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Templanza

La templanza es la virtud moral que regula la atracción por los placeres, y procura el
equilibrio en el uso y disfrute de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad
sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad.

La templanza es considerada una virtud especial en la mayoría de las clasificaciones de
la ética tradicional. Aristóteles se ocupa de ella explícitamente. Santo Tomás de Aquino
la incluye como una de las cuatro virtudes morales cardinales, después de la prudencia,
la justicia y la fortaleza; como toda virtud moral, se considera un justo medio entre dos
extremos viciosos, en este caso la insensibilidad y la intemperancia.

El cristianismo se apoya en la Biblia para considerarla una de las virtudes cardinales: la
persona templada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción
y no se deja arrastrar ‘para seguir la pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La
templanza es a menudo recordada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus
pasiones, tus deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada
‘moderación’ o ‘sobriedad’, tal como se afirma en la Carta Paulina ‘(debemos) vivir con
moderación, justicia y piedad en el siglo presente’ (Tt 2, 12).1 El cristianismo, al igual
que la mayoría de las religiones y escuelas filosóficas, considera que la tendencia
natural hacia el placer sensible que se observa en la comida, la bebida y el deleite sexual
es en sí bueno, por ser la manifestación y el reflejo de fuerzas naturales muy potentes
que actúan para la propia conservación, pero que corren el peligro de desordenarse y
convertirse en energías destructoras. Dentro de esta visión común, hay diferencias
importantes de matices, según cuánto peso se asigne a esta virtud en referencia a las
otras, o cómo se juzguen los extremos a los que se opone: pueden contrastarse, por
ejemplo, la doctrina católica oficial, que pone a esta virtud como la menos importante
de las cuatro morales (cf. Suma Teológica, II-IIae C 141 A 8) con el catolicismo
enseñado y vivido en algunas comunidades; o con el puritanismo. Y dentro de la
filosofía moral antigua, se contraponen en este respecto el estoicismo con el
epicureísmo.

La palabra templanza proviene del latín temperantia, en referencia a la moderación de
la temperatura; en análogo sentido, el adjetivo templado se aplica al medio entre lo
cálido y lo frío, y también a lo que mantiene cierto tipo de equilibrio, cohesión o
armonía interna. De aquí también el adjetivo destemplado, como descompuesto o
desarreglado, sin moderación o equilibrio. En cambio, y contra lo que suele creerse, la
palabra no tiene ninguna relación etimológica con la palabra templo.


La templanza significa sobriedad. Es la virtud por
la cual empezamos a darnos cuenta de cuáles son
nuestras necesidades reales y que van, por tanto,
alineadas a nuestro bienestar y desarrollo, y
cuáles son imaginarias y producto de los deseos
inagotables que nacen de las carencias que
produce el ego y son por tanto perjudiciales.
Desde la sobriedad se manejan de manera
adecuada los recursos, evitando tanto los excesos
como las carencias.

La templanza es la virtud que permite dominar
racionalmente los apetitos y moderar la atracción
hacia los placeres sensibles y el uso de los bienes
creados. La disposición natural al gozo puede
hacer obrar desordenadamente al ser humano.
Existe en él una rebelión de los diferentes egos
contra el dominio del propio espíritu, contra el
vivir consciente y el obrar adecuado.

La moderación, la medida y la castidad, al
mantener y defender el orden en el propio
interior, crean los fundamentos necesarios para la
realización del bien. Sin la templanza, el instinto
de la propia afirmación que hay en el ser humano
rebasaría todas las fronteras y anegaría todo
cuanto encontrase en su marcha. Se perdería la
orientación y el raudal de energías jamás
encontraría el mar de la perfección en que deben
desembocar. La templanza no es el caudal, sino la
madre del río que canaliza sus ímpetus y su
velocidad y abre el paso preciso.

La tendencia natural hacia el placer sensible que
se observa en la comida, la bebida y el deleite
sexual es la forma de manifestación y el reflejo de
fuerzas naturales muy potentes que actúan en la
propia conservación. Estas energías vitales
representan la actividad de la vida y, cuando se
desordenan, se convierten en energías
destructoras.

