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Un problema inesperado
                                 Michelle Celmer
                       3º Serie Ricos y solitarios




     Un problema inesperado (27.12.2006)
     Título Original: The Millionaire’s Pregnant Mistress (2006)
     Serie: 3º Ricos y solitarios
     Editorial: Harlequín Ibérica
     Sello / Colección: Deseo 1495
     Género: Contemporáneo
     Protagonistas: Ben Adams y Tess MacDonald

     Argumento:

                 Una noche le había cambiado la vida para siempre…

      Aquella sola noche de pasión le había afectado tanto, que Tess MacDonald había
huido para escapar del irresistible desconocido que le había hecho el amor. Pero había
cosas de las que nadie podía huir, por eso Tess decidió volver a decirle a aquel hombre
que estaba a punto de ser padre…

      Tess no sabía qué esperar de Ben Adams, pero desde luego no imaginaba que el
millonario le pidiera que se quedara en su increíble mansión hasta que naciera el bebé. Y
mucho menos que desearía que aquella noche inolvidable durara toda la vida…
Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado




                                         Capítulo Uno
     En sus veinticuatro años de vida Tess MacDonald había cometido unos cuantos
errores, pero aquél superaba a los anteriores con creces. Tanto decirse que a ella no le
pasaría como a su madre… para al final haber caído en lo mismo que ella. Quizá
fuera su sino, o simplemente mala suerte.
      Levantó la vista hacia la fachada de mármol y granito del enorme caserón que
se alzaba frente a ella, e inspiró profundamente antes de subir los escalones de la
entrada. «Vamos; has venido hasta aquí. Ahora no puedes echarte atrás», se dijo
obligándose a llamar al timbre.
     Sin embargo los segundos pasaron y estaba ya a punto de girarse sobre los
talones y marcharse cuando la puerta se abrió.
      Había esperado que fuera una criada o un mayordomo quien le abriera, pero
fue al propio Ben a quien se encontró ante ella.
      Tenía el mismo aire misterioso y fascinante que la noche en que se habían
conocido en aquel bar. Había sentido una mirada fija en ella, y al alzar la vista sus
ojos se habían encontrado. Entonces él se había levantado, había ido hasta la barra,
donde ella estaba sentada, y sin decir una palabra le había tendido la mano en una
muda invitación.
      Ella la había tomado y la había conducido a la pista de baile, donde la había
atraído hacia sí, rodeándole la cintura con los brazos, había inclinado la cabeza, y la
había besado.
     Claro que había besos… y besos. Aquel beso la había hecho sentirse como si
fuesen dos piezas de un puzzle que encajasen a la perfección. Se le habían puesto las
piernas temblorosas y hasta se había olvidado por un instante de respirar.
     En ese instante había sabido que pasaría la noche con él si se lo pidiera. Ni
siquiera había sido una decisión consciente; algo en su interior le había dicho que
aquello era casi algo predestinado a ocurrir.
     Y desde el principio había sabido que aquello sería sólo algo de una noche. Él se
lo había dejado muy claro con el «no busco una relación» que había murmurado
entre beso y beso en el ascensor, camino de su habitación. De hecho no había
esperado volver a verlo. Ya juzgar por la expresión en su rostro, parecía que él
tampoco.
     Sabía que debería decir algo, pero era como si sus labios se negasen a cooperar,
y simplemente se quedó allí mirándolo como una tonta, preguntándose si sabría
quién era; si la recordaría siquiera.
    Si la recordaba quizá estuviese preguntándose cómo había logrado averiguar
dónde vivía.
     Nunca había leído la prensa del corazón, así que habían pasado varias semanas
después de aquella noche antes de que se enterase por sus compañeras de trabajo de
quién era.


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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



     Ben Adams se cruzó de brazos, apoyó un hombro en el marco de la puerta, y la
miró de arriba abajo.
     —Y yo que creía que te habían abducido los extra-terrestres… —murmuró
finalmente con esa voz aterciopelada que la había cautivado aquella noche en el bar.
      Parecía que después de todo sí se acordaba de ella, aunque el tono que había
empleado le hizo gracia. ¿No iría a fingir que estaba molesto por que se hubiese
marchado cuando se había dormido? Quedarse a pasar la noche con él únicamente
habría retrasado lo inevitable, que a la mañana siguiente la despidiese con la típica
frasecita de «me ha encantado conocerte; espero que todo te vaya bien» que
reservaban para esas ocasiones los hombres como él.
     —Tú mismo dijiste que no estabas interesado en iniciar una relación —le
recordó.
      Ben entornó los ojos.
      —Y sigo sin estarlo.
      —Sólo he venido para que hablemos. ¿Puedo pasar?
     Él pareció vacilar un instante, pero luego se hizo a un lado y sostuvo la puerta
para que entrara.
    Las suelas de goma de los zapatos de Tess chirriaron cuando pisó el suelo de
mármol del amplio vestíbulo, y su visión tardó un momento en hacerse a la
penumbra que reinaba en el interior de la vivienda.
     El ruido de la puerta al cerrarse tras ella resonó en la sala, haciéndole dar un
respingo, y cuando se giró vio a Ben allí de pie, los brazos cruzados de nuevo y su
rostro oculto en sombras.
      El aire que tenía de héroe romántico del siglo XIX era en parte lo que la había
atraído aquella noche. Sabía que los hombres callados y misteriosos sólo traían
problemas, pero no había podido resistirse.
     Además, en el bar se había mostrado reservado y algo brusco, pero bajo las
sábanas había resultado ser el hombre más excitante, atento, e imaginativo que Tess
había conocido jamás. La había hecho sentirse tan viva…
      Lo que Ben no sabía era que le había hecho un regalo aquella noche, algo que
siempre había ansiado. Por primera vez su vida tenía un propósito y ya nunca más
estaría sola. El momento no podía haber sido peor y por supuesto estaba un poco
asustada porque aquello lo cambiaría todo, pero se sentía feliz.
      En un primer momento había considerado la posibilidad de no decirle nada. Al
fin y al cabo sería difícil que se enterase porque los círculos en que se movían eran
muy distintos. Además, después de enterarse de la tragedia que había sufrido el año
anterior había pensado que sería mejor ocultárselo, pero finalmente se había rendido
a la evidencia de que no podía hacer frente a aquello ella sola.
     Necesitaba su ayuda, y puesto que no había una forma suave de darle la noticia
decidió que lo mejor sería no andarse con rodeos.



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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



      Inspiró profundamente, alzó la barbilla, y le dijo:
      —Creía que deberías saber que estoy embarazada y que tú eres el padre.
     Aquellas palabras dejaron a Ben sin aliento, como si hubiera recibido un
puñetazo en el estómago. Durante meses había considerado volver a aquel bar con la
esperanza de encontrarla de nuevo allí porque esa noche con ella había hecho que
algo cambiase dentro de él. Se había sentido vivo de nuevo.
     Aquello sin embargo no se lo había esperado. Esa noche ella había actuado
como si no supiera quién era, pero en ese momento Ben tuvo la impresión de que le
había tendido una trampa y había caído en ella. ¿Cómo podía haber sido tan idiota?
     Lo cierto era que sabía muy bien cuál era la razón por la cual se había dejado
engañar tan fácilmente. Había sido la primera mujer con la que había sentido que
había conectado después del fatídico accidente; la única que le había hecho olvidar el
dolor durante unas horas.
     Hasta ese momento había estado convencido de que su capacidad de sentir
había muerto con su esposa y su hijo, pero esa noche le había hecho pensar que quizá
no fuera así.
      ¡Y pensar que aquella joven le había parecido dulce e inocente…! ¡Qué ironía!
      No debería haber salido esa noche, pero la idea de pasar las Navidades solo lo
había empujado a reservar una habitación en aquel hotel. Debería haberse imaginado
lo que aquella chica había estado tramando cuando se despertó a la mañana siguiente
y ella ya no estaba.
     Se preguntó a cuántos hombres más habría engatusado en aquel bar, a cuántos
más habría utilizado, y por qué lo habría escogido a él. ¿Porque era vulnerable… o
quizá por su dinero?
      —No me dijiste que trabajabas en el hotel —le dijo.
      La verdad era que apenas le había contado nada acerca de ella, aunque tampoco
él le había preguntado. Esa noche no había buscado conversación, sino sólo un
cuerpo cálido y suave que lo ayudara a olvidarse de todo por unas horas. Había sido
para él algo así como un regalo de Navidad que se había hecho a sí mismo, pero no
había esperado encontrarse de pronto deseando algo más que una noche de pasión…
del mismo modo que no había esperado encontrarse solo al despertar.
      —Bueno, no pasamos juntos tanto tiempo como para conocernos a ese nivel —
le contestó ella alzando la barbilla.
      —Pues yo diría que nos conocimos a un nivel muy… íntimo.
     Las mejillas de la joven se sonrojaron ligeramente, y Ben se dijo que le habría
parecido encantador si no estuviese seguro de que ese azoramiento era fingido.
     —Quizá no lo recuerdes, pero usamos preservativos —le dijo, esperando que le
contestase algo tan creativo como que alguno debía de haberse roto.
     —Créeme, a mí esto me ha sorprendido tanto como a ti, y desde luego no es
algo que hubiese planeado.


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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



     —Está bien; digamos que ese niño de verdad fuera mío —concedió Ben—. ¿Qué
quieres de mí?
     Como si no lo supiera. Probablemente tendría una larga lista de exigencias.
¿Esperaría que se casase con ella, para convertirse en la señora Adams y vivir en una
gran casa?, ¿o quizá querría que la ayudase a convertirse en actriz? No sería la
primera.
    La joven bajó la vista al suelo, con un aire de humildad que lo dejó pasmado.
Desde luego se merecía un Osear.
     —Necesito que me ayudes. Creía que podría con esto yo sola, pero entre los
gastos médicos y todas las cosas que el bebé necesitará…
      Justo lo que había imaginado.
     —Quiero una prueba de paternidad —la interrumpió—. Antes de darte un solo
centavo necesito saber si ese bebé de verdad es mío.
      Tess asintió, aliviada de que no fuera a hacerle suplicar.
    —Lo suponía, así que ya he hablado con mi ginecóloga de ello. Me ha dicho que
puede hacerla la semana que viene, cuando vaya a hacerme la primera ecografía.
      —Bien. Entonces te pondré en contacto con mi abogado.
      —Si quieres puedes venir —le dijo Tess, pensando que ofrecerle la posibilidad
era lo menos que podía hacer.
    Al fin y al cabo el bebé era tan suyo como de ella. Quizá incluso pudieran ser
amigos, y que él fuese a ver al niño de vez en cuando.
      —¿Ir adonde? —inquirió él.
      —Pues a mi cita con la ginecóloga… ya sabes, para ver al bebé en la ecografía.
     El rostro de él se ensombreció de repente, y antes de que Tess pudiera
reaccionar, dio un paso hacia ella con los ojos relampagueándole de ira.
     —Vamos a dejar algo claro —le dijo—. Si de verdad ese niño es mío me ocuparé
de que no le falte de nada, pero no voy a formar parte de su vida.
     Tess dio un paso atrás y su espalda dio contra la puerta al tiempo que él daba
otro paso hacia ella, acorralándola. Si estaba tratando de intimidarla estaba
funcionando. Y era obvio que él lo sabía.
     —¿Por qué estás tan nerviosa? —le preguntó apoyando las manos en la madera,
a ambos lados de su cabeza—. Aquella noche no pareció que mi proximidad te
incomodara en la cama… de hecho me dio la impresión de que disfrutaste bastante.
     Tess alzó la barbilla y lo miró irritada, decidida a no dejarse acobardar. Aun así
no pudo evitar admirarse de lo atractivas que eran sus facciones al tener su rostro tan
cerca.
     Claro que no podría haber sido de otro modo siendo como eran sus padres dos
actores guapísimos.



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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



     Y para colmo también tenía un físico increíble y olía de maravilla. No había
olvidado el olor de su colonia, ni ese calor tan masculino que parecía irradiar.
      Dios, ¿estaba excitándose con esas tonterías del prototipo de hombre que
exudaba virilidad por los cuatro costados? Debía de ser culpa del embarazo, que
tenía revolucionadas a sus hormonas.
     Después de aquella noche se había jurado a sí misma que nunca volvería a
dejarse seducir por ningún otro hombre como él en lo que le quedara de vida. Se
buscaría a un hombre tranquilo y aburrido, nada de tipos misteriosos y excitantes.
      —Debes de tener un concepto muy elevado de ti mismo si crees que quiero
tener una relación contigo —le espetó clavándole repetidamente el índice en el
pecho—. Échame la culpa si eso te hace sentir mejor, pero esto es tanto
responsabilidad tuya como mía. No he concebido yo sola a este bebé, y si no
recuerdo mal, yo diría que tú también disfrutaste bastante. Por no mencionar que
fuiste tú quien se puso los preservativos. ¿Cómo sé que no rompiste alguno a
propósito? A lo mejor es que eres un tipo retorcido al que le produce placer ir
dejando embarazadas a las mujeres con las que se acuesta. Tal vez incluso tienes un
montón de hijos ilegítimos por ahí.
     La expresión irritada de él se transformó de pronto, como si sus palabras lo
hubiesen… herido. ¿Sería posible que después de todo tuviese sentimientos?, se
preguntó Tess.
     Ben dejó caer las manos y dio un paso atrás con gesto sombrío. Parecía tan triste
que Tess sintió una punzada de culpabilidad por haber sido tan brusca.
    —Será mejor que te quites la chaqueta y te pongas cómoda —le dijo—. Tenemos
mucho de qué hablar.
      Ben se sentó a su mesa y rasgó con un abrecartas el sobre que su abogado le
había mandado a través de un servicio de mensajería. Con expresión seria leyó los
resultados de la prueba de paternidad que Tess se había hecho la semana anterior.
Las heridas que habían comenzado a cicatrizar en su alma tras la muerte de su
esposa y su hijo volvieron a abrirse en ese momento, y el dolor le revolvió las
entrañas. La joven había dicho la verdad; el bebé era suyo.
      Si hubiera convencido a Jeanette para que no hiciera aquel viaje a Tahoe su hijo
y ella aún seguirían con vida. Incluso el médico le había dicho que en su avanzado
estado de gestación no debía volar, y él debería haber insistido para que cancelara
ese viaje, pero cuando a Jeanette se le metía algo en la cabeza era difícil sacárselo.
     Nunca se perdonaría aquello, pero precisamente por eso se ocuparía de que a
aquel bebé no le faltase de nada. Lo haría por ese hijo que no había llegado a nacer.
      —Por la expresión de su rostro imagino que no son los resultados que esperaba.
      Ben alzó la vista y se encontró con Mildred Smith, su ama de llaves,
observándolo de pie desde la puerta de su despacho. Habría despedido a cualquier
otro empleado por entrometerse de esa manera en sus asuntos, pero la señora Smith
llevaba trabajando para su familia desde que él había nacido.



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      Por eso la había contratado cuando sus padres se habían ido a vivir a Europa
tres años atrás.
      La señora Smith había estado a su lado durante los terribles meses después del
accidente de avión que había quitado la vida a su esposa Jeanette y a su hijo, y para
él era parte de la familia. De hecho había sido para él como una madre, sobre todo
teniendo en cuenta lo poco que se había preocupado su madre de él.
      —Sí, el niño es mío —le dijo.
      —¿Y qué piensa hacer ahora? —inquirió ella.
      Lo único que podía hacer.
      —Me aseguraré de que al bebé y a ella no les falte de nada. Haré que se venga a
vivir aquí hasta que nazca el niño.
     —Pero si no sabe nada de esa chica, señorito Ben —le dijo la señora Smith en
tono de reproche.
      —Precisamente por eso, porque no la conozco, quiero vigilarla de cerca. Es mi
hijo al que lleva en su vientre.
      Lo que no comprendía, lo que no tenía para él sentido alguno, era por qué Tess
había esperado tanto tiempo para decírselo. Según la fecha en la que salía de cuentas
estaba embarazada de dieciséis semanas. Debería haberlo sabido con seguridad hacía
ya al menos un par de meses.
     Tomó el papel donde la joven le había anotado su número de teléfono. Llevaba
días allí, sobre su escritorio, y no lo había pasado aún a su listín de teléfonos porque
hasta ese momento había conservado la esperanza de que aquello fuese sólo un error.
     Desde ese día en que había ido a verlo toda comunicación entre ellos se había
hecho a través de su abogado, pero había llegado el momento de exponerle sus
condiciones y tendría que hacerlo cara a cara.
      —¿Y si no quiere venirse a vivir aquí? —le preguntó la señora Smith.
      Ben se quedó mirándola con las cejas enarcadas, como dándole a entender que
no le parecía que eso fuese a ser un problema.
      —¿De verdad crees que una chica como ésa, con un trabajo de doncella en un
hotel, va a rechazar la oportunidad de vivir rodeada de toda clase de lujos? Conozco
a las mujeres de su clase; aceptará lo que le proponga sin pensárselo dos veces.




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                                          Capítulo Dos
      —¡Ni hablar! No voy a venirme a vivir contigo.
    Si Ben creía que iba a poder darle órdenes como si fuese su ama de llaves estaba
muy equivocado.
      —Tengo un apartamento —le dijo—. No necesito ni quiero vivir aquí contigo.
      —Tampoco yo quería ni necesitaba tener un hijo —replicó él.
     —Y te recuerdo que yo no me he quedado embarazada por obra del Espíritu
Santo —le recordó ella—. Además, ¿qué tiene que ver eso con lo que estamos
discutiendo?
      —El barrio en el que vives es muy inseguro.
      —¿Y qué quieres? no puedo pagarme nada mejor —le espetó ella ofendida.
      No todo el mundo tenía la suerte de haberse criado entre algodones como él.
Tess estaba segura de que Ben no tenía ni idea de lo que era tener que matarse a
trabajar para ganarse la vida, ni sobrevivir a base de espaguetis en lata hasta recibir
la siguiente paga.
       —Si tanto te preocupa dónde viva, podemos llegar a un acuerdo —le propuso—
. Si tú me ayudas económicamente yo buscaré un apartamento en otro barrio que te
parezca más seguro y todos contentos.
      —No, tienes que venirte a vivir aquí.
      —Pero es que yo ya te he dicho que no quiero vivir aquí —le insistió ella
irritada.
      —¿Necesitas que envíe a alguien para que te ayude a empacar? —le preguntó
Ben, ignorándola por completo.
     Tess se consideraba una persona paciente, pero Ben estaba empezando a
enfadarla de verdad.
      —¿Estás sordo? Te he dicho que no voy a venirme a vivir aquí.
      Ben siguió hablando como si en efecto no la hubiese oído.
     —También he estado pensando que lo mejor sería que dejaras tu trabajo. Siendo
como eres doncella en un hotel tendrás que trabajar con productos de la limpieza que
podrían ser malos para tu embarazo, e imagino que también tendrás que agacharte
para hacer las camas y cosas así.
     Parecía que alguien tenía cierto afán de controlarlo todo, pensó Tess. ¿De
verdad pensaba que iba a abandonar su trabajo y a depender completamente de él?
     Se había independizado a los dieciséis años y si había sido capaz de cuidar de sí
misma durante todo ese tiempo también sería capaz de cuidar de su bebé. Lo único
que necesitaba era una pequeña ayuda económica. Con unos doscientos dólares al
mes bastaría para cubrir los gastos extras que tendría con el embarazo.


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      Posó la vista en la licorera de cristal que había sobre su mesa, llena de un
líquido ambarino que parecía brandy, y una alarma se disparó en su cabeza. Había
oído rumorear a los otros empleados del hotel que tras la muerte de su esposa se
había recluido en la casa y que se había convertido en un alcohólico.
     Lo de que se había vuelto un ermitaño se lo creía; lo de su dependencia del
alcohol… en fin, esperaba que no fuera verdad.
     —No pienso dejar mi trabajo. Si quieres que te mande semanalmente un
informe de mi médico para que te quedes más tranquilo lo haré, pero nada más.
     —Eso me recuerda que me he tomado la libertad de escoger a un ginecólogo al
que me gustaría que vieras. Es el mejor en su especialidad.
      ¿También quería escoger un médico por ella? Sólo faltaba que le dijera cómo
tenía que vestirse y qué tenía que comer.
      —Ya tengo un ginecólogo que paga mi seguro y estoy contenta con él, gracias.
      —El dinero no es problema.
      —Para mí sí lo es porque soy yo quien lo está pagando.
     Ben se cruzó de brazos y se echó hacia atrás en el asiento. Su rostro estaba
parcialmente oculto en sombras, pero Tess estaba segura de que si pudiera verlo su
expresión sería de enfado. Estaba tan oscuro allí dentro…
     —¿Qué eres, un vampiro? ¿No podríamos descorrer un poco las cortinas?, ¿o
encender una luz?
     Ben descruzó los brazos, se inclinó hacia delante, encendió la lamparita que
había sobre su escritorio, y sí, parecía enfadado.
     —Estás decidida a hacer esto más difícil de lo que ya es, ¿verdad? —le
preguntó.
      ¿Estaba de guasa o qué?
       —¿Que yo…? Perdona, pero no es a ti a quien le va a cambiar la vida
drásticamente. No tendrás náuseas por las mañanas, ni ganarás peso, ni te saldrán
estrías —le dijo—. Por no hablar de las hemorroides, de la acidez de estómago, y de
los dolores del parto. El día que los hombres podáis pasar por todo eso en nuestro
lugar te dejaré que me impongas todas las condiciones que quieras, pero hasta
entonces estamos hablando de mi cuerpo y de mi bebé, así que iré al médico que yo
elija y viviré donde me dé la gana. ¿Estamos?
     —Si no estás dispuesta a cooperar podría demandarte para quitarte la custodia,
y creo que no hace falta que te diga que con el dinero que tengo puedo permitirme a
los mejores abogados.
      A ese juego podían jugar dos, se dijo Tess.
    —Para tu información no me pillas desprevenida: tengo el número de media
docena de abogados que estarían dispuestos a defenderme sin cobrarme nada, y
también son de los mejores.
      Ben la miró divertido.

