugar simbólico que el hijo ocupa y el valor 
que significa. 
El niño existe psíquicamente en la madre mucho antes de nacer y. 
más aún, mucho antes de ser gestado. Cuando el niño nace, todo 
ese engranaje que lo precede se pone efectivamente en
movimiento. Podemos decir que un recién nacido dispone de un 
"enganche" para articularse en el proceso materno que lo 
contiene; "enganche" éste que se compone de: actividad refleja 
arcaica, gestualidad refleja, tono muscular, actividad postura] y 
espontánea y ritmos biológicos. 
a) Actividad refleja arcaica. Cuando el niño nace presenta una 
serie de reacciones automáticas, "desencadenadas por estímulos 
que impresionan diversos receptores". Estas reacciones 
constituyen algunas de las huellas que guían la actividad del bebe. 
Estamos refiriéndonos fundamentalmente a los reflejos 
madurativos, al conjunto de los reflejos orales, de la madre, de 
Moro, tónico-cervicales, a los relativos a la maduración de la 
actividad ocular, a las reacciones cutáneas y a los reflejos 
posturales y superficiales de los miembros inferiores (Coriat, 
1974, y Coriat y Jerusalinsky, 1983). 
No es nuestro objetivo describir estos mecanismos, que ya están 
tratados en una vasta bibliografía, sino internarnos en el análisis 
del valor que tales reflejos pueden tener para los intercambios 
madre - hijo. 
Partiendo de esa perspectiva y considerando los reflejos orales, 
nos parece útil recordar aquí las reflexiones de Langer (1976} 
acerca de la importancia que para la madre y el niño, tiene una 
lactancia feliz: "No sólo el niño sino también la madre se 
perjudica por la renuncia a amamantar". Helen Deutsch encuentra 
'una estrecha relación entre el trabajo de parto y la lactancia, al 
comprobar que la succión del lactante estimula las últimas 
contracciones del útero, de manera que con el comienzo de la 
lactancia termina función dinámica de este órgano, que cede su 
primacía a las mamas. La lactancia, además de ayudar a la madre 
a vencer el trauma que: le causa la brusca separación de su hijo, 
sirve también para mitigar el efecto de su propio trauma de 
nacimiento (apud Langer, 1976) 
La activa succión por parte del bebé tiene efectos múltiples para 
la madre: produce el vaciamiento del pecho, calmando la tensión 
y estimulando la glándula mamaria, con lo cual la secreción láctea 
aumenta. Las mujeres deseosas de su maternidad sienten en esta 
producción láctea la continuidad de su potencial corporal, que se
desplaza poco a poco hacía el cuerpo de su hijo y. en la medida en 
que éste crece, pone en evidencia el efecto de la donación 
materna. 
Este ciclo de satisfacción parte del ofrecimiento del pecho, circula 
por la succión del bebé, retorna glandular y psíquicamente sobre 
la madre, que se siente así más próxima de su hijo, transformando 
la brusca separación del parto en un distanciamiento corporal 
gradual y lento durante el cual el bebé recibe el don materno. Don 
que se expresa primero en forma de leche, como alimentación y 
apoyo, protección y enseñanza, y que va re significándose en 
otros objetos en la medida en que el niño se vuelve capaz de 
alimentarse por si mismo. 
Este círculo maternal envuelve otro ciclo con el que se superpone 
y se entrecruza: el ciclo de hambre y dolor, succión consuelo, 
saciedad y satisfacción. El bebé experimenta todo esto con los 
ojos fijos en e! rostro de la madre, ojos que lo enganchan y lo 
transportan hasta el universo en el cual su cuerpo, la boca y la 
leche adquieren su inscripción: el universo simbólico. 
Círculos que se tocan, superposición tangencial que articula, junta 
y separa los espacios de la madre y del hijo en un vaivén que se 
expresa más tarde incluso en la aparición de las representaciones 
gráficas, de cuyo fenómeno nos da un ejemplo el juego del 
Squiggle propuesto por Winnicott 1979). 
Es preciso hacer notar que el punto de contacto, que en el ángulo 
psíquico está apoyado en una serie de representaciones maternas, 
en el ángulo biológico se apoya en automatismos reflejos, 
fundamentalmente orales y visuales. El pecho se ofrece y el rostro 
del niño gira, por el reflejo de búsqueda, y chupa en una 
secuencia pausada y fija. En la primera quincena de vida 
predomina la alineación óculo-troncal y, poco a poco, los ojos 
acompañan a la cabeza en sus seguimientos perspectivos. Las 
manos y los brazos se flexionan cuando el bebé siente hambre y 
ansiedad y se van relajando y extendiendo en la medida en que la 
alimentación avanza, la madre "lee" en los ojos que se entornan y 
en el cuerpo que se relaja el goce que su leche proporciona. 
Los reflejos orales adquieren un sentido de aceptación, goce, 
plenitud; son significados porque están allí, son como el trazo
para la escritura o el sonido para la palabra: su presencia da un 
soporte para que esta palabra, la materna, tenga un destino cierto, 
b) Gestualidad refleja El llanto inicial del bebé es obviamente 
reflejo, un puro automatismo. Ligado al principio a la respiración 
aérea, forma parte de las reacciones vitales más arcaicas del ser 
humano, Pero de allí en adelante, y casi sin interrupción, se 
repetirá en situaciones de dolor e incomodidad que afecten al 
niño. Nada existe de adquirido en esa manifestación primaria, por 
lo menos en el recién nacido. 
A partir del primer mes de vida es posible notar cambios en el 
llanto que, constitucional al comienzo, se incorporará a 
estructuras que, poco a poco, lo llevarán a adquirir la 
significación social que tiene para el mundo de los adultos. En las 
primeras semanas el llanto aparece como desencadenado 
automáticamente frente a cualquier síntoma de dolor o de 
incomodidad, como directamente asociado a sensaciones 
corporales inmediatas y realmente presentes. Con cinco semanas 
de vida, se presenta como efecto de los sueños, sin duda el bebé 
"ve" o "siente" transitar por su mente una serie de imágenes que 
movilizan su gestualidad de manera muy activa. Mientras duerme 
presenta succión espontánea, contracción del rostro, emisión de 
sonidos, sonrisas, movimientos de los párpados, eventualmente un 
llanto breve e interrumpido bruscamente, como obedeciendo a 
una imagen que pasara fugazmente, ya que si fuese una molestia 
corporal la queja se reiteraría. 
Esta pequeña secuencia evolutiva nos muestra cómo, sutilmente, 
el llanto se transforma de una reacción automática en un elemento 
de comunicación. Basta para ello observar las reacciones de 
quienes cuidan al bebé frente a su llanto: lo consuelan y calman, 
le hablan, lo cambian y Jo acarician, le atribuyen dolores y lo 
abrazan. 
Lo mismo sucede con la sonrisa, que inicialmente aparece durante 
los momentos de saciedad y somnolencia que suceden a la 
amamantación , como un gesto puramente reflejo. Hacia el final 
del segundo mes la sonrisa empieza a aparecer como uno de los 
"organizadores" centrales en la relación M-H al adquirir el 
carácter de respuesta frente a la sonrisa del rostro de otro ser
humano. Es evidente que las reacciones frente a las sensaciones 
corporales inmediatas, reales y de contacto directo, poseen un 
valor completamente diferente del de las respuestas gestuales y 
del de las gesticulaciones frente a imágenes oníricas y por lo 
tanto, ausentes y evocadas. 
Las reacciones frente a los contactos concretos, presentes desde 
los primeros instantes de la vida, se adscriben al equipamiento 
constitucional contenido en el código genético; las de la segunda 
categoría del orden de la gestualidad, que empiezan a aparecer 
cerca del tercer mes, son adquiridas a través de la inscripción que, 
sobre aquellos primeros mecanismos automáticos, realiza el 
sistema de comunicación humana que la madre utiliza y en el cual 
incluye a su hijo. 
c) Tono muscular, Ya hemos señalado que las emociones se 
expresan a través de sutiles variantes del tono y de las actitudes, y 
que el tono muscular presenta variantes fisiológicas motoras: con 
el sueño disminuye al mínimo, pero durante el llanto aumenta. En 
efecto, el recién nacido a término, una vez normalizado su tono, 
lo cual por lo general sucede alrededor del quinto día de vida, 
presenta claras reacciones automáticas vinculadas s sus 
sensaciones de dolor y de placer. 
Frente al dolor y la Incomodidad aumentan las contracciones, y 
las masas musculares se relajan durante el placer y la tranquilidad. 
Sin duda se trata de mecanismos neuromusculares 
constitucionales que ofrecen a la madre elementos para conocer el 
estado de su hijo, en la medida en que ella desea conocerlo. 
Este sistema de reacciones sólo puede mantenerse durante pocos 
meses si no es apoyado por la función materna, que le imprimirá 
toda su significación afectiva. Es conocida la total indiferencia 
con que los bebés carenciados afectiva y/o nutricionalmente 
responden a los estímulos del medio ambiente, después de cierto 
tiempo de privación. Nos parece necesario destacar el valor que, 
en la relación M -H, adquieren las expresiones tónicas que 
brindan una sutil referencial para el "enganche" materno. 
d) Actitudes posturales y actividad espontánea. En la práctica es 
difícil disociarlas del tono muscular y de la actividad refleja. Aun
cuando cierta discriminación sea didáctica, conviene llamar la 
atención sobre los riesgos de un esquematismo que pretenda 
estudiar aisladamente cada reflejo. En realidad se trata de un 
esfuerzo analítico que nos ayuda a percibir con más detalle un 
proceso que recorre, compleja y simultáneamente, todos los 
niveles desde el psíquico hasta el biológico y viceversa. 
Estos diferentes niveles no responden a las mismas leyes ni 
componen las mismas estructuras, pero a pesar de ello hoy es 
evidente para nosotros la necesidad de profundizar la 
comprensión de la dinámica de influencia e Interdeterminación 
que existe entre esos niveles. 
En ese sentido, el reflejo tónico-cervical asimétrico constituye una 
sinergia que, además de favorecer la coordinación ojo mano boca, 
induce al niño a adoptar una postura que facilita el 
amamantamiento y favorece en la madre la colocación de 
pequeños juguetes cerca de la mano del niño y frente a su boca, 
dentro de su campo de visión. Esto facilita la tarea de enseñar al 
bebé. 
Algo similar podríamos decir del relativo predominio del tono 
flexor al comiendo de la mamada, que induce la rotación cefálica 
y tina postura que se amolda mejor al hueco de los brazos 
matemos, mientras que el relajamiento progresivo lleva al niño a 
una postura abierta y extendida, sensible, sin embargo, frente a la 
más misma motivación que produce en él un esbozo 
de "Moro" incompleto. Es como si el cuerpo del niño informara a 
la madre acerca de sus necesidades, su saciedad, su goce o su 
disgusto. 
El constante esfuerzo del lactante durante el primer trimestre de 
su vida para conseguir el control cefálico está íntimamente 
vinculado a reacciones posturales de defensa frente a la 
posibilidad de asfixia por obstrucción de las fosas nasales o de los 
canales aéreos, como también sucede con las reacciones de los 
automatismos producidos por la maduración de los reflejos del 
cuello en et recién nacido a término. 
Es claramente observable la gran influencia que sobre los 
progresos del mantenimiento de la cabeza ejercen los estímulos 
visuales y, muy especialmente, la movilización y la comunicación 
humana. Recíprocamente podemos señalar cuán poco alentador es
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Psicoanalisis del autismo alfredo jerusalinsky

  • 1. Alfredo Jerusalinsky Psicoanálisis del autismo Ediciones Nueva Visión Buenos Aires
  • 2. Colección Alternativas en Salud Mental Dirigida por Haydée Echeverría Otros títulos de esta colección: Ricardo Rodulfo (comp.) Pagar de más N. Fejerman y E. Fernández Álvarez Fronteras de neuropediatría y psicología Alicia Fernández La inteligencia atrapada I Marey y M. Farinati Reflexiones sobre Jardín Maternal Nora E. Elichiry (comp,) El niño y la escuela Marta Schufer y otros Así piensan nuestros adolescentes Alfredo Jerusalinsky Psicoanálisis del autismo Gregorio Baremblitt Saber, poder, quehacer y deseo Titulo del original en portugués: Psicandlise do Autismo Publicado por Editora Artes Médicas, Porto Alegre
  • 3. Traducción de Ofelia Castillo 2° Edición: Abril 1997 ISBN 950-602-157-0 1988 por Ediciones Nueva Visión SAIC Impreso en la Argentina
  • 4. INTRODUCCIÓN Psicoanalizar el autismo Implica enfrentarse con problemas cruciales de la teoría psicoanalítica, ya que la clínica del psicoanálisis es su propia teoría. Particularmente en ci autismo nos encontramos frente a interrogantes fundamentales: el proceso de constitución del sujeto y sus coordenadas; femineidad y función materna articuladas en torno del falo; las psicosis en la infancia; la transferencia en las psicosis y, más aún, en las psicosis infantiles. Queremos hacer algunas consideraciones introductorias respecto de estos temas. La transferencia Advertimos que este texto no desarrolla el tema de la transferencia en las psicosis infantiles. Dado que la transferencia es un tópico fundamental, obviamente no está ausente de nuestra practica psicoanalítica, pero la densidad del problema no ha sido aún suficientemente trabajada por nosotros, hasta el punto de intentar una elaboración que llegue a ser valiosa para el lector.
