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Conquistado por la pasión
Highlander de fuego 1

 Una novela escrita por
  Mariola y Adela
Queremos agradecer a todas las que con vuestro apoyo, hicisteis posible que la historia de Niall y
Brianna cobrase vida, porque sin vuestras palabras de ánimo no hubiese sido lo mismo.
Aunque ellas saben quienes son, no queremos dejar de nombrarlas aquí, ya que fuisteis, y seréis, muy
importantes para nosotras.
Damos las gracias de corazón a Maribel, Mara, Sabry, Yrex, Firiel, Maria, Johan, Amami, Judith,
Ithaisa, Sandra, Andy, Ana, Kathy y Sonia.
¡Sois las mejores!




Sinopsis:


Niall McInroy, conocido por todos como “El Lobo”, es un hombre duro y frío, acostumbrado a dar
órdenes y ser obedecido. Jefe del clan por el fallecimiento de su hermano, se ve obligado por una
alianza a desposarse con una desconocida, mientras ama a otra mujer, y a la que jamás aceptará como
su señora.

Brianna es una mujer dulce que fue arrancada de su hogar, para convertirse en la esposa de un hombre
rudo, que desde el principio demuestra su rechazo por ella. Condenada a la soledad por un pueblo que
la ve como una intrusa. Mas a pesar del papel que rige su vida, el miedo que le infunde su esposo y de
las trampas que se encuentra por el camino, no está dispuesta a rendirse ante la adversidad.

¿Podrá Niall sentir algo más que un desgarrador deseo y llegar a amarla reconociéndola como su
esposa?

¿Será capaz Brianna de ganarse el corazón de su gente y domesticar al Lobo conquistándole con su
pasión?




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Prólogo

Los vastos campos se extendían más allá de lo que abarcaba su vista. Brianna alzó los ojos y se
maravilló al contemplar como el sol de julio iluminaba y calentaba aquel espléndido paisaje, todos los
tonos de verde del mundo se desplegaban ante ella, aquella tierra salvaje que se convertiría pronto en
su hogar era sencillamente preciosa, las montañas que habían ido haciéndose cada vez más altas se
elevaban cubiertas por un manto verde más oscuro, los valles brillaban con ese verde esmeralda,
salpicados por los amarillos, los violetas, los blancos y los rosados de las innumerables flores, grandes
y diminutas, que crecían libres en la naturaleza. Inmensos bosques con árboles tan grandes y tan altos,
que parecían querer llegar a ese cielo azul limpio de nubes, bordeaban el camino que la llevaría hasta
la casa del que sería su esposo.

Brianna detuvo su montura y volvió a recorrer con los ojos aquellas tierras hermosas. Cabalgaron casi
sin descanso durante 5 días, abandonó su hogar, su refugio, en compañía de los seis leales hombres
que su padre dispuso para que la acompañaran, esa había sido su compañía por casi una semana, seis
hombres poco habladores y un carro con dos baúles, uno con sus pocas pertenencias y otro con parte
de su dote, seis hombres que reprimían sus soeces conversaciones por no intimidarla, les miró y les
sonrió, eran fornidos, de cuerpos musculosos y preparados para la lucha, se sentía segura con ellos,
sabía que darían su vida por protegerla si tuvieran que hacerlo, que morirían por defenderla sin
pestañear.
Se movió sobre su yegua torda, suspiró y la azuzó para seguir su camino.

Brianna se perdió en sus pensamientos, mientras llenaba sus pulmones de aquel aire limpio y fresco,
se secó las pequeñas gotas de sudor que cubrían su frente insistentemente, aunque era verano no hacía
demasiado calor y por la noche aún refrescaría más. No, no era por el calor por lo que estaba sudando,
eran los nervios que un rato antes comenzaron a atenazarle el estómago, unas horas más, en apenas
unas horas más, conocería al hombre que la convertiría en su esposa con todos los derechos, un
hombre del que se decía que era frío y despiadado, que mataba a hombres, mujeres y niños por igual
sólo para saciar su sed de sangre, un involuntario temblor le recorrió la espalda, sólo esperaba que
Niall McInroy, al que llamaban “El Lobo”, se apiadara de ella.

Uno de los hombres se acercó y le señaló algo con la mano, ella alzó la vista y siguió con los ojos aquel
dedo, se quedó sin aliento, cortando el paisaje se dibujaba la silueta del castillo Dà Teintean, aunque
no era muy grande, o no tanto como el de su padre, no dejaba de ser majestuoso. Dà Teintean estaba
situado en lo alto de una rocosa colina, la piedra negra de sus muros brillaba allí donde el sol lo
golpeaba, una única torre recortaba el cielo, Brianna suspiró y un mal presentimiento la llenó de
pronto, aquel castillo no iba a ser su hogar, sino su prisión. Bajó la vista al inmenso bosque que se
extendía a sus pies y que todavía debían cruzar antes de llegar a los brazos del que sería su marido.

No quería llorar, pero una furtiva lágrima escapó de sus ojos, mientras cabalgaba en silencio entre los
árboles. De pronto sus hombres la rodearon, formando un circulo a su alrededor, dándole la espalda y
sacando sus espadas con movimientos rápidos y ágiles, parpadeó sorprendida por aquella reacción,
pero cuando aparecieron los desconocidos armados de entre los árboles comprendió, había estado tan
absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta que los estaban vigilando, se recriminó así misma
por ser tan estúpida, uno de aquellos inesperados visitantes se adelantó, lo mismo que uno de sus
hombres, después de hablar unos minutos, su escolta se dirigió hasta ella.

-No os preocupéis señora -le dijo-, son los hombres de vuestro prometido, han venido para
acompañarnos hasta vuestro nuevo hogar.

Ella miró al grupo de hombres que la miraban con insistencia y se sonrojó, asintió haciendo un leve
movimiento con la cabeza, en un segundo se vieron rodeados por aquel grupo formado por unos veinte
hombres fuertes y casi salvajes que los guiaban, entre pinos, abetos y helechos, directa al infierno.




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Capítulo 1

Niall se levantó del lecho, tomó su copa con cerveza y le dio un largo trago, alzó la piel que cubría la
ventana con pereza y deslizó la mirada por el exterior cansadamente.
Todo lo que abarcaba su vista, esas extensas praderas plagadas de brezos que las salpicaban con su
variedad de colores, esas casas de techos de paja en las que habitaban familias que eran como su
familia, el ahora tranquilo río, el lago que brillaba como un espejo y el hogar que le vio crecer, todo eso,
ahora era suyo.

Apenas unos meses antes perteneció a su desafortunado hermano mayor, Aidan el Laird del clan
McInroy, pero había fallecido debido a una trágica caída del caballo. Sonaba ridículo, porque su
hermano aprendió a cabalgar casi antes que andar, pero el destino quiso que muriese de aquel modo,
un semental desbocado, una piedra contra su cabeza que lo tuvo postrado entre los dos mundos
durante unos días, era su sino y no pudieron hacer nada por salvarle.

El Laird Niall McInroy, ese era él ahora. Un hombre duro y frío que no se dejaba doblegar por nadie,
excepto quizá por ella. La viuda de su hermano, Muriel. La mujer que hubiese querido convertir en su
esposa, si no fuese, de nuevo, cosa del destino un sueño imposible. Sólo ella era capaz de calmar a Niall
"El Lobo" como se le conocía entre amigos y enemigos, un lobo en las batallas y un lobo por su mal
genio, que despertaba con facilidad si veía alguna injusticia o no se cumplía su voluntad, su aspecto
también ayudaba, sus 1.90 venían acompañados de un gran y poderoso cuerpo, listo para aplastar a
quien se le pusiera por delante, sin siquiera pestañear. Su mejilla estaba surcada por una terrible
cicatriz, que no lograba disminuir la belleza de su rostro, por el contrario la acentuaba, dándole un
aspecto misterioso, la mandíbula poderosa, los labios carnosos y unos ojos azules como el cielo en un
día despejado, que se tornaban violetas cuando era poseído por un fuerte sentimiento, como el que
sentía en aquel momento, cuando estaba al lado de Muriel.

Niall McInroy se recostó en la cama y revolvió entre sus manos la rubia cabellera de la mujer que
estaba tumbada a su lado, ella se removió y apoyó la cabeza contra el pecho duro de él, enredó sus
finos dedos en el vello oscuro y jugueteó con los ásperos rizos, luego levantó la cabeza y clavó sus
azules ojos en él.

-Oh Niall -sollozó-. ¿Qué voy a hacer ahora?
-No os preocupéis cariño -contestó acariciando la espalda desnuda de la mujer-, no va a cambiar nada.
-Pero ella será vuestra esposa -musitó, besando el pecho del hombre-, y yo…
-Sí -dijo vagamente tumbándose sobre el cuerpo femenino-, ella será mi esposa ante todos, pero vos,
vos seréis mi mujer a todos los efectos, es a vos a quien quiero Muriel, es con vos con la que deseo
pasar mis días y mis noches.
-¿De verdad? -preguntó agarrándose al fuerte cuello del hombre que la miraba con los ojos brillantes.
-No lo dudéis Muriel, no lo dudéis -dijo besándola con violencia y enterrándose en ella.


Brianna bajó del caballo ayudada por uno de sus hombres, recorrió con la mirada al grupo de gente
que se había congregado a su alrededor, el clan McInroy al completo estaba frente a ella, los hombres
habían dejado sus labores en el campo, a sus animales o su entrenamiento, las mujeres las cocinas, los
telares y los niños sus juegos, todos la miraban sin disimulo murmurando en voz baja, algunos niños
escondidos tras las faldas de sus madres asomaban sus cabecitas para echarle un vistazo, ella también
los miró. Los hombres -casi todos ataviados con su kilt de elaborado tartán en los que predominaban el
rojo, el verde y el morado- eran altos, de fuertes brazos y anchos hombros, las mujeres robustas, con la
piel tostada por horas bajo el sol y la lluvia, la mayoría de anchas caderas debido a los numerosos
partos, los niños parecían sanos, aquella gente estaba bien alimentada y se alegraba de ello, al menos
su futuro esposo se cuidaba de proveer alimentos a su pueblo. Entre el clan McInroy predominaban los
ojos azules, casi todos los tenían de ese color, variando del más claro al más intenso, y el cabello de un
rubio bastante oscuro. Inconscientemente llevó la mano a su toga sintiéndose extrañamente incómoda.

Pasaron los minutos y los nervios se fueron apoderando de ella, por lo visto su prometido o no sabía
que había llegado, o simplemente no tenía ganas de darle la bienvenida, de pronto el murmullo que la
rodeaba se apagó, dejando paso a un silencio sepulcral. Brianna se giró y se le heló la sangre ante la
impresionante figura que estaba a sus espaldas y la miraba con el ceño fruncido.




                                                     4
Con las piernas abiertas y los brazos sobre el pecho, Niall McInroy la recorría con la mirada, el cabello
negro caía largo y brillante hasta sus hombros, las oscuras cejas rectas estaban levemente alzadas
sobre unos ojos profundamente azules, como si el cielo que ahora los cubría hubiese quedado atrapado
en ellos para siempre, la nariz aguileña, unos labios gruesos, el mentón cuadrado poblado por una
barba de un par de días, su mejilla atravesada por una cicatriz que le daba a su rostro un aspecto
enigmático, el fuerte cuello descansaba sobre unos anchos hombros, el torso desnudo dejaba ver el
vello negro que se iba estrechando hasta desaparecer bajo el kilt y mostraba unos músculos
impresionantes, en los brazos cruzados sobre éste se dibujaban unos bíceps marcados y trabajados por
horas de entrenamiento con la espada, su vientre plano y bien formado daba paso a unas estrechas
caderas. Volvió a subir la vista a sus ojos y tragó saliva, El Lobo, El León, El Tigre…, daba igual como lo
llamaran, a Brianna le pareció que de un momento a otro iba a saltar sobre ella y a devorarla allí
mismo.

Niall observó con detenimiento a la mujer que esperaba a que él apareciera, al principio apenas pudo
vislumbrar su espalda, era menuda y se notaba tensa, al llegar a su lado la chica se dio la vuelta y él la
pudo estudiar a placer, examinó el óvalo de su rostro, unos ojos grandes y verdes esmeralda lo miraban
entre asombrados y asustados, la nariz era pequeña salpicada de algunas pecas, los labios rosados y
algo entreabiertos, el cuello blanco, fino y esbelto, llevaba un vestido verde de un tono más oscuro que
sus ojos, el escote cuadrado y ribeteado con una cinta verde más claro ocultaba por completo sus
senos, pero pudo vislumbrar su contorno apretado contra la tela, la cintura estrecha y las caderas
redondeadas donde descansaba un pequeño cinturón del mismo tono que la cinta del escote y caía
hasta sus pies, los brazos delgados también estaban ocultos y sólo las pequeñas manos de finos dedos
asomaban entre las mangas acampanadas, unas manos que agarraban con fuerza la tela de su vestido,
levantó la vista y se fijó en sus cejas rojizas, dio un paso adelante, alzó la mano y arrancó el velo que
ocultaba su cabello, una cascada de rizos rojos cayó sobre su espalda y sus hombros, un murmullo
llenó el aire de nuevo. Brianna tembló, a aquel hombre sólo le faltaba abrirle la boca y mirarle los
dientes como si fuera un caballo.

-Supongo que estaréis cansada del viaje -dijo de pronto con voz grave y ronca.
-Sí -apenas podía hablar.
-Bien, os daré media hora para que os aseéis y os cambiéis de ropa, luego iremos a la capilla, el padre
Robert nos espera para celebrar nuestro enlace -añadió torciendo el gesto.
-¿Ahora? -preguntó sorprendida.
-¿Para qué vamos a esperar más?, no me gusta perder el tiempo dando rodeos contra lo inevitable
-volvió a cruzar los brazos, ella se fijó en sus poderosos bíceps- cuanto antes acabemos con esto, mejor
para todos.
-Sí, supongo -ella se retorció las manos.
-Preparaos -se dio la vuelta y tomó de la mano a una mujer rubia que había permanecido tras él todo el
rato, Brianna no se percató de su presencia hasta ese momento y no se pudo fijar en su rostro, pero
pudo ver su silueta esbelta cuando se dio la vuelta para acompañarlo-, os veré en un rato.


Todo ocurrió tan deprisa que apenas tuvo tiempo de darse cuenta.
Se lavó y cambió su vestido de viaje por el de color marfil, que con esmero cosieron para ella las
mujeres de su clan para la ocasión, poco después alguien la había conducido hasta una sombría capilla
donde él y algunas otras personas lo acompañaban, por unos segundos se fijó en la mujer que lloraba
con la cabeza entre las manos, era la misma que lo acompañaba un rato antes. Niall ni se volvió a
mirarla, con pasos vacilantes se acercó a su lado y se colocó junto a él.
Pronunció sus votos con voz temblorosa y guiada por el regordete, sonrosado y anciano sacerdote,
Niall lo hizo con voz resignada, en cuanto acabaron, él la besó levemente casi sin posar los labios sobre
los suyos.

-Os visitaré esta noche, ahora id y descansad -le había dicho secamente.

Subió sola a su habitación, estaba tan cansada que ni se molestó en desnudarse, sencillamente se dejó
caer en la cama y se quedó dormida al instante, no supo cuanto tiempo había dormido, cuando unas
manos grandes la sacudieron, abrió los ojos desconcertada y asustada y allí estaba él, borracho y
excitado, rió y le ordenó que se despojara del vestido, estaba tan aterrorizada que no fue capaz de
moverse, así que él se lo había arrancado casi a tirones, luego también se había quitado la ropa
mostrando ante ella el vigor de su cuerpo desnudo, sin más se tumbó sobre ella que permanecía
completamente rígida.



                                                     5
-Abrid las piernas -aquella orden la llenó de terror-. He dicho que abráis las piernas.

Lentamente y temblando de miedo hizo lo que él le había ordenado.
El dolor la traspasó cuando él entró brutalmente en ella, Brianna gritó creyendo que se iba a partir por
la mitad, que la iba a matar, el dolor que la atravesó era horrible, cerró los ojos y lloró, mientras él con
fuertes embestidas, alcanzó la liberación y se derramó dentro de ella. Apenas transcurrieron unos
minutos, pero habían sido los más espantosos de su vida. Niall se levantó, se vistió sin mirarla y
tambaleándose salió de su estancia, dejándola sola.




                                                     6
Capítulo 2

Brianna se levantó tan pronto las primeras luces del alba rompieron la oscuridad de la noche. Apenas
había sido capaz de dormir y cuando conseguía conciliar el sueño se despertaba sobresaltada,
temiendo que él volviese y le hiciese daño otra vez. Estaba cansada y dolorida, pero aún así bajó de la
cama y observó la habitación que su esposo había dispuesto para ella, era bastante grande, los fríos
muros de piedra estaban cubiertos por tapices que en otro tiempo debieron ser hermosos, pero que
ahora estaban sucios y descoloridos, una gran chimenea, apagada y ennegrecida por el uso, al fondo de
la habitación, la cama enorme estaba en el centro de la estancia, un baúl de madera a sus pies, una silla
y una mesa con detalles labrados en sus patas, en la que descansaban una jarra, una jofaina con varios
paños a su lado, y una vela a medio gastar permanecía apagada en su palmatoria. Sintió como algo se
clavaba en sus pies, bajó la vista y vio los juncos secos y podridos que cubrían el suelo, hizo un mohín
de asco, aquella habitación que hubiese podido ser confortable y agradable, estaba descuidada, así que
como tendría que permanecer muchas horas en ella, decidió que la cambiaría a su gusto.
Fue hasta su baúl, sacó ropa limpia y su cepillo del pelo, tomó uno de los paños de lino y lo humedeció,
comenzó sus abluciones despacio, al llegar a su entrepierna hizo una mueca de dolor, bajó la vista
hasta el trozo de tela y lo vio manchado de sangre, volvió a humedecerlo, se limpió entre las piernas y
se frotó los muslos, insistentemente, hasta que no quedó rastro de lo que había soportado la noche
anterior. Se puso un vestido y se sentó para cepillarse el cabello.

Niall irrumpió en los aposentos de su esposa, si esperaba encontrarla acostada y llorosa, se llevó una
gran desilusión, aunque ella se había sobresaltado al oírle entrar continuó con su tarea, de espaldas a
él, pasaba una y otra vez con movimientos lentos y pausados el cepillo por su pelo, él clavó la vista en
aquel cabello rojo que caía por su espalda y parecía brillar como fuego, por un momento Niall se sintió
tentado a alargar el brazo y enredar sus dedos en aquellos mechones de seda roja, pero se quedó
parado sin apartar la vista, Brianna se volvió lentamente mirándolo fijamente. Una chispa de dolor se
atisbaba en el fondo de su mirada, Niall volteó la cabeza incomodo, sus ojos azules se entrecerraron al
contemplar su vestido roto en el suelo y las manchas de sangre seca entre las sábanas revueltas. Ante él
estaba la prueba de la pureza y la inocencia de su esposa, y también de la brutalidad con la que la había
poseído la noche anterior. Cerró los puños, y se maldijo en silencio, debió esperar, pero la cerveza que
bebió desde que la dejara en la capilla y la ira que lo invadió en cuanto ella ocupó el lugar que debía
haber ocupado Muriel lo cegaron, perdió el control de si mismo y consumó su matrimonio como una
bestia salvaje, entró en su cuarto y la tomó sin miramientos, asustándola y provocándole dolor, luego
la abandonó sin remordimientos para ir a acurrucarse a los brazos de la mujer que amaba. Por un
momento la culpa lo asaltó, después de todo aquella mujer que lo miraba fijamente era tan víctima
como él, ella tampoco pudo elegir, apartó el sentimiento que lo invadía como si de una mosca se
tratara.

-Vengo a informaros que los hombres de vuestro hermano partirán dentro de un rato -dijo con voz fría
y cortante.
-¿Tan pronto? -preguntó retorciéndose las manos, tenía miedo de que volviera a hacerle daño, así que
permanecía a una distancia prudencial.
-Ya no tienen nada más que hacer aquí -respondió recorriéndola con la mirada-, os han traído hasta
vuestro nuevo hogar, su misión ha acabado.
-Bien -comenzó a caminar hacia la puerta-, iré a despedirme de ellos y a desearles un buen viaje de
regreso.

Niall la vio salir con la cabeza alta y perderse por el pasillo como si fuera una reina, fue hasta la cama y
observó las sábanas una vez más, se agachó y recogió el vestido, se fijó en los rasgones y lo soltó como
si le quemará las manos, aunque estaba ebrio recordó el momento exacto en que su esposa se tensó
bajo su cuerpo, sus ojos de terror cuando se tumbó sobre ella, las lágrimas recorrerle las mejillas,
volvió a maldecir, luego con grandes zancadas abandonó la alcoba de su esposa.