La lujuria, la gula y los deseos desordenados de
placer dan lugar a una ceguera del espíritu que
incapacita para ver los bienes del espíritu y quita
la fuerza de la voluntad. En cambio, la sobriedad
nos hace capaces y nos dispone para la vida
espiritual. No muere el alma porque le falte algo
sino porque algo la envenena.

Nuestra existencia consiste en ser conscientes y
en obrar adecuadamente, por eso se dice que
cuando alguien vive espiritualmente es fiel a sí
misma. La lujuria y la gula destruyen de una forma
especial esa fidelidad del ser humano consigo
mismo y ese permanecer en el propio ser. Ese
abandono del alma, que se entrega desarmada al
mundo sensible, paraliza y aniquila más tarde la
capacidad de decidir y de obrar adecuadamente. El
alma no es entonces capaz de escuchar silenciosa
la llamada realidad, ni de reunir serenamente los
datos necesarios para adoptar la postura justa en
una determinada circunstancia. El ser humano se
ha hecho parcial y se insensibiliza para percibir la
totalidad de su realidad. Y esto significa el mal uso
y corrupción de la prudencia, la ceguera del
espíritu y la desaparición de la vida espiritual.
Todo buen propósito quedará siempre amenazado
por la inconstancia y teñido por los deseos más
                               bajos.

                              Las realidades
                              llamadas sensibles
                              juegan un papel tan
                              importante como las
                              sutiles en el conjunto
                              de la Vida, pero se
                              les debe dar el valor
                              adecuado. El ser
                              humano lujurioso,
                              goloso y ávido de
                              placeres quiere, pero
                              quiere
                              exclusivamente para
                              sí mismo; siempre se
                              halla distraído por un
                              interés ilusorio, que
                              no es real. La
obsesión de gozar, que lo tiene siempre ocupado, le
impide acercarse a la realidad serenamente y le
priva del auténtico conocimiento. El mirador del
alma se vuelve opaco, empolvado por el interés
egoísta, que no deja pasar hasta ella el aroma de la
Vida. Sólo puede ver y oír quien guarda un silencio
consciente, y sólo emite Luz la pureza.

La templanza es castidad, pero buscar el propio
interés en la lujuria, el provecho en la gula y en los
placeres sensibles, lleva sobre sí la maldición de un
egoísmo estéril. La castidad no sólo capacita y
predispone para percibir correctamente la
realidad, creando así conductas acordes con ella,
sino que prepara el alma para la contemplación, esa
forma sublime de contacto con la verdad objetiva
en que se confunde el conocimiento límpido con la
amorosa entrega.

Mediante la vida espiritual, el ser humano entra en
comunión con Dios asimila la Verdad, que es el bien
supremo, y obra adecuadamente. La esencia de la
persona espiritual y virtuosa consiste en vivir
abierto a la verdad real de las cosas, vivir la
verdad que se ha incorporado al propio ser y obrar
adecuadamente. Sólo quien sea capaz de ver esto y
de realizarlo en su propia vida será también capaz
de entender hasta qué profundidades llega la
destrucción que en sí mismo desencadena un
corazón impuro.
No sólo la acción consumada constituye una
equivocación, sino también la complacencia
voluntaria en la representación mental del placer
que acompaña a esa acción, pues no es posible
imaginar ese placer sin la aceptación de la
realización material. Así, todo lo que procede de la
complacencia voluntaria es una equivocación y una
falta.

La lujuria destruye el verdadero gozo de lo que es
sensiblemente bello, pues la persona, al percibir la
belleza sensible propia de cada cosa, tiende
siempre a reducirlo al deleite sexual. Sólo percibe
la belleza del mundo y la disfruta quien lo
contempla con mirada limpia. La alegría del corazón
es el agradable fruto de la muerte del ego. Cuando
esa alegría está presente se puede estar seguro
de que la simpleza de seguir una doctrina o unos
ideales, o la estirada vanidad de quien sólo se mira
a sí mismo, se hallan lejos. La alegría del corazón
es una señal inequívoca de la verdadera templanza
que sabe, sin egoísmos, conservar y defender el
verdadero valor de la persona.