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     —¿Estás segura de que querrías pasar por eso? Si aceptas mis condiciones, no
sólo te cederé la custodia del niño, sino que te ayudaré económicamente para que
puedas vivir con toda clase de lujos durante el resto de tu vida.
      Tess inspiró profundamente.
     —Me parece que no estás entendiéndome. No quiero vivir rodeada de lujos; lo
único que quiero es un poco de ayuda; un poco. ¿Lo captas?
      El se quedó mirándola y sus labios se arquearon en una sonrisa burlona.
     —No veo qué es lo que te hace tanta gracia —le dijo Tess irritada, poniendo los
brazos en jarras.
      Ben se echó hacia atrás.
      —Nada, es sólo que estaba pensando en la noche que pasamos juntos en el
hotel.
      Estupendo. ¿Iba a imponerle también como condición practicar sexo con ella?
      —Ahora ya sé por qué me gustaste.
      Tess frunció el entrecejo y sacudió la cabeza.
     —Eres la persona más cabezota y egocéntrica que he conocido en mi vida, y
sinceramente cada vez estoy más confundida.
     La sonrisa de Ben adquirió un matiz travieso. Tess nunca hubiera imaginado
que un hombre que parecía tan serio pudiera resultar tan… adorable. ¿Adorable?,
¿en qué diablos estaba pensando? No era adorable; era odioso.
    —¿Sabes qué? Olvida que he venido; no necesito que me ayudes. Francamente
no me merece la pena. El bebé y yo nos las arreglaremos sin ti.
      Se dio la vuelta y se dirigía ya a la puerta cuando lo oyó llamarla.
      —Tess, espera.
      Se giró de nuevo a regañadientes.
      —Estoy seguro de que debe haber algún modo de hacer que esto funcione.
      —Pues a menos que estés dispuesto a ser razonable no veo cómo.
     —Al menos puedo intentarlo —le dijo él—. Siéntate. Por favor —añadió
señalando con un ademán la silla frente a su escritorio.
      Tess se sentó, pero sólo porque había dicho «por favor».
      —Dime cuáles serían tus condiciones e intentaremos llegar a un acuerdo —le
dijo Ben.
      —¿Hablas en serio?
      —Por supuesto.
     —Está bien. Pues… antes de nada me gustaría conocer el motivo de este
repentino cambio en tu conducta; por qué hace cinco minutos estabas comportándote
como un ogro y ahora quieres que dialoguemos.


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     Ben no se mostró ofendido por sus palabras; todo lo contrario; de hecho incluso
sonrió.
      —Porque hace cinco minutos creía saber qué clase de persona eres.
      —¿Y ahora?
      —Ahora me doy cuenta de que te había juzgado mal.
      Tess rezó en silencio, como hacía cada mañana cuando subía con su viejo coche
la empinada carretera que llevaba al aparcamiento de los empleados, detrás del
hotel. Se le había calado dos veces de camino allí, y le había costado varios intentos
ponerlo de nuevo en marcha, granjeándose unos cuantos bocinazos impacientes de
los conductores que iban detrás.
      El carburador funcionaba fatal, pero aún tendrían que pasar tres o cuatro meses
antes de que tuviese ahorrado el dinero suficiente para cambiarlo. Y eso si lo hacía
ella misma, porque en un taller le cobrarían mucho más.
    El mes anterior se había gastado todos sus ahorros en gasolina y en unos
neumáticos nuevos y no podía permitírselo.
     Además lo malo de vivir en una ciudad que se nutría del turismo era lo caro
que resultaba todo. Tal vez si ese domingo no compraba las verduras que había
pensado comprar pudiese ahorrar algo, pero el médico le había dicho que estaba un
poco preocupado porque no estaba ganando suficiente peso.
     Lo cierto era que se había pasado los últimos días pensando en la oferta de Ben.
Al menos se había dado cuenta de que le estaba diciendo la verdad, que no estaba
detrás de su dinero, pero no comprendía esa exigencia suya de que tenía que vivir
con él durante el embarazo.
      Aunque Ben había hecho bastantes concesiones seguía insistiendo en que dejara
su trabajo.
     En su adolescencia Tess había hecho de canguro, había repartido periódicos,
había trabajado como reponedora en varios supermercados… cualquier cosa con tal
de ganarse unos dólares para poder ahorrar y marcharse del infierno que había sido
para ella la casa de su padrastro.
     Si dejaba de trabajar, ¿qué haría cuando diese a luz y tuviese que volver a
arreglárselas por su cuenta? Bastante incómoda se sentía ya con la idea de aceptar
dinero de Ben como para depender por completo de él.
     La idea la asustaba. ¿Y si dejaba su trabajo y de pronto un día descubría que era
un loco o un depravado? ¿Y quién querría contratar a una embarazada?
     Le había pedido que le diera unos días para pensarlo, pero todavía no estaba
segura de qué hacer.
     Por fin había llegado al aparcamiento. Estacionó su vehículo, y al ver en su reloj
de pulsera la hora que era maldijo entre dientes. Diez minutos tarde.
    Se bajó del coche y se dirigió a toda prisa a la entrada trasera del hotel. Olivia
Montgomery, la gerente, era una auténtica tirana. No toleraba la impuntualidad, y


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Tess, por culpa del caprichoso carburador de su vehículo, era la tercera vez que
llegaba tarde en dos semanas.
     Entró en el edificio, e iba camino de los vestuarios del personal, tras las cocinas,
cuando al torcer una esquina se encontró al supervisor del turno de mañana
esperándola de pie junto a su taquilla y con los brazos cruzados.
      —Siento llegar tarde —se excusó Tess—. He tenido problemas con el coche.
      El supervisor la miró con una expresión más agria que de costumbre. Tess
estaba empezando a convencerse de que aquel tipo desayunaba vinagre en vez de
café.
      —Eso díselo a la señora Montgomery; te espera en su despacho.
      Genial; una reprimenda de su jefa. El día no podía haber empezado mejor.
      Se quitó la chaqueta y el bolso y después de meterlos en su taquilla se dirigió a
la oficina de la gerente.
      En la antesala su secretaria la saludó con una sonrisa comprensiva.
      —Pasa —le dijo— está esperándote.
     Cuando Tess entró su jefa estaba hablando por teléfono pero le hizo un gesto
para que se sentara en la silla frente a su escritorio.
      Tess había aprendido que lo mejor en esas situaciones era guardarse el orgullo
en un bolsillo y responsabilizarse de sus actos, así que cuando la gerente colgó el
teléfono y se volvió hacia ella le dijo:
     —Siento muchísimo llegar tarde. Sé que es inadmisible, pero le doy mi palabra
de que no volverá a ocurrir.
      Su jefa entrelazó las manos calmadamente sobre la mesa.
      —Es la tercera vez en dos semanas, Tess.
      —Lo sé, y lo siento.
    —Muy bien. En ese caso para compensar harás unos cuantos turnos extra esta
semana —le dijo en un tono condescendiente de «yo soy Dios y tú sólo una
empleada»—. Tenemos a varias personas de baja por la gripe.
     Tess había trabajado cincuenta horas la semana anterior y de pasar tanto tiempo
de pie le dolía la espalda y tenía hinchados los tobillos.
     Además últimamente, por muchas horas que durmiese, siempre se sentía
cansada. Debía de ser por el embarazo.
     Sin embargo también sabía que si se negaba a hacer esas horas extra le estaría
dando a la señora Montgomery un motivo para despedirla. La gerente sabía que
estaba embarazada y que al cabo de unos meses tendría que darle la baja por
maternidad. De hecho era obvio que había estado buscando un motivo para
deshacerse de ella.
     El temor a que lo hiciera era lo que había llevado a Tess, pese a que detestaba
aquel empleo y a lo poco que pagaban, a matarse a trabajar desde el momento en que

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había descubierto que estaba embarazada. No podía permitirse que la despidieran
antes de que se cumpliera el tiempo necesario para que pudiera tomarse la baja y le
guardaran el puesto.
      Además, ¿acaso no se merecía un descanso?, ¿no se lo había ganado?
      Pensó en la enorme casa de Ben y en cómo sería vivir allí, no tener que
levantarse a las cinco de la mañana para ir a trabajar, poder quedarse levantada hasta
tarde viendo una película y comiendo palomitas, poder dormir hasta mediodía…
relajarse y disfrutar de su embarazo.
      —¿Y bien? —le preguntó la señora Montgomery en un tono impaciente.
      —No —le respondió Tess—; me temo que no puedo hacer eso.
      Su jefa entornó los ojos.
      —Y yo me temo que no tienes elección.
      Se equivocaba. Por primera vez en su vida Tess podía elegir.
     En el fondo la cuestión era que debía hacer lo que fuera mejor para el bebé. Si
aceptaba la oferta de Ben a su hijo nunca le faltaría de nada. Podría ir a buenos
colegios, estudiar en la universidad… podría tener todas las oportunidades que ella
no había tenido.
     No estaba completamente segura de poder confiar en Ben, pero estaba harta de
trabajar como una mula de carga por un sueldo miserable. Quizá debiera darle a Ben
una oportunidad, igual que él había hecho con ella.
     Le dirigió una sonrisa a su jefa con la convicción de que estaba haciendo lo
correcto y le dijo:
      —Sí que la tengo, señora Montgomery. Y elijo dejar este empleo.




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                                         Capítulo Tres
     —Señorito Benjamín, siento interrumpirlo, pero hay una persona que quiere
verlo.
     Ben alzó la vista de la pantalla del ordenador y se encontró a la señora Smith de
pie ante la puerta abierta de su despacho. Se hizo a un lado y entró Tess. Sus mejillas
estaban sonrosadas por el frío, y el suéter de angora que llevaba puesto dejaba
entrever su embarazo.
      Ben se puso de pie.
      —Has vuelto —le dijo.
      La joven asintió y esbozó una sonrisa vacilante.
      —He vuelto.
     La señora Smith cruzó con Ben una mirada de reproche antes de salir y cerrar la
puerta, una mirada que decía que todo aquello era un error.
     —Imagino que tu visita de hoy significa que has tomado una decisión —le dijo
a Tess.
      Ella asintió.
     —Sí, he dejado mi trabajo esta mañana, mis maletas están abajo… y en fin, aquí
estoy para quedarme hasta que salga de cuentas.
      El oír aquellas palabras hizo que a Ben lo invadiera un profundo alivio. Al fin
las cosas estaban bajo control y podría velar por la seguridad del bebé y la de ella.
      —Con tu permiso voy a sentarme —le dijo ella señalando la silla frente a su
escritorio—. Se me ha quedado el coche parado a medio kilómetro de aquí y he
tenido que hacer el resto del trayecto a pie tirando de las maletas.
      —Vaya, qué faena.
      Tess se encogió de hombros.
    —El carburador estaba en fase terminal. ¿Podrías prestarme dinero para
cambiarlo por uno nuevo? Te lo devolveré en cuanto pueda.
      —No te preocupes; yo me haré cargo.
     Podría haberlo preocupado que fuese un ardid para sacarle dinero, pero en los
últimos días había averiguado lo suficiente sobre ella como para convencerse de lo
contrario. Había contratado a un detective privado para que la investigara, y éste no
había encontrado ningún antecedente delictivo en su pasado ni nada que indicase
que estaba intentando engañarlo.
     De hecho había resultado que Tess era exactamente lo que aparentaba ser: una
mujer trabajadora que hacía lo que podía para salir adelante. Era evidente que no
había mentido cuando le había dicho que sólo necesitaba de él una pequeña ayuda
económica.


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      —Bueno, ¿y cuáles van a ser las reglas del juego? —le preguntó Tess.
     —Las mismas que acordamos el otro día —respondió él—. Te quedarás aquí
hasta que nazca el niño, y luego os compraré un apartamento y te asignaré una
pensión.
     Los ojos ambarinos de Tess escrutaron su rostro, como si la joven estuviera
intentando adivinar qué pensamientos estaban pasando por su cabeza en ese
momento. La noche en que se conocieron le parecieron a Ben unos ojos inusuales por
su color, y lo había fascinado el brillo de curiosidad que relumbraba en ellos.
      De hecho había estado observándola durante un buen rato antes de acercarse a
ella, atraído por su belleza singular, por sus cálidas y sinceras sonrisas mientras
charlaba con el camarero. Luego, cuando se había vuelto y sus ojos se habían
encontrado fue como si saltasen chispas entre ellos; chispas capaces de derretir un
iceberg entero.
      —Parece demasiado bonito para ser cierto —dijo Tess.
      —¿Qué quieres decir?
      —Bueno, no es que piense que eres una mala persona, pero…
    —Pero no te fías de mí —adivinó él. Tess se encogió de hombros incómoda—.
No pasa nada; no me has ofendido. Si yo estuviera en tu lugar me pasaría lo mismo.
     —Vaya, pues es un alivio, porque como te digo pareces un tipo decente… un
poco controlador, quizá, pero en fin… —añadió con una media sonrisa—. El caso es
que necesito cubrirme las espaldas porque arriesgo mucho aceptando venirme a vivir
aquí sin saber nada de ti.
      Ben asintió.
      —Lo entiendo, y ya he hablado con mi abogado para que redacte un contrato.
      Tess entornó los ojos.
      —¿Y se supone que tengo que fiarme de ese abogado?
      —Bueno, eres libre de llevarle los papeles al que tú consideres oportuno antes
de firmar nada. Y por supuesto yo correré con los gastos.
      —Eso parece justo.
      —Y hablando de contratos, mi abogado me ha insistido en la conveniencia de
incluir una cláusula de confidencialidad.
     —¿De confidencialidad? —repitió ella perpleja—. ¿Crees que voy a dar
exclusivas a la prensa o algo así?
     —La finalidad de esa cláusula es protegeros tanto a ti y al bebé como a mí. Fue
espantoso ver cómo los medios explotaron la muerte de mi esposa. Meses después de
que falleciera siguieron haciendo de mi vida un infierno. Incluso se escribió una
biografía no autorizada de su vida e hicieron una película para la televisión. Y por
supuesto no sólo no la retrataban de un modo precisamente halagüeño, sino que
además faltaban a la verdad. Créeme cuando te digo que no te gustaría pasar por eso.


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      Tess se quedó callada un momento.
      —Cuando descubrí por mis compañeras de trabajo quién eras fui a la biblioteca
de la ciudad y estuve indagando un poco.
      —¿Sobre qué?
     —Estuve buscando artículos sobre ti en periódicos y revistas viejas, y también
estuve mirando en Internet.
    En otras circunstancias Ben se habría sentido indignado, pero no podía culparla
cuando él había hecho lo mismo.
      —¿Y qué conclusiones sacaste?
      —Me quedé espantada con lo que esa gente de la prensa puede llegar a hacer,
justo como tú has dicho, así que entiendo tu preocupación.
     —Ahora las cosas se han calmado un poco y me gustaría que siguieran como
están —le dijo Ben—. Cuantas menos personas estén al corriente de esto, mejor —
añadió. No quería alarmarla, pero creía que era justo ponerla sobre aviso respecto
adonde se estaba metiendo—. No quiero decir que tengas que dejar de ver a tus
amistades, sólo que…
     —No tengo amigos —lo interrumpió ella. Esbozó una sonrisa y añadió—: No
tienes que sentir lástima de mí; no lo he dicho por eso. Lo que pasa es que llevo poco
tiempo viviendo aquí así que no he tenido la posibilidad de hacer muchas amistades
aún. Pero tampoco tienes que preocuparte por eso; tendré cuidado.
      —Bien, entonces supongo que eso es todo —dijo Ben.
     —Em… todo no —replicó ella—. Hay un par de cosas más que me gustaría que
hablásemos.
      —Está bien.
     —Bueno, pues… la verdad es que no sé cómo decirte esto. No voy a vivir con
un alcohólico, así que quiero que dejes la bebida.
      Aquello era lo último que Ben había esperado que le dijese. ¿Acaso le había
dado la impresión de que tenía problemas con el alcohol? ¿Habría leído quizá en
algún periódico que se había dado a la bebida tras la muerte de su esposa? Habían
escrito tantas mentiras sobre él que llegado un punto había decidido ignorar por
completo a aquella gentuza.
     Abrió la boca para negar que fuera alcohólico, pero cayó de pronto en la cuenta
de que eso exactamente sería lo que haría alguien que tuviera problemas con la
bebida.
      —¿Y si me niego? —le preguntó para ver cuál sería su reacción.
      —Entonces no hay trato.
      Bueno, dado que no era alcohólico no supondría un sacrificio para él.
      —De acuerdo; no volveré a tomar ninguna bebida con alcohol —le dijo.
      Tess lo miró con desconfianza.

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       —¿Así de fácil?
      —Así de fácil —repitió él. De vez en cuando le gustaba tomar un trago, pero no
era algo sin lo que no pudiera pasar.
      Tess entornó los ojos, como si siguiera sin estar segura de que podía confiar en
él a ese respecto.
       —¿Lo incluirás en el contrato?
       —Hecho. ¿Alguna cosa más?
       Tess asintió.
    —Cuando nazca el bebé querría que me prestaras dinero para volver a estudiar.
Me gustaría ir a la universidad para poder encontrar un empleo mejor.
       —Con la asignación mensual que te daré no te hará falta estudiar.
      —Supongo que en tu círculo social a las mujeres les gustará sentarse a tomar
bombones y embadurnarse de cremas antiarrugas, pero yo quiero hacer algo con mi
vida. Quiero poder echar la vista atrás y sentirme orgullosa de mí misma.
     —Ya veo. Bueno, no es que yo tenga nada en contra de las madres trabajadoras
—dijo él—, pero sí pienso que un hijo debe ser criado por sus padres, no por una
niñera.
    Tess se preguntó si su esposa, que había sido estrella de cine, habría planeado
abandonar su carrera cuando su hijo hubiese nacido. Lo dudaba.
     —Bueno, en eso estamos de acuerdo —respondió ella—. Siempre pensé que si
me casaba y tenía un hijo dejaría de trabajar hasta que el niño tuviese edad de ir al
colegio. Claro que la situación es un poco distinta porque voy a ser madre soltera, así
que me temo que tendrás que esperar bastante para que pueda devolverte el dinero.
       —No quiero que me lo devuelvas.
       —Me da igual; te lo devolveré de todos modos.
     Por un momento Tess tuvo la impresión de que Ben iba a replicar de nuevo,
pero en vez de eso dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza, como si hubiese
concluido que era inútil intentar convencerla.
       —¿Alguna cosa más?
       —El otro día dijiste que podré seguir con mi médico —apuntó Tess.
       —Si es lo que quieres…
       —Bien, pues entonces creo que tenemos un trato.
     Los labios de Ben se curvaron en una sonrisa, y Tess sintió que le flaqueaban las
piernas, como si fuese una colegiala.
       —En ese caso llamaré a mi abogado y le pediré que redacte el contrato —le dijo
Ben.
     Ella asintió pero se quedó mirándolo con curiosidad, como si quisiera
preguntarle algo y no se atreviera.


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      —¿Qué?
      —Pues que… si no quieres el bebé… ¿por qué haces todo esto?
     Ben se quedó callado un momento, y cuando la miró había una tristeza inmensa
en sus ojos.
      —Nunca rehuyo la responsabilidad de mis actos.
      Tess sacudió la cabeza.
      —No creo que ése sea el motivo. A mí me parece que este niño sí te importa —
le dijo poniendo una mano sobre su vientre—. Te habría sido mucho más fácil
firmarme un cheque y desentenderte.
      —Yo nunca he dicho que no me importara.
      Y si le importaba… ¿por qué no podía ser parte de su vida? Y entonces de
pronto Tess comprendió; de pronto supo por qué había insistido en que se fuera a
vivir allí con él hasta que diera a luz. No entendía cómo no había caído en la cuenta
antes.
      Ben se culpaba por la muerte de su esposa y de su hijo, y parecía que creía que
al tenerla allí con él podría asegurarse de que no les ocurriría nada ni al bebé ni a ella.
     —Ben, si estás haciendo todo esto porque temes que pueda pasarnos algo al
bebé o a mí… no tienes por qué preocuparte, de verdad —le dijo—. Estoy
acostumbrada a cuidarme sola.
     Él le lanzó una mirada tan llena de angustia y de dolor que Tess sintió que se le
encogía el corazón.
    —No fui capaz de proteger a mi esposa y a mi hijo y por eso ahora ya no están
—respondió—, y ése es un error que no voy a cometer de nuevo.
     Cuando la señora Smith condujo a Tess a la habitación de invitados, lo primero
en lo que se fijó la joven fue en lo enorme que era. Sin embargo las cortinas estaban
corridas casi por completo y la penumbra le daba a la estancia un aire sombrío y
deprimente.
     —¿Aquí no encienden nunca las luces? —le preguntó al ama de llaves mientras
buscaba un interruptor con la mirada.
      La mujer le lanzó una mirada irritada antes de ir hasta el ventanal y descorrer
las pesadas cortinas. La luz del sol invadió a raudales la habitación, transformándola
por completo.
     Si hubiera tenido todas las habitaciones del mundo para escoger, habría
escogido aquélla.
      —Es preciosa… —murmuró extasiada—. Y todo parece tan nuevo…
     —Pues sí; y procure que así se mantenga —le dijo la señora Smith en un tono
insolente—. Si necesita alguna cosa hágamelo saber. El señorito Benjamín me ha
pedido que me asegure de que todo está a su gusto.




