2.
El 6 de julio de 1812 en las cercanías de la
bahía de Oistin (Isla de Barbados), un grupo
de enterradores se dirige al cementerio de
Christ Chursh con el cuerpo difunto de la
señora Dorcas Chase.
3.
En el panteón familiar, una edificación sólida, construida con
grandes bloques de coral unidos con cemento, se encuentran ya
los ataúdes de Thomasina Goddard y Mary Anna María Chase,
enterradas en 1807 y 1808 respectivamente. La pesada losa
que cubre la tumba familiar, de 4 por 2 metros de superficie y
semienterrada a la entrada del camposanto, es retirada con
gran trabajo por el personal, debido a su considerable peso, y
el ataúd es entrado posteriormente en su interior. Las tinieblas
son cerradísimas allí dentro, y cuando los sepultureros
encienden sus quinqués, se encuentran con una visión realmente
aterradora. El ataúd de Mary Anna María había sido movido
hacía un rincón y el de la señora Goddard, se encontraba ahora
pegado contra la pared opuesta a la entrada. Los enterradores
y familiares asistentes no dan crédito a sus ojos y la tumba es
de nuevo cerrada con gran dificultad, no sin antes haber
depositado en el suelo el ataúd de Dorcas Chase y puestos de
nuevo en su sitio los otros dos.
4.
El suceso conmovió a toda la familia y no comprendían cómo unos
ataúdes, a la sazón revestidos de plomo, habían sido removidos en
semejante lugar. En un intento por buscar culpables y racionalizar lo
sucedido, se acuso a los esclavos negros de tal profanación. Se sabía que
los negros habían asistido al entierro de la primera hermana Chase y que
era poca la simpatía que tenían por el patriarca Thomas Chase, cuyo
comportamiento cruel y tiránico había llevado al suicidio a su hija Dorcas.
Sin embargo, los negros antillanos rechazaron la acusación y en su lugar
mostraron miedo y respeto por lo que consideraban era obra de los
espíritus. ¿Quién, entonces, era el responsable de tan macabra broma?.
Nada de todo aquello tenía el menor sentido pues los ataúdes, aparte de
ser removidos, no habían sufrido ningún deterioro ni faltaba pieza alguna
que hiciera pensar en un robo. ¿Es posible que los negros se tomaran
molestia tan grande para obtener unos resultados tan insignificantes? No
es probable, y el suceso así quedó, hasta que un mes más tarde, el 9 de
agosto de 1812, Thomas Chase murió también, siendo llevado su cuerpo
al mismo panteón. En esta ocasión, los ataúdes seguían estando en su
sitio, pero el 25 de septiembre de 1816, cuando la losa fue de nuevo
levantada para enterrar a un niño llamado Samuel Brewster Ames, los
ataúdes volvieron a encontrarse desordenados. Como en ocasiones
anteriores, la culpa recayó otra vez sobre los negros, que retornaron en su
insistencia de que ellos no habían sido.