Brianna mantuvo los ojos fijos en las espaldas de los hombres que se alejaban de ella, los vio
desaparecer entre los árboles, pero se quedó allí, abrazándose a sí misma unos minutos más. Le
hubiese gustado que permanecieran junto a ella unos días más, pero su esposo tenía razón, ya no había
motivo alguno para que retrasaran su marcha, esos hombres tenían mujeres e hijos que estaban
esperando su retorno, pero por unos instantes no pudo evitar sentirse egoísta, era consciente que
cuando ellos se hubieran marchado todo lazo con su padre y su hermano, con su verdadera familia,



                                                     7
quedaría roto, tal vez jamás volviera a verlos, se secó las lágrimas con el dorso de la mano, era inútil
seguir llorando, después de todo la habían preparado para eso, para convertirse en la esposa de un
Laird, para hacerse cargo de un castillo. Bajó los ojos hasta el trozo de tela que apretaba entre sus
dedos, el plaid de cuadros azules que identificaba a su clan, uno de sus hombres se lo había dado, “para
que nunca olvidéis vuestros orígenes” le dijo mientras se lo entregaba. No, no los olvidaría, ¿cómo
podría olvidarse de aquel lugar donde había nacido y crecido feliz? Por muy mal que la tratara la vida,
siempre le quedaría aquel tartán para recordarle lo dichosa que una vez fue, lo apretó contra su pecho
y volvió sobre sus pasos.

Caminó lentamente por los pasillos, las personas con las que se iba cruzando le hacían una pequeña
reverencia y seguían su paso, era una forastera, una extraña entre extraños, se sintió sola. Fue
observando con calma todo lo que veía a su paso, el castillo era una buena fortaleza de gruesos muros,
las estancias eran grandes, las paredes decoradas con tapices bordados con escenas de caza y batallas,
los muebles eran robustos, macizos, pero una capa de polvo cubría cada uno de ellos, los juncos del
suelo estaban podridos haciendo que en el ambiente flotara un fétido olor. Dà Teintean era un buen
castillo, pero la dejadez y suciedad que lo cubría todo la entristeció, bueno, ella se encargaría de que
aquello cambiara, los muebles relucirían, los tapices recobrarían su esplendor. Alzó la vista y se fijó en
uno que parecía nuevo, la cabeza de un lobo con las fauces abiertas la miraba con unos ojos azules que
reconocería en cualquier parte, apartó la vista asustada. Un suave olor a pan recién hecho le inundó las
fosas nasales, su estómago emitió un ruido recordándole que estaba hambrienta, sonrió y se dejó guiar
por aquel delicioso aroma.

Las cocinas supusieron una agradable sorpresa para Brianna, el abandono que recubría el castillo
desaparecía en aquella dependencia, el fuego crepitaba en el gran horno, una mesa grande y limpia
rodeada de taburetes en el centro, las cacerolas y utensilios resplandecían, Brianna sonrió satisfecha,
entró y se sentó. La mujer regordeta que canturreaba de espaldas a ella se volvió.

-Ama -se inclinó ante ella-. ¿Qué hacéis aquí?
-Supongo que sois la cocinera -la mujer asintió-, he olido el agradable aroma que desprende vuestro
pan.
-Claro que sí ama -presurosamente la sirvienta puso una hogaza frente a ella, un poco de queso y una
jarra de cerveza.
-¿Cómo os llamáis? –preguntó observándola, tendría alrededor de unos 40 años, de cara sonrosada,
con unos vivarachos ojos azules y una sonrisa perenne en los labios, robusta, de grandes pechos y
anchas caderas, llevaba el pelo cubierto por un trapo, pero por los mechones que escapaban de él pudo
ver que era rubia.
-Margaret -la mujer hizo otra reverencia.
-Bien Margaret -se llevó un trozo de pan a la boca y cerró los ojos deleitándose con su sabor y su
esponjosidad, después los abrió y le sonrió-, tengo que felicitaros, es el mejor pan que he comido
nunca, pero no volváis a llamarme ama, yo no soy ama de nadie, señora o Brianna, con eso bastará.
-Disculpadme am..., señora -Margaret se sonrojó.
-No es un reproche -volvió a sonreírle, recibiendo otra a cambio, Brianna vio su vestido manchado de
harina-, ¿me enseñaríais a hacer un pan tan bueno como este?
-Pero no tenéis por que… -dijo la sirvienta apresuradamente-, pero si queréis.
-Por favor, me gustaría mucho aprender -tomó la copa con cerveza-, pero antes comed conmigo.

Brianna pasó varias horas en las cocinas, se manchó de harina, se divirtió y aprendió el secreto para
hacer ese pan que le había gustado tanto, además sin saberlo, había conseguido ganarse el primer
corazón de uno de los habitantes del castillo.




                                                    8
Capítulo 3

Brianna estaba completamente agotada y hambrienta, pero miró satisfecha su cuarto, había retirado
los tapices y los juncos podridos del suelo, así como la vieja y gastada piel que cubría la ventana, frotó
la mesa y la silla hasta que consiguió quitarle todo el polvo y la mugre, ahora las paredes y el suelo de
piedra estaban desnudos, ya se preocuparía mañana de conseguir algún adorno o alguna piel para
recubrirlas. Un suave aroma a lavanda le llenó la nariz, miró orgullosa los pequeños ramos que estaban
colocados sobre la mesa y la repisa de la chimenea. Terminó de trenzarse el cabello, alisó la falda de su
vestido y se dirigió hacia el salón para cenar.

Se le borró la sonrisa tan pronto puso un pie en él, los hombres comían y bebían como verdaderos
animales, los eructos se sucedían después de un largo trago de cerveza, así como los gritos, las
carcajadas o las conversaciones soeces, la bebida corría por sus barbillas hasta sus pechos, arrancaban
los pedazos de carne a tirones con las manos, e incluso algunos perros se peleaban por los huesos a los
pies de los hombres que los miraban entre risas. Algunos levantaron la vista unos segundos antes de
proseguir con lo suyo, otros simplemente la ignoraron. Miró al frente, allí estaba su esposo, una mujer
rubia estaba sentada a su derecha- el lugar que le correspondía a ella- contemplándolo con adoración
mientras él le daba bocados de carne y cerveza con sus propias manos, no la conocía pero supo que era
su amante, continuó caminando con la mirada fija en la escena, él levantó la cabeza y al verla, se puso
en pie.

-¿Venís a cenar, señora? -le preguntó con una sonrisa burlona.
-No -contestó, miró a la mujer que sonreía y luego a él-, acabo de perder el apetito al ver semejante
pocilga.
-¿Sois tan delicada que no podéis comer rodeada de mi gente? -comenzó a ponerse furioso ante sus
palabras.
-No me importa comer con vuestra gente señor, pero si rodeada de animales -replicó sosteniéndole la
mirada-, esto es sencillamente repugnante.
-Jajaja -la carcajada resonó en el silencio que se había ido apoderando del salón tan pronto
comenzaron a hablar-, ¿habéis oído?
-Creo que cenaré en mis aposentos -dijo dándose la vuelta.
-¡No, señora! -gritó parándola en seco-, o cenáis aquí o no cenáis, así que sentaos.
-No podéis obligarme a comer.
-Pues veréis como comemos los demás -fue hacia ella, la tomó del brazo y la sentó a su izquierda-,
sentaos aquí y mirad.
-¡No! -se levantó, tirando la silla a su espalda, recorrió con la vista a los presentes que la contemplaban
boquiabiertos, al fondo vio a Margaret que la miraba con pena, ese hombre la estaba humillando
delante de todos y no lo iba a permitir, bajó la vista hasta los ojos azules llenos de rabia y dio un tirón
para soltarse de la mano grande que la sujetaba-, no voy a permitir esto.
-¡Sentaos! -gritó-, ¡ahora!
-No -le sostuvo la mirada-, no me importa que sentéis a vuestra amante en mi lugar, después de todo
me sois indiferente, no me importa que me tomarais como un animal, hicisteis uso de vuestro derecho,
no me importa que vuestros hombres coman como salvajes, pero no voy a consentir que me tratéis de
este modo, ni voy a tolerar que me humilléis de esta manera.
-¡Brianna! -bramó encolerizado al verla caminar hacia la puerta.
-Lo siento señor -dijo por encima del hombro-, pero creo que erraron en vuestro apodo, más que un
Lobo, parecéis un Cerdo.

La tensión era tal que se podía cortar, todos los ojos estaban fijos en Niall McInroy, al cual le hervía la
sangre de furia, se levantó, con pasos largos y los puños apretados fue detrás de su esposa, aquella
pequeña arrogante lo iba a escuchar, nadie lo ponía en ridículo, nadie. Brianna corría hacia su cuarto
con los ojos cuajados de lágrimas sintiéndose muy desgraciada, pero sin ella saberlo, había comenzado
a ganarse el respeto del clan McInroy, la gente que ahora era su gente.

La agarró del brazo y le dio la vuelta con tanta violencia que la trenza golpeó su cara, alzó la vista hasta
aquellos ojos azules oscurecidos por la ira. Sintió los dedos de su esposo clavarse en su piel tan fuerte
que pensó que le rompería el brazo, gimió de dolor pero no se amilanó, no sólo él estaba furioso, ella
también.

Niall observó con detenimiento el rostro de su esposa, no vio arrepentimiento por lo que acababa de



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hacer, al contrario, parecía desafiarlo con la mirada, podía ver el brillo de la ira refulgir en las
esmeraldas de sus iris, aquello lo enervó aún más, él era el dueño y señor del castillo, él imponía la ley,
ella era una simple e insignificante mujer a la que enseñaría el lugar que debía ocupar. La zarandeó
haciendo que la larga trenza ondulara a su espalda.

-Jamás -exclamó enfurecido-, jamás volváis a hacer algo como lo que habéis hecho hoy.
-Soltadme -se retorció tratando de zafarse de su mano.
-Escuchadme pequeña boba -volvió a sacudirla sujetándola por ambos brazos-, aquí mando yo, si digo
que os sentéis os sentareis, si digo que vengáis vendréis, si digo que desaparezcáis desapareceréis, no
os levantareis de la mesa sin mí permiso, ¿habéis entendido?
-Sí -contestó tragándose las lágrimas de la impotencia, la soltó y ella dio unos traspiés.
-Bien -bajó los ojos hasta sus labios y percibió su temblor-. Una cosa más, tratareis con respeto a
Muriel, ella es importante para mi, más de lo que vos llegareis a serlo nunca.
-Soy vuestra esposa -Brianna le dio la espalda indignada-, pusisteis a otra mujer en mi lugar delante de
todo el mundo.
-Sí, sois mi esposa -cruzó los brazos sobre el pecho-, una esposa impuesta, pero Muriel es la mujer que
amo.
-¿Por qué os casasteis conmigo? -se volvió mirándolo tan fijamente que Niall dio un paso atrás-. ¿Por
qué no os negasteis a este matrimonio?
-Me distéis una alianza provechosa - se acercó a ella hasta que apenas los separaron unos centímetros-,
ahora ya sabéis el motivo. Estáis advertida, si no queréis recibir mis órdenes manteneos alejada de mí,
haceos invisible si os place. Pero estad dispuesta para complacerme cuando me apetezca ir a vuestros
aposentos-, ella lo miró con ojos desorbitados-, no os preocupéis señora, en cuanto me deis un hijo
dejaré de molestaros.
-¿Un hijo? -instintivamente se llevó las manos al abdomen-. No, jamás os lo daré señor, prefiero morir
a llevar en mis entrañas el vástago de una bestia.
-No soy un hombre paciente Brianna, os aviso -ella caminó hacia atrás para alejarse de él-, no juguéis
conmigo señora, os puede costar muy caro.

Niall se alejó, perdiéndose por el oscuro pasillo. Brianna no entró a su cuarto, corrió hasta que llegó a
las almenas, dejó que el cálido viento del verano le acariciara la cara, clavó los ojos en la oscuridad, era
tan infeliz, tan desgraciada…, permitió a las lágrimas derramarse libremente por sus mejillas, deseaba
estar muerta. Descansó la espalda sobre el frío muro y se abrazó a sí misma, detestaba a Niall McInroy
con todas sus fuerzas, odiaba a aquel Lobo de las Tierras Altas con todo su corazón y no le iba a
permitir que la denigrara por mucho que le hubiera dicho, puede que él fuera el dueño y señor, pero
ella tenía su orgullo.




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Capítulo 4

Dos largas e interminables semanas llevaba viviendo en aquella fortaleza.
Durante aquel tiempo libró varias guerras y ganó algunas batallas. Aunque apenas bajaba a cenar, las
veces que lo había hecho los hombres se levantaban cuando entraba y moderaban sus modales, ella lo
agradecía en silencio y con una sonrisa en los labios. Pasaba parte de su tiempo con Margaret en las
cocinas, esta le presentó a varias mujeres y con su ayuda consiguieron limpiar el castillo, los muebles
fueron pulidos, los podridos juncos del suelo fueron reemplazados por unos nuevos y frescos, las
paredes se fregaron hasta casi lograr que las piedras brillasen, los grandes tapices se retiraron con la
ayuda de unos cuantos hombres y en el exterior fueron sacudidos hasta que no quedó una sola mota de
polvo sobre ellos, ahora lucían de nuevo en su lugar de siempre, pero con la diferencia de que se
podían distinguir claramente las figuras que en ellos aparecían. Dà Teintean se veía distinto, igual que
ella, porque poco a poco la gente fue cediendo ante la presencia de una desconocida y la fueron
aceptando. Sí, estaban empezando a reconocerla como a una de ellos, sonrió feliz porque se iba
ganando a su pueblo.

Le gustaba esa gente sencilla y desconfiada, disfrutaba mezclándose con ellos en las tareas cotidianas,
después de todo la habían educado libre, su padre y su hermano se preocuparon que aprendiera todo
lo que una dama debía saber, así que a regañadientes consiguió aprender a tejer, a bordar, a
permanecer en silencio cuando los hombres hablaban…, pero no le cortaron las alas, ellos la conocían
bien, sabían de su espíritu libre y le consintieron montar a caballo a horcajadas, a bañarse en el río
desnuda bajo la brillante luna, a corretear riendo y con el viento enredando sus cabellos, por las suaves
colinas que rodeaban su hogar.
Cerró los ojos, su hogar, aquel lugar que ahora le resultaba tan lejano. Sacudió la cabeza, no se iba a
poner triste por algo que ya no tenía remedio, ahora pertenecía a aquel sitio y trataría por todos los
medios de adaptarse a él. Después de todo debía estar contenta con sus progresos, por fin estaba
siendo aceptada como uno más, tal vez le costara un poco más de esfuerzo, aquella gente no estaba
acostumbrada a que su señora realizara tareas tan serviles como hacer pan o mermelada, o que les
ayudara a recoger la cosecha de manzanas como iba a hacer aquel día, aquella gente aún seguía
sorprendiéndose cuando les daba las gracias después de servirle la cena o cuando realizaban alguna
tarea que ella les había pedido, abrían los ojos, se sonrojaban y después asentían levemente. Sí, se
estaba ganando el corazón de su pueblo y se sentía gratamente satisfecha. Tan sólo Niall, Muriel y su
corte de seguidores parecían ignorarla por completo, a ella no le importaba, sabía porqué estaba allí,
una alianza, algo que era bastante común, su matrimonio con el Laird McInroy aseguraba a este y a su
hermano Duncan -ya que su anciano y enfermo padre delegó en su único hijo-, una tregua, evitaban
invasiones de unos por parte de otros, así como la ayuda inmediata si alguno de ellos se encontraba
amenazado.
Así era la vida en aquellas tierras inhóspitas, una tierra de hombres y para hombres donde las mujeres
eran poco más que nada. Puede que eso fuera así, pero no estaba dispuesta a consentirlo, ella
encontraría el modo de seguir siendo libre a su manera, las circunstancias la tenían atada a un hombre
que la detestaba, pero no iba a consentir que ello le afectara, la vida estaba llena de pequeñas cosas que
merecían la pena, jamás amaría o sería amada, si su destino era ese lo aceptaría, pero mantendría su
orgullo y su dignidad intactos.
Si Niall McInroy pretendía anularla, que se rindiera a sus pies estaba muy equivocado.
El sonido del metal contra metal la apartó de sus pensamientos, se acercó a la muralla y miró hacia
abajo donde los hombres estaban entrenándose con las espadas, ahora era tiempo de paz, pero cada
día durante varias horas, aquellos fornidos hombres luchaban entre ellos. Recorrió con la mirada la
escena, deteniéndose justo en el centro de aquel polvoriento patio, con la espada en la mano girando
despacio estaba su esposo, sin poder evitarlo deslizó lentamente los ojos por aquel cuerpo poderoso,
observó como flexionaba sus piernas dejando ver sus fuertes pantorrillas, los músculos de la espalda se
tensaban, los sólidos brazos se movían ágilmente, abrió la boca tomando aire, por unos instantes un
extraño calor se había ido apoderando de su cuerpo sofocándola. Niall se dio la vuelta y Brianna pudo
contemplar su torso brillante por el sudor que lo recubría debido al calor y al esfuerzo, el pelo negro le
caía sobre los hombros y la cara, su rostro estaba tenso por la concentración, ella siguió mirándolo
completamente embelesada, imaginándoselo en el fragor de una batalla, parecía un animal, un bello
animal salvaje, suspiró levemente, su esposo era un hombre hermoso, muy hermoso. Él fue hasta uno
de los barriles llenos de agua, tomó un poco y vertió el resto por la cabeza, Brianna reparó como el
agua corría en pequeños ríos por su piel bronceada, como las minúsculas gotas se enredaban en el
oscuro vello de su pecho. Él levantó la vista y sus miradas se encontraron por unos segundos, sus fríos
ojos azules estaban clavados en ella, sus rodillas se debilitaron, se agarró al muro temiendo caer. Él



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rompió el contacto cuando alguien lo llamó por su nombre, sus labios carnosos se estiraron en una
sonrisa, lo vio abrir los brazos y cerrarlos en torno a Muriel, que se había acercado corriendo tan
pronto terminó el entrenamiento. Brianna se apartó de la muralla, cogió la cesta de mimbre del suelo y
echó a correr para reunirse con las otras mujeres que ya se alejaban del castillo.

Era tiempo de paz, una paz tan frágil como una tela de araña, cualquier escaramuza, cualquier excusa
por pequeña que fuera podía ser el detonante para provocar una guerra entre clanes, y eran muchos los
Lairds sedientos de batalla, él lo sabía y no podía permitir que sus hombres o él mismo se volvieran
débiles como mujeres, con músculos atrofiados, así que les imponía a todos, y a si mismo, a ejercitarse
cada día en el arte de la espada, daba igual que lloviera, nevara o hiciera un calor bochornoso como esa
mañana, era su deber y por su vida y su honor mantendría a los hombres del clan listos y preparados
para la lucha.
Estaba sofocado por el calor y el esfuerzo, aquello no era sólo un simple entrenamiento, utilizaban sus
armas, nada de estoques de madera, así lograba que los hombres mantuvieran la atención. Durante
más de dos horas permanecieron bajo el sol. Como por aquel día ya era suficiente, se dirigió al barril de
agua y con la vasija la vertió sobre su cabeza después de beber un poco, el agua fría le refrescó y le
destensó los músculos, fue sosegándose lentamente, pero la sensación de estar siendo observado le
hizo alzar la vista hacia la muralla, y se encontró con los ojos verdes de su esposa clavados en él, dos
lagunas profundas que lo miraban sin pestañear, su cabello parecía arder bañado por el sol, no podía
apartar los ojos de ella, por un instante imaginó esa melena enredada entre sus dedos, esos labios
rosados y entreabiertos sobre su cuerpo. No, Brianna era su esposa, pero era a Muriel, la mujer que lo
llamaba y corría hacia él, a la que amaba, su corazón le pertenecía por entero, siempre lo había hecho
desde el instante en que la vio llegar sobre la grupa de su yegua para casarse con su hermano. Sonrió,
abrió los brazos y sujetó con fuerza a Muriel entre ellos, bajó la cabeza y la besó con toda la pasión del
mundo.


Brianna ya casi estaba a las puertas del castillo cuando un pequeño revuelo la detuvo en seco, se volvió
y vio espantada como Liam arrastraba a un muchacho asido por la oreja, anduvo sobre sus pasos y se
detuvo frente a él con los brazos en jarras.

-¡Soltadlo inmediatamente! –gritó enfurecida.
-No os metáis en esto, señora -contestó el hombre apartándola de su camino-. No es asunto vuestro.
-Por supuesto que es asunto mío, por algo soy vuestra señora -replicó indignada ante la falta de
respeto-. Le estáis haciendo daño, es sólo un niño.
-¿Qué está sucediendo aquí? -la voz grave de Niall recortó el aire sobresaltándolos.