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      Instrucciones que sin duda seguiría, se dijo Tess, pero no de buen grado. Ella
sin embargo no quería problemas, y estaba decidida a ser correcta con el ama de
llaves aun cuando tenía la sensación de que iba a tener unos cuantos encontronazos
con ella en los cinco meses que iba a estar allí.
      —Gracias.
     —Me he tomado la libertad de retirar los objetos de valor —añadió la señora
Smith.
     Por el desdén con que la miraba parecía como si para ella fuese un chicle que se
le hubiese pegado a la suela del zapato y no una invitada, pensó Tess. Obviamente
Ben no le había dado instrucciones de que fuese amable con ella.
     Pues no iba a darle a aquella vieja bruja la satisfacción de saber que la había
herido en su orgullo.
     —Vaya por Dios. En fin, a lo mejor consigo sacar algo con ese cuadro en el
mercado negro —ironizó señalando una acuarela de un paisaje que hay sobre la
cabecera de la cama.
      Al ama de llaves su broma al parecer no le hizo gracia.
     —Después de todo por lo que ha pasado el señorito Benjamin no se merece esto;
no dejaré que le haga daño —le espetó como una osa protegiendo feroz a sus
cachorros.
     Tess estuvo a punto de recordarle que Ben era tan responsable como ella de
aquella situación, pero se dijo que probablemente no sirviera de nada. Sin duda
aquella mujer ya la había juzgado y condenado. Lo más seguro era que pensase que
se había quedado embarazada a propósito para cazar a Ben o quedarse con su dinero.
     —La cena se sirve a las siete en el comedor —le dijo el ama de llaves con
aspereza.
      Luego se giró sobre los talones y salió de la habitación cerrando detrás de ella.
     Tess exhaló un suspiro cansado. Lo mejor sería que deshiciese las maletas,
decidió. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de curiosear un poco.
      Recorrió la habitación fijándose en cada detalle, y al llegar a las puertas del
balcón las abrió de par en par. Inspiró profundamente para llenarse los pulmones
con el aire fresco, y observó embelesada la hermosa vista de los jardines, llenos de
flores multicolores, que se extendían hasta donde llegaba la vista.
     Vaya. A aquello desde luego no le costaría nada acostumbrarse. Se dio la vuelta
y fue hasta los pies de la enorme cama, donde habían dejado sus maletas, pero al ver
la puerta del cuarto de baño entreabierta se olvidó de ellas y se acercó para verlo.
Había una bañera redonda tan grande que podría bañarse en ella una familia entera.
Seguramente fuera un jacuzzi, pensó.
     Aquello era más impresionante que la suite presidencial del hotel en el que
trabajaba.




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      Se frotó la dolorida espalda y volvió a posar con ansia la vista en la bañera, pero
se dijo que sería mejor que primero deshiciese las maletas.
      Sin embargo, cuando hubo terminado de colocar la ropa en el armario estaba
tan cansada que lo único que quería hacer era echarse y descansar.
      «Una siesta de quince minutos», se dijo. Luego iría a explorar el resto de la casa.
     Se desnudó, apartó la colcha, se metió en la mullida cama, y al cabo de un rato
se quedó dormida.
     A Jeanette le habría encantado ver los jardines en aquella época del año; llenos
de flores, en todo su esplendor, se dijo Ben mientras miraba por la ventana de su
despacho. Si cerraba los ojos era capaz de imaginarla allí fuera, jugando con su hijo.
Ya tendría un año, y quizá habría empezado a andar y a decir sus primeras palabras.
      En su imaginación aquel pequeño siempre tenía el pelo castaño, como él, los
ojos grises de su madre, y una sonrisa radiante. Siempre estaba feliz; siempre estaba
riendo.
      La puerta se abrió en ese momento, y al volverse vio a la señora Smith.
      —Ya la he llevado a su habitación —le dijo.
      —Gracias.
      —¿Quiere alguna cosa más, señorito?
     —No, nada más. No… espere, señora Smith. Sí hay una cosa que quiero que
haga. Por favor deshágase de todas las bebidas alcohólicas que haya en la casa.
      El ama de llaves frunció el entrecejo.
      —¿Para qué?
     —Una de las condiciones que ha puesto Tess para quedarse es que dejara la
bebida —le explicó él con una media sonrisa—. Cree que soy alcohólico.
      —¿Y usted no le ha dicho que no lo es?
     —No me importa lo que piense; lo que quiero es que se sienta cómoda, así que
por favor haga lo que le he pedido.
      La señora Smith frunció los labios pero no discutió.
      —Como quiera, aunque permita que le diga una vez más que esto me parece un
error.
      —Lo sé —murmuró él.
     También le había parecido un error que se casase con Jeanette, pero las dos
habían aprendido a convivir. La verdad era que la señora Smith era tan protectora
con él que Ben estaba seguro de que ninguna mujer le habría parecido adecuada.
      —Sé que aún te sientes culpable por lo que pasó, Ben, pero no fue culpa tuya.
     La señora Smith nunca se lo había dicho claramente, pero Ben sabía que en su
opinión la única culpable de la muerte de su hijo había sido Jeanette. Siempre había
dicho que era demasiado egoísta y que le consentía demasiadas cosas.


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      En cierto modo tenía razón. La carrera de Jeanette apenas había empezado a
despegar cuando había descubierto que estaba embarazada. Más que sentirse
ilusionada aquello le había provocado cierto fastidio por las limitaciones que
supondría para su trabajo.
     De hecho, preocupada de que pudiese significar un retroceso en su carrera, por
no hablar de las estrías, había dicho incluso que quizá debería considerar la opción
de abortar, pero por fortuna él había logrado convencerla para que no lo hiciera.
     Estaba seguro de que con el tiempo habría disfrutado de la experiencia y que
habría sido una buena madre, o al menos eso era lo que había querido pensar.
      Ya nada de eso importaba.
      —¿Ha llamado a sus padres? —le preguntó la señora Smith.
     Sus padres… Tener que explicarles aquello suponía otro problema. Nunca
habían sido unos padres agobiantes o controladores; todo lo contrario; y de hecho no
los había visto ni había sabido de ellos desde el Día de Acción de Gracias, pero sabía
que no iba a ser fácil hablar con ellos de aquello.
      —No, todavía no.
      —¿Y no cree que debería hacerlo?
    —¿Por qué? No tiene sentido que haga que se ilusionen con un nieto al que
nunca van a ver.




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                                       Capítulo Cuatro
      Extrañado de que Tess no hubiera bajado a la hora de la cena, Ben subió para
ver si le había ocurrido algo. Hacía ya tres horas desde que había llegado, y desde
entonces no había salido de la habitación. Además la señora Smith le había dicho que
sólo tenía un par de maletas, así que no podía estar todavía deshaciendo el equipaje.
¿Se encontraría mal quizá?
     Llamó a la puerta y aguardó un rato, pero no hubo contestación, así que volvió
a golpear la puerta con los nudillos y la llamó:
      —Tess, ¿estás ahí?
      Aunque sabía que probablemente no debiera hacerlo, giró el pomo y vio que la
puerta estaba abierta. Las cortinas de la antesala estaban descorridas, y la suave luz
del atardecer bañaba cada rincón. Siempre le habían gustado los tonos en que estaba
decorada la habitación de invitados, y por alguna razón se le antojaba apropiado que
Tess fuese a dormir en ella. Tenía algo de su carácter, fresco y alegre, y también era
cálida y acogedora. Ésa era la sensación que había tenido la noche que había pasado
con ella en el hotel; había sido como llegar a casa.
      Se quedó escuchando en silencio, pero no oía movimiento alguno.
    —¿Tess? —volvió a llamar, esperando que le respondiera irritada desde el
dormitorio.
     Sin embargo de nuevo no hubo respuesta, y el miedo se apoderó de él, haciendo
que le costara respirar. ¿Y si se había resbalado en la ducha y se había golpeado en la
cabeza?
     Sin perder un momento empujó la puerta entreabierta del dormitorio y el
corazón le dio un vuelco en el pecho. Las cortinas también estaban descorridas, pero
no veía a Tess por ninguna parte. Fue al cuarto de baño pero lo encontró vacío.
      ¿Adonde podía haber ido? ¿Se habría marchado sin que nadie del servicio la
viera? ¿Habría sido quizá una broma de mal gusto decirle que sí, que iba a vivir allí
hasta que naciera el bebé, para luego marcharse y burlarse así de él? Regresó al
dormitorio debatiéndose entre la ira y el pánico, pero en ese momento escuchó un
ruido suave, como un ronquido. Sólo entonces se dio cuenta de que en la cama, bajo
la colcha, había un bulto.
     El alivio que lo invadió fue tal que le flaquearon las rodillas. Se la había
imaginado tirada en el suelo, inconsciente y desangrándose, pero sólo estaba
echándose una siesta.
     Se pasó una mano por el cabello y sacudió la cabeza. Tenía que tranquilizarse o
antes de que acabasen aquellos cinco meses le daría un infarto. Sí, tenía que dejar de
pensar siempre lo peor. Tess estaba bien y el bebé también. Además, si continuaba
con ese comportamiento paranoico terminaría consiguiendo que Tess huyese de allí.
No era su prisionera sino su huésped.



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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



     Se preguntó si no debería despertarla para ver si quería cenar algo, pero decidió
que sería mejor dejarla dormir. Parecía que necesitaba más descansar que comer.
     Fue hasta el balcón para correr un poco las cortinas, y aunque una vocecilla en
su cabeza le dijo que debería marcharse ya, no pudo evitar acercarse hasta la cama.
      No podía fallarle, se dijo mientras observaba su rostro angelical. Era casi como
si le estuviesen dando una segunda oportunidad. Cuidaría de Tess y del bebé; eran
su responsabilidad.
     Tess estaba acurrucada sobre el costado y parecía tan frágil y pequeña en
aquella enorme cama como una ninfa de los bosques. Su frente estaba perlada en
sudor y tenía un mechón pegado a la frente.
     Hacía demasiado calor allí, se dijo Ben. Con mucho cuidado retiró hacia abajo la
colcha, y sólo al ver que la sábana estaba pegada a su piel húmeda, resaltando cada
curva de su figura, se dio cuenta de que estaba desnuda.
     Una ráfaga de deseo lo sacudió de pronto. «No la toques y sal de aquí ahora
mismo», le ordenó la voz de su conciencia. Debería haberle hecho caso, pero Tess
estaba tan pálida… ¿Y si estaba enferma y tenía fiebre?
      —¿Tess? —la llamó suavemente, no queriendo sobresaltarla. La joven murmuró
algo incoherente y se revolvió en la cama—. Tess, despierta.
      «No lo hagas; no la toques», le advirtió su conciencia.
      Sin embargo parecía que su cuerpo no estaba escuchándola, porque sin poder
contenerse alargó el brazo y puso la palma de la mano sobre su frente para ver si
tenía fiebre.
      No, parecía que no; no estaba caliente. Debería haber retirado la mano
inmediatamente, pero no pudo resistir la tentación de rozar la suave piel de su
mejilla con los dedos. Tess parecía tan vulnerable así dormida, y tenía unos labios tan
sensuales… La noche que habían pasado juntos se había vuelto adicto a sus besos, y
aun después de todo lo que había ocurrido seguía encontrándola irresistible.
     Buena parte de las mujeres del mundo al que Ben pertenecía eran vanidosas y
superficiales, mientras que Tess en cambio le había parecido tan… auténtica. Con ella
se había sentido vivo, y quería volver a sentirse así.
     Claro que dadas las circunstancias debería dejarse de anhelos y comportarse de
un modo racional. Aunque se sintieran atraídos el uno por el otro, Tess estaba
embarazada, y él no quería volver a implicarse emocionalmente y arriesgarse a
acabar sufriendo otra vez. No, el bebé y ella se merecían a alguien que no tuviese
miedo a amar.
      ¿Por qué entonces seguía acariciando su rostro? Como si tuviera voluntad
propia su pulgar se deslizó hasta el labio inferior de Tess y su boca se entreabrió
ligeramente, dejando escapar un soplido de su cálido aliento.
      Un cosquilleo eléctrico ascendió por su mano y su brazo hasta llegar al pecho, y
el corazón empezó a latirle como un loco. No sabía por qué, pero de algún modo Tess



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conseguía, incluso dormida, despertar en él sensaciones que había creído que nunca
volvería a experimentar después de la muerte de su esposa y su hijo.
     El cosquilleo descendió por su abdomen, y se asentó finalmente en la zona justo
debajo de su cinturón, y de repente lo invadió un deseo casi irresistible de inclinarse
y besarla.
      En ese momento los ojos de Tess se abrieron y Ben apartó la mano como si su
piel quemase. La joven alzó la vista, y cuando sus ojos se encontraron con los de él
esbozó una sonrisa soñolienta.
      —Vaya, hola.
      Dios, ¿por qué tenía que ser tan bonita?
     Tess miró a su alrededor, como si en ese momento no supiese muy bien dónde
estaba.
      —¿Estás en mi habitación? —le preguntó.
      No parecía enfadada, aunque tendría todo el derecho a estarlo, y Ben no pudo
contenerse y alargó una mano para apartar el mechón húmedo de su frente. ¿Qué
tenía aquella joven que hacía que le costase tanto mantener las manos quietas?
      —Como no has bajado a cenar estaba preocupado, así que subí a ver si estabas
bien, y cuando llamé a la puerta y no contestabas temí que te hubiera ocurrido algo.
      Tess parpadeó, todavía adormilada.
      —¿Como qué?
      Buena pregunta. Era obvio que su reacción había sido desproporcionada.
     —No lo sé, supongo que simplemente quería asegurarme de que estabas bien,
pero te pido disculpas por haber entrado sin permiso. No debería haberlo hecho.
      No, no debería haberlo hecho, pero aun así Tess se sentía incapaz de enfadarse
con él. Podía ver en su rostro esa expresión angustiada por el dolor que sin duda
sentía aún por la pérdida de su mujer y su hijo. ¿Por qué no era sincero?, ¿por qué no
le decía simplemente que estaba asustado?
      Porque era un hombre, se recordó a sí misma, y los hombres no solían hablar de
sus sentimientos. Igual que muy pocos hombres eran capaces de admitir sus temores;
pensaban que eso los haría parecer débiles.
     —Pues no tienes por qué preocuparte, estoy bien —le dijo—. Sólo un poco
cansada.
     Ben le remetió un mechón por detrás de la oreja y comenzó a acariciarle
suavemente la mejilla con el dorso de la mano. Tess no pudo evitar sentirse
enternecida por aquel gesto tan dulce.
     —Aquella noche en el hotel también hiciste eso —le dijo cerrando los ojos para
concentrarse en la agradable sensación.
      —¿Lo hice? —murmuró él.



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     Los dedos de Ben descendieron hasta su garganta, y Tess sintió deseos de alzar
los brazos, rodearle el cuello con ellos y atraerlo hacia sí para besarlo, pero se
contuvo.
      —Creíste que estaba dormida —respondió abriendo los ojos—, pero sólo estaba
fingiendo.
      —¿Por qué?
      Tess se encogió de hombros.
     —Supongo que temía que si abría los ojos me dirías que me fuese y no quería
irme todavía.
      Cuando Ben dejó de acariciarle la mejilla Tess alzó la mirada y le pareció ver en
sus ojos una expresión casi… triste.
      —¿Por qué te marchaste? —le preguntó.
     —¿Qué motivo tenía para quedarme? Imagina que me hubiese quedado, que
nos hubiésemos enamorado, y que un mes más tarde te hubiese dado la noticia de
que estaba embarazada. ¿Te habrías alegrado?, ¿querrías este bebé que no quieres
ahora?
      Tess sabía que no.
      —No es que no lo quiera —replicó Ben—. Es sólo que… no puedo.
    Había tanto dolor en su mirada… Antes o después tendría que aprender a
perdonarse a sí mismo, se dijo Tess. No podía vivir así.
      Se incorporó, y se quedó sentada con la sábana agarrada bajo los brazos.
     —Las desgracias no son culpa de nadie, Ben; son algo que escapa a nuestro
control.
     —No, no es verdad; hay cosas que sí están bajo nuestro control; cosas que son
responsabilidad nuestra.
     Tess detestaba verlo tan triste y no saber qué decir para hacerlo sentirse mejor.
Sólo el tiempo podía curar las heridas, pero la pregunta era… ¿cuánto tiempo tendría
que pasar aún para que se cerrasen las heridas de Ben? ¿Un año?, ¿diez? Quizá
incluso jamás fuese capaz de superarlo y se llevase aquel sentimiento de culpa a la
tumba.
      —¿Tienes hambre? —le preguntó Ben—. Podría decirle a la cocinera que te
caliente alguna cosa.
     Parecía que no quería hablar más del tema. Tess se preguntó si sería así como
iban a ser las cosas durante los cinco meses que iba a estar allí, si cada vez que Ben
empezase a abrirse un poco a ella de pronto la apartaría de un empujón.
      Tess volvió a tumbarse.
      —No, gracias. Creo que voy a seguir durmiendo.
      Ben asintió.



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        —De todos modos haré que te guarden algo en la nevera, por si cambias de
idea.
        —Gracias.
        —Ven mañana por la mañana a mi despacho y te enseñaré la casa.
        —De acuerdo.
        —Buenas noches, Tess, que duermas bien.
        —Gracias. Tú también.
     Ben se detuvo al llegar a la puerta y se volvió un momento, como si fuera a
decir algo, pero se giró de nuevo, salió, y poco después Tess oyó la puerta de la
antesala cerrarse.
     Se quedó despierta un buen rato, pensando en Ben. Si se descuidaba acabaría
haciendo algo estúpido, como enamorarse de él.
    A la mañana siguiente cuando se despertó Tess no tenía ganas de levantarse.
Había dormido como nunca… y más de quince horas.
     A pesar de sus dudas estaba empezando a convencerse de que había hecho lo
correcto al aceptar la oferta de Ben, y no sólo por el bebé, sino por ella también.
     El saber que ya no tendría que matarse a trabajar para pagar las facturas le
había quitado un enorme peso de encima, y sentía una paz interior que no había
sentido en mucho tiempo.
     El futuro se presentaba aún algo incierto, pero al menos tenía el presentimiento
de que estaba yendo en el rumbo adecuado.
      Puso una mano sobre su vientre. Estaba deseando sentir a su bebé moverse, y
hasta estaba deseando empezar a engordar, aunque eso significase que le saliesen
estrías. Aquélla era una experiencia tan emocionante y hermosa…
     Lo único que echaba en falta en esos momentos era tener alguien con quien
poder compartirla. Claro que siendo práctica eso era lo que menos debía
preocuparla. Pronto tendría que pensar en comprarse ropa de premamá y no tenía
mucho dinero.
      Quizá si la comprase en una tienda de segunda mano… No se le caerían los
anillos por eso; ya lo había hecho en alguna otra ocasión.
     También podía pedirle prestado el dinero a Ben, por supuesto. No tenía la
menor duda de que él accedería. Cuando un hombre se sentía culpable era capaz de
darle a una mujer todo lo que quisiera, y de haber sido una desalmada se habría
aprovechado de las circunstancias, pero por suerte para él sería incapaz de hacer algo
así.
     De todos modos Ben ya había hecho tanto por ella. No, no podía pedirle más
dinero. Sólo Dios sabía cuándo podría devolvérselo.
        En ese momento oyó abrirse la puerta de la antesala. ¿Quién podría ser?




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     ¿Sería Ben que había ido a despertarla para enseñarle la casa como le había
dicho? Quizá estuviese de nuevo preocupado por ella, porque aún no se había
levantado.
     Se incorporó, tapándose el torso con la sábana, pero justo en ese momento oyó
que la puerta se cerraba de nuevo. Fuera quien fuera no se había quedado mucho
tiempo.
      Un delicioso olor a beicon llegó hasta ella. Se bajó de la cama, se puso la bata, y
salió a la antesala.
     O bien la cocinera había pensado que estaría hambrienta, o bien no estaba
segura de qué le gustaría, porque en la bandeja sobre la mesa había huevos revueltos,
huevos duros, tortitas, un cruasán, tostadas, tres tarrinas pequeñas de mermelada,
margarina, y mantequilla, salchichas, beicon, zumo de naranja, leche, y té.
     Con la lástima que le daba que se tirase la comida probablemente acabaría
comiendo más de lo que debía. Tendría que pedirle a Ben que le dijera a la cocinera
que no le pusiese unos desayunos tan abundantes o acabaría poniéndose como una
ballena.
     Sus ojos se posaron entonces en un sobre blanco que había a un lado, junto a la
bandeja. Lo tomó, y al abrirlo se encontró con las llaves de un coche, una tarjeta Visa
con su nombre, y una nota que decía: Para todo lo que el bebé y tú podáis necesitar. B.
     Dios. Debería haberse imaginado que se le ocurriría algo así, pero aquellos
gestos de generosidad no dejaban de sorprenderla. Ben tenía una habilidad algo
inquietante para anticiparse a cada una de sus necesidades.
      No podía aceptar aquello, pero al menos debía darle las gracias.
     Tras desayunar se duchó, se vistió, y bajó para ir a buscar a Ben a su despacho,
pero cuando llamó a la puerta no recibió contestación alguna, y a la segunda vez
ocurrió igual.
     ¿Sería incorrecto que pasase aunque no le hubiese dado permiso? Bueno, la
noche anterior él había entrado en su habitación sin que ella se lo diese. Claro que lo
había hecho porque lo preocupaba que se encontrase mal. En fin, de todos modos le
había dicho que fuera a verlo para enseñarle la casa, y después de todo aquél era su
despacho, no su dormitorio.
       Justo estaba alargando la mano hacia el pomo cuando una voz áspera detrás de
ella la increpó:
      —¿Qué está haciendo?
      Tess dio un respingo del susto y al girarse se encontró con la señora Smith.
      —Vaya susto me ha dado —masculló con el corazón desbocado.
     La señora Smith se quedó mirándola con esa expresión suspicaz que parecía
reservar para ella.
      —¿Qué hace merodeando por aquí?



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     Aquella vieja bruja la hacía sentirse como una delincuente aunque no hubiera
hecho nada malo.
      —No estaba merodeando; quería hablar con Ben.
      —No está en su despacho.
      Tess exhaló un suspiro irritado.
      —¿Y dónde puedo encontrarlo?
      —Ha dado instrucciones de que no lo molesten.
     —Vaya, pues es que resulta que me ha enviado algo esta mañana con el
desayuno y necesito hablar con él sobre eso.
      —Si se trata del coche está en el garaje; es un Mercedes azul oscuro.
    ¿Un Mercedes? Tess en su vida había conducido un Mercedes. Bueno, de hecho
nunca había conducido otra cosa que no fuera su viejo utilitario.
      —Yo… no creo que me sienta cómoda conduciendo su coche.
    —No es del señorito Benjamín; es para usted. Lo han traído esta misma
mañana.
      —¿Que lo han traído esta mañana? —repitió Tess.
      —Sí, del concesionario.
      —¿Del concesionario?
     El ama de llaves la miró exasperada, y como si estuviese hablando con la tonta
del pueblo le dijo:
     —Sí, de un concesionario; ese sitio donde venden coches. ¿Sabe al menos lo que
es un coche?
      Decidiendo que lo mejor sería ignorar sus insultos, Tess le preguntó:
      —¿Y lo ha alquilado hasta que arreglen el mío?, ¿es eso?
      —No, no lo ha alquilado; lo ha comprado.
     —¿Me está diciendo que me ha comprado un Mercedes? —exclamó Tess con
incredulidad.
     Pero si le había dicho que se encargaría de que le cambiaran el carburador a su
coche…
     —El señorito Benjamín es un hombre muy generoso —le dijo el ama de llaves—
. Demasiado, diría yo —añadió mirándola con desdén.
     En ese momento Tess oyó el ruido de un teléfono sonando tras la puerta, pero
sólo sonó una vez, como si hubiesen contestado de inmediato. Miró a la señora
Smith, y supo de inmediato que le había mentido, que Ben sí estaba en su despacho.
     Alargó la mano para alcanzar el pomo, pero el ama de llaves se interpuso entre
la puerta y ella.