  • 5. Quedamos, por ello, en deuda con ese controvertido concepto en el campo de las psicosis de la infancia. El lenguaje, el bebé y el sujeto El hecho de que un cachorro de la especie humana nazca sano no es suficiente, a pesar de su integridad neurofisiológica, para garantizar la constitución en él de un sujeto psíquico. Ese cachorro, el más prematuro de todas las especies, requiere prolongados cuidados para sobrevivir. Poro tampoco estos cuidados bastan, ya que la mera satisfacción en el nivel de lo real no produce el corte que pondrá al niño en relación con el campo de la palabra. El eje del proceso constitutivo del sujeto no reside ni en la satisfacción ni en la frustración de sus necesidades. Tampoco hay en este espécimen automatismo genético alguno que garantice per se tal proceso. La operación que lo sitúa se define en otro nivel: el del significante. "Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto, son todo aquello que lo constituye: sus padres, sus vecinos, toda la estructura de la comunidad, que lo constituye no solamente como símbolo sino en su ser. Son leyes de nomenclatura las que, por lo menos hasta un cierto punto, determinan y canalizan las alianzas a partir de las cuales los seres humanos copulan entre si y terminan por crear. No son otros símbolos, sino también seres reales que, al llegar al mundo, poseen inmediatamente esa pequeña etiqueta que es su nombre, símbolo Esencial de lo que les está reservado" (Lacan, 1983, p.37). Esas palabras que obviamente no son comprendidas por el bebé i como algunos malintencionados o ingenuos intérpretes de las ideas de Lacan quisieron entender) llegan hasta el niño porque todo acto que se cumple en relación con él está capturado en un discurso; discurso que se expresa en los movimientos esbozados, en las actitudes del otro, con quien el niño se identifica orientado por el deseo materno. Dado que ese deseo se articula en lo que le
  • 6. falta a la madre, el falo, este se convierte en el orientador de esas identificaciones "que utilizan lo imaginario como significante" (Lacan, 1970. p. 91). Es importante señalar aquí que lo que permite la ruptura de la continuidad entre la madre y el hijo es la intromisión de un discurso que, operando en la madre la castración simbólica, obliga ambos a hacer referencia a un tercero. Es precisamente de esta referencia que estamos hablando cuando mencionamos el significante, ya que el padre se hace presente a través de su nombre, que es significante fundamental. Sabemos que este Nombre-del-Padre representa la ley de la prohibición incestuosa y, por extensión, la restricción del goce que lanza al niño y a la madre al campo del deseo; deseo cuyo objeto encuentra en el falo la simbolización esencial. Vemos así que estamos muy lejos del mero cuidado materno; las coordenadas de la constitución del sujeto pueden atravesar el campo materno, pero solamente a partir de un determinante propio del campo paterno: el falo articulador simbólico de la ley. No se trata de un binomio inicialmente completo que se rompe después por obra del desarrollo; se trata de una triangulación edípica que quiebra, en el comienzo mismo, toda completud del ser. En efecto la madre escribe sobre el cuerpo del niño la serie significante que la afecta en relación a él. No podrá hacer de él su objeto erótico y eso genera un trazado discontinuo en sus aproximaciones al cuerpo del niño. Por eso Lefort nos brinda esa clara idea de que "el Otro está incluido en la superficie del sujeto; ésta es la primera forma de identificación » través de la cual el sujeto empieza a constituirse como tal, en una forma que debe llamarse de incorporación, con la condición de destacar su lógica, o sea, su topología de superficie" (1983, p. 59), El Otro hace un corte en el cuerpo del niño. Esa escritura, originariamente reprimida, compone el conocimiento Inconsciente que permitirá a! niño de escasos dos años de edad lanzarse al ejercicio del complicado arte del lenguaje con una habilidad increíble. La vertiginosa velocidad con que el niño estructura su expresión lingüística sólo tiene esta explicación: fue concebida como ya capturada en la red
  • 7. significante, y a partir del nacimiento mismo fue recibiendo sus impactos. Función materna Dedicamos a este tema dos capítulos, el 4 y el 5, aunque nos parece necesario abordar una cuestión previa. Entendemos que, en sentido estricto, lo que hace función es aquel factor que determina todas las otras variaciones y en relación al cual, por oposición, se diferencian los demás elementos de la operación. Esto si tomamos como modelo aquello que en lógica matemática se llama fundón analítica: función compleja, infinitamente derivable. Es con este sentido que Lacan define la Función del Padre. Sin embargo, "la primera realidad se constituye sobre el eje de la relación primordial del niño con su madre, aunque sea imposible aplicarla únicamente por el vinculo del deseo con un objeto que puede o no satisfacerlo", nos dice el propio Lacan (1970, p. 9), "De hecho, el niño se interesa primero por toda clase de objetos antes de hacer esa experiencia privilegiada que hemos descrito con el nombre de fase del es-pejo …(ibídem) Y ese interés del niño está orientado por el deseo materno, que recorta el mundo en concordancia con el discurso del cual es mediador. Discurso de la madre, mediadora del padre interdictor (ibidem p.89) que metonimiza en la relación al hijo lo que el Nombre-del Padre metaforizará. La idea de que el significante inaugura toda identificación y signa toda relación de objeto, aun en el nivel primordial, rescata el papel esencial que para la función simbólica y para la triangulación edípica el propio Freud reservó en toda la teoría psicoanalítica. Sin embargo, debemos señalar que, en su papel de mediadora, la madre particulariza el modo de la alternancia ausencia/presencia del otro que se ofrece en el campo del semejante para el espejamiento. Al mismo tiempo representa al Otro primordial, encamando en la situación la historicidad que articula la metáfora paterna, colocando sobre el hijo la puntuación que le confiere su significancia. Hay, sin duda, una mirada
  • 8. materna que si no puede ser nombrada como función en un sentido estricto, puede ser llamada función en el sentido descriptivo del papel que le cabe como primer objeto que se ofrece para ser simbolizado (Lacan, 1970, p. 99), Aun en esta cuestión vale la pena insistir en la diferencia que hay entre este punto de vista y las tesis winnícottianas que colocan el acento en los cuidados maternos, Es evidente que la madre que cuida no es la misma que desea, "Más allá de lo que el sujeto demanda, más allá de lo que el otro demanda al sujeto, está lo que el otro (la madre) desea" (Lacan, 1970, p. 115), Se trata precisamente de que el "desear al hijo" gira en torno de la forma en que, en la madre, se establece la falta. Por eso toda relación con el niño parte de una falla y de una irremediable incompletud. Madre e hijo no se suturan en una complementariedad satisfactoria. Muy por el contrario, vuelven a engendrar, en la dialéctica de su deseo, una brecha que el significante se esforzará por recubrir en el mismo momento en que su marca desgarra una región más de lo imaginario, Miller describe con precisión: "La madre deseante no es el personaje de la madre, sino lo que debe ser captado a partir de su función y su materna: se dispone en una madre cuya función aparece previamente suturada. Así, no sólo se registra la ausencia de la función que hace al Otro, sino también de la función derivada de la primera: del espejamiento. Sucede que el Otro circula en un imaginario que deja afuera al hijo. Todo significante opera, entonces, lanzándolo al campo de lo real, dejando al niño sin marca. Este trabajo tiene una pequeña historia que vale la pena recordar, Iniciamos nuestra práctica terapéutica con niños autistas desde una perspectiva annafreudista y pedagógica piagetiana, inspirados en parte en los cuidados médico-neurológicos que estos pacientes reciben. La tarea de equipo con más de cincuenta colegas de los Centros "Lydia Coríat" de Buenos Aires y Porto Alegre representó un valioso foro de revisión constante de nuestra práctica clínica. Así, esa práctica inicial, por sus resultados, que mostraban grandes riesgos de mecanización de los niños, mereció
  • 9. un análisis critico que nos llevó a buscar refereneciales que valorizasen los aspectos imaginarios. Apelamos en esta segunda etapa a los conceptos winnicottianos, enfrentándonos con los efectos de una recuperación de la vinculación afectiva con la madre, un ordenamiento simbólico: los niños autistas se transformaban en verdaderos tiranos de los padres, presentando características psicóticas no autistas. En un tipo de clínica en la cual la recuperación de los pequeños pacientes es difícil, no renunciamos sin embargo a continuar buscando los ejes de una intervención psicoanalítica más elaborada. De este modo, ayudados por los avances conceptúales producidos por el psicoanálisis en estos últimos años, llegamos a las formulaciones freudiano lacanianas de cuya práctica intentamos hoy dar cuenta.
  • 10. Parte 1 PROBLEMAS TEÓRICO-CLÍNICOS
  • 11. 1 CUESTIONES PRELIMINARES Una prolongada práctica en psicología, psicoterapia y psicoanálisis con niños afectados por diversos problemas de desarrollo hizo que nos encontrásemos con frecuencia con cuadros de intenso aislamiento, cuya remisión era preciso obtener antes de encarar cualquier terapia reeducativa o rehabilitadora. En la tentativa por hacer algo en favor de esos niños y sus familiares, y a despecho de la “dureza” del fondo orgánico, nos vimos en cierto modo obligados a intentar una penetración a través del flanco que inicialmente se nos aparecía como el más flexible: el campo de la relación parental-filial. La formación analítica contribuyó fuertemente a esa elección, facilitando nuestra navegación a partir de lo Real, en dirección a lo Imaginario y a lo Simbólico. Poco después y debido a la presencia en nuestro campo de trabajo de niños autistas y psicóticos sin afecciones orgánicas demostrables, fuimos percibiendo la semejanza sintomática con los cuadros de aislamiento presentados por los niños con evidentes problemas constitucionales. Esa semejanza sintomática, y la respuesta positiva obtenida en las intervenciones psicoterapéuticas realizadas en torno al Otro tachado, al otro dotado de una falta, Toda la clínica de Winnicott intenta desarrollar lo que cree que es la norma del desarrollo: el Otro sin falta, que el niño completa de un modo singularmente adecuado" (Miller, 1934, p, 117).
  • 12. Como se puede advertir, para Winnicott la cuestión madre-hijo se resuelve en lo real y en lo imaginarlo. Falta en esta postura el ordenador simbólico: el falo. Las psicosis en la infancia Según Winnicott las psicosis infantiles encuentran su explicación en la ausencia materna, aunque en verdad ellas hasta podrían ser explicadas por su constante presencia. El eje está fuera de lugar: no se trata de su presencia o de su ausencia sino de la alternancia de ellas y del particular modo del ejercicio materno, estructurado, como deseo, por un discurso que lo trasciende. "¿Cómo ubica Lacan en su esquema el deseo de la madre? precisamente como la madre que no siempre está allí como la que puede faltarle al niño, o sea la que puede interesarse por otra cosa (Miller, 1984b, p 134), "La referencia a Winnicott es útil a fin de compararlo con Lacan. Para él la psicosis no está relacionada con la forclusión del Nombre del Padre, sino con la quiebra del cuidado materno" (ibidem, p, 125). Pero queremos entrar en mayores precisiones. Resulta necesario porque la clínica del autismo se nos aparece como diferenciada del resto de las psicosis precoces, Y, curiosamente, observamos también en otros autores el retorno del tema de la ausencia materna, aunque desde otros ángulos diferentes al de Winnicott. Partamos de la definición de Lacan: "¿Qué es el fenómeno psicótico? La Emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una insignificancia - en la medida en que no se puede vincularla a nada, ya que nunca entró en el sistema de la simbolización— pero que en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio" (1984, p. 124), Esta significación enorme puede ubicar al niño como anclado en el espesamiento univoco de la madre, en cuyo caso seria psicótico; ó bien puede impedir todo acceso al estadio del espejo.