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Capítulo 5


Brianna miró a su esposo de pie frente a ellos con las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre su
pecho, Muriel se encontraba a su lado, por primera vez se fijó en sus delicados rasgos, su pelo rubio en
una trenza alrededor de su cabeza, su piel blanca y sin manchas, sus ojos azules fríos como el hielo,
observaban con desdén la escena sin mostrar compasión alguna por el muchacho, sus nariz pequeña y
respingona, sus labios rosados y sonrientes, era bellísima, dulce y serena, nada de lo que ella
presumiría nunca. Liam era un hombre alto, corpulento, su cabello rubio caía sobre sus hombros, sus
profundos ojos azules brillaban con tal intensidad, que inquietaban a Brianna cuando se posaban en
ella, aunque no le agradaba la forma en que la miraba, recorriendo su cuerpo, no tenía nada contra él.
Hasta ese día había sido correcto en su trato, sorprendiéndola con su falta de respeto y sujetando de
aquella manera tan cruel a aquel muchacho de unos 7 años que temblaba de miedo.

-He hecho una pregunta –recalcó Niall sin cambiar un ápice su postura, mientras miraba al niño y a
Liam.
-He atrapado a este mocoso robando en la cocina -apretó los dedos sobre la oreja provocando que el
pequeño se retorciera de dolor.
-¿Es eso cierto? -preguntó Niall acercándose.
-No señor -susurró entre sollozos.
-¡Yo lo vi! -gritó Liam-. Maldito granuja embustero.
-¡Soltadlo! -exclamó Brianna agarrándole del brazo-. Es cierto, no estaba robando nada, yo lo envié a
por algunas cosas.
-¿Vos? -Liam la miró entrecerrando los ojos-. ¿Acaso no erais vos la que ibais camino de las puertas
del castillo?
-¿Me estáis llamando mentirosa? -cruzó los brazos sobre el pecho y alzó la barbilla desafiándolo-,
¿estáis dudando de mi palabra?
-¡Ya basta! -gritó Niall-. Soltadlo Liam. Muchacho, la próxima vez no permanezcáis callado como si no
tuvierais lengua.

Liam soltó al muchacho con tal ímpetu que se estrelló contra Brianna, cayendo los dos al suelo, se
oyeron algunos murmullos de disgusto provenientes de los hombres allí reunidos, pero ella
permaneció sentada estrechando al muchacho que lloraba contra su pecho, alzó la vista, su esposo la
miraba con un brillo burlón en los ojos, sin decir una palabra se dio la vuelta y se alejó seguido por su
inseparable Muriel. Liam le lanzó una mirada furiosa antes de desaparecer, ella siguió acunando al
pequeño. Notó que alguien se paraba ante ella, levantó la cabeza y vio que los hombres que antes se
ejercitaban con su marido habían ido acercándose hasta ella, uno de ellos le tendió una mano grande y
encallecida. Brianna dejó al niño de pie y la tomó, les miró y vislumbró algo en sus rostros que no supo
definir, permanecían en silencio, sin dejar de observarla.

-No es más que una criatura -murmuró con los ojos cuajados de lágrimas-, no consentiré que se le
haga daño a uno de mis niños.
-Señora -los hombres postraron su rodilla y fueron ofreciéndole sus espadas con la empuñadura hacia
ella, Brianna se sorprendió con aquel gesto, le estaban ofreciendo su lealtad y su protección.


Niall meditaba en sus aposentos sobre los acontecimientos acaecidos aquella tarde, se sentó y estiró las
piernas, juraría por su vida, que su esposa mintió para salvar a aquel pilluelo de los azotes que recibiría
por robar, le sorprendió su gesto al defender al niño con tanta valentía, pero pensándolo fríamente se
daba cuenta de la verdadera intención de Brianna, era muy astuta, sigilosa como una serpiente, iba
ganando terreno y lo que era peor, conquistando a su gente, los hombres eran más civilizados en su
presencia, las mujeres la respetaban por su sencillez, y cuando corriera la noticia de lo sucedido, todos
le rendirían pleitesía. Sí, era muy hábil, tal vez no lo sería tanto si tuviera que sacrificar algo más que
unas pocas lágrimas. Sonrió satisfecho, iba a demostrar a todos que esa mujer era una redomada
mentirosa y pagaría por ello.


El bullicioso salón repleto de hombres y mujeres se sumió en el silencio cuando Brianna entró, su
esposo había ordenado que se presentara ante él, caminó entre la gente con la vista clavada en Niall,
por una vez su amante no estaba junto a él.




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-¿Me habéis mandado llamar?
-Así es -se levantó de la silla y apoyó las manos en la mesa, Brianna observó sus fuertes brazos y tragó
saliva-, al parecer alguien más vio al pequeño ladronzuelo que con tanto ahínco defendisteis antes, lo
que os deja en un mal lugar señora.
-¿Qué queréis decir?- preguntó entrecerrando los ojos.
-Decídmelo vos- contestó con una sonrisa ladeada.
-Yo lo envié - replicó con determinación al ver lo que Niall pretendía.
-¿Estáis segura? - se acercó a ella y se paseó a su alrededor, un suave olor a lavanda llegó hasta él.
-Sí, lo estoy -le temblaron las rodillas.
-Bien -a su señal, Liam apareció con un látigo en la mano-, es vuestra palabra, la palabra de una
desconocida contra la de mi gente, personas en las que confío. Tenéis una oportunidad más señora.
-No la necesito -le sorprendió la firmeza de su voz teniendo en cuenta lo asustada que estaba, ya que
ese salvaje la iba a golpear-. Ese muchacho es inocente, yo lo envié.

Un silbido cortó el silencio, a Brianna se le escapó todo el aire de los pulmones cuando el dolor le
atravesó la espalda, se tambaleó y se apoyó en Niall un instante, lo suficiente para no caer al suelo, los
ojos se le llenaron de lágrimas, abrió la boca tratando de respirar, cuando alzó la cabeza, lo único que
veía era la ancha espalda de su esposo.

-Maldita sea -gritó sosteniendo a Brianna tras él-. ¿Qué habéis hecho?
-Pensé... -Liam enrolló el látigo en su mano-, es culpable.
-¡Eso lo decido yo, no vos! -vociferó-. ¡Alejaos de mi vista, desapareced!

Se giró hacia Brianna, las lágrimas resbalaban por sus pálidas mejillas, pero el odio que brillaba en sus
ojos lo paralizó, la vio dar un paso tras otro alejándose de él, con el vestido rasgado y la sangre
resbalando por su nívea espalda, apretó los puños, aquello no era culpa suya, quería que confesara,
demostrar que era una farsante, pero sin causarle daño alguno, y la herida que atravesaba la espalda
de aquella mujer le revolvía las tripas. Ella se volvió un instante, lo miró por encima del hombro con
una frialdad que le heló el alma, antes de desaparecer, con la cabeza alta, entre las sombras. Los
hombres y mujeres fueron abandonando el salón, apartando los ojos de él, clavándolos en el suelo o
girándole el rostro.
Niall lanzó una maldición, tomó su jarra de cerveza y la vació de un trago antes de estrellarla contra el
muro.




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Capítulo 6

Niall se revolvió en la cama y golpeó el almohadón tratando de encontrar una postura cómoda. Desde
hacía dos noches no lograba conciliar el sueño, cada vez que cerraba los ojos, en su mente aparecía la
escena que se había producido en el salón. No podía dejar de ver la mirada de ella, tan fría, tan llena de
odio…, pero lo que verdaderamente le llegó al alma fue ver el reproche, o peor aún, la censura en los
ojos de su gente.
Maldición, él no era culpable de que Liam la hubiese golpeado, se giró nuevamente en la cama, pero
era inútil, no lograría dormir, apartó las pieles, saltó del lecho y tras ponerse el kilt abandonó
apresuradamente la habitación.

Anduvo sin rumbo por el oscuro corredor, cuando de repente se detuvo y alzó la vista, se encontró
frente a la puerta de su esposa, tras unos segundos de vacilación alargó la mano, la abrió y entró en el
dormitorio. Se acercó despacio, Brianna estaba tumbada de costado y dormía profundamente, tenía la
espalda al descubierto y la larga herida cubierta por una densa crema.

Se sentó con suavidad en la cama, tratando de no despertarla, sus ojos fueron atraídos hacia su rojo y
espeso pelo, recogido por delante del hombro, un mechón se había escapado y no pudo evitar
enredarlo entre sus dedos, lo lió alrededor del índice, era tan sedoso, ¿sería su blanca piel igual de
suave?, necesitó comprobarlo, soltó con calma el mechón depositándolo nuevamente sobre el hombro
y alargó la mano hacia ella, pero acabó retirándola antes de rozarla siquiera. "¿Qué diablos estás
haciendo?" se recriminó a sí mismo poniéndose en pie, ahí estaba ella, con la espalda marcada y él
excitándose sólo con pensar en tocar su piel. Cuando Brianna se removió en sueños, apartó la mirada
de ella y salió de la estancia con el mismo sigilo con el que entró.


Brianna despertó asustada y con un grito atrapado en su garganta, se incorporó y miró a su alrededor,
gracias a la tenue luz del día que despuntaba, pudo ver que, como siempre, estaba sola. Trató de
calmarse. No recordaba su sueño, pero el corazón le latía salvajemente y su cuerpo estaba tembloroso y
cubierto por un sudor frío. Necesitaba salir y sentir como el aire fresco acariciaba su piel.

Se levantó, humedeció un paño y lo pasó por su cuerpo para refrescarse un poco y se vistió
rápidamente, dejó escapar un leve quejido cuando la tela rozó su espalda, la herida se encontraba
mucho mejor, gracias a la crema que su madre -una excelente curandera- le enseñó a hacer de niña,
apenas le dolía, excepto cuando la ropa le rozaba, echó los hombros hacia atrás, para evitarlo y salió al
corredor. Al pasar junto a las cocinas recordó la conversación que unos días antes tuvo con Margaret,
le habló de un estanque donde podría darse un baño y nadar. Abandonó el castillo antes de que los
habitantes se levantaran para sus quehaceres diarios y se perdió entre las sombras. Caminó con una
sonrisa en los labios, la idea de nadar era muy tentadora, a ella le encantaba, en su hogar iba a menudo
con su hermano Duncan al lago, pero desde que estaba en Dà Teintean no había vuelto a hacerlo.
Echaba de menos a su familia, su casa, su antigua vida...

Pronto se vio rodeada por una gran cantidad de enormes robles y espléndidos alerces, un sendero
apareció ante ella y al final de él, rodeado por una gran cantidad de arbustos y helechos, apareció el
estanque.

Sonriendo, se desvistió y se metió en él, un delicioso escalofrío la recorrió cuando el agua helada lamió
su piel. El estanque no era muy profundo, pero si lo suficiente para sus propósitos. Cerró los ojos y se
sumergió por completo. Cuando volvió a la superficie rió feliz, por un momento se quedó inmóvil, casi
había olvidado como era el sonido de su propia risa, se puso en pie, levantó los brazos hacia el cielo y
comenzó a dar vueltas riendo sin parar, se sentía libre por primera vez desde que estaba con los
McInroy. Comenzó a nadar a lo largo del estanque. Cuando los primeros rayos del sol se filtraron entre
los árboles, decidió flotar, cerró los ojos y disfrutó de su calor sobre la piel.


No pudo volver a la cama, así que decidió que lo mejor era dar un paseo a caballo, un sonido extraño
llegó a sus oídos, desmontó y corrió a ocultarse tras los arbustos, se puso alerta, tal vez se trataba de
alguna incursión.
Una muchacha estaba de pie con el agua hasta la cintura y reía.
Ese sonido le cautivó. Cuando ella se dio la vuelta girando sobre sus pies y alzando los brazos, pudo ver



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su rostro. ¡Brianna! La visión de su cuerpo desnudo le inflamó la sangre haciendo que su pulso se
acelerara y su respiración se agitara. Nunca antes había visto algo tan hermoso. Cuando ella comenzó a
nadar, se incorporó y sigilosamente se acercó más para poder seguir observándola.

Cuando se dejó flotar pudo contemplar de nuevo su cuerpo, su pelo ondulaba a su alrededor, algunos
mechones se pegaban a su cremosa piel, sus redondeados pechos, mostraban unos pezones rosados y
erectos, sus ojos se deslizaron por su vientre quedando atrapados en los rizos oscuros que anidaban
entre sus largas piernas. Tragó saliva, su miembro que ya estaba duro como una roca, palpitó bajo su
kilt. Ardía loco de deseo, ansiaba reunirse con ella, acariciar esos senos turgentes que se alzaban al
cielo, cerrar la boca sobre aquellos pezones enhiestos, enterrar la cara entre aquellos rizos y deleitarse
con su aroma y con su sabor.
Envidió a los rayos de sol que comenzaban a acariciar su cuerpo, quería que fuesen sus manos las que
recorrieran aquella piel, se moría de ganas por tocarla, llevó la mano a su palpitante y dolorosa
erección, se desvistió y con cuidado se deslizó en el agua sin hacer ruido.

Brianna se incorporó asustada perdiendo el equilibrio, cuando él apareció de repente justo a su lado, la
asió con rapidez, sin decir una palabra la envolvió entre sus brazos y la atrajo hasta su cuerpo, ella,
sobresaltada, se apoyó en su poderoso pecho. Niall, sin apartar la vista de sus enormes ojos, colocó una
mano en su cintura y la otra en su nuca.

Mientras acercaba su boca a la de ella, Brianna se fijó en el destello extraño de su mirada, ya no era
azul como el cielo, ahora era del color de la amatista y brillaba con igual intensidad. La besó con
violencia presionando sus labios sobre los de ella, buscando con su lengua el interior de su boca, pero
Brianna los tenía firmemente apretados.
Trató de separarse, empujándole y golpeándole el pecho, logrando que él interrumpiese el beso, pero
no la distancia que necesitaba poner entre sus cuerpos.

-¿Os hice daño? -preguntó al recordar la herida de su espalda.
-No -susurró con la respiración agitada.
-Bien -bajó la vista lentamente, posándola en sus tersos y erguidos pechos-. Sois muy hermosa.
-Soltad...

Ahogó sus palabras besándola con suavidad, su lengua se deslizó por su labio inferior antes de
introducirla en la boca de Brianna, saboreándola a placer, disfrutando de su calidez, buscándola,
deseando que respondiera a sus caricias. Cerró los ojos sorprendida, no sólo porque era su primer beso
y por la ternura de Niall, sino por el extraño calor que le consumía las entrañas, haciendo que su
cuerpo ardiera allí donde la tocaba o la miraba. Se agarró a su espalda pegándose a su cuerpo.

Sus labios se deslizaron por su mandíbula hasta su cuello, Brianna echó la cabeza hacia atrás con los
ojos cerrados disfrutando de aquella nueva sensación. Niall movió una mano hasta llegar a uno de los
pechos, rozó con la punta del pulgar su erecto pezón haciéndola estremecerse, apretándose más contra
él. Alzó la vista para mirarla, tenía las mejillas sonrosadas y los labios ligeramente abiertos, era la
imagen misma del placer. Ardía por la excitación y el deseo de poseerla, pero tenía que saborearla un
poco más. Llevó sus labios al otro pecho y rodeó con su boca el terso pezón lamiéndolo suavemente.

Brianna gimió y se retorció entre sus brazos, arqueó la espalda ofreciéndole sus senos, jamás imaginó
que la boca de un hombre fuese tan caliente, que pudiese despertar esas sensaciones en ella. "Está
mal" le gritó su mente, “un poco más”, le exigió su cuerpo. Su noche de bodas, el rostro de su amante,
el doloroso y humillante latigazo que la marcó por vida…, aparecieron en su cabeza. Tenía que pararlo.
Intentó separarse, pero él la sujetaba con fuerza, comenzó a empujarle, a retorcerse para liberarse de
su abrazo. Niall la acercó más a su cuerpo mostrándole la magnitud de su excitación, antes de
devorarle la boca con un apasionado beso. Debía alejarse de él. Sus dientes se cerraron alrededor de la
lengua invasora.
Se apartó soltando un exabrupto y la miró enfurecido.

-¿Por qué hicisteis eso? -gruñó llevándose la mano a la boca.
-Al parecer era el único modo de liberarme de vos -replicó sin apenas aliento, alzando la barbilla
orgullosa.
-Creí que estabais disfrutando tanto como yo -musitó con voz ronca mientras la recorría con lujuria.
-Os equivocáis -le dio la espalda para evitar su ardiente mirada-. Marchaos.
-¿Y dejaros sola? -preguntó mientras posaba las manos en sus hombros desnudos y le susurraba al



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oído, - ¿después de probar el sabor de vuestros labios y de catar la dulzura de vuestra piel? Nunca
muchacha.

Brianna se separó bruscamente, girándose ofendida.

-Entonces me iré yo.

Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la ribera, pero no bien había dado un par de pasos, cuando
unos fuertes brazos la alzaron en vilo.

-¿Que estáis haciendo? -gritó indignada.
-Dije que no os iba a dejar sola, ¿lo recordáis? -contestó con una sonrisa ladeada-, así que os
acompaño.

La depositó con calma en la orilla, junto a su ropa y permaneció a su lado, contemplándola con ojos
hambrientos.

-¿Podríais daros la vuelta para que pueda vestirme? -preguntó cubriéndose con su cabello y sus manos.

-La vista es demasiado bella para perdérmela, señora.

Lo fulminó con la mirada y apretó los dientes con rabia. Sin embargo y a pesar de la vergüenza que
sentía, no pudo evitar fijarse en su magnífico cuerpo, los rizos oscuros de su amplio pecho estaban
salpicados de pequeñas gotas de agua, que resbalaban hacia su firme vientre, sus dilatadas pupilas
descansaron en su hinchada y enorme virilidad, erguida y lista para atacar, un escalofrío le recorrió la
columna y un extraño fuego se instaló en su vientre. Alzó rápidamente la vista hacia su rostro,
encontrándose con unos ojos brillantes y una amplia sonrisa. Se sonrojó hasta la raíz del cabello al
sentirse descubierta, retiró la mirada cuando él con un leve movimiento, y arqueando una oscura ceja,
señaló su vestido desafiándola a vestirse. "Maldito bastardo", si pensaba que iba a suplicar estaba muy
equivocado, tragándose su pudor, bajó los brazos despacio y se agachó, mostrándole su cuerpo sin
reparos, para recoger su ropa.

Con deliberada lentitud comenzó a cubrirse, percibiendo como él seguía todos sus movimientos y el
extraño calor resurgió en su interior. Cuando acabó, izó la vista y se quedó paralizada, los ojos de Niall
centelleaban como antorchas y quemaban como tal, respiraba agitadamente, cuando comenzó a
acercarse a ella, sintió miedo, parecía un animal salvaje dispuesto a devorar a su presa, dio un paso
atrás pero él la apresó entre sus brazos, atrayéndola a su enorme y desnudo cuerpo.

-¡No! -le gritó, apartando la cara para evitar el beso y poniéndole las manos en el tórax para impedir el
acercamiento.
-¿No? -preguntó irónicamente-. Soy vuestro esposo y se hará lo que yo quiera y cuando yo quiera.
-Tendréis que forzarme entonces -dijo con la barbilla en alto-. Otra vez.

Estuvo tentado a hacerlo, tumbarla en el suelo y poseerla, verla vestirse con esa calma lo enervó,
incrementando en él el deseo de enterrarse dentro de ella y saciarse una y otra vez, de ese cuerpo ahora
oculto, pero el recuerdo de aquella noche y su orgullosa altivez le impidieron hacerlo, la soltó a
regañadientes. Brianna comenzó a alejarse de él.

-No recuerdo haberos dado permiso para que os marchéis -recalcó abriendo las piernas y descansando
sus manos en las caderas.

Ella se giró para enfrentarlo y se encontró ante el dios celta Cernunnos, del que tanto hablaba su
difunta madre, viril, majestuoso, dispuesto para dar y recibir placer, se le secó la boca ante la
magnífica imagen que ofrecía su esposo. Se retorció las manos y esperó a ver si decía algo más, pero él
la recorrió de arriba a abajo con lascivia, suspiró profundamente y se dio la vuelta dirección al
estanque, se detuvo en la orilla, volteó la cabeza para mirarla una vez más y le dijo con voz grave.

-No os mováis de ahí -acto seguido se zambulló en las tranquilas y frías aguas.




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Capítulo 7

Brianna llevaba algunos minutos de pie, cansada de esperar a que aquel hombre se decidiera a salir,
tenía muchas cosas que hacer y estaba perdiendo el tiempo, ¿por qué debía quedarse ahí viéndole
nadar?, ¿es que no tuvo suficiente con el baño de antes? Aún a riesgo provocar su ira, se dio la media
vuelta y con tranquilidad comenzó a alejarse, casi había llegado a los grandes arbustos, cuando fue
elevada por unos poderosos brazos, lanzó un chillido, mientras su esposo se la echaba al hombro.
Durante un momento se quedó sin aliento.