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    —No va a entrar; ya le he dicho que el señorito Benjamín no quiere que lo
molesten.




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                                        Capítulo Cinco
      —Pero, Benji… ¡hace tanto que no nos vemos…!
     Ben suspiró y sacudió la cabeza. Dios, cómo odiaba que su madre lo llamara así.
A los diez años aquel diminutivo había empezado a parecerle odioso; en su
adolescencia le había resultaba de lo más embarazoso; y estaba convencido de que su
madre seguía llamándolo de ese modo sólo para fastidiarle.
      —Lo siento, mamá, pero es que no es un buen momento para que vengas de
visita.
     Ni lo sería hasta que Tess diese a luz y se fuese. ¿Por qué sería que no había
tenido noticias de sus padres desde hacía meses y de repente tenía que llamarlo su
madre, diciéndole que quería ir a verlo?
     Decididamente el problema entre su madre y él era que siempre iban a
destiempo. No había estado a su lado en ninguno de los momentos que para él
habían sido importantes porque siempre estaba ocupada con el rodaje de alguna
película, y a veces se decía que si hubiese podido pagar a otra mujer para que diese a
luz por ella, lo habría hecho.
     —Te prometo que no me entrometeré en tus cosas. Ni siquiera notarás mi
presencia.
      —Mamá, no puede ser, de verdad —le dijo Ben una vez más—. Tengo tanto
trabajo que no creo que pudiera pasar mucho tiempo contigo, y además lo más
probable es que tenga que pasar una temporada en Los Ángeles —por supuesto era
mentira; no tenía ninguna intención de salir de la ciudad… ni de la casa, de hecho—,
y ya sabes cómo detestas Los Angeles.
      Cuando oyó a su madre suspirar decepcionada se sintió mal consigo mismo, y
eso lo irritó. ¿Por qué tendría que sentirse mal cuando a ella no le había importado
dejarlo atrás para irse fuera durante varias semanas por un rodaje, o para acudir a
algún estreno en distintas ciudades del mundo?
     No, no tenía ningún derecho a esperar nada de él… pero aun así se sentía
culpable por haberle dicho que no podía ir a verlo.
     De pronto oyó voces en el pasillo. Dios, ¿ya estaban discutiendo otra vez la
señora Smith y la cocinera?
      —Mamá, tengo que dejarte.
      —Pero, Benji…
      —Lo siento, en serio; es que ha surgido algo de repente. Te llamaré más tarde,
te lo prometo.
    «Sí, unos cinco meses más tarde», se dijo colgando el aparato antes de que su
madre siguiera insistiéndole.




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      Se levantó, y para su sorpresa cuando abrió la puerta se encontró a la señora
Smith de espaldas a él con los brazos extendidos como si estuviese haciendo guardia
frente a su despacho. ¿Qué diablos…?
     Tess estaba al otro lado del pasillo, frente a ella, con las mejillas encendidas de
pura irritación y los puños apretados.
     —Le he dicho que no quiere que lo molesten —le estaba diciendo la señora
Smith a Tess con aspereza—. ¿Por qué insiste en ponerle las cosas aún más difíciles al
señorito Benjamín? Va a darle una vida decente a ese niño bastardo que lleva en su
vientre. ¿Acaso no es suficiente con eso?
     Tess abrió la boca para responder, y fue entonces cuando se percató de su
presencia. Por la expresión de su rostro Ben supo exactamente lo que estaba
pensando: estaba preguntándose si habría oído lo que la señora Smith había dicho de
«ese niño bastardo».
      —¿Qué está pasando aquí?
     La señora Smith dejó escapar un gemido de sorpresa y se volvió hacia él con el
rostro pálido.
     —Yo… le estaba diciendo que no le gusta que lo molesten cuando está
trabajando. La pillé merodeando por aquí.
      —No estaba merodeando —replicó Tess mirándola irritada.
     —Le dije a Tess que viniera a verme cuando se levantase —le dijo Ben a la
señora Smith—. Le prometí que le enseñaría la casa.
      El ama de llaves esbozó una sonrisa forzada.
     —Si lo único que quería era que viera la casa podía habérmelo dicho, señorito,
yo se la habría enseñado con mucho gusto.
      Ben se apoyó en el marco de la puerta y suspiró.
     —Tess, ¿nos disculpas un momento? Necesito tener una pequeña charla en
privado con la señora Smith.
     Tess asintió, pero le lanzó al ama de llaves una mirada jactanciosa cuando pasó
por delante de ella, y Ben tuvo que reprimir una sonrisa.
     —Será sólo unos minutos —le dijo a Tess antes de entrar tras la señora Smith y
cerrar la puerta.
    Una vez a solas en su despacho se sentó tras su escritorio y alzó la vista hacia el
ama de llaves.
      —Siéntese —le dijo.
      —Prefiero quedarme de pie.
      —Mildred… por favor.
      La señora Smith por fin dio su brazo a torcer y tomó asiento en la silla que había
frente a su mesa.



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      —Sé que desconfía de Tess, pero querría que dejase de entrometerse.
       —Sólo quiero lo mejor para usted, señorito —le dijo la mujer, como si eso
justificara su comportamiento.
      —En cualquier caso quiero que ponga fin a esto. Ni siquiera conoce a Tess.
      —Ni usted tampoco.
      —Cierto, pero ese «niño bastardo» que lleva en su vientre es hijo mío.
      Avergonzada, la señora Smith bajó la vista a su regazo.
   —¿Acaso ha olvidado que mis padres no estaban casados cuando me tuvieron?
—apuntó Ben.
      —Lo siento, señorito Ben, me dejé llevar por la ira.
     —Mire, Mildred, para mí usted es casi de la familia, y le tengo muchísimo
aprecio, pero aunque entiendo que sólo quiere protegerme no es necesario, y querría
que dejara de tener estas riñas absurdas con Tess —le dijo él—. Sé que aún culpa a
Jeanette por lo que ocurrió.
      La señora Smith alzó la vista.
      —¿Y es eso peor que el que usted se culpe a sí mismo, señorito Ben?
      Ben dejó escapar un suspiro.
      —Supongo que la conclusión que los dos deberíamos sacar es que querer buscar
culpables no nos ha llevado a ninguna parte, ¿no cree? —le dijo—. Sé que Jeanette no
le caía bien, y no voy a negar que tenía sus defectos, pero… ¿quién no los tiene? A
pesar de sus faltas era mi esposa y yo la quería.
      —Sí, pero no sabe nada de esa joven —apuntó la señora Smith.
     —¿Qué ha hecho Tess para que le tenga esa manía? Creo que ha dejado
bastante claro que no quiere nada de mí.
      —Eso dice… por ahora.
      —En cualquier caso, como Tess me recordó, no concibió a ese bebé sola. Yo soy
tan responsable como ella —le dijo Ben—. Intenta hacerse la dura, pero estoy seguro
de que esto es tan difícil para ella como lo es para mí, y creo que si le da usted tiempo
al tiempo acabará cayéndole bien.
      La señora Smith permaneció callada.
      —¿Me promete entonces que dejará de entrometerse?
      La mujer asintió.
      —Quiero oírselo decir.
      El ama de llaves puso los ojos en blanco.
      —Le prometo que no me entrometeré más —masculló irritada.
      Ben esbozó una sonrisa maliciosa.
      —¿Lo ve?, no era tan difícil.

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      —¿Puedo irme ya?
      —Puede irse. Y por favor, cuando salga dígale a Tess que pase.
     La señora Smith se levantó, y cuando fue a salir Tess casi se cayó encima de
ella… como si hubiera estado con la oreja pegada a la puerta, intentando escuchar su
conversación.
    —Vaya. Lo… lo siento —balbució la joven azorada—. Es que estaba… um…
apoyada en la puerta.
     La señora Smith frunció los labios y salió del despacho moviendo la cabeza de
un lado a otro. Ben simplemente se cruzó de brazos y miró divertido a Tess.
     —No estaba escuchando, lo juro —le aseguró ella poniendo cara de no haber
roto un plato en su vida.
      —Las paredes y las puertas de esta casa están insonorizadas —le dijo él.
      Tess resopló.
      —Eso explica que no oyese nada —murmuró entre dientes.
      Ben enarcó una ceja.
     —De acuerdo, sí, estaba escuchando, pero es que esa mujer no me da un
respiro.
     —Lo he hablado con ella y me ha dado su palabra de que no volverá a
entrometerse.
      —Ya, seguro —contestó ella resoplando de nuevo—. Lo creeré cuando lo vea.
     —¿Qué tal tu primera noche aquí? ¿Has dormido bien? —inquirió él cambiando
de tema.
      —Como un bebé.
      —¿Y el desayuno estaba a tu gusto?
     —Estaba todo buenísimo, aunque la cocinera se pasó un poco. Parecía que fuera
a desayunar un regimiento entero.
     —Lo siento, eso ha sido culpa mía. Me preguntó qué querrías tomar y como no
estaba seguro le dije que te pusiera un poco de todo —respondió él—. Bueno, ¿lista
para ver el resto de la casa?
     —Hay algo que me gustaría que habláramos antes —le dijo Tess—. No puedo
aceptar esto —añadió tendiéndole la tarjeta de crédito—. Aprecio el gesto, de verdad,
pero es demasiado.
      —Venga, Tess, digo yo que te hará falta comprar alguna cosa. Quédatela.
      —No soy una pobretona; tengo dinero, ¿sabes?
     —Y no es que yo quiera quedar por encima, pero yo diría que tengo mucho más
dinero que tú. Además tengo una responsabilidad para con el bebé y para contigo.
      —No, para conmigo no. No necesito que nadie cuide de mí.


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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



     Ben puso los ojos en blanco. ¿Qué tenía que atraía como un imán a las mujeres
cabezotas a su vida? Tess era tan orgullosa que lo irritaba y lo admiraba a partes
iguales.
      —Y toma esto también —añadió ella dándole las llaves del coche—. También te
lo agradezco, pero me sentiría incómoda conduciendo un coche tan caro.
      Oh—oh…
      —Vaya, pues me temo que eso supone un pequeño problema.
      Tess entornó los ojos.
      —¿Por qué?
      —Porque tu coche… en fin, se lo han llevado.
      —¿A arreglar?
      —Em… no, simplemente se lo han llevado.
      —¿Adonde?
      Ben carraspeó.
      —Al cielo al que van los coches viejos.
      Tess lo miró con los ojos muy abiertos.
      —¿Qué?
     Obviamente estaba perdiendo la paciencia, y lo cierto era que Ben no podía
reprochárselo. A él tampoco le haría gracia que alguien le dijese que habían
mandado su coche al desguace. Claro que su coche no era una trampa mortal sobre
ruedas.
     —Hice que un mecánico le echase un vistazo, pero me dijo que costaría más
repararlo de lo que valía el coche en sí. Además, no era seguro.
      —Ben, me dijiste que me conseguirías un carburador nuevo.
    —Y es lo que he hecho; el Mercedes que hay en el garaje tiene un carburador
completamente nuevo.
     Para su sorpresa Tess no se puso hecha un basilisco, sino que resopló, y se
cruzó de brazos.
      —Muy gracioso.
      —Es una buena inversión, y además es un coche muy seguro —le dijo él—:
tiene airbags, GPS, y la caja de cambios es…
     —¿No te preocupa que vaya a ir por ahí conduciendo un coche que no es
automático? —lo interrumpió ella para fastidiarle—. O a lo mejor un día pillo un
atasco en algún sitio y tardo en volver. No sé, podría darte un ataque de ansiedad.
      —No… porque ya he pensado en eso —le respondió él. Abrió un cajón de su
escritorio y sacó de él un teléfono móvil—: También te he comprado esto.




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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



     —¡Oh, vaya!, ¡me has comprado un móvil! ¿No se te olvida nada? ¿No me
habrás comprado también un poni por casualidad?
      —¿Quieres un poni?
      Tess abrió la boca y lo miró entre incrédula e irritada.
     —¿Serías capaz de hacerlo, verdad? Serías capaz de comprarme un poni sólo
para fastidiarme. De hecho estoy segura de que serías capaz hasta de hacer que
construyeran un establo, y contratarías a un profesor de hípica.
      Sí, la verdad es que sí que sería capaz, se dijo Ben reprimiendo una sonrisilla.
     —Vamos, Tess, no seas así. Necesitas un coche y yo ya tengo uno. Si no utilizas
ese Mercedes no va a hacerlo nadie. Y estaría feo que dejases que gaste mi dinero
para nada.
      Tess resopló hastiada.
      —Está bien, me rindo. Me quedo con el coche —le dijo extendiendo la mano.
      Ben sonrió, le devolvió las llaves, y le dio también el teléfono móvil.
     Tess se metió ambas cosas en el bolsillo de los vaqueros, y Ben se fijó en que
parecía que le quedaban un poco estrechos. De hecho tenía la sospecha de que si
llevaba la blusa por fuera era para ocultar el hecho de que llevaba la cinturilla
desabrochada. Era obvio que necesitaba ropa nueva, y pronto tendría que empezar a
comprar también cosas para el bebé, pero con lo cabezota que era sería mejor intentar
convencerla otro día de que aceptara la tarjeta de crédito. Ya era toda una proeza que
hubiese accedido a quedarse con el coche.
      —Bien. ¿Estás lista ahora para ver el resto de la casa? —le preguntó.
      —Cuando quieras.
     Para cuando concluyó la visita al resto de la casa, Tess había llegado a la
conclusión de que Ben tenía demasiado dinero.
     La vivienda tenía nada menos que cuatro plantas contando con el sótano, ocho
dormitorios, seis cuartos de baño, las dependencias del servicio, la cocina, una
despensa con suficiente comida como para no tener que salir de la casa en un año…
     También había una biblioteca con estanterías que iban del suelo al techo, una
sala de proyecciones, y junto a ésta otra sala con toda una serie de sofisticadas
máquinas que Tess imaginó que tendrían que ver con el trabajo de Ben como
productor.
      Pero eso no era todo; luego estaba el gimnasio, equipado con aparatos que sin
duda debían de haberle costado una fortuna, y una sala de recreo, donde terminó la
visita. Allí tampoco faltaba un detalle: una diana para jugar a los dardos, un futbolín,
una mesa de billar…
     Sin embargo, aunque la visita le resultó interesante, lo que tenía
verdaderamente cautivada a Tess era su anfitrión. La fascinaban su manera de
caminar, sus ademanes, su forma de hablar… Daba la impresión de tener mucha
confianza en sí mismo, pero no era de esas personas que avasallaban a los demás.


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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



Probablemente ni siquiera fuese consciente de lo guapo que era, se dijo; o si lo era
desde luego parecía que le daba igual, cosa que lo hacía aún más atractivo.
     Además, a pesar de haber crecido rodeado de lujos y de que seguramente
habría estudiado en centros de lo más elitistas, no era un engreído, sino una persona
generosa y amable.
     Por las experiencias que había tenido, Tess era de la opinión de que con la
mayoría de los hombres la convivencia resultaba cuando menos difícil, pero con Ben
se sentía muy cómoda… dejando a un lado esos hábitos algo recalcitrantes que tenía,
como el de hacer y deshacer sin consultarle. Todavía no podía creerse que hubiese
mandado su coche al desguace y le hubiese comprado un Mercedes.
     Pero sí, dejando esos pequeños detalles aparte, se sentía a gusto con él. Tal vez
fuera porque era un hombre maduro. Y no maduro en el sentido de que fuera mayor
que ella. Había salido con hombres con los que se llevaba varios años pero en cambio
tenían una mentalidad equivalente a la de un adolescente. Siempre decían que
estaban preparados para pasar al siguiente nivel de la relación, y luego les entraba el
pánico cuando veían su cepillo de dientes al lado del suyo en el cuarto de baño.
    Para Ben, en cambio, era obvio que el vivir juntos bajo el mismo techo no le
suponía un problema. De hecho hasta el momento no lo había oído quejarse de nada.
     Si no se andaba con cuidado acabaría enamorándose de él sin siquiera darse
cuenta.
      —Bueno, ¿qué te parece la casa? —le preguntó Ben.
      —Es muy bonita —respondió ella—. Aunque por alguna razón no te imaginaba
viviendo en una casa tan enorme. No es que me parezca que tener una casa grande
sea algo pretencioso; es sólo que… no sé, no va con tu carácter.
      —En realidad la idea de comprar esta casa fue de mi esposa Jeanette. Había
crecido en un pequeño pueblo y soñaba con tener una gran casa para poder presumir
de todo lo que había conseguido —le explicó con una sonrisa triste—. Irónicamente,
no llegó a estrenarla. Cuando murió las reformas aún no estaban terminadas.
      —Eso explica que todo parezca tan nuevo —comentó Tess.
    —Sí, estuvo discutiendo cada detalle con el decorador durante meses. Estaba
muy orgullosa de cómo estaba quedando la casa.
     En los ojos de Ben se leía el cariño que había sentido por su difunta esposa, pero
había en ellos algo más. ¿Arrepentimiento quizá?
      —Debes de echarla mucho de menos.
     —Bueno, hay cosas que sí, y cosas que no —respondió él—. Ningún
matrimonio es perfecto —matizó ante la mirada curiosa que le dirigió Tess.
      ¿Significaba eso que habían tenido problemas en su matrimonio?, se preguntó
Tess. No podía negar que sentía curiosidad, pero no era una chismosa. Si Ben quería
hablarle de ello algún día, dejaría que lo hiciese por voluntad propia.




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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



     —Esto en cambio no parece nuevo —comentó acercándose a la mesa de billar y
pasando la mano por la gastada felpa verde.
     —No, he tenido esa mesa desde que era un chiquillo —respondió él,
siguiéndola con la mirada, esa mirada tan intensa que la hacía estremecerse por
dentro.
      —¿Y juegas mucho?
     —Sobre todo cuando no puedo dormir. Me ayuda a despejar la cabeza de
pensamientos —contestó él—. ¿Sabes jugar?
      —La verdad es que me va más el ping-pong, aunque tengo buenos recuerdos
de cierta mesa de billar.
      —¿De veras? —inquirió él.
     Por la sonrisilla maliciosa que se había dibujado en sus labios, Tess supo
exactamente lo que estaba pensando; lo mismo que pensaría cualquier hombre al oír
eso.
    —No te imagines cosas que no son —le dijo ella sin poder evitar sonreír
también—. Lo decía porque me dieron mi primer beso sentada sobre el borde de una
mesa de billar.
      —Vaya, eso suena muy romántico —la picó él.
    —Lo fue —asintió ella con un suspiro melancólico. Nunca olvidaría lo
emocionante que había sido ese primer beso—. Me lo dio el hermano mayor de una
amiga. Yo tenía quince años y él dieciocho.
      —Hmm… así que era mayor que tú… —murmuró Ben divertido, sentándose en
el borde de la mesa y cruzándose de brazos—. ¿Y cómo ocurrió?
      Tess se sentó junto a él.
      —Pues… mi amiga estaba arriba, ayudando a su madre con la cena, y yo estaba
en el sótano con su hermano Noah, viéndolo jugar al billar. Estábamos charlando, y
no recuerdo cómo en un momento dado me preguntó si tenía novio. Cuando le
respondí que no me dijo que no podía creerse que una chica tan bonita como yo no
estuviese saliendo con nadie. Luego quiso saber si me habían besado alguna vez, y
yo, claro, me puse roja como un tomate.
      —¿Y qué le dijiste?
      —La verdad; que nunca me habían besado.
      —¿Y él te tumbó sobre la mesa y te dio un beso apasionado?
      Tess se rió.
     —No, fue muy tierno. Yo estaba sentada en el borde de la mesa, con las piernas
abiertas, igual que tú, y él estaba delante de mí; así —le explicó levantándose y
poniéndose frente a él.
     Ben descruzó los brazos, apoyó las manos en la madera, y por un instante a
Tess le recordó a Noah. Los dos tenían el cabello castaño, el mismo aspecto de


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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



rebeldes sin causa, y en cierto modo incluso en la personalidad Ben le recordaba a
Noah. Igual que él podía ser muy tierno cuando quería, y otras veces era igual de
obstinado. Quizá por eso se sintiera tan atraída hacia él, porque le recordaba al
primer chico que le había gustado de verdad.
      —Bueno, ¿y qué pasó luego? —la instó Ben para que continuara.
      —Pues me tomó de las manos y me atrajo hacia él.
      —¿Así? —inquirió Ben tomándola de ambas manos y atrayéndola hacia sí.
      Cuando sus piernas rozaron las de él el corazón de Tess palpitó con fuerza ante
la inesperada proximidad.
      —Sí —murmuró.
      El recuerdo de lo nerviosa que se había sentido años atrás con Noah regresó a
su memoria con la fuerza de una ola. Recordó exactamente el cosquilleo que le había
recorrido la espalda, la suavidad y calidez de sus labios cuando habían rozado los de
ella, lo dulce que había sido el beso en un principio y lo extraño pero también
excitante que había sido cuando la lengua de Noah se había introducido en su boca…
Había sido un beso con un sabor prohibido, una mezcla de tabaco, coca-cola, y deseo.
      Los ojos de Ben escrutaron su rostro. Estaban tan cerca el uno del otro que Tess
podía sentir el calor de su cuerpo aun a través de la ropa, y luego sintió la caricia de
su aliento sobre sus labios cuando le preguntó:
      —¿Y que hizo después?
      Tess sabía que si se lo decía Ben la besaría. ¿Y quién sabía que pasaría entonces?
Ella ya no era la chica inocente de quince años que había sido, aquella chica a la que
el miedo la habría ayudado a echar el freno antes de que la situación escapara a su
control. Ella en cambio, había perdido aquel miedo hacía tiempo, y no estaba segura
de que fuese a ser capaz de parar, así que, a pesar de lo mucho que quería que Ben la
besase en ese momento, sabía que no debía dejar que lo hiciese.
     —Pues después de salir conmigo durante un par de semanas, dejó embarazada
a una chica del instituto, Tracy Fay Bejarski, y sus padres los obligaron a casarse.
      Ben captó la indirecta y cuando le soltó las manos Tess dio un paso atrás.
      —Vaya, no es una historia con un final muy feliz.
     —Yo me quedé hecha polvo —dijo ella—. Unos cuantos besos y ya estaba
convencida de que era el amor de mi vida. Claro que yo no estaba a gusto en casa,
con mi madre y mi padrastro, y supongo que por eso empecé a fantasear con que un
día nos escaparíamos juntos. Y lo cierto es que debería sentirme agradecida de que lo
nuestro no acabara en nada, porque luego me enteré de que se divorciaron después
del cuarto hijo, de que él está trabajando en una gasolinera por las noches, y de que
se pasa buena parte del día bebiendo en un bar.
      —Señorito Benjamín…
     Tess se volvió al oír la voz del ama de llaves, y al verla en el umbral de la puerta
se preguntó cuánto rato llevaría allí, y cuánto habría oído.