  • 13. Pensamos que en el autismo nos encontraríamos con este segundo caso. Dominique y Gérard Miller parecen coincidir con esta perspectiva cuando, al analizar el caso de Joey, presentado por Bettelheim (1981), dicen: "La causalidad psíquica del autismo de Joey está regida electivamente por su exilio de la dialéctica del deseo “(1984 p 80) exilio que lo coloca frente a una función materna que no se ejerce porque él, pese a ser objeto, no es causa de deseo: queda entonces como real puro. El mismo trazado subraya Cordié respecto del caso de Silvie, que a los siete meses pierde a su madre, con lo cual "esta separación se convertirá en un factor desencadenante de la psicosis. La niña se convierte en autista"(1984, pp. 62-63), Y Cordié señala aún; "Es verdad que la sustituta de la madre, por su comportamiento, causó la ruptura del vínculo aún frágil de la relación con el Otro. El proceso de simbolización se detiene. Nos encontramos aquí antes del estadio del espejo y muy lejos del Edipo (ibídem) En esa misma dirección se sitúan las observaciones de Godíno Cabas (1980), citado en nuestras conclusiones a propósito de las psicosis de ausencia. Nos parece, pues, que la percepción de la ausencia de la madre se impone con tanta frecuencia en la clínica del autismo que merece ser tratada con todo cuidado. Por eso, dedicando nuestras observaciones a este aspecto del problema, rescatamos, una repetición, la ausencia del deseo materno en relación con el hijo autista. De modo qué el hijo no entra en la ecuación ni siquiera como falo presente, sino como exclusión total de das a nivel del vínculo madre-hijo M-H) en los niños orgánicamente afectados, despertaron en nosotros ciertos interrogantes que finalmente, se transformaron en tópicos que guiaron el desarrollo de esta investigación: 1) ¿La casi completa superposición sintomática entre los cuadros de aislamiento y desconexión presentados frecuentemente por los niños con problemas de desarrollo (deficiencia mental, parálisis cerebral, deficiencias sensoriales) y los cuadros típicos de autismo infantil precoz (AIP) remite a una identidad estructural psíquica
  • 14. entre ambos, o a una mera coincidencia de características superficiales? Si se comprobase una identidad estructural ya no se podría hablar de rasgos autistas por un lado y autismo infantil precoz por otro, sino solamente de AIP. Y mucho avanzaríamos en la comprensión de la psicodinámica de tales patologías. 2) Si es plausible pensar en una única estructura psíquica como la constante del AIP, ¿qué factores contribuyen para que ella se establezca? Nos parece que estamos en el camino cierto cuando intentamos penetrar en la comprensión de la praxis de la función materna, porque siempre encontramos intensas perturbaciones en la vinculación de las madres con los hijos, concomitantes con los cuadros de desconexión autística. Es cierto que en muchos casos estas alteraciones son formaciones reactivas frente a las características excepcionales del hijo; pero cabe preguntarse si tales reacciones no fueron previas o .simultáneas a las formaciones autísticas; y por lo tanto, si no intervinieron en su causa. Además llegamos a la conclusión de que cualquier avance en este terreno puede representar una contribución valiosa en el campo terapéutico y preventivo. 3) Nos parece que el "aparato" técnico existente en los terrenos del psicoanálisis y de la psicología requiere algunas especificaciones y que en cierto modo se muestra insuficiente para penetrar y actuar terapéuticamente en este campo. La comparación sistemática de nuestra práctica en el seguimiento de diversos casos tal vez pueda contribuir con algunas herramientas para este restringido arsenal. Es preciso aclarar que cuando hablamos de arsenal restringido no estamos pretendiendo juzgar los numerosos descubrimientos realizados en esta área de trabajo. Por el contrario, valorizamos mucho y nos hemos servido grandemente de las contribuciones de Kanner (1943-51). Winnicott (1965-80), Lacan (1971- 81), Mannoni (1971-77), Diatkine (1975), Tustin C1975), Bettelheím (1976-81), Mahler (1977-83), Misés (1977). Castoriadis Aulagnier (1977), Meltzer (1979), Faure (1980), Suomi (1980) y Lefort (1983). Sin embargo, todos quienes trabajamos en esta problemática nos vemos obligados a reconocer la insuficiencia de nuestros recursos,
  • 15. en función de la modestia de nuestros resultados. Acostumbramos obtener mejoras significativas y hasta algunas curas: pero después de cada tratamiento nos queda la clara sensación de que estamos aún en un campo de investigación que requiere mayor profundización, lo que se ve corroborado por la diversidad de opiniones existente. 4) En la aproximación clínica de los niños autistas y de los que padecen alteraciones psicóticas con otras características (esquizofrénicas y simbióticas), hemos percibido, en consonancia con las observaciones de Mahler (1983, pp. 26-31) reacciones bien diferenciadas que muestran de manera muy clara catexizaciones de objeto extraordinariamente divergentes de un cuadro a otro. A tal punto es evidente esta diferencia, que el analista se ve obligado a aproximarse a los pacientes de manera muy diversa. Mientras que en los casos de psicosis simbiótica y de esquizofrenia (según la descripción de Mahler, (1983) la interpretación verbal acostumbra ocupar un lugar central desde el comienzo del trabajo terapéutico, en los casos de AIP la operación a nivel del objeto real se convierte en el punto de partida obligatorio de cualquier tentativa de ascender a lo Simbólico, Esto parecería indicar que la reducción del niño a nivel de lo puro Real es mucho más radical en el autismo que en otras psicosis infantiles. Esta postulación no significa que se trate de un cuadro de mayor gravedad, ni constituye una nueva e innecesaria tentativa de establecer una escala de profundidades psicopatológicas, ya que consideramos que tales escalas carecen en absoluto de sentido clínico. Se trata, en verdad, de interrogarnos acerca de la identidad o no de estructuras entre el autismo y las demás entidades vinculadas a las psicosis infantiles. Es de este conjunto de interrogantes y consideraciones que se desprenden nuestras hipótesis de trabajo. Nuestra hipótesis central sustenta la idea de que hay una identidad de estructura psíquica entre los cuadros con rasgos autistas, característicos de muchos niños con problemas de desarrollo, y los cuadros de AIP típico. La semejanza sintomática no es casual sino efecto de esa identidad,
  • 16. En esta misma dirección formulamos algunas hipótesis en un segundo plano, aunque no las consideremos accesorias para los objetivos de nuestro estudio: a) Los factores que inciden en la producción de los cuadros de AIP obedecen a una combinación de aspectos constitucionales del niño con aspectos compensatorios en el ejercicio de la función materna. Así, podemos encontrar niños sin anomalías orgánicas que justifiquen el AIP que padecen, aunque incluidos en una relación M-H en que la perturbación de la función materna constituye el factor eficaz. En sentido contrario a ese tipo de casos, la extrema insuficiencia de un niño orgánicamente perjudicado puede tornar infructuosos todos los esfuerzos matemos compensatorios, dando igualmente como resultado un cuadro de autismo. Parecería que para que no se produjera el AIP seria necesario que se cumpliera una relación estricta inversamente proporcional entre la capacidad materna y la capacidad de registro del niño (afectada esta última capacidad por sus aspectos constitucionales). Ocurre que, dentro de ciertas variaciones extremas, tal proporción parece romperse. b) La intervención también a nivel de lo real parece ser un componente esencial en el abordaje de las psicosis infantiles. Sin embargo esto aparece como mucho más pertinente en la terapia psicoanalítica del AIP. c) Existe una diferencia de estructura entre el AIP y las otras psicosis infantiles. Esta hipótesis, aunque no trabajada en profundidad en este estudio, es un punto de reflexión de nuestras investigaciones.
  • 17. 2 AUTISMO INFANTIL PRECOZ: UN CAMPO DE CONTROVERSIAS Fue Leo Kanner quien en 1943 aplicó este término para designar el cuadro presentado por once niños "cuyas tendencias al retraimiento fueron observadas en el pri- mer año de vida". "La mayoría de estos niños fueron traídos con la suposición de que eran intensamente débiles mentales o bien con el interrogante acerca de una posible disminución auditiva", relata Kanner y continua: "El factor común en todos estos pacientes es una incapacidad para relacionarse de manera habitual con las personas y las situaciones, comenzando esta dificultad a partir del inicio de sus vidas. Sus padres acostumbran describirlos como autosuficientes y cerrados en si mismos, más felices cuando se quedan solos, actuando como si la gente no existiese y dando la sensación de poseer una silenciosa sabiduría”. Las historias de los casos indican invariablemente la presencia desde el comienzo de una soledad autística extrema y que siempre que es posible, se cierra a todo cuanto le llega al niño desde el exterior" (Kanner, 1951, pp. 7689). (La bastardilla es nuestra.) La última expresión subrayada adquiere relevancia a medida que pasa el tiempo y las historias acerca del autismo se multiplican. ¿Qué hace posible ese cerramiento y qué lo tornaría imposible? Retomaremos esta pregunta más adelante. Antes será necesario que hagamos un pequeño recorrido exploratorio. A partir de este texto inaugural, otros autores y el mismo Kanner vuelven al asunto, ya que se advierte que las conductas que Kanner menciona para los casos de AIP también aparecen en varios tipos de niños. Según Furneaux (1982), pp. 20 -1) deben considerarse siete grupos principales; 1) niños sordos e hipotónicos; 2) niños ciegos o con visión parcial; 3) niños subnormales o infradotados profundos; 4) niños con lesión cerebral conocida; 5) niños clasificados como psicóticos infantiles; 6) niños clasificados como esquizofrénicos infantiles;
  • 18. 7) niños con estados demenciales conocidos, detenidos o progresivos y debidos a diferentes causas patológicas. Sin embargo esta misma autora apunta la siguiente controversia: "El nombre de autismo ¿se reserva para aquel niño que en apariencia no tiene ningún otro síntoma pero que presenta las características descriptas por Kanner y especialmente la primera. Aun cuando también sea posible afirmar que un niño ciego o sordo tiene características autistas. o sea que presenta conductas que se encuentran en las criaturas denominadas autistas y que no padecen de ningún otro síntoma que no sea el de conducirse según la descripción de Kanner y otros. Del mismo modo, algunos niños con lesiones cerebrales y aquellos clasificados como subnormales o infradotados profundos, pueden presentar algunas de las características del autismo. A veces estas conductas son persistentes y a veces transitorias. Lo cual hace que el diagnóstico sea aún más difícil" (ibídem). La transcripción que antecede se justifica por varias razones, En primer lugar porque coincide descriptivamente con nuestra propia experiencia clínica. En segundo, porque subraya las dificultades que aún persisten para llegar a una concordancia respecto de los límites entre lo que debe y no debe ser considerado autismo (véanse anexos 1 y 2). Y en tercer lugar, porque se destaca que hasta los más rigurosos catálogos psiquiátricos dejan entrever la conexión (¿y tal vez la continuidad?) que se percibe entre esos rasgos de aislamiento, bastante característicos y frecuentes en los niños con problemas de desarrollo, y las características de conducta los niños con AIP psíquico. Efectivamente, en la práctica clínica vemos cómo aumenta la presencia de rasgos autistas en los grupos de niños con condiciones más precarias de registro debidas a sus características constitucionales. Pero recíprocamente observamos que esto depende de la capacidad de las madres para cubrir esa mayor distancia impuesta por las limitaciones de sus hijos. Por ejemplo, en los niños con Trisomia 21 (Síndrome de Down) el déficit genético no es suficiente para producir rasgos autistas. Su presencia dependerá de la naturaleza de la actividad materna, su reacción y su capacidad de sobreponerse al impacto depresivo
  • 19. inicial. La capacidad tónica y de reacción sensorial de esos niños está disminuida, pero la sintomatología autista solamente aparece si se produce un prolongado desencuentro entre ellos y sus madres. Por otro lado, vemos niños que, teniendo un buen potencial genético, tropiezan con madres intensamente melancólicas y retraídas, lo cual termina por generar, a veces, verdaderos cuadros autistas. La fase del autismo normal, desarrollada por Mahler (1977, p p, 53-5) muestra esta formación como un momento del proceso de individuación, que aparece como una defensa frente a la simbiosis. Según ella, el factor materno es decisivo para que este pasaje pueda efectuarse sin que el niño se fije en este aislamiento de manera patológica. Aun cuando Ornitz (1981, pp. 10 15) considera una mera imprudencia hacer tales afirmaciones, ya que para él el autismo no es más que "un problema neurofisiológico determinado en el interior del cerebro …una influencia posiblemente genética pero no hereditaria..." y aun más específicamente respecto de la "relación entre la simbiosis psicótica de Mahler y el autismo infantil precoz.. dos observaciones me hacen pensar que éstos no son, en esencia, dos síndromes separados". La primera observación que él refiere es que "el comportamiento simbiótico es muy poco frecuente" (!?); y la segunda observación que hace, para nuestra sorpresa, es el caso de una niña con una clara psicosis simbiótica: la niña "insistía en arrodillarse sobre la falda de la madre, clavando sus rodillas en su abdomen …y se colgaba de su cuello con los brazos... Si la madre intentaba deshacer el abrazo, la niña tenía terribles ataques de furia (gritos y opistótonos) con el consentimiento de la madre. Intentamos resolver esto por medio de separaciones muy violentas (sic). Llevamos a la niña a un cuarto de juegos y dejamos fuera a la madre mientras le permitíamos gritar. Poco después la niña se adaptó a mí e insistió en acomodarse en mi falda.., Era una simbiosis con cualquiera que le permitiera ese comportamiento. Y una vez que este comportamiento fue eliminado por medio de un descondicionamiento aparente, alcanzó la apariencia de cualquier niño autista. Siento, pues, que la psicosis simbiótica es una variante".