-¡Soltadme! ¡Dejadme en el suelo inmediatamente! -le voceó furiosa, a la vez que pataleaba y se
retorcía.
-Os dejé bien claro que no os movierais -gruñó.

Brianna le tiró del pelo, le clavó las uñas tratando de escapar, él le dio un azote en las nalgas para que
permaneciera quieta, gritó por la sorpresa, pues no le hizo daño, se enfadó al oír su carcajada, sin
pensarlo clavó los dientes en su espalda.
Su risa se cortó de golpe, lanzando una maldición, la dejó caer sobre la mullida hierba, ella alzó la
cabeza y miró su rostro enfurecido, se puso en pie y acarició sus doloridas nalgas mientras él,
señalándola con un dedo de forma amenazadora le dijo:

-Por vuestro bien, no-os-mováis.

Se dio la vuelta, para recoger su kilt de entre los matorrales y se lo colocó acercándose a ella, sin
quitarle la vista de encima, cuando estuvo a su lado la tomó por la cintura y la depositó sobre el
caballo, ignorando su exclamación de asombro, con un ágil salto se subió detrás de ella, rodeándola
fuertemente con los brazos para impedir que se moviera. Brianna chilló de dolor tan pronto su espalda
rozó su pecho.

-Me hacéis daño.

Aflojó ligeramente el abrazo, permitiéndole cambiar la postura, en cuanto lo hizo, volvió a atraerla
hacia su cuerpo disfrutando del olor a limpio que desprendía su cabello, oscurecido ahora debido a la
humedad.

Brianna trató de alejarse un poco, el calor que desprendía su pecho estaba acelerando su respiración,
pero no consiguió moverse ni un centímetro, dejó de intentarlo al notar una dura presión contra su
muslo.

Niall sonrió ante los vanos intentos de su esposa por apartarse de él. Estaba sorprendido, nunca se
había encontrado con una mujer igual, tenía un endiablado carácter dentro de ese cuerpo tan menudo.
Un cuerpo delicado y hermoso creado para el deleite, una dicha de la que quería gozar y que le fue
negado, a él, que poseía todos los derechos sobre ella, que pudo haberla obligado con una simple orden
y sin embargo, respetó sus deseos. Él no era así, jamás se privaba del placer que deseaba y cuando lo
deseaba lo tomaba, mas con ella no ocurrió así, no fue capaz de tomarla a la fuerza por más que lo
anhelara, meneó la cabeza molesto, su esposa estaba envolviéndolo bajo su embrujo, sí, eso era, no
hallaba otra explicación.
La sintió retorcerse entre sus brazos, intentando separarse de él, excitándolo de nuevo. "¡Maldita sea!",
antes se había sumergido en las frías aguas intentando apagar el deseo que lo consumía, para acabar
como al principio. Iría al encuentro de Muriel en cuanto llegara al castillo, no, en aquellos momentos a
quien deseaba era a su esposa, se sorprendió de sus propios pensamientos. "Sin duda, esta muchacha
me lanzó un hechizo" pensó moviéndose para coger una postura más cómoda, sin mucha suerte.

En cuanto llegaron al castillo, desmontó y la ayudó a bajar, lentamente, restregándola contra su
cuerpo, para que sintiera su dureza. Se miraron fijamente con las respiraciones agitadas.

-Como os gusta tanto morderme, quizá más tarde os permita hacerlo otra vez -susurró junto a su oído,
con voz ronca.

Brianna se sonrojó profundamente, se separó de él dedicándole una mirada furiosa y se alejó con pasos
rápidos hacia el interior del castillo.



                                                    18
Niall lanzó una carcajada y se quedó ahí, viéndola marchar, cuando desapareció de su vista fue hacia
las cuadras con una amplia sonrisa, no se percató de la figura que los observaba desde lo alto, ni del
odio que se reflejaba en aquellos ojos que lo vigilaban sin parpadear.


Tras abandonar a Niall, Brianna se dirigió a sus dependencias, en el gran salón se encontró de frente
con Liam, que como siempre le lanzó esa extraña mirada lujuriosa que tanto la irritaba, pero lo ignoró
y prosiguió su camino.
Apenas cerró la puerta, corrió y se tumbó boca abajo en el lecho, estaba confundida, ¿cómo le habían
afectado tanto los besos y caricias de su esposo? Se llevó los dedos a los hinchados labios, le gustó
tanto como la besó, con ímpetu y con ternura, y ella estuvo a punto de claudicar y responderle, recordó
su ardiente y húmeda boca sobre su pezón, sus largos y callosos dedos acariciando su piel, despertando
en ella sensaciones desconocidas, volvió a inundarla ese calor estremeciéndola, le había gustado tanto
que él la tocara de aquel modo, que creyó desmayarse por la impresión, a duras penas se había
sostenido en pie, si no hubiese sido por que Niall la mantenía entre sus fuertes brazos, hubiese caído.
Apretó los muslos tratando de aliviar el extraño anhelo que le quemaba entre las piernas. ¡Santo Cielo!,
¿qué le estaba pasando? Ese hombre no había hecho más que humillarla y lastimarla desde que llegó y
sin embargo no lograba dejar de pensar en su abrasadora boca, en sus ásperas manos vagando por su
cuerpo. Cerró los ojos e imaginó que él la tocaba allí donde se sentía mojada y dolorida, un gemido
involuntario escapó de su garganta.


Tan pronto como ordenó que atendieran y alimentaran a su caballo, Niall se encaminó hacia el gran
salón, se acercó a Muriel que bordaba junto a una ventana, ella levantó la cabeza y le sonrió. Sin
mediar una palabra la agarró por los hombros, la puso en pie y se fundieron en un apasionado beso. El
bastidor cayó al suelo con un sonido sordo cuando ella entrelazó los brazos alrededor de su cuello.

-Amor mío -susurró Niall mordiéndole tiernamente el lóbulo de la oreja-, os deseo.
-Y yo a vos -contestó con voz dulce, acariciando su nuca-. ¿Dónde habéis estado?
-Salí a cabalgar –murmuró sobre su cuello antes de lamerlo-. Venid, subamos.

La tomó en volandas, dispuesto a salir hacia sus aposentos para yacer entre los amorosos brazos de
Muriel, cuando la voz alterada de Margaret lo detuvo.

-Mi señor -la mujer bajó la cabeza avergonzada, -, excusadme, pero…
-Espero que sea algo importante -depositó a Muriel en el suelo, pero la mantuvo pegada a su cuerpo-.
Hablad de una vez.
-Sí, mi señor -dijo Margaret sin levantar los ojos-, tenéis una visita, ha llegado…
-Luego -la interrumpió entrelazando sus dedos con los de Muriel-, atendedlo, recibiré después a quien
sea.
-Lo lamento por vos, Lobo -replicó una grave y profunda voz desde el umbral.

Niall examinó a aquel hombre, una enorme sonrisa se dibujó en sus labios, soltó a Muriel y se acercó
hasta él, fundiéndose ambos en un largo abrazo.

-Maldito seáis Aldair McRea -profirió Niall sosteniéndolo por los antebrazos sin dejar de sonreír-.
Cuanto tiempo.
-Si, demasiado, pero no me olvido de los viejos amigos -apartó la vista de él y la fijó en la mujer, que
permanecía parada en el centro de la sala-, dejadme saludar a vuestra… cuñada.

Aldair fue sonriendo hasta ella, tan bella, tan dulce, tan elegante con aquel vestido azul pavo que
realzaba su figura, ella lo miró un momento y bajó las pestañas con delicadeza. Esa mujer era toda
dulzura, la virtud personificada para quien no la conociera, porque no era un secreto, que a las pocas
semanas de enviudar, ya retozaba en brazos de su cuñado. Aldair tomó su mano y se inclinó.

-Es un placer volver a veros mi señora -dijo llevando la mano a sus labios-, estáis como siempre,
bellísima.
-Sois muy amable -ella levantó los ojos y le dedicó una coqueta sonrisa-, vos siempre tan adulador.
-Sólo os hago justicia.
-Os quedaréis unos días entre nosotros ¿verdad?
-Sí, esa es mi intención -Aldair miró a Niall-. Tengo que hablar con vos.



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-Hablaremos más tarde, ahora descansad -señaló él sin dejar de sonreír-, haré que os dispongan un
cuarto, comed algo y refrescaos del largo viaje.




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Capítulo 8

El alboroto que llegaba desde el pasillo sacó a Brianna de sus pensamientos, se encaminó hacia la
puerta para ver que estaba ocurriendo. Algunas mujeres corrían con premura, portando velas, toallas y
ropa de cama entre sus brazos.

-¿Qué sucede? -preguntó a una de ellas, que llevaba una jofaina y una jarra con agua.
-Acaba de llegar una visita, señora -respondió la mujer apresurada-, un amigo del Laird, estamos
disponiendo un cuarto.

Brianna regresó a su alcoba, se aseó y cambió su vestido por uno limpio, cepilló y trenzó su pelo y se
dispuso a bajar, a pesar de que nadie le advirtiera de la llegada de esa visita, era la señora del castillo y
si había un invitado entre sus muros, debía ofrecerle una bienvenida como era debido. Le brindaría
comida y cerveza fresca si nadie lo había hecho ya. Iba tan concentrada en lo que debía hacer, que no
reparó en el hombre que se acercaba hasta ella.

Aldair se dirigía a sus aposentos, no precisaba que lo acompañasen, conocía la fortaleza, Niall y él eran
amigos desde niños, pasó semanas enteras allí, correteando entre aquellas piedras, disfrutando de los
juegos y de la compañía de Aidan y Niall.

Se detuvo en seco cuando la vio. Una hermosa mujer caminaba en su dirección, pero no parecía
haberse percatado de su presencia. Era menuda, iba ataviada con una túnica blanca con ribetes rojos
en su cuello y en las mangas, un fino cinturón descansaba sobre sus redondeadas caderas, una trenza
gruesa y roja como el fuego le caía sobre el hombro hasta la estrecha cintura, sus senos se apretaban
contra la tela del vestido, una punzada de deseo lo recorrió. ¿Quién era esa encantadora ninfa?

Brianna levantó la vista, sobresaltándose ante el hombre que estaba frente a ella mirándola fijamente,
una exclamación escapó de su boca. Observó al desconocido, era alto, casi tanto como su esposo, el
pelo castaño le caía sobre unos hombros anchos y fuertes igual que sus brazos, su torso estaba surcado
por unos definidos músculos lo mismo que su vientre, se fijó en la cicatriz que había en su costado
derecho y que le llegaba cerca del ombligo, no supo identificar el colorido rojo, verde y amarillo de su
kilt, sus piernas abiertas dejaban a la vista unas poderosas pantorrillas, levantó la cabeza lentamente,
su cuello era fuerte y una vena latía incesantemente en él, su mentón cuadrado, unos labios generosos,
una nariz perfecta y unos ojos verdes..., abrió los suyos y dio un paso atrás, unos ojos verdes de un
tono claro y que lanzaban fuego, se alejó dando otro paso asustada.

-Señora -se acercó pausadamente acortando la distancia, deslumbrado por la belleza de aquella
mujer-, mi nombre es Aldair McRea, a vuestro servicio.
-Yo... -se estremeció al sentir esa mirada, desprendía el mismo ardor que la de Niall en el estanque-,
Brianna, mi nombre… es… Brianna.
-Brianna -murmuró Aldair cerrando los ojos y aspirando el suave aroma a flores que desprendía, era
preciosa y olía como los ángeles.

La sujetó por la cintura, la apretó contra él y la besó. Brianna se agarró a sus antebrazos sorprendida,
su piel estaba caliente y sus músculos eran sólidos bajo sus dedos. Sintió sus labios presionar sobre los
de ella, cerró los ojos y abrió la boca, la lengua de él buscó la suya, con timidez fue a su encuentro.

Aldair sólo sabía que necesitaba besarla, abrazarla, la sujetó con más firmeza y la besó profundamente,
notó su tensión, la presión de sus dedos y como poco a poco fue relajándose entre sus brazos, disfrutó
del calor que desprendía su cuerpo, de la calidez de su boca.


Niall dejó a una disgustada Muriel en el salón, se encaminó hacia los aposentos de su amigo para ver si
estaba dispuesto todo a su gusto, lo vislumbró al final del corredor, abrazando y besando a una
muchacha, meneó la cabeza ligeramente mientras una pequeña sonrisa curvaba sus labios, era un
hombre apuesto, y el que apenas llevase unos minutos en el castillo y ya hubiese conseguido una mujer
que calentase su cama, no le supuso ninguna sorpresa, asintió satisfecho. Se le borró la sonrisa cuando
vio como Aldair enredaba la gruesa trenza roja alrededor de su mano, para seguir besando a aquella
hembra. Una rabia fría e implacable lo poseyó, cerró los puños clavándose las uñas en las palmas
mientras su sangre bullía por la furia. Maldita sea, su esposa besaba con abandono a su amigo, que la



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envolvía entre sus brazos.

-¡Soltadla! -el grito le salió desde lo más profundo de sus entrañas.

Brianna se separó del abrazo con brusquedad, un chillido escapó de su garganta llevándose las manos
a la boca, Aldair se posicionó delante de ella para protegerla.

-¿Qué ocurre? -le lanzó una de sus socarronas sonrisas.

Niall avanzó enfurecido hacia ellos, agarró el brazo de Brianna y la sacó de detrás de Aldair de un tirón,
la ira que destilaban sus ojos hizo que se encogiese aterrorizada, apretaba con tanta fuerza los dedos en
su tierna carne que creía que iba a romperle los huesos, pero mantuvo la boca cerrada.

-Id a vuestro cuarto -exigió-, luego hablaré con vos.
-Pero... -Brianna alzó los hombros en un alarde de valentía.
-¡Ahora! -vio lágrimas en sus ojos, lo que le encolerizó aún más.
-Ya basta -intervino Aldair.
-¡Ahora Brianna! -repitió soltándola bruscamente, ella se dio la vuelta y echó a correr por el pasillo,
con la vista nublada por el llanto.
-¿Os habéis vuelto loco? –preguntó Aldair incrédulo por la escena que acababa de presenciar-, es sólo
una muchacha y la habéis asustado.
-Jamás -Niall lo amenazó cerrando el puño frente a su rostro-. Jamás volváis a rozar un solo cabello a
mí esposa.
-¿Vuestra esposa? -susurró abriendo los ojos desconcertado, sin poder creer lo que le dijo.

Estaba tan sorprendido por lo que acababa de descubrir, que no se percató cuando Niall giró sobre sus
pasos y desapareció entre las sombras. Tardó unos segundos en asimilar la noticia y darse cuenta que
había besado a la señora del castillo. ¿Cuándo se habría celebrado el enlace?, ¿por qué accedió a
casarse con aquella mujer estando enamorado de Muriel?, se mesó el cabello y caminó pensativo a sus
aposentos, a pesar de los años que conocía a Niall, nunca antes le había visto así por una mujer, si
hasta por un momento pensó que le haría tragar su puño, claro que si él tuviese a esa hermosa mujer
por esposa, no permitiría que nadie la mirase siquiera. De repente, un extraño pensamiento cruzó por
su mente y sin poderlo evitar, una carcajada salió con fuerza de su pecho e inundó el solitario pasillo.


Brianna se encerró en su alcoba, estaba muy avergonzada, no pretendía responder al beso de ese tal
Aldair, cuando él la atrajo hasta su cuerpo, debió separarlo de un empellón, pero la curiosidad por
saber si lo que sintió con Niall en el estanque era algo que siempre pasaba cuando un hombre besaba a
una mujer, fue superior a ella y para su desconcierto, descubrió que no era así. Le gustó como Aldair
McRea la tocó y apretó contra él, como deslizó la lengua en su boca…, pero su cuerpo no había ardido
en llamas, su piel no se encendió con su contacto, no faltó el aire en sus pulmones, ni su entrepierna se
había humedecido anhelando que él siguiera tocándola, como cuando su esposo la tomó entre sus
brazos y la besó. Se paseó inquieta por su habitación, ¿por qué le afectaban tanto las caricias de Niall y
tan poco las de Aldair? La respuesta se abrió paso en su mente como un vendaval, deseo, se detuvo en
seco, había oído a las muchachas, entre risas tontas hablar de él, aunque nunca hasta aquel momento
lo había sentido. Dios Santo, deseaba a su esposo. Negó con la cabeza, era imposible, ¿cómo podía
desear a un hombre que la odiaba, que tenía a otra mujer ocupando su lugar?, ¿un hombre que la
humillaba constantemente sin ningún pesar?, no alcanzaba a comprenderlo, pero la realidad era que
no le importaría volver a sentir todo aquello de nuevo.


Niall recorría la muralla con largas y fuertes zancadas, debía atemperarse antes de visitar a su esposa o
sencillamente la estrangularía. ¿Cómo osó a hacer algo así? Maldita sea, estaba en brazos de Aldair,
entregada a su beso, cuando a él, que era su dueño y señor, le negó lo que por derecho le pertenecía e
incluso tuvo la audacia de morderlo. Volvió a cerrar los puños y la cólera inundó su cuerpo, ¿es qué
aquella mujer no sabía a quien pertenecía para comportarse como una vulgar buscona? Por todos los
demonios, a él le importaba bien poco Brianna, y por mucho que lo hubiese excitado el verla desnuda
en el estanque, como una diosa pagana con los brazos alzados al cielo, por mucho que esa imagen no
cesase de perseguirlo, manteniéndolo excitado y dolorido, no le iba a consentir que se burlara de él.
Una suave brisa le acarició el rostro, cerró los ojos y respiró hondo, expulsó el aire lentamente, cuando




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los abrió se encaminó con paso decidido al interior del castillo. Con él no jugaba nadie, y más le valía a
esa pequeña insolente hacerse a la idea de una vez por todas, si en algo apreciaba su vida.




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Capítulo 9

Brianna se paseaba nerviosa retorciéndose las manos, mientras miraba continuamente la puerta de su
alcoba, él iba a entrar de un momento a otro, estaba segura, se lo advirtió y por la furia que reflejaba su
cara, no dudó de ello. El miedo le atenazó el estómago y la angustia por lo que él podría hacerle la hizo
temblar de pánico, ¿qué le haría esta vez ese salvaje sin escrúpulos?, ¿la golpearía?, ¿la encerraría?, un
sollozo escapó de sus labios pensando en toda clase de torturas, él podría hacerle cualquier cosa,
incluso matarla y estaría en su derecho.
La puerta se abrió de un empellón, ella alzó los ojos llenos de terror y los clavó en los de su marido, un
extraño brillo violeta refulgía en ellos.

Aunque trató de calmarse, Niall entró en el cuarto furioso, iba dispuesto a exigirle una explicación,
pero se detuvo al ver el terror y la palidez de su rostro, cerró la puerta tras de sí y le recorrió el cuerpo
con la vista, se retorcía las manos nerviosa. Advirtió como su miembro se alzaba al recordar lo que se
ocultaba debajo de aquel recatado atuendo.

-Señor -murmuró suavemente mientras daba un paso atrás-, lo que visteis...
-Callad -dijo acercándose a ella hasta que apenas los separaban unos centímetros-, de eso hablaremos
después.

Alzó una mano para acariciar aquella pálida piel, pretendía borrar el miedo de su hermoso semblante,
pero ella se encogió y trató de cubrirse la cara con las manos, Niall se detuvo incrédulo ¿creía que iba a
golpearla?, ¿qué clase de hombre pensaba esa mujer que era él?

-Maldita sea -exclamó agarrándola por las muñecas y atrayéndola hacia él, bajó la cabeza y buscó sus
labios con violencia.

Brianna ahogó un gritó cuando lo vio alzar la mano hacia su rostro, cerró los ojos y se cubrió
esperando el golpe que nunca llegó, sus grandes manos la atraparon y la acercaron hasta su duro
cuerpo, sintió sus labios presionar sobre los suyos, su lengua tanteando su comisura, sus manos
acariciando su nuca y su cintura. El calor fue llenando cada una de sus células poco a poco y entreabrió
los labios dándole un total acceso a su boca, gimió cuando le acarició el paladar, cuando su lengua rozó
la suya, y lo buscó, tímidamente imitó los movimientos que él hacía, enlazándola, rozándola,
lamiéndola. Sus pezones se endurecieron al instante y el roce con la tela del vestido le resultó
insoportable, se frotó contra él tratando de aliviar el ansia que la consumía. Niall la sujetó por las
nalgas con ambas manos mientras profundizaba el beso, haciéndole sentir contra su vientre su gruesa
e hinchada verga, fue subiendo la mano lentamente por su costado hasta aprisionar su seno en ella,
Brianna abrió los ojos cuando lo apretó suavemente, pero volvió a abandonarse al beso aferrándose a
su espalda, jadeó cuando el pulgar de él rozó su dolorido pezón por encima de la tela y se arqueó
buscando más.

