1. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
TEMA 2: "DIVISIÓN DEL TRABAJO Y ESPECIALIZACIONES PROFESIONALES"
SEGUNDA PARTE: DIVISIÓN Y SEGREGACIÓN DE LAS OCUPACIONES EN FUNCIÓN DEL
SEXO
Tal como hemos ido observando en las revisiones realizadas sobre el análisis sociológico de las
divisiones del trabajo y sus implicaciones para el análisis de las profesiones, el estudio de la cuestión del
género en estos ámbitos de la realidad social está atravesado por las diversas formas de comprender el
fenómeno profesional y laboral en la sociedad. Aquí se produce un doble cruce de teorías y debates. Por un
lado, el análisis crítico que desde la perspectiva de género se ha realizado sobre el conjunto de la Sociología,
afectando obviamente también a la Sociología del Trabajo y de las Profesiones, desentrañando el sesgo de
género que ha atravesado a las distintas perspectivas. Por otro lado, está el debate entre las propias teóricas
feministas, que analizan el proceso de la división sexual del trabajo desde distintas perspectivas que, a su vez,
no son ajenas a los marcos teóricos desde los que parten para analizar las profesiones y el mundo del trabajo.
En el estudio de este tema tendremos en cuenta esta doble dimensión del problema: las críticas que se
plantean a la Sociología desde una perspectiva de género y los intentos de explicación, desde esta
perspectiva, de la situación de las mujeres en el mundo del trabajo y en particular del trabajo profesional.
Tomaremos como referencia los debates específicos desplegados en el marco de la Sociología del Trabajo y
en la Sociología de las Profesiones, en coherencia con los planteamientos que hemos empezado a desarrollar
1
a partir del esquema de análisis ofrecido por E. Freidson en su obra Professionalism: the third logic , pero
también daremos un trato especial a las aportaciones de A. Witz, en su revisión del conjunto de las
2
aportaciones de la Sociología de las Profesiones y de las autoras que han partido de la caracterización de las
implicaciones, con carácter general, del “patriarcado” y la “división del trabajo en función del sexo” para la
3
organización social del trabajo en su conjunto .
1. Un punto de partida: la definición sesgada de las profesiones (o la visión
negativa de la las semi-profesiones)
En este apartado tendremos en cuenta las críticas que se plantean a la Sociología de las Profesiones
desde una perspectiva de género y los intentos de explicación, desde la perspectiva de género, de la situación
4
de las mujeres en el trabajo profesional . Los temas abordados en este terreno remiten a dos cuestiones:
- El olvido de las dinámicas de género en los análisis de los procesos de profesionalización, en
particular en el caso de los procesos de constitución de los grupos profesionales tradicionales, lo que
supone que se ha establecido una definición de los rasgos y procesos de profesionalización
partiendo exclusivamente de la experiencia masculina.
- El recurso a explicaciones con un sesgo de género en los intentos de caracterización de procesos
como la feminización de ciertas ocupaciones y las limitaciones a las que se enfrentan las mujeres
1
Freidson, E. (2001): Professionalism: The third logic, Chicago, Chicago University Press.
2
Witz, A. (2003): “Patriarcado y profesiones”, en Sánchez Martínez, M., Sáez Carreras, J. y Svensson, L. (coords.):
Sociología de las profesiones. Pasado, presente y futuro, Murcia, Diego Marín Editor.
3
En particular, Barberá Heredia, E.-Ramos, A.-Sarrió, M.-Candela, C. (2002): “Más allá del <techo de cristal>. Diversidad
de género”, Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, nº 40. Y, sobre todo, Borderías, C. – Carrasco, C. y
Alemany, C. (comps.)(1994): Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, Madrid, Fuhem.
4
Jiménez Jaén, M. (2003): “El género en el profesorado. El caso de las profesoras universitarias”, Clepsydra, Vol. 2, pp. 71-
101.
2. Sociología de las Profesiones
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profesionales en relación a la problemática del control y la autonomía profesional, así como a la
promoción y presencia en las profesiones de mayor prestigio.
Sobre la primera faceta, se trata de una limitación denunciada por el pensamiento feminista en
realidad sobre el conjunto de las ciencias sociales, que han tomado como referencia los modelos y
experiencias masculinas y han dejado a un lado las experiencias y dinámicas protagonizadas por las mujeres.
Desde esta perspectiva, en la que se ha centrado particularmente A. Witz, la historia de las profesiones, al
igual que la historia de la organización social del trabajo, se vería profundamente transformada si tuviéramos
en cuenta las dinámicas de género que acompañaron procesos como la constitución de las distintas
profesiones.
Al no contemplar la perspectiva de género, se ha ofrecido una visión e interpretación parcial de los
procesos de organización social del trabajo y de las dinámicas de la profesionalización, de modo que éstos
pueden pasar a ser percibidos, en algunos casos, como procesos por el cual los hombres adoptaron
posiciones de poder en determinados colectivos y aplicaron criterios excluyentes en particular sobre algunos
colectivos de mujeres. En algunos casos, como por ejemplo una parte importante del trabajo asociado al
cuidado sanitario, de hecho las mujeres habían acumulado un conocimiento tradicional que quedó marginado
en el proceso de profesionalización. Asumir una perspectiva de género supone interrogarse, entonces, por la
concentración diferenciada de hombres y mujeres en las distintas ocupaciones y profesiones, por el papel y la
posición que mayoritariamente ocupan las mujeres y los hombres dentro de las líneas de jerarquización
interna en las organizaciones y las profesiones, así como por los conflictos de género que pueden atravesar
toda la historia de la configuración, avance y transformaciones de la organización social del trabajo y, en
particular, de los distintos grupos profesionales.
Una cuestión central ha sido cómo la Sociología ha abordado la presencia de las mujeres en las
profesiones. Al tratarse de ocupaciones con elevado prestigio y con especiales condiciones de trabajo, nos
sirve para poner en evidencia la problemática de la discriminación de las mujeres en el mercado de trabajo,
en la organización misma de la producción y en el conjunto de la vida social y económica. Esta cuestión, de
hecho, ha ido surgiendo progresivamente en la Sociología de las Profesiones, en un doble sentido: en el caso
de las profesiones consumadas, la perspectiva de género sólo viene a plantearse a medida que aumenta la
presencia femenina en las mismas y que empiezan las teóricas feministas a ejercer una crítica sobre el
carácter sesgado de las propias definiciones y del modelo arquetípico (establecido, precisamente, a partir de
profesiones con una presencia minoritaria de mujeres). Pero donde sí ha estado presente la reflexión ha sido
en el análisis de las semi-profesiones, en las que se comparte el rasgo de una elevada tasa de feminización
que, en algunos (no los menos, precisamente), es interpretada como uno de los obstáculos a la
profesionalización de la ocupación: como hemos visto, para Etzioni son semi-profesiones la enseñanza, el
5
trabajo social, la enfermería y el trabajo en bibliotecas , y la elevada presencia femenina es una de las
razones a las que se alude para explicar el “fracaso” de sus procesos de profesionalización.
En primer lugar, nos enfrentamos de nuevo a la problemática de la definición de las profesiones, que
pudimos estudiar en el primer tema. En la revisión crítica de Freidson no se incorporaba, de hecho, el sesgo
de género del que ha hecho gala el enfoque que aspiraba a establecer una definición universal e intemporal
de las profesiones, al centrarse en el modelo de las profesiones “centrales”, pero sobre todo, al eludir en su
caracterización de los procesos de profesionalización los conflictos de género que en muchos de estos casos
precedieron o presidieron los propios proyectos profesionales tomados como referencia, que en realidad
5
Acker, S. (1995): Género y educación, Madrid, Narcea, p. 104. Etzioni, A. (1969) (ed.): The Semi-Professions and their
Organization, Nueva York, Free Press.