La templanza es el origen y la condición de toda
verdadera valentía. En cambio, el infantilismo de
un alma desordenada no sólo acaba con la belleza,
sino que crea seres pusilánimes. Cuando el ser
humano pierde esa moderación de carácter
integral, disipa su esencia y su energía y se hace
inservible para plantar cara a la fuerza del mal,
que causa estragos por el mundo

Todas las formas de egoísmo van acompañadas de
la frustración y de la desesperación de no lograr lo
que tan ardientemente se busca, el apaciguamiento
y la satisfacción del ego. Toda búsqueda
desordenada del propio ego tiene que ser
forzosamente un fracaso, aunque es posible que la
perversión ofrezca en recompensa el aturdimiento
y la fuga constante de sí mismo.

La destemplanza es una espantosa carga y una
insoportable servidumbre. Por el contrario, la
moderación libera, purifica y produce limpieza
interior. Una pureza total significa relacionarse
con las cosas y personas de una forma
desprendida, serena y transparente, significa una
tesitura del alma tan compleja y tan sencilla como
el aire al amanecer el día y, en el fondo, significa
responder apropiadamente a los embates del
propio ego. Es algo así como la desnudez en que se
queda el alma cuando la ha sacudido un dolor
tremendo, llevándola de un bandazo a las orillas de
la nada o a rozar la muerte -el dolor, la tragedia
produce purificación y el sufrimiento revela que
existe apego. El estado de serenidad es algo que
acompaña siempre a la pureza.

Llega un momento en que la virtud de la templanza,
que conserva y defiende el orden interior, se hace
visiblemente bella y con ello embellece al ser
humano. La verdadera belleza es la que se irradia
al hacer propio lo verdadero y lo bueno, no la
belleza facial o sensitiva de una agradable
presencia. La templanza, como orden de la esencia
del ser humano, no puede ocultarse, como no se
oculta el alma, ni nada de lo que es la vida interior.
Autor: Catholic.net
Templanza, para ser dueño de tus actos
Esta virtud les ayudará toda su vida para dominar sus impulsos y pasiones a través de su voluntad



¿QUE ES LA TEMPLANZA?

La templanza es la virtud que modera y ordena la atracción de los placeres y procura el
equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los
instintos.

La templanza implica diferentes virtudes como son: la castidad, la sobriedad, la
humildad y la mansedumbre.

¿CUÁL ES NUESTRA META?

Nuestra meta es ayudar a nuestros hijos a conseguir una virtud que les será muy útil a lo
largo de su vida, ya que vivir la templanza les ayudara a dominar sus impulsos, pasiones,
y apetitos a través de su voluntad.

También debemos lograr que se conozcan mejor a si mismos y de esta manera aprendan a
utilizar adecuadamente cada aspecto, sentimiento y deseo de su cuerpo.

Que se autodeterminen libremente hacia su fin ultimo, que es Dios.

¿Por qué nos interesa fomentar la virtud de la templanza?

1. Porque las personas templadas son mas libres, y por lo tanto más felices.

2. Porque la falta de templanza genera vicios entre los cuales se distinguen los pecados
capitales.
3. Porque se llega a ser feliz y se alcanzan metas insospechadas, cuando uno mismo es
dueño de sus actos.

4. Porque la templanza se apoya en la humildad, la sobriedad, mansedumbre y la
castidad, virtudes necesarias para imitar a Jesús.

5. Porque somos seres racionales que debemos ordenar nuestras pasiones hacia nuestro
fin para ser realmente felices.

6. Porque toda actitud iracunda y descompuesta es claro indicio de que, en lugar de
dominar la situación, somos su víctima.

Vivir la templanza significa:

1. Esforzarse diariamente por ser mejor.

2. No ceder ante los gustos, deseos o caprichos que pueden dañar mi amistad con Dios.

3. Estar alegre al saber que puedo dominarme y ser mejor.

4. Ser dueño de sí mismo, del propio actuar.

5. Congruente con lo que pienso, digo y hago.

6. No justificarse ni dar falsos pretextos.

7. Conocer las propias debilidades y evitar caer en circunstancias que pongan en peligro
mi voluntad.

8. Es vencerse al deseo del placer y la comodidad por amor y con inteligencia.

9. La persona moderada orienta y ordena hacia el bien sus apetitos sensibles, no se deja
arrastrar por sus pasiones

¿Qué facilita la vivencia de esta virtud?