Niall se estaba volviendo loco, ella lo estaba volviendo loco, esperaba su rechazo, pero no aquella
apasionada respuesta por su parte, cuando sintió su suaves labios abrirse bajo los suyos y sus tímidas
caricias, creyó que se iba a verter como un muchacho inexperto. Lo llenó de satisfacción que Brianna
no supiese besar, que fuera tan inocente como un recién nacido y que temblase en sus brazos como
una hoja. Su deseo aumentó varios grados cuando la sintió frotarse contra él, con sólo tocarla por
encima del vestido había conseguido prácticamente llevarlo al límite, pero él era un guerrero y se
aferraba a su autocontrol con uñas y dientes. La quería desnuda entre sus brazos, retorciéndose debajo
de su cuerpo, quería hundirse en ella hasta el fondo, oírla gemir su nombre y entonces, sólo entonces
derramaría su simiente. La separó de su cuerpo, los ojos de Brianna estaban turbios, velados por el
deseo que a él también lo consumía.

-Soltaos el cabello -musitó con voz ronca.

Brianna tomó su larga trenza y empezó a deshacerla con dedos temblorosos, Niall la observaba con la
respiración acelerada, cuando por fin quedó suelto, él acarició sus suaves mechones y los peinó. Volvió
a besarla con codicia, ella le respondió con más decisión, sus ardientes labios recorrieron su mandíbula
y descendieron por su terso cuello. Le bajó la tela de sus hombros y depositó cálidos besos en ellos,
lamió sus clavículas y con las manos fue apartando la tela de su vestido, depositando abrasadores
besos en cada porción de piel que quedaba al descubierto. Brianna gimió cuando él rodeó con la lengua



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uno de sus pezones, alzó el torso buscando su boca, sus huesos estaban blandos y en su mente no había
más que la necesidad de que él siguiera haciéndole aquello, su universo se centraba en el placer que él
le estaba proporcionando, era lo único que importaba.

Niall acabó de desvestirla, devoró el bello cuerpo de su esposa, cada curva, cada porción de piel, fijó
sus ojos en los rojizos rizos que se encontraban entre sus apretados muslos, su dolorido miembro
palpitó en su entrepierna, se arrancó el kilt y lo lanzó al suelo junto al vestido.
La izó en volandas y la depositó en la cama, Brianna se quejó al sentir el roce en su espalda y Niall
rápidamente la puso de costado, se tumbó despacio junto a ella. Lamió el pulso que latía en su
garganta y la oyó gemir. Bajó la mano hasta su muslo y pasó lentamente las yemas de los dedos, casi
sin rozarla, ella se estremeció abrazándose a su espalda y recorriéndola suavemente con las uñas,
haciendo que sus fuertes músculos se tensaran.

Brianna estaba tan abandonada al placer que apenas podía respirar, le gustaba tocarlo, sentir su calor,
como se tensaban sus músculos cuando le acariciaba la espalda, era tan maravilloso lo que estaba
sintiendo que parecía irreal. Cerró los ojos para disfrutar de todo aquello y no se permitió abrirlos por
temor a estar soñando.

-Abrid las piernas -dijo con la voz rota por el deseo.

La voz de Niall le llegaba lejana, como una caricia, "abrid las piernas", cuando consiguió entender su
mensaje, se tensó, todo su cuerpo se reveló ante la orden, el placer se esfumó dejando paso al pánico al
recordar que eso mismo ya se lo había pedido una vez. El dolor, Dios Santo, no podría soportarlo otra
vez, por mucho que deseara a Niall sería incapaz de aguantar ese dolor tan intenso. Sus músculos se
pusieron tan rígidos que aunque quería apartarlo, le fue imposible mover las manos.

-No... -sollozó-, no... puedo.

Niall buscó sus ojos, todo destello de pasión y deseo habían desaparecido de ellos, Brianna estaba
inmóvil, las pequeñas manos se crispaban en su espalda clavándole las uñas, estaba asustada y él
conocía la causa, la brutalidad con que la había tomado la noche de sus esponsales.

-No os haré daño -musitó antes de besarla, ella no reaccionó, se dejó besar y tocar.

Niall comenzó a incorporarse, no la quería así, fría y atemorizada. ¡Por todos los diablos!, lo que más
deseaba en ese momento era poseerla, pero no iba a forzarla, no después de haberla sentido entregarse
a sus besos y temblar entre sus brazos, Brianna era apasionada y él quería esa pasión, no se
conformaría con menos.

Brianna lo vio levantarse, sus manos se deslizaron por sus anchos hombros mientras se separaba de
ella. Dudó, su cabeza deseaba que se alejara, pero su cuerpo necesitaba que se quedara. Le había dicho
que no le haría daño y ella estaba dispuesta a creerlo, si le había mentido jamás volvería a tocarla, por
muy placentero que fueran sus besos y sus caricias. Posó con indecisión la mano sobre su espalda,
deteniéndole con ese gesto.

-¿Lo juráis? -preguntó titubeante.
-Os lo juro -giró la cabeza percibiendo la lucha interior que ella mantenía-. Confiad en mí.

Volvió a tumbarse a su lado, tomando con delicadeza su rostro entre las manos, la besó despacio, con
sosiego, notó como el cálido cuerpo de ella se relajaba de nuevo, como volvía a ser maleable bajo su
boca. Le iba a costar la vida misma contenerse, mantener el salvaje deseo que lo consumía a raya, pero
lo haría por ella, lo haría por ambos. Lentamente sus dedos recorrieron la sedosa piel de su pierna, su
boca descendió por su cuello y su hombro hasta su pecho, lo atrapó delicadamente, demorándose en
lamer el precioso y endurecido pezón, Brianna clavó las uñas en la espalda, retorciéndose junto a él.
Vacilante acarició sus rojizos rizos y ella le respondió abriéndose un poco, Niall cogió con suavidad su
pierna derecha y la colocó encima de su cadera para tener mejor acceso, fue abriéndose paso, con toda
la calma que era capaz, entre los pliegues de su sexo, jadeó al sentir su humedad en los dedos, masajeó
su clítoris en pequeños círculos lentamente, ella alzó las caderas contra sus ásperos dedos y se abrió
más a él mordiéndose los labios para controlar el grito que escapaba de su garganta.




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-¿Os gusta? -su voz era tan ronca que apenas la reconoció.
-Sí... sí -balbuceó mientras el largo dedo corazón de él se introducía en ella-. Oh...Dios.

Su resistencia estaba llegando al final, no podía esperar mucho más, estaba lista para recibirlo y él
necesitaba entrar en Brianna. La acercó más y giró con ella, poniéndola a horcajadas encima de él.
Lo miró sorprendida y con la respiración entrecortada.
La alzó un poco, tomó su miembro con la mano y lo guió hasta la húmeda y ardiente entrada, sujetó
sus caderas y la guió hacia abajo, presionando y penetrándola apenas unos centímetros, apretó los
dientes mientras pequeñas gotas de sudor perlaban su frente, y empujó un poco más.

Brianna apretó los ojos con fuerza, preparándose para sentir el dolor, pero este nunca llegó, sintió una
leve presión y como aquella parte de su cuerpo se dilataba para recibirlo, al principio fue una sensación
extraña y de pronto necesitó más, bajó las caderas introduciéndolo más en su cuerpo, él volvió a lanzar
un envite algo más fuerte esta vez, se sintió llena. Se removió inquieta cuando Niall retrocedió, pero en
un instante la llenó de nuevo. Agarrada por sus caderas, mientras él alzaba y retiraba las suyas
encontraron la cadencia que pronto los tuvo a ambos gimiendo. Niall ahuecó una mano sobre uno de
sus pechos, deslizando el pulgar sobre su erecto pezón, la otra la dirigió hacia su hinchado centro,
frotándolo mientras Brianna lo cabalgaba gimiendo. Se vio envuelta de pronto en una espiral que la
arrastraba, que tiraba de ella, comenzó a temblar descontroladamente cuando oleadas de placer la
recorrieron desde el mismo centro de su ser expandiéndose por todo su cuerpo, dejándola débil. Jadeó
cuando Brianna llegó a la cima arrastrándolo con ella, se arqueó violentamente y se derramó en su
interior gritando su nombre.

Se dejó caer sin fuerzas sobre el pecho de él, alzó la cabeza cuando logró regular su respiración,
encontrándose con su sonriente mirada.

Niall contemplaba embelesado a su esposa, con el cabello revuelto y la piel sonrosada era la imagen
misma de la satisfacción. Nunca pensó que las cosas serían de ese modo, cuando la penetró sintió la
seda de su interior, apretándolo una y otra vez hasta acabar vaciándolo por completo.
Brianna levantó la mano y le acarició la cicatriz que cruzaba su mejilla.

-¿Os encontráis bien? -preguntó perdiéndose en sus brillantes ojos.
-Sí -contestó estremeciéndose al sentir sus dedos sobre su piel.
-¿Os hice daño? -depositó un besó en su frente.
-No -sonrió-, fue... fue bonito.
-¿Bonito? -soltó una carcajada-, yo diría que fue algo más que bonito, señora.
-Para mí fue bonito -murmuró enredando los dedos entre el vello oscuro de su tórax, sintiéndolo
temblar-, la otra vez fue horrible...
-Olvidaos de la otra vez Brianna -le interrumpió atrapándole la mano-, estaba borracho y yo...
-Esposo -la miró, en sus ojos refulgía ese brillo que la fascinaba y la asustaba al mismo tiempo.
-¿Sí? -preguntó mientras se llenaba la mano con uno de sus pechos.
-¿Podríamos volver a hacerlo otra vez? -se sonrojó de pies a cabeza.

Con una sonrisa burlona la liberó de su abrazo, la alzó y de una potente embestida la llenó por
completo.




                                                    26
Capítulo 10


Niall abrió los ojos lentamente mientras se estiraba completamente relajado. Por un segundo se sintió
desorientado, hasta que se giró y vio la espléndida melena roja de su esposa desparramada en la
almohada. "Brianna" pensó, se puso de lado y acarició su hermoso pelo, siempre se sorprendía de su
suavidad y de que el fuego que desprendía no le quemase los dedos. Apartó el cabello para besar los
pequeños rizos que se formaban en su nuca, entre tanto, la excitación lo iba invadiendo hasta tal punto
que su miembro ya estaba totalmente erecto. Yacer con ella no sólo había resultado una experiencia
realmente placentera, sino gratamente sorprendente, jamás hubiese imaginado que su pequeña esposa
guardara tanta pasión en su interior. Cuando confió en él y se entregó al placer, lo arrastró por un
mundo desconocido haciéndole sentir algo tan nuevo que llegó a abrumarlo.

Pasó el brazo por su cintura acercando sus nalgas a su hinchada verga, comenzó restregarse contra
ella, de sus labios salió un ronco gemido. Había perdido la cuenta de las veces que juntos alcanzaron la
cima. Al recordarla montándolo jadeante, con el rostro sonrosado por el éxtasis, su pene palpitó, no lo
dudó un instante, tenía que poseerla, hacerla suya una vez más.
Descendió la mano por su vientre hasta llegar a su monte de Venus, separó sus rizos y buscó entre los
pliegues su clítoris encontrándola mojada, sonrió con malicia, lo frotó y tiró suavemente de él,
provocando que ella soltara un pequeño jadeo.

Su cuerpo estaba derritiéndose bajo un fuego abrasador y sólo podía moverse para acercarse cada vez
más a ese calor que la devoraba. Despertó bruscamente con un grito en su garganta, para descubrir
que lo que estaba haciendo arder su cuerpo, eran los largos y hábiles dedos de su esposo.
Se acercó más a él, retorciéndose de placer.

-Me place que despertéis ansiosa de las caricias de vuestro esposo -dijo con un tono burlón, ella le
respondió ondulando sus caderas para conseguir más fricción, él aumentó la presión del movimiento
sobre su trémula carne. No pudo reprimir una sonrisa de satisfacción cuando la oyó lanzar un fuerte
gemido.

Niall introdujo dos dedos en su abrasadora humedad y comenzó a sacarlos y a meterlos lentamente, las
caderas de Brianna se mecieron sensualmente y sus nalgas se frotaron contra él con desesperación,
apenas podía respirar loca de deseo por sentirlo en su interior.

-Niall, por... favor -le suplicó con un hilo de voz.

Oírle pronunciar su nombre, con la voz quebrada por el placer, le provocó un fuerte estremecimiento.
Quería volver oírselo decir.

-Repetidlo -susurró aumentando el ritmo de sus dedos-, decid mi nombre de nuevo.
-Niall...Niall... -musitó casi al borde del orgasmo.

Cogió su pierna y la alzó, doblándosela con cuidado por encima de su cintura, dejándola abierta para
él, agarró su miembro y lo dirigió a su resbaladiza hendidura, empujó con fuerza y comenzó a
embestirla salvajemente, entraba y salía de ella rápidamente, estaba fuera de sí.

Brianna se agarró a las sábanas mientras la llenaba una y otra vez, llevándole a la cúspide del mundo
con sus envites profundos.

Cogió su barbilla haciéndole girar la cabeza, capturando con la boca sus gritos de pasión y besándola
con voracidad, deslizó los dedos por su cuello, su pulso latía alocadamente, bajó a la tersa curva de su
pecho y le frotó el pezón con el dedo índice y el pulgar, hasta dejarlo duro y erecto.
Brianna se convulsionó gritando su nombre y él, con un fuerte gemido, empujando con embestidas
cortas y rápidas, se derramó en su interior. Volvió a besarla de nuevo, atrapando su lengua y sus labios.

Su orgullosa esposa al fin había sucumbido a su dueño y señor. Brianna era suya.
Se separó de ella satisfecho, salió de la cama, tomó su ropa y se vistió, sin dedicarle una mirada fue
hacia la puerta decidido a irse sin más, antes de salir, volteó la cabeza, Brianna lo observaba, en sus
grandes ojos aún relucían los restos de la pasión vivida. Le sonrió y ella le recompensó con una dulce




                                                       27
mirada. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para salir, le hubiese gustado quedarse en aquella cama, pero
era el Laird y tenía otras obligaciones que atender.

Apenas él hubo salido, Brianna se estiró en el lecho, una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro, era
completamente feliz, le temblaba el cuerpo por las sensaciones que su esposo le hizo sentir, el hombre
frío y arrogante se convirtió en uno dulce y tierno, incluso se preocupó de no hacerle daño en la
espalda, recordó las posturas en que habían hecho el amor y se sonrojó. Apartó las pieles y se levantó,
las rodillas se le doblaron cayendo de nuevo en la cama, se incorporó de nuevo. Sentía un leve escozor
entre las piernas, así que caminó hasta la jofaina y humedeció un paño en el agua fresca para aliviarse.
Desvió la mirada hacia el revuelto lecho, trataría de no pensar en lo que había ocurrido entre aquellas
sábanas o pasaría el resto del día sonrojada, aunque estaba segura que su cabeza la torturaría durante
horas, con los retazos de la pasión que su vigoroso esposo le había procurado.


Niall fue en busca de su amigo, Aldair llegó al castillo con el fin de tratar un asunto con él, y de eso
hacía horas. Al no encontrarle en sus aposentos se dirigió al salón y allí estaba, hablando con Muriel.
No se atrevió a mirar a la cara a la mujer que le sonreía con adoración, sintió una punzada de culpa por
haberla traicionado, pero por mucho que la amase, estaba seguro que volvería a ir al lecho de Brianna.
No sabía si era el hechizo de su melena o el embrujo de su pasión lo que le había fascinado, sus labios
se curvaron levemente hacia arriba recordando todos y cada uno de sus encantos, estaba deseando
tenerlos de nuevo entre las manos.

-Vaya, al fin aparecéis -dijo su amigo con una sonrisa burlona-, os habéis perdido una magnífica
comida y un poco más, y hubiese ocurrido lo mismo con la cena.

Niall le fulminó con la mirada instándolo a mantener la boca cerrada, provocando que Aldair soltase
una risa mal disimulada en forma de tos. Ignorándole, se acercó a Muriel y se sentó a su lado.

-¿Por casualidad habéis visto a vuestra esposa?, al parecer ella también perdió el apetito -le preguntó
mordiéndose los labios para evitar reírse al verle fruncir el ceño, estaba disfrutando de lo lindo
poniendo en apuros a su amigo, aunque por la iracunda mirada que acababa de lanzarle, era más
prudente callarse o sería hombre muerto. La mirada que Muriel les dedicó antes de agachar la cabeza
para seguir con sus bordados, no le gustó, tal vez por el angustioso y extraño brillo que se reflejaba en
ellos.
-No, no la he visto -mintió con los dientes apretados y con una voz que prometía venganza-. Creí que
habíais venido para tratar un asunto conmigo, no a preocuparos por mis comidas.
-En efecto, eso es lo que me trajo hasta aquí, pero sois mi amigo y me preocupo por vuestra salud
-replicó poniéndose de pie-. Quizá debamos salir fuera a que nos de el aire, por lo menos a vos parece
que os hace falta-, se despidió de Muriel con un breve gesto de la cabeza y echó a andar-, tantas horas
encerrado... -, no pudo evitar decir esto último en voz muy baja.

Niall le dio un fugaz beso en la mejilla a Muriel y salió detrás de Aldair, agradecido por el silencio de
ella durante toda la conversación, porque no sabía que le iba a decir, aunque estaba seguro que le
preguntaría por qué no había aparecido a la hora al almuerzo.

-Os he oído -dijo dándole un puñetazo en el hombro cuando se puso a su altura, lo que hizo perder el
pie a Aldair, pero no logró hacerle caer, para fastidio de Niall.

Tan pronto quedaron a solas, todo atisbo de humor desapareció del rostro de Aldair. Niall se percató
de ello y supo que lo que había llevado a su amigo hasta sus tierras era algo muy importante, se sentó y
esperó a que le dijera el motivo de su visita, pero éste se limitó a darle la espalda.

