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UNIVERSIDAD DIEGO PORTALES
                   FACULTAD DE PSICOLOGÍA
                   MAGISTER EN PSICOLOGÍA
            MENCIÓN TEORÍA Y CLÍNICA PSICOANALÍTICA




REFLEXIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE CUERPO Y SUS RELACIONES
      CON LA SUBJETIVIDAD EN LA OBRA DE JACQUES LACAN


                    BÁRBARA AYALA HANNIG




      Tesis para optar al grado académico de Magíster en Psicología
                 Mención Teoría y Clínica Psicoanalítica


                  Profesora Guía: Mariana Fagalde Cuevas




                              Santiago, Chile
                                   2011
“El cuerpo: una de las cuestiones, por no decir la cuestión neurálgica de los anhelos,
obsesiones y sufrimientos de un siglo XX cada día más lejano y, al mismo tiempo, aún
hoy tan presente. Un cuerpo educado, militarizado, consumido, medicado, (des)politizado,
erotizado y espectacularizado; un cuerpo también siempre, cómo no, bombardeado y
torturado… una y otra vez. Un cuerpo capaz de dar testimonio y de mostrar, en un solo
siglo, que de ser algo no es, bajo ningún concepto, uniformidad, sino en todo caso
multiplicidades corporales en potencia y en resistencia; en permanente transformación.”


                Javier Fuentes Feo, Repensar la Dramaturgia: Errancia y Transformación




                                            2
Agradecimientos


Mis profundos agradecimientos a todos aquellos que durante este recorrido me
entregaron su confianza y fuerza, alentándome a alcanzar mis objetivos. Especialmente a
Patricio Rojas N. por su paciente y cariñosa presencia, y a Mariana Fagalde C. por
aportarme con perspectiva y empuje para concluir.




                                           3
Índice


Agradecimientos ............................................................................................................................ 3
Índice ............................................................................................................................................. 4
Introducción .................................................................................................................................. 5
Capítulo 1.         La imagen en los orígenes de la subjetividad: soporte para la construcción de un
espacio psíquico y corporal .......................................................................................................... 11
Capítulo 2.         Una otra subjetividad, un otro cuerpo: de una nueva alteridad e incrustaciones de
lo simbólico…………. ...................................................................................................................... 32
     2.1         La propuesta lacaniana en torno a lo simbólico ......................................................... 32
     2.2. La emergencia del sujeto lacaniano........................................................................... 37
     2.3. El complejo de Edipo como operador de la constitución subjetiva y articulador de
     registros… ............................................................................................................................ 43
     2.4. La existencia simbólica: sujeto y su deseo de nada .................................................... 47
     2.5. Continuidades en torno al Estadio del Espejo ............................................................ 49
     2.6. Implicancias (de lo simbólico) sobre el cuerpo .......................................................... 54
Capítulo 3. Subjetividad imposible, cuerpo abismal .................................................................... 63
     3.1. Aquello del cuerpo que hace límite en lo imaginario ................................................. 66
     3.2. Un resto en la relación con el Otro ............................................................................ 68
     3.3. El cuerpo y su relación con lo real ............................................................................. 78
Reflexiones finales ....................................................................................................................... 86
Bibliografía................................................................................................................................... 92




                                                                          4
Introducción


       El cuerpo humano se ha convertido en un atractivo objeto de estudio dentro de las
ciencias sociales y humanidades durante las últimas décadas, ampliando los límites de un
terreno que tradicionalmente fue ocupado por el saber biomédico y permitiendo que hoy
en día coexistan múltiples discursos provenientes de campos heterogéneos que se
interesan en interrogar reflexivamente lo que concierne al cuerpo del individuo
contemporáneo. Al respecto, podemos tomar como ejemplo la filosofía e historia (Butler,
2002; Foucault, 1976), la sociología (Fraser & Greco, 2004) y la antropología (Lock, 1993;
Turner, 1994), disciplinas en donde se hace evidente el surgimiento de una actitud
comprometida e interesada en generar propuestas de investigación e intervención que
ubican al cuerpo en un lugar principal.
       Lo interesante de esta tendencia hacia el estudio de lo corporal es que conlleva
una manera de aproximarse al objeto de estudio que lo sitúa dentro del orden subjetivo,
cultural y social. Se trata de reflexiones y cuestionamientos que, más allá de insertarse en
una época en donde ha resurgido la pregunta por la relación mente-cuerpo (Kim, 1988),
intentan dar cuenta del lugar que tiene el cuerpo en la sociedad contemporánea y de su
particular relación con la subjetividad del hombre actual.
       Pero, ¿cómo entender el ímpetu con que surge esta nueva aproximación al cuerpo
en tanto cuerpo de alguien y cuerpo entre cuerpos? Intentemos comprender el contexto
en que se desata este interés por el cuerpo, mencionando algunos fenómenos y prácticas
que ponen en juego un panorama sociocultural en donde éste cobra relieve de modo
novedoso invitando a revitalizar la reflexión sobre él.
       Revisemos el escenario del saber biomédico y de los efectos de sus prácticas en
la actualidad, prácticas marcadas por sorprendentes resultados y un insospechado
avance posibilitado por el vínculo que se ha establecido entre las ciencias biomédicas y la
biotecnología. Una multiplicidad de procedimientos y técnicas abren hoy las puertas al
saber biomédico para que ejerza todo su poder sobre el cuerpo humano y sus
condiciones vitales (Rose, 2006). Las intervenciones van desde lo que implica manipular
el origen de la vida de un ser humano (reproducción asistida en todas sus variantes) hasta
todos aquellos procedimientos que permiten retardar la muerte (trasplantes de órganos,
transfusiones de sangre, técnicas de reanimación y de mantención artificial de la vida).
       A partir de estas nuevas prácticas médicas se desprende una concepción del
cuerpo humano en donde la pregunta por el lugar que compete al sujeto, si no es

                                              5
inexistente, está invisibilizada (Le Breton, 1995). Esta aproximación al cuerpo como
separado del sujeto y entendido como una máquina homeostática cuyas partes son
intercambiables, se puede encontrar más allá del quehacer médico, proliferando en el flujo
mercantil en donde sus partes son objetos altamente cotizados y en creciente
comercialización. El tráfico de órganos, la venta de espermatozoides y óvulos y el
arriendo del útero constituyen ejemplos vívidos de esta aproximación.
       Estos avances en el dominio de la biomedicina sobre el cuerpo no han estado
exentos de cuestionamientos éticos y han sido un elemento más que nutre las
interrogaciones que desde otras disciplinas y prácticas surgen en relación al lugar en
queda la dimensión subjetiva en estas prácticas y saberes que conciernen a su cuerpo.
       ¿Qué implica a nivel subjetivo un trasplante de rostro? ¿Qué efectos psíquicos
puede tener para la mujer el hecho de arrendar su útero para una gestación de un niño
que no es propio? ¿Qué implicancias puede tener en la construcción del cuerpo
contemporáneo la difusión de un saber médico sobre el cuerpo basado en imágenes de lo
antes invisible (radiografías, scanner, ecografías)?
       Se trata, entonces, de la emergencia de preguntas cada vez más evidentes e
insoslayables sobre el modo en que el cuerpo se articula a la subjetividad moderna y
sobre los efectos subjetivos que pone en juego la intervención sobre éste, en un contexto
en donde el cuerpo es objeto de potenciales transformaciones y manipulaciones -a veces
radicales- por parte de las ciencias biomédicas.
       Junto a estos elementos movilizados por la práctica y saber biomédico, otros
fenómenos dan razones para pensar en la necesidad de profundizar en la investigación
en torno al cuerpo y su relación con la subjetividad. Consideremos la fuerza con que han
emergido las prácticas corporales (Buñuel, 1992; Kogan, 2005; Soler, 1999) durante las
últimas décadas en un contexto más amplio, en donde se registra una creciente tendencia
hacia medicinas y terapias llamadas alternativas en oposición o en conjunto con la
medicina científica tradicional (Ballvé, 2003). Nuevas prácticas corporales (como el yoga,
el tai-chi y la meditación) y nuevos métodos de sanación (como la acupuntura, el reiki y el
biomagnetismo) que abren paso a diversas interrogantes: ¿Cómo se construye
actualmente la noción de salud y bienestar? ¿Cómo puede comprenderse el hecho de
que cada vez más personas optan por terapias alternativas a la medicina tradicional, pese
a que ésta se vuelve más eficiente gracias al avance tecnológico?
       Lo anterior es sólo un esbozo de lo que podría convertirse en el análisis de una
multiplicidad de fenómenos y prácticas que ponen en juego en el terreno de lo

                                              6
sociocultural, y de un modo no siempre transparente, al cuerpo y la subjetividad del
individuo occidental contemporáneo. Ahora bien, el modo en que se construye esta
subjetividad y las vías por las cuales un sujeto logra apropiarse de y habitar su cuerpo se
constituyen en un asunto que permanece aún en constante interrogación.
       La interrogación del cuerpo en tanto problemática relevante que impone un más
allá de la biología encontró lugar en el campo del psicoanálisis desde el momento mismo
de su constitución. Ya a fines del siglo XIX la naciente disciplina cuestionaba el lugar del
cuerpo y su relación con el psiquismo de un modo novedoso que lo ponía en un lugar
protagónico a través de una operatoria hasta entonces desconocida: la escucha. El modo
en que Freud es cautivado por el funcionamiento errático, poco transparente, e incluso
caprichoso del cuerpo de la histérica ante la mirada médica, y su posibilidad de atender a
los entrelazamientos entre palabra, fantasía y cuerpo, inauguran en la teoría
psicoanalítica una interrogación sobre la relación entre lo corporal y lo psíquico que se
mantendrá hasta hoy vigente. Los conceptos de pulsión, zonas erógenas, satisfacción,
sexualidad y narcisismo, entre otros, ilustran cómo el cuerpo está implicado en la reflexión
analítica y en la clínica que la sustenta.
       Pero es sobre todo a partir de los avatares de la clínica psicoanalítica actual que la
problemática específica del cuerpo y su relación con la subjetividad ha cobrado una mayor
presencia. El encuentro por parte de los psicoanalistas de fines del siglo XX con nuevas
dimensiones clínicas, como son los fenómenos psicosomáticos, las estructuras borderline,
las patologías del narcisismo y las nuevas formas de adicción, entre otros1, ha puesto de
relieve el tema del cuerpo con un énfasis hasta ahora desconocido dentro del
psicoanálisis2.
       Frente al enigma que implican estas problemáticas los psicoanalistas, y en
particular aquellos formados en una orientación lacaniana, dedican en la actualidad
múltiples esfuerzos para dar cuenta del modo en que éstas operan y de las posibles vías
en que podrían manejarse a nivel de la clínica. El hecho de que la teoría de Jacques
Lacan sea considerada con frecuencia al momento de pensar el modo en que se juega el
cuerpo en la subjetividad actual, puede ser entendido si tomamos en cuenta que a lo largo
de su obra existen numerosas referencias al cuerpo, las que, en palabras de Garrido

1
  Para una visión panorámica sobre los desafíos e interrogantes que algunos de dichos fenómenos
imponen a la reflexión teórica y clínica del psicoanálisis, cfr. Lebrun (1999), Kristeva (1995),
Melman (2005).
2
  Cfr. por ejemplo Donghi, Gartland & Quevedo, 2005; Escuela Freudiana de Buenos Aires [EFBA],
1996; Glocer, 2008; Hofstein, 2006; Matoso, 2006; Nasio, 2008; Sami-Ali, 1996, entre otros.
                                               7
(2007), dan cuenta de un trabajo que “se desarrolla no sin el cuerpo”. Esto quiere decir
que el cuerpo ocupa un lugar extenso en la teoría lacaniana, pero que, sin embargo, no es
transparente y por tanto obliga a un trabajo de lectura e interpretación.
          Partiendo de la experiencia clínica, y considerando el aporte de otras disciplinas y
el análisis de las condiciones socioculturales que rodean al ser humano, Lacan elaboró
una serie de reflexiones mostrando que el cuerpo forma parte de lo que concierne al
psicoanálisis3. Tomemos como ejemplo la siguiente referencia de su primer seminario:


       El descubrimiento freudiano nos conduce pues a escuchar en el discurso esa palabra
       que se manifiesta a través, o incluso a pesar del sujeto. El sujeto no nos dice esta
       palabra sólo con el verbo, sino con todas sus restantes manifestaciones. Con su propio
       cuerpo el sujeto emite una palabra que, como tal, es palabra de verdad, una palabra que
       él ni siquiera sabe que emite como significante. Porque siempre dice más de lo que
       quiere decir, siempre dice más que lo sabe que dice. (Lacan, 1953b, p. 387)


          Siguiendo a Lacan, el cuerpo concierne al psicoanálisis. Pero, ¿en qué sentido lo
hace?, ¿qué estatuto teórico tiene en su obra? Así, si bien el cuerpo está presente en la
teoría lacaniana, no resulta fácil determinar el cómo está implicado en ella.
          Esto se corresponde con un hecho más general que tiene relación con la dificultad
que impone toda lectura de la obra de Lacan, en la medida en que su pensamiento se
desarrolla dando lugar a lo paradojal, a la alteridad y al saber parcial. Este particular estilo
implica que dentro de su teoría la tendencia será a evitar toda definición de los conceptos
según una lógica positiva e identitaria (Singer, 2002). Así, al igual que como sucede con
otros conceptos trabajados por Lacan, es más fácil partir señalando lo que no es el cuerpo
en su obra antes que poder dar cuenta de su especificidad.
           Por otra parte, a lo anterior se suma el hecho de que los abordajes del cuerpo a lo
largo de su obra no son sistemáticos y no parecen llegar a constituir una noción
susceptible de ser elevada a la categoría de concepto psicoanalítico, como sí sucede con
la pulsión, la transferencia, el inconsciente y la repetición (Lacan, 1964). Asimismo, y dado
el estilo de enseñanza de Lacan, la aparición del cuerpo responde a los énfasis e
intenciones que el autor busca introducir en cada momento, lo que implica que una
revisión del cuerpo debe considerar las relaciones e implicaciones conceptuales en que
es puesto en juego el término.


3
    Cfr. por ejemplo Lacan, 1938, 1948, 1949, 1953a, 1953c, 1966a, entre otras.
                                                  8
Lo anterior impone un desafío a toda revisión que se quiera llevar a cabo de la
noción de cuerpo y de su estatuto teórico en la obra del psicoanalista francés. A su vez,
permite entender que los autores que han revisado el tema (cfr. Garrido, 2007; Soler,
1999; Tizio, s.f.; Valas, 1988; Unzueta & Lora, 2002) suelen realizar una revisión
cronológica por su obra que muestra la existencia de diversas aproximaciones al
problema del cuerpo. Así, se habla del cuerpo ligado al registro de lo imaginario, a lo
simbólico y lo real, pero también a diversos conceptos como son el deseo, el objeto a y el
goce, según van tomando relieve en la enseñanza lacaniana.
       Si bien existe por parte de algunos lectores de Lacan un intento de dar cuenta de
la complejidad del recorrido en el que se construyen sus distintas elaboraciones en torno
al cuerpo (cfr. por ejemplo Garrido, 2007), también nos encontramos con revisiones que
de un modo simplista y superficial ofrecen una lectura dogmática de lo que sería el
“verdadero” cuerpo en la propuesta lacaniana.
       Lo anterior no sólo vuelve complejo todo intento de abordaje riguroso de la noción
de cuerpo en la obra de Lacan, sino que sobre todo invisibiliza los puntos de encuentro -
de tensión, de articulación, de yuxtaposición- entre las distintas conceptualizaciones que
se plantean en torno a éste, dejando a los distintos “cuerpos” en posiciones discontinuas,
o a lo más, siendo ubicados en una supuesta evolución progresiva.
       Si   bien   la   lectura   que   tiende   a   establecer   distintos   “cuerpos”   -
imaginario/simbólico/real por ejemplo- puede presentar ventajas metodológicas en la
medida en que permite una clasificación y ordenamiento de las vicisitudes del
pensamiento de Lacan, conlleva a su vez el riesgo de reducir la complejidad y el juego de
continuidades/discontinuidades presentes en su trabajo. Para evitar dicha simplificación
se vuelve necesario interrogar dichos esquemas y temáticas a través de una problemática
que permita trabajarlos tanto en sus relaciones y superposiciones como en sus
discontinuidades, permitiendo preservar su complejidad y movimiento.
       En ese sentido, la presente tesis investiga la noción de cuerpo a la luz del proceso
de subjetivación, entendido como el recorrido a través del cual se constituye la
subjetividad y un particular modo de relación con el cuerpo. Para ello consideramos la
noción de sujeto elaborada por Lacan, reconociendo su valor teórico en tanto reivindica el
lugar del inconsciente en el desarrollo psíquico, estableciendo una concepción de
subjetividad que no se reduce al ego ni a la dimensión consciente. Dicha noción es
además relevante en la medida en que cuestiona toda conceptualización que pretenda



                                            9
definir la subjetividad a partir de una supuesta identidad o esencia, descentrando de modo
radical la interrogante por cuál es la medida del hombre.
       De este modo, la pregunta por la constitución de la subjetividad y por el lugar y
función que en ella toma el cuerpo permite interrogar críticamente las distintas
aproximaciones y formulaciones que Lacan propone de éste, sin asumir de antemano las
clasificaciones previamente mencionadas como una radical división sino como un juego
de posibles articulaciones. Con ello pretendemos profundizar más allá de las meras
oposiciones o discontinuidades relativas a la subjetividad –por ejemplo a propósito de los
conceptos de sujeto y yo4-, a la vez que iluminar el sentido que puede tener el hablar de
un cuerpo desde los registros de lo imaginario, lo simbólico o lo real.
       Sobre la base de la problematización expuesta se pretende realizar una revisión
rigurosa y crítica de las distintas formulaciones sobre el cuerpo en la obra de Jacques
Lacan, a partir del establecimiento del modo en que éste se ve implicado en el proceso de
subjetivación según el cual el ser viviente deviene sujeto humano. Más que ser un
recorrido cronológico, esta investigación se constituye como un trabajo de elaboración
personal que busca reconstruir en un après-coup el devenir de la noción de cuerpo dentro
del juego de articulaciones e integraciones en el que se desenvuelve el pensamiento de
Lacan y sus elaboraciones en torno a lo corporal y a la subjetividad.




4
  Podemos ejemplificar esto con la siguiente frase: “Si el ego emerge en el imaginario, el sujeto
emerge en lo simbólico” (Stavrakakis, 1999), en donde la subjetividad tiende a ser pensada en
referencia al orden del lenguaje y a su inscripción vía la ley paterna, y donde el ámbito de lo
imaginario y lo que concierne al yo quedan relegados a un plano que sólo parece servir a la
constatación, por vía negativa, de lo que no es identificable al sujeto.
                                               10
Capítulo 1. La imagen en los orígenes de la subjetividad: soporte para la
construcción de un espacio psíquico y corporal



                                               “La costumbre y el olvido son los signos de la integración
                                               en el organismo de una relación psíquica: toda una
                                               situación, por habérsele vuelto al sujeto a la vez
                                               desconocida y tan esencial como su cuerpo, se
                                               manifiesta normalmente en efectos homogéneos al
                                               sentimiento que él tiene de su cuerpo”
                                                       Jacques Lacan, Acerca de la causalidad psíquica




       En este capítulo nos dedicaremos a una revisión minuciosa de lo que concierne a
las primeras formulaciones de Lacan en torno al problema del cuerpo, tomando como
punto de partida su teoría del Estadio del Espejo en tanto constituye una pieza clave para
la comprensión de la función imaginaria en la construcción del cuerpo humano y porque
permite situar un primer momento en el proceso de conformación subjetiva5.

       Por otra parte, resulta imprescindible detenerse en el análisis de estas
formulaciones, profundizando en las implicancias e interrogantes que para la subjetivación
del ser humano plantean. Esto cobra relevancia sobre todo si se considera que, aún
cuando el Estadio del Espejo resulta una referencia usual dentro del psicoanálisis
lacaniano, su comprensión ha sido víctima de una banalización que lo sitúa en sus
incidencias como un hecho dado y sabido en la obra de Lacan (Le Gaufey, 1998).

       La teoría lacaniana sobre el Estadio del Espejo fue pronunciada por primera vez
en el XIV Congreso Psicoanalítico Internacional, sostenido en Marienbad en 19366, siendo
posteriormente reescrita y publicada en 1949. Es así como se trata de una reflexión
articulada con los demás textos de la época7 y sostenida a partir de las principales

5
  Garrido (2007) establece que la teoría del Estadio del Espejo marca el primero de los momentos
en que es posible encontrar en la obra de Jacques Lacan una particular perspectiva del cuerpo y
de su relación al resto de la doctrina.
6
  Lacan se refiere a esta situación en su obra “Acerca de la causalidad psíquica” de 1946 (véase p.
174-175).
7
  Como puede apreciarse en el trayecto marcado por las publicaciones de Lacan entre 1932 y
1953. Cfr. Lacan (1932, 1936, 1938, 1946, 1948, 1949, 1953c).
                                                11
problemáticas e interrogantes que en dicho momento tenían lugar en el pensamiento de
Lacan.

         Dentro de éstas, un asunto de gran interés para Lacan tiene que ver con el
estatuto problemático del yo, develado por las dificultades y desafíos que impone a la
experiencia clínica del psicoanálisis -manifiestas en lo que denominó las “enfermedades
actuales”, en las resistencias del yo al proceso analítico y en la reacción terapéutica
negativa-, pero posible también de discernir a nivel de lo social en lo que llamó el
“impasse psicológico del ego del hombre contemporáneo” y en la emergencia del “homo
psychologicus” (Lacan, 1948, 1953c)8.

         Partiendo de sus observaciones clínicas9, influido por los aportes de Henri Wallon,
la psicología de la Gestalt, y tomando como base estudios experimentales de la fisiología
animal y humana, Lacan desarrolla su primera contribución significativa a la teoría
psicoanalítica (Stavrakakis, 1999) al dar cuenta del estatuto imaginario del yo a través de
lo que él considera un caso particularmente ilustrativo del poder que tienen las imágenes
sobre el ser humano: el llamado Estadio del Espejo.