3. Sociología de las Profesiones
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constituyeron, en palabras de Witz, “ejemplos paradigmáticos de proyectos profesionales con actores
6
masculinos de clase privilegiada, en un momento y una sociedad dada.” Desde esta perspectiva, entonces,
adquiere más fuerza aún la propuesta de Freidson de abandonar la pretensión de una definición ahistórica y
7
universal de las profesiones, y sobre todo la de M. S. Larson en la que plantea la necesidad de entender el
profesionalismo en términos de “proyectos profesionales”, pero concibiendo éstos no sólo en relación a las
clases sociales y a los parámetros estructurales e históricos del capitalismo, como lo formuló esta autora, sino
también en relación a los géneros que sustentaban los distintos proyectos y a los parámetros de lo que se ha
dado en llamar, como veremos, el “capitalismo patriarcal”.
Un buen ejemplo para poner en evidencia la relevancia del sesgo de género en las definiciones
funcionalistas de las profesiones viene dado por el caso de las semiprofesiones. Como hemos visto, las
principales elaboraciones emiten una percepción negativa de su elevada tasa de feminización. Son
8
emblemáticos, en ese sentido, los textos de R. L. Simpson e I. H. Simpson , quienes parten de la consideración
de las semiprofesiones como ocupaciones sometidas al "control burocrático" debido, en gran medida, a la
presencia mayoritaria de mujeres en su fuerza de trabajo y a las condiciones específicas en que, al decir de
ellos, éstas se incorporan a las ocupaciones. No está de más conocer directamente algunas de sus
afirmaciones:
"La composición predominantemente femenina de las
semiprofesiones potencia todas estas fuerzas en favor del control burocrático
sobre las organizaciones en las que trabajan. El público es menos propenso a
garantizar autonomía a las mujeres que a los hombres. El vínculo principal de
la mujer es el que le une al papel familiar; por tanto, las mujeres están
comprometidas de una manera menos intrínseca con el trabajo que los
hombres y es menos probable que mantengan un elevado nivel de trabajo
especializado. Dado que sus motivos laborales son más utilitarios y menos
orientados a la tarea de manera intrínseca que los esgrimidos por los varones,
puede que precisen más control. La competencia de vínculos más fuertes con
sus papeles familiares y (...) con sus clientes por parte de las mujeres hace que
sea menos probable, en comparación con los varones, que desarrollen
orientaciones hacia el grupo de referencia de colegas. Por estas razones, y
porque a menudo comparten la norma cultural general de que las mujeres
deberían someterse a los hombres, aquéllas son más propensas que estos
últimos a aceptar los controles burocráticos que se imponen en las
organizaciones burocráticas en las organizaciones semiprofesionales y es
9
menos probable que busquen un estatus genuinamente profesional."
"Es fácil demostrar que en los campos semiprofesionales, los
hombres consiguen más de lo que sería su cuota proporcional de los mejores
trabajos, como en otras ocupaciones, y es evidente que determinadas
mujeres suelen ser víctimas de discriminación con respecto a la promoción y
al empleo. Pero cabe defender que la falta de éxito laboral de las mujeres no
siempre se debe a la discriminación y que, cuando la discriminación ocurre,
6
Witz, A. (2003): opus cit., p. 93.
7
Larson, M. S. (1977): The Rise of Professionalism, Berkeley, University of California Press.
8
Simpson, R. L. y Simpson, I. H. (1999): “Las mujeres y la burocracia en las semiprofesiones”, en Fernández Enguita, M.
(ed.): Sociología de la educación, Barcelona, Ariel, pp. 349-377.
9
Ibídem, p. 352.
4. Sociología de las Profesiones
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quizás haya fundamentos válidos desde un punto de vista de la
10
organización."
Tampoco está de más recuperar las afirmaciones de otro de los autores que integran el texto
recopilado por Etzioni, T. Leggatt, que se hace eco de las diversas especificidades, que él entiende como
negativas, que implica la feminización de una semiprofesión concreta, la enseñanza no universitaria, en
relación al modelo de profesionalización:
"La enseñanza es una ocupación de alto prestigio para las mujeres, a pesar de su
baja posición en el ranking general, y, a pesar de la insatisfacción de los hombres en su
experiencia, es una de las ocupaciones en las que las mujeres se sienten satisfechas. (...)
Varios observadores han sugerido que la ocupación docente peculiarmente se
adecua al estilo de vida y la orientación de las mujeres. La ocupación puede ser
desarrollada por quienes asumen un bajo compromiso con la carrera, característico de las
mujeres que aspiran a tener familia en algún momento de sus vidas. Hoy en día muchas
mujeres trabajan pero solo una minoría asume compromisos ocupacionales de alto rango.
Su baja demanda de una base de conocimientos rápidamente cambiante y especializada
permite un periodo de excedencia de la práctica -...- para una enseñante, sin necesitar un
periodo de re-cualificación. También requiere un periodo de formación inicial menor que
el de las profesiones de élite, ello implica posponer mucho menos el matrimonio en
comparación con otras formas de cualificación profesional. Además, el requerir poca
experiencia acumulada en el ejercicio, tan importante para muchas otras profesiones,
desde la gestión industrial al trabajo policial, elimina esta barrera para reincorporarse al
trabajo después de una ausencia prolongada.
La naturaleza burocrática del contexto laboral, compatible sólo con un
compromiso débil con la autonomía, es más aceptable para las mujeres que para los
hombres porque han jugado tradicionalmente un rol más subordinado que los hombres y
por ello han aceptado más la autoridad. Ellas tienen, en general, menos ambición que los
hombres para promocionar, una postura que implica situarse en la docencia, ya que la
promoción lleva a puestos administrativos y a trabajos ajenos al aula, que son los que
reciben mejores remuneraciones. (...). Una de las barreras para un nivel superior de
profesionalización en la enseñanza es el rudimentario desarrollo de los grupos de colegas,
derivado del escaso compromiso de las mujeres empleadas cuyas actividades y
responsabilidades familiares son menos compatibles que las de los hombres para asumir
lealtades con grupos extrafamiliares. Finalmente, al menos en la enseñanza primaria, el rol
mismo es más coherente con la maternidad que con la paternidad: apela a habilidades de
nutrición, y a una aproximación holística hacia otra gente que está más desarrollada
culturalmente entre las mujeres. El cliente de la escuela primaria es la infancia, luchando
por aprender, con bajos niveles de complicación en el lenguaje y las emociones, y en todas
las sociedades las mujeres estás más socializadas que los hombres para dar cuidado y
asistencia.(...)
Lo que es importante en el contexto de este ensayo es no solo el hecho de que la
enseñanza es una ocupación buscada y atractiva para las mujeres sino también las
consecuencias que ello acarrea. Estas son profundas. La alta proporción de mujeres
10
Ibídem, p. 359.
5. Sociología de las Profesiones
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miembros que combinan la enseñanza con la vida familiar o retornando a la enseñanza
después de dejarla por razones familiares implica altas tasas de rotación y esto en
conjunción con el enorme tamaño del colectivo da lugar a un grupo profesional poco
organizado. (...)