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Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado



        —El almuerzo está listo —dijo la mujer.
        —Gracias, Mildred. Subiremos enseguida —respondió Ben.
     La señora Smith los miró con cierta suspicacia, pero luego se dio media vuelta y
se marchó.
     —Yo creo que no voy a comer —le dijo Tess a Ben—. Todavía estoy algo llena
del desayuno. Iré a dar un paseo por los jardines.
        —Como quieras; le diré a la cocinera que te guarde algo por si luego cambias de
idea.
        —Gracias.
        Ben se levantó y se dirigió hacia la puerta, pero al llegar a ella se giró.
     —¿Sabes?, sobre lo que has dicho antes… yo también creo que fue una suerte
que no acabaras con el hermano de esa amiga tuya; te mereces algo mejor.
     Quizá tuviera razón, pensó Tess, pero con el paso del tiempo ella había
aprendido que cuanto menos esperase de la vida menos decepciones se llevaría.




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  • 1. Un problema inesperado Michelle Celmer 3º Serie Ricos y solitarios Un problema inesperado (27.12.2006) Título Original: The Millionaire’s Pregnant Mistress (2006) Serie: 3º Ricos y solitarios Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Deseo 1495 Género: Contemporáneo Protagonistas: Ben Adams y Tess MacDonald Argumento: Una noche le había cambiado la vida para siempre… Aquella sola noche de pasión le había afectado tanto, que Tess MacDonald había huido para escapar del irresistible desconocido que le había hecho el amor. Pero había cosas de las que nadie podía huir, por eso Tess decidió volver a decirle a aquel hombre que estaba a punto de ser padre… Tess no sabía qué esperar de Ben Adams, pero desde luego no imaginaba que el millonario le pidiera que se quedara en su increíble mansión hasta que naciera el bebé. Y mucho menos que desearía que aquella noche inolvidable durara toda la vida…
  • 2. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Capítulo Uno En sus veinticuatro años de vida Tess MacDonald había cometido unos cuantos errores, pero aquél superaba a los anteriores con creces. Tanto decirse que a ella no le pasaría como a su madre… para al final haber caído en lo mismo que ella. Quizá fuera su sino, o simplemente mala suerte. Levantó la vista hacia la fachada de mármol y granito del enorme caserón que se alzaba frente a ella, e inspiró profundamente antes de subir los escalones de la entrada. «Vamos; has venido hasta aquí. Ahora no puedes echarte atrás», se dijo obligándose a llamar al timbre. Sin embargo los segundos pasaron y estaba ya a punto de girarse sobre los talones y marcharse cuando la puerta se abrió. Había esperado que fuera una criada o un mayordomo quien le abriera, pero fue al propio Ben a quien se encontró ante ella. Tenía el mismo aire misterioso y fascinante que la noche en que se habían conocido en aquel bar. Había sentido una mirada fija en ella, y al alzar la vista sus ojos se habían encontrado. Entonces él se había levantado, había ido hasta la barra, donde ella estaba sentada, y sin decir una palabra le había tendido la mano en una muda invitación. Ella la había tomado y la había conducido a la pista de baile, donde la había atraído hacia sí, rodeándole la cintura con los brazos, había inclinado la cabeza, y la había besado. Claro que había besos… y besos. Aquel beso la había hecho sentirse como si fuesen dos piezas de un puzzle que encajasen a la perfección. Se le habían puesto las piernas temblorosas y hasta se había olvidado por un instante de respirar. En ese instante había sabido que pasaría la noche con él si se lo pidiera. Ni siquiera había sido una decisión consciente; algo en su interior le había dicho que aquello era casi algo predestinado a ocurrir. Y desde el principio había sabido que aquello sería sólo algo de una noche. Él se lo había dejado muy claro con el «no busco una relación» que había murmurado entre beso y beso en el ascensor, camino de su habitación. De hecho no había esperado volver a verlo. Ya juzgar por la expresión en su rostro, parecía que él tampoco. Sabía que debería decir algo, pero era como si sus labios se negasen a cooperar, y simplemente se quedó allí mirándolo como una tonta, preguntándose si sabría quién era; si la recordaría siquiera. Si la recordaba quizá estuviese preguntándose cómo había logrado averiguar dónde vivía. Nunca había leído la prensa del corazón, así que habían pasado varias semanas después de aquella noche antes de que se enterase por sus compañeras de trabajo de quién era. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 2-97
  • 3. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Ben Adams se cruzó de brazos, apoyó un hombro en el marco de la puerta, y la miró de arriba abajo. —Y yo que creía que te habían abducido los extra-terrestres… —murmuró finalmente con esa voz aterciopelada que la había cautivado aquella noche en el bar. Parecía que después de todo sí se acordaba de ella, aunque el tono que había empleado le hizo gracia. ¿No iría a fingir que estaba molesto por que se hubiese marchado cuando se había dormido? Quedarse a pasar la noche con él únicamente habría retrasado lo inevitable, que a la mañana siguiente la despidiese con la típica frasecita de «me ha encantado conocerte; espero que todo te vaya bien» que reservaban para esas ocasiones los hombres como él. —Tú mismo dijiste que no estabas interesado en iniciar una relación —le recordó. Ben entornó los ojos. —Y sigo sin estarlo. —Sólo he venido para que hablemos. ¿Puedo pasar? Él pareció vacilar un instante, pero luego se hizo a un lado y sostuvo la puerta para que entrara. Las suelas de goma de los zapatos de Tess chirriaron cuando pisó el suelo de mármol del amplio vestíbulo, y su visión tardó un momento en hacerse a la penumbra que reinaba en el interior de la vivienda. El ruido de la puerta al cerrarse tras ella resonó en la sala, haciéndole dar un respingo, y cuando se giró vio a Ben allí de pie, los brazos cruzados de nuevo y su rostro oculto en sombras. El aire que tenía de héroe romántico del siglo XIX era en parte lo que la había atraído aquella noche. Sabía que los hombres callados y misteriosos sólo traían problemas, pero no había podido resistirse. Además, en el bar se había mostrado reservado y algo brusco, pero bajo las sábanas había resultado ser el hombre más excitante, atento, e imaginativo que Tess había conocido jamás. La había hecho sentirse tan viva… Lo que Ben no sabía era que le había hecho un regalo aquella noche, algo que siempre había ansiado. Por primera vez su vida tenía un propósito y ya nunca más estaría sola. El momento no podía haber sido peor y por supuesto estaba un poco asustada porque aquello lo cambiaría todo, pero se sentía feliz. En un primer momento había considerado la posibilidad de no decirle nada. Al fin y al cabo sería difícil que se enterase porque los círculos en que se movían eran muy distintos. Además, después de enterarse de la tragedia que había sufrido el año anterior había pensado que sería mejor ocultárselo, pero finalmente se había rendido a la evidencia de que no podía hacer frente a aquello ella sola. Necesitaba su ayuda, y puesto que no había una forma suave de darle la noticia decidió que lo mejor sería no andarse con rodeos. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 3-97
  • 4. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Inspiró profundamente, alzó la barbilla, y le dijo: —Creía que deberías saber que estoy embarazada y que tú eres el padre. Aquellas palabras dejaron a Ben sin aliento, como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago. Durante meses había considerado volver a aquel bar con la esperanza de encontrarla de nuevo allí porque esa noche con ella había hecho que algo cambiase dentro de él. Se había sentido vivo de nuevo. Aquello sin embargo no se lo había esperado. Esa noche ella había actuado como si no supiera quién era, pero en ese momento Ben tuvo la impresión de que le había tendido una trampa y había caído en ella. ¿Cómo podía haber sido tan idiota? Lo cierto era que sabía muy bien cuál era la razón por la cual se había dejado engañar tan fácilmente. Había sido la primera mujer con la que había sentido que había conectado después del fatídico accidente; la única que le había hecho olvidar el dolor durante unas horas. Hasta ese momento había estado convencido de que su capacidad de sentir había muerto con su esposa y su hijo, pero esa noche le había hecho pensar que quizá no fuera así. ¡Y pensar que aquella joven le había parecido dulce e inocente…! ¡Qué ironía! No debería haber salido esa noche, pero la idea de pasar las Navidades solo lo había empujado a reservar una habitación en aquel hotel. Debería haberse imaginado lo que aquella chica había estado tramando cuando se despertó a la mañana siguiente y ella ya no estaba. Se preguntó a cuántos hombres más habría engatusado en aquel bar, a cuántos más habría utilizado, y por qué lo habría escogido a él. ¿Porque era vulnerable… o quizá por su dinero? —No me dijiste que trabajabas en el hotel —le dijo. La verdad era que apenas le había contado nada acerca de ella, aunque tampoco él le había preguntado. Esa noche no había buscado conversación, sino sólo un cuerpo cálido y suave que lo ayudara a olvidarse de todo por unas horas. Había sido para él algo así como un regalo de Navidad que se había hecho a sí mismo, pero no había esperado encontrarse de pronto deseando algo más que una noche de pasión… del mismo modo que no había esperado encontrarse solo al despertar. —Bueno, no pasamos juntos tanto tiempo como para conocernos a ese nivel — le contestó ella alzando la barbilla. —Pues yo diría que nos conocimos a un nivel muy… íntimo. Las mejillas de la joven se sonrojaron ligeramente, y Ben se dijo que le habría parecido encantador si no estuviese seguro de que ese azoramiento era fingido. —Quizá no lo recuerdes, pero usamos preservativos —le dijo, esperando que le contestase algo tan creativo como que alguno debía de haberse roto. —Créeme, a mí esto me ha sorprendido tanto como a ti, y desde luego no es algo que hubiese planeado. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 4-97
  • 5. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —Está bien; digamos que ese niño de verdad fuera mío —concedió Ben—. ¿Qué quieres de mí? Como si no lo supiera. Probablemente tendría una larga lista de exigencias. ¿Esperaría que se casase con ella, para convertirse en la señora Adams y vivir en una gran casa?, ¿o quizá querría que la ayudase a convertirse en actriz? No sería la primera. La joven bajó la vista al suelo, con un aire de humildad que lo dejó pasmado. Desde luego se merecía un Osear. —Necesito que me ayudes. Creía que podría con esto yo sola, pero entre los gastos médicos y todas las cosas que el bebé necesitará… Justo lo que había imaginado. —Quiero una prueba de paternidad —la interrumpió—. Antes de darte un solo centavo necesito saber si ese bebé de verdad es mío. Tess asintió, aliviada de que no fuera a hacerle suplicar. —Lo suponía, así que ya he hablado con mi ginecóloga de ello. Me ha dicho que puede hacerla la semana que viene, cuando vaya a hacerme la primera ecografía. —Bien. Entonces te pondré en contacto con mi abogado. —Si quieres puedes venir —le dijo Tess, pensando que ofrecerle la posibilidad era lo menos que podía hacer. Al fin y al cabo el bebé era tan suyo como de ella. Quizá incluso pudieran ser amigos, y que él fuese a ver al niño de vez en cuando. —¿Ir adonde? —inquirió él. —Pues a mi cita con la ginecóloga… ya sabes, para ver al bebé en la ecografía. El rostro de él se ensombreció de repente, y antes de que Tess pudiera reaccionar, dio un paso hacia ella con los ojos relampagueándole de ira. —Vamos a dejar algo claro —le dijo—. Si de verdad ese niño es mío me ocuparé de que no le falte de nada, pero no voy a formar parte de su vida. Tess dio un paso atrás y su espalda dio contra la puerta al tiempo que él daba otro paso hacia ella, acorralándola. Si estaba tratando de intimidarla estaba funcionando. Y era obvio que él lo sabía. —¿Por qué estás tan nerviosa? —le preguntó apoyando las manos en la madera, a ambos lados de su cabeza—. Aquella noche no pareció que mi proximidad te incomodara en la cama… de hecho me dio la impresión de que disfrutaste bastante. Tess alzó la barbilla y lo miró irritada, decidida a no dejarse acobardar. Aun así no pudo evitar admirarse de lo atractivas que eran sus facciones al tener su rostro tan cerca. Claro que no podría haber sido de otro modo siendo como eran sus padres dos actores guapísimos. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 5-97
  • 6. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Y para colmo también tenía un físico increíble y olía de maravilla. No había olvidado el olor de su colonia, ni ese calor tan masculino que parecía irradiar. Dios, ¿estaba excitándose con esas tonterías del prototipo de hombre que exudaba virilidad por los cuatro costados? Debía de ser culpa del embarazo, que tenía revolucionadas a sus hormonas. Después de aquella noche se había jurado a sí misma que nunca volvería a dejarse seducir por ningún otro hombre como él en lo que le quedara de vida. Se buscaría a un hombre tranquilo y aburrido, nada de tipos misteriosos y excitantes. —Debes de tener un concepto muy elevado de ti mismo si crees que quiero tener una relación contigo —le espetó clavándole repetidamente el índice en el pecho—. Échame la culpa si eso te hace sentir mejor, pero esto es tanto responsabilidad tuya como mía. No he concebido yo sola a este bebé, y si no recuerdo mal, yo diría que tú también disfrutaste bastante. Por no mencionar que fuiste tú quien se puso los preservativos. ¿Cómo sé que no rompiste alguno a propósito? A lo mejor es que eres un tipo retorcido al que le produce placer ir dejando embarazadas a las mujeres con las que se acuesta. Tal vez incluso tienes un montón de hijos ilegítimos por ahí. La expresión irritada de él se transformó de pronto, como si sus palabras lo hubiesen… herido. ¿Sería posible que después de todo tuviese sentimientos?, se preguntó Tess. Ben dejó caer las manos y dio un paso atrás con gesto sombrío. Parecía tan triste que Tess sintió una punzada de culpabilidad por haber sido tan brusca. —Será mejor que te quites la chaqueta y te pongas cómoda —le dijo—. Tenemos mucho de qué hablar. Ben se sentó a su mesa y rasgó con un abrecartas el sobre que su abogado le había mandado a través de un servicio de mensajería. Con expresión seria leyó los resultados de la prueba de paternidad que Tess se había hecho la semana anterior. Las heridas que habían comenzado a cicatrizar en su alma tras la muerte de su esposa y su hijo volvieron a abrirse en ese momento, y el dolor le revolvió las entrañas. La joven había dicho la verdad; el bebé era suyo. Si hubiera convencido a Jeanette para que no hiciera aquel viaje a Tahoe su hijo y ella aún seguirían con vida. Incluso el médico le había dicho que en su avanzado estado de gestación no debía volar, y él debería haber insistido para que cancelara ese viaje, pero cuando a Jeanette se le metía algo en la cabeza era difícil sacárselo. Nunca se perdonaría aquello, pero precisamente por eso se ocuparía de que a aquel bebé no le faltase de nada. Lo haría por ese hijo que no había llegado a nacer. —Por la expresión de su rostro imagino que no son los resultados que esperaba. Ben alzó la vista y se encontró con Mildred Smith, su ama de llaves, observándolo de pie desde la puerta de su despacho. Habría despedido a cualquier otro empleado por entrometerse de esa manera en sus asuntos, pero la señora Smith llevaba trabajando para su familia desde que él había nacido. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 6-97
  • 7. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Por eso la había contratado cuando sus padres se habían ido a vivir a Europa tres años atrás. La señora Smith había estado a su lado durante los terribles meses después del accidente de avión que había quitado la vida a su esposa Jeanette y a su hijo, y para él era parte de la familia. De hecho había sido para él como una madre, sobre todo teniendo en cuenta lo poco que se había preocupado su madre de él. —Sí, el niño es mío —le dijo. —¿Y qué piensa hacer ahora? —inquirió ella. Lo único que podía hacer. —Me aseguraré de que al bebé y a ella no les falte de nada. Haré que se venga a vivir aquí hasta que nazca el niño. —Pero si no sabe nada de esa chica, señorito Ben —le dijo la señora Smith en tono de reproche. —Precisamente por eso, porque no la conozco, quiero vigilarla de cerca. Es mi hijo al que lleva en su vientre. Lo que no comprendía, lo que no tenía para él sentido alguno, era por qué Tess había esperado tanto tiempo para decírselo. Según la fecha en la que salía de cuentas estaba embarazada de dieciséis semanas. Debería haberlo sabido con seguridad hacía ya al menos un par de meses. Tomó el papel donde la joven le había anotado su número de teléfono. Llevaba días allí, sobre su escritorio, y no lo había pasado aún a su listín de teléfonos porque hasta ese momento había conservado la esperanza de que aquello fuese sólo un error. Desde ese día en que había ido a verlo toda comunicación entre ellos se había hecho a través de su abogado, pero había llegado el momento de exponerle sus condiciones y tendría que hacerlo cara a cara. —¿Y si no quiere venirse a vivir aquí? —le preguntó la señora Smith. Ben se quedó mirándola con las cejas enarcadas, como dándole a entender que no le parecía que eso fuese a ser un problema. —¿De verdad crees que una chica como ésa, con un trabajo de doncella en un hotel, va a rechazar la oportunidad de vivir rodeada de toda clase de lujos? Conozco a las mujeres de su clase; aceptará lo que le proponga sin pensárselo dos veces. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 7-97
  • 8. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Capítulo Dos —¡Ni hablar! No voy a venirme a vivir contigo. Si Ben creía que iba a poder darle órdenes como si fuese su ama de llaves estaba muy equivocado. —Tengo un apartamento —le dijo—. No necesito ni quiero vivir aquí contigo. —Tampoco yo quería ni necesitaba tener un hijo —replicó él. —Y te recuerdo que yo no me he quedado embarazada por obra del Espíritu Santo —le recordó ella—. Además, ¿qué tiene que ver eso con lo que estamos discutiendo? —El barrio en el que vives es muy inseguro. —¿Y qué quieres? no puedo pagarme nada mejor —le espetó ella ofendida. No todo el mundo tenía la suerte de haberse criado entre algodones como él. Tess estaba segura de que Ben no tenía ni idea de lo que era tener que matarse a trabajar para ganarse la vida, ni sobrevivir a base de espaguetis en lata hasta recibir la siguiente paga. —Si tanto te preocupa dónde viva, podemos llegar a un acuerdo —le propuso— . Si tú me ayudas económicamente yo buscaré un apartamento en otro barrio que te parezca más seguro y todos contentos. —No, tienes que venirte a vivir aquí. —Pero es que yo ya te he dicho que no quiero vivir aquí —le insistió ella irritada. —¿Necesitas que envíe a alguien para que te ayude a empacar? —le preguntó Ben, ignorándola por completo. Tess se consideraba una persona paciente, pero Ben estaba empezando a enfadarla de verdad. —¿Estás sordo? Te he dicho que no voy a venirme a vivir aquí. Ben siguió hablando como si en efecto no la hubiese oído. —También he estado pensando que lo mejor sería que dejaras tu trabajo. Siendo como eres doncella en un hotel tendrás que trabajar con productos de la limpieza que podrían ser malos para tu embarazo, e imagino que también tendrás que agacharte para hacer las camas y cosas así. Parecía que alguien tenía cierto afán de controlarlo todo, pensó Tess. ¿De verdad pensaba que iba a abandonar su trabajo y a depender completamente de él? Se había independizado a los dieciséis años y si había sido capaz de cuidar de sí misma durante todo ese tiempo también sería capaz de cuidar de su bebé. Lo único que necesitaba era una pequeña ayuda económica. Con unos doscientos dólares al mes bastaría para cubrir los gastos extras que tendría con el embarazo. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 8-97
  • 9. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Posó la vista en la licorera de cristal que había sobre su mesa, llena de un líquido ambarino que parecía brandy, y una alarma se disparó en su cabeza. Había oído rumorear a los otros empleados del hotel que tras la muerte de su esposa se había recluido en la casa y que se había convertido en un alcohólico. Lo de que se había vuelto un ermitaño se lo creía; lo de su dependencia del alcohol… en fin, esperaba que no fuera verdad. —No pienso dejar mi trabajo. Si quieres que te mande semanalmente un informe de mi médico para que te quedes más tranquilo lo haré, pero nada más. —Eso me recuerda que me he tomado la libertad de escoger a un ginecólogo al que me gustaría que vieras. Es el mejor en su especialidad. ¿También quería escoger un médico por ella? Sólo faltaba que le dijera cómo tenía que vestirse y qué tenía que comer. —Ya tengo un ginecólogo que paga mi seguro y estoy contenta con él, gracias. —El dinero no es problema. —Para mí sí lo es porque soy yo quien lo está pagando. Ben se cruzó de brazos y se echó hacia atrás en el asiento. Su rostro estaba parcialmente oculto en sombras, pero Tess estaba segura de que si pudiera verlo su expresión sería de enfado. Estaba tan oscuro allí dentro… —¿Qué eres, un vampiro? ¿No podríamos descorrer un poco las cortinas?, ¿o encender una luz? Ben descruzó los brazos, se inclinó hacia delante, encendió la lamparita que había sobre su escritorio, y sí, parecía enfadado. —Estás decidida a hacer esto más difícil de lo que ya es, ¿verdad? —le preguntó. ¿Estaba de guasa o qué? —¿Que yo…? Perdona, pero no es a ti a quien le va a cambiar la vida drásticamente. No tendrás náuseas por las mañanas, ni ganarás peso, ni te saldrán estrías —le dijo—. Por no hablar de las hemorroides, de la acidez de estómago, y de los dolores del parto. El día que los hombres podáis pasar por todo eso en nuestro lugar te dejaré que me impongas todas las condiciones que quieras, pero hasta entonces estamos hablando de mi cuerpo y de mi bebé, así que iré al médico que yo elija y viviré donde me dé la gana. ¿Estamos? —Si no estás dispuesta a cooperar podría demandarte para quitarte la custodia, y creo que no hace falta que te diga que con el dinero que tengo puedo permitirme a los mejores abogados. A ese juego podían jugar dos, se dijo Tess. —Para tu información no me pillas desprevenida: tengo el número de media docena de abogados que estarían dispuestos a defenderme sin cobrarme nada, y también son de los mejores. Ben la miró divertido. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 9-97