         Su tesis se desarrolla a partir de la observación del caso ejemplar que representa
el encuentro del lactante, entre los seis y dieciocho meses de vida, con su propia imagen
en el espejo. Se trata, según sostiene el autor, de un ejemplo paradigmático del efecto
formativo que tiene la Gestalt de la imago humana sobre el proceso de maduración del
individuo, en particular sobre el desarrollo mental del niño. Efecto que se revela en el
carácter jubiloso con que el niño experimenta dicho encuentro con su imagen, y que
designa que se trata de un verdadero reconocimiento de sí mismo ante el espejo (Lacan,
1949).

         Para comprender el origen del reconocimiento jubiloso que presenta el niño
enfrentado a su imagen especular, y que lo distingue de los animales, quienes muestran
sólo indiferencia como respuesta ante la misma situación, Lacan parte del orden de lo
biológico, de aquello que concierne al organismo biológico de la cría humana. Relevará en
un lugar primordial la discordia existente entre el ser humano y su medio, dada por la

8
  La publicación de 1953 (“Some reflections on the ego”) fue un trabajo leído por Lacan a la British
Psychoanalytical Society el 2 de mayo de 1951, y posteriormente publicado en International Journal
of Psychoanalysis en la fecha ya referenciada.
9
  El título del texto de 1949 (“El estadio del espejo como formador de la función del yo(je) tal como
se nos revela en la experiencia psicoanalítica”) resulta ilustrativo de la centralidad que ocupa la
clínica en dicha reflexión.
                                                 12
condición de precariedad y dependencia en que nace la cría humana, cuyo organismo
carece de la suficiente maduración motora y neuronal para sobrevivir.

          El interés gozoso con que el infante experimenta el encuentro con su propia
imagen demuestra entonces que percibe los movimientos en el espejo como propios. Es
decir, que lo que opera es propiamente hablando el reconocimiento de sí mismo en la
imagen como resultado de un proceso de identificación según el cual ésta se asume como
propia.

          Es aquí donde entra en juego el contraste entre el ser prematuro y su medio, en
tanto es sobre esta discordia primordial que se instala la asunción jubilosa de la imagen
del cuerpo. Enfrentado a la experiencia de un cuerpo marcado por la desorganización y la
falta de unidad, la imagen que se le presenta en el espejo debe toda su pregnancia10 al
hecho de aparecer como Gestalt, es decir, a la totalidad y unidad del cuerpo que
representa. En otras palabras, la potencia que tiene dicha imagen sobre el niño proviene
del hecho de que aparece coagulada como totalidad “en oposición a la turbulencia de
movimientos con que se experimenta a sí mismo animándola” (Lacan, 1949, p. 88).

          A través de la identificación con su imagen especular, el niño se anticipa visual y
mentalmente a la conquista del dominio y la prestancia de un cuerpo que, no obstante, en
el orden de su realidad orgánica aún adolece de tal unidad funcional. La discordia entre el
organismo de la cría humana y la realidad que lo rodea traza una distancia irreductible
con respecto a la dimensión animal. Mientras que el animal reconoce el estatuto ilusorio,
exterior de la imagen, el infante es capturado por la forma del cuerpo unificado, quedando
presa de la ilusión dada por una forma ideal. De ahí también el carácter de júbilo
triunfante que envuelve esa experiencia, y que no hace más que designar lo que es una
conquista, un triunfo imaginario -en tanto efecto de una imagen- sobre el cuerpo.

          A propósito de lo anterior, es posible establecer que la percepción del cuerpo
propio en tanto totalidad unificada no es un dato primario para el ser humano, sino algo
que se construye a partir del proceso de identificación con la imagen especular
previamente descrito. Así, la vivencia cotidiana que tenemos de nuestro cuerpo es más un
logro y un triunfo a conquistar en el proceso de maduración del individuo, que algo dado y
que guarda correspondencia con la dimensión de lo orgánico y biológico.

10
  El término pregnancia designa la “cualidad de las formas visuales que captan la atención del
observador por la simplicidad, equilibrio o estabilidad de su estructura” (Real Academia Española
[RAE], 2011a).
                                               13
Situada ya la discordancia que introduce la realidad orgánica del ser humano, es
posible comprender, entonces, que la posibilidad de acceder a la conquista del propio
cuerpo unificado debe situarse en directa relación con otra dimensión, a saber, la de lo
psíquico, siendo el Estadio del Espejo una experiencia ejemplar en tanto muestra un
momento crítico en el desarrollo mental del niño. Como dice Lacan (1953c), se trata de un
fenómeno que “demuestra claramente el paso del individuo a una etapa en donde la
formación más temprana del ego puede ser observada”.

       Así, el hecho de que el ser humano logre acceder a la experiencia de poseer un
cuerpo propio va de la mano del advenimiento de la instancia del yo, en tanto dimensión
psíquica que le confiere al niño la posibilidad de tener un sentimiento referido a lo propio
del cuerpo, y por tanto a sí mismo.

       La reacción de captura jubilosa manifiesta por el infante al observarse en el espejo
es la evidencia que encontrará Lacan (1948) de la formación del yo, en tanto responde a
una “satisfacción propia, que depende de la integración de un desaliento orgánico” (p.
108). Satisfacción que no proviene de la relación con un medio preformado, sino
justamente de la discordia primordial.

       Lo que se encuentra a la base de la posibilidad de surgimiento del yo es la
identificación del infante con la imagen primordial (Urbild) de su cuerpo unificado, la que
será de ahí en más la imagen del propio cuerpo, abriendo las puertas para la vivencia de
un sentimiento de unidad y de sí mismo. No obstante, Lacan se preocupa de resaltar que,
al tiempo que dicha identificación se constituye como condición de posibilidad que habilita
la formación del yo, define una serie de consecuencias problemáticas que lo signarán en
su condición y en su relación con el medio.

       La particular relación que establece el niño con su imagen especular, y los efectos
que tiene esto a nivel de la naciente subjetividad, se vuelven comprensibles a través de lo
que Lacan (1953c) no duda en calificar de “conexión libidinal”. Se trata, pues, del lazo
que, en virtud de la función operada por la imagen, y en particular por la imagen de la
forma humana11, moviliza al individuo a establecer una relación con su entorno, una
conexión del mundo interno (Innenwelt) con el mundo externo (Umwelt) como dirá Lacan
en 1949. El sentido del término líbido puede ser entendido aquí como “la notación

11
   La forma del cuerpo implica en su elaboración no sólo una referencia a la imagen del cuerpo,
sino también al rostro, en tanto parte del cuerpo que es objeto de un reconocimiento
particularmente precoz. Cfr. Lacan (1948).
                                              14
simbólica de la equivalencia entre los dinamismos que las imágenes invisten en el
comportamiento” (Lacan, 1936, p. 84), definición a propósito de la cual podemos entender
que Lacan critique la hipótesis sustancialista que refiere la líbido a la materia.

       Entonces, la conexión es propiamente designada como libidinal en tanto se
constituye en un verdadero lazo afectivo con la imagen, cuyo valor se funda en virtud de
lo que satisface a nivel psíquico al integrar imaginariamente una discordancia orgánica.
En palabras del autor, se trata de una conexión cuyo valor afectivo se constituye como
efecto “de una insuficiencia orgánica de su realidad natural” (Lacan, 1949, p. 89). Esta
condición de falta, de incompletud que se da a nivel del desarrollo biológico en el ser
humano será un elemento decisivo en el desarrollo de la tesis lacaniana sobre la
conformación del yo, en tanto da cuenta del valor de anticipación funcional que adquiere
la maduración precoz de la percepción visual. Según Lacan (1946), a partir de esto resulta



    por una parte, la marcada prevalencia de la estructura visual en el reconocimiento, tan
    precoz, como hemos visto, de la forma humana, mientras que, por la otra, las
    probabilidades de identificación con esta forma reciben, si me está permitido decirlo, un
    apoyo decisivo, que va a constituir en el hombre ese nudo imaginario. (p. 176)



       Vemos como dentro del argumento vuelve a ser considerada la primera hiancia
entre el organismo prematuro y su Umwelt, en tanto se constituye como el punto nodal
para comprender el modo en que el niño se precipita, en la anticipación imaginaria de su
madurez, a una percepción de su cuerpo como unificado. El hecho de que se asuma
como propia una imagen que refleja un dominio y una unidad aún no conquistada
determinará para Lacan el carácter enajenante que atraviesa y marca desde su origen a
toda subjetividad humana. La experiencia del Estadio del Espejo se constituye, en
palabras de Lacan (1949), en un



    drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el
    sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se
    sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos
    ortopédica de su totalidad –y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante,
    que va a marcar con su estructura rígida, todo su desarrollo mental. (p. 90)


                                                15
Lo anterior evidencia el valor que Lacan (1949) le otorga a la imagen en el proceso
del devenir humano, en tanto la identificación del niño con la imagen total de su cuerpo
opera a modo de una “transformación en el sujeto” (p. 87), a partir de la cual aquello que
es externo y virtual se presenta como propio y real. En el espejo el cuerpo se le aparece
como una Gestalt o forma total, que resuelve imaginariamente (virtualmente) el
dinamismo libidinal problemático que se experimenta a nivel del organismo.

        No obstante, esta superación -anticipación mental, dirá Lacan- esconde el hecho
de que la imagen sobre la que se sostiene le es dada como una “exterioridad donde sin
duda esa forma es más constituyente que constituida” (Lacan, 1949, p. 87-88). Imagen o
imago12 constituyente dirá Lacan (1936) relevando su “función informadora” sobre el
desarrollo del individuo (p. 82), es decir, la de dar forma a los primeros esbozos de
subjetividad y a su futuro devenir13.

        El yo que adviene es, entonces, un yo que se caracteriza por su “función de
desconocimiento” (Lacan, 1949, p. 92), es decir, por desconocer el hecho de estar con-
formado a partir de la identificación con una forma ajena e ideal (yo-ideal). La imagen del
cuerpo entero es la forma ortopédica ideal -“imago salvadora” dirá Lacan en 1948- que
será asumida por el yo como propia, y que determinará de ahí en adelante el carácter
alienado de su estructuración. En palabras del autor, esta forma ideal “simboliza la
permanencia mental del yo {je} al tiempo que prefigura su destinación enajenadora”
(Lacan, 1949, p. 88).

        Un destino alienante, pues aquello de donde toma su forma el yo no es cualquier
imagen, sino una que se presenta en una simetría invertida y que impone como ideal la
prestancia, el poder y el prestigio representados por la estabilidad y la estatura de la
postura de pie (Lacan, 1953c).

        Por otra parte, destino alienante, pues la identificación con la forma ideal del
cuerpo unificado se constituye en una ortopedia que corrige, pero nunca con total éxito, la
discordia fundamental del ser humano. La imagen total del cuerpo se transforma en una

12
   Para una profundización en el concepto de imago, y una revisión de cómo cambió el lugar de
éste y del problema de la imagen en la teoría de Lacan, cfr. Baños Orellana (2008).
13
   Al respecto Lacan (1936) introduce la diferenciación entre identificación e imitación, atribuyendo
la función informadora a la primera, pues mientras la imitación tiene que ver con una aproximación
parcial y titubeante, la identificación se caracteriza tanto por la asimilación global de una estructura,
como por la asimilación virtual del desarrollo que ésta implica.
                                                   16
conquista inestable, que no está asegurada, y que está constantemente confrontada, a
nivel de la fantasía, con la dimensión orgánica, representada en lo que Lacan denomina la
imagen del cuerpo fragmentado14.

        Ahora bien, la principal marca de alienación que esta identificación impone al
destino de la subjetividad humana está dada por el hecho de que el sujeto -el ser del
hombre como dice Lacan- se identifica al yo, quedando capturado en la ilusión de
completud narcisista. Al respecto Lacan señala (1946): “las primeras elecciones
identificatorias del niño, elecciones “inocentes”, no determinan otra cosa (…) que esa
locura, gracias a la cual el hombre se cree un hombre” (p. 177). Y continúa: “pasión de ser
un hombre (…) el narcisismo, que impone su estructura a todos sus deseos, aun a los
más elevados” (p. 178).

        El narcisismo se constituye entonces como la raíz del mayor desconocimiento,
pues aún cuando se haga coincidir al ser humano con su yo, siempre se tratará de una
coincidencia ilusoria que, no obstante, no logrará nunca suprimir la discordancia
primordial entre el yo y el ser (Lacan, 1946). Es a esto a lo que se refiere Lacan (1949)
cuando señala que la instancia del yo se sitúa en una



     línea de ficción, irreductible (…) y que sólo asintóticamente tocará el devenir del sujeto,
     cualquier sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que
     resolver en cuanto yo [je] su discordancia con respecto a su propia realidad. (p. 87)



        En concordancia con lo expuesto, es posible entender que Lacan asigne a las
imágenes un lugar central dentro de sus elaboraciones, considerándolas no sólo el objeto
propio de la psicología, sino también destacando que es en el psicoanálisis que las
imágenes adquieren el estatuto de “fenómenos mentales” y que puede ser descubierta “la
realidad concreta que representan” (Lacan, 1948, p. 97). Realidad propiamente psíquica,
subjetiva.

        A partir de esto se comprende que la identificación con la imagen se constituya en
la causalidad psíquica propiamente tal (Lacan, 1946), y que la primera identificación con
la imagen total del cuerpo propio inaugure el inicio del recorrido según el cual se

14
  Al respecto véase las referencias de Lacan (1949, 1953c) a las fantasías que aparecen en
sueños y síntomas y que dan cuenta de un cuerpo que se caracteriza por su fragmentación.
                                                 17
construirá el devenir subjetivo. A esto se refiere cuando señala que “la historia del sujeto
se desarrolla en una serie más o menos típica de identificaciones ideales” (Lacan, 1946,
p. 168)15.

        Esto resulta del hecho que la identificación primordial con la Urbild (imagen
prototipo) del propio cuerpo sitúa el primer momento de un proceso dialéctico de
posteriores identificaciones, en donde ésta será el modelo de las que vendrán, fijando así
la estructura narcisista e imaginaria según la cual se conformará el yo y su particular
relación con el mundo16. A esto se refiere Lacan (1949) cuando habla de



     la matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en una forma primordial, antes de
     objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le
     restituya en lo universal su función de sujeto. (p. 87)



        La identificación primordial, tal y como la hemos descrito en lo hasta aquí
expuesto, opera entonces como condición de posibilidad que habilita la emergencia de la
subjetividad, entendida como aquello que en la dimensión psíquica y corporal se
experimenta como propio. Esto, considerando que lo propio, y lo ajeno como su
contraparte, no estarían presentes antes del desarrollo mental que acontece durante la
fase17 del espejo, asumiéndose que previamente la cría humana estaría sumida en una
situación vivida como indiferenciada18 (Lacan, 1938, 1948).

        Sin embargo, el precio de esta operación psíquica fundante es que la subjetividad
queda signada desde sus orígenes por una relación problemática con la alteridad, pues,

15
   En sus escritos anteriores, Lacan incluso sostendrá que las diversas identificaciones constituyen
la personalidad del individuo: “Lo que se transmite por esta vía psíquica son esos rasgos que dan
en el individuo la forma particular de sus relaciones humanas, esto es, su personalidad” (Lacan,
1936, p. 82).
16
   En su texto “Acerca de la causalidad psíquica” Lacan (1946) plantea que el conjunto de
formaciones psíquicas, es decir, tanto el yo como las diversas imágenes, debe ser comprendido en
su “estructura imaginaria y en su valor libidinal” (p. 168).
17
   Si bien es posible encontrar en la obra de Lacan referencias a la fase del espejo, éstas son más
bien excepcionales, y de hecho en su texto “De nuestros antecedentes” (1966b) encontramos la
razón de ello, en tanto allí señala que el término “fase” alude solo al desarrollo, mientras que el de
“estadio” permite relevar que se trata de un “momento que no es de historia sino de insight
configurante” (p. 63).
18
   Para una revisión más exhaustiva de la situación previa al estadio del espejo, véase el texto “La
familia” (Lacan, 1938).
                                                   18
como se estableció anteriormente, “el primer efecto de la imago que aparece en el ser
humano es un efecto de alienación del sujeto. En el otro se identifica el sujeto” (Lacan,
1946, p. 171). Es decir, que se trata de un proceso de identificaciones que, si bien ofrecen
lugar para la constitución subjetiva en tanto desarrollo psíquico, a la vez objetivan.

       A partir de esto se entiende que la construcción lacaniana sobre el Estadio del
Espejo se constituya como una propuesta teórica de gran aporte para la comprensión de
la subjetividad (Stavrakakis, 1999), en la medida en que sitúa en un primer plano el
cuestionamiento a la experiencia cotidiana del ser humano de estar “siendo él mismo”,
relevando las estructuras de desconocimiento y alienación fundamental que se muestran
en la relación de constante conflicto y tensión que se juega entre lo propio y lo ajeno19.

       Este conflicto no sólo define un problema a nivel de la estructura que aliena al yo -
en donde la función de desconocimiento es representada de modo ejemplar en el
fenómeno de la negación descrito por Freud (Lacan, 1948, 1953c)-, sino que imprime
también el carácter problemático que tiene toda relación al otro en tanto semejante, y
cuyos signos se observan tempranamente: “Es esta captación por la imago de la forma
humana (…) la que entre los seis meses y los dos años y medio domina toda la dialéctica
del comportamiento del niño en presencia de su semejante” (Lacan, 1948, p. 105).
Sostenida por el modelo de la identificación primordial, la identificación del yo con la
imago del semejante muestra todos los efectos de la estructura alienante que lo
constituye.

       Al respecto, Lacan (1946, 1948, 1949) utiliza los fenómenos del transitivismo20
descritos por Charlotte Bühler -que van “desde la identificación espectacular hasta la
sugestión mimética y la seducción de prestancia”- para dar cuenta de la relación
especular y ambivalente según la cual el yo se vincula al otro. Se trata de una relación “en
espejo, en el sentido de que el sujeto se identifica en su sentimiento de Sí con la imagen
del otro, y la imagen del otro viene a cautivar en él este sentimiento” (Lacan, 1946, p.
171), con la subsecuente consecuencia de que lo propio y lo del otro permanecen


19
   Es por ello que Stavrakakis (1999) dirá que “la dependencia constitutiva de toda identidad
imaginaria en relación a la exterioridad alienante de una imagen especular jamás completamente
internalizada, subvierte toda la idea de una subjetividad estable reconciliada, basada en la
concepción del ego autónomo”.
20
   Fenómenos que acontecen en circunstancias en que la diferencia de edad entre el individuo y el
otro no supera cierto límite. “Dos meses y medio”, dice Lacan (1938, p. 46), en una precisión
cronológica que no será mayormente conservada en trabajos ulteriores.
                                               19
entremezclados, abriendo por ejemplo la posibilidad al “esclavo identificado con el
déspota, actor con el espectador, seducido con el seductor” (Lacan, 1948, p. 106).

       La utilización que hace Lacan del concepto de transitivismo va más allá de una
descripción de las reacciones que se observan entre infantes que comparten una edad
aproximada. De aquí que plantee que, “como nunca se elimina por completo del mundo
del hombre en sus formas más ligadas (en las relaciones de rivalidad, por ejemplo), se
manifiesta ante todo como la matriz del Urbild del Yo” (Lacan, 1946, p. 170).

       Este núcleo de ambigüedad que constituye al yo y su relación con el otro, y cuya
presencia permanece a lo largo de la vida, fue nuevamente abordado por Lacan (1948) en
su trabajo “La agresividad en psicoanálisis”, en donde plantea que la tendencia agresiva
es correlativa a la identificación narcisista según la cual se constituye el yo. Tal como
hemos visto al desarrollar las implicancias de esta relación libidinal que captura al yo en
una forma ideal, la alienación y el desconocimiento se introducen como dimensiones
intrínsecas de la subjetividad, manifestándose a modo de una tensión interna para el
individuo, en donde el narcisismo y la agresividad, el amor y el odio son polos siempre
presentes, en oposición y complemento, de un conflicto que se juega con el otro y consigo
mismo.

       Esta propuesta de Lacan sobre la agresividad representa una crítica a la noción de
pulsión de muerte freudiana en tanto cuestiona su carácter innato, situándola en tanto
tendencia agresiva como una dimensión inherente a la organización del yo del ser
humano, es decir, como un efecto de su estructura misma, y cuyas manifestaciones se
extienden más allá de lo observable a nivel conductual –de ahí que hable de “intención de
agresión”-, mostrando el lugar no despreciable que tiene dentro de la escena analítica.

       No obstante, nos parece que el mayor aporte de esta tesis sobre la agresividad
está dado por el hecho de relevar la fundamental relación que existe entre la tendencia
agresiva y la imagen. Retomando el argumento de la prematuración de la cría humana
plantea que es esta condición la que finalmente determina que la identificación con la
forma humana constituya en el ser humano un “nudo imaginario”, designado por el
psicoanálisis como narcisismo (Lacan, 1946, p.176). El término “nudo” resulta aquí
esencial, pues logra transmitir la intrincada relación de ambivalencia -que abarca mucho
más que la dimensión del amor propio- que está en juego en lo que ha sido llamado por la
doctrina psicoanalítica como narcisismo.


                                            20
A partir de lo anterior se hace posible entender que para Lacan la agresividad se
presenta como una tendencia que no sólo se juega en la relación al otro, sino que también
en la relación del individuo consigo mismo. La “tendencia suicida” -como la denominó en
este caso- pone en juego justamente la relación del individuo con ese estado mortífero
original, vivenciado “desde el traumatismo del nacimiento hasta el fin de los primeros seis
meses de prematuración fisiológica, y que va a repercutir luego en el traumatismo del
destete” (Lacan, 1946, p. 176-177).

        El efecto de esta tendencia que atormenta al individuo se manifiesta en una serie
de prácticas sociales -como por ejemplo los ritos del tatuaje, de la incisión y de la
circuncisión- y en imágenes que la representan, dentro de las cuales las de castración,
mutilación y dislocación conforman lo que Lacan denominó imagos del cuerpo
fragmentado (Lacan, 1948). Prácticas e imágenes que dan cuenta de “una relación
específica del hombre con su propio cuerpo” (Lacan, p. 97), y que tienen en común el
hecho de simbolizar la angustia del nacimiento y la estructura narcisista del yo.