De esto se puede deducir que la enseñanza no puede ser organizada, como lo
11
están las profesiones de élite..."
En definitiva, a esta visión negativa de la feminización se le pueden aplicar las críticas que sintetiza S.
Acker, para quien la propia Sociología de las Profesiones, como iremos viendo en todos los temas de esta
asignatura, contiene los siguientes sesgos de género:
"1. Un <modelo deficiente> de las mujeres que lleva a una
aproximación basada en la acusación de las víctimas y a confusiones
conceptuales.
2. Lo que parece ser poca consideración por las capacidades
intelectuales del profesorado, quizás especialmente de las mujeres profesoras.
3. Una persistente tendencia a ver a las mujeres exclusivamente en
términos de su rol familiar.
4. Un pobre sentido de la historia unido a la inhabilidad de anticipar el
cambio social.
5. Una visión hipersimplificada de la causalidad.
6. Una ideología penetrante de la elección individual, profundamente
inserta en los escritos americanos sobre el trabajo de la mujer y a menudo
12
aplicada de forma poco crítica..."
2. Las interpretaciones feministas liberales: la igualdad de oportunidades
Se aglutinan bajo esta denominación aquellas posiciones que consideran la relegación de las mujeres
a la esfera doméstica como un proceso discriminatorio que se sustenta en una tradición cultural heredada de
carácter sexista, que contiene prejuicios sobre las posibilidades reales de las mujeres y que es persistente en
mostrar que éstas son "naturalmente" distintas de los hombres.
Para las feministas liberales contemporáneas, el principal problema de esta tradición cultural viene
dado por la exclusión de las mujeres de la esfera pública, una exclusión que desestima sus potencialidades en
tanto que seres humanos y que sitúa a las mujeres en posiciones socialmente dependientes de los hombres
sin que se les haya dado previamente la oportunidad de hacer uso de sus capacidades.
Se requiere la igualdad de derechos para las mujeres en la sociedad, de acuerdo con los
fundamentos básicos de la democracia liberal, para asegurar que éstas cuenten con las mismas
oportunidades que los hombres para acceder a aquellos lugares de donde se las ha excluido históricamente.
El feminismo liberal coincide con las líneas básicas de la teoría estructural-funcionalista en sus
planteamientos referidos a la igualdad, particularmente en lo relativo a lo que S. Acker ha definido como sus
dos grandes preocupaciones: la igualdad ante la ley y de oportunidades, y el papel asignado a la socialización
y adquisición de estereotipos sexuales.
11
Citado por Acker, S. (1995): opus cit.
12
Acker, S. (1995): opus cit., p. 108.
6. Sociología de las Profesiones
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Al igual que en el estructural-funcionalismo, es a través de la teoría de la socialización como se
intenta vincular la estructura social a la formación de la personalidad: la inserción de los individuos en las
relaciones sociales se produce a través del "aprendizaje del rol", la "socialización" o "internalización". Las
desventajas de las mujeres se atribuyen, por tanto, a las expectativas estereotipadas, construidas por los
hombres e internalizadas por las mujeres. Estos estereotipos se promueven en las "agencias de socialización",
en las que los agentes ocupados de ellas, cuando conceden un "trato" desigual a niñas y niños, fomentan
modelos tradicionales de feminidad y masculinidad, pero no así en el caso en el que se conceda un trato
"mixto" o neutral en términos de género a los mismos.
Por otro lado, se atribuye un papel central al objetivo de la igualdad formal (igualdad ante la ley e
igualdad de oportunidades) frente a la conquista de la igualdad "real" entre los individuos. El acceso a la
educación, en condiciones de igualdad de oportunidades, va a ser concebido como el requisito fundamental
para cambiar los roles tradicionales de la mujer porque sólo si se reconoce este derecho tendrán
posibilidades de acceder a la nueva socialización y a la acumulación de los méritos requeridos para acceder a
los puestos "públicos" en la sociedad.
Partiendo de estos supuestos, el análisis de la “falta de éxito” de las mujeres en las profesiones se
atribuye a explicaciones que remiten a la socialización, conflictos de control, inversión en "poder femenino" y
oportunidades para las mujeres.
La primera explicación es la misma que hemos visto reflejada en el caso de los análisis de la
feminización de la enseñanza no universitaria: "los padres, las escuelas y otros agentes socializadores han
empujado a la mujer desde su infancia a desarrollar una serie de características difícilmente compatibles con
13
el éxito, especialmente en ciertos campos tipificados tradicionalmente como propios de los varones" . La
falta de éxito se explica en términos del peso que aún sigue teniendo la socialización diferenciada entre
hombres y mujeres.
Pero dentro del propio feminismo liberal se ha ido asumiendo que en cierto modo este tipo de
explicaciones pone el acento en la "víctima", así que se han ido desplegando estudios que tratan de incidir en
otras dimensiones del problema. En los términos de la concepción competitiva que asume este enfoque, un
segundo tipo de explicaciones remite a las dificultades de las mujeres para situarse en las dinámicas de
competencia profesional, derivadas de sus propias "responsabilidades domésticas", que les supone disponer
de menor tiempo, tener que atender a las demandas de las carreras de sus maridos y tener especiales
dificultades para poder planificar su propia carrera profesional. Sin embargo, de nuevo el problema se vuelca
sobre las víctimas: en esta incompatibilidad entre familia y carrera es la primera la que supone el principal
obstáculo, permaneciendo sin ser sometida a críticas la definición institucional de la segunda, si bien en
alguna ocasión se ha empezado a identificar las dificultades que las propias profesiones imponen para hacer
más compatible la carrera con las responsabilidades domésticas.
Una tercera línea de reflexión se ha abierto sobre el "poder de las mujeres": se alude a que la
sociedad ha valorado deficientemente a las mujeres con formación y talento y que debería reconocerse que
eran "necesarias", de modo que contar con ellas suponía efectivamente una inversión rentable para el país. S.
Acker resalta el carácter elitista de este planteamiento, por cuanto centra su atención en la necesidad de
mejorar las oportunidades de sólo ciertos colectivos de mujeres.
Finalmente, en el marco de la defensa de la igualdad de oportunidades que caracteriza al feminismo
liberal, la identificación de los límites de las políticas centradas en la igualdad formal ha implicado el
13
Ibídem, p. 176.
7. Sociología de las Profesiones
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reconocimiento de las pobres oportunidades de promoción de las mujeres en las profesiones, pero también la
existencia de medidas que pueden operar de forma discriminatoria por vías indirectas: por ejemplo, el
participar en minoría en los órganos universitarios puede dificultar a las mujeres su protagonismo e iniciativa,
o el imponer restricciones a la promoción a ciertas categorías.
El feminismo liberal evidencia, en el caso de las profesiones, limitaciones importantes de cara a
conseguir una transformación de la situación de desigualdad. En los casos en los que se considera que es la
socialización y la competencia desleal entre la dedicación familiar y la carrera profesional la fuente del
problema, la dirección a la que se orienta es predominantemente individual: cada mujer debe enfrentarse al
sesgo de su socialización o debe adquirir capacidad para negociar y resolver el conflicto entre su doble
competencia. En los casos en los que se alude a la defensa del poder de las mujeres cualificadas y a la
discriminación indirecta es cierto que se introducen elementos que forman más parte de la estructura y
organización de las propias profesiones, pero los cambios propugnados en poco afectan a éstas de manera
sustancial, limitándose a reformas y aspectos parciales que, aunque nunca deben ser desestimados, no llegan
a sentar las bases de una configuración más profundamente democrática e igualitaria del poder y de las
carreras profesionales. Los estudios empíricos que se han ido desplegando, aunque sea desde una
metodología estrictamente cuantitativa, ponen en cuestión las limitaciones de las políticas de igualdad de
oportunidades, tanto en el interior del sistema educativo, como espacio desde el que mujeres y hombres se
14
sitúan en el mercado meritocrático y credencialista de trabajo, como dentro de instituciones profesionales.