  • 10. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —¿Estás segura de que querrías pasar por eso? Si aceptas mis condiciones, no sólo te cederé la custodia del niño, sino que te ayudaré económicamente para que puedas vivir con toda clase de lujos durante el resto de tu vida. Tess inspiró profundamente. —Me parece que no estás entendiéndome. No quiero vivir rodeada de lujos; lo único que quiero es un poco de ayuda; un poco. ¿Lo captas? El se quedó mirándola y sus labios se arquearon en una sonrisa burlona. —No veo qué es lo que te hace tanta gracia —le dijo Tess irritada, poniendo los brazos en jarras. Ben se echó hacia atrás. —Nada, es sólo que estaba pensando en la noche que pasamos juntos en el hotel. Estupendo. ¿Iba a imponerle también como condición practicar sexo con ella? —Ahora ya sé por qué me gustaste. Tess frunció el entrecejo y sacudió la cabeza. —Eres la persona más cabezota y egocéntrica que he conocido en mi vida, y sinceramente cada vez estoy más confundida. La sonrisa de Ben adquirió un matiz travieso. Tess nunca hubiera imaginado que un hombre que parecía tan serio pudiera resultar tan… adorable. ¿Adorable?, ¿en qué diablos estaba pensando? No era adorable; era odioso. —¿Sabes qué? Olvida que he venido; no necesito que me ayudes. Francamente no me merece la pena. El bebé y yo nos las arreglaremos sin ti. Se dio la vuelta y se dirigía ya a la puerta cuando lo oyó llamarla. —Tess, espera. Se giró de nuevo a regañadientes. —Estoy seguro de que debe haber algún modo de hacer que esto funcione. —Pues a menos que estés dispuesto a ser razonable no veo cómo. —Al menos puedo intentarlo —le dijo él—. Siéntate. Por favor —añadió señalando con un ademán la silla frente a su escritorio. Tess se sentó, pero sólo porque había dicho «por favor». —Dime cuáles serían tus condiciones e intentaremos llegar a un acuerdo —le dijo Ben. —¿Hablas en serio? —Por supuesto. —Está bien. Pues… antes de nada me gustaría conocer el motivo de este repentino cambio en tu conducta; por qué hace cinco minutos estabas comportándote como un ogro y ahora quieres que dialoguemos. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 10-97
  • 11. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Ben no se mostró ofendido por sus palabras; todo lo contrario; de hecho incluso sonrió. —Porque hace cinco minutos creía saber qué clase de persona eres. —¿Y ahora? —Ahora me doy cuenta de que te había juzgado mal. Tess rezó en silencio, como hacía cada mañana cuando subía con su viejo coche la empinada carretera que llevaba al aparcamiento de los empleados, detrás del hotel. Se le había calado dos veces de camino allí, y le había costado varios intentos ponerlo de nuevo en marcha, granjeándose unos cuantos bocinazos impacientes de los conductores que iban detrás. El carburador funcionaba fatal, pero aún tendrían que pasar tres o cuatro meses antes de que tuviese ahorrado el dinero suficiente para cambiarlo. Y eso si lo hacía ella misma, porque en un taller le cobrarían mucho más. El mes anterior se había gastado todos sus ahorros en gasolina y en unos neumáticos nuevos y no podía permitírselo. Además lo malo de vivir en una ciudad que se nutría del turismo era lo caro que resultaba todo. Tal vez si ese domingo no compraba las verduras que había pensado comprar pudiese ahorrar algo, pero el médico le había dicho que estaba un poco preocupado porque no estaba ganando suficiente peso. Lo cierto era que se había pasado los últimos días pensando en la oferta de Ben. Al menos se había dado cuenta de que le estaba diciendo la verdad, que no estaba detrás de su dinero, pero no comprendía esa exigencia suya de que tenía que vivir con él durante el embarazo. Aunque Ben había hecho bastantes concesiones seguía insistiendo en que dejara su trabajo. En su adolescencia Tess había hecho de canguro, había repartido periódicos, había trabajado como reponedora en varios supermercados… cualquier cosa con tal de ganarse unos dólares para poder ahorrar y marcharse del infierno que había sido para ella la casa de su padrastro. Si dejaba de trabajar, ¿qué haría cuando diese a luz y tuviese que volver a arreglárselas por su cuenta? Bastante incómoda se sentía ya con la idea de aceptar dinero de Ben como para depender por completo de él. La idea la asustaba. ¿Y si dejaba su trabajo y de pronto un día descubría que era un loco o un depravado? ¿Y quién querría contratar a una embarazada? Le había pedido que le diera unos días para pensarlo, pero todavía no estaba segura de qué hacer. Por fin había llegado al aparcamiento. Estacionó su vehículo, y al ver en su reloj de pulsera la hora que era maldijo entre dientes. Diez minutos tarde. Se bajó del coche y se dirigió a toda prisa a la entrada trasera del hotel. Olivia Montgomery, la gerente, era una auténtica tirana. No toleraba la impuntualidad, y Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 11-97
  • 12. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Tess, por culpa del caprichoso carburador de su vehículo, era la tercera vez que llegaba tarde en dos semanas. Entró en el edificio, e iba camino de los vestuarios del personal, tras las cocinas, cuando al torcer una esquina se encontró al supervisor del turno de mañana esperándola de pie junto a su taquilla y con los brazos cruzados. —Siento llegar tarde —se excusó Tess—. He tenido problemas con el coche. El supervisor la miró con una expresión más agria que de costumbre. Tess estaba empezando a convencerse de que aquel tipo desayunaba vinagre en vez de café. —Eso díselo a la señora Montgomery; te espera en su despacho. Genial; una reprimenda de su jefa. El día no podía haber empezado mejor. Se quitó la chaqueta y el bolso y después de meterlos en su taquilla se dirigió a la oficina de la gerente. En la antesala su secretaria la saludó con una sonrisa comprensiva. —Pasa —le dijo— está esperándote. Cuando Tess entró su jefa estaba hablando por teléfono pero le hizo un gesto para que se sentara en la silla frente a su escritorio. Tess había aprendido que lo mejor en esas situaciones era guardarse el orgullo en un bolsillo y responsabilizarse de sus actos, así que cuando la gerente colgó el teléfono y se volvió hacia ella le dijo: —Siento muchísimo llegar tarde. Sé que es inadmisible, pero le doy mi palabra de que no volverá a ocurrir. Su jefa entrelazó las manos calmadamente sobre la mesa. —Es la tercera vez en dos semanas, Tess. —Lo sé, y lo siento. —Muy bien. En ese caso para compensar harás unos cuantos turnos extra esta semana —le dijo en un tono condescendiente de «yo soy Dios y tú sólo una empleada»—. Tenemos a varias personas de baja por la gripe. Tess había trabajado cincuenta horas la semana anterior y de pasar tanto tiempo de pie le dolía la espalda y tenía hinchados los tobillos. Además últimamente, por muchas horas que durmiese, siempre se sentía cansada. Debía de ser por el embarazo. Sin embargo también sabía que si se negaba a hacer esas horas extra le estaría dando a la señora Montgomery un motivo para despedirla. La gerente sabía que estaba embarazada y que al cabo de unos meses tendría que darle la baja por maternidad. De hecho era obvio que había estado buscando un motivo para deshacerse de ella. El temor a que lo hiciera era lo que había llevado a Tess, pese a que detestaba aquel empleo y a lo poco que pagaban, a matarse a trabajar desde el momento en que Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 12-97
  • 13. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado había descubierto que estaba embarazada. No podía permitirse que la despidieran antes de que se cumpliera el tiempo necesario para que pudiera tomarse la baja y le guardaran el puesto. Además, ¿acaso no se merecía un descanso?, ¿no se lo había ganado? Pensó en la enorme casa de Ben y en cómo sería vivir allí, no tener que levantarse a las cinco de la mañana para ir a trabajar, poder quedarse levantada hasta tarde viendo una película y comiendo palomitas, poder dormir hasta mediodía… relajarse y disfrutar de su embarazo. —¿Y bien? —le preguntó la señora Montgomery en un tono impaciente. —No —le respondió Tess—; me temo que no puedo hacer eso. Su jefa entornó los ojos. —Y yo me temo que no tienes elección. Se equivocaba. Por primera vez en su vida Tess podía elegir. En el fondo la cuestión era que debía hacer lo que fuera mejor para el bebé. Si aceptaba la oferta de Ben a su hijo nunca le faltaría de nada. Podría ir a buenos colegios, estudiar en la universidad… podría tener todas las oportunidades que ella no había tenido. No estaba completamente segura de poder confiar en Ben, pero estaba harta de trabajar como una mula de carga por un sueldo miserable. Quizá debiera darle a Ben una oportunidad, igual que él había hecho con ella. Le dirigió una sonrisa a su jefa con la convicción de que estaba haciendo lo correcto y le dijo: —Sí que la tengo, señora Montgomery. Y elijo dejar este empleo. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 13-97
  • 14. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Capítulo Tres —Señorito Benjamín, siento interrumpirlo, pero hay una persona que quiere verlo. Ben alzó la vista de la pantalla del ordenador y se encontró a la señora Smith de pie ante la puerta abierta de su despacho. Se hizo a un lado y entró Tess. Sus mejillas estaban sonrosadas por el frío, y el suéter de angora que llevaba puesto dejaba entrever su embarazo. Ben se puso de pie. —Has vuelto —le dijo. La joven asintió y esbozó una sonrisa vacilante. —He vuelto. La señora Smith cruzó con Ben una mirada de reproche antes de salir y cerrar la puerta, una mirada que decía que todo aquello era un error. —Imagino que tu visita de hoy significa que has tomado una decisión —le dijo a Tess. Ella asintió. —Sí, he dejado mi trabajo esta mañana, mis maletas están abajo… y en fin, aquí estoy para quedarme hasta que salga de cuentas. El oír aquellas palabras hizo que a Ben lo invadiera un profundo alivio. Al fin las cosas estaban bajo control y podría velar por la seguridad del bebé y la de ella. —Con tu permiso voy a sentarme —le dijo ella señalando la silla frente a su escritorio—. Se me ha quedado el coche parado a medio kilómetro de aquí y he tenido que hacer el resto del trayecto a pie tirando de las maletas. —Vaya, qué faena. Tess se encogió de hombros. —El carburador estaba en fase terminal. ¿Podrías prestarme dinero para cambiarlo por uno nuevo? Te lo devolveré en cuanto pueda. —No te preocupes; yo me haré cargo. Podría haberlo preocupado que fuese un ardid para sacarle dinero, pero en los últimos días había averiguado lo suficiente sobre ella como para convencerse de lo contrario. Había contratado a un detective privado para que la investigara, y éste no había encontrado ningún antecedente delictivo en su pasado ni nada que indicase que estaba intentando engañarlo. De hecho había resultado que Tess era exactamente lo que aparentaba ser: una mujer trabajadora que hacía lo que podía para salir adelante. Era evidente que no había mentido cuando le había dicho que sólo necesitaba de él una pequeña ayuda económica. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 14-97
  • 15. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —Bueno, ¿y cuáles van a ser las reglas del juego? —le preguntó Tess. —Las mismas que acordamos el otro día —respondió él—. Te quedarás aquí hasta que nazca el niño, y luego os compraré un apartamento y te asignaré una pensión. Los ojos ambarinos de Tess escrutaron su rostro, como si la joven estuviera intentando adivinar qué pensamientos estaban pasando por su cabeza en ese momento. La noche en que se conocieron le parecieron a Ben unos ojos inusuales por su color, y lo había fascinado el brillo de curiosidad que relumbraba en ellos. De hecho había estado observándola durante un buen rato antes de acercarse a ella, atraído por su belleza singular, por sus cálidas y sinceras sonrisas mientras charlaba con el camarero. Luego, cuando se había vuelto y sus ojos se habían encontrado fue como si saltasen chispas entre ellos; chispas capaces de derretir un iceberg entero. —Parece demasiado bonito para ser cierto —dijo Tess. —¿Qué quieres decir? —Bueno, no es que piense que eres una mala persona, pero… —Pero no te fías de mí —adivinó él. Tess se encogió de hombros incómoda—. No pasa nada; no me has ofendido. Si yo estuviera en tu lugar me pasaría lo mismo. —Vaya, pues es un alivio, porque como te digo pareces un tipo decente… un poco controlador, quizá, pero en fin… —añadió con una media sonrisa—. El caso es que necesito cubrirme las espaldas porque arriesgo mucho aceptando venirme a vivir aquí sin saber nada de ti. Ben asintió. —Lo entiendo, y ya he hablado con mi abogado para que redacte un contrato. Tess entornó los ojos. —¿Y se supone que tengo que fiarme de ese abogado? —Bueno, eres libre de llevarle los papeles al que tú consideres oportuno antes de firmar nada. Y por supuesto yo correré con los gastos. —Eso parece justo. —Y hablando de contratos, mi abogado me ha insistido en la conveniencia de incluir una cláusula de confidencialidad. —¿De confidencialidad? —repitió ella perpleja—. ¿Crees que voy a dar exclusivas a la prensa o algo así? —La finalidad de esa cláusula es protegeros tanto a ti y al bebé como a mí. Fue espantoso ver cómo los medios explotaron la muerte de mi esposa. Meses después de que falleciera siguieron haciendo de mi vida un infierno. Incluso se escribió una biografía no autorizada de su vida e hicieron una película para la televisión. Y por supuesto no sólo no la retrataban de un modo precisamente halagüeño, sino que además faltaban a la verdad. Créeme cuando te digo que no te gustaría pasar por eso. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 15-97
  • 16. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Tess se quedó callada un momento. —Cuando descubrí por mis compañeras de trabajo quién eras fui a la biblioteca de la ciudad y estuve indagando un poco. —¿Sobre qué? —Estuve buscando artículos sobre ti en periódicos y revistas viejas, y también estuve mirando en Internet. En otras circunstancias Ben se habría sentido indignado, pero no podía culparla cuando él había hecho lo mismo. —¿Y qué conclusiones sacaste? —Me quedé espantada con lo que esa gente de la prensa puede llegar a hacer, justo como tú has dicho, así que entiendo tu preocupación. —Ahora las cosas se han calmado un poco y me gustaría que siguieran como están —le dijo Ben—. Cuantas menos personas estén al corriente de esto, mejor — añadió. No quería alarmarla, pero creía que era justo ponerla sobre aviso respecto adonde se estaba metiendo—. No quiero decir que tengas que dejar de ver a tus amistades, sólo que… —No tengo amigos —lo interrumpió ella. Esbozó una sonrisa y añadió—: No tienes que sentir lástima de mí; no lo he dicho por eso. Lo que pasa es que llevo poco tiempo viviendo aquí así que no he tenido la posibilidad de hacer muchas amistades aún. Pero tampoco tienes que preocuparte por eso; tendré cuidado. —Bien, entonces supongo que eso es todo —dijo Ben. —Em… todo no —replicó ella—. Hay un par de cosas más que me gustaría que hablásemos. —Está bien. —Bueno, pues… la verdad es que no sé cómo decirte esto. No voy a vivir con un alcohólico, así que quiero que dejes la bebida. Aquello era lo último que Ben había esperado que le dijese. ¿Acaso le había dado la impresión de que tenía problemas con el alcohol? ¿Habría leído quizá en algún periódico que se había dado a la bebida tras la muerte de su esposa? Habían escrito tantas mentiras sobre él que llegado un punto había decidido ignorar por completo a aquella gentuza. Abrió la boca para negar que fuera alcohólico, pero cayó de pronto en la cuenta de que eso exactamente sería lo que haría alguien que tuviera problemas con la bebida. —¿Y si me niego? —le preguntó para ver cuál sería su reacción. —Entonces no hay trato. Bueno, dado que no era alcohólico no supondría un sacrificio para él. —De acuerdo; no volveré a tomar ninguna bebida con alcohol —le dijo. Tess lo miró con desconfianza. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 16-97
  • 17. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —¿Así de fácil? —Así de fácil —repitió él. De vez en cuando le gustaba tomar un trago, pero no era algo sin lo que no pudiera pasar. Tess entornó los ojos, como si siguiera sin estar segura de que podía confiar en él a ese respecto. —¿Lo incluirás en el contrato? —Hecho. ¿Alguna cosa más? Tess asintió. —Cuando nazca el bebé querría que me prestaras dinero para volver a estudiar. Me gustaría ir a la universidad para poder encontrar un empleo mejor. —Con la asignación mensual que te daré no te hará falta estudiar. —Supongo que en tu círculo social a las mujeres les gustará sentarse a tomar bombones y embadurnarse de cremas antiarrugas, pero yo quiero hacer algo con mi vida. Quiero poder echar la vista atrás y sentirme orgullosa de mí misma. —Ya veo. Bueno, no es que yo tenga nada en contra de las madres trabajadoras —dijo él—, pero sí pienso que un hijo debe ser criado por sus padres, no por una niñera. Tess se preguntó si su esposa, que había sido estrella de cine, habría planeado abandonar su carrera cuando su hijo hubiese nacido. Lo dudaba. —Bueno, en eso estamos de acuerdo —respondió ella—. Siempre pensé que si me casaba y tenía un hijo dejaría de trabajar hasta que el niño tuviese edad de ir al colegio. Claro que la situación es un poco distinta porque voy a ser madre soltera, así que me temo que tendrás que esperar bastante para que pueda devolverte el dinero. —No quiero que me lo devuelvas. —Me da igual; te lo devolveré de todos modos. Por un momento Tess tuvo la impresión de que Ben iba a replicar de nuevo, pero en vez de eso dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza, como si hubiese concluido que era inútil intentar convencerla. —¿Alguna cosa más? —El otro día dijiste que podré seguir con mi médico —apuntó Tess. —Si es lo que quieres… —Bien, pues entonces creo que tenemos un trato. Los labios de Ben se curvaron en una sonrisa, y Tess sintió que le flaqueaban las piernas, como si fuese una colegiala. —En ese caso llamaré a mi abogado y le pediré que redacte el contrato —le dijo Ben. Ella asintió pero se quedó mirándolo con curiosidad, como si quisiera preguntarle algo y no se atreviera. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 17-97
  • 18. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —¿Qué? —Pues que… si no quieres el bebé… ¿por qué haces todo esto? Ben se quedó callado un momento, y cuando la miró había una tristeza inmensa en sus ojos. —Nunca rehuyo la responsabilidad de mis actos. Tess sacudió la cabeza. —No creo que ése sea el motivo. A mí me parece que este niño sí te importa — le dijo poniendo una mano sobre su vientre—. Te habría sido mucho más fácil firmarme un cheque y desentenderte. —Yo nunca he dicho que no me importara. Y si le importaba… ¿por qué no podía ser parte de su vida? Y entonces de pronto Tess comprendió; de pronto supo por qué había insistido en que se fuera a vivir allí con él hasta que diera a luz. No entendía cómo no había caído en la cuenta antes. Ben se culpaba por la muerte de su esposa y de su hijo, y parecía que creía que al tenerla allí con él podría asegurarse de que no les ocurriría nada ni al bebé ni a ella. —Ben, si estás haciendo todo esto porque temes que pueda pasarnos algo al bebé o a mí… no tienes por qué preocuparte, de verdad —le dijo—. Estoy acostumbrada a cuidarme sola. Él le lanzó una mirada tan llena de angustia y de dolor que Tess sintió que se le encogía el corazón. —No fui capaz de proteger a mi esposa y a mi hijo y por eso ahora ya no están —respondió—, y ése es un error que no voy a cometer de nuevo. Cuando la señora Smith condujo a Tess a la habitación de invitados, lo primero en lo que se fijó la joven fue en lo enorme que era. Sin embargo las cortinas estaban corridas casi por completo y la penumbra le daba a la estancia un aire sombrío y deprimente. —¿Aquí no encienden nunca las luces? —le preguntó al ama de llaves mientras buscaba un interruptor con la mirada. La mujer le lanzó una mirada irritada antes de ir hasta el ventanal y descorrer las pesadas cortinas. La luz del sol invadió a raudales la habitación, transformándola por completo. Si hubiera tenido todas las habitaciones del mundo para escoger, habría escogido aquélla. —Es preciosa… —murmuró extasiada—. Y todo parece tan nuevo… —Pues sí; y procure que así se mantenga —le dijo la señora Smith en un tono insolente—. Si necesita alguna cosa hágamelo saber. El señorito Benjamín me ha pedido que me asegure de que todo está a su gusto. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 18-97