        Ahora bien, en cuanto a los efectos de la agresividad en el ser humano aún queda
algo por agregar. Hasta aquí, y siguiendo a Lacan (1948), hemos situado la agresividad
como la tendencia correlativa de la identificación narcisista. Identificación, organización
narcisista que deja al yo alienado en la captura ilusoria de una forma ideal, y que, tal
como hemos visto, se manifiesta en una tensión interna para el individuo, en donde la
confusión entre lo propio y lo ajeno se hará presente también a nivel de su deseo. De este
modo,



    esa forma se cristalizará en efecto en la tensión conflictual interna al sujeto, que
    determina el despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el concurso
    primordial se precipita en competencia agresiva, y de ella nace la tríada del prójimo, del
    yo y del objeto. (Lacan, 1948, p. 106)



        Se entiende, entonces, que la identificación narcisista determina para el ser
humano una alienación en el sentido de que se identifica al otro, lo que incluye la
dimensión del deseo. Al respecto Lacan (1946) plantea –inspirado en la doctrina
hegeliana- que el deseo humano se constituye como “deseo de hacer reconocer su
deseo. Tiene por objeto un deseo –el del otro-, en el sentido de que el hombre no tiene
objeto que se constituya para su deseo sin alguna mediación” (p. 171).
                                               21
De lo anterior se desprende que la identificación narcisista no sólo determina la
estructura formal del yo del ser humano, sino también el modo en que se estructura su
realidad, caracterizada por una radical diferencia con la del animal. Constituido el deseo
humano como deseo del deseo del otro, los objetos de interés que conforman el mundo
del ser humano se multiplican en una diversidad insospechada y se independizan del
espacio objetivo que domina las tendencias animales. Para Lacan (1948),



    esa fijación formal que introduce cierta ruptura de plano, cierta discordancia entre el
    organismo del hombre y su Umwelt, es la condición que extiende indefinidamente su
    mundo y su poder, que da a sus objetos su polivalencia instrumental y su polifonía
    simbólica, su potencial también de armamento. (p. 104)



       Por otra parte, el planteamiento de Lacan (1948) de que la realidad humana
reproduce la estructura formal del yo puede comprenderse si se considera que, así como
el individuo vive presa de la ilusión de una identidad -cuyo centro es su yo-, los objetos
con los que se relaciona también se constituyen como entidades o cosas bajo los
atributos de permanencia, identidad y sustancialidad. De aquí que señale que el ser
humano “mantiene con la naturaleza relaciones que se ven, por una parte, especificadas
por las propiedades de un pensamiento identificatorio” (Lacan, 1936, p. 80).

       Este particular modo que tiene el ser humano de conocer y relacionarse con el
mundo que lo rodea, y cuya estructura Lacan (1948) calificó de “paranoica” releva, una
vez más, la importancia que tiene la identificación formal y la ruptura que ésta introduce
entre el organismo del ser humano y su Umwelt.

       El recorrido hasta aquí realizado da cuenta de las principales ideas que conforman
la tesis de Lacan en torno al estatuto y a la formación del yo. Hemos desarrollado el lugar
que tiene la imagen, o más precisamente la noción de imago, en tanto “esa forma
definible en el complejo espacio-temporal imaginario que tiene por función realizar la
identificación resolutiva de una fase psíquica” (Lacan, 1946, p. 178). Imago y su función
identificatoria son, entonces, las que posibilitan el paso de un estadio a otro del desarrollo
psíquico del ser humano, constituyendo la dialéctica de su identificación objetivante.

       En cuanto a dichos estadios hemos mencionado el carácter de inestabilidad y de
tensión que se pone en juego en los distintos momentos identificatorios, ya sea entre la

                                              22
imagen del cuerpo total y las del cuerpo fragmentado, o bien, en la relación de rivalidad y
ambivalencia que se instala con la imago del semejante. No obstante, este recorrido no
representa una revisión exhaustiva de la propuesta elaborada por Lacan sobre las
imagos21. Aún queda por introducir una imago relevante para dar cuenta del devenir del
proceso de subjetivación en el ser humano, sobre todo en lo que concierne a la resolución
de la crisis que implica la relación con el semejante.

        Se trata de la imago del padre, introducida por la dinámica edípica, gracias a la
cual se produce la identificación del niño con el progenitor de su mismo sexo, es decir con
su rival. La relevancia de esta identificación está dada por el hecho de que genera una
normalización libidinal y una conexión de ésta con la normatividad cultural. La función
normalizadora del Edipo es la de una sublimación, cuyos efectos se registran en tanto
permite al individuo trascender la agresividad constitutiva de la primera individuación
subjetiva (Lacan, 1948). De ahí que Lacan (1946) señale que “domina y arbitra el
desgarramiento ávido y la celosa ambivalencia que fundamentaban las relaciones
primeras del niño con su madre y con el rival fraterno” (p. 172).

        En este punto quisiéramos destacar la importancia de pensar estos estadios del
desarrollo psíquico como momentos de un proceso que, lejos de suprimirse, se van
integrando los unos a los otros (Lacan, 1938). Un ejemplo de esto lo constituye la
siguiente frase de Lacan (1948):



     Pero es claro que el efecto estructural de identificación con el rival no cae por su propio
     peso, salvo en el plano de la fábula, y no se concibe sino a condición de que esté
     preparado por una identificación primaria que estructura al sujeto como rivalizando
     consigo mismo. (p. 109)



        Nuevamente registramos las implicancias subjetivas provocadas por la imagen en
su estatuto de fenómeno mental. Implicancias que se registran a nivel psíquico y corporal,
y en donde lo psíquico y lo corporal son como dos caras de una misma moneda. En el
caso particular del complejo de Edipo, vemos que Lacan (1946) le atribuye efectos que
van desde la constitución del sentimiento de realidad, incluyendo las categorías de tiempo


21
  Sobre esto, consúltese el texto “La Familia” de 1938, en donde Lacan desarrolla también lo que
concierne a la relación del niño con la madre, con la imago del seno materno.
                                                 23
y espacio, hasta efectos que se registran directamente en la dimensión corporal, como por
ejemplo, los efectos somáticos en la histeria. Sobre el modo en que el Edipo repercute en
cuanto a normalización libidinal del cuerpo, Lacan (1946) señala:



     no vacilo en decir que se ha de poder demostrar que esa crisis tiene resonancias
     fisiológicas, y que, por muy puramente psicológica que sea en su resorte, se puede
     considerar a cierta “dosis de Edipo” como poseedora de la eficacia humoral de la
     absorción de un medicamento desensibilizador. (p. 173)



        El recorrido teórico planteado permite comprender el lugar de prevalencia que se
le ha asignado al registro de lo imaginario dentro del primer período de la enseñanza de
Lacan. En su teoría las imágenes constituyen, propiamente tal, una causalidad psíquica,
vía a través de la cual se transmiten “esos rasgos que dan en el individuo la forma
particular de sus relaciones humanas, esto es, su personalidad (…) el comportamiento
individual del hombre lleva la impronta de cierto número de relaciones psíquicas típicas
(Lacan, 1936, p. 82). Personalidad, comportamiento, tendencias, fantasías diurnas,
sueños22… Lacan nos muestra que los efectos de las constelaciones psíquicas que se
establecen en virtud de las identificaciones repercuten en todos los intersticios de la vida
del ser humano. La matriz simbólica en que se precipita el advenimiento de la subjetividad
está condenada desde el origen a la armadura -imaginaria, narcisista- que le da su
identidad.

        Llegado este punto, nos detendremos brevemente para relevar las intenciones e
implicaciones que tiene este recorrido dentro de la enseñanza de Lacan, para desde ahí
situar el inicio de lo que serán nuestras propias reflexiones, interrogantes y conclusiones a
partir de esta revisión teórica. Como señalábamos al comienzo del capítulo, la
construcción del Estadio del Espejo y su propuesta más general sobre lo imaginario se
insertan en un momento particular de su pensamiento, donde el problema del estatuto del
yo se constituye como problemática central. Así, la necesidad de destacar y profundizar
en la función del yo dentro de su enseñanza se explica a partir de una “resistencia teórica
y técnica” (Lacan, 1966b, p. 61), en un contexto en donde el psicoanálisis ha sido, en su
opinión, desvirtuado por ciertas lecturas posfreudianas (especialmente por la corriente

22
  Ejemplos de esto pueden encontrarse en sus textos “La agresividad en psicoanálisis” y “Some
Reflections on the Ego”.
                                               24
norteamericana de la Psicología del Yo). En su texto “El seminario sobre La carta robada”
de 1956, y a propósito del esquema L, Lacan explica que el problema ha sido la confusión
de dos ejes, el imaginario y el simbólico, dando como resultado la realización de un tipo
de clínica que reduce la cura a una utópica rectificación de la pareja imaginaria. En sus
palabras, “es esto lo que justifica la verdadera gimnasia del registro intersubjetivo que
constituyen tales de los ejercicios en los que nuestro seminario pudo parecer demorarse”
(Lacan, 1956a, p. 48).

       No obstante, las elaboraciones lacanianas en torno al registro de lo imaginario y a
la función del yo adquieren sentido en un marco aún más amplio, en donde cabe situar su
cuestionamiento a la concepción del yo sostenida tanto por el sentido común, como por
toda una corriente filosófica, a saber, la derivada del cogito. En este sentido, Lacan es
enfático al sostener que la vía del cogito, de la conciencia, y de la voluntad no son útiles
en la experiencia analítica, en donde el yo “representa el centro de todas las resistencias
a la cura de los síntomas” (Lacan, 1948, p. 110).

       A partir de esto se comprende que las implicancias derivadas de su teoría sobre el
yo sean desarrolladas sobre todo en el plano de la técnica analítica. Así encontramos, por
ejemplo, una propuesta sobre cómo debe operar el analista de modo de poner en juego la
agresividad del paciente, animando la transferencia imaginaria, pero de modo prudente,
para evitar que se desencadene una resistencia explícita hacia el análisis –una reacción
terapéutica negativa en términos freudianos. Para ello, el analista busca “representar para
el otro un ideal de impasibilidad” (Lacan, 1948, p. 99) ofreciéndose como un personaje
despojado de características individuales, despersonalizado, borrando toda posibilidad de
que el paciente encuentre en él lo que busca. De ahí que Lacan señale que la imago no
se revela “sino en la medida en que nuestra actitud ofrece al sujeto el espejo puro de una
superficie sin accidentes” (p. 102).

       Es en este punto, entonces, donde tomamos cierta distancia con el autor para dar
pie al despliegue de las interrogantes, reflexiones y posibles conclusiones que, en torno al
cuerpo y al proceso de subjetivación del ser humano, pueden derivarse de su teoría.
Pues, si bien es cierto que el mismo Lacan aventura las implicancias que sus
elaboraciones podrían tener más allá de la experiencia analítica, en ningún momento
desarrolla lo que de éstas concierne al cuerpo en relación con la subjetivación.

       En relación con esto, nos parece esencial subrayar que sus planteamientos sitúan
en primer plano la pregunta por la relación entre ser humano y naturaleza. La naturalidad

                                            25
con que se asume la relación del hombre con su medio ambiente resulta interrogada por
su teoría en la medida en que plantea que el cuerpo y la subjetividad no son datos
primarios. Del mismo modo en que la subjetividad es un “drama que se conquista”, la
posibilidad de habitar el propio cuerpo, de experimentarlo como propio y uno, es
conceptualizada como un efecto de la identificación del niño con su imagen especular. Lo
anterior implica que la corporalidad del ser humano ya no puede ser considerada como un
hecho que se corresponde con el registro de lo “natural” o dado, sino que debe pensarse
como íntimamente articulada al registro de lo imaginario y a la función del yo.

       Esto marca una primera distinción entre el estatuto que adquiere la noción de
cuerpo al interior del psicoanálisis lacaniano respecto de otras concepciones, como la
biomédica. El cuerpo, desde Lacan, no será asimilable al organismo, ni reductible al orden
de lo biológico. Ahora bien, con esto no se trata de desconocer la dimensión del
funcionamiento biológico del cuerpo, sino que más bien se trata de una concepción que
en su desarrollo trasciende ese nivel, y que, no obstante, toma como dato relevante un
hecho del orden de la biología para introducirlo como pieza fundamental de su
argumentación.

       Así, inspirada en el concepto freudiano de desamparo, la noción lacaniana de
prematuración rescata una serie de hechos –falta de desarrollo de la motricidad
voluntaria, caos propioceptivo, falta de maduración del sistema nervioso central- que
pertenecen a lo que podría llamarse el cuerpo somático de la medicina y la biología,
permitiendo a Lacan caracterizar el origen de la vida humana como una condición en falta,
como una discordia vital respecto del ambiente natural que lo rodea. Discordancia que el
autor considerará como una pieza fundamental para la comprensión del poder formativo
que tienen las imágenes, y en particular la imago humana23 sobre el individuo. En sus
palabras, la Gestalt visual del propio cuerpo “es valorizada con toda la desolación original,
ligada a la discordancia intraorgánica y relacional de la cría de hombre, durante los seis
primeros meses, en los que lleva los signos, neurológicos y humorales, de una
prematuración natal fisiológica” (Lacan, 1948, p. 105).

       Es sobre esta condición prematura que se organiza la relación libidinal según la
cual el individuo humano se fija en una imagen, fundando la posibilidad de acceso a la
experiencia de una (presunta) identidad y unidad corporal. Así, el proceso de devenir

23
  La imago humana es la referencia general que aúna las distintas imagos trabajadas por Lacan
(1948): la del cuerpo propio unificado, la del semejante, del padre y del cuerpo materno.
                                             26
desde un puro organismo biológico indiferenciado a la posibilidad de constituirse como un
yo, poseedor de un cuerpo propio, y distinto del otro, se sostiene desde esa discordia
primordial entre naturaleza y hombre, que impide a la cría sobrevivir por sí sola.

       En este sentido, vemos que en la teoría de Lacan el orden biológico y el psíquico
se encuentran imbricados, y que es por la impotencia que determina al primero que puede
advenir y desarrollarse el segundo, y no de cualquier modo, sino caracterizado por su
anticipación que intenta suplir la condición de falta biológica. Esta relación entre lo
biológico y lo psíquico, y el modo en que ésta afecta al cuerpo se encuentra ejemplificada
en la identificación edípica. A propósito de ésta Lacan (1948) señala que su energía la
toma del “primer surgimiento biológico de la libido genital” (p. 109), agregando que “la
nota de impotencia biológica vuelve a encontrarse aquí, así como el efecto de anticipación
característico de la génesis del psiquismo humano, en la fijación de un “ideal” imaginario
que el análisis ha mostrado decidir de la conformación del “instinto” al sexo fisiológico del
individuo” (p. 109).

       Ahora bien, recordemos que la relación imaginaria por la que el individuo se fija a
la imagen es denominada por Lacan como un nudo narcisista en tanto se constituye no
sólo como la condición de posibilidad para la subjetividad, sino también como una marca
enajenante en el destino del individuo, que le impone los efectos de una relación
problemática consigo mismo y con los otros, en donde la estabilidad de su sentimiento de
identidad estará en constante riesgo de ser problematizada.

       Del mismo modo en que se estructura la subjetividad, el cuerpo humano se
construye como un cuerpo mediatizado por la imagen y por una relación problemática con
la alteridad que, según vimos en nuestro recorrido, constituye el deseo humano a través
del reconocimiento del otro, pero a la vez lo signa de una ambivalencia estructural.
Cuerpo y subjetividad quedan atravesados por una tensión, tendencia agresiva -hacia el
otro, hacia sí mismo-, que parece representar una permanente reedición de la lucha
contra esa fase de miseria original24.

       Al respecto, su noción de imagos del cuerpo fragmentado permite concebir el
modo en que queda registrada imaginariamente esa condición de falta, frente a la cual el


24
   En relación con esto, Lacan mostró con claridad la amplitud con que puede ser representada
esta tensión en el campo imaginario, ya sea a través de una emoción, un sueño, o en las fantasías,
el discurso o los comportamientos del individuo.


                                               27
desarrollo psíquico se constituye como una anticipación ortopédica. Esta vinculación entre
lo psíquico y lo biológico da luces para comprender el poder que tienen las imágenes a
nivel de la fantasía, pero también en el orden material de lo corporal. Lacan (1948)
ejemplifica esto al señalar que



    la revocación de ciertas personae imaginarias, la reproducción de ciertas inferioridades
    de situación pueden desconcertar del modo más rigurosamente previsible las funciones
    voluntarias en el adulto: a saber su incidencia fragmentadora sobre la imago de la
    identificación primordial. (p. 108)



       Siguiendo lo expuesto es posible reconocer en la teorización de Lacan una
concepción de lo corporal y de lo psíquico como dimensiones íntimamente vinculadas en
una relación, en donde, sin embargo, no es evidente el modo en que ésta opera,
invitando, por lo mismo, a seguir profundizando en la naturaleza de esa articulación.

       A propósito de esto es posible plantear que, ubicado en el centro de su propuesta,
el concepto de imagen (e imago) se convierte en el principal concepto articulador gracias
al cual la dimensión de lo psíquico -en este caso representada por la instancia del yo- y la
de lo corporal se entrelazan. Según hemos visto a lo largo del capítulo, entender el
estatuto que tiene la imagen al interior de su teoría implica comprenderla como un
“fenómeno mental” que trasciende la distinción interno/externo, y que se caracteriza por
su potencialidad para constituir la realidad. Las imágenes son, por tanto, consideradas
como representaciones de la realidad y tienen efectos concretos sobre la subjetividad
individual; no sólo a nivel de la identidad individual que ofrecen, sino también a nivel de lo
corporal en tanto determinantes de las inflexiones individuales de las tendencias.

       Ahora bien, en cuanto a la imagen y sus efectos de identificación y transformación
del individuo no debe olvidarse que Lacan pone de relieve en particular una imagen, a
saber, la imago humana. Y específicamente, es la imago del cuerpo propio la que es
situada en un lugar central dentro del psiquismo, en la medida en que su singularidad y
autonomía la definen como un lugar imaginario de referencia de las sensaciones
propioceptivas. A partir de esto Lacan (1946) explica la relación que tiene esta imago con
una serie de fenómenos subjetivos, como por ejemplo, la ilusión de los amputados, las
alucinaciones del doble, su aparición onírica, etc.


                                               28
Tomando en cuenta lo expuesto hasta este punto, podemos señalar que la lectura
de este primer período de la obra de Lacan permite reconstruir una noción de cuerpo
original que, considerando la definición biomédica del cuerpo somático, la trasciende. Es
una propuesta en donde lo corporal se anuda a lo psíquico, y en donde ambos advienen a
partir de la posibilidad que abre lo imaginario en contraste con la hiancia inaugural. La
condición de falta en que nace la cría humana determina que el soma del organismo
quede subsumido en un orden distinto, en donde ya no será más un cuerpo biológico, sino
un cuerpo erótico en donde sus vínculos y modos de apropiación estarán definidos, por lo
menos en un primer tiempo, por la líbido.

       El cuerpo humano queda entonces, al igual que la subjetividad, signado en su
estructura por la forma y la energía que constituyen en su origen al yo, es decir, por una
conexión narcisista consigo mismo y con su alrededor. Sobre las consecuencias psíquicas
o subjetivas implicadas en esta conformación narcisista del individuo hemos visto que
Lacan plantea una amplia reflexión. Así, sabemos que la identidad del hombre -vivida en
el registro de la conciencia- desconoce por completo la verdadera naturaleza de su yo, y
que por lo mismo Lacan se muestra crítico con la concepción freudiana que asocia al yo al
sistema percepción-conciencia. En sus palabras, ahí se desconoce



    todo lo que el yo desatiende, escotomiza, desconoce en las sensaciones que le hacen
    reaccionar ante la realidad, como de todo lo que ignora, agota y anuda en las
    significaciones que recibe del lenguaje: desconocimiento bien sorprendente por arrastrar
    al hombre mismo que supo forzar los límites del inconsciente por el poder de su
    dialéctica. (Lacan, 1948, p. 109)



       No obstante, en torno al cuerpo debemos preguntar: ¿cuáles son las implicancias
que sobre éste deja caer el narcisismo? Aventurémonos al respecto con una lectura
personal de los planteamientos del autor.

       Siguiendo a Lacan, el problema del cuerpo en su obra no tiene que ver con la res
extensa de la teoría cartesiana, ni con el registro de lo sensible, de lo vivido o de la
conciencia. Estas dimensiones del cuerpo no hacen más que esconder la verdadera
pasión que enloquece al individuo y que no es otra que la pasión narcisista, según la cual
éste se cree siendo sí mismo. Esta pasión da cuenta de la ilusión fundamental que
captura al hombre, mucho más que las “pasiones del cuerpo”, pues es la “pasión de ser
                                               29
un hombre (…) el narcisismo, que impone su estructura a todos sus deseos, aun a los
más elevados” (Lacan, 1946, p. 178).

          Sobre esta pasión Lacan (1946) señala que se trata de una “fórmula paradójica,
que adquiere, sin embargo, su valor si se considera que el hombre es mucho más que su
cuerpo, sin poder dejar de saber nada más acerca de su ser” (p. 177). A partir de esto
pareciera que el cuerpo es situado en el registro de lo cognoscible por el individuo, de
aquello que es accesible a su conciencia, a su experiencia vivida. El cuerpo aparece
entonces como el soporte engañoso que sostiene (ilusoriamente) la identidad del ser
humano, y por tanto como aquello que en donde, y a través del cual, se reconoce como
tal.

          Cuerpo por medio del cual el ser humano se atribuye las características de
identidad, de permanencia y sustancialidad, del mismo modo en que las proyectará en la
realidad que lo rodea. Entendemos así la siguiente frase de Lacan (1946): “no hay
antinomia ninguna entre los objetos que percibo y mi cuerpo, cuya percepción está
justamente constituida por un acuerdo de los más naturales con ellos” (p. 150).