1. La humildad que le ayuda a reconocer sus propias insuficiencias y cualidades y
aprovecharlas sin llamar la atención.

2. La sobriedad que le ayuda a distinguir entre lo que es razonable y lo que es
inmoderado y le ayuda a utilizar adecuadamente sus sentidos, sus esfuerzos, su dinero,
etc. de acuerdo a criterios rectos y verdaderos.

3. La castidad que le ayuda a reconocer el valor de su intimidad y a respetarse a si
mismo y a los demás.

4. La mansedumbre que le ayuda a vencer la ira y a soportar molestias con serenidad.

5. El conocimiento de las propias debilidades.

6. La formación de una conciencia recta y delicada.

7. El avance de la capacidad moral que ayuda a distinguir entre lo realmente necesario y
los caprichos.

8. El diálogo en familia que le ayude a comprender mejor la forma en que se debe actuar
ante las diferentes situaciones.

9. El conocimiento de los propios dones y capacidades.

10. El hacer sacrificios y mortificaciones por Dios y los demás.

11. Carácter reflexivo que le invita a pensar antes de dejarse llevar pos sus emociones
deseos o pasiones.

¿Qué dificulta la vivencia de esta virtud?

1. La sociedad materialista y utilitaria que nos lleva a conseguir todo lo que deseamos.

2. El egoísmo.

3. El permisivismo que nos deja actuar pasando sobre los derechos de los demás.

4. El deseo de comodidad que nos lleva a buscar una vida fácil y sin compromiso.

5. Falta de conocimiento de las propias debilidades.

6. No encontrar a Dios como Fin ultimo de nuestra vida.

7. No contar con la virtud de la Fortaleza. Fuerza de voluntad.

8. Egoísmo que lleva a querer tener y hacer de todo, sin pensar que eso no es lo mejor
para la propia naturaleza.

9. El desorden que me impide distinguir entre lo realmente necesario y lo superficial y
evita que ordenemos rectamente las pasiones a la voluntad.

10. Clima de nerviosismo que lleva a desahogar la tensión a través del exceso en ciertos
aspectos.

11. Conciencia laxa, permisiva, o mal formada

Cómo promover la virtud de la templanza en casa.

1. Ayudarlos a reconocer sus sentimientos y a reflexionar en las razones por las cuales se
siente así.

2. No sobre protegerlos, no darles todo lo que piden, ni consentirlos en exceso.
Consentirlos de más.

3. Que ofrezcan pequeñas mortificaciones o sacrificios por el bien de alguno de la
familia, por un amigo, por Dios.

4. Establecer horarios para comer, dormir, etc. y respetarlos, si no se cumplen imponer
un castigo que implique sacrificio o renuncia.

5. Ayudarles a dar las gracias por todo lo que tienen y a aprovechar sus cualidades para
ser mejores cada día.

6. No permitir justificaciones o pretextos al incumplir con sus responsabilidades.

7. Evitar el exceso de comodidades en la casa.
8. Enseñarles a expresarse correctamente de los demás y a moderar su vocabulario. No
permitir malas palabras o frases insultivas o burlonas hacia los demás.

9. Enseñarles a vestirse adecuadamente, respetándose a si mismos y a los demás.
Enseñarles el significado de la verdadera elegancia.

10. Enseñarles desde pequeños a moderarse en la comida y en la bebida, no permitirles
excesos.


Definición de templanza
Del latín temperantĭa, la templanza está relacionada con la sobriedad o moderación
de carácter. Una persona con templanza reacciona de manera equilibrada ya que está
en condiciones de controlar sus emociones y dominar sus impulsos.

El cristianismo considera a la templanza como una de las cuatro virtudes cardinales.
Se trata de una virtud moral que consiste en la moderación de los apetitos y de la
atracción que ejercen los placeres a partir de la razón.

De acuerdo a esta doctrina religiosa, la templanza refleja el dominio de la voluntad
humana y permite poner límites a los deseos (generalmente vinculados al pecado).
Tener templanza permite que la persona sea equilibrada y ponga en la balanza la
tendencia natural hacia los placeres de los sentidos y el recogimiento espiritual.

La templanza es considerada como una virtud para el cristianismo ya que, según está
concepción, las energías destinadas a satisfacer los deseos de los sentidos pueden
volverse destructivas. Esta virtud permite que la persona reconozca cuáles son sus
necesidades reales (aquellas que ayudan a su desarrollo y bienestar) y cuáles son las
necesidades creadas a partir de los deseos inagotables que surgen por el ego y que, por
lo tanto, perjudican al individuo.