-¿Qué sucede? -comentó Niall-, por lo que refleja vuestro rostro no creo que vuestra llegada se deba a
pura cortesía.
-No -se volvió hacia él-, me alegro de veros, pero...
-¿Pero? -alzó la ceja a la espera de que continuase.
-Ha desaparecido el medallón de mi familia -miró fijamente a su amigo.
-¿El medallón? -Niall se puso en pie de un salto-, ¿lo perdisteis?
-Lo robaron -se pasó las manos por el pelo-, por eso estoy aquí.
-No os entiendo -los azules ojos del Lobo se clavaron en él.
-Alguien vio salir a una persona vestida con vuestros colores de mis dominios, el mismo día que



                                                    28
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Conquistado por la pasion

  • 1. Conquistado por la pasión Highlander de fuego 1 Una novela escrita por Mariola y Adela
  • 2. Queremos agradecer a todas las que con vuestro apoyo, hicisteis posible que la historia de Niall y Brianna cobrase vida, porque sin vuestras palabras de ánimo no hubiese sido lo mismo. Aunque ellas saben quienes son, no queremos dejar de nombrarlas aquí, ya que fuisteis, y seréis, muy importantes para nosotras. Damos las gracias de corazón a Maribel, Mara, Sabry, Yrex, Firiel, Maria, Johan, Amami, Judith, Ithaisa, Sandra, Andy, Ana, Kathy y Sonia. ¡Sois las mejores! Sinopsis: Niall McInroy, conocido por todos como “El Lobo”, es un hombre duro y frío, acostumbrado a dar órdenes y ser obedecido. Jefe del clan por el fallecimiento de su hermano, se ve obligado por una alianza a desposarse con una desconocida, mientras ama a otra mujer, y a la que jamás aceptará como su señora. Brianna es una mujer dulce que fue arrancada de su hogar, para convertirse en la esposa de un hombre rudo, que desde el principio demuestra su rechazo por ella. Condenada a la soledad por un pueblo que la ve como una intrusa. Mas a pesar del papel que rige su vida, el miedo que le infunde su esposo y de las trampas que se encuentra por el camino, no está dispuesta a rendirse ante la adversidad. ¿Podrá Niall sentir algo más que un desgarrador deseo y llegar a amarla reconociéndola como su esposa? ¿Será capaz Brianna de ganarse el corazón de su gente y domesticar al Lobo conquistándole con su pasión? 2
  • 3. Prólogo Los vastos campos se extendían más allá de lo que abarcaba su vista. Brianna alzó los ojos y se maravilló al contemplar como el sol de julio iluminaba y calentaba aquel espléndido paisaje, todos los tonos de verde del mundo se desplegaban ante ella, aquella tierra salvaje que se convertiría pronto en su hogar era sencillamente preciosa, las montañas que habían ido haciéndose cada vez más altas se elevaban cubiertas por un manto verde más oscuro, los valles brillaban con ese verde esmeralda, salpicados por los amarillos, los violetas, los blancos y los rosados de las innumerables flores, grandes y diminutas, que crecían libres en la naturaleza. Inmensos bosques con árboles tan grandes y tan altos, que parecían querer llegar a ese cielo azul limpio de nubes, bordeaban el camino que la llevaría hasta la casa del que sería su esposo. Brianna detuvo su montura y volvió a recorrer con los ojos aquellas tierras hermosas. Cabalgaron casi sin descanso durante 5 días, abandonó su hogar, su refugio, en compañía de los seis leales hombres que su padre dispuso para que la acompañaran, esa había sido su compañía por casi una semana, seis hombres poco habladores y un carro con dos baúles, uno con sus pocas pertenencias y otro con parte de su dote, seis hombres que reprimían sus soeces conversaciones por no intimidarla, les miró y les sonrió, eran fornidos, de cuerpos musculosos y preparados para la lucha, se sentía segura con ellos, sabía que darían su vida por protegerla si tuvieran que hacerlo, que morirían por defenderla sin pestañear. Se movió sobre su yegua torda, suspiró y la azuzó para seguir su camino. Brianna se perdió en sus pensamientos, mientras llenaba sus pulmones de aquel aire limpio y fresco, se secó las pequeñas gotas de sudor que cubrían su frente insistentemente, aunque era verano no hacía demasiado calor y por la noche aún refrescaría más. No, no era por el calor por lo que estaba sudando, eran los nervios que un rato antes comenzaron a atenazarle el estómago, unas horas más, en apenas unas horas más, conocería al hombre que la convertiría en su esposa con todos los derechos, un hombre del que se decía que era frío y despiadado, que mataba a hombres, mujeres y niños por igual sólo para saciar su sed de sangre, un involuntario temblor le recorrió la espalda, sólo esperaba que Niall McInroy, al que llamaban “El Lobo”, se apiadara de ella. Uno de los hombres se acercó y le señaló algo con la mano, ella alzó la vista y siguió con los ojos aquel dedo, se quedó sin aliento, cortando el paisaje se dibujaba la silueta del castillo Dà Teintean, aunque no era muy grande, o no tanto como el de su padre, no dejaba de ser majestuoso. Dà Teintean estaba situado en lo alto de una rocosa colina, la piedra negra de sus muros brillaba allí donde el sol lo golpeaba, una única torre recortaba el cielo, Brianna suspiró y un mal presentimiento la llenó de pronto, aquel castillo no iba a ser su hogar, sino su prisión. Bajó la vista al inmenso bosque que se extendía a sus pies y que todavía debían cruzar antes de llegar a los brazos del que sería su marido. No quería llorar, pero una furtiva lágrima escapó de sus ojos, mientras cabalgaba en silencio entre los árboles. De pronto sus hombres la rodearon, formando un circulo a su alrededor, dándole la espalda y sacando sus espadas con movimientos rápidos y ágiles, parpadeó sorprendida por aquella reacción, pero cuando aparecieron los desconocidos armados de entre los árboles comprendió, había estado tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta que los estaban vigilando, se recriminó así misma por ser tan estúpida, uno de aquellos inesperados visitantes se adelantó, lo mismo que uno de sus hombres, después de hablar unos minutos, su escolta se dirigió hasta ella. -No os preocupéis señora -le dijo-, son los hombres de vuestro prometido, han venido para acompañarnos hasta vuestro nuevo hogar. Ella miró al grupo de hombres que la miraban con insistencia y se sonrojó, asintió haciendo un leve movimiento con la cabeza, en un segundo se vieron rodeados por aquel grupo formado por unos veinte hombres fuertes y casi salvajes que los guiaban, entre pinos, abetos y helechos, directa al infierno. 3
  • 4. Capítulo 1 Niall se levantó del lecho, tomó su copa con cerveza y le dio un largo trago, alzó la piel que cubría la ventana con pereza y deslizó la mirada por el exterior cansadamente. Todo lo que abarcaba su vista, esas extensas praderas plagadas de brezos que las salpicaban con su variedad de colores, esas casas de techos de paja en las que habitaban familias que eran como su familia, el ahora tranquilo río, el lago que brillaba como un espejo y el hogar que le vio crecer, todo eso, ahora era suyo. Apenas unos meses antes perteneció a su desafortunado hermano mayor, Aidan el Laird del clan McInroy, pero había fallecido debido a una trágica caída del caballo. Sonaba ridículo, porque su hermano aprendió a cabalgar casi antes que andar, pero el destino quiso que muriese de aquel modo, un semental desbocado, una piedra contra su cabeza que lo tuvo postrado entre los dos mundos durante unos días, era su sino y no pudieron hacer nada por salvarle. El Laird Niall McInroy, ese era él ahora. Un hombre duro y frío que no se dejaba doblegar por nadie, excepto quizá por ella. La viuda de su hermano, Muriel. La mujer que hubiese querido convertir en su esposa, si no fuese, de nuevo, cosa del destino un sueño imposible. Sólo ella era capaz de calmar a Niall "El Lobo" como se le conocía entre amigos y enemigos, un lobo en las batallas y un lobo por su mal genio, que despertaba con facilidad si veía alguna injusticia o no se cumplía su voluntad, su aspecto también ayudaba, sus 1.90 venían acompañados de un gran y poderoso cuerpo, listo para aplastar a quien se le pusiera por delante, sin siquiera pestañear. Su mejilla estaba surcada por una terrible cicatriz, que no lograba disminuir la belleza de su rostro, por el contrario la acentuaba, dándole un aspecto misterioso, la mandíbula poderosa, los labios carnosos y unos ojos azules como el cielo en un día despejado, que se tornaban violetas cuando era poseído por un fuerte sentimiento, como el que sentía en aquel momento, cuando estaba al lado de Muriel. Niall McInroy se recostó en la cama y revolvió entre sus manos la rubia cabellera de la mujer que estaba tumbada a su lado, ella se removió y apoyó la cabeza contra el pecho duro de él, enredó sus finos dedos en el vello oscuro y jugueteó con los ásperos rizos, luego levantó la cabeza y clavó sus azules ojos en él. -Oh Niall -sollozó-. ¿Qué voy a hacer ahora? -No os preocupéis cariño -contestó acariciando la espalda desnuda de la mujer-, no va a cambiar nada. -Pero ella será vuestra esposa -musitó, besando el pecho del hombre-, y yo… -Sí -dijo vagamente tumbándose sobre el cuerpo femenino-, ella será mi esposa ante todos, pero vos, vos seréis mi mujer a todos los efectos, es a vos a quien quiero Muriel, es con vos con la que deseo pasar mis días y mis noches. -¿De verdad? -preguntó agarrándose al fuerte cuello del hombre que la miraba con los ojos brillantes. -No lo dudéis Muriel, no lo dudéis -dijo besándola con violencia y enterrándose en ella. Brianna bajó del caballo ayudada por uno de sus hombres, recorrió con la mirada al grupo de gente que se había congregado a su alrededor, el clan McInroy al completo estaba frente a ella, los hombres habían dejado sus labores en el campo, a sus animales o su entrenamiento, las mujeres las cocinas, los telares y los niños sus juegos, todos la miraban sin disimulo murmurando en voz baja, algunos niños escondidos tras las faldas de sus madres asomaban sus cabecitas para echarle un vistazo, ella también los miró. Los hombres -casi todos ataviados con su kilt de elaborado tartán en los que predominaban el rojo, el verde y el morado- eran altos, de fuertes brazos y anchos hombros, las mujeres robustas, con la piel tostada por horas bajo el sol y la lluvia, la mayoría de anchas caderas debido a los numerosos partos, los niños parecían sanos, aquella gente estaba bien alimentada y se alegraba de ello, al menos su futuro esposo se cuidaba de proveer alimentos a su pueblo. Entre el clan McInroy predominaban los ojos azules, casi todos los tenían de ese color, variando del más claro al más intenso, y el cabello de un rubio bastante oscuro. Inconscientemente llevó la mano a su toga sintiéndose extrañamente incómoda. Pasaron los minutos y los nervios se fueron apoderando de ella, por lo visto su prometido o no sabía que había llegado, o simplemente no tenía ganas de darle la bienvenida, de pronto el murmullo que la rodeaba se apagó, dejando paso a un silencio sepulcral. Brianna se giró y se le heló la sangre ante la impresionante figura que estaba a sus espaldas y la miraba con el ceño fruncido. 4
  • 5. Con las piernas abiertas y los brazos sobre el pecho, Niall McInroy la recorría con la mirada, el cabello negro caía largo y brillante hasta sus hombros, las oscuras cejas rectas estaban levemente alzadas sobre unos ojos profundamente azules, como si el cielo que ahora los cubría hubiese quedado atrapado en ellos para siempre, la nariz aguileña, unos labios gruesos, el mentón cuadrado poblado por una barba de un par de días, su mejilla atravesada por una cicatriz que le daba a su rostro un aspecto enigmático, el fuerte cuello descansaba sobre unos anchos hombros, el torso desnudo dejaba ver el vello negro que se iba estrechando hasta desaparecer bajo el kilt y mostraba unos músculos impresionantes, en los brazos cruzados sobre éste se dibujaban unos bíceps marcados y trabajados por horas de entrenamiento con la espada, su vientre plano y bien formado daba paso a unas estrechas caderas. Volvió a subir la vista a sus ojos y tragó saliva, El Lobo, El León, El Tigre…, daba igual como lo llamaran, a Brianna le pareció que de un momento a otro iba a saltar sobre ella y a devorarla allí mismo. Niall observó con detenimiento a la mujer que esperaba a que él apareciera, al principio apenas pudo vislumbrar su espalda, era menuda y se notaba tensa, al llegar a su lado la chica se dio la vuelta y él la pudo estudiar a placer, examinó el óvalo de su rostro, unos ojos grandes y verdes esmeralda lo miraban entre asombrados y asustados, la nariz era pequeña salpicada de algunas pecas, los labios rosados y algo entreabiertos, el cuello blanco, fino y esbelto, llevaba un vestido verde de un tono más oscuro que sus ojos, el escote cuadrado y ribeteado con una cinta verde más claro ocultaba por completo sus senos, pero pudo vislumbrar su contorno apretado contra la tela, la cintura estrecha y las caderas redondeadas donde descansaba un pequeño cinturón del mismo tono que la cinta del escote y caía hasta sus pies, los brazos delgados también estaban ocultos y sólo las pequeñas manos de finos dedos asomaban entre las mangas acampanadas, unas manos que agarraban con fuerza la tela de su vestido, levantó la vista y se fijó en sus cejas rojizas, dio un paso adelante, alzó la mano y arrancó el velo que ocultaba su cabello, una cascada de rizos rojos cayó sobre su espalda y sus hombros, un murmullo llenó el aire de nuevo. Brianna tembló, a aquel hombre sólo le faltaba abrirle la boca y mirarle los dientes como si fuera un caballo. -Supongo que estaréis cansada del viaje -dijo de pronto con voz grave y ronca. -Sí -apenas podía hablar. -Bien, os daré media hora para que os aseéis y os cambiéis de ropa, luego iremos a la capilla, el padre Robert nos espera para celebrar nuestro enlace -añadió torciendo el gesto. -¿Ahora? -preguntó sorprendida. -¿Para qué vamos a esperar más?, no me gusta perder el tiempo dando rodeos contra lo inevitable -volvió a cruzar los brazos, ella se fijó en sus poderosos bíceps- cuanto antes acabemos con esto, mejor para todos. -Sí, supongo -ella se retorció las manos. -Preparaos -se dio la vuelta y tomó de la mano a una mujer rubia que había permanecido tras él todo el rato, Brianna no se percató de su presencia hasta ese momento y no se pudo fijar en su rostro, pero pudo ver su silueta esbelta cuando se dio la vuelta para acompañarlo-, os veré en un rato. Todo ocurrió tan deprisa que apenas tuvo tiempo de darse cuenta. Se lavó y cambió su vestido de viaje por el de color marfil, que con esmero cosieron para ella las mujeres de su clan para la ocasión, poco después alguien la había conducido hasta una sombría capilla donde él y algunas otras personas lo acompañaban, por unos segundos se fijó en la mujer que lloraba con la cabeza entre las manos, era la misma que lo acompañaba un rato antes. Niall ni se volvió a mirarla, con pasos vacilantes se acercó a su lado y se colocó junto a él. Pronunció sus votos con voz temblorosa y guiada por el regordete, sonrosado y anciano sacerdote, Niall lo hizo con voz resignada, en cuanto acabaron, él la besó levemente casi sin posar los labios sobre los suyos. -Os visitaré esta noche, ahora id y descansad -le había dicho secamente. Subió sola a su habitación, estaba tan cansada que ni se molestó en desnudarse, sencillamente se dejó caer en la cama y se quedó dormida al instante, no supo cuanto tiempo había dormido, cuando unas manos grandes la sacudieron, abrió los ojos desconcertada y asustada y allí estaba él, borracho y excitado, rió y le ordenó que se despojara del vestido, estaba tan aterrorizada que no fue capaz de moverse, así que él se lo había arrancado casi a tirones, luego también se había quitado la ropa mostrando ante ella el vigor de su cuerpo desnudo, sin más se tumbó sobre ella que permanecía completamente rígida. 5
  • 6. -Abrid las piernas -aquella orden la llenó de terror-. He dicho que abráis las piernas. Lentamente y temblando de miedo hizo lo que él le había ordenado. El dolor la traspasó cuando él entró brutalmente en ella, Brianna gritó creyendo que se iba a partir por la mitad, que la iba a matar, el dolor que la atravesó era horrible, cerró los ojos y lloró, mientras él con fuertes embestidas, alcanzó la liberación y se derramó dentro de ella. Apenas transcurrieron unos minutos, pero habían sido los más espantosos de su vida. Niall se levantó, se vistió sin mirarla y tambaleándose salió de su estancia, dejándola sola. 6
  • 7. Capítulo 2 Brianna se levantó tan pronto las primeras luces del alba rompieron la oscuridad de la noche. Apenas había sido capaz de dormir y cuando conseguía conciliar el sueño se despertaba sobresaltada, temiendo que él volviese y le hiciese daño otra vez. Estaba cansada y dolorida, pero aún así bajó de la cama y observó la habitación que su esposo había dispuesto para ella, era bastante grande, los fríos muros de piedra estaban cubiertos por tapices que en otro tiempo debieron ser hermosos, pero que ahora estaban sucios y descoloridos, una gran chimenea, apagada y ennegrecida por el uso, al fondo de la habitación, la cama enorme estaba en el centro de la estancia, un baúl de madera a sus pies, una silla y una mesa con detalles labrados en sus patas, en la que descansaban una jarra, una jofaina con varios paños a su lado, y una vela a medio gastar permanecía apagada en su palmatoria. Sintió como algo se clavaba en sus pies, bajó la vista y vio los juncos secos y podridos que cubrían el suelo, hizo un mohín de asco, aquella habitación que hubiese podido ser confortable y agradable, estaba descuidada, así que como tendría que permanecer muchas horas en ella, decidió que la cambiaría a su gusto. Fue hasta su baúl, sacó ropa limpia y su cepillo del pelo, tomó uno de los paños de lino y lo humedeció, comenzó sus abluciones despacio, al llegar a su entrepierna hizo una mueca de dolor, bajó la vista hasta el trozo de tela y lo vio manchado de sangre, volvió a humedecerlo, se limpió entre las piernas y se frotó los muslos, insistentemente, hasta que no quedó rastro de lo que había soportado la noche anterior. Se puso un vestido y se sentó para cepillarse el cabello. Niall irrumpió en los aposentos de su esposa, si esperaba encontrarla acostada y llorosa, se llevó una gran desilusión, aunque ella se había sobresaltado al oírle entrar continuó con su tarea, de espaldas a él, pasaba una y otra vez con movimientos lentos y pausados el cepillo por su pelo, él clavó la vista en aquel cabello rojo que caía por su espalda y parecía brillar como fuego, por un momento Niall se sintió tentado a alargar el brazo y enredar sus dedos en aquellos mechones de seda roja, pero se quedó parado sin apartar la vista, Brianna se volvió lentamente mirándolo fijamente. Una chispa de dolor se atisbaba en el fondo de su mirada, Niall volteó la cabeza incomodo, sus ojos azules se entrecerraron al contemplar su vestido roto en el suelo y las manchas de sangre seca entre las sábanas revueltas. Ante él estaba la prueba de la pureza y la inocencia de su esposa, y también de la brutalidad con la que la había poseído la noche anterior. Cerró los puños, y se maldijo en silencio, debió esperar, pero la cerveza que bebió desde que la dejara en la capilla y la ira que lo invadió en cuanto ella ocupó el lugar que debía haber ocupado Muriel lo cegaron, perdió el control de si mismo y consumó su matrimonio como una bestia salvaje, entró en su cuarto y la tomó sin miramientos, asustándola y provocándole dolor, luego la abandonó sin remordimientos para ir a acurrucarse a los brazos de la mujer que amaba. Por un momento la culpa lo asaltó, después de todo aquella mujer que lo miraba fijamente era tan víctima como él, ella tampoco pudo elegir, apartó el sentimiento que lo invadía como si de una mosca se tratara. -Vengo a informaros que los hombres de vuestro hermano partirán dentro de un rato -dijo con voz fría y cortante. -¿Tan pronto? -preguntó retorciéndose las manos, tenía miedo de que volviera a hacerle daño, así que permanecía a una distancia prudencial. -Ya no tienen nada más que hacer aquí -respondió recorriéndola con la mirada-, os han traído hasta vuestro nuevo hogar, su misión ha acabado. -Bien -comenzó a caminar hacia la puerta-, iré a despedirme de ellos y a desearles un buen viaje de regreso. Niall la vio salir con la cabeza alta y perderse por el pasillo como si fuera una reina, fue hasta la cama y observó las sábanas una vez más, se agachó y recogió el vestido, se fijó en los rasgones y lo soltó como si le quemará las manos, aunque estaba ebrio recordó el momento exacto en que su esposa se tensó bajo su cuerpo, sus ojos de terror cuando se tumbó sobre ella, las lágrimas recorrerle las mejillas, volvió a maldecir, luego con grandes zancadas abandonó la alcoba de su esposa. Brianna mantuvo los ojos fijos en las espaldas de los hombres que se alejaban de ella, los vio desaparecer entre los árboles, pero se quedó allí, abrazándose a sí misma unos minutos más. Le hubiese gustado que permanecieran junto a ella unos días más, pero su esposo tenía razón, ya no había motivo alguno para que retrasaran su marcha, esos hombres tenían mujeres e hijos que estaban esperando su retorno, pero por unos instantes no pudo evitar sentirse egoísta, era consciente que cuando ellos se hubieran marchado todo lazo con su padre y su hermano, con su verdadera familia, 7