          En concordancia con lo anterior, nuestra experiencia cotidiana y consciente del
cuerpo puede concebirse como estando marcada por el mismo desconocimiento que se
sitúa en el origen de nuestra identidad. El cuerpo como un atributo propio, como la carne
en donde nos realizamos como seres humanos no se escapa a lo que en el yo Lacan
(1948) designa como:



       ese núcleo dado a la conciencia, pero opaco a la reflexión, marcado con todas las
       ambigüedades que, de la complacencia a la mala fe, estructuran en el sujeto humano lo
       vivido pasional; ese “yo” antepuesto al verbo [el je francés] que, confesando su facticidad
       a la crítica existencial, opone su irreductible inercia de pretensiones y de
       desconocimiento a la problemática concreta de la realización del sujeto. (p. 101-102)



          Para concluir, retomemos la siguiente frase de Lacan (1946) sobre la pasión
narcisista, según la cual el ser humano se cree siendo sí mismo: “Fórmula
paradójica, que adquiere, sin embargo, su valor si se considera que el hombre es
mucho más que su cuerpo, sin poder dejar de saber nada más acerca de su ser” (p.



                                                   30
177). Y abramos la pregunta por aquello del ser humano que se sitúa en ese más
allá de su cuerpo.




                                        31
Capítulo 2. Una otra subjetividad, un otro cuerpo: de una nueva alteridad e
incrustaciones de lo simbólico



                                                 “El hombre no piensa con su alma, como lo imagina el
                                                 Filósofo. Él piensa ya que una estructura, la del lenguaje
                                                 –la palabra lo admite–, ya que una estructura recorta su
                                                 cuerpo, lo que nada tiene que hacer con la anatomía”
                                                                                Jacques Lacan, Televisión




2.1       La propuesta lacaniana en torno a lo simbólico


          En el capítulo anterior nos aventuramos a desarrollar nuestra propuesta sobre una
posible teoría del cuerpo y la subjetividad humana, así como de sus modos de
articulación, basándonos en las principales producciones escritas que elaboró Lacan
durante las primeras décadas de su enseñanza25.

          Asimismo, al momento de concluir dicho capítulo expusimos una pregunta en torno
a la subjetividad humana que quedó sin responder, y cuya formulación nos obliga a
retomar el trayecto de desconocimientos que recorrimos -siguiendo a Lacan- en torno a la
constitución del yo, y en donde fue puesta de relieve una concepción sobre la subjetividad
que no se agota en esta instancia. Es decir, que pensamos la pregunta por aquello que va
más allá del cuerpo como soporte imaginario y que concierne a su propio ser en tanto
humano, como estando en relación con lo que el autor plantea como esa hiancia
insalvable, irrecuperable entre el sujeto y su yo.

          Sobre dicha interrogante es necesario mencionar que, si bien es muchas veces
señalada por Lacan durante sus primeros escritos, no parecen encontrarse ahí las
herramientas teóricas fundamentales para dar cuenta de todo su alcance. En ese sentido,
la búsqueda de una respuesta a dicha pregunta la haremos a la luz de la revisión de sus
escritos posteriores26, los que se sitúan usualmente como la referencia esencial para
abordar su doctrina sobre lo simbólico, y en donde pondremos especial énfasis en la

25
     Se consideraron principalmente escritos del autor elaborados entre los años 1936 y 1951.
26
     Se abordarán principalmente textos producidos entre 1953 y 1970.
                                                  32
lectura de las posibles continuidades y discontinuidades presentes. Al respecto, una tarea
que se plantea como fundamental es la de revisar el modo en que la teoría sobre lo
imaginario y el yo es retomada y puesta en articulación -con nociones y registros nuevos-
durante este período, pues en ningún caso se trata de formulaciones que se dejen de
lado27.

          Comencemos el recorrido por un texto que suele ser designado como clave dentro
de la enseñanza de Lacan, en tanto constituye la versión escrita de un discurso al que se
le atribuye el establecimiento del punto inaugural de su doctrina sobre lo simbólico28. Se
trata de su escrito “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”29, en
donde introduce la función fundamental que cumplen el lenguaje y la palabra dentro del
psicoanálisis. Elegimos este texto como un posible punto de partida, no sólo por la
importancia que se le asigna en lo que a la teoría lacaniana sobre el registro de lo
simbólico concierne, sino también -y sobre todo- porque es ahí donde se muestra
claramente ese desencuentro insoslayable entre el yo y el sujeto, que constituye un
primer plano en nuestra reflexión30.

          De este modo, las formulaciones en torno al yo y su estatuto imaginario son
retomadas por Lacan (1953a) y situadas como un relieve necesario para comprender su
nueva propuesta, pues sólo un entendimiento acabado de su función en la teoría del
narcisismo puede iluminar y dimensionar la crisis en que se encuentra a su juicio el
psicoanálisis de la época. En este sentido, y tal como se mencionó en el capítulo anterior,


27
   En cuanto a esto, Garrido (2007) señala que: “la importancia del imaginario en el pensamiento de
Lacan no se detiene en 1953, sino que se prolonga al menos hasta 1959 con el seminario La Ética del
Psicoanálisis. El narcisismo primario no cesará de ser un objeto de interés para él y su elaboración
sobre este tema continuará, pero el estudio genético no estará más en el centro de su interrogación.
Es una posición más estructural que comenzará con Función y campo de la palabra y del lenguaje
(1953)”.
28
   Según Garrido (2007) este momento en el pensamiento de Lacan marca el paso de su teoría
sobre la psicogénesis a una perspectiva propiamente estructural, la que inaugura un “nuevo
periodo, una fecunda y nueva orientación de su pensamiento”, y que si bien coincide con una ruptura
con la institución (IPA), se sitúa a la vez en una “continuidad con aquello que han sido sus
elaboraciones anteriores y la expresión de lo que estaba en germen, al punto de la introducción de sus
tres categorías: imaginario, simbólico, real”.
29
   Este texto aparece en los Escritos de Lacan como siendo la versión escrita del discurso realizado
por el autor en septiembre de 1953 en el Congreso de Roma. No se trata, por supuesto, de una mera
transcripción y presenta diferencias no menores con el texto de la conferencia ahí pronunciada.
30
   Al respecto Miller (1997) señala que la incidencia de Lacan en EE.UU. debe comprenderse a
partir del hecho que constituyó el “haber desplazado este focus, este punto focal sobre el ego hacia
el sujeto hablante, lo que constituye la innovación del informe de Roma” (p. 210).
                                                 33
su intención de posicionar la función imaginaria del yo en un lugar dominante tiene que
ver con sentar las bases de lo que será su crítica y, desde ahí, su propuesta.

        Una propuesta que apunta a restituir el valor fundante que tiene la palabra en el
campo del psicoanálisis, en donde la restitución apunta a un valor originario -posible de
encontrar en la obra freudiana- y cuya pérdida se le atribuye a ciertas corrientes y lecturas
posfreudianas, dentro de las cuales la corriente norteamericana de la Psicología del Yo
constituye un blanco central. La crítica que recae sobre éstas se funda en lo que Lacan
considera como una desvirtuación teórico-técnica. A propósito de esto señala que



     la técnica no puede ser comprendida, ni por consiguiente correctamente aplicada, si se
     desconocen los conceptos que la fundan. Nuestra tarea será demostrar que esos
     conceptos no toman su pleno sentido sino orientándose en un campo de lenguaje, sino
     ordenándose a la función de la palabra. (Lacan, 1953a, p. 236)



        El llamado del autor da cuenta entonces de la necesidad de realizar un retorno a la
obra freudiana con el objetivo de rescatar la originalidad -perdida- de su descubrimiento, y
que en la lectura que hace el autor está directamente relacionada con la dimensión
simbólica en que se sitúa la palabra. Y es en torno a esto que retoma su teoría sobre el
yo31 para mostrar los riesgos que la confusión entre el registro imaginario y el simbólico
han implicado en ciertos modos de la práctica psicoanalítica.

        Al respecto, todos aquellos elementos que podemos encontrar como siendo
criticados por el autor -a saber, el foco en el aquí y el ahora de la relación analista-
paciente, el ideal de reforzamiento del yo del paciente y de adaptación de éste a las
normatividades sociales, las intervenciones que toman como blanco las resistencias del
paciente, etc.- son, a su juicio, manifestaciones de una incorrecta interpretación de la
teoría freudiana y de un consecuente manejo inadecuado de la dimensión de la palabra
en la experiencia analítica.

        Introduciendo la distinción entre la palabra vacía y la palabra plena, establece que
no toda palabra emitida en la asociación libre del individuo puede ser escuchada del

31
  En cuanto al yo señala Lacan (1953a): “Es éste el punto de cruzamiento de una desviación tanto
práctica como teórica. Pues identificar el ego con la disciplina del sujeto es confundir el aislamiento
imaginario con el dominio de los instintos. Es por ello exponerse a errores de juicio en la
conducción del tratamiento” (p. 239, n. 10).
                                                  34
mismo modo. Esto se traduce en consecuencias directas sobre la manera en que el
analista debe conducir e intervenir la relación intersubjetiva que se establece con el
paciente, y pone especialmente de relieve lo que concierne al plano imaginario de ésta al
considerar sus riesgos y su carácter ineludible. Así, Lacan (1953a) escribe:



    El único objeto que está al alcance del analista, es la relación imaginaria que le liga al
    sujeto en cuanto yo, y, a falta de poderlo eliminar, puede utilizarlo para regular el caudal
    de sus orejas (…) orejas para no oír, dicho de otra manera para hacer la ubicación de lo
    que debe ser oído. Pues no tiene otras, ni tercera oreja, ni cuarta, para una transaudición
    que se desearía directa del inconsciente por el inconsciente. (p. 243)



       Poder ubicar lo que debe ser oído implica la distinción por parte del analista de
aquella palabra vacía que se inscribe en la búsqueda imaginaria del individuo por intentar
dar cuenta de sí mismo; palabra que se constituye como la raíz de su frustración y
agresividad, en tanto nace abortada y no podrá nunca realizar la verdad del sujeto. Este
saber sobre la función de la palabra no sólo le permite al analista regular su escucha, sino
también decidir sobre su intervención. Pues, tal como lo señala el autor, frente a la
ignorancia de esta función, la palabra puede constituirse en un llamado imperante que
movilice al analista a la trampa de querer buscar más allá de ella una realidad que le de
sentido -como por ejemplo en los comportamientos del paciente (Lacan, 1953a). De este
modo, el proceso de análisis pone al descubierto y en un primer plano al yo y la
frustración que lo constituye. De aquí que Lacan (1953a) se pregunte sobre el individuo
que habla en análisis:



    ¿no se adentra por él [por su discurso] el sujeto en una desposesión más y más grande
    de ese ser de sí mismo con respecto al cual, a fuerza de pinturas sinceras que no por
    ello dejan menos incoherente la idea, de rectificaciones que no llegan a desprender su
    esencia, de apuntalamientos y de defensas que no impiden a su estatua tambalearse, de
    abrazos narcisistas que se hacen soplo al animarlo, acaba por reconocer que ese ser no
    fue nunca sino su obra en lo imaginario y que esa obra defrauda en él toda certidumbre?
    Pues en ese trabajo que realiza de reconstruirla para otro, vuelve a encontrar la
    enajenación fundamental que le hizo construirla como otra, y que la destinó siempre a
    serle hurtada por otro. (p. 239)


                                                35
Si nos detenemos a reflexionar sobre esta propuesta teórico-clínica, veremos que
es posible encontrar una continuidad con lo que el autor formulaba en el primer período
de su enseñanza. Lo que se pone de manifiesto al relevar la distinción de la dimensión
simbólica de la palabra respecto de sus intenciones imaginarias, es una noción de
subjetividad humana marcada por su irreductibilidad a la instancia del yo, pero que, no
obstante, está siempre en una relación de tensión respecto de ésta. El acceso a aquello
que define lo propio del sujeto implica atravesar por el engaño de lo imaginario, de modo
tal que sólo puede ser aprehendido en el “llamado a la verdad (…) llamado propio del
vacío, en la hiancia ambigua de una seducción intentada sobre el otro por los medios en
que el sujeto sitúa su complacencia y en que va a adentrar el monumento de su
narcisismo” (Lacan, 1953a, p. 238).

       El recorrido hasta aquí trazado a la luz de su escrito permite pensar que la
subjetividad humana en ningún caso se agota en lo que puede referir el individuo a través
de su discurso consciente y de aquello de lo cual cree poder hacerse cargo en tanto
posición enunciativa desde un yo. De aquí que Lacan (1953a) caracterice la palabra vacía
como aquella en la que “el sujeto parece hablar en vano de alguien que, aunque se le
pareciese hasta la confusión, nunca se unirá a él en la asunción de su deseo” (p. 244). No
obstante, esto no significa que haya que abandonar la vía del lenguaje en la búsqueda del
acceso a la verdad del sujeto. Por el contrario, la palabra es situada por la teoría
lacaniana en un lugar de primacía, siendo el terreno del discurso aquel donde el analista
despliega su arte, y sin caer en el engaño especular del imaginario logra “suspender las
certidumbres del sujeto, hasta que se consuman sus últimos espejismos” (Lacan, 1953a,
p. 241)32.
       Es a partir de este registro simbólico que podemos comenzar a aventurar una
primera respuesta a la pregunta con que abrimos este capítulo, pues lo que propone
Lacan es una subjetividad que va más allá de la función imaginaria del yo, encontrándose
esencialmente determinada en su estructuración por su relación fundamental con el
lenguaje. Lo que instala su texto “Función y campo de la palabra y del lenguaje en
psicoanálisis” es, en ese sentido, el inicio de un pensamiento que seguirá su recorrido,
año tras año, en su enseñanza oral dictada a modo de seminario, y en donde la pregunta

32
  En concordancia con este planteamiento, Lacan denuncia el peligro de objetivación imaginaria
que existe en cierto tipo de práctica psicoanalítica, en donde el analista guía al paciente en la
búsqueda por una satisfacción socialmente válida.
                                               36
por el sujeto será un vector crucial. Porque nos interesa posteriormente investigar el
estatuto que tiene el cuerpo en esta conceptualización del ser humano, nos detendremos
primero para revisar cómo se construye durante estos años su propuesta sobre la
subjetividad33.




2.2.   La emergencia del sujeto lacaniano


       Según hemos establecido en este capítulo, es posible encontrar en la obra de
Lacan la referencia a una subjetividad que va más allá del yo. Para comprender esta
propuesta y, siguiendo el recorrido del propio autor, consideramos pertinente volver
brevemente sobre sus ideas en torno al yo, para lo cual nos remitimos a su seminario “El
yo en la teoría de Freud”, en donde es posible encontrar un riguroso abordaje de este
problema. En dicho texto, y siempre con el foco en el psicoanálisis en tanto teoría y
práctica clínica, pero sin por ello dejar de hacer agudas observaciones sobre lo social, el
campo de la ciencia y otras disciplinas, Lacan instala los elementos necesarios para hacer
notar que el yo se constituye como una noción problemática, y no sólo al interior de la
discusión psicoanalítica34. Un yo que, siendo concebido desde la tradición filosófica -en
particular aquella derivada del cogito cartesiano- o desde la psicología académica, resulta
de todos modos subsumido en una aproximación de sentido común que se instala con un
poder incuestionable y que atrapa al hombre en la ilusión de ser sí mismo.
       Se trata de hacer rendir al máximo la idea mencionada en sus textos anteriores
sobre la pasión narcisista (Lacan, 1946). Así, Lacan (1953c) denominará “homo
psychologicus” al hombre contemporáneo, subrayando la relación de captura que
establece consigo mismo, y en donde el registro de su yo consciente opera como la
referencia central para toda reflexión. A partir de esto interroga y desnaturaliza la
concepción común que se tiene del yo, relevándola como un resultado histórico y
contingente:


33
   En el apartado que sigue se trabaja el tema del sujeto y de la subjetividad considerando los
planteamientos formulados por Lacan entre 1953 y 1964 principalmente. Señalamos esto, pues hay
autores que señalan que la noción de sujeto sufriría de modificaciones en los trabajos más tardíos
del autor. Al respecto, véase capítulo XII (“Un paradigma constante”) en Miller (1997).
34
   Es decir, que el problema del yo es trabajado más allá de la discusión teórico-clínica sostenida
por Lacan en oposición a ciertas corrientes posfreudianas, como la de la Ego Psychology.
                                                37
La noción del yo extrae su evidencia actual de un cierto prestigio conferido a la
     conciencia en tanto que experiencia única, individual, irreductible. La intuición del yo
     guarda, en cuanto centrada sobre una experiencia de conciencia, un carácter cautivante,
     del que es menester desprenderse para acceder a nuestra concepción del sujeto.
     (Lacan, 1954, p. 94-95)


        Del mismo modo en que habla de “homo psychologicus”, su mención al
“hombrecito que está en el hombre” es otra manera de referirse a ese síntoma social que
se registra como un antropomorfismo delirante, y le sirve para ironizar sobre la
concepción (ilusoria) de que habría una esencia, un centro a partir del cual dar cuenta de
lo propiamente humano (Lacan, 1954). Se trata de una crítica a la visión “docta” -a cargo
de cierta filosofía, psicología y ciencia- y de sentido común que reduce al ser humano a su
yo y a la experiencia que su conciencia le otorga de sí mismo; crítica imprescindible a
juicio del autor para comenzar a pensar en torno al yo:


     Para comenzar tan sólo a plantearse qué es el yo, hay que desprenderse de la
     concepción que llamaremos religiosa de la conciencia. Implícitamente, el hombre
     moderno piensa que todo lo que ha sucedido en el universo desde el origen está
     destinado a converger hacia esa cosa que piensa, creación de la vida, ser precioso,
     único, cumbre de las criaturas, que es él mismo, y en el cual existe un punto privilegiado
     llamado conciencia. (Lacan, 1954, p. 78)


        Durante este momento de su enseñanza vemos que la principal preocupación del
psicoanalista francés es instalar la pregunta por el sujeto, no sólo para situarlo más allá de
la conciencia, sino para realmente (re)introducirlo en relación con un inconsciente que se
constituye verdaderamente desde otro orden y con una lógica distinta a la del registro del
yo y del pensamiento común occidental (Singer, 2002). Se trata de la introducción de un
nuevo paradigma a nivel del pensamiento en general y dentro del psicoanálisis respecto
del sujeto35. La propuesta lacaniana sobre la subjetividad se construye desde una lógica
negativa a partir de la cual se cuestiona de modo radical la reducción del sujeto a una
supuesta esencia; crítica que apunta tanto a la filosofía de la conciencia como a la

35
   A partir de esto es posible comprender que el concepto de sujeto sea considerado como uno de
los grandes aportes de la teoría de Jacques Lacan, tanto al interior del psicoanálisis (Roudinesco &
Plon, 1998), como fuera de éste en la medida en que constituye un importante referente para la
teoría contemporánea y el análisis político (Stavrakakis, 1999).
                                                 38
neurociencia. Pues, tal como dice: “cuando se habla de la subjetividad, la dificultad radica
en no entificar al sujeto” (Lacan, 1954, p. 87).
       Esta nueva perspectiva busca su legitimidad presentándose en continuidad con el
pensamiento freudiano, en tanto propuesta de revalorización que solidariza con las ideas
freudianas. “Con Freud irrumpe una nueva perspectiva que revoluciona el estudio de la
subjetividad y muestra, precisamente, que el sujeto no se confunde con el individuo” dirá
Lacan (1954, p. 19).
       El sujeto que se propone hace caer, entonces, toda pretensión del psicoanálisis en
tanto humanismo, destronando la ilusión del “hombre psicológico” de que es posible
encontrar la esencia humana a nivel de la representación que éste tiene de sí mismo.
Retomando su trabajo en torno al yo subraya una y otra vez su carácter problemático y
fundamentalmente alienado en el otro, destituyendo la fantasía occidental esencialista que
reduce la subjetividad identificándola al ego consciente. No obstante, el autor va más allá
de la unidad fragmentada del yo para proponer una concepción del sujeto absolutamente
novedosa que no sólo impide su reducción al yo y su conciencia, sino que cuestiona de
modo radical la idea de que su medida y esencia se encuentre en él mismo.
       Es aquí donde la noción de alteridad alcanza su máxima expresión en la obra de
Jacques Lacan, de modo que ya no se trata sólo del otro como semejante y rival en el
plano imaginario, sino de la entrada del denominado gran Otro, denominación que usará
Lacan para conceptualizar la función primordial que cumple la alteridad simbólica en la
constitución del hombre en tanto ser humano. En relación con esto afirma que “el sujeto
se plantea como operativo, como humano, como yo (je), a partir del momento en que
aparece el sistema simbólico. Y ese momento no se puede deducir de ningún modelo
perteneciente al orden de una estructuración individual” (Lacan, 1954, p. 84). Se sitúa,
entonces, el planteamiento de un sujeto acéfalo, cuya medida no se encuentra en el
hombre, es decir, de una subjetividad descentrada respecto del individuo biológico y
psicológico.
       Durante los primeros años de la enseñanza pública de Lacan es posible encontrar
el recorrido según el cual se va construyendo el concepto de Otro, en tanto fundamento
crucial para la comprensión de lo que constituye propiamente al sujeto. De aquí que Miller
(1997) sostenga que “en Lacan el lazo subjetivo con el Otro es originario y no tiene
sentido hablar del sujeto lacaniano solo o incluso fascinarse con él si no se posee la
noción de que el Otro lo precede” (p. 215).