En este sentido, la templanza hace que las personas sean libres ya que impide el
surgimiento de vicios o el sometimiento a los impulsos.

En el ámbito de la pintura, la templanza es la armonía y la buena disposición de los
colores. El concepto, una vez más, aparece asociado al equilibrio.

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La virtud de la templanza y su importancia para la vida espiritual

  • 1. Templanza La templanza es la virtud moral que regula la atracción por los placeres, y procura el equilibrio en el uso y disfrute de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La templanza es considerada una virtud especial en la mayoría de las clasificaciones de la ética tradicional. Aristóteles se ocupa de ella explícitamente. Santo Tomás de Aquino la incluye como una de las cuatro virtudes morales cardinales, después de la prudencia, la justicia y la fortaleza; como toda virtud moral, se considera un justo medio entre dos extremos viciosos, en este caso la insensibilidad y la intemperancia. El cristianismo se apoya en la Biblia para considerarla una de las virtudes cardinales: la persona templada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ‘para seguir la pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a menudo recordada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o ‘sobriedad’, tal como se afirma en la Carta Paulina ‘(debemos) vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente’ (Tt 2, 12).1 El cristianismo, al igual que la mayoría de las religiones y escuelas filosóficas, considera que la tendencia natural hacia el placer sensible que se observa en la comida, la bebida y el deleite sexual es en sí bueno, por ser la manifestación y el reflejo de fuerzas naturales muy potentes que actúan para la propia conservación, pero que corren el peligro de desordenarse y convertirse en energías destructoras. Dentro de esta visión común, hay diferencias importantes de matices, según cuánto peso se asigne a esta virtud en referencia a las otras, o cómo se juzguen los extremos a los que se opone: pueden contrastarse, por ejemplo, la doctrina católica oficial, que pone a esta virtud como la menos importante de las cuatro morales (cf. Suma Teológica, II-IIae C 141 A 8) con el catolicismo enseñado y vivido en algunas comunidades; o con el puritanismo. Y dentro de la filosofía moral antigua, se contraponen en este respecto el estoicismo con el epicureísmo. La palabra templanza proviene del latín temperantia, en referencia a la moderación de la temperatura; en análogo sentido, el adjetivo templado se aplica al medio entre lo cálido y lo frío, y también a lo que mantiene cierto tipo de equilibrio, cohesión o armonía interna. De aquí también el adjetivo destemplado, como descompuesto o desarreglado, sin moderación o equilibrio. En cambio, y contra lo que suele creerse, la palabra no tiene ninguna relación etimológica con la palabra templo. La templanza significa sobriedad. Es la virtud por la cual empezamos a darnos cuenta de cuáles son nuestras necesidades reales y que van, por tanto, alineadas a nuestro bienestar y desarrollo, y cuáles son imaginarias y producto de los deseos inagotables que nacen de las carencias que
  • 2. produce el ego y son por tanto perjudiciales. Desde la sobriedad se manejan de manera adecuada los recursos, evitando tanto los excesos como las carencias. La templanza es la virtud que permite dominar racionalmente los apetitos y moderar la atracción hacia los placeres sensibles y el uso de los bienes creados. La disposición natural al gozo puede hacer obrar desordenadamente al ser humano. Existe en él una rebelión de los diferentes egos contra el dominio del propio espíritu, contra el vivir consciente y el obrar adecuado. La moderación, la medida y la castidad, al mantener y defender el orden en el propio interior, crean los fundamentos necesarios para la realización del bien. Sin la templanza, el instinto de la propia afirmación que hay en el ser humano rebasaría todas las fronteras y anegaría todo cuanto encontrase en su marcha. Se perdería la orientación y el raudal de energías jamás encontraría el mar de la perfección en que deben desembocar. La templanza no es el caudal, sino la madre del río que canaliza sus ímpetus y su velocidad y abre el paso preciso. La tendencia natural hacia el placer sensible que se observa en la comida, la bebida y el deleite