  • 20. ¿No es sorprendente? Ornitz, que insiste en la pureza orgánica del cuadro, no hizo más que demostrar le importancia que tiene el vinculo M-H en la producción del autismo. En efecto, en este caso la ausencia de una identificación separada de la madre hizo que la niña tratase de reemplazar a la madre violentamente arrancada de ella por el primer semejante que se le apareció, porque ella sólo puede ser en esta "otro". Ornitz "la descondiciona" (y ya vimos qué métodos emplea) y la niña es arrojada al vacío más absoluto: entonces aparece el autismo. Queda pues demostrado que en este caso el problema no era de neurofisiología cerebral, dado que antes del "descondicíonamiento" la niña no presentaba autismo. Entendemos la preocupación de Furneaux y Roberts (1982, pp. 36-7) respecto de la facilidad con que se puede deslizar la culpa sobre las madres y agregamos aún: la facilidad con que una madre puede absorber la culpa por sentir, por proyección narcisista, el fracaso del hijo como propio. Pero una concepción psicoanalítica del tema no es ni puede ser recriminatoria, como podría serlo una apreciación conductista. En la psicología de la conciencia ningún hecho escapa a la responsabilidad y deliberación del paciente, pero no ocurre lo mismo con la psicología del inconsciente. En verdad, cuando insistimos, junto con otros autores (Mannoni, 1971; Winnicott, 1975; Léfort, 1983), en la incidencia de un factor a nivel de la articulación psíquica en la producción del autismo, estamos motivados por la defensa de los niños; pero no de sus madres, sino del tipo de intervención psiquiátrica que acabamos de describir. Además, cuando sostenemos la idea de una estructura común para los casos con o sin componentes orgánicos, estamos proponiendo una perspectiva que, si bien puede acentuar parcialmente el papel de las madres en el "remedio" (por lo menos como tentativa posible), no subraya en absoluto su culpabilidad. En efecto, estamos diciendo que lo que articula la estructura autistizante en la madre es su imposibilidad de dejar caer el objeto real restitutivo de su castración y dar lugar, así, a la constitución o persistencia del deseo materno. Esa imposibilidad se origina en lo que la estructuró como sujeto, o en lo que, en el hijo, la obstaculiza, con reiteración, para sostener en él la dimensión simbólica. Partiendo de este punto de vista, en la operación
  • 21. psicoanalítica que proponemos, la madre queda "sujeta", o mejor aún "suelta" en relación con este hijo, o sea que la madre es arrojada fuera de su papel de agente de una función. Por lo tanto nosotros tratamos este tema partiendo del ángulo de la función materna y no de la madre. Esto hace una enorme diferencia que por lo general escapa a las consideraciones de los psiquiatras clásicos. Podemos ver un ejemplo de ello en el propio Kanner, él mencionó descriptivamente las características de los padres de niños con AIP refiriéndose a su carácter “intelectual y obsesivo” con aires formales y “poco cariñosos” (1951, pp. 771)- Rápidamente, por esa vocación positivista que la psiquiatría tiene y que la lleva a establecer relaciones fáciles de causa efecto entre acontecimientos simplemente contiguos las madres pasaron a ser culpadas por et autismo del hijo . Algunas prácticas de la psiquiatría llamada "dinámica", impregnada de algunos residuos psicoanalíticos, se centraron en esta idea. Proliferaron así consejos para que las madres de hijos autistas dejasen de trabajar o de estudiar, o para que diesen más amor a sus hijos, o hasta desarrollaron críticas más o menos explícitas a su supuesta frialdad. Quedó así establecida la culpabilidad. La reacción de Kanner no fue inmediata, pero se produjo: en su libro En defensa de las madres (titulo por demás significativo), de 1974, reacciona contra todo tipo de consejos psicológicos, pero extrañamente nos brinda una serie de ellos. Sin embargo estos consejos no se basan en el saber psiquiátrico o psicológico sino en el sentido común, o sea en su saber personal. En este extraño libro, que se esconde bajo un pretendido (pero fracasado) humor, anunciado como intención en su primer capitulo (p. 20), aparece un sarcasmo que revela la amargura de Kanner: haber dado lugar a un proceso acusatorio contra las madres, es decir contra las personas que, siendo él el padre de la psiquiatría infantil, deberían ser consideradas sus pacientes. Pro-ceso acusatorio cuya responsabilidad cabe a su propia orientación psiquiátrica, tanto como el mérito del descubrimiento de este síndrome. Así lo confirma la insistencia con que hace esta acusación (!!) en ese mismo libro cuando, en el último capitulo, elabora el "Retrato de una buena madre" (pp. 133), con lo cual queda afirmada, por contraste, la culpabilización que él trata de
  • 22. evitar. Porque si el modelo fuese ése, todas las madres deberían sentarse en el banquillo de los acusados. Aun cuando Kanner trate de desviar Ja responsabilidad inevitable de los efectos que produce hacer un cierto descubrimiento (el del AIP) bajo el dominio de una cierta metodología, esta responsabilidad queda dramáticamente subrayada en el curioso ataque que dedica al psicoanálisis en el capítulo XIV (pp. 147-57), Como su práctica es la práctica de un saber, sea éste psiquiátrico o personal, concibe al psicoanálisis como una práctica de saber. Saber contra saber, no se sabe bien por qué coloca el saber del psicoanálisis en un lugar mayúsculo, ya que escribe en letras mayúsculas todos los términos psicoanalíticos que menciona. De ahí a sentirse amenazado hay solamente un paso. Y esto se revela en el único chiste que aparece en todo el libro (humor anunciado al principio y que sólo se hace presente al final): "Dos jóvenes consiguen escapar de un toro enfurecido que las persigue. Se suben a un árbol y se sujetan a las ramas. Debajo está el toro embravecido, listo para darles una cornada. Una de las jóvenes le dice a la otra: Sabes, Silvia, si esto fuese un sueño podría significar algo'" (ibidem, p. 157), Lo que Kanner no percibió es que el hecho de que él relate este chiste significa algo. Esta anécdota es su propio sueño, su propio acto fallido Se siente amenazado por un saber que escapa a su control el Gran Dios Inconsciente, como él mismo lo llama) y se trepa sea a las ramas del sentido común, sea a las ramas del conductismo psiquiátrico, tratando de huir de los efectos descontrolados de haber hecho el descubrimiento del AIP bajo la regencia de un saber maniqueísta (las buenas y las malas madres). A Kanner debemos el descubrimiento que hoy nos permite continuar pensando; sin embargo, como él no lo olvidó, tampoco debemos olvidar que el toro continúa abajo. Es evidente, entonces, a qué peligros nos exponemos en el caso de mantenernos en el nivel descriptivo de los comportamientos, dentro de procedimientos psicológico-psiquiátricos, ya sea atribuyendo toda causalidad a la madre o ya sea - como está más de moda en la psiquiatría norteamericana actual específicamente referida al AIP— atribuyendo todo al cerebro del hijo, Por nuestra parte preferimos referirnos a lo que aún hoy causa escándalo estamos hablando de la reacción de Lacan frente a una objeción
  • 23. en el momento de la presentación de su tesis doctoral (“La posición paranoica en sus relaciones con la personalidad”): "En resumen, señor, no podemos olvidar que la locura es un fenómeno de pensamiento (apud Lacan, 1978, p.65). Por otra parte desde que en 1896 Kraepelin (apud Manoni,1971, p.103) estableció el diagnóstico de la dementia praecox comenzaron a diferenciarse entidades noseográficas relativas a la locura aplicada a la infancia. Surgen así los términos "psicosis infantil", " esquizofrenia infantil", que anteceden al término “autismo” aplicado en este sentido (Furneaux, 1982. pp. 22-3). Nacen entonces diversas polémicas acerca de si el estado esquizofrénico es una forma exclusivamente adulta o no de locura, y si es o no el destino más probable de la evolución posterior de los niños autistas. También se discute si el termino psicosis se superpone o no al de esquizofrenia y autismo. A ese respecto escribe Hender en 1942 "Hay quienes no creen en la esquizofrenia de la infancia por no haber visto nunca un caso. Tal vez ninguno de nosotros haya visto muchos casos para que podamos hacer un diagnóstico definido, precisamente por no conocer los criterios aceptables. Hay otros que prefieren llamarlas psicosis parecidas a la esquizofrenia en la infancia" (apud Kaxmer, 1951, p. 773). Eaton (apud Ajuriaguerra, 1973, p. 709) y Menolascino (1965), por un lado, y Annell (1973) por otro, coinciden en afirmar las diferencias entre esquizofrenia infantil y AIP. Annell argumenta que los niños autistas se aíslan del mundo, mientras que los esquizofrénicos mantienen con él un contacto distorsionado. Cabria señalar aquí lo que ya se hizo notar respecto de la oposición entre autismo y simbiosis en el estudio de Mahlcr (1958, pp. 77 - 83) y hasta acerca de la distinción que esta autora establece entre los tres tipos de psicosis infantiles: psicosis autista infantil, caracterizada por el hecho de que "la madre parece no haber sido percibida jamás emocionalmente por el bebé, como figura representativa del mundo exterior. Del mismo modo la primera representación de validez externa, la madre como persona, como entidad separada, parece no ser catexizada. La madre aparece como un objeto parcial, aparentemente despojado de las catexias especificas, que no se diferencia de los objetos inanimados" (Mabler, 1979, pp. 26-7), Psicosis simbiótica
  • 24. infantil en la cual se observa la primitiva relación simbiótica madre bebé pero que no avanza hasta el estadio de catexia del objeto libidinal materno, La representación mental de la madre permanece, o de modo regresivo, se funde con el self, es decir, no se separa del self. Forma parte de la ilusión de omnipotencia del paciente infantil (ibidem, p. 29). La esquizofrenia del niño, acerca de la cual la autora dice que “toda la evidencia clínica refuta la argumentación de ciertos psiquiatras y psicoanalistas de que la esquizofrenia no se produce antes de la pubertad, porque el cuadro esquizofrénico se basa en la elaboración psicótica del conflicto homosexual, Creo, en primer lugar, que la principal causa de la propensión del yo a alienarse de la realidad y fragmentarse es la grave perturbación descripta más arriba (psicosis infantiles, simbiótica y autista), o sea un conflicto especifico del relacionamiento madre-hijo, sea este autista o simbiótico'' (ibidem, p.31) Tustin,1972, pp. 9-11) define al autismo patológico como "una interrupción" del desarrollo psicológico que se torna intensamente rígido, en una fase muy primitiva, o de una regresión a tal fase". Y agrega, en el mismo sentido que Mahler, que "el autismo normal es, como estado, anterior a la capacidad de pensar (prepensamiento), mientras que el autismo patológico es un estado de antipensamiento. Este último término sugiere una coincidencia clinica con lo que estamos postulando; coincidencia que, a pesar de no tener su correlato a nivel teórico, no deja de ser significativa. En efecto, encontramos, en concordancia con el punto de vista de Rosine y Robert Lefort (1983, pp. 364 66),la idea de que el autismo consiste en la ausencia de lo Imaginario/Simbólico propiamente dicho La idea es que el espejo que el intermediarlo materno ofrece al niño lo devuelve permanentemente a la esfera de lo Real, Y esto acontece porque tal intermediario no puede hacer otra cosa, ya sea por imposibilidad psíquica de sostener un lugar de circulación simbólica para ese hijo, ya sea porque el hijo está orgánicamente impedido de llegar a constituirse como sujeto por una insuficiencia neurológica. Y también puede suceder, según una tercera hipótesis, por la combinación de los dos factores. Sin
  • 25. embargo, si llegamos a la conclusión de que la estructura psíquica es la misma en cualquiera de las tres variantes posibles, podría quedar esclarecida gran parte de las confusiones y discusiones que se producen alrededor de este cuadro, en el cual coinciden síntomas psíquicos pero no etiologías médicas.