                                              39
Pero, ¿qué significa que el Otro precede al sujeto? Implica que el sujeto lacaniano
se constituye a partir de una exterioridad, de modo que sólo adviene a partir del orden
simbólico, entendido como un orden que lo trasciende más allá de su individualidad. A
esto se refiere Lacan (1954) cuando señala que “el juego del símbolo representa y
organiza, independientemente de las peculiaridades de su soporte humano, ese algo
llamado sujeto. El sujeto humano no fomenta este juego: ocupa en él su lugar (…). El
sujeto mismo es un elemento de esa cadena que, tan pronto como desplegada, se
organiza de acuerdo a leyes” (p. 289).
       De la mano de su doctrina sobre el registro simbólico de la experiencia se perfila
un sujeto que se constituye a partir del lenguaje, y en particular del orden significante.
Sujeto que se distingue radicalmente del lugar individual y de una posición dentro de una
filogénesis u ontogénesis particular; sujeto que también es descentrado respecto del
individuo que habla y comunica un discurso consciente y pretendidamente racional. El
sujeto lacaniano es el sujeto advenido en el orden del inconsciente, en tanto efecto de la
operación del significante. Y articulado a este sujeto se presenta entonces el Otro, en
tanto discurso que inscribe al sujeto y lo representa en el orden simbólico. Sobre esta
articulación Lacan (1954) dirá: “El inconsciente es el discurso del otro. Este discurso del
otro no es el discurso del otro abstracto, del otro de la díada, de mi correspondiente, ni
siquiera simplemente de mi esclavo: es el discurso del circuito en el cual estoy integrado.
Soy uno de sus eslabones” (p. 141).
       Ya sea que el autor se refiera al Otro como el lugar abstracto del lenguaje, o como
la encarnación de su función a través de personas concretas -por ejemplo, la madre-,
siempre se trata del sujeto constituido como efecto en el campo del Otro36. La realidad
humana aparece como constituida por la función simbólica, teniendo como su soporte
esencial el ejercicio de la palabra en tanto significante y el Otro como lugar o encarnación
que garantiza su condición de verdad. Lacan se refiere a esto en su texto “Subversión del
sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1960a):




36
   Tomando en cuenta los objetivos de nuestra investigación dejaremos de lado la pretensión de
profundizar en el concepto de (gran) Otro, considerando que eso implicaría seguirlo en un extenso
recorrido en donde va desde el lugar abstracto y anónimo del código, hasta tornarse en algo
omniabarcante que “se vuelve sinónimo del campo mismo de la cultura, del saber; es el lugar de
las estructuras del parentesco, de la metáfora paterna, del orden del discurso, de la norma social”
(Miller, 1997, p. 218).
                                                40
Cuerpo y Subjetividad en la obra de Jacques Lacan
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Cuerpo y Subjetividad en la obra de Jacques Lacan