3. El debate sobre el patriarcado. Los análisis marxistas y radicales
Las limitaciones del feminismo liberal y la centralidad que éste asignaba al cambio cultural y a la
igualdad de oportunidades encontraron respuesta en otras dos vertientes del pensamiento feminista, el
feminismo socialista y el feminismo radical, que, en su conjunto, defienden que las sociedades capitalistas
son sociedades conformadas a partir de la desigualdad social, cultural y económica; el efecto de las políticas
de igualdad de oportunidades, por tanto, no puede ser más que dar credibilidad a dichas desigualdades
tratando de mostrarlas como resultado de los diferentes méritos que demuestran los individuos en el sistema
escolar y ocupacional. Desde esta perspectiva, los logros individuales en realidad son diferentes porque las
instituciones no son neutrales, ya que en sus contenidos y en sus formas dan más facilidades a los miembros
de unos grupos sociales que a los de otros. El objetivo de este enfoque va a ser, entonces, poner en evidencia
cómo en la estructuración y en los contenidos de los distintos ámbitos de la vida económica, social, política y
cultural se articulan y reflejan los principales procesos de la jerarquización y la diferenciación de género (y/o
de clase y etnia) de la sociedad.
Básicamente, los análisis se desarrollan en dos vertientes: de un lado, los análisis marxistas que
arrancan del debate con los clásicos y que se centran en los procesos de articulación del patriarcado y el
capitalismo como fundamento de la desigualdad económica propia de las formaciones sociales capitalistas.
De otro, los análisis "radicales", que enfatizan el carácter sesgado del feminismo socialista al querer
comprender el patriarcado en relación con el capitalismo y el conflicto de clases, y que consideran que son las
relaciones de género las que articulan el marco de relaciones de poder básicas de las sociedades
3.1. Sh. Firestone y C. Delphy: el patriarcado como opresión central
15
Sh. Firestone, en su obra “La dialéctica del sexo” de principios de los años setenta, realiza el primer
intento de ofrecer una interpretación materialista de la opresión de la mujer distanciándose del marxismo
14
Jiménez Jaén, M. (2000): “Género y educación. Las aportaciones del feminismo liberal”, en Témpora, nº 3 (2ª época),
pp. 113-160.
15
Firestone, Sh. (1970): The dialectic of sex, New York, Bantam Books.
8. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
ortodoxo. Para ella, las mujeres son una “clase sexual” enfrentada, como tal, a la de los hombres. Su posición
de clase viene determinada por la biología:
“La función reproductiva de la mujer es intrínsecamente
determinante para su opresión y, por tanto, también la familia
biológica lo es (...). Los hombres y las mujeres son anatómicamente
16
diferentes y de ahí que no estén igualmente privilegiados”
Las relaciones entre los sexos son concebidas de forma aislada de las relaciones económicas tal
como las entendió el marxismo clásico, de modo que es el patriarcado –y no el “capitalismo”- la estructura
fundamental del reparto del poder en la sociedad, siendo la sexualidad el origen de la opresión social
fundamental. La opresión económica de las mujeres, para Firestone, es secundaria respecto a las relaciones
sexuales, y la revolución feminista queda definida en términos de la “eliminación de los privilegios masculinos
mediante la eliminación de la diferenciación sexual misma y la destrucción de la familia biológica como la
17
forma básica de la organización social” .
Este primer intento de concebir el patriarcado de forma autónoma, definido en términos
nítidamente duales y mecanicistas, permitió la aparición de las primeras críticas desde el feminismo marxista.
Z. Eisenstein sintetizaba como sigue sus limitaciones:
“Las conexiones y relaciones entre el sistema de clase sexual y
el sistema de clase económica permanecen indefinidas en los escritos
de las feministas radicales. El poder se trata en términos de la mitad de
la dicotomía, está basado en lo sexual y el capitalismo no aparece
dentro del análisis teórico para determinar el acceso al poder que
tienen las mujeres. De manera similar, se mantienen separadas las
interacciones entre el patriarcado como sistema de poder y la biología
de la mujer. En lugar de considerar una formulación histórica de la
opresión de la mujer, se nos presenta un determinismo biológico. El
resultado final de esta dicotomización es el de separar la relación entre
18
estas condiciones y las ideologías que las sostienen.”
Pero estas primeras críticas no cierran el debate, y autoras como C. Delphy en Francia insisten en
que es deseable elaborar una teoría del patriarcado sin “contaminaciones” marxistas. Esta autora, en su
19
trabajo “El enemigo principal” considera que las sociedades patriarcales están organizadas en torno a un
“modo de producción doméstico” independiente del modo de producción capitalista, que se apoya en el
trabajo gratuito de las mujeres en la crianza de los hijos y los servicios domésticos. Las “relaciones sociales de
producción” que afectan específicamente a las mujeres, de explotación por parte de sus maridos, son las que
explican que sus trabajos se vean excluidos del mundo del valor. La evidencia más palpable del peso de las
relaciones domésticas sobre el contenido de las tareas realizadas por las mujeres es que muchas de estas
tareas se realizan en el mercado y en éste sí son remuneradas. El trabajo doméstico es un trabajo productivo
en sí mismo; su caracterización como “improductivo” deriva de la negación del marco social en el que éste se
realiza, el de la gratuidad del ámbito doméstico, y no de su propio contenido.
16
Eisenstein, Z. (1980): Patriarcado capitalista y feminismo socialista, México, Siglo XXI, p. 29.
17
Ibídem, p. 30.
18
Ibídem, p. 33.
19
Delphy, C. (1982): El enemigo principal, Barcelona, Edicions La Sal.
9. Sociología de las Profesiones
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En realidad, el trabajo doméstico se encuentra integrado en el modo de organización de la
producción, puesto que el salario se establece como fruto de la consideración tanto de los requerimientos de
la compra de materias primas para el consumo como de su transformación gratuita por las mujeres en el
ámbito doméstico. Por ambas vías se abarata el salario, de modo que no se pueden concebir éstos como
separados de la producción doméstica.
La mujer no puede, en este marco de relaciones sociales, disponer de forma independiente de su
fuerza de trabajo, puesto que es el marido el que dispone de ella, incluso en los casos en que realiza trabajo
asalariado. Por ello las mujeres se sitúan en una posición de clase diferente a la de sus maridos y a los
hombres en general:
“La explotación patriarcal constituye la opresión común, específica
y principal de las mujeres.
- Común, porque afecta a todas las mujeres casadas (el 80% de las mujeres en
cualquier momento).
- Específica, porque la obligación de prestar unos servicios domésticos
gratuitos se impone únicamente a las mujeres.
- Principal, porque incluso cuando las mujeres trabajan <fuera de casa> la
pertenencia de clase derivada de este hecho viene condicionada por su
20
explotación en tanto mujeres”
Incluso esta explotación determina las condiciones materiales en que ejercen su profesión:
“-La posibilidad misma de trabajar está supeditada al
cumplimiento previo de sus <obligaciones familiares>, lo cual tiene por
efecto que su trabajo en el exterior sea o bien imposible, o bien se
sume a su trabajo doméstico.