  • 8. quedaría roto, tal vez jamás volviera a verlos, se secó las lágrimas con el dorso de la mano, era inútil seguir llorando, después de todo la habían preparado para eso, para convertirse en la esposa de un Laird, para hacerse cargo de un castillo. Bajó los ojos hasta el trozo de tela que apretaba entre sus dedos, el plaid de cuadros azules que identificaba a su clan, uno de sus hombres se lo había dado, “para que nunca olvidéis vuestros orígenes” le dijo mientras se lo entregaba. No, no los olvidaría, ¿cómo podría olvidarse de aquel lugar donde había nacido y crecido feliz? Por muy mal que la tratara la vida, siempre le quedaría aquel tartán para recordarle lo dichosa que una vez fue, lo apretó contra su pecho y volvió sobre sus pasos. Caminó lentamente por los pasillos, las personas con las que se iba cruzando le hacían una pequeña reverencia y seguían su paso, era una forastera, una extraña entre extraños, se sintió sola. Fue observando con calma todo lo que veía a su paso, el castillo era una buena fortaleza de gruesos muros, las estancias eran grandes, las paredes decoradas con tapices bordados con escenas de caza y batallas, los muebles eran robustos, macizos, pero una capa de polvo cubría cada uno de ellos, los juncos del suelo estaban podridos haciendo que en el ambiente flotara un fétido olor. Dà Teintean era un buen castillo, pero la dejadez y suciedad que lo cubría todo la entristeció, bueno, ella se encargaría de que aquello cambiara, los muebles relucirían, los tapices recobrarían su esplendor. Alzó la vista y se fijó en uno que parecía nuevo, la cabeza de un lobo con las fauces abiertas la miraba con unos ojos azules que reconocería en cualquier parte, apartó la vista asustada. Un suave olor a pan recién hecho le inundó las fosas nasales, su estómago emitió un ruido recordándole que estaba hambrienta, sonrió y se dejó guiar por aquel delicioso aroma. Las cocinas supusieron una agradable sorpresa para Brianna, el abandono que recubría el castillo desaparecía en aquella dependencia, el fuego crepitaba en el gran horno, una mesa grande y limpia rodeada de taburetes en el centro, las cacerolas y utensilios resplandecían, Brianna sonrió satisfecha, entró y se sentó. La mujer regordeta que canturreaba de espaldas a ella se volvió. -Ama -se inclinó ante ella-. ¿Qué hacéis aquí? -Supongo que sois la cocinera -la mujer asintió-, he olido el agradable aroma que desprende vuestro pan. -Claro que sí ama -presurosamente la sirvienta puso una hogaza frente a ella, un poco de queso y una jarra de cerveza. -¿Cómo os llamáis? –preguntó observándola, tendría alrededor de unos 40 años, de cara sonrosada, con unos vivarachos ojos azules y una sonrisa perenne en los labios, robusta, de grandes pechos y anchas caderas, llevaba el pelo cubierto por un trapo, pero por los mechones que escapaban de él pudo ver que era rubia. -Margaret -la mujer hizo otra reverencia. -Bien Margaret -se llevó un trozo de pan a la boca y cerró los ojos deleitándose con su sabor y su esponjosidad, después los abrió y le sonrió-, tengo que felicitaros, es el mejor pan que he comido nunca, pero no volváis a llamarme ama, yo no soy ama de nadie, señora o Brianna, con eso bastará. -Disculpadme am..., señora -Margaret se sonrojó. -No es un reproche -volvió a sonreírle, recibiendo otra a cambio, Brianna vio su vestido manchado de harina-, ¿me enseñaríais a hacer un pan tan bueno como este? -Pero no tenéis por que… -dijo la sirvienta apresuradamente-, pero si queréis. -Por favor, me gustaría mucho aprender -tomó la copa con cerveza-, pero antes comed conmigo. Brianna pasó varias horas en las cocinas, se manchó de harina, se divirtió y aprendió el secreto para hacer ese pan que le había gustado tanto, además sin saberlo, había conseguido ganarse el primer corazón de uno de los habitantes del castillo. 8
  • 9. Capítulo 3 Brianna estaba completamente agotada y hambrienta, pero miró satisfecha su cuarto, había retirado los tapices y los juncos podridos del suelo, así como la vieja y gastada piel que cubría la ventana, frotó la mesa y la silla hasta que consiguió quitarle todo el polvo y la mugre, ahora las paredes y el suelo de piedra estaban desnudos, ya se preocuparía mañana de conseguir algún adorno o alguna piel para recubrirlas. Un suave aroma a lavanda le llenó la nariz, miró orgullosa los pequeños ramos que estaban colocados sobre la mesa y la repisa de la chimenea. Terminó de trenzarse el cabello, alisó la falda de su vestido y se dirigió hacia el salón para cenar. Se le borró la sonrisa tan pronto puso un pie en él, los hombres comían y bebían como verdaderos animales, los eructos se sucedían después de un largo trago de cerveza, así como los gritos, las carcajadas o las conversaciones soeces, la bebida corría por sus barbillas hasta sus pechos, arrancaban los pedazos de carne a tirones con las manos, e incluso algunos perros se peleaban por los huesos a los pies de los hombres que los miraban entre risas. Algunos levantaron la vista unos segundos antes de proseguir con lo suyo, otros simplemente la ignoraron. Miró al frente, allí estaba su esposo, una mujer rubia estaba sentada a su derecha- el lugar que le correspondía a ella- contemplándolo con adoración mientras él le daba bocados de carne y cerveza con sus propias manos, no la conocía pero supo que era su amante, continuó caminando con la mirada fija en la escena, él levantó la cabeza y al verla, se puso en pie. -¿Venís a cenar, señora? -le preguntó con una sonrisa burlona. -No -contestó, miró a la mujer que sonreía y luego a él-, acabo de perder el apetito al ver semejante pocilga. -¿Sois tan delicada que no podéis comer rodeada de mi gente? -comenzó a ponerse furioso ante sus palabras. -No me importa comer con vuestra gente señor, pero si rodeada de animales -replicó sosteniéndole la mirada-, esto es sencillamente repugnante. -Jajaja -la carcajada resonó en el silencio que se había ido apoderando del salón tan pronto comenzaron a hablar-, ¿habéis oído? -Creo que cenaré en mis aposentos -dijo dándose la vuelta. -¡No, señora! -gritó parándola en seco-, o cenáis aquí o no cenáis, así que sentaos. -No podéis obligarme a comer. -Pues veréis como comemos los demás -fue hacia ella, la tomó del brazo y la sentó a su izquierda-, sentaos aquí y mirad. -¡No! -se levantó, tirando la silla a su espalda, recorrió con la vista a los presentes que la contemplaban boquiabiertos, al fondo vio a Margaret que la miraba con pena, ese hombre la estaba humillando delante de todos y no lo iba a permitir, bajó la vista hasta los ojos azules llenos de rabia y dio un tirón para soltarse de la mano grande que la sujetaba-, no voy a permitir esto. -¡Sentaos! -gritó-, ¡ahora! -No -le sostuvo la mirada-, no me importa que sentéis a vuestra amante en mi lugar, después de todo me sois indiferente, no me importa que me tomarais como un animal, hicisteis uso de vuestro derecho, no me importa que vuestros hombres coman como salvajes, pero no voy a consentir que me tratéis de este modo, ni voy a tolerar que me humilléis de esta manera. -¡Brianna! -bramó encolerizado al verla caminar hacia la puerta. -Lo siento señor -dijo por encima del hombro-, pero creo que erraron en vuestro apodo, más que un Lobo, parecéis un Cerdo. La tensión era tal que se podía cortar, todos los ojos estaban fijos en Niall McInroy, al cual le hervía la sangre de furia, se levantó, con pasos largos y los puños apretados fue detrás de su esposa, aquella pequeña arrogante lo iba a escuchar, nadie lo ponía en ridículo, nadie. Brianna corría hacia su cuarto con los ojos cuajados de lágrimas sintiéndose muy desgraciada, pero sin ella saberlo, había comenzado a ganarse el respeto del clan McInroy, la gente que ahora era su gente. La agarró del brazo y le dio la vuelta con tanta violencia que la trenza golpeó su cara, alzó la vista hasta aquellos ojos azules oscurecidos por la ira. Sintió los dedos de su esposo clavarse en su piel tan fuerte que pensó que le rompería el brazo, gimió de dolor pero no se amilanó, no sólo él estaba furioso, ella también. Niall observó con detenimiento el rostro de su esposa, no vio arrepentimiento por lo que acababa de 9
  • 10. hacer, al contrario, parecía desafiarlo con la mirada, podía ver el brillo de la ira refulgir en las esmeraldas de sus iris, aquello lo enervó aún más, él era el dueño y señor del castillo, él imponía la ley, ella era una simple e insignificante mujer a la que enseñaría el lugar que debía ocupar. La zarandeó haciendo que la larga trenza ondulara a su espalda. -Jamás -exclamó enfurecido-, jamás volváis a hacer algo como lo que habéis hecho hoy. -Soltadme -se retorció tratando de zafarse de su mano. -Escuchadme pequeña boba -volvió a sacudirla sujetándola por ambos brazos-, aquí mando yo, si digo que os sentéis os sentareis, si digo que vengáis vendréis, si digo que desaparezcáis desapareceréis, no os levantareis de la mesa sin mí permiso, ¿habéis entendido? -Sí -contestó tragándose las lágrimas de la impotencia, la soltó y ella dio unos traspiés. -Bien -bajó los ojos hasta sus labios y percibió su temblor-. Una cosa más, tratareis con respeto a Muriel, ella es importante para mi, más de lo que vos llegareis a serlo nunca. -Soy vuestra esposa -Brianna le dio la espalda indignada-, pusisteis a otra mujer en mi lugar delante de todo el mundo. -Sí, sois mi esposa -cruzó los brazos sobre el pecho-, una esposa impuesta, pero Muriel es la mujer que amo. -¿Por qué os casasteis conmigo? -se volvió mirándolo tan fijamente que Niall dio un paso atrás-. ¿Por qué no os negasteis a este matrimonio? -Me distéis una alianza provechosa - se acercó a ella hasta que apenas los separaron unos centímetros-, ahora ya sabéis el motivo. Estáis advertida, si no queréis recibir mis órdenes manteneos alejada de mí, haceos invisible si os place. Pero estad dispuesta para complacerme cuando me apetezca ir a vuestros aposentos-, ella lo miró con ojos desorbitados-, no os preocupéis señora, en cuanto me deis un hijo dejaré de molestaros. -¿Un hijo? -instintivamente se llevó las manos al abdomen-. No, jamás os lo daré señor, prefiero morir a llevar en mis entrañas el vástago de una bestia. -No soy un hombre paciente Brianna, os aviso -ella caminó hacia atrás para alejarse de él-, no juguéis conmigo señora, os puede costar muy caro. Niall se alejó, perdiéndose por el oscuro pasillo. Brianna no entró a su cuarto, corrió hasta que llegó a las almenas, dejó que el cálido viento del verano le acariciara la cara, clavó los ojos en la oscuridad, era tan infeliz, tan desgraciada…, permitió a las lágrimas derramarse libremente por sus mejillas, deseaba estar muerta. Descansó la espalda sobre el frío muro y se abrazó a sí misma, detestaba a Niall McInroy con todas sus fuerzas, odiaba a aquel Lobo de las Tierras Altas con todo su corazón y no le iba a permitir que la denigrara por mucho que le hubiera dicho, puede que él fuera el dueño y señor, pero ella tenía su orgullo. 10
  • 11. Capítulo 4 Dos largas e interminables semanas llevaba viviendo en aquella fortaleza. Durante aquel tiempo libró varias guerras y ganó algunas batallas. Aunque apenas bajaba a cenar, las veces que lo había hecho los hombres se levantaban cuando entraba y moderaban sus modales, ella lo agradecía en silencio y con una sonrisa en los labios. Pasaba parte de su tiempo con Margaret en las cocinas, esta le presentó a varias mujeres y con su ayuda consiguieron limpiar el castillo, los muebles fueron pulidos, los podridos juncos del suelo fueron reemplazados por unos nuevos y frescos, las paredes se fregaron hasta casi lograr que las piedras brillasen, los grandes tapices se retiraron con la ayuda de unos cuantos hombres y en el exterior fueron sacudidos hasta que no quedó una sola mota de polvo sobre ellos, ahora lucían de nuevo en su lugar de siempre, pero con la diferencia de que se podían distinguir claramente las figuras que en ellos aparecían. Dà Teintean se veía distinto, igual que ella, porque poco a poco la gente fue cediendo ante la presencia de una desconocida y la fueron aceptando. Sí, estaban empezando a reconocerla como a una de ellos, sonrió feliz porque se iba ganando a su pueblo. Le gustaba esa gente sencilla y desconfiada, disfrutaba mezclándose con ellos en las tareas cotidianas, después de todo la habían educado libre, su padre y su hermano se preocuparon que aprendiera todo lo que una dama debía saber, así que a regañadientes consiguió aprender a tejer, a bordar, a permanecer en silencio cuando los hombres hablaban…, pero no le cortaron las alas, ellos la conocían bien, sabían de su espíritu libre y le consintieron montar a caballo a horcajadas, a bañarse en el río desnuda bajo la brillante luna, a corretear riendo y con el viento enredando sus cabellos, por las suaves colinas que rodeaban su hogar. Cerró los ojos, su hogar, aquel lugar que ahora le resultaba tan lejano. Sacudió la cabeza, no se iba a poner triste por algo que ya no tenía remedio, ahora pertenecía a aquel sitio y trataría por todos los medios de adaptarse a él. Después de todo debía estar contenta con sus progresos, por fin estaba siendo aceptada como uno más, tal vez le costara un poco más de esfuerzo, aquella gente no estaba acostumbrada a que su señora realizara tareas tan serviles como hacer pan o mermelada, o que les ayudara a recoger la cosecha de manzanas como iba a hacer aquel día, aquella gente aún seguía sorprendiéndose cuando les daba las gracias después de servirle la cena o cuando realizaban alguna tarea que ella les había pedido, abrían los ojos, se sonrojaban y después asentían levemente. Sí, se estaba ganando el corazón de su pueblo y se sentía gratamente satisfecha. Tan sólo Niall, Muriel y su corte de seguidores parecían ignorarla por completo, a ella no le importaba, sabía porqué estaba allí, una alianza, algo que era bastante común, su matrimonio con el Laird McInroy aseguraba a este y a su hermano Duncan -ya que su anciano y enfermo padre delegó en su único hijo-, una tregua, evitaban invasiones de unos por parte de otros, así como la ayuda inmediata si alguno de ellos se encontraba amenazado. Así era la vida en aquellas tierras inhóspitas, una tierra de hombres y para hombres donde las mujeres eran poco más que nada. Puede que eso fuera así, pero no estaba dispuesta a consentirlo, ella encontraría el modo de seguir siendo libre a su manera, las circunstancias la tenían atada a un hombre que la detestaba, pero no iba a consentir que ello le afectara, la vida estaba llena de pequeñas cosas que merecían la pena, jamás amaría o sería amada, si su destino era ese lo aceptaría, pero mantendría su orgullo y su dignidad intactos. Si Niall McInroy pretendía anularla, que se rindiera a sus pies estaba muy equivocado. El sonido del metal contra metal la apartó de sus pensamientos, se acercó a la muralla y miró hacia abajo donde los hombres estaban entrenándose con las espadas, ahora era tiempo de paz, pero cada día durante varias horas, aquellos fornidos hombres luchaban entre ellos. Recorrió con la mirada la escena, deteniéndose justo en el centro de aquel polvoriento patio, con la espada en la mano girando despacio estaba su esposo, sin poder evitarlo deslizó lentamente los ojos por aquel cuerpo poderoso, observó como flexionaba sus piernas dejando ver sus fuertes pantorrillas, los músculos de la espalda se tensaban, los sólidos brazos se movían ágilmente, abrió la boca tomando aire, por unos instantes un extraño calor se había ido apoderando de su cuerpo sofocándola. Niall se dio la vuelta y Brianna pudo contemplar su torso brillante por el sudor que lo recubría debido al calor y al esfuerzo, el pelo negro le caía sobre los hombros y la cara, su rostro estaba tenso por la concentración, ella siguió mirándolo completamente embelesada, imaginándoselo en el fragor de una batalla, parecía un animal, un bello animal salvaje, suspiró levemente, su esposo era un hombre hermoso, muy hermoso. Él fue hasta uno de los barriles llenos de agua, tomó un poco y vertió el resto por la cabeza, Brianna reparó como el agua corría en pequeños ríos por su piel bronceada, como las minúsculas gotas se enredaban en el oscuro vello de su pecho. Él levantó la vista y sus miradas se encontraron por unos segundos, sus fríos ojos azules estaban clavados en ella, sus rodillas se debilitaron, se agarró al muro temiendo caer. Él 11
  • 12. rompió el contacto cuando alguien lo llamó por su nombre, sus labios carnosos se estiraron en una sonrisa, lo vio abrir los brazos y cerrarlos en torno a Muriel, que se había acercado corriendo tan pronto terminó el entrenamiento. Brianna se apartó de la muralla, cogió la cesta de mimbre del suelo y echó a correr para reunirse con las otras mujeres que ya se alejaban del castillo. Era tiempo de paz, una paz tan frágil como una tela de araña, cualquier escaramuza, cualquier excusa por pequeña que fuera podía ser el detonante para provocar una guerra entre clanes, y eran muchos los Lairds sedientos de batalla, él lo sabía y no podía permitir que sus hombres o él mismo se volvieran débiles como mujeres, con músculos atrofiados, así que les imponía a todos, y a si mismo, a ejercitarse cada día en el arte de la espada, daba igual que lloviera, nevara o hiciera un calor bochornoso como esa mañana, era su deber y por su vida y su honor mantendría a los hombres del clan listos y preparados para la lucha. Estaba sofocado por el calor y el esfuerzo, aquello no era sólo un simple entrenamiento, utilizaban sus armas, nada de estoques de madera, así lograba que los hombres mantuvieran la atención. Durante más de dos horas permanecieron bajo el sol. Como por aquel día ya era suficiente, se dirigió al barril de agua y con la vasija la vertió sobre su cabeza después de beber un poco, el agua fría le refrescó y le destensó los músculos, fue sosegándose lentamente, pero la sensación de estar siendo observado le hizo alzar la vista hacia la muralla, y se encontró con los ojos verdes de su esposa clavados en él, dos lagunas profundas que lo miraban sin pestañear, su cabello parecía arder bañado por el sol, no podía apartar los ojos de ella, por un instante imaginó esa melena enredada entre sus dedos, esos labios rosados y entreabiertos sobre su cuerpo. No, Brianna era su esposa, pero era a Muriel, la mujer que lo llamaba y corría hacia él, a la que amaba, su corazón le pertenecía por entero, siempre lo había hecho desde el instante en que la vio llegar sobre la grupa de su yegua para casarse con su hermano. Sonrió, abrió los brazos y sujetó con fuerza a Muriel entre ellos, bajó la cabeza y la besó con toda la pasión del mundo. Brianna ya casi estaba a las puertas del castillo cuando un pequeño revuelo la detuvo en seco, se volvió y vio espantada como Liam arrastraba a un muchacho asido por la oreja, anduvo sobre sus pasos y se detuvo frente a él con los brazos en jarras. -¡Soltadlo inmediatamente! –gritó enfurecida. -No os metáis en esto, señora -contestó el hombre apartándola de su camino-. No es asunto vuestro. -Por supuesto que es asunto mío, por algo soy vuestra señora -replicó indignada ante la falta de respeto-. Le estáis haciendo daño, es sólo un niño. -¿Qué está sucediendo aquí? -la voz grave de Niall recortó el aire sobresaltándolos. 12