  • 1. UNIVERSIDAD DIEGO PORTALES FACULTAD DE PSICOLOGÍA MAGISTER EN PSICOLOGÍA MENCIÓN TEORÍA Y CLÍNICA PSICOANALÍTICA REFLEXIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE CUERPO Y SUS RELACIONES CON LA SUBJETIVIDAD EN LA OBRA DE JACQUES LACAN BÁRBARA AYALA HANNIG Tesis para optar al grado académico de Magíster en Psicología Mención Teoría y Clínica Psicoanalítica Profesora Guía: Mariana Fagalde Cuevas Santiago, Chile 2011
  • 2. “El cuerpo: una de las cuestiones, por no decir la cuestión neurálgica de los anhelos, obsesiones y sufrimientos de un siglo XX cada día más lejano y, al mismo tiempo, aún hoy tan presente. Un cuerpo educado, militarizado, consumido, medicado, (des)politizado, erotizado y espectacularizado; un cuerpo también siempre, cómo no, bombardeado y torturado… una y otra vez. Un cuerpo capaz de dar testimonio y de mostrar, en un solo siglo, que de ser algo no es, bajo ningún concepto, uniformidad, sino en todo caso multiplicidades corporales en potencia y en resistencia; en permanente transformación.” Javier Fuentes Feo, Repensar la Dramaturgia: Errancia y Transformación 2
  • 3. Agradecimientos Mis profundos agradecimientos a todos aquellos que durante este recorrido me entregaron su confianza y fuerza, alentándome a alcanzar mis objetivos. Especialmente a Patricio Rojas N. por su paciente y cariñosa presencia, y a Mariana Fagalde C. por aportarme con perspectiva y empuje para concluir. 3
  • 4. Índice Agradecimientos ............................................................................................................................ 3 Índice ............................................................................................................................................. 4 Introducción .................................................................................................................................. 5 Capítulo 1. La imagen en los orígenes de la subjetividad: soporte para la construcción de un espacio psíquico y corporal .......................................................................................................... 11 Capítulo 2. Una otra subjetividad, un otro cuerpo: de una nueva alteridad e incrustaciones de lo simbólico…………. ...................................................................................................................... 32 2.1 La propuesta lacaniana en torno a lo simbólico ......................................................... 32 2.2. La emergencia del sujeto lacaniano........................................................................... 37 2.3. El complejo de Edipo como operador de la constitución subjetiva y articulador de registros… ............................................................................................................................ 43 2.4. La existencia simbólica: sujeto y su deseo de nada .................................................... 47 2.5. Continuidades en torno al Estadio del Espejo ............................................................ 49 2.6. Implicancias (de lo simbólico) sobre el cuerpo .......................................................... 54 Capítulo 3. Subjetividad imposible, cuerpo abismal .................................................................... 63 3.1. Aquello del cuerpo que hace límite en lo imaginario ................................................. 66 3.2. Un resto en la relación con el Otro ............................................................................ 68 3.3. El cuerpo y su relación con lo real ............................................................................. 78 Reflexiones finales ....................................................................................................................... 86 Bibliografía................................................................................................................................... 92 4
  • 5. Introducción El cuerpo humano se ha convertido en un atractivo objeto de estudio dentro de las ciencias sociales y humanidades durante las últimas décadas, ampliando los límites de un terreno que tradicionalmente fue ocupado por el saber biomédico y permitiendo que hoy en día coexistan múltiples discursos provenientes de campos heterogéneos que se interesan en interrogar reflexivamente lo que concierne al cuerpo del individuo contemporáneo. Al respecto, podemos tomar como ejemplo la filosofía e historia (Butler, 2002; Foucault, 1976), la sociología (Fraser & Greco, 2004) y la antropología (Lock, 1993; Turner, 1994), disciplinas en donde se hace evidente el surgimiento de una actitud comprometida e interesada en generar propuestas de investigación e intervención que ubican al cuerpo en un lugar principal. Lo interesante de esta tendencia hacia el estudio de lo corporal es que conlleva una manera de aproximarse al objeto de estudio que lo sitúa dentro del orden subjetivo, cultural y social. Se trata de reflexiones y cuestionamientos que, más allá de insertarse en una época en donde ha resurgido la pregunta por la relación mente-cuerpo (Kim, 1988), intentan dar cuenta del lugar que tiene el cuerpo en la sociedad contemporánea y de su particular relación con la subjetividad del hombre actual. Pero, ¿cómo entender el ímpetu con que surge esta nueva aproximación al cuerpo en tanto cuerpo de alguien y cuerpo entre cuerpos? Intentemos comprender el contexto en que se desata este interés por el cuerpo, mencionando algunos fenómenos y prácticas que ponen en juego un panorama sociocultural en donde éste cobra relieve de modo novedoso invitando a revitalizar la reflexión sobre él. Revisemos el escenario del saber biomédico y de los efectos de sus prácticas en la actualidad, prácticas marcadas por sorprendentes resultados y un insospechado avance posibilitado por el vínculo que se ha establecido entre las ciencias biomédicas y la biotecnología. Una multiplicidad de procedimientos y técnicas abren hoy las puertas al saber biomédico para que ejerza todo su poder sobre el cuerpo humano y sus condiciones vitales (Rose, 2006). Las intervenciones van desde lo que implica manipular el origen de la vida de un ser humano (reproducción asistida en todas sus variantes) hasta todos aquellos procedimientos que permiten retardar la muerte (trasplantes de órganos, transfusiones de sangre, técnicas de reanimación y de mantención artificial de la vida). A partir de estas nuevas prácticas médicas se desprende una concepción del cuerpo humano en donde la pregunta por el lugar que compete al sujeto, si no es 5
  • 6. inexistente, está invisibilizada (Le Breton, 1995). Esta aproximación al cuerpo como separado del sujeto y entendido como una máquina homeostática cuyas partes son intercambiables, se puede encontrar más allá del quehacer médico, proliferando en el flujo mercantil en donde sus partes son objetos altamente cotizados y en creciente comercialización. El tráfico de órganos, la venta de espermatozoides y óvulos y el arriendo del útero constituyen ejemplos vívidos de esta aproximación. Estos avances en el dominio de la biomedicina sobre el cuerpo no han estado exentos de cuestionamientos éticos y han sido un elemento más que nutre las interrogaciones que desde otras disciplinas y prácticas surgen en relación al lugar en queda la dimensión subjetiva en estas prácticas y saberes que conciernen a su cuerpo. ¿Qué implica a nivel subjetivo un trasplante de rostro? ¿Qué efectos psíquicos puede tener para la mujer el hecho de arrendar su útero para una gestación de un niño que no es propio? ¿Qué implicancias puede tener en la construcción del cuerpo contemporáneo la difusión de un saber médico sobre el cuerpo basado en imágenes de lo antes invisible (radiografías, scanner, ecografías)? Se trata, entonces, de la emergencia de preguntas cada vez más evidentes e insoslayables sobre el modo en que el cuerpo se articula a la subjetividad moderna y sobre los efectos subjetivos que pone en juego la intervención sobre éste, en un contexto en donde el cuerpo es objeto de potenciales transformaciones y manipulaciones -a veces radicales- por parte de las ciencias biomédicas. Junto a estos elementos movilizados por la práctica y saber biomédico, otros fenómenos dan razones para pensar en la necesidad de profundizar en la investigación en torno al cuerpo y su relación con la subjetividad. Consideremos la fuerza con que han emergido las prácticas corporales (Buñuel, 1992; Kogan, 2005; Soler, 1999) durante las últimas décadas en un contexto más amplio, en donde se registra una creciente tendencia hacia medicinas y terapias llamadas alternativas en oposición o en conjunto con la medicina científica tradicional (Ballvé, 2003). Nuevas prácticas corporales (como el yoga, el tai-chi y la meditación) y nuevos métodos de sanación (como la acupuntura, el reiki y el biomagnetismo) que abren paso a diversas interrogantes: ¿Cómo se construye actualmente la noción de salud y bienestar? ¿Cómo puede comprenderse el hecho de que cada vez más personas optan por terapias alternativas a la medicina tradicional, pese a que ésta se vuelve más eficiente gracias al avance tecnológico? Lo anterior es sólo un esbozo de lo que podría convertirse en el análisis de una multiplicidad de fenómenos y prácticas que ponen en juego en el terreno de lo 6
  • 7. sociocultural, y de un modo no siempre transparente, al cuerpo y la subjetividad del individuo occidental contemporáneo. Ahora bien, el modo en que se construye esta subjetividad y las vías por las cuales un sujeto logra apropiarse de y habitar su cuerpo se constituyen en un asunto que permanece aún en constante interrogación. La interrogación del cuerpo en tanto problemática relevante que impone un más allá de la biología encontró lugar en el campo del psicoanálisis desde el momento mismo de su constitución. Ya a fines del siglo XIX la naciente disciplina cuestionaba el lugar del cuerpo y su relación con el psiquismo de un modo novedoso que lo ponía en un lugar protagónico a través de una operatoria hasta entonces desconocida: la escucha. El modo en que Freud es cautivado por el funcionamiento errático, poco transparente, e incluso caprichoso del cuerpo de la histérica ante la mirada médica, y su posibilidad de atender a los entrelazamientos entre palabra, fantasía y cuerpo, inauguran en la teoría psicoanalítica una interrogación sobre la relación entre lo corporal y lo psíquico que se mantendrá hasta hoy vigente. Los conceptos de pulsión, zonas erógenas, satisfacción, sexualidad y narcisismo, entre otros, ilustran cómo el cuerpo está implicado en la reflexión analítica y en la clínica que la sustenta. Pero es sobre todo a partir de los avatares de la clínica psicoanalítica actual que la problemática específica del cuerpo y su relación con la subjetividad ha cobrado una mayor presencia. El encuentro por parte de los psicoanalistas de fines del siglo XX con nuevas dimensiones clínicas, como son los fenómenos psicosomáticos, las estructuras borderline, las patologías del narcisismo y las nuevas formas de adicción, entre otros1, ha puesto de relieve el tema del cuerpo con un énfasis hasta ahora desconocido dentro del psicoanálisis2. Frente al enigma que implican estas problemáticas los psicoanalistas, y en particular aquellos formados en una orientación lacaniana, dedican en la actualidad múltiples esfuerzos para dar cuenta del modo en que éstas operan y de las posibles vías en que podrían manejarse a nivel de la clínica. El hecho de que la teoría de Jacques Lacan sea considerada con frecuencia al momento de pensar el modo en que se juega el cuerpo en la subjetividad actual, puede ser entendido si tomamos en cuenta que a lo largo de su obra existen numerosas referencias al cuerpo, las que, en palabras de Garrido 1 Para una visión panorámica sobre los desafíos e interrogantes que algunos de dichos fenómenos imponen a la reflexión teórica y clínica del psicoanálisis, cfr. Lebrun (1999), Kristeva (1995), Melman (2005). 2 Cfr. por ejemplo Donghi, Gartland & Quevedo, 2005; Escuela Freudiana de Buenos Aires [EFBA], 1996; Glocer, 2008; Hofstein, 2006; Matoso, 2006; Nasio, 2008; Sami-Ali, 1996, entre otros. 7
  • 8. (2007), dan cuenta de un trabajo que “se desarrolla no sin el cuerpo”. Esto quiere decir que el cuerpo ocupa un lugar extenso en la teoría lacaniana, pero que, sin embargo, no es transparente y por tanto obliga a un trabajo de lectura e interpretación. Partiendo de la experiencia clínica, y considerando el aporte de otras disciplinas y el análisis de las condiciones socioculturales que rodean al ser humano, Lacan elaboró una serie de reflexiones mostrando que el cuerpo forma parte de lo que concierne al psicoanálisis3. Tomemos como ejemplo la siguiente referencia de su primer seminario: El descubrimiento freudiano nos conduce pues a escuchar en el discurso esa palabra que se manifiesta a través, o incluso a pesar del sujeto. El sujeto no nos dice esta palabra sólo con el verbo, sino con todas sus restantes manifestaciones. Con su propio cuerpo el sujeto emite una palabra que, como tal, es palabra de verdad, una palabra que él ni siquiera sabe que emite como significante. Porque siempre dice más de lo que quiere decir, siempre dice más que lo sabe que dice. (Lacan, 1953b, p. 387) Siguiendo a Lacan, el cuerpo concierne al psicoanálisis. Pero, ¿en qué sentido lo hace?, ¿qué estatuto teórico tiene en su obra? Así, si bien el cuerpo está presente en la teoría lacaniana, no resulta fácil determinar el cómo está implicado en ella. Esto se corresponde con un hecho más general que tiene relación con la dificultad que impone toda lectura de la obra de Lacan, en la medida en que su pensamiento se desarrolla dando lugar a lo paradojal, a la alteridad y al saber parcial. Este particular estilo implica que dentro de su teoría la tendencia será a evitar toda definición de los conceptos según una lógica positiva e identitaria (Singer, 2002). Así, al igual que como sucede con otros conceptos trabajados por Lacan, es más fácil partir señalando lo que no es el cuerpo en su obra antes que poder dar cuenta de su especificidad. Por otra parte, a lo anterior se suma el hecho de que los abordajes del cuerpo a lo largo de su obra no son sistemáticos y no parecen llegar a constituir una noción susceptible de ser elevada a la categoría de concepto psicoanalítico, como sí sucede con la pulsión, la transferencia, el inconsciente y la repetición (Lacan, 1964). Asimismo, y dado el estilo de enseñanza de Lacan, la aparición del cuerpo responde a los énfasis e intenciones que el autor busca introducir en cada momento, lo que implica que una revisión del cuerpo debe considerar las relaciones e implicaciones conceptuales en que es puesto en juego el término. 3 Cfr. por ejemplo Lacan, 1938, 1948, 1949, 1953a, 1953c, 1966a, entre otras. 8
  • 9. Lo anterior impone un desafío a toda revisión que se quiera llevar a cabo de la noción de cuerpo y de su estatuto teórico en la obra del psicoanalista francés. A su vez, permite entender que los autores que han revisado el tema (cfr. Garrido, 2007; Soler, 1999; Tizio, s.f.; Valas, 1988; Unzueta & Lora, 2002) suelen realizar una revisión cronológica por su obra que muestra la existencia de diversas aproximaciones al problema del cuerpo. Así, se habla del cuerpo ligado al registro de lo imaginario, a lo simbólico y lo real, pero también a diversos conceptos como son el deseo, el objeto a y el goce, según van tomando relieve en la enseñanza lacaniana. Si bien existe por parte de algunos lectores de Lacan un intento de dar cuenta de la complejidad del recorrido en el que se construyen sus distintas elaboraciones en torno al cuerpo (cfr. por ejemplo Garrido, 2007), también nos encontramos con revisiones que de un modo simplista y superficial ofrecen una lectura dogmática de lo que sería el “verdadero” cuerpo en la propuesta lacaniana. Lo anterior no sólo vuelve complejo todo intento de abordaje riguroso de la noción de cuerpo en la obra de Lacan, sino que sobre todo invisibiliza los puntos de encuentro - de tensión, de articulación, de yuxtaposición- entre las distintas conceptualizaciones que se plantean en torno a éste, dejando a los distintos “cuerpos” en posiciones discontinuas, o a lo más, siendo ubicados en una supuesta evolución progresiva. Si bien la lectura que tiende a establecer distintos “cuerpos” - imaginario/simbólico/real por ejemplo- puede presentar ventajas metodológicas en la medida en que permite una clasificación y ordenamiento de las vicisitudes del pensamiento de Lacan, conlleva a su vez el riesgo de reducir la complejidad y el juego de continuidades/discontinuidades presentes en su trabajo. Para evitar dicha simplificación se vuelve necesario interrogar dichos esquemas y temáticas a través de una problemática que permita trabajarlos tanto en sus relaciones y superposiciones como en sus discontinuidades, permitiendo preservar su complejidad y movimiento. En ese sentido, la presente tesis investiga la noción de cuerpo a la luz del proceso de subjetivación, entendido como el recorrido a través del cual se constituye la subjetividad y un particular modo de relación con el cuerpo. Para ello consideramos la noción de sujeto elaborada por Lacan, reconociendo su valor teórico en tanto reivindica el lugar del inconsciente en el desarrollo psíquico, estableciendo una concepción de subjetividad que no se reduce al ego ni a la dimensión consciente. Dicha noción es además relevante en la medida en que cuestiona toda conceptualización que pretenda 9
  • 10. definir la subjetividad a partir de una supuesta identidad o esencia, descentrando de modo radical la interrogante por cuál es la medida del hombre. De este modo, la pregunta por la constitución de la subjetividad y por el lugar y función que en ella toma el cuerpo permite interrogar críticamente las distintas aproximaciones y formulaciones que Lacan propone de éste, sin asumir de antemano las clasificaciones previamente mencionadas como una radical división sino como un juego de posibles articulaciones. Con ello pretendemos profundizar más allá de las meras oposiciones o discontinuidades relativas a la subjetividad –por ejemplo a propósito de los conceptos de sujeto y yo4-, a la vez que iluminar el sentido que puede tener el hablar de un cuerpo desde los registros de lo imaginario, lo simbólico o lo real. Sobre la base de la problematización expuesta se pretende realizar una revisión rigurosa y crítica de las distintas formulaciones sobre el cuerpo en la obra de Jacques Lacan, a partir del establecimiento del modo en que éste se ve implicado en el proceso de subjetivación según el cual el ser viviente deviene sujeto humano. Más que ser un recorrido cronológico, esta investigación se constituye como un trabajo de elaboración personal que busca reconstruir en un après-coup el devenir de la noción de cuerpo dentro del juego de articulaciones e integraciones en el que se desenvuelve el pensamiento de Lacan y sus elaboraciones en torno a lo corporal y a la subjetividad. 4 Podemos ejemplificar esto con la siguiente frase: “Si el ego emerge en el imaginario, el sujeto emerge en lo simbólico” (Stavrakakis, 1999), en donde la subjetividad tiende a ser pensada en referencia al orden del lenguaje y a su inscripción vía la ley paterna, y donde el ámbito de lo imaginario y lo que concierne al yo quedan relegados a un plano que sólo parece servir a la constatación, por vía negativa, de lo que no es identificable al sujeto. 10
  • 11. Capítulo 1. La imagen en los orígenes de la subjetividad: soporte para la construcción de un espacio psíquico y corporal “La costumbre y el olvido son los signos de la integración en el organismo de una relación psíquica: toda una situación, por habérsele vuelto al sujeto a la vez desconocida y tan esencial como su cuerpo, se manifiesta normalmente en efectos homogéneos al sentimiento que él tiene de su cuerpo” Jacques Lacan, Acerca de la causalidad psíquica En este capítulo nos dedicaremos a una revisión minuciosa de lo que concierne a las primeras formulaciones de Lacan en torno al problema del cuerpo, tomando como punto de partida su teoría del Estadio del Espejo en tanto constituye una pieza clave para la comprensión de la función imaginaria en la construcción del cuerpo humano y porque permite situar un primer momento en el proceso de conformación subjetiva5. Por otra parte, resulta imprescindible detenerse en el análisis de estas formulaciones, profundizando en las implicancias e interrogantes que para la subjetivación del ser humano plantean. Esto cobra relevancia sobre todo si se considera que, aún cuando el Estadio del Espejo resulta una referencia usual dentro del psicoanálisis lacaniano, su comprensión ha sido víctima de una banalización que lo sitúa en sus incidencias como un hecho dado y sabido en la obra de Lacan (Le Gaufey, 1998). La teoría lacaniana sobre el Estadio del Espejo fue pronunciada por primera vez en el XIV Congreso Psicoanalítico Internacional, sostenido en Marienbad en 19366, siendo posteriormente reescrita y publicada en 1949. Es así como se trata de una reflexión articulada con los demás textos de la época7 y sostenida a partir de las principales 5 Garrido (2007) establece que la teoría del Estadio del Espejo marca el primero de los momentos en que es posible encontrar en la obra de Jacques Lacan una particular perspectiva del cuerpo y de su relación al resto de la doctrina. 6 Lacan se refiere a esta situación en su obra “Acerca de la causalidad psíquica” de 1946 (véase p. 174-175). 7 Como puede apreciarse en el trayecto marcado por las publicaciones de Lacan entre 1932 y 1953. Cfr. Lacan (1932, 1936, 1938, 1946, 1948, 1949, 1953c). 11
  • 12. problemáticas e interrogantes que en dicho momento tenían lugar en el pensamiento de Lacan. Dentro de éstas, un asunto de gran interés para Lacan tiene que ver con el estatuto problemático del yo, develado por las dificultades y desafíos que impone a la experiencia clínica del psicoanálisis -manifiestas en lo que denominó las “enfermedades actuales”, en las resistencias del yo al proceso analítico y en la reacción terapéutica negativa-, pero posible también de discernir a nivel de lo social en lo que llamó el “impasse psicológico del ego del hombre contemporáneo” y en la emergencia del “homo psychologicus” (Lacan, 1948, 1953c)8. Partiendo de sus observaciones clínicas9, influido por los aportes de Henri Wallon, la psicología de la Gestalt, y tomando como base estudios experimentales de la fisiología animal y humana, Lacan desarrolla su primera contribución significativa a la teoría psicoanalítica (Stavrakakis, 1999) al dar cuenta del estatuto imaginario del yo a través de lo que él considera un caso particularmente ilustrativo del poder que tienen las imágenes sobre el ser humano: el llamado Estadio del Espejo. Su tesis se desarrolla a partir de la observación del caso ejemplar que representa el encuentro del lactante, entre los seis y dieciocho meses de vida, con su propia imagen en el espejo. Se trata, según sostiene el autor, de un ejemplo paradigmático del efecto formativo que tiene la Gestalt de la imago humana sobre el proceso de maduración del individuo, en particular sobre el desarrollo mental del niño. Efecto que se revela en el carácter jubiloso con que el niño experimenta dicho encuentro con su imagen, y que designa que se trata de un verdadero reconocimiento de sí mismo ante el espejo (Lacan, 1949). Para comprender el origen del reconocimiento jubiloso que presenta el niño enfrentado a su imagen especular, y que lo distingue de los animales, quienes muestran sólo indiferencia como respuesta ante la misma situación, Lacan parte del orden de lo biológico, de aquello que concierne al organismo biológico de la cría humana. Relevará en un lugar primordial la discordia existente entre el ser humano y su medio, dada por la 8 La publicación de 1953 (“Some reflections on the ego”) fue un trabajo leído por Lacan a la British Psychoanalytical Society el 2 de mayo de 1951, y posteriormente publicado en International Journal of Psychoanalysis en la fecha ya referenciada. 9 El título del texto de 1949 (“El estadio del espejo como formador de la función del yo(je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”) resulta ilustrativo de la centralidad que ocupa la clínica en dicha reflexión. 12
  • 13. condición de precariedad y dependencia en que nace la cría humana, cuyo organismo carece de la suficiente maduración motora y neuronal para sobrevivir. El interés gozoso con que el infante experimenta el encuentro con su propia imagen demuestra entonces que percibe los movimientos en el espejo como propios. Es decir, que lo que opera es propiamente hablando el reconocimiento de sí mismo en la imagen como resultado de un proceso de identificación según el cual ésta se asume como propia. Es aquí donde entra en juego el contraste entre el ser prematuro y su medio, en tanto es sobre esta discordia primordial que se instala la asunción jubilosa de la imagen del cuerpo. Enfrentado a la experiencia de un cuerpo marcado por la desorganización y la falta de unidad, la imagen que se le presenta en el espejo debe toda su pregnancia10 al hecho de aparecer como Gestalt, es decir, a la totalidad y unidad del cuerpo que representa. En otras palabras, la potencia que tiene dicha imagen sobre el niño proviene del hecho de que aparece coagulada como totalidad “en oposición a la turbulencia de movimientos con que se experimenta a sí mismo animándola” (Lacan, 1949, p. 88). A través de la identificación con su imagen especular, el niño se anticipa visual y mentalmente a la conquista del dominio y la prestancia de un cuerpo que, no obstante, en el orden de su realidad orgánica aún adolece de tal unidad funcional. La discordia entre el organismo de la cría humana y la realidad que lo rodea traza una distancia irreductible con respecto a la dimensión animal. Mientras que el animal reconoce el estatuto ilusorio, exterior de la imagen, el infante es capturado por la forma del cuerpo unificado, quedando presa de la ilusión dada por una forma ideal. De ahí también el carácter de júbilo triunfante que envuelve esa experiencia, y que no hace más que designar lo que es una conquista, un triunfo imaginario -en tanto efecto de una imagen- sobre el cuerpo. A propósito de lo anterior, es posible establecer que la percepción del cuerpo propio en tanto totalidad unificada no es un dato primario para el ser humano, sino algo que se construye a partir del proceso de identificación con la imagen especular previamente descrito. Así, la vivencia cotidiana que tenemos de nuestro cuerpo es más un logro y un triunfo a conquistar en el proceso de maduración del individuo, que algo dado y que guarda correspondencia con la dimensión de lo orgánico y biológico. 10 El término pregnancia designa la “cualidad de las formas visuales que captan la atención del observador por la simplicidad, equilibrio o estabilidad de su estructura” (Real Academia Española [RAE], 2011a). 13
  • 14. Situada ya la discordancia que introduce la realidad orgánica del ser humano, es posible comprender, entonces, que la posibilidad de acceder a la conquista del propio cuerpo unificado debe situarse en directa relación con otra dimensión, a saber, la de lo psíquico, siendo el Estadio del Espejo una experiencia ejemplar en tanto muestra un momento crítico en el desarrollo mental del niño. Como dice Lacan (1953c), se trata de un fenómeno que “demuestra claramente el paso del individuo a una etapa en donde la formación más temprana del ego puede ser observada”. Así, el hecho de que el ser humano logre acceder a la experiencia de poseer un cuerpo propio va de la mano del advenimiento de la instancia del yo, en tanto dimensión psíquica que le confiere al niño la posibilidad de tener un sentimiento referido a lo propio del cuerpo, y por tanto a sí mismo. La reacción de captura jubilosa manifiesta por el infante al observarse en el espejo es la evidencia que encontrará Lacan (1948) de la formación del yo, en tanto responde a una “satisfacción propia, que depende de la integración de un desaliento orgánico” (p. 108). Satisfacción que no proviene de la relación con un medio preformado, sino justamente de la discordia primordial. Lo que se encuentra a la base de la posibilidad de surgimiento del yo es la identificación del infante con la imagen primordial (Urbild) de su cuerpo unificado, la que será de ahí en más la imagen del propio cuerpo, abriendo las puertas para la vivencia de un sentimiento de unidad y de sí mismo. No obstante, Lacan se preocupa de resaltar que, al tiempo que dicha identificación se constituye como condición de posibilidad que habilita la formación del yo, define una serie de consecuencias problemáticas que lo signarán en su condición y en su relación con el medio. La particular relación que establece el niño con su imagen especular, y los efectos que tiene esto a nivel de la naciente subjetividad, se vuelven comprensibles a través de lo que Lacan (1953c) no duda en calificar de “conexión libidinal”. Se trata, pues, del lazo que, en virtud de la función operada por la imagen, y en particular por la imagen de la forma humana11, moviliza al individuo a establecer una relación con su entorno, una conexión del mundo interno (Innenwelt) con el mundo externo (Umwelt) como dirá Lacan en 1949. El sentido del término líbido puede ser entendido aquí como “la notación 11 La forma del cuerpo implica en su elaboración no sólo una referencia a la imagen del cuerpo, sino también al rostro, en tanto parte del cuerpo que es objeto de un reconocimiento particularmente precoz. Cfr. Lacan (1948). 14
  • 15. simbólica de la equivalencia entre los dinamismos que las imágenes invisten en el comportamiento” (Lacan, 1936, p. 84), definición a propósito de la cual podemos entender que Lacan critique la hipótesis sustancialista que refiere la líbido a la materia. Entonces, la conexión es propiamente designada como libidinal en tanto se constituye en un verdadero lazo afectivo con la imagen, cuyo valor se funda en virtud de lo que satisface a nivel psíquico al integrar imaginariamente una discordancia orgánica. En palabras del autor, se trata de una conexión cuyo valor afectivo se constituye como efecto “de una insuficiencia orgánica de su realidad natural” (Lacan, 1949, p. 89). Esta condición de falta, de incompletud que se da a nivel del desarrollo biológico en el ser humano será un elemento decisivo en el desarrollo de la tesis lacaniana sobre la conformación del yo, en tanto da cuenta del valor de anticipación funcional que adquiere la maduración precoz de la percepción visual. Según Lacan (1946), a partir de esto resulta por una parte, la marcada prevalencia de la estructura visual en el reconocimiento, tan precoz, como hemos visto, de la forma humana, mientras que, por la otra, las probabilidades de identificación con esta forma reciben, si me está permitido decirlo, un apoyo decisivo, que va a constituir en el hombre ese nudo imaginario. (p. 176) Vemos como dentro del argumento vuelve a ser considerada la primera hiancia entre el organismo prematuro y su Umwelt, en tanto se constituye como el punto nodal para comprender el modo en que el niño se precipita, en la anticipación imaginaria de su madurez, a una percepción de su cuerpo como unificado. El hecho de que se asuma como propia una imagen que refleja un dominio y una unidad aún no conquistada determinará para Lacan el carácter enajenante que atraviesa y marca desde su origen a toda subjetividad humana. La experiencia del Estadio del Espejo se constituye, en palabras de Lacan (1949), en un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad –y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a marcar con su estructura rígida, todo su desarrollo mental. (p. 90) 15
