2. Tras su triunfo en las Galias, la ambición de César parecía no tener límites.
Cuando el Senado y Pompeyo quisieron frenarlo, no se arredró: cruzó el río
Rubicón, la frontera de Italia, y conquistó el poder por la fuerza. En la mañana
del 11 de enero del año 49 a.C., César iba a tomar una de las decisiones más
trascendentales de su vida. El día anterior, como si nada extraordinario fuera a
suceder y para no levantar sospechas, había asistido en Ravena a un
espectáculo público y había examinado con atención los planos de una escuela
de gladiadores que pensaba construir.
A continuación participó en un concurrido banquete, según su costumbre.
En mitad de la cena se levantó de la mesa y dijo a los comensales que debía
abandonarlos un momento. Fuera lo esperaba un carro uncido a los mulos de
una panadería cercana; en él partió en secreto con una pequeña escolta.
En la oscuridad de la noche, el carro de César se extravió y anduvo largo tiempo
dando vueltas hasta que, al amanecer, un guía les indicó el camino correcto,
aunque él y sus acompañantes tuvieron que ir a pie por senderos muy
estrechos. Así llegó a orillas del río Rubicón, donde lo esperaban unas cohortes
a las que había mandado adelantarse previamente.