  • 3. sexual es la forma de manifestación y el reflejo de fuerzas naturales muy potentes que actúan en la propia conservación. Estas energías vitales representan la actividad de la vida y, cuando se desordenan, se convierten en energías destructoras. La lujuria, la gula y los deseos desordenados de placer dan lugar a una ceguera del espíritu que incapacita para ver los bienes del espíritu y quita la fuerza de la voluntad. En cambio, la sobriedad nos hace capaces y nos dispone para la vida espiritual. No muere el alma porque le falte algo sino porque algo la envenena. Nuestra existencia consiste en ser conscientes y en obrar adecuadamente, por eso se dice que cuando alguien vive espiritualmente es fiel a sí misma. La lujuria y la gula destruyen de una forma especial esa fidelidad del ser humano consigo mismo y ese permanecer en el propio ser. Ese abandono del alma, que se entrega desarmada al mundo sensible, paraliza y aniquila más tarde la capacidad de decidir y de obrar adecuadamente. El alma no es entonces capaz de escuchar silenciosa la llamada realidad, ni de reunir serenamente los datos necesarios para adoptar la postura justa en una determinada circunstancia. El ser humano se
  • 4. ha hecho parcial y se insensibiliza para percibir la totalidad de su realidad. Y esto significa el mal uso y corrupción de la prudencia, la ceguera del espíritu y la desaparición de la vida espiritual. Todo buen propósito quedará siempre amenazado por la inconstancia y teñido por los deseos más bajos. Las realidades llamadas sensibles juegan un papel tan importante como las sutiles en el conjunto de la Vida, pero se les debe dar el valor adecuado. El ser humano lujurioso, goloso y ávido de placeres quiere, pero quiere exclusivamente para sí mismo; siempre se halla distraído por un interés ilusorio, que no es real. La obsesión de gozar, que lo tiene siempre ocupado, le impide acercarse a la realidad serenamente y le priva del auténtico conocimiento. El mirador del
  • 5. alma se vuelve opaco, empolvado por el interés egoísta, que no deja pasar hasta ella el aroma de la Vida. Sólo puede ver y oír quien guarda un silencio consciente, y sólo emite Luz la pureza. La templanza es castidad, pero buscar el propio interés en la lujuria, el provecho en la gula y en los placeres sensibles, lleva sobre sí la maldición de un egoísmo estéril. La castidad no sólo capacita y predispone para percibir correctamente la realidad, creando así conductas acordes con ella, sino que prepara el alma para la contemplación, esa forma sublime de contacto con la verdad objetiva en que se confunde el conocimiento límpido con la amorosa entrega. Mediante la vida espiritual, el ser humano entra en comunión con Dios asimila la Verdad, que es el bien supremo, y obra adecuadamente. La esencia de la persona espiritual y virtuosa consiste en vivir abierto a la verdad real de las cosas, vivir la verdad que se ha incorporado al propio ser y obrar adecuadamente. Sólo quien sea capaz de ver esto y de realizarlo en su propia vida será también capaz de entender hasta qué profundidades llega la destrucción que en sí mismo desencadena un corazón impuro.
  • 6. No sólo la acción consumada constituye una equivocación, sino también la complacencia voluntaria en la representación mental del placer que acompaña a esa acción, pues no es posible imaginar ese placer sin la aceptación de la realización material. Así, todo lo que procede de la complacencia voluntaria es una equivocación y una falta. La lujuria destruye el verdadero gozo de lo que es sensiblemente bello, pues la persona, al percibir la belleza sensible propia de cada cosa, tiende siempre a reducirlo al deleite sexual. Sólo percibe la belleza del mundo y la disfruta quien lo contempla con mirada limpia. La alegría del corazón es el agradable fruto de la muerte del ego. Cuando esa alegría está presente se puede estar seguro de que la simpleza de seguir una doctrina o unos ideales, o la estirada vanidad de quien sólo se mira a sí mismo, se hallan lejos. La alegría del corazón es una señal inequívoca de la verdadera templanza que sabe, sin egoísmos, conservar y defender el verdadero valor de la persona. La templanza es el origen y la condición de toda verdadera valentía. En cambio, el infantilismo de un alma desordenada no sólo acaba con la belleza, sino que crea seres pusilánimes. Cuando el ser