  • 16. Lo anterior evidencia el valor que Lacan (1949) le otorga a la imagen en el proceso del devenir humano, en tanto la identificación del niño con la imagen total de su cuerpo opera a modo de una “transformación en el sujeto” (p. 87), a partir de la cual aquello que es externo y virtual se presenta como propio y real. En el espejo el cuerpo se le aparece como una Gestalt o forma total, que resuelve imaginariamente (virtualmente) el dinamismo libidinal problemático que se experimenta a nivel del organismo. No obstante, esta superación -anticipación mental, dirá Lacan- esconde el hecho de que la imagen sobre la que se sostiene le es dada como una “exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que constituida” (Lacan, 1949, p. 87-88). Imagen o imago12 constituyente dirá Lacan (1936) relevando su “función informadora” sobre el desarrollo del individuo (p. 82), es decir, la de dar forma a los primeros esbozos de subjetividad y a su futuro devenir13. El yo que adviene es, entonces, un yo que se caracteriza por su “función de desconocimiento” (Lacan, 1949, p. 92), es decir, por desconocer el hecho de estar con- formado a partir de la identificación con una forma ajena e ideal (yo-ideal). La imagen del cuerpo entero es la forma ortopédica ideal -“imago salvadora” dirá Lacan en 1948- que será asumida por el yo como propia, y que determinará de ahí en adelante el carácter alienado de su estructuración. En palabras del autor, esta forma ideal “simboliza la permanencia mental del yo {je} al tiempo que prefigura su destinación enajenadora” (Lacan, 1949, p. 88). Un destino alienante, pues aquello de donde toma su forma el yo no es cualquier imagen, sino una que se presenta en una simetría invertida y que impone como ideal la prestancia, el poder y el prestigio representados por la estabilidad y la estatura de la postura de pie (Lacan, 1953c). Por otra parte, destino alienante, pues la identificación con la forma ideal del cuerpo unificado se constituye en una ortopedia que corrige, pero nunca con total éxito, la discordia fundamental del ser humano. La imagen total del cuerpo se transforma en una 12 Para una profundización en el concepto de imago, y una revisión de cómo cambió el lugar de éste y del problema de la imagen en la teoría de Lacan, cfr. Baños Orellana (2008). 13 Al respecto Lacan (1936) introduce la diferenciación entre identificación e imitación, atribuyendo la función informadora a la primera, pues mientras la imitación tiene que ver con una aproximación parcial y titubeante, la identificación se caracteriza tanto por la asimilación global de una estructura, como por la asimilación virtual del desarrollo que ésta implica. 16
  • 17. conquista inestable, que no está asegurada, y que está constantemente confrontada, a nivel de la fantasía, con la dimensión orgánica, representada en lo que Lacan denomina la imagen del cuerpo fragmentado14. Ahora bien, la principal marca de alienación que esta identificación impone al destino de la subjetividad humana está dada por el hecho de que el sujeto -el ser del hombre como dice Lacan- se identifica al yo, quedando capturado en la ilusión de completud narcisista. Al respecto Lacan señala (1946): “las primeras elecciones identificatorias del niño, elecciones “inocentes”, no determinan otra cosa (…) que esa locura, gracias a la cual el hombre se cree un hombre” (p. 177). Y continúa: “pasión de ser un hombre (…) el narcisismo, que impone su estructura a todos sus deseos, aun a los más elevados” (p. 178). El narcisismo se constituye entonces como la raíz del mayor desconocimiento, pues aún cuando se haga coincidir al ser humano con su yo, siempre se tratará de una coincidencia ilusoria que, no obstante, no logrará nunca suprimir la discordancia primordial entre el yo y el ser (Lacan, 1946). Es a esto a lo que se refiere Lacan (1949) cuando señala que la instancia del yo se sitúa en una línea de ficción, irreductible (…) y que sólo asintóticamente tocará el devenir del sujeto, cualquier sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que resolver en cuanto yo [je] su discordancia con respecto a su propia realidad. (p. 87) En concordancia con lo expuesto, es posible entender que Lacan asigne a las imágenes un lugar central dentro de sus elaboraciones, considerándolas no sólo el objeto propio de la psicología, sino también destacando que es en el psicoanálisis que las imágenes adquieren el estatuto de “fenómenos mentales” y que puede ser descubierta “la realidad concreta que representan” (Lacan, 1948, p. 97). Realidad propiamente psíquica, subjetiva. A partir de esto se comprende que la identificación con la imagen se constituya en la causalidad psíquica propiamente tal (Lacan, 1946), y que la primera identificación con la imagen total del cuerpo propio inaugure el inicio del recorrido según el cual se 14 Al respecto véase las referencias de Lacan (1949, 1953c) a las fantasías que aparecen en sueños y síntomas y que dan cuenta de un cuerpo que se caracteriza por su fragmentación. 17
  • 18. construirá el devenir subjetivo. A esto se refiere cuando señala que “la historia del sujeto se desarrolla en una serie más o menos típica de identificaciones ideales” (Lacan, 1946, p. 168)15. Esto resulta del hecho que la identificación primordial con la Urbild (imagen prototipo) del propio cuerpo sitúa el primer momento de un proceso dialéctico de posteriores identificaciones, en donde ésta será el modelo de las que vendrán, fijando así la estructura narcisista e imaginaria según la cual se conformará el yo y su particular relación con el mundo16. A esto se refiere Lacan (1949) cuando habla de la matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto. (p. 87) La identificación primordial, tal y como la hemos descrito en lo hasta aquí expuesto, opera entonces como condición de posibilidad que habilita la emergencia de la subjetividad, entendida como aquello que en la dimensión psíquica y corporal se experimenta como propio. Esto, considerando que lo propio, y lo ajeno como su contraparte, no estarían presentes antes del desarrollo mental que acontece durante la fase17 del espejo, asumiéndose que previamente la cría humana estaría sumida en una situación vivida como indiferenciada18 (Lacan, 1938, 1948). Sin embargo, el precio de esta operación psíquica fundante es que la subjetividad queda signada desde sus orígenes por una relación problemática con la alteridad, pues, 15 En sus escritos anteriores, Lacan incluso sostendrá que las diversas identificaciones constituyen la personalidad del individuo: “Lo que se transmite por esta vía psíquica son esos rasgos que dan en el individuo la forma particular de sus relaciones humanas, esto es, su personalidad” (Lacan, 1936, p. 82). 16 En su texto “Acerca de la causalidad psíquica” Lacan (1946) plantea que el conjunto de formaciones psíquicas, es decir, tanto el yo como las diversas imágenes, debe ser comprendido en su “estructura imaginaria y en su valor libidinal” (p. 168). 17 Si bien es posible encontrar en la obra de Lacan referencias a la fase del espejo, éstas son más bien excepcionales, y de hecho en su texto “De nuestros antecedentes” (1966b) encontramos la razón de ello, en tanto allí señala que el término “fase” alude solo al desarrollo, mientras que el de “estadio” permite relevar que se trata de un “momento que no es de historia sino de insight configurante” (p. 63). 18 Para una revisión más exhaustiva de la situación previa al estadio del espejo, véase el texto “La familia” (Lacan, 1938). 18
  • 19. como se estableció anteriormente, “el primer efecto de la imago que aparece en el ser humano es un efecto de alienación del sujeto. En el otro se identifica el sujeto” (Lacan, 1946, p. 171). Es decir, que se trata de un proceso de identificaciones que, si bien ofrecen lugar para la constitución subjetiva en tanto desarrollo psíquico, a la vez objetivan. A partir de esto se entiende que la construcción lacaniana sobre el Estadio del Espejo se constituya como una propuesta teórica de gran aporte para la comprensión de la subjetividad (Stavrakakis, 1999), en la medida en que sitúa en un primer plano el cuestionamiento a la experiencia cotidiana del ser humano de estar “siendo él mismo”, relevando las estructuras de desconocimiento y alienación fundamental que se muestran en la relación de constante conflicto y tensión que se juega entre lo propio y lo ajeno19. Este conflicto no sólo define un problema a nivel de la estructura que aliena al yo - en donde la función de desconocimiento es representada de modo ejemplar en el fenómeno de la negación descrito por Freud (Lacan, 1948, 1953c)-, sino que imprime también el carácter problemático que tiene toda relación al otro en tanto semejante, y cuyos signos se observan tempranamente: “Es esta captación por la imago de la forma humana (…) la que entre los seis meses y los dos años y medio domina toda la dialéctica del comportamiento del niño en presencia de su semejante” (Lacan, 1948, p. 105). Sostenida por el modelo de la identificación primordial, la identificación del yo con la imago del semejante muestra todos los efectos de la estructura alienante que lo constituye. Al respecto, Lacan (1946, 1948, 1949) utiliza los fenómenos del transitivismo20 descritos por Charlotte Bühler -que van “desde la identificación espectacular hasta la sugestión mimética y la seducción de prestancia”- para dar cuenta de la relación especular y ambivalente según la cual el yo se vincula al otro. Se trata de una relación “en espejo, en el sentido de que el sujeto se identifica en su sentimiento de Sí con la imagen del otro, y la imagen del otro viene a cautivar en él este sentimiento” (Lacan, 1946, p. 171), con la subsecuente consecuencia de que lo propio y lo del otro permanecen 19 Es por ello que Stavrakakis (1999) dirá que “la dependencia constitutiva de toda identidad imaginaria en relación a la exterioridad alienante de una imagen especular jamás completamente internalizada, subvierte toda la idea de una subjetividad estable reconciliada, basada en la concepción del ego autónomo”. 20 Fenómenos que acontecen en circunstancias en que la diferencia de edad entre el individuo y el otro no supera cierto límite. “Dos meses y medio”, dice Lacan (1938, p. 46), en una precisión cronológica que no será mayormente conservada en trabajos ulteriores. 19
  • 20. entremezclados, abriendo por ejemplo la posibilidad al “esclavo identificado con el déspota, actor con el espectador, seducido con el seductor” (Lacan, 1948, p. 106). La utilización que hace Lacan del concepto de transitivismo va más allá de una descripción de las reacciones que se observan entre infantes que comparten una edad aproximada. De aquí que plantee que, “como nunca se elimina por completo del mundo del hombre en sus formas más ligadas (en las relaciones de rivalidad, por ejemplo), se manifiesta ante todo como la matriz del Urbild del Yo” (Lacan, 1946, p. 170). Este núcleo de ambigüedad que constituye al yo y su relación con el otro, y cuya presencia permanece a lo largo de la vida, fue nuevamente abordado por Lacan (1948) en su trabajo “La agresividad en psicoanálisis”, en donde plantea que la tendencia agresiva es correlativa a la identificación narcisista según la cual se constituye el yo. Tal como hemos visto al desarrollar las implicancias de esta relación libidinal que captura al yo en una forma ideal, la alienación y el desconocimiento se introducen como dimensiones intrínsecas de la subjetividad, manifestándose a modo de una tensión interna para el individuo, en donde el narcisismo y la agresividad, el amor y el odio son polos siempre presentes, en oposición y complemento, de un conflicto que se juega con el otro y consigo mismo. Esta propuesta de Lacan sobre la agresividad representa una crítica a la noción de pulsión de muerte freudiana en tanto cuestiona su carácter innato, situándola en tanto tendencia agresiva como una dimensión inherente a la organización del yo del ser humano, es decir, como un efecto de su estructura misma, y cuyas manifestaciones se extienden más allá de lo observable a nivel conductual –de ahí que hable de “intención de agresión”-, mostrando el lugar no despreciable que tiene dentro de la escena analítica. No obstante, nos parece que el mayor aporte de esta tesis sobre la agresividad está dado por el hecho de relevar la fundamental relación que existe entre la tendencia agresiva y la imagen. Retomando el argumento de la prematuración de la cría humana plantea que es esta condición la que finalmente determina que la identificación con la forma humana constituya en el ser humano un “nudo imaginario”, designado por el psicoanálisis como narcisismo (Lacan, 1946, p.176). El término “nudo” resulta aquí esencial, pues logra transmitir la intrincada relación de ambivalencia -que abarca mucho más que la dimensión del amor propio- que está en juego en lo que ha sido llamado por la doctrina psicoanalítica como narcisismo. 20
  • 21. A partir de lo anterior se hace posible entender que para Lacan la agresividad se presenta como una tendencia que no sólo se juega en la relación al otro, sino que también en la relación del individuo consigo mismo. La “tendencia suicida” -como la denominó en este caso- pone en juego justamente la relación del individuo con ese estado mortífero original, vivenciado “desde el traumatismo del nacimiento hasta el fin de los primeros seis meses de prematuración fisiológica, y que va a repercutir luego en el traumatismo del destete” (Lacan, 1946, p. 176-177). El efecto de esta tendencia que atormenta al individuo se manifiesta en una serie de prácticas sociales -como por ejemplo los ritos del tatuaje, de la incisión y de la circuncisión- y en imágenes que la representan, dentro de las cuales las de castración, mutilación y dislocación conforman lo que Lacan denominó imagos del cuerpo fragmentado (Lacan, 1948). Prácticas e imágenes que dan cuenta de “una relación específica del hombre con su propio cuerpo” (Lacan, p. 97), y que tienen en común el hecho de simbolizar la angustia del nacimiento y la estructura narcisista del yo. Ahora bien, en cuanto a los efectos de la agresividad en el ser humano aún queda algo por agregar. Hasta aquí, y siguiendo a Lacan (1948), hemos situado la agresividad como la tendencia correlativa de la identificación narcisista. Identificación, organización narcisista que deja al yo alienado en la captura ilusoria de una forma ideal, y que, tal como hemos visto, se manifiesta en una tensión interna para el individuo, en donde la confusión entre lo propio y lo ajeno se hará presente también a nivel de su deseo. De este modo, esa forma se cristalizará en efecto en la tensión conflictual interna al sujeto, que determina el despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el concurso primordial se precipita en competencia agresiva, y de ella nace la tríada del prójimo, del yo y del objeto. (Lacan, 1948, p. 106) Se entiende, entonces, que la identificación narcisista determina para el ser humano una alienación en el sentido de que se identifica al otro, lo que incluye la dimensión del deseo. Al respecto Lacan (1946) plantea –inspirado en la doctrina hegeliana- que el deseo humano se constituye como “deseo de hacer reconocer su deseo. Tiene por objeto un deseo –el del otro-, en el sentido de que el hombre no tiene objeto que se constituya para su deseo sin alguna mediación” (p. 171). 21
  • 22. De lo anterior se desprende que la identificación narcisista no sólo determina la estructura formal del yo del ser humano, sino también el modo en que se estructura su realidad, caracterizada por una radical diferencia con la del animal. Constituido el deseo humano como deseo del deseo del otro, los objetos de interés que conforman el mundo del ser humano se multiplican en una diversidad insospechada y se independizan del espacio objetivo que domina las tendencias animales. Para Lacan (1948), esa fijación formal que introduce cierta ruptura de plano, cierta discordancia entre el organismo del hombre y su Umwelt, es la condición que extiende indefinidamente su mundo y su poder, que da a sus objetos su polivalencia instrumental y su polifonía simbólica, su potencial también de armamento. (p. 104) Por otra parte, el planteamiento de Lacan (1948) de que la realidad humana reproduce la estructura formal del yo puede comprenderse si se considera que, así como el individuo vive presa de la ilusión de una identidad -cuyo centro es su yo-, los objetos con los que se relaciona también se constituyen como entidades o cosas bajo los atributos de permanencia, identidad y sustancialidad. De aquí que señale que el ser humano “mantiene con la naturaleza relaciones que se ven, por una parte, especificadas por las propiedades de un pensamiento identificatorio” (Lacan, 1936, p. 80). Este particular modo que tiene el ser humano de conocer y relacionarse con el mundo que lo rodea, y cuya estructura Lacan (1948) calificó de “paranoica” releva, una vez más, la importancia que tiene la identificación formal y la ruptura que ésta introduce entre el organismo del ser humano y su Umwelt. El recorrido hasta aquí realizado da cuenta de las principales ideas que conforman la tesis de Lacan en torno al estatuto y a la formación del yo. Hemos desarrollado el lugar que tiene la imagen, o más precisamente la noción de imago, en tanto “esa forma definible en el complejo espacio-temporal imaginario que tiene por función realizar la identificación resolutiva de una fase psíquica” (Lacan, 1946, p. 178). Imago y su función identificatoria son, entonces, las que posibilitan el paso de un estadio a otro del desarrollo psíquico del ser humano, constituyendo la dialéctica de su identificación objetivante. En cuanto a dichos estadios hemos mencionado el carácter de inestabilidad y de tensión que se pone en juego en los distintos momentos identificatorios, ya sea entre la 22
  • 23. imagen del cuerpo total y las del cuerpo fragmentado, o bien, en la relación de rivalidad y ambivalencia que se instala con la imago del semejante. No obstante, este recorrido no representa una revisión exhaustiva de la propuesta elaborada por Lacan sobre las imagos21. Aún queda por introducir una imago relevante para dar cuenta del devenir del proceso de subjetivación en el ser humano, sobre todo en lo que concierne a la resolución de la crisis que implica la relación con el semejante. Se trata de la imago del padre, introducida por la dinámica edípica, gracias a la cual se produce la identificación del niño con el progenitor de su mismo sexo, es decir con su rival. La relevancia de esta identificación está dada por el hecho de que genera una normalización libidinal y una conexión de ésta con la normatividad cultural. La función normalizadora del Edipo es la de una sublimación, cuyos efectos se registran en tanto permite al individuo trascender la agresividad constitutiva de la primera individuación subjetiva (Lacan, 1948). De ahí que Lacan (1946) señale que “domina y arbitra el desgarramiento ávido y la celosa ambivalencia que fundamentaban las relaciones primeras del niño con su madre y con el rival fraterno” (p. 172). En este punto quisiéramos destacar la importancia de pensar estos estadios del desarrollo psíquico como momentos de un proceso que, lejos de suprimirse, se van integrando los unos a los otros (Lacan, 1938). Un ejemplo de esto lo constituye la siguiente frase de Lacan (1948): Pero es claro que el efecto estructural de identificación con el rival no cae por su propio peso, salvo en el plano de la fábula, y no se concibe sino a condición de que esté preparado por una identificación primaria que estructura al sujeto como rivalizando consigo mismo. (p. 109) Nuevamente registramos las implicancias subjetivas provocadas por la imagen en su estatuto de fenómeno mental. Implicancias que se registran a nivel psíquico y corporal, y en donde lo psíquico y lo corporal son como dos caras de una misma moneda. En el caso particular del complejo de Edipo, vemos que Lacan (1946) le atribuye efectos que van desde la constitución del sentimiento de realidad, incluyendo las categorías de tiempo 21 Sobre esto, consúltese el texto “La Familia” de 1938, en donde Lacan desarrolla también lo que concierne a la relación del niño con la madre, con la imago del seno materno. 23
  • 24. y espacio, hasta efectos que se registran directamente en la dimensión corporal, como por ejemplo, los efectos somáticos en la histeria. Sobre el modo en que el Edipo repercute en cuanto a normalización libidinal del cuerpo, Lacan (1946) señala: no vacilo en decir que se ha de poder demostrar que esa crisis tiene resonancias fisiológicas, y que, por muy puramente psicológica que sea en su resorte, se puede considerar a cierta “dosis de Edipo” como poseedora de la eficacia humoral de la absorción de un medicamento desensibilizador. (p. 173) El recorrido teórico planteado permite comprender el lugar de prevalencia que se le ha asignado al registro de lo imaginario dentro del primer período de la enseñanza de Lacan. En su teoría las imágenes constituyen, propiamente tal, una causalidad psíquica, vía a través de la cual se transmiten “esos rasgos que dan en el individuo la forma particular de sus relaciones humanas, esto es, su personalidad (…) el comportamiento individual del hombre lleva la impronta de cierto número de relaciones psíquicas típicas (Lacan, 1936, p. 82). Personalidad, comportamiento, tendencias, fantasías diurnas, sueños22… Lacan nos muestra que los efectos de las constelaciones psíquicas que se establecen en virtud de las identificaciones repercuten en todos los intersticios de la vida del ser humano. La matriz simbólica en que se precipita el advenimiento de la subjetividad está condenada desde el origen a la armadura -imaginaria, narcisista- que le da su identidad. Llegado este punto, nos detendremos brevemente para relevar las intenciones e implicaciones que tiene este recorrido dentro de la enseñanza de Lacan, para desde ahí situar el inicio de lo que serán nuestras propias reflexiones, interrogantes y conclusiones a partir de esta revisión teórica. Como señalábamos al comienzo del capítulo, la construcción del Estadio del Espejo y su propuesta más general sobre lo imaginario se insertan en un momento particular de su pensamiento, donde el problema del estatuto del yo se constituye como problemática central. Así, la necesidad de destacar y profundizar en la función del yo dentro de su enseñanza se explica a partir de una “resistencia teórica y técnica” (Lacan, 1966b, p. 61), en un contexto en donde el psicoanálisis ha sido, en su opinión, desvirtuado por ciertas lecturas posfreudianas (especialmente por la corriente 22 Ejemplos de esto pueden encontrarse en sus textos “La agresividad en psicoanálisis” y “Some Reflections on the Ego”. 24
  • 25. norteamericana de la Psicología del Yo). En su texto “El seminario sobre La carta robada” de 1956, y a propósito del esquema L, Lacan explica que el problema ha sido la confusión de dos ejes, el imaginario y el simbólico, dando como resultado la realización de un tipo de clínica que reduce la cura a una utópica rectificación de la pareja imaginaria. En sus palabras, “es esto lo que justifica la verdadera gimnasia del registro intersubjetivo que constituyen tales de los ejercicios en los que nuestro seminario pudo parecer demorarse” (Lacan, 1956a, p. 48). No obstante, las elaboraciones lacanianas en torno al registro de lo imaginario y a la función del yo adquieren sentido en un marco aún más amplio, en donde cabe situar su cuestionamiento a la concepción del yo sostenida tanto por el sentido común, como por toda una corriente filosófica, a saber, la derivada del cogito. En este sentido, Lacan es enfático al sostener que la vía del cogito, de la conciencia, y de la voluntad no son útiles en la experiencia analítica, en donde el yo “representa el centro de todas las resistencias a la cura de los síntomas” (Lacan, 1948, p. 110). A partir de esto se comprende que las implicancias derivadas de su teoría sobre el yo sean desarrolladas sobre todo en el plano de la técnica analítica. Así encontramos, por ejemplo, una propuesta sobre cómo debe operar el analista de modo de poner en juego la agresividad del paciente, animando la transferencia imaginaria, pero de modo prudente, para evitar que se desencadene una resistencia explícita hacia el análisis –una reacción terapéutica negativa en términos freudianos. Para ello, el analista busca “representar para el otro un ideal de impasibilidad” (Lacan, 1948, p. 99) ofreciéndose como un personaje despojado de características individuales, despersonalizado, borrando toda posibilidad de que el paciente encuentre en él lo que busca. De ahí que Lacan señale que la imago no se revela “sino en la medida en que nuestra actitud ofrece al sujeto el espejo puro de una superficie sin accidentes” (p. 102). Es en este punto, entonces, donde tomamos cierta distancia con el autor para dar pie al despliegue de las interrogantes, reflexiones y posibles conclusiones que, en torno al cuerpo y al proceso de subjetivación del ser humano, pueden derivarse de su teoría. Pues, si bien es cierto que el mismo Lacan aventura las implicancias que sus elaboraciones podrían tener más allá de la experiencia analítica, en ningún momento desarrolla lo que de éstas concierne al cuerpo en relación con la subjetivación. En relación con esto, nos parece esencial subrayar que sus planteamientos sitúan en primer plano la pregunta por la relación entre ser humano y naturaleza. La naturalidad 25
  • 26. con que se asume la relación del hombre con su medio ambiente resulta interrogada por su teoría en la medida en que plantea que el cuerpo y la subjetividad no son datos primarios. Del mismo modo en que la subjetividad es un “drama que se conquista”, la posibilidad de habitar el propio cuerpo, de experimentarlo como propio y uno, es conceptualizada como un efecto de la identificación del niño con su imagen especular. Lo anterior implica que la corporalidad del ser humano ya no puede ser considerada como un hecho que se corresponde con el registro de lo “natural” o dado, sino que debe pensarse como íntimamente articulada al registro de lo imaginario y a la función del yo. Esto marca una primera distinción entre el estatuto que adquiere la noción de cuerpo al interior del psicoanálisis lacaniano respecto de otras concepciones, como la biomédica. El cuerpo, desde Lacan, no será asimilable al organismo, ni reductible al orden de lo biológico. Ahora bien, con esto no se trata de desconocer la dimensión del funcionamiento biológico del cuerpo, sino que más bien se trata de una concepción que en su desarrollo trasciende ese nivel, y que, no obstante, toma como dato relevante un hecho del orden de la biología para introducirlo como pieza fundamental de su argumentación. Así, inspirada en el concepto freudiano de desamparo, la noción lacaniana de prematuración rescata una serie de hechos –falta de desarrollo de la motricidad voluntaria, caos propioceptivo, falta de maduración del sistema nervioso central- que pertenecen a lo que podría llamarse el cuerpo somático de la medicina y la biología, permitiendo a Lacan caracterizar el origen de la vida humana como una condición en falta, como una discordia vital respecto del ambiente natural que lo rodea. Discordancia que el autor considerará como una pieza fundamental para la comprensión del poder formativo que tienen las imágenes, y en particular la imago humana23 sobre el individuo. En sus palabras, la Gestalt visual del propio cuerpo “es valorizada con toda la desolación original, ligada a la discordancia intraorgánica y relacional de la cría de hombre, durante los seis primeros meses, en los que lleva los signos, neurológicos y humorales, de una prematuración natal fisiológica” (Lacan, 1948, p. 105). Es sobre esta condición prematura que se organiza la relación libidinal según la cual el individuo humano se fija en una imagen, fundando la posibilidad de acceso a la experiencia de una (presunta) identidad y unidad corporal. Así, el proceso de devenir 23 La imago humana es la referencia general que aúna las distintas imagos trabajadas por Lacan (1948): la del cuerpo propio unificado, la del semejante, del padre y del cuerpo materno. 26
  • 27. desde un puro organismo biológico indiferenciado a la posibilidad de constituirse como un yo, poseedor de un cuerpo propio, y distinto del otro, se sostiene desde esa discordia primordial entre naturaleza y hombre, que impide a la cría sobrevivir por sí sola. En este sentido, vemos que en la teoría de Lacan el orden biológico y el psíquico se encuentran imbricados, y que es por la impotencia que determina al primero que puede advenir y desarrollarse el segundo, y no de cualquier modo, sino caracterizado por su anticipación que intenta suplir la condición de falta biológica. Esta relación entre lo biológico y lo psíquico, y el modo en que ésta afecta al cuerpo se encuentra ejemplificada en la identificación edípica. A propósito de ésta Lacan (1948) señala que su energía la toma del “primer surgimiento biológico de la libido genital” (p. 109), agregando que “la nota de impotencia biológica vuelve a encontrarse aquí, así como el efecto de anticipación característico de la génesis del psiquismo humano, en la fijación de un “ideal” imaginario que el análisis ha mostrado decidir de la conformación del “instinto” al sexo fisiológico del individuo” (p. 109). Ahora bien, recordemos que la relación imaginaria por la que el individuo se fija a la imagen es denominada por Lacan como un nudo narcisista en tanto se constituye no sólo como la condición de posibilidad para la subjetividad, sino también como una marca enajenante en el destino del individuo, que le impone los efectos de una relación problemática consigo mismo y con los otros, en donde la estabilidad de su sentimiento de identidad estará en constante riesgo de ser problematizada. Del mismo modo en que se estructura la subjetividad, el cuerpo humano se construye como un cuerpo mediatizado por la imagen y por una relación problemática con la alteridad que, según vimos en nuestro recorrido, constituye el deseo humano a través del reconocimiento del otro, pero a la vez lo signa de una ambivalencia estructural. Cuerpo y subjetividad quedan atravesados por una tensión, tendencia agresiva -hacia el otro, hacia sí mismo-, que parece representar una permanente reedición de la lucha contra esa fase de miseria original24. Al respecto, su noción de imagos del cuerpo fragmentado permite concebir el modo en que queda registrada imaginariamente esa condición de falta, frente a la cual el 24 En relación con esto, Lacan mostró con claridad la amplitud con que puede ser representada esta tensión en el campo imaginario, ya sea a través de una emoción, un sueño, o en las fantasías, el discurso o los comportamientos del individuo. 27