- El capitalismo convierte las obligaciones familiares en una
desventaja y en un pretexto para explotar a las mujeres en su trabajo
en el exterior.”
En la medida en que las mujeres son percibidas como una clase productiva y explotada, la
erradicación de su opresión sólo tendrá lugar a partir de un proceso revolucionario que destruya
completamente este sistema productivo. La responsabilidad de ello recae en un necesario movimiento
autónomo de mujeres, que debe marcar los objetivos para el conjunto de organizaciones que se quisieran
adherir a este proceso.
21
Esta autora, tal como ha afirmado M. Molyneux , ha permitido que se tome conciencia de la
importancia del trabajo doméstico como “un ámbito y un factor que contribuye a la opresión de las mujeres”,
así como del beneficio que obtienen los hombres de ciertos aspectos del mismo. Pero, al mismo tiempo, sus
reflexiones resultan limitadas en la medida en que parten de la consideración del matrimonio en sí como
marco de explotación de las mujeres excluye a las mujeres que no viven esta situación, al tiempo que no se
tiene en cuenta la posible diversificación de las propias relaciones matrimoniales. Así, resulta difícilmente
sostenible una teoría que extrae conclusiones generales y universales de situaciones que de hecho son
particulares.
20
Ibídem, p. 27.
21
Molyneux, M. (1994); “Más allá del debate sobre el trabajo doméstico”, en Borderías, C. – Carrasco, C. Y Alemany, C.
(comps.)(1994): Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, Madrid, Icaria, p. 118.
10. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
3.2. El análisis del “patriarcado capitalista”: Z. Eisenstein
Algunas de las críticas del feminismo radical al marxismo clásico son compartidas por el feminismo
socialista. Z. Eisenstein, ya a mediados de los años setenta, intenta establecer las bases de un análisis
materialista histórico del “patriarcado capitalista” iniciando sus reflexiones con una crítica al uso, dentro de
distintas vertientes del marxismo, de las tesis de la enajenación de Marx.
Los problemas de la mujer, para Marx y Engels, solo son resultado de su posición como “meros
instrumentos para la reproducción”, por ello su principal interés fue la producción capitalista y la revolución
socialista (de la que esperaban que efectivamente emanaría la igualdad para las mujeres). Así, la familia no es
percibida en toda su complejidad:
“...se le considera sólo como otra parte de la superestructura, que
refleja de manera total a la sociedad de clases, y las relaciones de
reproducción pasan a ser incluidas en las relaciones de producción. Lo
importante no es que la familia no refleje a la sociedad sino que, a través
tanto de su estructura como de su ideología patriarcales, la familia y la
necesidad de la reproducción también estructuran a la sociedad. Esta relación
recíproca entre familia y sociedad, producción y reproducción, determina la
22
vida de las mujeres.”
Al señalar las limitaciones del marxismo originario por considerar sólo la opresión de clases como el
marco de relaciones de dominio en las sociedades capitalistas, posición derivada de la prioridad que Marx y
Engels dieron a la producción sobre la reproducción, la propuesta es, entonces, ampliar el método
materialista histórico de modo que incorpore las relaciones de las mujeres con la división sexual del trabajo y
conciba a la sociedad como productora/reproductora, al tiempo que incorpore también la formulación
ideológica de esta relación; no hay nada en este método, a juicio de esta autora, que lo limite exclusivamente
a las relaciones de clase. La idea genérica que se comparte es que la opresión de las mujeres se traduce en
beneficios materiales e ideológicos para el capital; por ello, los problemas que se abordan remiten a las
reflexiones sobre la doble esfera de la "producción del plusvalor" y la "reproducción de las relaciones
capitalistas y patriarcales de producción": analizar el ámbito de la familia y el trabajo doméstico en relación
con los procesos de reproducción material e ideológica de la fuerza de trabajo; las condiciones específicas de
la explotación de las mujeres en el trabajo productivo; y, también, la relación entre las divisiones de género
en el seno de las clases sociales. En el centro de los análisis se sitúan, en primer término, las explicaciones
sobre el origen, la historia y la materialización de la "división del trabajo en función del sexo", así como su
vinculación con las dinámicas de la "división capitalista del trabajo" y las relaciones de explotación
capitalistas.
El “feminismo socialista”, por tanto, frente al marxismo clásico y el feminismo radical, “analiza el
poder en términos de sus orígenes de clase y de sus raíces patriarcales. En un análisis de este tipo, ni el
capitalismo ni el patriarcado resultan sistemas autónomos o idénticos sino que son, en la forma que cobran
23
actualmente, mutuamente dependientes” .
22
Eisenstein, Z. (1980): opus cit., p. 26.
23
Ibídem, p. 33.
11. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
Por ello, la opresión y la explotación no son términos equivalentes en lo que se refiere a las mujeres
y otros grupos oprimidos: en nuestro caso, la opresión también remite inexorablemente a las relaciones
patriarcales. El patriarcado ha sido una forma de relaciones de poder anterior al capitalismo, pero en este
modo de producción asume contenidos específicos, “abriéndose paso por entre las dicotomías de clase y
sexo, esfera pública y privada, trabajo doméstico y asalariado, familia y economía, lo personal y lo político, la
24
ideología y las condiciones materiales” . Ambos sistemas interactúan de modo que el patriarcado
proporciona al capitalismo la “organización sexual jerárquica de la sociedad”, políticamente necesaria,
mientras que el capitalismo, impulsado por la búsqueda de ganancias, alimenta al orden patriarcal.
Los hombres, en general, se benefician del patriarcado: han decidido interpretar y utilizar
políticamente el hecho de que las mujeres son las reproductoras de la humanidad. En ello se ha sustentado la
división sexual del trabajo, que surca tanto a la familia nuclear típica del capitalismo como a la economía:
“La división sexual del trabajo y la sociedad cumple con un
propósito específico que es el de estabilizar a la sociedad a través de la
familia a la vez que organiza un dominio del trabajo, el trabajo
doméstico, para el que no hay paga (las amas de casa) o si la hay es
muy limitada (las trabajadoras domésticas asalariadas) o en todo caso
25
desigual (dentro de la fuerza de trabajo asalariada).”
Esta concepción integrada de la división social y sexual del trabajo admite y reconoce la existencia de
dos clases de trabajo: el trabajo asalariado y el trabajo doméstico, de modo que se debe modificar el modelo
de análisis del trabajo y de las clases sociales en la sociedad. Así, aunque no se llega a equiparar el trabajo
doméstico al trabajo productivo, la autora plantea que sí debe ser el trabajo en el ámbito de la reproducción
una condición a tener en cuenta en los análisis de clases, que a su juicio deben complejizarse, superando los
déficits tanto del marxismo ortodoxo (que asignaba la posición de clase a la mujer en función de la posición en
el ámbito de la producción, bien de ella o bien de su marido) como del feminismo radical, en su afirmación de
que el sexo determina por sí la clase social. Se propugna el esbozo de un “análisis de clase feminista”, que
parta del hecho de que las mujeres “comparten posiciones económicas semejantes y sin embargo están
divididas a través de la estructura familiar hasta experimentar las diferencias económicas reales de clase”. Un
agrupamiento posible sería el que viene dado por cuatro categorías: trabajadoras domésticas (amas de casa),
26
mujeres trabajadoras no profesionales, mujeres profesionales y mujeres adineradas que no trabajan .