  • 19. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Instrucciones que sin duda seguiría, se dijo Tess, pero no de buen grado. Ella sin embargo no quería problemas, y estaba decidida a ser correcta con el ama de llaves aun cuando tenía la sensación de que iba a tener unos cuantos encontronazos con ella en los cinco meses que iba a estar allí. —Gracias. —Me he tomado la libertad de retirar los objetos de valor —añadió la señora Smith. Por el desdén con que la miraba parecía como si para ella fuese un chicle que se le hubiese pegado a la suela del zapato y no una invitada, pensó Tess. Obviamente Ben no le había dado instrucciones de que fuese amable con ella. Pues no iba a darle a aquella vieja bruja la satisfacción de saber que la había herido en su orgullo. —Vaya por Dios. En fin, a lo mejor consigo sacar algo con ese cuadro en el mercado negro —ironizó señalando una acuarela de un paisaje que hay sobre la cabecera de la cama. Al ama de llaves su broma al parecer no le hizo gracia. —Después de todo por lo que ha pasado el señorito Benjamin no se merece esto; no dejaré que le haga daño —le espetó como una osa protegiendo feroz a sus cachorros. Tess estuvo a punto de recordarle que Ben era tan responsable como ella de aquella situación, pero se dijo que probablemente no sirviera de nada. Sin duda aquella mujer ya la había juzgado y condenado. Lo más seguro era que pensase que se había quedado embarazada a propósito para cazar a Ben o quedarse con su dinero. —La cena se sirve a las siete en el comedor —le dijo el ama de llaves con aspereza. Luego se giró sobre los talones y salió de la habitación cerrando detrás de ella. Tess exhaló un suspiro cansado. Lo mejor sería que deshiciese las maletas, decidió. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de curiosear un poco. Recorrió la habitación fijándose en cada detalle, y al llegar a las puertas del balcón las abrió de par en par. Inspiró profundamente para llenarse los pulmones con el aire fresco, y observó embelesada la hermosa vista de los jardines, llenos de flores multicolores, que se extendían hasta donde llegaba la vista. Vaya. A aquello desde luego no le costaría nada acostumbrarse. Se dio la vuelta y fue hasta los pies de la enorme cama, donde habían dejado sus maletas, pero al ver la puerta del cuarto de baño entreabierta se olvidó de ellas y se acercó para verlo. Había una bañera redonda tan grande que podría bañarse en ella una familia entera. Seguramente fuera un jacuzzi, pensó. Aquello era más impresionante que la suite presidencial del hotel en el que trabajaba. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 19-97
  • 20. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Se frotó la dolorida espalda y volvió a posar con ansia la vista en la bañera, pero se dijo que sería mejor que primero deshiciese las maletas. Sin embargo, cuando hubo terminado de colocar la ropa en el armario estaba tan cansada que lo único que quería hacer era echarse y descansar. «Una siesta de quince minutos», se dijo. Luego iría a explorar el resto de la casa. Se desnudó, apartó la colcha, se metió en la mullida cama, y al cabo de un rato se quedó dormida. A Jeanette le habría encantado ver los jardines en aquella época del año; llenos de flores, en todo su esplendor, se dijo Ben mientras miraba por la ventana de su despacho. Si cerraba los ojos era capaz de imaginarla allí fuera, jugando con su hijo. Ya tendría un año, y quizá habría empezado a andar y a decir sus primeras palabras. En su imaginación aquel pequeño siempre tenía el pelo castaño, como él, los ojos grises de su madre, y una sonrisa radiante. Siempre estaba feliz; siempre estaba riendo. La puerta se abrió en ese momento, y al volverse vio a la señora Smith. —Ya la he llevado a su habitación —le dijo. —Gracias. —¿Quiere alguna cosa más, señorito? —No, nada más. No… espere, señora Smith. Sí hay una cosa que quiero que haga. Por favor deshágase de todas las bebidas alcohólicas que haya en la casa. El ama de llaves frunció el entrecejo. —¿Para qué? —Una de las condiciones que ha puesto Tess para quedarse es que dejara la bebida —le explicó él con una media sonrisa—. Cree que soy alcohólico. —¿Y usted no le ha dicho que no lo es? —No me importa lo que piense; lo que quiero es que se sienta cómoda, así que por favor haga lo que le he pedido. La señora Smith frunció los labios pero no discutió. —Como quiera, aunque permita que le diga una vez más que esto me parece un error. —Lo sé —murmuró él. También le había parecido un error que se casase con Jeanette, pero las dos habían aprendido a convivir. La verdad era que la señora Smith era tan protectora con él que Ben estaba seguro de que ninguna mujer le habría parecido adecuada. —Sé que aún te sientes culpable por lo que pasó, Ben, pero no fue culpa tuya. La señora Smith nunca se lo había dicho claramente, pero Ben sabía que en su opinión la única culpable de la muerte de su hijo había sido Jeanette. Siempre había dicho que era demasiado egoísta y que le consentía demasiadas cosas. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 20-97
  • 21. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado En cierto modo tenía razón. La carrera de Jeanette apenas había empezado a despegar cuando había descubierto que estaba embarazada. Más que sentirse ilusionada aquello le había provocado cierto fastidio por las limitaciones que supondría para su trabajo. De hecho, preocupada de que pudiese significar un retroceso en su carrera, por no hablar de las estrías, había dicho incluso que quizá debería considerar la opción de abortar, pero por fortuna él había logrado convencerla para que no lo hiciera. Estaba seguro de que con el tiempo habría disfrutado de la experiencia y que habría sido una buena madre, o al menos eso era lo que había querido pensar. Ya nada de eso importaba. —¿Ha llamado a sus padres? —le preguntó la señora Smith. Sus padres… Tener que explicarles aquello suponía otro problema. Nunca habían sido unos padres agobiantes o controladores; todo lo contrario; y de hecho no los había visto ni había sabido de ellos desde el Día de Acción de Gracias, pero sabía que no iba a ser fácil hablar con ellos de aquello. —No, todavía no. —¿Y no cree que debería hacerlo? —¿Por qué? No tiene sentido que haga que se ilusionen con un nieto al que nunca van a ver. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 21-97
  • 22. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Capítulo Cuatro Extrañado de que Tess no hubiera bajado a la hora de la cena, Ben subió para ver si le había ocurrido algo. Hacía ya tres horas desde que había llegado, y desde entonces no había salido de la habitación. Además la señora Smith le había dicho que sólo tenía un par de maletas, así que no podía estar todavía deshaciendo el equipaje. ¿Se encontraría mal quizá? Llamó a la puerta y aguardó un rato, pero no hubo contestación, así que volvió a golpear la puerta con los nudillos y la llamó: —Tess, ¿estás ahí? Aunque sabía que probablemente no debiera hacerlo, giró el pomo y vio que la puerta estaba abierta. Las cortinas de la antesala estaban descorridas, y la suave luz del atardecer bañaba cada rincón. Siempre le habían gustado los tonos en que estaba decorada la habitación de invitados, y por alguna razón se le antojaba apropiado que Tess fuese a dormir en ella. Tenía algo de su carácter, fresco y alegre, y también era cálida y acogedora. Ésa era la sensación que había tenido la noche que había pasado con ella en el hotel; había sido como llegar a casa. Se quedó escuchando en silencio, pero no oía movimiento alguno. —¿Tess? —volvió a llamar, esperando que le respondiera irritada desde el dormitorio. Sin embargo de nuevo no hubo respuesta, y el miedo se apoderó de él, haciendo que le costara respirar. ¿Y si se había resbalado en la ducha y se había golpeado en la cabeza? Sin perder un momento empujó la puerta entreabierta del dormitorio y el corazón le dio un vuelco en el pecho. Las cortinas también estaban descorridas, pero no veía a Tess por ninguna parte. Fue al cuarto de baño pero lo encontró vacío. ¿Adonde podía haber ido? ¿Se habría marchado sin que nadie del servicio la viera? ¿Habría sido quizá una broma de mal gusto decirle que sí, que iba a vivir allí hasta que naciera el bebé, para luego marcharse y burlarse así de él? Regresó al dormitorio debatiéndose entre la ira y el pánico, pero en ese momento escuchó un ruido suave, como un ronquido. Sólo entonces se dio cuenta de que en la cama, bajo la colcha, había un bulto. El alivio que lo invadió fue tal que le flaquearon las rodillas. Se la había imaginado tirada en el suelo, inconsciente y desangrándose, pero sólo estaba echándose una siesta. Se pasó una mano por el cabello y sacudió la cabeza. Tenía que tranquilizarse o antes de que acabasen aquellos cinco meses le daría un infarto. Sí, tenía que dejar de pensar siempre lo peor. Tess estaba bien y el bebé también. Además, si continuaba con ese comportamiento paranoico terminaría consiguiendo que Tess huyese de allí. No era su prisionera sino su huésped. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 22-97
  • 23. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Se preguntó si no debería despertarla para ver si quería cenar algo, pero decidió que sería mejor dejarla dormir. Parecía que necesitaba más descansar que comer. Fue hasta el balcón para correr un poco las cortinas, y aunque una vocecilla en su cabeza le dijo que debería marcharse ya, no pudo evitar acercarse hasta la cama. No podía fallarle, se dijo mientras observaba su rostro angelical. Era casi como si le estuviesen dando una segunda oportunidad. Cuidaría de Tess y del bebé; eran su responsabilidad. Tess estaba acurrucada sobre el costado y parecía tan frágil y pequeña en aquella enorme cama como una ninfa de los bosques. Su frente estaba perlada en sudor y tenía un mechón pegado a la frente. Hacía demasiado calor allí, se dijo Ben. Con mucho cuidado retiró hacia abajo la colcha, y sólo al ver que la sábana estaba pegada a su piel húmeda, resaltando cada curva de su figura, se dio cuenta de que estaba desnuda. Una ráfaga de deseo lo sacudió de pronto. «No la toques y sal de aquí ahora mismo», le ordenó la voz de su conciencia. Debería haberle hecho caso, pero Tess estaba tan pálida… ¿Y si estaba enferma y tenía fiebre? —¿Tess? —la llamó suavemente, no queriendo sobresaltarla. La joven murmuró algo incoherente y se revolvió en la cama—. Tess, despierta. «No lo hagas; no la toques», le advirtió su conciencia. Sin embargo parecía que su cuerpo no estaba escuchándola, porque sin poder contenerse alargó el brazo y puso la palma de la mano sobre su frente para ver si tenía fiebre. No, parecía que no; no estaba caliente. Debería haber retirado la mano inmediatamente, pero no pudo resistir la tentación de rozar la suave piel de su mejilla con los dedos. Tess parecía tan vulnerable así dormida, y tenía unos labios tan sensuales… La noche que habían pasado juntos se había vuelto adicto a sus besos, y aun después de todo lo que había ocurrido seguía encontrándola irresistible. Buena parte de las mujeres del mundo al que Ben pertenecía eran vanidosas y superficiales, mientras que Tess en cambio le había parecido tan… auténtica. Con ella se había sentido vivo, y quería volver a sentirse así. Claro que dadas las circunstancias debería dejarse de anhelos y comportarse de un modo racional. Aunque se sintieran atraídos el uno por el otro, Tess estaba embarazada, y él no quería volver a implicarse emocionalmente y arriesgarse a acabar sufriendo otra vez. No, el bebé y ella se merecían a alguien que no tuviese miedo a amar. ¿Por qué entonces seguía acariciando su rostro? Como si tuviera voluntad propia su pulgar se deslizó hasta el labio inferior de Tess y su boca se entreabrió ligeramente, dejando escapar un soplido de su cálido aliento. Un cosquilleo eléctrico ascendió por su mano y su brazo hasta llegar al pecho, y el corazón empezó a latirle como un loco. No sabía por qué, pero de algún modo Tess Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 23-97
  • 24. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado conseguía, incluso dormida, despertar en él sensaciones que había creído que nunca volvería a experimentar después de la muerte de su esposa y su hijo. El cosquilleo descendió por su abdomen, y se asentó finalmente en la zona justo debajo de su cinturón, y de repente lo invadió un deseo casi irresistible de inclinarse y besarla. En ese momento los ojos de Tess se abrieron y Ben apartó la mano como si su piel quemase. La joven alzó la vista, y cuando sus ojos se encontraron con los de él esbozó una sonrisa soñolienta. —Vaya, hola. Dios, ¿por qué tenía que ser tan bonita? Tess miró a su alrededor, como si en ese momento no supiese muy bien dónde estaba. —¿Estás en mi habitación? —le preguntó. No parecía enfadada, aunque tendría todo el derecho a estarlo, y Ben no pudo contenerse y alargó una mano para apartar el mechón húmedo de su frente. ¿Qué tenía aquella joven que hacía que le costase tanto mantener las manos quietas? —Como no has bajado a cenar estaba preocupado, así que subí a ver si estabas bien, y cuando llamé a la puerta y no contestabas temí que te hubiera ocurrido algo. Tess parpadeó, todavía adormilada. —¿Como qué? Buena pregunta. Era obvio que su reacción había sido desproporcionada. —No lo sé, supongo que simplemente quería asegurarme de que estabas bien, pero te pido disculpas por haber entrado sin permiso. No debería haberlo hecho. No, no debería haberlo hecho, pero aun así Tess se sentía incapaz de enfadarse con él. Podía ver en su rostro esa expresión angustiada por el dolor que sin duda sentía aún por la pérdida de su mujer y su hijo. ¿Por qué no era sincero?, ¿por qué no le decía simplemente que estaba asustado? Porque era un hombre, se recordó a sí misma, y los hombres no solían hablar de sus sentimientos. Igual que muy pocos hombres eran capaces de admitir sus temores; pensaban que eso los haría parecer débiles. —Pues no tienes por qué preocuparte, estoy bien —le dijo—. Sólo un poco cansada. Ben le remetió un mechón por detrás de la oreja y comenzó a acariciarle suavemente la mejilla con el dorso de la mano. Tess no pudo evitar sentirse enternecida por aquel gesto tan dulce. —Aquella noche en el hotel también hiciste eso —le dijo cerrando los ojos para concentrarse en la agradable sensación. —¿Lo hice? —murmuró él. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 24-97
  • 25. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Los dedos de Ben descendieron hasta su garganta, y Tess sintió deseos de alzar los brazos, rodearle el cuello con ellos y atraerlo hacia sí para besarlo, pero se contuvo. —Creíste que estaba dormida —respondió abriendo los ojos—, pero sólo estaba fingiendo. —¿Por qué? Tess se encogió de hombros. —Supongo que temía que si abría los ojos me dirías que me fuese y no quería irme todavía. Cuando Ben dejó de acariciarle la mejilla Tess alzó la mirada y le pareció ver en sus ojos una expresión casi… triste. —¿Por qué te marchaste? —le preguntó. —¿Qué motivo tenía para quedarme? Imagina que me hubiese quedado, que nos hubiésemos enamorado, y que un mes más tarde te hubiese dado la noticia de que estaba embarazada. ¿Te habrías alegrado?, ¿querrías este bebé que no quieres ahora? Tess sabía que no. —No es que no lo quiera —replicó Ben—. Es sólo que… no puedo. Había tanto dolor en su mirada… Antes o después tendría que aprender a perdonarse a sí mismo, se dijo Tess. No podía vivir así. Se incorporó, y se quedó sentada con la sábana agarrada bajo los brazos. —Las desgracias no son culpa de nadie, Ben; son algo que escapa a nuestro control. —No, no es verdad; hay cosas que sí están bajo nuestro control; cosas que son responsabilidad nuestra. Tess detestaba verlo tan triste y no saber qué decir para hacerlo sentirse mejor. Sólo el tiempo podía curar las heridas, pero la pregunta era… ¿cuánto tiempo tendría que pasar aún para que se cerrasen las heridas de Ben? ¿Un año?, ¿diez? Quizá incluso jamás fuese capaz de superarlo y se llevase aquel sentimiento de culpa a la tumba. —¿Tienes hambre? —le preguntó Ben—. Podría decirle a la cocinera que te caliente alguna cosa. Parecía que no quería hablar más del tema. Tess se preguntó si sería así como iban a ser las cosas durante los cinco meses que iba a estar allí, si cada vez que Ben empezase a abrirse un poco a ella de pronto la apartaría de un empujón. Tess volvió a tumbarse. —No, gracias. Creo que voy a seguir durmiendo. Ben asintió. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 25-97
  • 26. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —De todos modos haré que te guarden algo en la nevera, por si cambias de idea. —Gracias. —Ven mañana por la mañana a mi despacho y te enseñaré la casa. —De acuerdo. —Buenas noches, Tess, que duermas bien. —Gracias. Tú también. Ben se detuvo al llegar a la puerta y se volvió un momento, como si fuera a decir algo, pero se giró de nuevo, salió, y poco después Tess oyó la puerta de la antesala cerrarse. Se quedó despierta un buen rato, pensando en Ben. Si se descuidaba acabaría haciendo algo estúpido, como enamorarse de él. A la mañana siguiente cuando se despertó Tess no tenía ganas de levantarse. Había dormido como nunca… y más de quince horas. A pesar de sus dudas estaba empezando a convencerse de que había hecho lo correcto al aceptar la oferta de Ben, y no sólo por el bebé, sino por ella también. El saber que ya no tendría que matarse a trabajar para pagar las facturas le había quitado un enorme peso de encima, y sentía una paz interior que no había sentido en mucho tiempo. El futuro se presentaba aún algo incierto, pero al menos tenía el presentimiento de que estaba yendo en el rumbo adecuado. Puso una mano sobre su vientre. Estaba deseando sentir a su bebé moverse, y hasta estaba deseando empezar a engordar, aunque eso significase que le saliesen estrías. Aquélla era una experiencia tan emocionante y hermosa… Lo único que echaba en falta en esos momentos era tener alguien con quien poder compartirla. Claro que siendo práctica eso era lo que menos debía preocuparla. Pronto tendría que pensar en comprarse ropa de premamá y no tenía mucho dinero. Quizá si la comprase en una tienda de segunda mano… No se le caerían los anillos por eso; ya lo había hecho en alguna otra ocasión. También podía pedirle prestado el dinero a Ben, por supuesto. No tenía la menor duda de que él accedería. Cuando un hombre se sentía culpable era capaz de darle a una mujer todo lo que quisiera, y de haber sido una desalmada se habría aprovechado de las circunstancias, pero por suerte para él sería incapaz de hacer algo así. De todos modos Ben ya había hecho tanto por ella. No, no podía pedirle más dinero. Sólo Dios sabía cuándo podría devolvérselo. En ese momento oyó abrirse la puerta de la antesala. ¿Quién podría ser? Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 26-97
  • 27. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado ¿Sería Ben que había ido a despertarla para enseñarle la casa como le había dicho? Quizá estuviese de nuevo preocupado por ella, porque aún no se había levantado. Se incorporó, tapándose el torso con la sábana, pero justo en ese momento oyó que la puerta se cerraba de nuevo. Fuera quien fuera no se había quedado mucho tiempo. Un delicioso olor a beicon llegó hasta ella. Se bajó de la cama, se puso la bata, y salió a la antesala. O bien la cocinera había pensado que estaría hambrienta, o bien no estaba segura de qué le gustaría, porque en la bandeja sobre la mesa había huevos revueltos, huevos duros, tortitas, un cruasán, tostadas, tres tarrinas pequeñas de mermelada, margarina, y mantequilla, salchichas, beicon, zumo de naranja, leche, y té. Con la lástima que le daba que se tirase la comida probablemente acabaría comiendo más de lo que debía. Tendría que pedirle a Ben que le dijera a la cocinera que no le pusiese unos desayunos tan abundantes o acabaría poniéndose como una ballena. Sus ojos se posaron entonces en un sobre blanco que había a un lado, junto a la bandeja. Lo tomó, y al abrirlo se encontró con las llaves de un coche, una tarjeta Visa con su nombre, y una nota que decía: Para todo lo que el bebé y tú podáis necesitar. B. Dios. Debería haberse imaginado que se le ocurriría algo así, pero aquellos gestos de generosidad no dejaban de sorprenderla. Ben tenía una habilidad algo inquietante para anticiparse a cada una de sus necesidades. No podía aceptar aquello, pero al menos debía darle las gracias. Tras desayunar se duchó, se vistió, y bajó para ir a buscar a Ben a su despacho, pero cuando llamó a la puerta no recibió contestación alguna, y a la segunda vez ocurrió igual. ¿Sería incorrecto que pasase aunque no le hubiese dado permiso? Bueno, la noche anterior él había entrado en su habitación sin que ella se lo diese. Claro que lo había hecho porque lo preocupaba que se encontrase mal. En fin, de todos modos le había dicho que fuera a verlo para enseñarle la casa, y después de todo aquél era su despacho, no su dormitorio. Justo estaba alargando la mano hacia el pomo cuando una voz áspera detrás de ella la increpó: —¿Qué está haciendo? Tess dio un respingo del susto y al girarse se encontró con la señora Smith. —Vaya susto me ha dado —masculló con el corazón desbocado. La señora Smith se quedó mirándola con esa expresión suspicaz que parecía reservar para ella. —¿Qué hace merodeando por aquí? Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 27-97
  • 28. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Aquella vieja bruja la hacía sentirse como una delincuente aunque no hubiera hecho nada malo. —No estaba merodeando; quería hablar con Ben. —No está en su despacho. Tess exhaló un suspiro irritado. —¿Y dónde puedo encontrarlo? —Ha dado instrucciones de que no lo molesten. —Vaya, pues es que resulta que me ha enviado algo esta mañana con el desayuno y necesito hablar con él sobre eso. —Si se trata del coche está en el garaje; es un Mercedes azul oscuro. ¿Un Mercedes? Tess en su vida había conducido un Mercedes. Bueno, de hecho nunca había conducido otra cosa que no fuera su viejo utilitario. —Yo… no creo que me sienta cómoda conduciendo su coche. —No es del señorito Benjamín; es para usted. Lo han traído esta misma mañana. —¿Que lo han traído esta mañana? —repitió Tess. —Sí, del concesionario. —¿Del concesionario? El ama de llaves la miró exasperada, y como si estuviese hablando con la tonta del pueblo le dijo: —Sí, de un concesionario; ese sitio donde venden coches. ¿Sabe al menos lo que es un coche? Decidiendo que lo mejor sería ignorar sus insultos, Tess le preguntó: —¿Y lo ha alquilado hasta que arreglen el mío?, ¿es eso? —No, no lo ha alquilado; lo ha comprado. —¿Me está diciendo que me ha comprado un Mercedes? —exclamó Tess con incredulidad. Pero si le había dicho que se encargaría de que le cambiaran el carburador a su coche… —El señorito Benjamín es un hombre muy generoso —le dijo el ama de llaves— . Demasiado, diría yo —añadió mirándola con desdén. En ese momento Tess oyó el ruido de un teléfono sonando tras la puerta, pero sólo sonó una vez, como si hubiesen contestado de inmediato. Miró a la señora Smith, y supo de inmediato que le había mentido, que Ben sí estaba en su despacho. Alargó la mano para alcanzar el pomo, pero el ama de llaves se interpuso entre la puerta y ella. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 28-97
  • 29. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —No va a entrar; ya le he dicho que el señorito Benjamín no quiere que lo molesten. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 29-97