  • 26. 3 LA CUESTIÓN ETIOLÓG1CA En el campo de la etiología la discusión se centra en torno de cuál es el factor causal: la función materna o una alteración cerebral Nadie discute que hay incidencia de síntomas autistas en diversos cuadros patológicos de la infancia, habiendo también niños que no padecen de patología alguna, sino sólo de tales síntomas, Pero las divergencias surgen cuando se trata de definir las causas. ¿Por qué atribuir a causas diferentes estos síntomas cuando se trata de niños con enfermedades orgánicas demostradas o cuando sólo aparece el cuadro autista cuya manifestación "se define exclusivamente en el plano de la conducta "? (Ornitz, 1981). Es extraño que, en el caso de niños físicamente afectados, la mayor parte de los investigadores acepte que los factores “vinculares” pueden ser la causa de los rasgos autistas cambio, lo que se torna aún más extraño es que en los casos de AIP típico, estando éstos caracterizados medicamente sólo por expresiones a nivel del comportamiento, algunos sectores psiquiátricos insistan en la causa puramente cerebral. La hipótesis de que el autismo se debería a una lesión del sistema reticular activador es sostenida por Rimland apud Furneaux, 1982, p.34). El sistema reticular activador es una estructura localizada a nivel del pedúnculo cerebral , que ejerce influencia sobre la atención, el despertar y el sueño. Este sistema tiene, según el autor, gran importancia en los procesos cognitivos, ya que da sentido a la información recibida y
  • 27. la define. Una falta en este sistema haría que el sistema nervioso del niño no estuviera suficientemente alerta, lo cual borraría el sentido del mundo circundante. Hutt y Hutt (1964, pp. 908 y ss.) opinan que la deficiencia en el sistema reticular activador produce en el niño una sensibilidad extrema, con la consiguiente reacción defensiva. Ornitz sostiene el punto de vista de que algo sucede a nivel del tronco encefálico que afecta la conexión del sistema nervioso central (1981). También se sospecha que el sistema límbico participe, junto con el sistema reticular activador, en la determinación del autismo. Deslauniers y Carlson (ápud Furneaux, 1982, p. 35) apoyan esta opinión. El sistema límbico es una zona del cerebro medio que interviene en la regulación de las sensaciones internas y, por lo tanto, de la autoestimulación. Así, la relación entre los dos sistemas puede dar como resultado estados de excesiva saciedad, que favorecen la desconexión. Foster y Jerusalinsky (1980) comunicaron la coincidencia entre ciertos cuadros de disfunción cerebral mínima y el autismo, lo cual podría apoyar en parte las hipótesis de aquellos autores. Sin embargo, exceptuando a los dos últimos, los autores que hasta aquí hemos mencionado coinciden en negar importancia a las articulaciones a nivel psíquico. Y esto resulta curioso porque, según el mismo Ornitz, «el autismo debe ser considerado como una enfermedad cuyo proceso, a diferencia de otros que se presentan en el contexto médico, solo está definido por la conducta» (1981, p. 10). Pero Deslauniers insiste en que «el niño autista es aquel que jamás tuvo la experiencia de un contacto afectivo, porque jamás tuvo la capacidad para ello» (ápud Furneaux, 1982, p. 36). Winnicott (1975, p. 68) discute este punto de vista, y bajo el título de Esquizofrenia o autismo dice que cabe pensar en «los trastornos subsiguientes a las lesiones físicas y a la deficiencia del cerebro e incluye también... las fallas de los primeros detalles de la maduración. En cierto número de casos no hay indicio alguno de enfermedades o defectos neurológicos», con lo cual el psiquiatra «se encuentra (frecuentemente) frente a la imposibilidad de decidir entre diagnosticar un defecto primario,
  • 28. un caso leve de la enfermedad de Little, una simple falla psicológica en los inicios de la maduración de un niño con cerebro intacto, o bien una combinación de dos o de todas las anomalías citadas». No obstante, Winnicott subraya, partiendo del campo psicoanalítico, la capital importancia que tiene el vínculo M-H en la integración subjetiva del niño y cómo puede ser destructiva una falla en este terreno, hasta el punto de afectar físicamente al bebé (1975, pp. 42-63). En este mismo sentido se pronuncia Tustin y a este respecto cita a Winnicott: «La madre coloca el pecho real en el lugar y en el momento exactos en que el niño está listo para crearlo». Del éxito de esta satisfacción, que superpone lo real a lo alucinatorio, dependerá el curso de la constitución del yo del niño. Apoyada en esta idea, la autora sostiene que la causa puede ser una combinación de factores: por un lado, cuando «la capacidad del niño para recibir y hacer uso de los cuidados de los padres estuvo seriamente bloqueada o desorganizada»; y por otro, cuando las circunstancias de los cuidados que los padres ofrecieron al niño no facilitaron su desarrollo (1975, p. 36). Después de esta revisión, y basados en nuestra propia experiencia clínica, consideramos que el surgimiento tanto de rasgos como de cuadros autistas está íntimamente vinculado al desequilibrio del encuentro del agente materno con el niño. Y este equilibrio depende, por un lado, del estatus psíquico de este agente y, por el otro, de las condiciones constitucionales del niño para apropiarse de los registros imaginario/simbólico que entran en juego en tal relación. No ponemos en duda la posible presencia de un factor de propensión o de determinación orgánica, pero señalamos que muchas veces este factor no parece estar presente y que, cuando lo está, aparece activado en una determinada articulación psíquica. En este sentido, nos remitimos a las ideas freudianas acerca de las relaciones entre el aparato psíquico y el sistema nervioso (S. Freud, 1968, pp. 883 y siguientes). Además, insistimos en la eficacia de la compensación materna, que se ha demostrado como viable en muchos casos en que fue posible una intervención terapéutica precoz.
  • 29. Respecto de la importancia del factor materno, son fundamentales las investigaciones de Suomi (1980, pp. 13-50) acerca de los modelos de depresión en los monos y del comportamiento de los primates aislados de sus madres. Ellos desarrollan conductas típicamente autistas, cuya flexibilidad de remisión depende del tiempo de aislamiento y de la ruptura de la relación M-H. Estas investigaciones son una continuación de las ya realizadas por Harlow (ápud Rappaport, 1977, p. 16) con las famosas «madres de alambre» ofrecidas a los monitos para comparar las reacciones diferenciadas de estos con madres de esponja, móviles y fijas. La regularidad con que se encuentran referencias, en la literatura específica, a las características maternas y a la eficacia de este factor cuando es tomado en las intervenciones terapéuticas deja pocas dudas acerca de su importancia en el terreno del autismo. Nada somos fuera del lenguaje Posición epistemológica del autismo A partir de 1943, año en que Leo Kanner describió al autismo por primera vez como un síndrome, el debate acerca de su definición diagnóstica, sus causas y la pertinencia y la eficacia de las diversas intervenciones terapéuticas propuestas nunca se detuvo. El hecho de haber nacido como «síndrome» determinó en alguna medida ese destino de entidad psicopatológica polémica. Precisamente, fue ese el término que clásicamente se utilizó en la medicina para designar configuraciones patológicas que, a pesar de su repetición epidemiológica significativa y de cierta constancia de un núcleo de signos y síntomas, se presentan cercadas por manifestaciones curiosamente variables y en una 1 Nos referimos a los cambios que el informe elaborado por Abraham Flexner en 1910, respondiendo a un pedido de la Carnegie Foundation, introdujo en la práctica médica y clínica en general. La mayor parte de los criterios que en ese informe definen la «medicina científica» fueron universalmente adoptados, y a ellos nos estamos refiriendo aquí.
  • 30. gran diversidad de situaciones clínicas. En particular, los síndromes no cumplen de manera satisfactoria con las tres condiciones que la medicina «flexneriana»1 define como conditio sine qua non para considerar una manifestación patológica como «enfermedad: 1) tener una determinada semiología (un conjunto de síntomas típicos de esa patología); 2) tener una determinada etiología (una causa o conjunto de causas demostradas), y 3) disponer de un método eficaz de intervención clínica para su mejora o cura. Por cierto, el autismo no satisface plenamente esas tres condiciones y, por ello, sigue siendo clasificado como «síndrome» y no como «enfermedad». Lógicamente, ese encuadre epistemológico sitúa al autismo más como un cuadro que requiere investigación y trabajo interdisciplinario, que como una categoría psicopatológica conclusiva. Dicho de otro modo, el autismo es un territorio de interrogación para los conceptos fundamentales en los que se sostienen nuestras categorías psicopatológicas. ¿El autismo es un trastorno del desarrollo? Si entendemos por «desarrollo» el conjunto de las adquisiciones que definen y organizan la relación de un ser humano con el mundo en que vive, por cierto el autismo es un problema de desarrollo. El desarrollo hoy es entendido -sobre todo después de los descubrimientos realizados en el campo de la epigenética y acerca de la neuroplasticidad - bajo una doble determinación: por un lado, está marcado por determinaciones genéticas que pautan el ritmo de la maduración neurológica básica; por otro lado, en virtud de la gran plasticidad inicial del SNC y de la permeabilidad parcial de las estructuras genéticas, la constitución del sujeto psíquico derivado del medio humano circundante moldea y orienta esas adquisiciones. La primera determinación -genético-neurológicas automática y levemente variable de individuo a individuo, mientras que la segunda se construye de manera totalmente singular para cada uno.
  • 31. Los automatismos neurobiológicos, que cumplen un papel fundamental en la preservación del equilibrio vital, tienen no obstante escaso valor adaptativo respecto del mundo simbólico y cultural en que el ser humano despliega su vida. Para establecer los lazos con sus semejantes y realizar las elecciones que, para los seres humanos, no están predeterminadas, él dependerá de esa construcción singular que le será transmitida por obra del lenguaje. Esos automatismos son, precisamente, restos de una memoria acumulada por la evolución de las especies -y por la experiencia de nuestra especie en particular- que, por resultar insuficiente desde el punto de vista filogenético, fue gradualmente sustituida por una memoria colectiva externa al cuerpo: el lenguaje.2 La red de relaciones con personas y objetos circundantes está compuesta por redes discursivas sin las cuales los comportamientos automáticos no tienen significación alguna. El autismo consiste fundamentalmente en el fracaso en la construcción de esas redes de lenguaje -que brindan el saber acerca del mundo y las personas- y en la prevalencia de automatismos que, disparados de modo puro y espontáneo, carecen de todo valor relacional y ofrecen resistencia a la entrada del otro en el mundo del niño y, por consiguiente, a la entrada de él en el mundo familiar y social. Lo que podemos afirmar hoy acerca de la etiología del autismo Para que tenga lugar la transmisión de esa estructura lingüística que le permitirá al niño interpretar el mundo que lo rodea y, al mismo tiempo, hacerse interpretar, es necesario que se establezca un punto de encuentro e identificación entre cada niño y su Otro 2 Véase T. W. Deacon, The symbolic species: The co-evolution oflanguage and. the brain. Nueva York, Norton & Company, 1998.
  • 32. Primordial (por lo general su madre).3 Esa identificación primaria marca la entrada en un complejo sistema de identificaciones conocido como «Estadio del Espejo», así llamado precisamente porque, a partir de ese momento, cada semejante pasa a funcionar como un espejo en que el niño contempla las múltiples variaciones de los efectos que su voz, su gestualidad y sus expresiones causan en el otro. El niño, entonces, se reconoce en esos efectos. Dicho de otro modo, se reconoce en los otros y percibe las condiciones que debe satisfacer para ser reconocido. Los trazos lingüísticos que acompañan y organizan ese intercambio especular transforman los actos de reconocimiento recíproco entre el niño y su Otro en una función simbólica: el niño y los otros pasan a ser representados por palabras, por ejemplo, por un nombre y, más aun, por un conjunto de nombres. Como se puede advertir, la «función de reconocimiento» es una operación delicada y compleja que tiene un valor fundamental: es la puerta de entrada al mundo propiamente humano. Por ello, tanto Freud como Lacan prestaron especial atención a las «identificaciones primarias»; el primero en lo que concierne al papel del padre y el segundo, a los trazos significantes que las constituyen.4 Lo que de modo invariable encontramos en la clínica del autismo infantil precoz es el fracaso de esa función primordial de reconocimiento. Las causas de ese fracaso son, en efecto, sumamente variables - d e las genéticas y neurológicas hasta las traumático-psicológicas-, pero la falla de esa delicada y fundamental operación de entrada en el campo del lenguaje aparece rigurosamente en todos los casos. De ese modo, nos vemos en la necesidad de situar el fracaso de la «función primordial de reconocimiento» como causa nodal en la 3 Escribimos, de acuerdo con Lacan, «Otro» en mayúsculas porque no se trata de cualquier otro, sino de aquel que tiene el poder, la posición autorizada, de endosar en el niño la matriz simbólica que gobernará sus actos, y «Primordial», porque se trata de la primera forma (una forma familiar) en que ese Otro se hace presente en la vida del niño; más tarde habrá otra forma: el Otro del Discurso Social. 4 Lacan llamó a esa marca fundamental «trazo unario», enfatizando de ese modo que se trata no de un trazo único, sino de un trazo que denota la singularidad de la entrada de cada sujeto en el campo del lenguaje.