Finalmente, de cara a las potencialidades transformadoras de la mujer, la autora considera que éstas
derivan de la situación de agobio que experimenta este colectivo en el hogar y en el trabajo, teniendo
presente que, si bien existen diferencias entre ellas, al mismo tiempo hay puntos de contacto que
“proporcionan la base para una organización interclasista. Y aunque deben reconocerse las diferencias (y
establecer las prioridades políticas), la lucha feminista comienza de aquella base común que deriva de los
27
papeles específicos que comparten las mujeres en el patriarcado” . De ahí la necesaria vinculación de las
mujeres socialistas al movimiento feminista.
24
Ibídem, p. 34.
25
Ibídem, p. 42.
26
Ibídem, pp. 43-45.
27
Ibídem, p. 46.
12. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
3.3. La división sexual del trabajo
Los análisis de la problemática de las mujeres se completan con las elaboraciones, dentro del
feminismo marxista, sobre la división sexual del trabajo en la sociedad y, en particular, en el marco del
trabajo doméstico y asalariado.
El punto de partida del análisis materialista es que “el status social actual de las mujeres se
encuentra en la división sexual del trabajo. (...) no sólo debe ser eliminada la naturaleza jerárquica de la
división del trabajo entre los sexos, sino la propia división sexual del trabajo, si queremos que las mujeres
alcancen una situación social igual a la de los hombres, y si queremos que los hombres y las mujeres alcancen
28
el plano desarrollo de su potencial humano.”
Una primera aproximación al tema requerida por este enfoque es evidenciar la naturaleza
socialmente construida de esta forma de división del trabajo. En ese sentido resultan de extremo interés las
elaboraciones que provienen de la antropología, que permiten entre otras, dos tipos de consideraciones:
evidenciar que la división del trabajo en función del sexo no ha sido la norma en todas las sociedades, y que
no siempre tuvo un carácter jerárquico, tal como la conocemos hoy, de superioridad y control de los hombres
sobre las mujeres.
29
A partir de las elaboraciones de la antropología, C. Amorós se esfuerza por señalar que la división
sexual del trabajo se apoya en una construcción ideológica que abarca una ideología también sobre lo que
constituye la propia biología, a la que se le atribuye la imposición de limitaciones de las mujeres que, de
hecho, no son naturales sino sociales.
La división sexual del trabajo es una división social que se apoya en argumentos y racionalizaciones
que apelan a supuestas peculiaridades de cada sexo, pero la definición de estas peculiaridades es cultural: “la
30
división del trabajo en función del sexo lo es en función del sexo culturalmente definido” . De hecho,
Amorós llama la atención sobre la existencia de prohibiciones que juegan un papel central: “toda forma de
división del trabajo (...) puede ser caracterizada como un sistema de prohibiciones. Asignar a un sexo
31
determinadas tareas implica que se le prohíba al otro su realización.” Sin embargo, la naturaleza define lo
que define y no más; lo que pasa a prohibirse socialmente es porque la naturaleza no lo impide (“en este
terreno, no se prohíbe ni se decreta nada”). Es la ideología que se ha construido a partir de las diferencias
biológicas entre hombres y mujeres la que sustenta las prohibiciones.
¿En qué consiste la división del trabajo en función del sexo?
Es un “dispositivo cultural destinado a <asegurar un estado de dependencia recíproca entre los
sexos>, y no al revés”. Pero esta reciprocidad no es simétrica, sino que encubre “una asimetría fundamental
en cuanto que son los hombres en su conjunto quienes como grupo social ejercen el control sobre las
32
mujeres y no a la inversa.”
28
Hartmann, H. (1994): “Capitalismo, patriarcado y segregación de los empleos por sexos”, en Borderías, C. – Carrasco, C.
y Alemany, C. (comps.): opus cit., p. 255.
29
Amorós, C. (1985): “Sobre la ideología de la división sexual del trabajo”, en Hacia una crítica de la razón patriarcal,
Barcelona, Anthropos.
30
Ibídem, p. 227.
31
Ibídem.
32
Ibídem, p. 228.
13. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
¿Cómo se articula esta ideología en las sociedades capitalistas?
En el capitalismo no se parte de “una división entre tareas masculinas y tareas femeninas en el
ámbito mismo de la producción (...). En el capitalismo, la producción es unisexo. Ello no significa, por
supuesto, que no haya ramas de la industria que empleen con preferencia a las mujeres: lo que queremos
decir es que, cuando ello ocurre, la lógica capitalista no lo hace racionalizándolo en función de una asociación
especial que asignaría a la idea de la feminidad <lugares naturales> en la producción en virtud de ciertas
afinidades electivas entre las características intrínsecas de los tipos de trabajo que se realizan en
33
determinadas áreas de la producción.” Una instancia extraeconómica ha de servir de soporte y de “agente
de inscripción”.
Sin embargo, no por ello el capitalismo destruyó las bases mismas de la ideología de la división
sexual del trabajo; simplemente las desplazó: “del establecimiento de distinciones internas al propio ámbito
34
de la producción pasó a trazar el meridiano entre la producción y la reproducción.” Para caracterizar este
desplazamiento, la autora recurre a Zaretsky: “<con el crecimiento de la industria, el capitalismo dividió la
producción material entre sus formas socializadas (la esfera de la producción de mercancías) y el trabajo
privado realizado predominantemente por las mujeres en el seno del hogar. De esta manera la supremacía
masculina, que precedió ampliamente al capitalismo, se convirtió en parte institucional del sistema capitalista
35
de producción>.”
Esto configura una doble situación para la mujer en el capitalismo:
- de un lado, su inserción en las estructuras del parentesco –la familia llamada nuclear o
restringida- que sirven de marco de control de sus capacidades sexuales y reproductoras
condiciona el papel que le es asignado en la división sexual del trabajo
- de otro, la división sexual del trabajo separa la esfera de las relaciones mercantiles capitalistas
de producción del campo de la reproducción de la fuerza de trabajo y de la vida privada.
Ello hace que las diferencias en el capitalismo se establezcan en términos específicos:
sobreexplotación, provisionalidad, excepcionalidad y extrapolación de los roles domésticos en la vida social:
- Las diferencias en el capitalismo se traducen en un mayor grado de explotación de la mujer: es
más explotada cuando se emplea en las mismas tareas que el hombre, o bien se la emplea en
tareas susceptibles de mayor grado de explotación.
- Su inserción en la producción tiene siempre el carácter de un asomo desde el campo de la
reproducción, de modo que adquiere un carácter provisional y excepcional: no hay escrúpulos
ideológicos para que las mujeres hagan de todo, siempre que sea en un momento dado, en
determinadas coyunturas (épocas de guerra); su sueldo tiene un carácter específico, estando
determinado por funciones que proceden de la esfera de la reproducción: es complementario y
transitorio (hasta que se casa o tiene un hijo, hasta que el marido gane más o deje de estar en el
paro,...). En realidad, la mujer para el capital es siempre una “trabajadora posible” y cuando está
trabajando es siempre una “parada latente”.
- Cuando una profesión es considerada más genuinamente femenina, ello ocurre porque deriva
de proyecciones de los roles que le son asignados a la mujer en el hogar (cuidados sanitarios,
33
Ibídem, p. 245.
34
Ibídem, p. 246.
35
Ibídem.
14. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
secretarias, maestra,...). No deviene de la lógica capitalista en la producción, sino del mecanismo
por el que el capitalista divide las esferas de la producción y la reproducción.