  • 7. humano pierde esa moderación de carácter integral, disipa su esencia y su energía y se hace inservible para plantar cara a la fuerza del mal, que causa estragos por el mundo Todas las formas de egoísmo van acompañadas de la frustración y de la desesperación de no lograr lo que tan ardientemente se busca, el apaciguamiento y la satisfacción del ego. Toda búsqueda desordenada del propio ego tiene que ser forzosamente un fracaso, aunque es posible que la perversión ofrezca en recompensa el aturdimiento y la fuga constante de sí mismo. La destemplanza es una espantosa carga y una insoportable servidumbre. Por el contrario, la moderación libera, purifica y produce limpieza interior. Una pureza total significa relacionarse con las cosas y personas de una forma desprendida, serena y transparente, significa una tesitura del alma tan compleja y tan sencilla como el aire al amanecer el día y, en el fondo, significa responder apropiadamente a los embates del propio ego. Es algo así como la desnudez en que se queda el alma cuando la ha sacudido un dolor tremendo, llevándola de un bandazo a las orillas de la nada o a rozar la muerte -el dolor, la tragedia produce purificación y el sufrimiento revela que
  • 8. existe apego. El estado de serenidad es algo que acompaña siempre a la pureza. Llega un momento en que la virtud de la templanza, que conserva y defiende el orden interior, se hace visiblemente bella y con ello embellece al ser humano. La verdadera belleza es la que se irradia al hacer propio lo verdadero y lo bueno, no la belleza facial o sensitiva de una agradable presencia. La templanza, como orden de la esencia del ser humano, no puede ocultarse, como no se oculta el alma, ni nada de lo que es la vida interior. Autor: Catholic.net Templanza, para ser dueño de tus actos Esta virtud les ayudará toda su vida para dominar sus impulsos y pasiones a través de su voluntad ¿QUE ES LA TEMPLANZA? La templanza es la virtud que modera y ordena la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos. La templanza implica diferentes virtudes como son: la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre. ¿CUÁL ES NUESTRA META? Nuestra meta es ayudar a nuestros hijos a conseguir una virtud que les será muy útil a lo largo de su vida, ya que vivir la templanza les ayudara a dominar sus impulsos, pasiones, y apetitos a través de su voluntad. También debemos lograr que se conozcan mejor a si mismos y de esta manera aprendan a utilizar adecuadamente cada aspecto, sentimiento y deseo de su cuerpo. Que se autodeterminen libremente hacia su fin ultimo, que es Dios. ¿Por qué nos interesa fomentar la virtud de la templanza? 1. Porque las personas templadas son mas libres, y por lo tanto más felices. 2. Porque la falta de templanza genera vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales.
  • 9. 3. Porque se llega a ser feliz y se alcanzan metas insospechadas, cuando uno mismo es dueño de sus actos. 4. Porque la templanza se apoya en la humildad, la sobriedad, mansedumbre y la castidad, virtudes necesarias para imitar a Jesús. 5. Porque somos seres racionales que debemos ordenar nuestras pasiones hacia nuestro fin para ser realmente felices. 6. Porque toda actitud iracunda y descompuesta es claro indicio de que, en lugar de dominar la situación, somos su víctima. Vivir la templanza significa: 1. Esforzarse diariamente por ser mejor. 2. No ceder ante los gustos, deseos o caprichos que pueden dañar mi amistad con Dios. 3. Estar alegre al saber que puedo dominarme y ser mejor. 4. Ser dueño de sí mismo, del propio actuar. 5. Congruente con lo que pienso, digo y hago. 6. No justificarse ni dar falsos pretextos. 7. Conocer las propias debilidades y evitar caer en circunstancias que pongan en peligro mi voluntad. 8. Es vencerse al deseo del placer y la comodidad por amor y con inteligencia. 9. La persona moderada orienta y ordena hacia el bien sus apetitos sensibles, no se deja arrastrar por sus pasiones ¿Qué facilita la vivencia de esta virtud? 1. La humildad que le ayuda a reconocer sus propias insuficiencias y cualidades y aprovecharlas sin llamar la atención. 2. La sobriedad que le ayuda a distinguir entre lo que es razonable y lo que es inmoderado y le ayuda a utilizar adecuadamente sus sentidos, sus esfuerzos, su dinero, etc. de acuerdo a criterios rectos y verdaderos. 3. La castidad que le ayuda a reconocer el valor de su intimidad y a respetarse a si mismo y a los demás. 4. La mansedumbre que le ayuda a vencer la ira y a soportar molestias con serenidad. 5. El conocimiento de las propias debilidades. 6. La formación de una conciencia recta y delicada. 7. El avance de la capacidad moral que ayuda a distinguir entre lo realmente necesario y los caprichos. 8. El diálogo en familia que le ayude a comprender mejor la forma en que se debe actuar