  • 33. etiología del autismo. Dicho de una manera más simple: se creó algún obstáculo insuperable entre el niño y su Otro Primordial. En las investigaciones en el campo genético se han hallado correlaciones de ese fracaso con el síndrome del X frágil, por ejemplo, y también con diversas alteraciones de localización genética. Entre otras hipótesis derivadas de las indagaciones y suposiciones genéticas se ha creado un síndrome -Asperger-localizado en la clasificación psiquiátrica del DSM IV dentro del 'espectro autista', atribuido a una causa genética aún no demostrada. En el campo neurologico se han encontrado significativas correlaciones con trazados electroencefalográficos paroxísticos en las regiones temporales (precisamente, las relacionadas con las funciones lingüísticas), escasa actividad en la región del surco temporal superior izquierdo (cercano al área de Wernicke que rige funciones interpretativas del lenguaje), alteraciones en el área 44 de Brocca (también sede de funciones lingüísticas, en especial expresivas, y, por ello, clásicamente vinculada con los trastornos de afasia), manifestaciones epilépticas diversas, trastornos en el ritmo bioeléctrico del lóbulo frontal, configuraciones atípicas en las imágenes obtenidas por medio de resonancia magnética y trastornos en el metabolismo de la serotonina. También se observa que, entre los niños autistas, hay una elevada incidencia de trastornos específicos de lenguaje, así como retrasos afásicos y disfásicos y, menos comúnmente, retrasos anártricos. Curiosamente, el autismo también puede manifestarse en niños que no presentan ninguna de las alteraciones mencionadas, pero en todos los casos sí presentan el fracaso de la función primordial de reconocimiento recíproco. En ese sentido, es importante notar que existe gran cantidad de casos de autismo y/o de trazos autistas en niños nacidos ciegos o que quedaron ciegos a muy temprana edad, en niños sordos de nacimiento hijos de padres sin ese trastorno (no se da en tal proporción entre los niños sordos de nacimiento hijos de padres también sordos) y también en niños que, por el hecho de tener síndromes que modifican sus rasgos y ponen en duda su futuro (por ejemplo, el síndrome de Franceschetti-Collins, el síndrome de Down), enfrentan muy pronto en sus vidas el rechazo en la
  • 34. mirada de sus semejantes y, eventualmente, de sus padres, si bien sus síndromes no están específicamente vinculados a algún tipo de manifestación autística. Esas consideraciones nos permiten situar la etiología del autismo en el cierre de esa puerta de entrada al lenguaje que es la «función primordial de reconocimiento», cuyo fracaso puede obedecer a las más diversas causas. Lo que podemos afirmar hoy acerca de la estructura del autismo En el campo de la psicopatología psicoanalítica, clásicamente se han reconocido tres estructuras: neurosis, psicosis, perversiones, cada una de ellas caracterizada por una forma determinada de defensa del sujeto frente a las dificultades de conjugar sus deseos con la realidad. Las neurosis, con su represión: rechazo, para el registro inconsciente, de las representaciones relativas a deseos inaceptables para la conciencia del sujeto. Las perversiones, con su rechazo: conducirse como si no existiese, aun cuando se sabe que existe, aquello que se opone al goce del sujeto. Las psicosis, con su forclusión: imposibilidad del sujeto de encontrar una posición en el discurso que le permita comprender el sentido de las cosas, porque el nombre que determina esa posición no fue primariamente inscrito; el sujeto compensa la falta de sentido con un exceso de sentido en su delirio y suprime o crea los términos, según sea necesario, para poner a resguardo el sentido que él ha inventado. El autismo, en la medida en que se presenta como una ausencia de sujeto (están ausentes la demanda de reconocimiento del otro y el deseo del otro, que harían posible considerar una estructura mínima de sujeto), plantea para el psicoanálisis el problema de cómo establecer una estructura (siempre necesaria para orientar las intervenciones clínicas) que se encuentra fuera del lenguaje, en la medida en que sabemos que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Como suele suceder, fue la clínica la encargada de dar respuesta a esa cuestión: la prevalencia de los automatismos crea un mecanismo de exclusión del niño con
  • 35. respecto al lenguaje. Es por ello que los autistas desvían su mirada no de cualquier cosa, sino específicamente del otro semejante, así como se hacen los sordos no ante cualquier sonido, sino específicamente ante el del otro hablante. Si bien es cierto que es difícil sostener la proposición de que «el autista se excluye», precisamente porque el se implicaría un sujeto en un caso en que su ausencia es evidente, sostener dicha proposición constituye un primer movimiento de un intento de cura: suponer un sujeto allí donde no lo hay. Es por esas razones que el psicoanálisis, aun de modo polémico, ha incorporado el autismo como una cuarta estructura: la estructura de la exclusión. ¿Hay «tipos» de autismo? En un comienzo, se distinguió el autismo innato - al que se llamó «primario»- del autismo adquirido -denominado «secundario »-. Más tarde, se reservó el término «primario» para el autismo en cuyo origen había, supuestamente, una causa orgánica innata, determinada y circunscrita, preferentemente de orden genético o debida a una estructura neurológica defectuosa, aun cuando ello no estuviese claramente demostrado. Por su parte, el término «secundario» pasó a ser usado en los casos en que el autismo aparecía como una consecuencia derivada de una enfermedad o de un daño considerado, por lo tanto, como el factor primario, aun cuando no hubiese un registro significativo respecto de una diferenciación constante en las manifestaciones específicas del autismo entre ambos tipos de casos. A partir de la diseminación del diagnóstico del síndrome de Asperger 5 surgió la distinción entre el autismo con deficiencia intelectual y el autismo de alto rendimiento. Con ello se hacía alusión a las habilidades de resolución lógica compleja que 5 Durante sus primeros cuarenta y cinco años de existencia, a partir del momento en que el doctor Asperger lo definiera en 1949, el síndrome homónimo sumó menos de cien casos en la comunicación médica internacional. Pero desde el momento en que fue incorporado al DSMIV en 1992 y que su espectro semiológico fue geométricamente ampliado, en quince años reunió decenas de millares de casos, y, curiosamente, llegaron a ser incluidos en su casuística hombres famosos como Mozart, Newton y Einstein.
  • 36. poseen algunos autistas, en contraste con aquellos que o bien están afectados, primariamente, por un retardo intelectual (handicap que puede favorecer la adquisición del autismo), o bien se ven perjudicados, secundariamente, en sus aprendizajes y en su rendimiento intelectual por la pobreza de relaciones a la que su autismo los condena. De nuestra parte, consideramos verdaderamente relevante la distinción entre autismos secundarios respecto de problemas específicos (constitucionales) de lenguaje, autismos vinculados a configuraciones patológicas genéticas y/o neurológicas demostradas y autismos relacionados con historias familiares en las que hubo ruptura, quiebra o discontinuidad abrupta en cuanto a los escenarios y los personajes implicados en las identificaciones primarias (en especial, durante el primer año de vida). ¿Curable o incurable? Definir el autismo como un cuadro homogéneamente incurable implica, por un lado, una resistencia de los clínicos a reconocer la diversidad de condiciones en las que un autismo se estructura y, por otro, el posicionamiento en la idea de una causa única. Como hemos visto, la ruptura del vital punto de encuentro entre el hijo y sus padres constituido por la función primordial de reconocimiento le cierra al niño la puerta de entrada al mundo ordenado por el lenguaje, es decir, el mundo específicamente humano. En la medida en que las causas de esa ruptura, de ese distanciamiento, son de las más diversas, es necesario vincular las condiciones y las posibilidades de cura: 1) con el grado y el modo de incidencia de esas causas sobre el proceso de las identificaciones primarias, 2) con las posibilidades de control o supresión de esa incidencia, y 3) con la capacidad de la familia de persistir largamente en la reconstrucción de las condiciones que permitan producir el reconocimiento recíproco que se ha perdido; asimismo, 4) las causas deben ser sometidas a la prueba del tratamiento, dado que en su mayor parte son supuestas, y 5) afirmar desde el comienzo la incurabilidad introduce al niño y a su familia en la trampa de la profecía autorrealizada: nunca puede
  • 37. ocurrir aquello que ni siquiera se intenta hacer (si no se intenta la cura, esta, por cierto, no ocurrirá y así se establecerá la «prueba» de la incurabilidad). Si el intento de cura parte del reconocimiento de su imposibilidad, lo que se espera del niño y lo que se le pide nunca exceden el círculo de lo posible, es decir, de la persistencia de su patología. Es verdad que, en la medida en que se prolonga un determinado modo de funcionamiento psíquico, este tiende a volverse fijo, automático e irreversible. La lógica clínica nos lleva a pensar que en un cuadro -como es el caso del autismo- que se caracteriza precisamente por la prevalencia de los automatismos, la disposición para que su matriz de funcionamiento se vuelva automática debe facilitar que esto ocurra en un lapso menor. Observamos, en efecto, que, si por un lado la permeabilidad y la flexibilidad frente a la intervención terapéutica psicoanalítica es de gran magnitud en los primeros tres años de vida (y en especial en el primer año), esa apertura se cierra de modo vertiginoso a partir del cuarto año, y los tratamientos se vuelven difíciles de abordar y sus resultados son bastante dudosos cuando se trata de autistas de más de 5 años de edad. Ahora bien, en los primeros años, los resultados de las intervenciones psicoanalíticas, llevadas a cabo por terapeutas con experiencia clínica específica en esta patología, logran establecer nuevas condiciones para la constitución del sujeto psíquico que, espontáneamente, allí había claudicado. Una observación final Si la intervención psicoanalítica exige, en el caso de las psicosis, que el terapeuta acompañe el delirio de su paciente, aun cuando no se identifique con sus excesos de sentido, en el caso del autismo la exigencia es más radical: el analista necesita acompañar a su pequeño paciente por el camino de su autoexclusión. Eso implica que tendrá que arriesgar un acto de reconocimiento recíproco (una identificación especular) fuera del territorio del lenguaje, con la esperanza de que su paciente lo siga en el retorno a ese territorio. Ningún ejercicio clínico es tan
  • 38. revelador como el que nos dice (y debemos esta enseñanza a los autistas) que nada somos fuera del lenguaje.