En el capitalismo, en definitiva, el hacer coincidir el ámbito de la reproducción con su trabajo
específico es el núcleo central de su situación social de opresión, marginándola de la producción: “De este
modo, el capitalismo se constituye como un sistema de discriminación en la explotación -...- y de explotación
36
sistemática de toda forma de discriminación.”
4. Género, trabajo asalariado y profesiones
37
Desde nuestro punto de vista, siguiendo la distinción establecida por C. Borderías y C. Carrasco , las
tesis marxistas se enmarcan en lo que ellas consideran “estudios sobre el trabajo”, y dentro de éstos se
vinculan a aquellos que se centran más específicamente en la división sexual del trabajo y las relaciones de
género, surgidos entre los años sesenta y setenta. El punto de partida es la consideración de que la
organización de los procesos y los métodos de trabajo no es ajena al género del los trabajadores y
trabajadoras, de modo que en distintos sectores y momentos históricos el empresariado (o el Estado mismo)
recurren a métodos diferentes según el sexo de las personas que quieren o pueden contratar. Un trabajo
pionero en este sentido, referido al conjunto del trabajo asalariado femenino, es el de H. Hartmann
38
“Capitalismo, patriarcado y segregación de los empleos por sexos” .
En este trabajo, la autora sostiene que “antes del capitalismo, se estableció un sistema patriarcal en
que los hombres controlaban el trabajo de las mujeres y los niños en la familia, y que al hacerlo los hombres
aprendieron las técnicas de la organización y el control jerárquicos. Con el advenimiento de las separaciones
entre lo público y lo privado tales como las creadas por la emergencia del aparato estatal y de sistemas
económicos basados en un intercambio más amplio, así como en unidades de producción mayores, el
problema para los hombres pasó a ser el de mantener su control sobre la fuerza de trabajo de las mujeres. En
otras palabras, un sistema de control indirecto e impersonal, mediado por instituciones que abarcaban toda
39
la sociedad.” El capitalismo, con la liberación por el mercado de la fuerza de trabajo, pudo poner en peligro
la institución familiar, pero sin embargo no lo hizo, sino que hizo uso de la división sexual del trabajo tanto en
el seno de la familia como del mercado de trabajo, estableciendo para las mujeres una posición subordinada.
Pero la explicación de este proceso debe contemplar también el papel de “los hombres como hombres, los
hombres como trabajadores”, que han desempeñado y siguen desempeñando un papel decisivo en el
mantenimiento de las divisiones sexuales en el proceso de trabajo:
“La segregación de los empleos por sexos es el mecanismo
primario que en la sociedad capitalista mantiene la superioridad de los
hombres sobre las mujeres, porque impone salarios más bajos para las
mujeres en el mercado de trabajo. Los salarios bajos mantienen a las
mujeres dependientes de los hombres porque las impulsan a casarse.
Las mujeres casadas deben realizar trabajos domésticos para sus
maridos, de modo que son los hombres los que disfrutan tanto de
salarios más altos como de la división doméstica del trabajo. Esta
división doméstica del trabajo, a su vez, actúa debilitando la posición de
36
Ibídem, p. 250.
37
Borderías, C.- Carrasco, C. – Alemany, C. (1994): opus cit.
38
Hartmann, H. (1994): opus cit., pp. 253 y ss.
39
Ibídem, p. 256.
15. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
las mujeres en el mercado de trabajo. Así, el mercado de trabajo
perpetúa la división doméstica del trabajo y viceversa. Este proceso es
el resultado actual de la continua interacción de dos sistemas
engranados: el capitalismo y el patriarcado. El patriarcado, lejos de
haber sido derrotado por el capitalismo, se conserva muy viril: gobierna
la forma que adopta el capitalismo moderno de la misma manera como
el desarrollo del capitalismo ha transformado las instituciones
patriarcales. El ajuste mutuo entre el patriarcado y el capitalismo ha
40
creado para las mujeres un círculo vicioso.”
Partiendo de este modelo de análisis, los estudios realizados sobre el devenir histórico de la división
sexual del trabajo, muestran diversas facetas. Nosotros vamos a considerar como un ejemplo del tipo de
elaboraciones las referidas al trabajo en las profesiones. Una primera línea de investigaciones se refiere a la
problemática de la segregación de las ocupaciones por sexo:
“Generalmente, las investigadoras y los investigadores suelen
coincidir en que la gran mayoría de los trabajos están estereotipados
como masculinos y femeninos, dando lugar a una fuerte segregación
sexual del mercado de trabajo en distintas dimensiones: ocupaciones
exclusivamente masculinas o femeninas, ocupaciones con mayor
proporción de hombres o mujeres que la que representa la población, u
ocupaciones donde determinados porcentajes fijados previamente son
mujeres. A todo ello hay que agregar dos modalidades básicas de dicha
segregación: horizontal y vertical. La primera tendría lugar cuando
hombres y mujeres participan en distintas ocupaciones, en cambio, la
segunda existe cuando la mayoría de los hombres trabajan en la parte
más alta de la escala y las mujeres en la parte más baja. De acuerdo con
Hakim la segregación horizontal habría disminuido durante el siglo XX y,
41
por el contrario, la segregación vertical estaría aumentando.”
En un sentido similar definen Barberá-Heredia, Ramos, Sarrió y Candela este proceso referido al
conjunto de las ocupaciones:
“La distribución desproporcionada de mujeres y varones por
sectores laborales específicos —segregación horizontal— es un hecho
constatable, que se evidencia a través de la calificación de masculino o
femenino en tanto características atribuidas a bastantes trabajos.
Socialmente, la carrera de magisterio, y en particular la educación infantil,
se considera un trabajo femenino, mientras que las actividades de
ingeniería en obras públicas suelen etiquetarse como masculinas. La
segregación de género se convierte en discriminatoria en la medida en que
las actividades laborales femeninas van acompañadas de sueldos más
bajos, mayor índice de desempleo, menor valoración social y mayor
inestabilidad.
40
Ibídem, p. 258.
41
Borderías, C. – Carrasco, C. - Alemany, C. (1994): opus cit., p. 71.
16. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
Es bastante frecuente, en muchas unidades familiares en las que
trabajan ambos miembros de la pareja, que cuando surge algún
contratiempo inesperado, sea la mujer la primera en abandonar su puesto,
sopretexto de haber sido explícita o implícitamente asumido por toda la
familia como actividad subsidiaria. A su vez, el carácter de
complementariedad, característica del trabajo femenino, deriva
fundamentalmente de la menor dedicación temporal y de la menor
retribución económica, con lo que los indicadores previamente
mencionados —salario, tiempo, valoración, estabilidad— se realimentan
entre sí y generan el «efecto madeja».
Además de discriminación horizontal, la documentación existente
presenta como hecho significativo que, sea cual sea el sector laboral
analizado, incluidos los más feminizados, la proporción de mujeres
disminuye a medida que se asciende en la jerarquía piramidal, de modo
que su presencia ocupando posiciones de poder y asumiendo
responsabilidades laborales es mínima. Esta discriminación vertical se
observa tanto si comparamos los porcentajes de varones y mujeres por
categoría laboral en un determinado sector, como si se toma en
consideración la cantidad de mujeres que, hoy en día, figura entre la
población activa, teniendo en cuenta, además, su nivel de formación y
preparación profesional.