  • 30. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Capítulo Cinco —Pero, Benji… ¡hace tanto que no nos vemos…! Ben suspiró y sacudió la cabeza. Dios, cómo odiaba que su madre lo llamara así. A los diez años aquel diminutivo había empezado a parecerle odioso; en su adolescencia le había resultaba de lo más embarazoso; y estaba convencido de que su madre seguía llamándolo de ese modo sólo para fastidiarle. —Lo siento, mamá, pero es que no es un buen momento para que vengas de visita. Ni lo sería hasta que Tess diese a luz y se fuese. ¿Por qué sería que no había tenido noticias de sus padres desde hacía meses y de repente tenía que llamarlo su madre, diciéndole que quería ir a verlo? Decididamente el problema entre su madre y él era que siempre iban a destiempo. No había estado a su lado en ninguno de los momentos que para él habían sido importantes porque siempre estaba ocupada con el rodaje de alguna película, y a veces se decía que si hubiese podido pagar a otra mujer para que diese a luz por ella, lo habría hecho. —Te prometo que no me entrometeré en tus cosas. Ni siquiera notarás mi presencia. —Mamá, no puede ser, de verdad —le dijo Ben una vez más—. Tengo tanto trabajo que no creo que pudiera pasar mucho tiempo contigo, y además lo más probable es que tenga que pasar una temporada en Los Ángeles —por supuesto era mentira; no tenía ninguna intención de salir de la ciudad… ni de la casa, de hecho—, y ya sabes cómo detestas Los Angeles. Cuando oyó a su madre suspirar decepcionada se sintió mal consigo mismo, y eso lo irritó. ¿Por qué tendría que sentirse mal cuando a ella no le había importado dejarlo atrás para irse fuera durante varias semanas por un rodaje, o para acudir a algún estreno en distintas ciudades del mundo? No, no tenía ningún derecho a esperar nada de él… pero aun así se sentía culpable por haberle dicho que no podía ir a verlo. De pronto oyó voces en el pasillo. Dios, ¿ya estaban discutiendo otra vez la señora Smith y la cocinera? —Mamá, tengo que dejarte. —Pero, Benji… —Lo siento, en serio; es que ha surgido algo de repente. Te llamaré más tarde, te lo prometo. «Sí, unos cinco meses más tarde», se dijo colgando el aparato antes de que su madre siguiera insistiéndole. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 30-97
  • 31. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Se levantó, y para su sorpresa cuando abrió la puerta se encontró a la señora Smith de espaldas a él con los brazos extendidos como si estuviese haciendo guardia frente a su despacho. ¿Qué diablos…? Tess estaba al otro lado del pasillo, frente a ella, con las mejillas encendidas de pura irritación y los puños apretados. —Le he dicho que no quiere que lo molesten —le estaba diciendo la señora Smith a Tess con aspereza—. ¿Por qué insiste en ponerle las cosas aún más difíciles al señorito Benjamín? Va a darle una vida decente a ese niño bastardo que lleva en su vientre. ¿Acaso no es suficiente con eso? Tess abrió la boca para responder, y fue entonces cuando se percató de su presencia. Por la expresión de su rostro Ben supo exactamente lo que estaba pensando: estaba preguntándose si habría oído lo que la señora Smith había dicho de «ese niño bastardo». —¿Qué está pasando aquí? La señora Smith dejó escapar un gemido de sorpresa y se volvió hacia él con el rostro pálido. —Yo… le estaba diciendo que no le gusta que lo molesten cuando está trabajando. La pillé merodeando por aquí. —No estaba merodeando —replicó Tess mirándola irritada. —Le dije a Tess que viniera a verme cuando se levantase —le dijo Ben a la señora Smith—. Le prometí que le enseñaría la casa. El ama de llaves esbozó una sonrisa forzada. —Si lo único que quería era que viera la casa podía habérmelo dicho, señorito, yo se la habría enseñado con mucho gusto. Ben se apoyó en el marco de la puerta y suspiró. —Tess, ¿nos disculpas un momento? Necesito tener una pequeña charla en privado con la señora Smith. Tess asintió, pero le lanzó al ama de llaves una mirada jactanciosa cuando pasó por delante de ella, y Ben tuvo que reprimir una sonrisa. —Será sólo unos minutos —le dijo a Tess antes de entrar tras la señora Smith y cerrar la puerta. Una vez a solas en su despacho se sentó tras su escritorio y alzó la vista hacia el ama de llaves. —Siéntese —le dijo. —Prefiero quedarme de pie. —Mildred… por favor. La señora Smith por fin dio su brazo a torcer y tomó asiento en la silla que había frente a su mesa. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 31-97
  • 32. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —Sé que desconfía de Tess, pero querría que dejase de entrometerse. —Sólo quiero lo mejor para usted, señorito —le dijo la mujer, como si eso justificara su comportamiento. —En cualquier caso quiero que ponga fin a esto. Ni siquiera conoce a Tess. —Ni usted tampoco. —Cierto, pero ese «niño bastardo» que lleva en su vientre es hijo mío. Avergonzada, la señora Smith bajó la vista a su regazo. —¿Acaso ha olvidado que mis padres no estaban casados cuando me tuvieron? —apuntó Ben. —Lo siento, señorito Ben, me dejé llevar por la ira. —Mire, Mildred, para mí usted es casi de la familia, y le tengo muchísimo aprecio, pero aunque entiendo que sólo quiere protegerme no es necesario, y querría que dejara de tener estas riñas absurdas con Tess —le dijo él—. Sé que aún culpa a Jeanette por lo que ocurrió. La señora Smith alzó la vista. —¿Y es eso peor que el que usted se culpe a sí mismo, señorito Ben? Ben dejó escapar un suspiro. —Supongo que la conclusión que los dos deberíamos sacar es que querer buscar culpables no nos ha llevado a ninguna parte, ¿no cree? —le dijo—. Sé que Jeanette no le caía bien, y no voy a negar que tenía sus defectos, pero… ¿quién no los tiene? A pesar de sus faltas era mi esposa y yo la quería. —Sí, pero no sabe nada de esa joven —apuntó la señora Smith. —¿Qué ha hecho Tess para que le tenga esa manía? Creo que ha dejado bastante claro que no quiere nada de mí. —Eso dice… por ahora. —En cualquier caso, como Tess me recordó, no concibió a ese bebé sola. Yo soy tan responsable como ella —le dijo Ben—. Intenta hacerse la dura, pero estoy seguro de que esto es tan difícil para ella como lo es para mí, y creo que si le da usted tiempo al tiempo acabará cayéndole bien. La señora Smith permaneció callada. —¿Me promete entonces que dejará de entrometerse? La mujer asintió. —Quiero oírselo decir. El ama de llaves puso los ojos en blanco. —Le prometo que no me entrometeré más —masculló irritada. Ben esbozó una sonrisa maliciosa. —¿Lo ve?, no era tan difícil. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 32-97
  • 33. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —¿Puedo irme ya? —Puede irse. Y por favor, cuando salga dígale a Tess que pase. La señora Smith se levantó, y cuando fue a salir Tess casi se cayó encima de ella… como si hubiera estado con la oreja pegada a la puerta, intentando escuchar su conversación. —Vaya. Lo… lo siento —balbució la joven azorada—. Es que estaba… um… apoyada en la puerta. La señora Smith frunció los labios y salió del despacho moviendo la cabeza de un lado a otro. Ben simplemente se cruzó de brazos y miró divertido a Tess. —No estaba escuchando, lo juro —le aseguró ella poniendo cara de no haber roto un plato en su vida. —Las paredes y las puertas de esta casa están insonorizadas —le dijo él. Tess resopló. —Eso explica que no oyese nada —murmuró entre dientes. Ben enarcó una ceja. —De acuerdo, sí, estaba escuchando, pero es que esa mujer no me da un respiro. —Lo he hablado con ella y me ha dado su palabra de que no volverá a entrometerse. —Ya, seguro —contestó ella resoplando de nuevo—. Lo creeré cuando lo vea. —¿Qué tal tu primera noche aquí? ¿Has dormido bien? —inquirió él cambiando de tema. —Como un bebé. —¿Y el desayuno estaba a tu gusto? —Estaba todo buenísimo, aunque la cocinera se pasó un poco. Parecía que fuera a desayunar un regimiento entero. —Lo siento, eso ha sido culpa mía. Me preguntó qué querrías tomar y como no estaba seguro le dije que te pusiera un poco de todo —respondió él—. Bueno, ¿lista para ver el resto de la casa? —Hay algo que me gustaría que habláramos antes —le dijo Tess—. No puedo aceptar esto —añadió tendiéndole la tarjeta de crédito—. Aprecio el gesto, de verdad, pero es demasiado. —Venga, Tess, digo yo que te hará falta comprar alguna cosa. Quédatela. —No soy una pobretona; tengo dinero, ¿sabes? —Y no es que yo quiera quedar por encima, pero yo diría que tengo mucho más dinero que tú. Además tengo una responsabilidad para con el bebé y para contigo. —No, para conmigo no. No necesito que nadie cuide de mí. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 33-97
  • 34. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Ben puso los ojos en blanco. ¿Qué tenía que atraía como un imán a las mujeres cabezotas a su vida? Tess era tan orgullosa que lo irritaba y lo admiraba a partes iguales. —Y toma esto también —añadió ella dándole las llaves del coche—. También te lo agradezco, pero me sentiría incómoda conduciendo un coche tan caro. Oh—oh… —Vaya, pues me temo que eso supone un pequeño problema. Tess entornó los ojos. —¿Por qué? —Porque tu coche… en fin, se lo han llevado. —¿A arreglar? —Em… no, simplemente se lo han llevado. —¿Adonde? Ben carraspeó. —Al cielo al que van los coches viejos. Tess lo miró con los ojos muy abiertos. —¿Qué? Obviamente estaba perdiendo la paciencia, y lo cierto era que Ben no podía reprochárselo. A él tampoco le haría gracia que alguien le dijese que habían mandado su coche al desguace. Claro que su coche no era una trampa mortal sobre ruedas. —Hice que un mecánico le echase un vistazo, pero me dijo que costaría más repararlo de lo que valía el coche en sí. Además, no era seguro. —Ben, me dijiste que me conseguirías un carburador nuevo. —Y es lo que he hecho; el Mercedes que hay en el garaje tiene un carburador completamente nuevo. Para su sorpresa Tess no se puso hecha un basilisco, sino que resopló, y se cruzó de brazos. —Muy gracioso. —Es una buena inversión, y además es un coche muy seguro —le dijo él—: tiene airbags, GPS, y la caja de cambios es… —¿No te preocupa que vaya a ir por ahí conduciendo un coche que no es automático? —lo interrumpió ella para fastidiarle—. O a lo mejor un día pillo un atasco en algún sitio y tardo en volver. No sé, podría darte un ataque de ansiedad. —No… porque ya he pensado en eso —le respondió él. Abrió un cajón de su escritorio y sacó de él un teléfono móvil—: También te he comprado esto. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 34-97
  • 35. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —¡Oh, vaya!, ¡me has comprado un móvil! ¿No se te olvida nada? ¿No me habrás comprado también un poni por casualidad? —¿Quieres un poni? Tess abrió la boca y lo miró entre incrédula e irritada. —¿Serías capaz de hacerlo, verdad? Serías capaz de comprarme un poni sólo para fastidiarme. De hecho estoy segura de que serías capaz hasta de hacer que construyeran un establo, y contratarías a un profesor de hípica. Sí, la verdad es que sí que sería capaz, se dijo Ben reprimiendo una sonrisilla. —Vamos, Tess, no seas así. Necesitas un coche y yo ya tengo uno. Si no utilizas ese Mercedes no va a hacerlo nadie. Y estaría feo que dejases que gaste mi dinero para nada. Tess resopló hastiada. —Está bien, me rindo. Me quedo con el coche —le dijo extendiendo la mano. Ben sonrió, le devolvió las llaves, y le dio también el teléfono móvil. Tess se metió ambas cosas en el bolsillo de los vaqueros, y Ben se fijó en que parecía que le quedaban un poco estrechos. De hecho tenía la sospecha de que si llevaba la blusa por fuera era para ocultar el hecho de que llevaba la cinturilla desabrochada. Era obvio que necesitaba ropa nueva, y pronto tendría que empezar a comprar también cosas para el bebé, pero con lo cabezota que era sería mejor intentar convencerla otro día de que aceptara la tarjeta de crédito. Ya era toda una proeza que hubiese accedido a quedarse con el coche. —Bien. ¿Estás lista ahora para ver el resto de la casa? —le preguntó. —Cuando quieras. Para cuando concluyó la visita al resto de la casa, Tess había llegado a la conclusión de que Ben tenía demasiado dinero. La vivienda tenía nada menos que cuatro plantas contando con el sótano, ocho dormitorios, seis cuartos de baño, las dependencias del servicio, la cocina, una despensa con suficiente comida como para no tener que salir de la casa en un año… También había una biblioteca con estanterías que iban del suelo al techo, una sala de proyecciones, y junto a ésta otra sala con toda una serie de sofisticadas máquinas que Tess imaginó que tendrían que ver con el trabajo de Ben como productor. Pero eso no era todo; luego estaba el gimnasio, equipado con aparatos que sin duda debían de haberle costado una fortuna, y una sala de recreo, donde terminó la visita. Allí tampoco faltaba un detalle: una diana para jugar a los dardos, un futbolín, una mesa de billar… Sin embargo, aunque la visita le resultó interesante, lo que tenía verdaderamente cautivada a Tess era su anfitrión. La fascinaban su manera de caminar, sus ademanes, su forma de hablar… Daba la impresión de tener mucha confianza en sí mismo, pero no era de esas personas que avasallaban a los demás. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 35-97
  • 36. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado Probablemente ni siquiera fuese consciente de lo guapo que era, se dijo; o si lo era desde luego parecía que le daba igual, cosa que lo hacía aún más atractivo. Además, a pesar de haber crecido rodeado de lujos y de que seguramente habría estudiado en centros de lo más elitistas, no era un engreído, sino una persona generosa y amable. Por las experiencias que había tenido, Tess era de la opinión de que con la mayoría de los hombres la convivencia resultaba cuando menos difícil, pero con Ben se sentía muy cómoda… dejando a un lado esos hábitos algo recalcitrantes que tenía, como el de hacer y deshacer sin consultarle. Todavía no podía creerse que hubiese mandado su coche al desguace y le hubiese comprado un Mercedes. Pero sí, dejando esos pequeños detalles aparte, se sentía a gusto con él. Tal vez fuera porque era un hombre maduro. Y no maduro en el sentido de que fuera mayor que ella. Había salido con hombres con los que se llevaba varios años pero en cambio tenían una mentalidad equivalente a la de un adolescente. Siempre decían que estaban preparados para pasar al siguiente nivel de la relación, y luego les entraba el pánico cuando veían su cepillo de dientes al lado del suyo en el cuarto de baño. Para Ben, en cambio, era obvio que el vivir juntos bajo el mismo techo no le suponía un problema. De hecho hasta el momento no lo había oído quejarse de nada. Si no se andaba con cuidado acabaría enamorándose de él sin siquiera darse cuenta. —Bueno, ¿qué te parece la casa? —le preguntó Ben. —Es muy bonita —respondió ella—. Aunque por alguna razón no te imaginaba viviendo en una casa tan enorme. No es que me parezca que tener una casa grande sea algo pretencioso; es sólo que… no sé, no va con tu carácter. —En realidad la idea de comprar esta casa fue de mi esposa Jeanette. Había crecido en un pequeño pueblo y soñaba con tener una gran casa para poder presumir de todo lo que había conseguido —le explicó con una sonrisa triste—. Irónicamente, no llegó a estrenarla. Cuando murió las reformas aún no estaban terminadas. —Eso explica que todo parezca tan nuevo —comentó Tess. —Sí, estuvo discutiendo cada detalle con el decorador durante meses. Estaba muy orgullosa de cómo estaba quedando la casa. En los ojos de Ben se leía el cariño que había sentido por su difunta esposa, pero había en ellos algo más. ¿Arrepentimiento quizá? —Debes de echarla mucho de menos. —Bueno, hay cosas que sí, y cosas que no —respondió él—. Ningún matrimonio es perfecto —matizó ante la mirada curiosa que le dirigió Tess. ¿Significaba eso que habían tenido problemas en su matrimonio?, se preguntó Tess. No podía negar que sentía curiosidad, pero no era una chismosa. Si Ben quería hablarle de ello algún día, dejaría que lo hiciese por voluntad propia. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 36-97
  • 37. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —Esto en cambio no parece nuevo —comentó acercándose a la mesa de billar y pasando la mano por la gastada felpa verde. —No, he tenido esa mesa desde que era un chiquillo —respondió él, siguiéndola con la mirada, esa mirada tan intensa que la hacía estremecerse por dentro. —¿Y juegas mucho? —Sobre todo cuando no puedo dormir. Me ayuda a despejar la cabeza de pensamientos —contestó él—. ¿Sabes jugar? —La verdad es que me va más el ping-pong, aunque tengo buenos recuerdos de cierta mesa de billar. —¿De veras? —inquirió él. Por la sonrisilla maliciosa que se había dibujado en sus labios, Tess supo exactamente lo que estaba pensando; lo mismo que pensaría cualquier hombre al oír eso. —No te imagines cosas que no son —le dijo ella sin poder evitar sonreír también—. Lo decía porque me dieron mi primer beso sentada sobre el borde de una mesa de billar. —Vaya, eso suena muy romántico —la picó él. —Lo fue —asintió ella con un suspiro melancólico. Nunca olvidaría lo emocionante que había sido ese primer beso—. Me lo dio el hermano mayor de una amiga. Yo tenía quince años y él dieciocho. —Hmm… así que era mayor que tú… —murmuró Ben divertido, sentándose en el borde de la mesa y cruzándose de brazos—. ¿Y cómo ocurrió? Tess se sentó junto a él. —Pues… mi amiga estaba arriba, ayudando a su madre con la cena, y yo estaba en el sótano con su hermano Noah, viéndolo jugar al billar. Estábamos charlando, y no recuerdo cómo en un momento dado me preguntó si tenía novio. Cuando le respondí que no me dijo que no podía creerse que una chica tan bonita como yo no estuviese saliendo con nadie. Luego quiso saber si me habían besado alguna vez, y yo, claro, me puse roja como un tomate. —¿Y qué le dijiste? —La verdad; que nunca me habían besado. —¿Y él te tumbó sobre la mesa y te dio un beso apasionado? Tess se rió. —No, fue muy tierno. Yo estaba sentada en el borde de la mesa, con las piernas abiertas, igual que tú, y él estaba delante de mí; así —le explicó levantándose y poniéndose frente a él. Ben descruzó los brazos, apoyó las manos en la madera, y por un instante a Tess le recordó a Noah. Los dos tenían el cabello castaño, el mismo aspecto de Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 37-97
  • 38. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado rebeldes sin causa, y en cierto modo incluso en la personalidad Ben le recordaba a Noah. Igual que él podía ser muy tierno cuando quería, y otras veces era igual de obstinado. Quizá por eso se sintiera tan atraída hacia él, porque le recordaba al primer chico que le había gustado de verdad. —Bueno, ¿y qué pasó luego? —la instó Ben para que continuara. —Pues me tomó de las manos y me atrajo hacia él. —¿Así? —inquirió Ben tomándola de ambas manos y atrayéndola hacia sí. Cuando sus piernas rozaron las de él el corazón de Tess palpitó con fuerza ante la inesperada proximidad. —Sí —murmuró. El recuerdo de lo nerviosa que se había sentido años atrás con Noah regresó a su memoria con la fuerza de una ola. Recordó exactamente el cosquilleo que le había recorrido la espalda, la suavidad y calidez de sus labios cuando habían rozado los de ella, lo dulce que había sido el beso en un principio y lo extraño pero también excitante que había sido cuando la lengua de Noah se había introducido en su boca… Había sido un beso con un sabor prohibido, una mezcla de tabaco, coca-cola, y deseo. Los ojos de Ben escrutaron su rostro. Estaban tan cerca el uno del otro que Tess podía sentir el calor de su cuerpo aun a través de la ropa, y luego sintió la caricia de su aliento sobre sus labios cuando le preguntó: —¿Y que hizo después? Tess sabía que si se lo decía Ben la besaría. ¿Y quién sabía que pasaría entonces? Ella ya no era la chica inocente de quince años que había sido, aquella chica a la que el miedo la habría ayudado a echar el freno antes de que la situación escapara a su control. Ella en cambio, había perdido aquel miedo hacía tiempo, y no estaba segura de que fuese a ser capaz de parar, así que, a pesar de lo mucho que quería que Ben la besase en ese momento, sabía que no debía dejar que lo hiciese. —Pues después de salir conmigo durante un par de semanas, dejó embarazada a una chica del instituto, Tracy Fay Bejarski, y sus padres los obligaron a casarse. Ben captó la indirecta y cuando le soltó las manos Tess dio un paso atrás. —Vaya, no es una historia con un final muy feliz. —Yo me quedé hecha polvo —dijo ella—. Unos cuantos besos y ya estaba convencida de que era el amor de mi vida. Claro que yo no estaba a gusto en casa, con mi madre y mi padrastro, y supongo que por eso empecé a fantasear con que un día nos escaparíamos juntos. Y lo cierto es que debería sentirme agradecida de que lo nuestro no acabara en nada, porque luego me enteré de que se divorciaron después del cuarto hijo, de que él está trabajando en una gasolinera por las noches, y de que se pasa buena parte del día bebiendo en un bar. —Señorito Benjamín… Tess se volvió al oír la voz del ama de llaves, y al verla en el umbral de la puerta se preguntó cuánto rato llevaría allí, y cuánto habría oído. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 38-97
  • 39. Michelle Celmer – Serie Multiautor Ricos y solitarios 3 – Un problema inesperado —El almuerzo está listo —dijo la mujer. —Gracias, Mildred. Subiremos enseguida —respondió Ben. La señora Smith los miró con cierta suspicacia, pero luego se dio media vuelta y se marchó. —Yo creo que no voy a comer —le dijo Tess a Ben—. Todavía estoy algo llena del desayuno. Iré a dar un paseo por los jardines. —Como quieras; le diré a la cocinera que te guarde algo por si luego cambias de idea. —Gracias. Ben se levantó y se dirigió hacia la puerta, pero al llegar a ella se giró. —¿Sabes?, sobre lo que has dicho antes… yo también creo que fue una suerte que no acabaras con el hermano de esa amiga tuya; te mereces algo mejor. Quizá tuviera razón, pensó Tess, pero con el paso del tiempo ella había aprendido que cuanto menos esperase de la vida menos decepciones se llevaría. Escaneado por Mariquiña y corregido por Laila Nº Paginas 39-97