  • 39. 4 FUNCIÓN MATERNA Y FEMINEIDAD Desde un punto de vista estrictamente formal, la única función es la del padre, en el sentido de que la única alternativa para que se produzca un sujeto se articula a partir de lo Simbólico. Sin embargo, varios autores lacanianos (Godino Cabas, 1980, p. 35; Sami-Ali, 1979, pp. 72-118) y hasta el mismo Lacan aceptan hablar de función materna, en un sentido descriptivo, como del lugar que ocupa el agente de intermediación de lo simbólico para el infans (Maci, 1983, pp. 118-20). Prematuro como es, el cachorro humano requiere la presencia real de un agente que lo reciba en un espacio virtual (el lugar de su falta), espacio en el cual ese infans se espeja (se imaginariza). Ese espacio se cava en el agente materno en la medida en que existe en él una referencia a lo simbólico. Para ser más precisos, es necesario que ese agente esté capturado por la castración simbólica, inscripto metafóricamente en el Nombre-del-Padre. O sea que no hay verdaderamente agente materno sin referencia a la Función del Padre porque este agente se constituye como tal solo en su nombre. Solo así el hijo es objeto de deseo; y solo así, entonces, la madre inscribe (¿escribe?) en su cuerpo las marcas de lo simbólico, Esta es por excelencia, la función de la madre. Godino Cabas nos ayuda en este punto: "Si Freud insistió en que el niño es an-objetal, lo hizo sobre todo porque quiso subrayar el
  • 40. hecho de que el objeto se construye. Seria necesario decir ahora que la imago del seno materno es su piedra fundamental. Ella proporcionaría los elementos para la construcción de la función materna en la cual la mujer encuentra un objeto primordial de su sexualidad" (1980, pp. 35-6). Se trata de la ecuación [pene=hijo] — falo (Lacan, 1971, p. 284) que caracteriza a la maternidad, en la medida en que, en la mujer, la falta se especifica en el deseo del hijo. Este lugar vacío es simbólicamente llenado por el niño, con el cual se ímaginariza una completud, insostenible, sin embargo, en el nivel simbólico: el niño también es afectado por la falta. Esta dialéctica del deseo se realiza en un circuito en el cual el infans se ve totalizado en un "otro" que lo espeja; completud imaginaria que contrasta con la inmadurez que, de su propio cuerpo, percibe. Así, para mantener este Ideal de si mismo, el niño desea el deseo de la madre. Y como consecuencia de ello "el lugar simbólico de la madre revela la dimensión de poder del Otro de la primera dependencia" (Maci, 1983, p. 118). Este poder actúa marcando en el cuerpo del hijo (en el inicio fundamentalmente visual y oral) la direccionalidad de la pulsión para el encuentro con el objeto de deseo: el rostro y el pecho y sus sustitutos, A este respecto informa Sami-Ali que "en el origen de la constitución de los objetos podemos discernir un proceso circular que, por un lado, parte del niño, pasa por la madre y llega al objeto; y que, por otro lado, parte de la madre, pasa por el niño y llega al objeto. La palabra hace su entrada sobre ese fondo de objetos (primordiales) que se corresponden entre sí y que reflejan la correspondencia fundamental del propio cuerpo y del objeto materno" (1979, p. 72). Todo este proceso se sintetiza en la fórmula de la metáfora del Nombre del Padre S S´ (tachado) -----> S 1 S (tachado) X s
  • 41. En esta fórmula las S mayúsculas son significantes, y la s minúscula es el significado "inducido por la metáfora, que consiste en el reemplazo de la cadena significante", o sea, en el pasaje de S a S´ "La elisión de S´, representada aquí por la barra, es la condición para el éxito de la metáfora" (Lacan, 1975, p. 242), Esto informa que solamente cuando la marca significante del nombre del padre opera sobre la madre la ley que restringe el campo de su goce a los lugares externos al incesto, la madre es deseante. Deseante del único que podría serlo: de lo que le falta, o sea del objeto residual del incesto primordial: el hijo, Hijo que, por ser objeto real, se convierte en fetiche de la madre para acceder, por esa vía, a la dimensión simbólica. Como fetiche de una madre normalmente neurótica, queda referido al Otro (A) portador de la ley, o sea, pasa a ser significado como falo en lo imaginario materno y, por lo tanto, referido al significante de ía falta (precisamente el falo) en lo imaginario propio. La fórmula propuesta se toma más comprensible del siguiente modo: Nombre del Padre: Deseo de la madre (tachado) -> ------------------------------- - ------------------------------------- Deseo de la madre (tachad) Significado al sujeto ---> Nombre del Padre ( A ) Falo Si seguimos la fórmula paso a paso, tendremos: el Nombre-del- Padre, como significante que, por ser portador de la ley (de prohibición del incesto), hace una falta en la madre, o sea, la deja deseante. Este Deseo de la Madre, que en el primer elemento juega como significado, en el segundo lo hace como significante (encima de la línea). Este movimiento está viabilizado por el carácter dialéctico del deseo que, en un juego de espejo M-H, hace que el deseo del hijo por parte de la madre sea reencontrado en él como deseo de ese deseo de la madre dirigido a él mismo. En ese desear el deseo de la madre el hijo descubre en ella la
  • 42. falta: ella está afectada por una restricción de su goce con él y, por causa de esta falta, se dirige al Otro (A), que no es el hijo, en la esperanza de resolverla, Ese otro está representado por el significante del Nombre-del-Padre. Lo que este significante significa (en última instancia lo que hace la diferencia sexual) es deseado por la madre y, entonces, pasa también a ser deseado dialécticamente por el hijo, De este modo, el Deseo de la Madre hace este pasaje a la categoría de significante, cuyo significado consiste en la imaginarización de un sujeto que participa de la insignia fálica, que no es más que el Nombre-del-Padre (Significante Primordial) metaforizado. A través de toda esta arquitectura de la Castración Simbólica, la madre, capturada en el actuar del Significante, cumple su función transmisora, apoyándose en un juego de soportes corporales —el del hijo y el propio— que refiere estos cuerpos a una constante reconstrucción imaginaria desplazada incesantemente a través del campo angustiante de la falta. Así ocurre en la neurosis, Pero cuando la falta se sutura, porque la ley pierde su eficacia, el Nombre-del-Padre no se metaforiza. La madre no es deseante de un hijo, sino de un gajo que la complete, porque en su imaginario la falta (la diferencia sexual) no es irremisible. Aquí entrevemos, en el repudio de la diferencia sexual, el fondo perverso de la madre fálica. El deseo materno, a través de la Forclusión (Vererfung) del nombre del Padre esquiva al Otro con su deseo y en la imagen recíproca de este deseo, captura indisociadamente al hijo. Aquí tenemos el punto de partida de una estructura psicótica. Sin embargo, nos parece que en el autismo no hay captura, a no ser en la imagen recíproca del mero deseo de muerte: el muerto. Aquí es esquivado no solamente el Otro, sino también el cuerpo del hijo. Muchos autores han analizado la cuestión de la función materna partiendo de puntos de vista diversos. Por lo tanto, en una tentativa de ordenamiento de los problemas, podemos diferenciar este primer nivel formal de los otros niveles en que se acostumbra conceptualizar la función materna. Hay un nivel de cuidados reales, que atiende a las necesidades del niño. Esto es lo que se ha llamado puericultura; es lo que las enfermeras y los pediatras focalizan como eje de sus
  • 43. preocupaciones: alimentación, movimentación, higiene, enfermedades, salud, etcétera. Y otro nivel, que se ubica a mitad de camino entre lo psícoanalítico y lo pediátrico y que, combinando observaciones con recursos teóricos, trata de articular una imagen de la función materna, en el vaivén que la caracteriza, entre la satisfacción de necesidades y la estructuración de lo Imaginario/Simbólico. Aquí se arman verdaderas "funciones" en el sentido de mise en scene del "vínculo" M-H. Sí bien por un lado este nivel de análisis carece del rigor de las consideraciones formalizantes, tiene por el otro la ventaja de servir como guía clínica para muchos legos y aun para muchos participantes. Guía, no en el campo de la puericultura, sino en el campo de lo imprescindible "innecesario" que se debe hacer presente en la relación M-H, para que el individuo de la especie se constituya como sujeto. Sin duda cabe aquí nuevamente lo que ya señalamos en la introducción: Winnicott detalla cuestiones relativas al espejamiento M-H, sin entrar en el análisis de la función que los separa. Se mantiene, pues, en el campo de lo imaginario. Es precisamente en este plano que ubicamos sus contribuciones (1965, pp. 72, 75,79) respecto del papel de la madre en las primeras etapas de la vida. Sin embargo, debemos destacar su aporte acerca del objeto transicional (1972, pp. 17 y 45), que se ubica en el campo de la teoría formal psicoanalítica y que define el papel de la madre en el rigor de su función articuladora de Jo imaginado recubriendo la aridez de lo real. Es más aquí de la muerte, y más allá de la cosa, que la madre realiza su función. Por eso, como dijo Lacan: "Lo importante no es que el objeto transicional preserve la autonomía del niño sino si el niño sirve o no como objeto transicional para la madre. Y ese suspenso no entrega su razón a no ser en la misma proporción en que el objeto entrega su estructura. A saber, la de un condensador para el goce, en la medida en que, por la regulación del placer, tal estructura es robada al cuerpo" (Lacan, 1980, p. 210) Wínnicott (1972, p. 147) refiere los cuidados maternos primarios como características del papel materno y los define en tres funciones:
  • 44. a) Manutención (holding) b) Manoseo (handling) c) Presentación del objeto o presentación del mundo En un articulo publicado en español en El niño y el mundo externo Winnicott incluye un cuarto elemento: la relación triangular entre los miembros de la familia (1965, p. 15). La manutención se refiere a la asignación del lugar, el mantenimiento de la mirada, la protección general contra los sentimientos de desamparo que inicialmente se apoderan de los bebés, se refiere "a ver al hijo como un ser humano en un momento en que él aún no es capaz de sentirse entero" (ibidem, p. 17), ya que el niño es naturalmente prematuro, aunque nacido a término, para enfrentar el nuevo estado extra uterino. El manoseo, desde la movilización hasta la higiene, cubre todas las zonas de contacto con el niño, "Todos los detalles del cuidado físico precoz constituyen para el niño cuestiones psicológicas" (ibidem). La "mostración del objeto denomina el acto de llevar al niño en dirección al mundo circundante de una manera gradual y no contingente, ya que este mundo tendrá interés para el niño en la medida en que la madre le muestre la importancia que ese mundo tiene para ella y para el propio hijo" (ibidem). De todos los objetos del mundo que rodean al niño y a su madre, existe uno que el deseo de ella subraya especialmente. Se trata del padre, que la articulación psíquica materna colocará en un lugar de valor, variable de acuerdo con su propia estructura. Aquí aparece, entonces, el segundo elemento de la función materna, primera sustentadora de la función del Padre frente al hijo. "No es solamente de la manera en que la madre acepta a la persona del padre que conviene que nos ocupemos, sino también del caso que ella hace de su palabra digamos el término, de su autoridad; dicho de otro modo, del lugar que ella reserva para el Nombre-del- Padre en la promoción de la ley" (Lacan, 1975, p. 269). Es aquí, probablemente, donde podemos incluir la función de triangulación a la que Winnicott se refiere y que, sin duda, constituye un postulado de nivel teórico absolutamente diferente de las primeras tres funciones formuladas. Y es también aquí que
  • 45. debemos cuestionar este salto de categorías por parte de Winnicott, al introducir por mera yuxtaposición sumatoria lo que, en un efecto contrario a tal procedimiento cuantitativo, recalifica todo. O sea el Triángulo Edípico. Es este exabrupto en un médico tan sensato lo que, por la excelencia de su verdad conceptual, desnuda la insuficiencia de los postulados de los cuidados maternos primarios para analizar cuestiones de salud y enfermedad psíquica en los niños. Si así no fuese, Winnicott no necesitaría haber agregado nada. Su percepción de que problemas tales como la psicosis y la delincuencia infantiles no pueden ser abordados puramente a partir del medio ambiente lo lleva a incorporar este tema de la triangulación. Nos preguntamos si tal formulación, así presentada, bastará para cortar el camino a quienes, apoyándose en las tres primeras consideraciones tan realísticamente explicadas por Winnicott, consideran que es el medio ambiente el que enferma al niño y, en consecuencia, lo que lo puede curar. Una vez definidos los cuidados maternos primarios, quedan aún por responder las siguientes preguntas: ¿qué condiciones deberán cumplir esos cuidados para que resulten eficaces en la operación de sujetamiento del infans y ¿qué condiciones deberá cumplir esa madre en la función de significar el Nombre-del-Padre para que asuma expresión específica en el hijo? O sea, de un modo más preciso, cuáles serían las condiciones para la efectivización de la Metáfora-del-Nombre-del-Padre, No parece ser ésta la preocupación central de los que "en su búsqueda de las coordenadas del 'ambiente' de la psicosis se apartan, como almas en pena, de la madre frustrante y de la madre hartante, no sin sentir que, al encaminarse en dirección al padre de familia, se queman, como se acostumbra decir en el juego infantil del objeto escondido" (Lacan, 1975, p. 263). El bebé no dispone de la comprensión del lenguaje para ser informado de los deseos de la madre, ni para Informarle sobre sus necesidades e inquietudes. El sistema del lenguaje preexiste al niño, pero fuera de él. Se hace entonces necesario que el niño se inscriba en el orden del lenguaje, incorporándolo a si mismo para conseguir la asunción de toda su condición humana. Es cierto que la condición previa para que esto suceda es que, a partir de los
  • 46. padres, el hijo esté inscripto en ese orden simbólico marcado por la escala de valores inaugurada por la Función Paterna. Pero esta marca simbólica no opera directamente sobre lo Real, sino sobre lo "real construido", o sea sobre lo otro de lo real: lo Imaginario. La madre agrega a las necesidades del hijo una significación que las transforma. Así, toda manifestación del hijo, todo objeto circulante entre él y su madre se instala en un espacio intermedio entre los dos personajes reales. Es el fenómeno transición al (Winnitcott, 1972). Para que esto se produzca es necesario que la madre establezca una serie de puentes de actividades significantes que traduzcan su discurso en un idioma que se aproxime a les condiciones de insuficiencia constitucional del cachorro humano. Es el idioma de la actividad maternal de interpretación de dos sistemas que se despliegan paralela y simultáneamente: 1) su propio discurso regido por el sistema de lenguaje 2) el sistema de actividades constitucionales del niño. Este último se agrupa en los cinco subsistemas que caracterizan a los engranajes constitucionales del bebé: los reflejos arcaicos, la gestualidad refleja originaria, el tono muscular, la actividad postural y espontánea y los ritmos biológicos; ellos componen los códigos constitucionales a los que la madre otorgará significación psíquica, Para romper el paralelismo de estos dos sistemas la madre cuenta con una doble ayuda: por un lado, el papel de la imago del semejante y. por otro, la permeabilidad al significante, que son características de los individuos de nuestra especie. La permeabilidad al significante se resume en parte en la maduración y en la capacidad de composición asociativa. Pero fundamentalmente en la repetición característica del funcionamiento psíquico, derivada de la base genético-instintivo-pulsional propia del ser humano (S. Freud. 1948, pp, 1089 y siguientes). La cuestión de la imago se refiere a la prevalencia de la imagen del semejante que, aunque en otras especies se muestre mecánicamente determinante de la maduración (o de ciertos aspectos de ella), en el ser humano queda relativizada a un efecto
  • 47. de captura del cachorro por parte del deseo materno. Esta captura actúa por medio de las operaciones maternas de saturación psíquica de esta imago, operaciones que están, por el imperio en la madre de la marca significante, decisivamente vinculadas al sistema del lenguaje. A su vez, este sistema asegura, a través de la síntesis de la cultura por él contenida, el sujetamiento del cachorro, o sea, su condición de sujeto Lacan, 1971. pp. 1MB}, En setiembre de 1979 en un trabajo presentado con Coriat, en ocasión del 5° Congreso Brasileño de Neuropsiquiatría infantil afirmábamos que “las características del encuentro M-H en el período inicial de la lactancia están determinadas por la madre. Ella tiene una personalidad estructurada, una manera de ser de su femineidad que otorga a su hijo un significado y un valor definidos para cada caso, integrando, según sus características personales, las normas de crianza que la cultura y la familia le han transmitido. El peso de todo este cuadro, preexistente en la madre, es muy grande. Todo rasgo singular que el niño presente adquirirá su significado en función de esta estructura previa" (Coriat y Jerusalinsky, 1583, p. 12), Tenemos así tres aspectos centrales en la composición de las funciones del agente materno: --- cuidados maternos primarios (nivel de lo real) — Doble traducción - lenguaje x acción (circulación imaginario/simbólica) Acción x lenguaje — sustentación primaria de la Punción Patema o triangulación edípica (nivel de lo simbólico) Podemos agregar aún que la función del agente matemo está sujeta a las condiciones de que represente:
  • 48. a) discontinuidades que permitan al niño experimentar los contrastes imaginarios que lo llevaran a incorporar sistemas de oposiciones necesarios para absorber las series de la significación b) coherencia y articulación indispensables para constituir un sistema en el cual el niño se vea incluido, para que el agujero que señala el lugar a partir del cual hablará sea distinguible.