Según datos recientes, el porcentaje de mujeres que desempeñan
actividades laborales situadas en la cúspide de la pirámide organizacional
se sitúa en torno a un 2%, cifra que presenta pocas variaciones en países
42
como España, G. Bretaña, Italia, Canadá y EE.UU.”
El análisis de estos procesos de segregación ocupacional ha generado, obviamente, el debate entre
distintas interpretaciones y, por tanto, entre diferentes líneas y propuestas de intervención para poner fin a
este proceso desigual y discriminatorio para las mujeres. Una de ellas se sitúa en torno a la metáfora del
“techo de cristal”:
“En los años ochenta se acuña la expresión techo de cristal, cuya
popularidad ha ido en aumento hasta alcanzar su plenitud en la década de
los noventa (Peck, 1991). Con esta metáfora se pretende representar, de
una manera muy plástica y elocuente, las sutiles modalidades de actuación
de algunos mecanismos discriminatorios. En tanto discriminatorios, estos
mecanismos obstaculizan el desarrollo profesional de las mujeres, las
limitan y les marcan un tope difícil de sobrepasar. Pero las barreras no
siempre se explicitan ni son evidentes, razón por la cual su indagación y
afrontamiento se convierte, a menudo, en un camino sinuoso, largo y no
exento de tropiezos. Muchas mujeres no pueden explicar por qué, con
frecuencia, no consiguen escalar más puestos en su profesión. Y es que el
43
techo de cristal, aunque transparente, resulta muy efectivo.”
42
Barberá-Heredia, Ramos, Sarrió y Candela (2002): opus cit., p. 56.
43
Ibídem, p. 58.
17. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
Los estudios en el marco de las tesis neomarxistas sobre las profesiones han tratado de poner en
evidencia cómo las condiciones estructurales de la organización del trabajo profesional están atravesadas
por el género. El marco de relaciones sociales, económicas y políticas resultantes del cruce entre el
patriarcado y el capitalismo ha marcado la organización del trabajo:
“La organización de los procesos y los métodos de trabajo no
son ajenos al género de los trabajadores. (...) En distintos sectores y
períodos económicos, las empresas utilizan métodos diferentes según el
44
sexo de las personas que pueden contratar.”
Ya veremos en la última parte de este tema cómo las transformaciones que han tenido lugar en el
seno del propio trabajo profesional adquieren un significado singular cuando se incorpora la perspectiva de
género. Según Apple, se ha operado una transformación en muchos empleos altamente feminizados y, de
hecho, las presiones por la racionalización se han dirigido de forma sustantiva a estos empleos:
“A medida que el mercado de trabajo cambia con el tiempo,
la disminución de los empleos con autonomía está cada vez más
relacionada con los cambios en la división sexual del trabajo. Las
mujeres tenderán a ocupar estos empleos. Y, lo que no es menos
importante, a medida que los empleos –autónomos o no- sean
ocupados por mujeres, mayores serán los intentos de controlar desde
fuera tanto el contenido de esos trabajos como el modo en que se
hacen. Así, la escisión entre concepción y ejecución y lo que se ha
dado en llamar la descualificación y depotenciación de los trabajos ha
constituido un conjunto de fuerzas que han ejercido un impacto
45
particularmente poderoso sobre el trabajo femenino”
S. Acker, al igual que Apple, reclama la necesidad de ahondar en experiencias históricas concretas,
en contextos particulares, y en la necesidad de abordar el análisis de las historias de las mujeres en su
trabajo, de modo que se analicen en particular el cruce entre las condiciones que pueden limitar pero
también las formas de resistencia que las mujeres han sabido (o podido) articular frente a éstas.
Un último conjunto de aportaciones tiende a poner en cuestión los supuestos estereotipados sobre
la mano de obra femenina “como que las mujeres no están interesadas, ni dispuestas a invertir en su
formación profesional o que no están interesadas en la promoción profesional. Numerosas investigaciones
empíricas han cuestionado estos supuestos mostrando además cómo, por ejemplo, en puestos de trabajo de
un cierto estatus las mujeres no son admitidas en los círculos de relaciones sociales extralaborales de los que
se sirven los profesionales para apoyar su promoción. De la misma forma que, a otros niveles, las mujeres
han querido introducirse en profesiones típicamente masculinas han contado con fuertes resistencias no sólo
personales o laborales sino de toda una cultura del trabajo diferenciada en la que las mujeres encuentran una
46
difícil identificación.”
Muchos estudios empíricos, “al analizar las actitudes masculinas frente al trabajo asalariado, lo han
hecho en términos de la influencia del entorno de trabajo, mientras que al tratar las femeninas, las han referido al
de la familia. (...) a partir de estas críticas, algunos estudios concretos han comenzado a analizar el impacto de las
44
Ibídem, p. 72.
45
Apple, M.W. (1989): Maestros y textos, Barcelona, Paidós/MEC, p. 63.
46
Borderías y Carrasco (1994): opus cit., p. 74.
18. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
condiciones de trabajo en las relaciones y la representaciones que las mujeres establecen con el trabajo y con el
47
empleo.” Para Sandra Acker, las carreras profesionales tienen una doble dimensión:
“En cierto sentido, una carrera es claramente una construcción
individual. Los individuos tienen historias laborales, perspectivas sobre
el pasado y sobre el futuro deseado, capacidad de elegir. Pero, al
mismo tiempo, hay una inevitable dimensión estructural. Las
estructuras son órdenes sociales que en gran medida escapan a nuestro
control, tales como los pasos en la jerarquía salarial, el número de
vacantes en un establecimiento, la posibilidad de que las mujeres sean
designadas para puestos superiores, incluso la configuración de los
48
sistemas políticos y económicos nacionales.”
El objeto de estudio debe ser la interacción entre lo individual y lo estructural, de modo que sea
posible desentrañar las particulares experiencias en este terreno de ambos géneros. En el análisis de estas
interacciones, tiende a considerarse que “los roles y responsabilidades en el proceso de la reproducción
determinan las formas de integración en el mercado laboral pero, a su vez, esta participación en el trabajo
49
asalariado repercute en la estructura familiar” :
“Algunos estudios sobre la participación de las mujeres en los
sectores productivos típicamente masculinos han mostrado
repetidamente las dificultades de integración, no sólo por las
cualificaciones o titulaciones profesionales, sino por la existencia de una
cultura del trabajo industrial fuertemente marcada por valores
específicamente masculinos. En esta línea son numerosos los estudios
que ponen de manifiesto la diversidad de valores que las mujeres
privilegian cuando entran en el mercado de trabajo: preferencia por los
empleos que permiten el desarrollo de las relaciones personales,
preferencia de la cooperación frente a la competitividad, de atención a las
necesidades frente a la orientación puramente productivista. Esta nueva
orientación hacia el análisis de la especificidad de las prácticas y de la
cultura femenina tiende a privilegiar la atención sobre la subjetividad
femenina en su dimensión de prácticas y de cultura del trabajo”. Así, se
está produciendo un desplazamiento de la investigación desde “una
focalización en la denuncia y el análisis de la exclusión, la discriminación y
la subordinación, hacia una reflexión sobre el valor del trabajo femenino,
50
el análisis de la experiencia y la subjetividad.”
47
Ibídem, pp. 74-75.
48
Acker, S. (1995): opus cit., p. 137.
49
Borderías y Carrasco (1994): opus cit., p. 75.
50
Ibídem, pp. 76-77.
19. Sociología de las Profesiones
Marta Jiménez Jaén
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