2. Una buena mañana Mur pegó un salto de la cama, cogió el pantalón y la
camiseta y salió de casa.
Vivía con sus hermanos y su mamá en una casina, con forma de zapato
(bueno, en realidad era un zapato) en el pueblo de Pozafonda.
3. Era verano, así que no había colegio. Mur estaba un poco triste. El
día antes se puso a jugar a los piratas y, como no tenía sombrero,
cogió una de las cacerolas de su mamá. Era un casco muy chulo pero,
¡meca!, cuando estaba jugando a los abordajes en el río, el cazo se
cayó al agua y escapó flotando corriente abajo. La riña de su madre
fue muy grande:
¡Todo el día estás haciendo trastadas! Me parece que no puedes estar
todo el verano sin hacer nada…
Y así fue como la mamá, lo apuntó al campamento de verano del
Topo Antón.
4.
5. El campamento era un campo que estaba al lado del bosque, donde los niños
jugaban y, sobre todo, aprendían por el verano a trabajar en algunas cosas para
ayudar a que el bosque estuviera limpio.
Bueno –dijo el Topo Antón, que era el jefe del campamento-, Mur tú vas a ser el
encargado de la zona de comer.
Vale… -dijo Mur, que no estaba muy convencido.
6. La zona de comer era un
rincón del campamento
que tenía algunas mesas
de madera a la sombra de
los árboles.
Era un sitio donde mucha
gente del pueblo iba a
comer y a merendar a la
sombra, sobre todo en los
días calurosos del verano.
Allí se estaba muy bien.
7. Mur tuvo que limpiar bien algunas hojas que había en el suelo y tirar la
basura de las papeleras.
Esa primera tarde vinieron muchas familias a merendar. Hacía un día muy
bonito, con el sol brillando y un airecito que refrescaba el lugar.
Topo Antón se puso muy contento con el trabajo que estaba haciendo Mur
y le despidió esa tarde con una sonrisa.
Por la noche, Mur durmió muy bien ya que estaba un poco cansado. Soñó
con que era el guarda de la zona de comer y con que le daban una gorra
azul con una chapa amarilla, como la que tenía el jefe.
8.
9. Al día siguiente, después de desayunar, Mur se fue para el campamento muy contento
pensando en seguir cuidando de la zona de comer. Quería que aquel rincón estuviera
siempre limpio y bonito.
Pero entonces, a la hora de comer, empezó el desastre. Apareció por allí la familia Goínez,
los cerdos.
Lo normal era que la gente fuese en bicicleta o caminando, pero no, los Goínez llegaron en
un coche, viejo y feo, que metía mucho ruido y soltaba humo negro por todos lados.
10. Desde el primer momento Mur supo que iba a tener problemas con los
Goínez.
Al poco, los cerdos fueron sacando los trastos. Sacaron bolsas y más bolsas
llenas de comida que iban tirando al suelo cuando se quedaban vacías.
Después de comer el señor Goínez empezó a fumar puros. Fumaba uno
detrás de otro, llenando todo el aire de humo maloliente.
Mientras tanto, Mur seguía mirando callado, desde detrás de un árbol, con
la escoba en la mano. Cada vez estaba más enfadado.
Después de terminar casi toda la comida y dejar el resto tirada en el
suelo, los Goínez se fueron para el coche.
11.
12. La zona de comer quedó como un
basurero. Mur no pudo aguantar más y
fue hacia ellos.
¡Un momento! –gritó-. Perdonen que
les moleste pero creo que, antes de
marchar, tendrían que limpiar y recoger
un poco toda la basura que tiraron por
el suelo. Para eso tenemos papeleras.
Pero, ¿qué dices? ¡Enano! –contestó el señor Goínez enfadado-. Tú no sabes con quién estás hablando. Yo tiro
lo que me da la gana y donde me apetece. Soy un cerdo muy importante en esta comarca.
Mur siguió hablando, tranquilo.
No me importa nada quién es usted señor. El campo es de todos y no tiene derecho a ensuciarlo. Otra cosa es lo
que haga usted en su pocilga… digo en su casa.
La cara del cerdo era un poema. Estaba cambiando de color cada poco. Lo único que llegó a pronunciar fue un
gruñido de rabia.
13. Entonces la señora Goínez, que era un poco más educada que su marido y tenía
más vergüenza, le dijo:
No te enfades, Goín. Creo que este niño tiene razón. No nos portamos bien. Es
mejor que recojamos nuestra basura y la echemos en las papeleras.
Mur casi no creía lo que
veía cuando el señor
Goínez agachó las orejas y
empezó a recoger toda la
basura que tiraron al
suelo. Mur
entonces, respiró
tranquilo.
14. Al día siguiente, cuando todos supieron
el buen trabajo que hizo Mur, el Topo
Antón decidió nombrarlo guarda de la
zona de comer. Le dio un uniforme muy
bonito y, por supuesto, una gorra azul y
amarilla. Ese día, Mur cogió la escoba
con más orgullo que nunca.