  • 49. 05 ASPECTOS CONSTITUCIONALES DEL BEBÉ Y SU INFLUENCIA EN LA RELACIÓN MADRE-HIJO AI principio las respuestas del niño están forzosamente encaminadas por la vía de la actividad refleja, por la actividad espontánea y por las expresiones de su tono muscular y su gestualidad. La viabilidad y condición de estas actividades en el niño realimentarán un circuito afectivo con centro de determinación en la madre. Esta retroalimentación podrá ocasionar cambios en la posición de la madre respecto del niño, modificando así el lugar simbólico que el hijo ocupa y el valor que significa. El niño existe psíquicamente en la madre mucho antes de nacer y. más aún, mucho antes de ser gestado. Cuando el niño nace, todo ese engranaje que lo precede se pone efectivamente en
  • 50. movimiento. Podemos decir que un recién nacido dispone de un "enganche" para articularse en el proceso materno que lo contiene; "enganche" éste que se compone de: actividad refleja arcaica, gestualidad refleja, tono muscular, actividad postura] y espontánea y ritmos biológicos. a) Actividad refleja arcaica. Cuando el niño nace presenta una serie de reacciones automáticas, "desencadenadas por estímulos que impresionan diversos receptores". Estas reacciones constituyen algunas de las huellas que guían la actividad del bebe. Estamos refiriéndonos fundamentalmente a los reflejos madurativos, al conjunto de los reflejos orales, de la madre, de Moro, tónico-cervicales, a los relativos a la maduración de la actividad ocular, a las reacciones cutáneas y a los reflejos posturales y superficiales de los miembros inferiores (Coriat, 1974, y Coriat y Jerusalinsky, 1983). No es nuestro objetivo describir estos mecanismos, que ya están tratados en una vasta bibliografía, sino internarnos en el análisis del valor que tales reflejos pueden tener para los intercambios madre - hijo. Partiendo de esa perspectiva y considerando los reflejos orales, nos parece útil recordar aquí las reflexiones de Langer (1976} acerca de la importancia que para la madre y el niño, tiene una lactancia feliz: "No sólo el niño sino también la madre se perjudica por la renuncia a amamantar". Helen Deutsch encuentra 'una estrecha relación entre el trabajo de parto y la lactancia, al comprobar que la succión del lactante estimula las últimas contracciones del útero, de manera que con el comienzo de la lactancia termina función dinámica de este órgano, que cede su primacía a las mamas. La lactancia, además de ayudar a la madre a vencer el trauma que: le causa la brusca separación de su hijo, sirve también para mitigar el efecto de su propio trauma de nacimiento (apud Langer, 1976) La activa succión por parte del bebé tiene efectos múltiples para la madre: produce el vaciamiento del pecho, calmando la tensión y estimulando la glándula mamaria, con lo cual la secreción láctea aumenta. Las mujeres deseosas de su maternidad sienten en esta producción láctea la continuidad de su potencial corporal, que se
  • 51. desplaza poco a poco hacía el cuerpo de su hijo y. en la medida en que éste crece, pone en evidencia el efecto de la donación materna. Este ciclo de satisfacción parte del ofrecimiento del pecho, circula por la succión del bebé, retorna glandular y psíquicamente sobre la madre, que se siente así más próxima de su hijo, transformando la brusca separación del parto en un distanciamiento corporal gradual y lento durante el cual el bebé recibe el don materno. Don que se expresa primero en forma de leche, como alimentación y apoyo, protección y enseñanza, y que va re significándose en otros objetos en la medida en que el niño se vuelve capaz de alimentarse por si mismo. Este círculo maternal envuelve otro ciclo con el que se superpone y se entrecruza: el ciclo de hambre y dolor, succión consuelo, saciedad y satisfacción. El bebé experimenta todo esto con los ojos fijos en e! rostro de la madre, ojos que lo enganchan y lo transportan hasta el universo en el cual su cuerpo, la boca y la leche adquieren su inscripción: el universo simbólico. Círculos que se tocan, superposición tangencial que articula, junta y separa los espacios de la madre y del hijo en un vaivén que se expresa más tarde incluso en la aparición de las representaciones gráficas, de cuyo fenómeno nos da un ejemplo el juego del Squiggle propuesto por Winnicott 1979). Es preciso hacer notar que el punto de contacto, que en el ángulo psíquico está apoyado en una serie de representaciones maternas, en el ángulo biológico se apoya en automatismos reflejos, fundamentalmente orales y visuales. El pecho se ofrece y el rostro del niño gira, por el reflejo de búsqueda, y chupa en una secuencia pausada y fija. En la primera quincena de vida predomina la alineación óculo-troncal y, poco a poco, los ojos acompañan a la cabeza en sus seguimientos perspectivos. Las manos y los brazos se flexionan cuando el bebé siente hambre y ansiedad y se van relajando y extendiendo en la medida en que la alimentación avanza, la madre "lee" en los ojos que se entornan y en el cuerpo que se relaja el goce que su leche proporciona. Los reflejos orales adquieren un sentido de aceptación, goce, plenitud; son significados porque están allí, son como el trazo
  • 52. para la escritura o el sonido para la palabra: su presencia da un soporte para que esta palabra, la materna, tenga un destino cierto, b) Gestualidad refleja El llanto inicial del bebé es obviamente reflejo, un puro automatismo. Ligado al principio a la respiración aérea, forma parte de las reacciones vitales más arcaicas del ser humano, Pero de allí en adelante, y casi sin interrupción, se repetirá en situaciones de dolor e incomodidad que afecten al niño. Nada existe de adquirido en esa manifestación primaria, por lo menos en el recién nacido. A partir del primer mes de vida es posible notar cambios en el llanto que, constitucional al comienzo, se incorporará a estructuras que, poco a poco, lo llevarán a adquirir la significación social que tiene para el mundo de los adultos. En las primeras semanas el llanto aparece como desencadenado automáticamente frente a cualquier síntoma de dolor o de incomodidad, como directamente asociado a sensaciones corporales inmediatas y realmente presentes. Con cinco semanas de vida, se presenta como efecto de los sueños, sin duda el bebé "ve" o "siente" transitar por su mente una serie de imágenes que movilizan su gestualidad de manera muy activa. Mientras duerme presenta succión espontánea, contracción del rostro, emisión de sonidos, sonrisas, movimientos de los párpados, eventualmente un llanto breve e interrumpido bruscamente, como obedeciendo a una imagen que pasara fugazmente, ya que si fuese una molestia corporal la queja se reiteraría. Esta pequeña secuencia evolutiva nos muestra cómo, sutilmente, el llanto se transforma de una reacción automática en un elemento de comunicación. Basta para ello observar las reacciones de quienes cuidan al bebé frente a su llanto: lo consuelan y calman, le hablan, lo cambian y Jo acarician, le atribuyen dolores y lo abrazan. Lo mismo sucede con la sonrisa, que inicialmente aparece durante los momentos de saciedad y somnolencia que suceden a la amamantación , como un gesto puramente reflejo. Hacia el final del segundo mes la sonrisa empieza a aparecer como uno de los "organizadores" centrales en la relación M-H al adquirir el carácter de respuesta frente a la sonrisa del rostro de otro ser
  • 53. humano. Es evidente que las reacciones frente a las sensaciones corporales inmediatas, reales y de contacto directo, poseen un valor completamente diferente del de las respuestas gestuales y del de las gesticulaciones frente a imágenes oníricas y por lo tanto, ausentes y evocadas. Las reacciones frente a los contactos concretos, presentes desde los primeros instantes de la vida, se adscriben al equipamiento constitucional contenido en el código genético; las de la segunda categoría del orden de la gestualidad, que empiezan a aparecer cerca del tercer mes, son adquiridas a través de la inscripción que, sobre aquellos primeros mecanismos automáticos, realiza el sistema de comunicación humana que la madre utiliza y en el cual incluye a su hijo. c) Tono muscular, Ya hemos señalado que las emociones se expresan a través de sutiles variantes del tono y de las actitudes, y que el tono muscular presenta variantes fisiológicas motoras: con el sueño disminuye al mínimo, pero durante el llanto aumenta. En efecto, el recién nacido a término, una vez normalizado su tono, lo cual por lo general sucede alrededor del quinto día de vida, presenta claras reacciones automáticas vinculadas s sus sensaciones de dolor y de placer. Frente al dolor y la Incomodidad aumentan las contracciones, y las masas musculares se relajan durante el placer y la tranquilidad. Sin duda se trata de mecanismos neuromusculares constitucionales que ofrecen a la madre elementos para conocer el estado de su hijo, en la medida en que ella desea conocerlo. Este sistema de reacciones sólo puede mantenerse durante pocos meses si no es apoyado por la función materna, que le imprimirá toda su significación afectiva. Es conocida la total indiferencia con que los bebés carenciados afectiva y/o nutricionalmente responden a los estímulos del medio ambiente, después de cierto tiempo de privación. Nos parece necesario destacar el valor que, en la relación M -H, adquieren las expresiones tónicas que brindan una sutil referencial para el "enganche" materno. d) Actitudes posturales y actividad espontánea. En la práctica es difícil disociarlas del tono muscular y de la actividad refleja. Aun
  • 54. cuando cierta discriminación sea didáctica, conviene llamar la atención sobre los riesgos de un esquematismo que pretenda estudiar aisladamente cada reflejo. En realidad se trata de un esfuerzo analítico que nos ayuda a percibir con más detalle un proceso que recorre, compleja y simultáneamente, todos los niveles desde el psíquico hasta el biológico y viceversa. Estos diferentes niveles no responden a las mismas leyes ni componen las mismas estructuras, pero a pesar de ello hoy es evidente para nosotros la necesidad de profundizar la comprensión de la dinámica de influencia e Interdeterminación que existe entre esos niveles. En ese sentido, el reflejo tónico-cervical asimétrico constituye una sinergia que, además de favorecer la coordinación ojo mano boca, induce al niño a adoptar una postura que facilita el amamantamiento y favorece en la madre la colocación de pequeños juguetes cerca de la mano del niño y frente a su boca, dentro de su campo de visión. Esto facilita la tarea de enseñar al bebé. Algo similar podríamos decir del relativo predominio del tono flexor al comiendo de la mamada, que induce la rotación cefálica y tina postura que se amolda mejor al hueco de los brazos matemos, mientras que el relajamiento progresivo lleva al niño a una postura abierta y extendida, sensible, sin embargo, frente a la más misma motivación que produce en él un esbozo de "Moro" incompleto. Es como si el cuerpo del niño informara a la madre acerca de sus necesidades, su saciedad, su goce o su disgusto. El constante esfuerzo del lactante durante el primer trimestre de su vida para conseguir el control cefálico está íntimamente vinculado a reacciones posturales de defensa frente a la posibilidad de asfixia por obstrucción de las fosas nasales o de los canales aéreos, como también sucede con las reacciones de los automatismos producidos por la maduración de los reflejos del cuello en et recién nacido a término. Es claramente observable la gran influencia que sobre los progresos del mantenimiento de la cabeza ejercen los estímulos visuales y, muy especialmente, la movilización y la comunicación humana. Recíprocamente podemos señalar cuán poco alentador es