  • 28. desarrollo psíquico se constituye como una anticipación ortopédica. Esta vinculación entre lo psíquico y lo biológico da luces para comprender el poder que tienen las imágenes a nivel de la fantasía, pero también en el orden material de lo corporal. Lacan (1948) ejemplifica esto al señalar que la revocación de ciertas personae imaginarias, la reproducción de ciertas inferioridades de situación pueden desconcertar del modo más rigurosamente previsible las funciones voluntarias en el adulto: a saber su incidencia fragmentadora sobre la imago de la identificación primordial. (p. 108) Siguiendo lo expuesto es posible reconocer en la teorización de Lacan una concepción de lo corporal y de lo psíquico como dimensiones íntimamente vinculadas en una relación, en donde, sin embargo, no es evidente el modo en que ésta opera, invitando, por lo mismo, a seguir profundizando en la naturaleza de esa articulación. A propósito de esto es posible plantear que, ubicado en el centro de su propuesta, el concepto de imagen (e imago) se convierte en el principal concepto articulador gracias al cual la dimensión de lo psíquico -en este caso representada por la instancia del yo- y la de lo corporal se entrelazan. Según hemos visto a lo largo del capítulo, entender el estatuto que tiene la imagen al interior de su teoría implica comprenderla como un “fenómeno mental” que trasciende la distinción interno/externo, y que se caracteriza por su potencialidad para constituir la realidad. Las imágenes son, por tanto, consideradas como representaciones de la realidad y tienen efectos concretos sobre la subjetividad individual; no sólo a nivel de la identidad individual que ofrecen, sino también a nivel de lo corporal en tanto determinantes de las inflexiones individuales de las tendencias. Ahora bien, en cuanto a la imagen y sus efectos de identificación y transformación del individuo no debe olvidarse que Lacan pone de relieve en particular una imagen, a saber, la imago humana. Y específicamente, es la imago del cuerpo propio la que es situada en un lugar central dentro del psiquismo, en la medida en que su singularidad y autonomía la definen como un lugar imaginario de referencia de las sensaciones propioceptivas. A partir de esto Lacan (1946) explica la relación que tiene esta imago con una serie de fenómenos subjetivos, como por ejemplo, la ilusión de los amputados, las alucinaciones del doble, su aparición onírica, etc. 28
  • 29. Tomando en cuenta lo expuesto hasta este punto, podemos señalar que la lectura de este primer período de la obra de Lacan permite reconstruir una noción de cuerpo original que, considerando la definición biomédica del cuerpo somático, la trasciende. Es una propuesta en donde lo corporal se anuda a lo psíquico, y en donde ambos advienen a partir de la posibilidad que abre lo imaginario en contraste con la hiancia inaugural. La condición de falta en que nace la cría humana determina que el soma del organismo quede subsumido en un orden distinto, en donde ya no será más un cuerpo biológico, sino un cuerpo erótico en donde sus vínculos y modos de apropiación estarán definidos, por lo menos en un primer tiempo, por la líbido. El cuerpo humano queda entonces, al igual que la subjetividad, signado en su estructura por la forma y la energía que constituyen en su origen al yo, es decir, por una conexión narcisista consigo mismo y con su alrededor. Sobre las consecuencias psíquicas o subjetivas implicadas en esta conformación narcisista del individuo hemos visto que Lacan plantea una amplia reflexión. Así, sabemos que la identidad del hombre -vivida en el registro de la conciencia- desconoce por completo la verdadera naturaleza de su yo, y que por lo mismo Lacan se muestra crítico con la concepción freudiana que asocia al yo al sistema percepción-conciencia. En sus palabras, ahí se desconoce todo lo que el yo desatiende, escotomiza, desconoce en las sensaciones que le hacen reaccionar ante la realidad, como de todo lo que ignora, agota y anuda en las significaciones que recibe del lenguaje: desconocimiento bien sorprendente por arrastrar al hombre mismo que supo forzar los límites del inconsciente por el poder de su dialéctica. (Lacan, 1948, p. 109) No obstante, en torno al cuerpo debemos preguntar: ¿cuáles son las implicancias que sobre éste deja caer el narcisismo? Aventurémonos al respecto con una lectura personal de los planteamientos del autor. Siguiendo a Lacan, el problema del cuerpo en su obra no tiene que ver con la res extensa de la teoría cartesiana, ni con el registro de lo sensible, de lo vivido o de la conciencia. Estas dimensiones del cuerpo no hacen más que esconder la verdadera pasión que enloquece al individuo y que no es otra que la pasión narcisista, según la cual éste se cree siendo sí mismo. Esta pasión da cuenta de la ilusión fundamental que captura al hombre, mucho más que las “pasiones del cuerpo”, pues es la “pasión de ser 29
  • 30. un hombre (…) el narcisismo, que impone su estructura a todos sus deseos, aun a los más elevados” (Lacan, 1946, p. 178). Sobre esta pasión Lacan (1946) señala que se trata de una “fórmula paradójica, que adquiere, sin embargo, su valor si se considera que el hombre es mucho más que su cuerpo, sin poder dejar de saber nada más acerca de su ser” (p. 177). A partir de esto pareciera que el cuerpo es situado en el registro de lo cognoscible por el individuo, de aquello que es accesible a su conciencia, a su experiencia vivida. El cuerpo aparece entonces como el soporte engañoso que sostiene (ilusoriamente) la identidad del ser humano, y por tanto como aquello que en donde, y a través del cual, se reconoce como tal. Cuerpo por medio del cual el ser humano se atribuye las características de identidad, de permanencia y sustancialidad, del mismo modo en que las proyectará en la realidad que lo rodea. Entendemos así la siguiente frase de Lacan (1946): “no hay antinomia ninguna entre los objetos que percibo y mi cuerpo, cuya percepción está justamente constituida por un acuerdo de los más naturales con ellos” (p. 150). En concordancia con lo anterior, nuestra experiencia cotidiana y consciente del cuerpo puede concebirse como estando marcada por el mismo desconocimiento que se sitúa en el origen de nuestra identidad. El cuerpo como un atributo propio, como la carne en donde nos realizamos como seres humanos no se escapa a lo que en el yo Lacan (1948) designa como: ese núcleo dado a la conciencia, pero opaco a la reflexión, marcado con todas las ambigüedades que, de la complacencia a la mala fe, estructuran en el sujeto humano lo vivido pasional; ese “yo” antepuesto al verbo [el je francés] que, confesando su facticidad a la crítica existencial, opone su irreductible inercia de pretensiones y de desconocimiento a la problemática concreta de la realización del sujeto. (p. 101-102) Para concluir, retomemos la siguiente frase de Lacan (1946) sobre la pasión narcisista, según la cual el ser humano se cree siendo sí mismo: “Fórmula paradójica, que adquiere, sin embargo, su valor si se considera que el hombre es mucho más que su cuerpo, sin poder dejar de saber nada más acerca de su ser” (p. 30
  • 31. 177). Y abramos la pregunta por aquello del ser humano que se sitúa en ese más allá de su cuerpo. 31
  • 32. Capítulo 2. Una otra subjetividad, un otro cuerpo: de una nueva alteridad e incrustaciones de lo simbólico “El hombre no piensa con su alma, como lo imagina el Filósofo. Él piensa ya que una estructura, la del lenguaje –la palabra lo admite–, ya que una estructura recorta su cuerpo, lo que nada tiene que hacer con la anatomía” Jacques Lacan, Televisión 2.1 La propuesta lacaniana en torno a lo simbólico En el capítulo anterior nos aventuramos a desarrollar nuestra propuesta sobre una posible teoría del cuerpo y la subjetividad humana, así como de sus modos de articulación, basándonos en las principales producciones escritas que elaboró Lacan durante las primeras décadas de su enseñanza25. Asimismo, al momento de concluir dicho capítulo expusimos una pregunta en torno a la subjetividad humana que quedó sin responder, y cuya formulación nos obliga a retomar el trayecto de desconocimientos que recorrimos -siguiendo a Lacan- en torno a la constitución del yo, y en donde fue puesta de relieve una concepción sobre la subjetividad que no se agota en esta instancia. Es decir, que pensamos la pregunta por aquello que va más allá del cuerpo como soporte imaginario y que concierne a su propio ser en tanto humano, como estando en relación con lo que el autor plantea como esa hiancia insalvable, irrecuperable entre el sujeto y su yo. Sobre dicha interrogante es necesario mencionar que, si bien es muchas veces señalada por Lacan durante sus primeros escritos, no parecen encontrarse ahí las herramientas teóricas fundamentales para dar cuenta de todo su alcance. En ese sentido, la búsqueda de una respuesta a dicha pregunta la haremos a la luz de la revisión de sus escritos posteriores26, los que se sitúan usualmente como la referencia esencial para abordar su doctrina sobre lo simbólico, y en donde pondremos especial énfasis en la 25 Se consideraron principalmente escritos del autor elaborados entre los años 1936 y 1951. 26 Se abordarán principalmente textos producidos entre 1953 y 1970. 32
  • 33. lectura de las posibles continuidades y discontinuidades presentes. Al respecto, una tarea que se plantea como fundamental es la de revisar el modo en que la teoría sobre lo imaginario y el yo es retomada y puesta en articulación -con nociones y registros nuevos- durante este período, pues en ningún caso se trata de formulaciones que se dejen de lado27. Comencemos el recorrido por un texto que suele ser designado como clave dentro de la enseñanza de Lacan, en tanto constituye la versión escrita de un discurso al que se le atribuye el establecimiento del punto inaugural de su doctrina sobre lo simbólico28. Se trata de su escrito “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”29, en donde introduce la función fundamental que cumplen el lenguaje y la palabra dentro del psicoanálisis. Elegimos este texto como un posible punto de partida, no sólo por la importancia que se le asigna en lo que a la teoría lacaniana sobre el registro de lo simbólico concierne, sino también -y sobre todo- porque es ahí donde se muestra claramente ese desencuentro insoslayable entre el yo y el sujeto, que constituye un primer plano en nuestra reflexión30. De este modo, las formulaciones en torno al yo y su estatuto imaginario son retomadas por Lacan (1953a) y situadas como un relieve necesario para comprender su nueva propuesta, pues sólo un entendimiento acabado de su función en la teoría del narcisismo puede iluminar y dimensionar la crisis en que se encuentra a su juicio el psicoanálisis de la época. En este sentido, y tal como se mencionó en el capítulo anterior, 27 En cuanto a esto, Garrido (2007) señala que: “la importancia del imaginario en el pensamiento de Lacan no se detiene en 1953, sino que se prolonga al menos hasta 1959 con el seminario La Ética del Psicoanálisis. El narcisismo primario no cesará de ser un objeto de interés para él y su elaboración sobre este tema continuará, pero el estudio genético no estará más en el centro de su interrogación. Es una posición más estructural que comenzará con Función y campo de la palabra y del lenguaje (1953)”. 28 Según Garrido (2007) este momento en el pensamiento de Lacan marca el paso de su teoría sobre la psicogénesis a una perspectiva propiamente estructural, la que inaugura un “nuevo periodo, una fecunda y nueva orientación de su pensamiento”, y que si bien coincide con una ruptura con la institución (IPA), se sitúa a la vez en una “continuidad con aquello que han sido sus elaboraciones anteriores y la expresión de lo que estaba en germen, al punto de la introducción de sus tres categorías: imaginario, simbólico, real”. 29 Este texto aparece en los Escritos de Lacan como siendo la versión escrita del discurso realizado por el autor en septiembre de 1953 en el Congreso de Roma. No se trata, por supuesto, de una mera transcripción y presenta diferencias no menores con el texto de la conferencia ahí pronunciada. 30 Al respecto Miller (1997) señala que la incidencia de Lacan en EE.UU. debe comprenderse a partir del hecho que constituyó el “haber desplazado este focus, este punto focal sobre el ego hacia el sujeto hablante, lo que constituye la innovación del informe de Roma” (p. 210). 33
  • 34. su intención de posicionar la función imaginaria del yo en un lugar dominante tiene que ver con sentar las bases de lo que será su crítica y, desde ahí, su propuesta. Una propuesta que apunta a restituir el valor fundante que tiene la palabra en el campo del psicoanálisis, en donde la restitución apunta a un valor originario -posible de encontrar en la obra freudiana- y cuya pérdida se le atribuye a ciertas corrientes y lecturas posfreudianas, dentro de las cuales la corriente norteamericana de la Psicología del Yo constituye un blanco central. La crítica que recae sobre éstas se funda en lo que Lacan considera como una desvirtuación teórico-técnica. A propósito de esto señala que la técnica no puede ser comprendida, ni por consiguiente correctamente aplicada, si se desconocen los conceptos que la fundan. Nuestra tarea será demostrar que esos conceptos no toman su pleno sentido sino orientándose en un campo de lenguaje, sino ordenándose a la función de la palabra. (Lacan, 1953a, p. 236) El llamado del autor da cuenta entonces de la necesidad de realizar un retorno a la obra freudiana con el objetivo de rescatar la originalidad -perdida- de su descubrimiento, y que en la lectura que hace el autor está directamente relacionada con la dimensión simbólica en que se sitúa la palabra. Y es en torno a esto que retoma su teoría sobre el yo31 para mostrar los riesgos que la confusión entre el registro imaginario y el simbólico han implicado en ciertos modos de la práctica psicoanalítica. Al respecto, todos aquellos elementos que podemos encontrar como siendo criticados por el autor -a saber, el foco en el aquí y el ahora de la relación analista- paciente, el ideal de reforzamiento del yo del paciente y de adaptación de éste a las normatividades sociales, las intervenciones que toman como blanco las resistencias del paciente, etc.- son, a su juicio, manifestaciones de una incorrecta interpretación de la teoría freudiana y de un consecuente manejo inadecuado de la dimensión de la palabra en la experiencia analítica. Introduciendo la distinción entre la palabra vacía y la palabra plena, establece que no toda palabra emitida en la asociación libre del individuo puede ser escuchada del 31 En cuanto al yo señala Lacan (1953a): “Es éste el punto de cruzamiento de una desviación tanto práctica como teórica. Pues identificar el ego con la disciplina del sujeto es confundir el aislamiento imaginario con el dominio de los instintos. Es por ello exponerse a errores de juicio en la conducción del tratamiento” (p. 239, n. 10). 34
  • 35. mismo modo. Esto se traduce en consecuencias directas sobre la manera en que el analista debe conducir e intervenir la relación intersubjetiva que se establece con el paciente, y pone especialmente de relieve lo que concierne al plano imaginario de ésta al considerar sus riesgos y su carácter ineludible. Así, Lacan (1953a) escribe: El único objeto que está al alcance del analista, es la relación imaginaria que le liga al sujeto en cuanto yo, y, a falta de poderlo eliminar, puede utilizarlo para regular el caudal de sus orejas (…) orejas para no oír, dicho de otra manera para hacer la ubicación de lo que debe ser oído. Pues no tiene otras, ni tercera oreja, ni cuarta, para una transaudición que se desearía directa del inconsciente por el inconsciente. (p. 243) Poder ubicar lo que debe ser oído implica la distinción por parte del analista de aquella palabra vacía que se inscribe en la búsqueda imaginaria del individuo por intentar dar cuenta de sí mismo; palabra que se constituye como la raíz de su frustración y agresividad, en tanto nace abortada y no podrá nunca realizar la verdad del sujeto. Este saber sobre la función de la palabra no sólo le permite al analista regular su escucha, sino también decidir sobre su intervención. Pues, tal como lo señala el autor, frente a la ignorancia de esta función, la palabra puede constituirse en un llamado imperante que movilice al analista a la trampa de querer buscar más allá de ella una realidad que le de sentido -como por ejemplo en los comportamientos del paciente (Lacan, 1953a). De este modo, el proceso de análisis pone al descubierto y en un primer plano al yo y la frustración que lo constituye. De aquí que Lacan (1953a) se pregunte sobre el individuo que habla en análisis: ¿no se adentra por él [por su discurso] el sujeto en una desposesión más y más grande de ese ser de sí mismo con respecto al cual, a fuerza de pinturas sinceras que no por ello dejan menos incoherente la idea, de rectificaciones que no llegan a desprender su esencia, de apuntalamientos y de defensas que no impiden a su estatua tambalearse, de abrazos narcisistas que se hacen soplo al animarlo, acaba por reconocer que ese ser no fue nunca sino su obra en lo imaginario y que esa obra defrauda en él toda certidumbre? Pues en ese trabajo que realiza de reconstruirla para otro, vuelve a encontrar la enajenación fundamental que le hizo construirla como otra, y que la destinó siempre a serle hurtada por otro. (p. 239) 35
  • 36. Si nos detenemos a reflexionar sobre esta propuesta teórico-clínica, veremos que es posible encontrar una continuidad con lo que el autor formulaba en el primer período de su enseñanza. Lo que se pone de manifiesto al relevar la distinción de la dimensión simbólica de la palabra respecto de sus intenciones imaginarias, es una noción de subjetividad humana marcada por su irreductibilidad a la instancia del yo, pero que, no obstante, está siempre en una relación de tensión respecto de ésta. El acceso a aquello que define lo propio del sujeto implica atravesar por el engaño de lo imaginario, de modo tal que sólo puede ser aprehendido en el “llamado a la verdad (…) llamado propio del vacío, en la hiancia ambigua de una seducción intentada sobre el otro por los medios en que el sujeto sitúa su complacencia y en que va a adentrar el monumento de su narcisismo” (Lacan, 1953a, p. 238). El recorrido hasta aquí trazado a la luz de su escrito permite pensar que la subjetividad humana en ningún caso se agota en lo que puede referir el individuo a través de su discurso consciente y de aquello de lo cual cree poder hacerse cargo en tanto posición enunciativa desde un yo. De aquí que Lacan (1953a) caracterice la palabra vacía como aquella en la que “el sujeto parece hablar en vano de alguien que, aunque se le pareciese hasta la confusión, nunca se unirá a él en la asunción de su deseo” (p. 244). No obstante, esto no significa que haya que abandonar la vía del lenguaje en la búsqueda del acceso a la verdad del sujeto. Por el contrario, la palabra es situada por la teoría lacaniana en un lugar de primacía, siendo el terreno del discurso aquel donde el analista despliega su arte, y sin caer en el engaño especular del imaginario logra “suspender las certidumbres del sujeto, hasta que se consuman sus últimos espejismos” (Lacan, 1953a, p. 241)32. Es a partir de este registro simbólico que podemos comenzar a aventurar una primera respuesta a la pregunta con que abrimos este capítulo, pues lo que propone Lacan es una subjetividad que va más allá de la función imaginaria del yo, encontrándose esencialmente determinada en su estructuración por su relación fundamental con el lenguaje. Lo que instala su texto “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” es, en ese sentido, el inicio de un pensamiento que seguirá su recorrido, año tras año, en su enseñanza oral dictada a modo de seminario, y en donde la pregunta 32 En concordancia con este planteamiento, Lacan denuncia el peligro de objetivación imaginaria que existe en cierto tipo de práctica psicoanalítica, en donde el analista guía al paciente en la búsqueda por una satisfacción socialmente válida. 36
  • 37. por el sujeto será un vector crucial. Porque nos interesa posteriormente investigar el estatuto que tiene el cuerpo en esta conceptualización del ser humano, nos detendremos primero para revisar cómo se construye durante estos años su propuesta sobre la subjetividad33. 2.2. La emergencia del sujeto lacaniano Según hemos establecido en este capítulo, es posible encontrar en la obra de Lacan la referencia a una subjetividad que va más allá del yo. Para comprender esta propuesta y, siguiendo el recorrido del propio autor, consideramos pertinente volver brevemente sobre sus ideas en torno al yo, para lo cual nos remitimos a su seminario “El yo en la teoría de Freud”, en donde es posible encontrar un riguroso abordaje de este problema. En dicho texto, y siempre con el foco en el psicoanálisis en tanto teoría y práctica clínica, pero sin por ello dejar de hacer agudas observaciones sobre lo social, el campo de la ciencia y otras disciplinas, Lacan instala los elementos necesarios para hacer notar que el yo se constituye como una noción problemática, y no sólo al interior de la discusión psicoanalítica34. Un yo que, siendo concebido desde la tradición filosófica -en particular aquella derivada del cogito cartesiano- o desde la psicología académica, resulta de todos modos subsumido en una aproximación de sentido común que se instala con un poder incuestionable y que atrapa al hombre en la ilusión de ser sí mismo. Se trata de hacer rendir al máximo la idea mencionada en sus textos anteriores sobre la pasión narcisista (Lacan, 1946). Así, Lacan (1953c) denominará “homo psychologicus” al hombre contemporáneo, subrayando la relación de captura que establece consigo mismo, y en donde el registro de su yo consciente opera como la referencia central para toda reflexión. A partir de esto interroga y desnaturaliza la concepción común que se tiene del yo, relevándola como un resultado histórico y contingente: 33 En el apartado que sigue se trabaja el tema del sujeto y de la subjetividad considerando los planteamientos formulados por Lacan entre 1953 y 1964 principalmente. Señalamos esto, pues hay autores que señalan que la noción de sujeto sufriría de modificaciones en los trabajos más tardíos del autor. Al respecto, véase capítulo XII (“Un paradigma constante”) en Miller (1997). 34 Es decir, que el problema del yo es trabajado más allá de la discusión teórico-clínica sostenida por Lacan en oposición a ciertas corrientes posfreudianas, como la de la Ego Psychology. 37
  • 38. La noción del yo extrae su evidencia actual de un cierto prestigio conferido a la conciencia en tanto que experiencia única, individual, irreductible. La intuición del yo guarda, en cuanto centrada sobre una experiencia de conciencia, un carácter cautivante, del que es menester desprenderse para acceder a nuestra concepción del sujeto. (Lacan, 1954, p. 94-95) Del mismo modo en que habla de “homo psychologicus”, su mención al “hombrecito que está en el hombre” es otra manera de referirse a ese síntoma social que se registra como un antropomorfismo delirante, y le sirve para ironizar sobre la concepción (ilusoria) de que habría una esencia, un centro a partir del cual dar cuenta de lo propiamente humano (Lacan, 1954). Se trata de una crítica a la visión “docta” -a cargo de cierta filosofía, psicología y ciencia- y de sentido común que reduce al ser humano a su yo y a la experiencia que su conciencia le otorga de sí mismo; crítica imprescindible a juicio del autor para comenzar a pensar en torno al yo: Para comenzar tan sólo a plantearse qué es el yo, hay que desprenderse de la concepción que llamaremos religiosa de la conciencia. Implícitamente, el hombre moderno piensa que todo lo que ha sucedido en el universo desde el origen está destinado a converger hacia esa cosa que piensa, creación de la vida, ser precioso, único, cumbre de las criaturas, que es él mismo, y en el cual existe un punto privilegiado llamado conciencia. (Lacan, 1954, p. 78) Durante este momento de su enseñanza vemos que la principal preocupación del psicoanalista francés es instalar la pregunta por el sujeto, no sólo para situarlo más allá de la conciencia, sino para realmente (re)introducirlo en relación con un inconsciente que se constituye verdaderamente desde otro orden y con una lógica distinta a la del registro del yo y del pensamiento común occidental (Singer, 2002). Se trata de la introducción de un nuevo paradigma a nivel del pensamiento en general y dentro del psicoanálisis respecto del sujeto35. La propuesta lacaniana sobre la subjetividad se construye desde una lógica negativa a partir de la cual se cuestiona de modo radical la reducción del sujeto a una supuesta esencia; crítica que apunta tanto a la filosofía de la conciencia como a la 35 A partir de esto es posible comprender que el concepto de sujeto sea considerado como uno de los grandes aportes de la teoría de Jacques Lacan, tanto al interior del psicoanálisis (Roudinesco & Plon, 1998), como fuera de éste en la medida en que constituye un importante referente para la teoría contemporánea y el análisis político (Stavrakakis, 1999). 38
  • 39. neurociencia. Pues, tal como dice: “cuando se habla de la subjetividad, la dificultad radica en no entificar al sujeto” (Lacan, 1954, p. 87). Esta nueva perspectiva busca su legitimidad presentándose en continuidad con el pensamiento freudiano, en tanto propuesta de revalorización que solidariza con las ideas freudianas. “Con Freud irrumpe una nueva perspectiva que revoluciona el estudio de la subjetividad y muestra, precisamente, que el sujeto no se confunde con el individuo” dirá Lacan (1954, p. 19). El sujeto que se propone hace caer, entonces, toda pretensión del psicoanálisis en tanto humanismo, destronando la ilusión del “hombre psicológico” de que es posible encontrar la esencia humana a nivel de la representación que éste tiene de sí mismo. Retomando su trabajo en torno al yo subraya una y otra vez su carácter problemático y fundamentalmente alienado en el otro, destituyendo la fantasía occidental esencialista que reduce la subjetividad identificándola al ego consciente. No obstante, el autor va más allá de la unidad fragmentada del yo para proponer una concepción del sujeto absolutamente novedosa que no sólo impide su reducción al yo y su conciencia, sino que cuestiona de modo radical la idea de que su medida y esencia se encuentre en él mismo. Es aquí donde la noción de alteridad alcanza su máxima expresión en la obra de Jacques Lacan, de modo que ya no se trata sólo del otro como semejante y rival en el plano imaginario, sino de la entrada del denominado gran Otro, denominación que usará Lacan para conceptualizar la función primordial que cumple la alteridad simbólica en la constitución del hombre en tanto ser humano. En relación con esto afirma que “el sujeto se plantea como operativo, como humano, como yo (je), a partir del momento en que aparece el sistema simbólico. Y ese momento no se puede deducir de ningún modelo perteneciente al orden de una estructuración individual” (Lacan, 1954, p. 84). Se sitúa, entonces, el planteamiento de un sujeto acéfalo, cuya medida no se encuentra en el hombre, es decir, de una subjetividad descentrada respecto del individuo biológico y psicológico. Durante los primeros años de la enseñanza pública de Lacan es posible encontrar el recorrido según el cual se va construyendo el concepto de Otro, en tanto fundamento crucial para la comprensión de lo que constituye propiamente al sujeto. De aquí que Miller (1997) sostenga que “en Lacan el lazo subjetivo con el Otro es originario y no tiene sentido hablar del sujeto lacaniano solo o incluso fascinarse con él si no se posee la noción de que el Otro lo precede” (p. 215). 39
  • 40. Pero, ¿qué significa que el Otro precede al sujeto? Implica que el sujeto lacaniano se constituye a partir de una exterioridad, de modo que sólo adviene a partir del orden simbólico, entendido como un orden que lo trasciende más allá de su individualidad. A esto se refiere Lacan (1954) cuando señala que “el juego del símbolo representa y organiza, independientemente de las peculiaridades de su soporte humano, ese algo llamado sujeto. El sujeto humano no fomenta este juego: ocupa en él su lugar (…). El sujeto mismo es un elemento de esa cadena que, tan pronto como desplegada, se organiza de acuerdo a leyes” (p. 289). De la mano de su doctrina sobre el registro simbólico de la experiencia se perfila un sujeto que se constituye a partir del lenguaje, y en particular del orden significante. Sujeto que se distingue radicalmente del lugar individual y de una posición dentro de una filogénesis u ontogénesis particular; sujeto que también es descentrado respecto del individuo que habla y comunica un discurso consciente y pretendidamente racional. El sujeto lacaniano es el sujeto advenido en el orden del inconsciente, en tanto efecto de la operación del significante. Y articulado a este sujeto se presenta entonces el Otro, en tanto discurso que inscribe al sujeto y lo representa en el orden simbólico. Sobre esta articulación Lacan (1954) dirá: “El inconsciente es el discurso del otro. Este discurso del otro no es el discurso del otro abstracto, del otro de la díada, de mi correspondiente, ni siquiera simplemente de mi esclavo: es el discurso del circuito en el cual estoy integrado. Soy uno de sus eslabones” (p. 141). Ya sea que el autor se refiera al Otro como el lugar abstracto del lenguaje, o como la encarnación de su función a través de personas concretas -por ejemplo, la madre-, siempre se trata del sujeto constituido como efecto en el campo del Otro36. La realidad humana aparece como constituida por la función simbólica, teniendo como su soporte esencial el ejercicio de la palabra en tanto significante y el Otro como lugar o encarnación que garantiza su condición de verdad. Lacan se refiere a esto en su texto “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1960a): 36 Tomando en cuenta los objetivos de nuestra investigación dejaremos de lado la pretensión de profundizar en el concepto de (gran) Otro, considerando que eso implicaría seguirlo en un extenso recorrido en donde va desde el lugar abstracto y anónimo del código, hasta tornarse en algo omniabarcante que “se vuelve sinónimo del campo mismo de la cultura, del saber; es el lugar de las estructuras del parentesco, de la metáfora paterna, del orden del discurso, de la norma social” (Miller, 1997, p. 218). 40