  • 10. ante las diferentes situaciones. 9. El conocimiento de los propios dones y capacidades. 10. El hacer sacrificios y mortificaciones por Dios y los demás. 11. Carácter reflexivo que le invita a pensar antes de dejarse llevar pos sus emociones deseos o pasiones. ¿Qué dificulta la vivencia de esta virtud? 1. La sociedad materialista y utilitaria que nos lleva a conseguir todo lo que deseamos. 2. El egoísmo. 3. El permisivismo que nos deja actuar pasando sobre los derechos de los demás. 4. El deseo de comodidad que nos lleva a buscar una vida fácil y sin compromiso. 5. Falta de conocimiento de las propias debilidades. 6. No encontrar a Dios como Fin ultimo de nuestra vida. 7. No contar con la virtud de la Fortaleza. Fuerza de voluntad. 8. Egoísmo que lleva a querer tener y hacer de todo, sin pensar que eso no es lo mejor para la propia naturaleza. 9. El desorden que me impide distinguir entre lo realmente necesario y lo superficial y evita que ordenemos rectamente las pasiones a la voluntad. 10. Clima de nerviosismo que lleva a desahogar la tensión a través del exceso en ciertos aspectos. 11. Conciencia laxa, permisiva, o mal formada Cómo promover la virtud de la templanza en casa. 1. Ayudarlos a reconocer sus sentimientos y a reflexionar en las razones por las cuales se siente así. 2. No sobre protegerlos, no darles todo lo que piden, ni consentirlos en exceso. Consentirlos de más. 3. Que ofrezcan pequeñas mortificaciones o sacrificios por el bien de alguno de la familia, por un amigo, por Dios. 4. Establecer horarios para comer, dormir, etc. y respetarlos, si no se cumplen imponer un castigo que implique sacrificio o renuncia. 5. Ayudarles a dar las gracias por todo lo que tienen y a aprovechar sus cualidades para ser mejores cada día. 6. No permitir justificaciones o pretextos al incumplir con sus responsabilidades. 7. Evitar el exceso de comodidades en la casa.
  • 11. 8. Enseñarles a expresarse correctamente de los demás y a moderar su vocabulario. No permitir malas palabras o frases insultivas o burlonas hacia los demás. 9. Enseñarles a vestirse adecuadamente, respetándose a si mismos y a los demás. Enseñarles el significado de la verdadera elegancia. 10. Enseñarles desde pequeños a moderarse en la comida y en la bebida, no permitirles excesos. Definición de templanza Del latín temperantĭa, la templanza está relacionada con la sobriedad o moderación de carácter. Una persona con templanza reacciona de manera equilibrada ya que está en condiciones de controlar sus emociones y dominar sus impulsos. El cristianismo considera a la templanza como una de las cuatro virtudes cardinales. Se trata de una virtud moral que consiste en la moderación de los apetitos y de la atracción que ejercen los placeres a partir de la razón. De acuerdo a esta doctrina religiosa, la templanza refleja el dominio de la voluntad humana y permite poner límites a los deseos (generalmente vinculados al pecado). Tener templanza permite que la persona sea equilibrada y ponga en la balanza la tendencia natural hacia los placeres de los sentidos y el recogimiento espiritual. La templanza es considerada como una virtud para el cristianismo ya que, según está concepción, las energías destinadas a satisfacer los deseos de los sentidos pueden volverse destructivas. Esta virtud permite que la persona reconozca cuáles son sus necesidades reales (aquellas que ayudan a su desarrollo y bienestar) y cuáles son las necesidades creadas a partir de los deseos inagotables que surgen por el ego y que, por lo tanto, perjudican al individuo. En este sentido, la templanza hace que las personas sean libres ya que impide el surgimiento de vicios o el sometimiento a los impulsos. En el ámbito de la pintura, la templanza es la armonía y la buena disposición de los colores. El concepto, una vez más, aparece asociado al equilibrio.