  • 13. Capítulo 5 Brianna miró a su esposo de pie frente a ellos con las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre su pecho, Muriel se encontraba a su lado, por primera vez se fijó en sus delicados rasgos, su pelo rubio en una trenza alrededor de su cabeza, su piel blanca y sin manchas, sus ojos azules fríos como el hielo, observaban con desdén la escena sin mostrar compasión alguna por el muchacho, sus nariz pequeña y respingona, sus labios rosados y sonrientes, era bellísima, dulce y serena, nada de lo que ella presumiría nunca. Liam era un hombre alto, corpulento, su cabello rubio caía sobre sus hombros, sus profundos ojos azules brillaban con tal intensidad, que inquietaban a Brianna cuando se posaban en ella, aunque no le agradaba la forma en que la miraba, recorriendo su cuerpo, no tenía nada contra él. Hasta ese día había sido correcto en su trato, sorprendiéndola con su falta de respeto y sujetando de aquella manera tan cruel a aquel muchacho de unos 7 años que temblaba de miedo. -He hecho una pregunta –recalcó Niall sin cambiar un ápice su postura, mientras miraba al niño y a Liam. -He atrapado a este mocoso robando en la cocina -apretó los dedos sobre la oreja provocando que el pequeño se retorciera de dolor. -¿Es eso cierto? -preguntó Niall acercándose. -No señor -susurró entre sollozos. -¡Yo lo vi! -gritó Liam-. Maldito granuja embustero. -¡Soltadlo! -exclamó Brianna agarrándole del brazo-. Es cierto, no estaba robando nada, yo lo envié a por algunas cosas. -¿Vos? -Liam la miró entrecerrando los ojos-. ¿Acaso no erais vos la que ibais camino de las puertas del castillo? -¿Me estáis llamando mentirosa? -cruzó los brazos sobre el pecho y alzó la barbilla desafiándolo-, ¿estáis dudando de mi palabra? -¡Ya basta! -gritó Niall-. Soltadlo Liam. Muchacho, la próxima vez no permanezcáis callado como si no tuvierais lengua. Liam soltó al muchacho con tal ímpetu que se estrelló contra Brianna, cayendo los dos al suelo, se oyeron algunos murmullos de disgusto provenientes de los hombres allí reunidos, pero ella permaneció sentada estrechando al muchacho que lloraba contra su pecho, alzó la vista, su esposo la miraba con un brillo burlón en los ojos, sin decir una palabra se dio la vuelta y se alejó seguido por su inseparable Muriel. Liam le lanzó una mirada furiosa antes de desaparecer, ella siguió acunando al pequeño. Notó que alguien se paraba ante ella, levantó la cabeza y vio que los hombres que antes se ejercitaban con su marido habían ido acercándose hasta ella, uno de ellos le tendió una mano grande y encallecida. Brianna dejó al niño de pie y la tomó, les miró y vislumbró algo en sus rostros que no supo definir, permanecían en silencio, sin dejar de observarla. -No es más que una criatura -murmuró con los ojos cuajados de lágrimas-, no consentiré que se le haga daño a uno de mis niños. -Señora -los hombres postraron su rodilla y fueron ofreciéndole sus espadas con la empuñadura hacia ella, Brianna se sorprendió con aquel gesto, le estaban ofreciendo su lealtad y su protección. Niall meditaba en sus aposentos sobre los acontecimientos acaecidos aquella tarde, se sentó y estiró las piernas, juraría por su vida, que su esposa mintió para salvar a aquel pilluelo de los azotes que recibiría por robar, le sorprendió su gesto al defender al niño con tanta valentía, pero pensándolo fríamente se daba cuenta de la verdadera intención de Brianna, era muy astuta, sigilosa como una serpiente, iba ganando terreno y lo que era peor, conquistando a su gente, los hombres eran más civilizados en su presencia, las mujeres la respetaban por su sencillez, y cuando corriera la noticia de lo sucedido, todos le rendirían pleitesía. Sí, era muy hábil, tal vez no lo sería tanto si tuviera que sacrificar algo más que unas pocas lágrimas. Sonrió satisfecho, iba a demostrar a todos que esa mujer era una redomada mentirosa y pagaría por ello. El bullicioso salón repleto de hombres y mujeres se sumió en el silencio cuando Brianna entró, su esposo había ordenado que se presentara ante él, caminó entre la gente con la vista clavada en Niall, por una vez su amante no estaba junto a él. 13
  • 14. -¿Me habéis mandado llamar? -Así es -se levantó de la silla y apoyó las manos en la mesa, Brianna observó sus fuertes brazos y tragó saliva-, al parecer alguien más vio al pequeño ladronzuelo que con tanto ahínco defendisteis antes, lo que os deja en un mal lugar señora. -¿Qué queréis decir?- preguntó entrecerrando los ojos. -Decídmelo vos- contestó con una sonrisa ladeada. -Yo lo envié - replicó con determinación al ver lo que Niall pretendía. -¿Estáis segura? - se acercó a ella y se paseó a su alrededor, un suave olor a lavanda llegó hasta él. -Sí, lo estoy -le temblaron las rodillas. -Bien -a su señal, Liam apareció con un látigo en la mano-, es vuestra palabra, la palabra de una desconocida contra la de mi gente, personas en las que confío. Tenéis una oportunidad más señora. -No la necesito -le sorprendió la firmeza de su voz teniendo en cuenta lo asustada que estaba, ya que ese salvaje la iba a golpear-. Ese muchacho es inocente, yo lo envié. Un silbido cortó el silencio, a Brianna se le escapó todo el aire de los pulmones cuando el dolor le atravesó la espalda, se tambaleó y se apoyó en Niall un instante, lo suficiente para no caer al suelo, los ojos se le llenaron de lágrimas, abrió la boca tratando de respirar, cuando alzó la cabeza, lo único que veía era la ancha espalda de su esposo. -Maldita sea -gritó sosteniendo a Brianna tras él-. ¿Qué habéis hecho? -Pensé... -Liam enrolló el látigo en su mano-, es culpable. -¡Eso lo decido yo, no vos! -vociferó-. ¡Alejaos de mi vista, desapareced! Se giró hacia Brianna, las lágrimas resbalaban por sus pálidas mejillas, pero el odio que brillaba en sus ojos lo paralizó, la vio dar un paso tras otro alejándose de él, con el vestido rasgado y la sangre resbalando por su nívea espalda, apretó los puños, aquello no era culpa suya, quería que confesara, demostrar que era una farsante, pero sin causarle daño alguno, y la herida que atravesaba la espalda de aquella mujer le revolvía las tripas. Ella se volvió un instante, lo miró por encima del hombro con una frialdad que le heló el alma, antes de desaparecer, con la cabeza alta, entre las sombras. Los hombres y mujeres fueron abandonando el salón, apartando los ojos de él, clavándolos en el suelo o girándole el rostro. Niall lanzó una maldición, tomó su jarra de cerveza y la vació de un trago antes de estrellarla contra el muro. 14
  • 15. Capítulo 6 Niall se revolvió en la cama y golpeó el almohadón tratando de encontrar una postura cómoda. Desde hacía dos noches no lograba conciliar el sueño, cada vez que cerraba los ojos, en su mente aparecía la escena que se había producido en el salón. No podía dejar de ver la mirada de ella, tan fría, tan llena de odio…, pero lo que verdaderamente le llegó al alma fue ver el reproche, o peor aún, la censura en los ojos de su gente. Maldición, él no era culpable de que Liam la hubiese golpeado, se giró nuevamente en la cama, pero era inútil, no lograría dormir, apartó las pieles, saltó del lecho y tras ponerse el kilt abandonó apresuradamente la habitación. Anduvo sin rumbo por el oscuro corredor, cuando de repente se detuvo y alzó la vista, se encontró frente a la puerta de su esposa, tras unos segundos de vacilación alargó la mano, la abrió y entró en el dormitorio. Se acercó despacio, Brianna estaba tumbada de costado y dormía profundamente, tenía la espalda al descubierto y la larga herida cubierta por una densa crema. Se sentó con suavidad en la cama, tratando de no despertarla, sus ojos fueron atraídos hacia su rojo y espeso pelo, recogido por delante del hombro, un mechón se había escapado y no pudo evitar enredarlo entre sus dedos, lo lió alrededor del índice, era tan sedoso, ¿sería su blanca piel igual de suave?, necesitó comprobarlo, soltó con calma el mechón depositándolo nuevamente sobre el hombro y alargó la mano hacia ella, pero acabó retirándola antes de rozarla siquiera. "¿Qué diablos estás haciendo?" se recriminó a sí mismo poniéndose en pie, ahí estaba ella, con la espalda marcada y él excitándose sólo con pensar en tocar su piel. Cuando Brianna se removió en sueños, apartó la mirada de ella y salió de la estancia con el mismo sigilo con el que entró. Brianna despertó asustada y con un grito atrapado en su garganta, se incorporó y miró a su alrededor, gracias a la tenue luz del día que despuntaba, pudo ver que, como siempre, estaba sola. Trató de calmarse. No recordaba su sueño, pero el corazón le latía salvajemente y su cuerpo estaba tembloroso y cubierto por un sudor frío. Necesitaba salir y sentir como el aire fresco acariciaba su piel. Se levantó, humedeció un paño y lo pasó por su cuerpo para refrescarse un poco y se vistió rápidamente, dejó escapar un leve quejido cuando la tela rozó su espalda, la herida se encontraba mucho mejor, gracias a la crema que su madre -una excelente curandera- le enseñó a hacer de niña, apenas le dolía, excepto cuando la ropa le rozaba, echó los hombros hacia atrás, para evitarlo y salió al corredor. Al pasar junto a las cocinas recordó la conversación que unos días antes tuvo con Margaret, le habló de un estanque donde podría darse un baño y nadar. Abandonó el castillo antes de que los habitantes se levantaran para sus quehaceres diarios y se perdió entre las sombras. Caminó con una sonrisa en los labios, la idea de nadar era muy tentadora, a ella le encantaba, en su hogar iba a menudo con su hermano Duncan al lago, pero desde que estaba en Dà Teintean no había vuelto a hacerlo. Echaba de menos a su familia, su casa, su antigua vida... Pronto se vio rodeada por una gran cantidad de enormes robles y espléndidos alerces, un sendero apareció ante ella y al final de él, rodeado por una gran cantidad de arbustos y helechos, apareció el estanque. Sonriendo, se desvistió y se metió en él, un delicioso escalofrío la recorrió cuando el agua helada lamió su piel. El estanque no era muy profundo, pero si lo suficiente para sus propósitos. Cerró los ojos y se sumergió por completo. Cuando volvió a la superficie rió feliz, por un momento se quedó inmóvil, casi había olvidado como era el sonido de su propia risa, se puso en pie, levantó los brazos hacia el cielo y comenzó a dar vueltas riendo sin parar, se sentía libre por primera vez desde que estaba con los McInroy. Comenzó a nadar a lo largo del estanque. Cuando los primeros rayos del sol se filtraron entre los árboles, decidió flotar, cerró los ojos y disfrutó de su calor sobre la piel. No pudo volver a la cama, así que decidió que lo mejor era dar un paseo a caballo, un sonido extraño llegó a sus oídos, desmontó y corrió a ocultarse tras los arbustos, se puso alerta, tal vez se trataba de alguna incursión. Una muchacha estaba de pie con el agua hasta la cintura y reía. Ese sonido le cautivó. Cuando ella se dio la vuelta girando sobre sus pies y alzando los brazos, pudo ver 15
  • 16. su rostro. ¡Brianna! La visión de su cuerpo desnudo le inflamó la sangre haciendo que su pulso se acelerara y su respiración se agitara. Nunca antes había visto algo tan hermoso. Cuando ella comenzó a nadar, se incorporó y sigilosamente se acercó más para poder seguir observándola. Cuando se dejó flotar pudo contemplar de nuevo su cuerpo, su pelo ondulaba a su alrededor, algunos mechones se pegaban a su cremosa piel, sus redondeados pechos, mostraban unos pezones rosados y erectos, sus ojos se deslizaron por su vientre quedando atrapados en los rizos oscuros que anidaban entre sus largas piernas. Tragó saliva, su miembro que ya estaba duro como una roca, palpitó bajo su kilt. Ardía loco de deseo, ansiaba reunirse con ella, acariciar esos senos turgentes que se alzaban al cielo, cerrar la boca sobre aquellos pezones enhiestos, enterrar la cara entre aquellos rizos y deleitarse con su aroma y con su sabor. Envidió a los rayos de sol que comenzaban a acariciar su cuerpo, quería que fuesen sus manos las que recorrieran aquella piel, se moría de ganas por tocarla, llevó la mano a su palpitante y dolorosa erección, se desvistió y con cuidado se deslizó en el agua sin hacer ruido. Brianna se incorporó asustada perdiendo el equilibrio, cuando él apareció de repente justo a su lado, la asió con rapidez, sin decir una palabra la envolvió entre sus brazos y la atrajo hasta su cuerpo, ella, sobresaltada, se apoyó en su poderoso pecho. Niall, sin apartar la vista de sus enormes ojos, colocó una mano en su cintura y la otra en su nuca. Mientras acercaba su boca a la de ella, Brianna se fijó en el destello extraño de su mirada, ya no era azul como el cielo, ahora era del color de la amatista y brillaba con igual intensidad. La besó con violencia presionando sus labios sobre los de ella, buscando con su lengua el interior de su boca, pero Brianna los tenía firmemente apretados. Trató de separarse, empujándole y golpeándole el pecho, logrando que él interrumpiese el beso, pero no la distancia que necesitaba poner entre sus cuerpos. -¿Os hice daño? -preguntó al recordar la herida de su espalda. -No -susurró con la respiración agitada. -Bien -bajó la vista lentamente, posándola en sus tersos y erguidos pechos-. Sois muy hermosa. -Soltad... Ahogó sus palabras besándola con suavidad, su lengua se deslizó por su labio inferior antes de introducirla en la boca de Brianna, saboreándola a placer, disfrutando de su calidez, buscándola, deseando que respondiera a sus caricias. Cerró los ojos sorprendida, no sólo porque era su primer beso y por la ternura de Niall, sino por el extraño calor que le consumía las entrañas, haciendo que su cuerpo ardiera allí donde la tocaba o la miraba. Se agarró a su espalda pegándose a su cuerpo. Sus labios se deslizaron por su mandíbula hasta su cuello, Brianna echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados disfrutando de aquella nueva sensación. Niall movió una mano hasta llegar a uno de los pechos, rozó con la punta del pulgar su erecto pezón haciéndola estremecerse, apretándose más contra él. Alzó la vista para mirarla, tenía las mejillas sonrosadas y los labios ligeramente abiertos, era la imagen misma del placer. Ardía por la excitación y el deseo de poseerla, pero tenía que saborearla un poco más. Llevó sus labios al otro pecho y rodeó con su boca el terso pezón lamiéndolo suavemente. Brianna gimió y se retorció entre sus brazos, arqueó la espalda ofreciéndole sus senos, jamás imaginó que la boca de un hombre fuese tan caliente, que pudiese despertar esas sensaciones en ella. "Está mal" le gritó su mente, “un poco más”, le exigió su cuerpo. Su noche de bodas, el rostro de su amante, el doloroso y humillante latigazo que la marcó por vida…, aparecieron en su cabeza. Tenía que pararlo. Intentó separarse, pero él la sujetaba con fuerza, comenzó a empujarle, a retorcerse para liberarse de su abrazo. Niall la acercó más a su cuerpo mostrándole la magnitud de su excitación, antes de devorarle la boca con un apasionado beso. Debía alejarse de él. Sus dientes se cerraron alrededor de la lengua invasora. Se apartó soltando un exabrupto y la miró enfurecido. -¿Por qué hicisteis eso? -gruñó llevándose la mano a la boca. -Al parecer era el único modo de liberarme de vos -replicó sin apenas aliento, alzando la barbilla orgullosa. -Creí que estabais disfrutando tanto como yo -musitó con voz ronca mientras la recorría con lujuria. -Os equivocáis -le dio la espalda para evitar su ardiente mirada-. Marchaos. -¿Y dejaros sola? -preguntó mientras posaba las manos en sus hombros desnudos y le susurraba al 16
  • 17. oído, - ¿después de probar el sabor de vuestros labios y de catar la dulzura de vuestra piel? Nunca muchacha. Brianna se separó bruscamente, girándose ofendida. -Entonces me iré yo. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la ribera, pero no bien había dado un par de pasos, cuando unos fuertes brazos la alzaron en vilo. -¿Que estáis haciendo? -gritó indignada. -Dije que no os iba a dejar sola, ¿lo recordáis? -contestó con una sonrisa ladeada-, así que os acompaño. La depositó con calma en la orilla, junto a su ropa y permaneció a su lado, contemplándola con ojos hambrientos. -¿Podríais daros la vuelta para que pueda vestirme? -preguntó cubriéndose con su cabello y sus manos. -La vista es demasiado bella para perdérmela, señora. Lo fulminó con la mirada y apretó los dientes con rabia. Sin embargo y a pesar de la vergüenza que sentía, no pudo evitar fijarse en su magnífico cuerpo, los rizos oscuros de su amplio pecho estaban salpicados de pequeñas gotas de agua, que resbalaban hacia su firme vientre, sus dilatadas pupilas descansaron en su hinchada y enorme virilidad, erguida y lista para atacar, un escalofrío le recorrió la columna y un extraño fuego se instaló en su vientre. Alzó rápidamente la vista hacia su rostro, encontrándose con unos ojos brillantes y una amplia sonrisa. Se sonrojó hasta la raíz del cabello al sentirse descubierta, retiró la mirada cuando él con un leve movimiento, y arqueando una oscura ceja, señaló su vestido desafiándola a vestirse. "Maldito bastardo", si pensaba que iba a suplicar estaba muy equivocado, tragándose su pudor, bajó los brazos despacio y se agachó, mostrándole su cuerpo sin reparos, para recoger su ropa. Con deliberada lentitud comenzó a cubrirse, percibiendo como él seguía todos sus movimientos y el extraño calor resurgió en su interior. Cuando acabó, izó la vista y se quedó paralizada, los ojos de Niall centelleaban como antorchas y quemaban como tal, respiraba agitadamente, cuando comenzó a acercarse a ella, sintió miedo, parecía un animal salvaje dispuesto a devorar a su presa, dio un paso atrás pero él la apresó entre sus brazos, atrayéndola a su enorme y desnudo cuerpo. -¡No! -le gritó, apartando la cara para evitar el beso y poniéndole las manos en el tórax para impedir el acercamiento. -¿No? -preguntó irónicamente-. Soy vuestro esposo y se hará lo que yo quiera y cuando yo quiera. -Tendréis que forzarme entonces -dijo con la barbilla en alto-. Otra vez. Estuvo tentado a hacerlo, tumbarla en el suelo y poseerla, verla vestirse con esa calma lo enervó, incrementando en él el deseo de enterrarse dentro de ella y saciarse una y otra vez, de ese cuerpo ahora oculto, pero el recuerdo de aquella noche y su orgullosa altivez le impidieron hacerlo, la soltó a regañadientes. Brianna comenzó a alejarse de él. -No recuerdo haberos dado permiso para que os marchéis -recalcó abriendo las piernas y descansando sus manos en las caderas. Ella se giró para enfrentarlo y se encontró ante el dios celta Cernunnos, del que tanto hablaba su difunta madre, viril, majestuoso, dispuesto para dar y recibir placer, se le secó la boca ante la magnífica imagen que ofrecía su esposo. Se retorció las manos y esperó a ver si decía algo más, pero él la recorrió de arriba a abajo con lascivia, suspiró profundamente y se dio la vuelta dirección al estanque, se detuvo en la orilla, volteó la cabeza para mirarla una vez más y le dijo con voz grave. -No os mováis de ahí -acto seguido se zambulló en las tranquilas y frías aguas. 17
  • 18. Capítulo 7 Brianna llevaba algunos minutos de pie, cansada de esperar a que aquel hombre se decidiera a salir, tenía muchas cosas que hacer y estaba perdiendo el tiempo, ¿por qué debía quedarse ahí viéndole nadar?, ¿es que no tuvo suficiente con el baño de antes? Aún a riesgo provocar su ira, se dio la media vuelta y con tranquilidad comenzó a alejarse, casi había llegado a los grandes arbustos, cuando fue elevada por unos poderosos brazos, lanzó un chillido, mientras su esposo se la echaba al hombro. Durante un momento se quedó sin aliento. -¡Soltadme! ¡Dejadme en el suelo inmediatamente! -le voceó furiosa, a la vez que pataleaba y se retorcía. -Os dejé bien claro que no os movierais -gruñó. Brianna le tiró del pelo, le clavó las uñas tratando de escapar, él le dio un azote en las nalgas para que permaneciera quieta, gritó por la sorpresa, pues no le hizo daño, se enfadó al oír su carcajada, sin pensarlo clavó los dientes en su espalda. Su risa se cortó de golpe, lanzando una maldición, la dejó caer sobre la mullida hierba, ella alzó la cabeza y miró su rostro enfurecido, se puso en pie y acarició sus doloridas nalgas mientras él, señalándola con un dedo de forma amenazadora le dijo: -Por vuestro bien, no-os-mováis. Se dio la vuelta, para recoger su kilt de entre los matorrales y se lo colocó acercándose a ella, sin quitarle la vista de encima, cuando estuvo a su lado la tomó por la cintura y la depositó sobre el caballo, ignorando su exclamación de asombro, con un ágil salto se subió detrás de ella, rodeándola fuertemente con los brazos para impedir que se moviera. Brianna chilló de dolor tan pronto su espalda rozó su pecho. -Me hacéis daño. Aflojó ligeramente el abrazo, permitiéndole cambiar la postura, en cuanto lo hizo, volvió a atraerla hacia su cuerpo disfrutando del olor a limpio que desprendía su cabello, oscurecido ahora debido a la humedad. Brianna trató de alejarse un poco, el calor que desprendía su pecho estaba acelerando su respiración, pero no consiguió moverse ni un centímetro, dejó de intentarlo al notar una dura presión contra su muslo. Niall sonrió ante los vanos intentos de su esposa por apartarse de él. Estaba sorprendido, nunca se había encontrado con una mujer igual, tenía un endiablado carácter dentro de ese cuerpo tan menudo. Un cuerpo delicado y hermoso creado para el deleite, una dicha de la que quería gozar y que le fue negado, a él, que poseía todos los derechos sobre ella, que pudo haberla obligado con una simple orden y sin embargo, respetó sus deseos. Él no era así, jamás se privaba del placer que deseaba y cuando lo deseaba lo tomaba, mas con ella no ocurrió así, no fue capaz de tomarla a la fuerza por más que lo anhelara, meneó la cabeza molesto, su esposa estaba envolviéndolo bajo su embrujo, sí, eso era, no hallaba otra explicación. La sintió retorcerse entre sus brazos, intentando separarse de él, excitándolo de nuevo. "¡Maldita sea!", antes se había sumergido en las frías aguas intentando apagar el deseo que lo consumía, para acabar como al principio. Iría al encuentro de Muriel en cuanto llegara al castillo, no, en aquellos momentos a quien deseaba era a su esposa, se sorprendió de sus propios pensamientos. "Sin duda, esta muchacha me lanzó un hechizo" pensó moviéndose para coger una postura más cómoda, sin mucha suerte. En cuanto llegaron al castillo, desmontó y la ayudó a bajar, lentamente, restregándola contra su cuerpo, para que sintiera su dureza. Se miraron fijamente con las respiraciones agitadas. -Como os gusta tanto morderme, quizá más tarde os permita hacerlo otra vez -susurró junto a su oído, con voz ronca. Brianna se sonrojó profundamente, se separó de él dedicándole una mirada furiosa y se alejó con pasos rápidos hacia el interior del castillo. 18
  • 19. Niall lanzó una carcajada y se quedó ahí, viéndola marchar, cuando desapareció de su vista fue hacia las cuadras con una amplia sonrisa, no se percató de la figura que los observaba desde lo alto, ni del odio que se reflejaba en aquellos ojos que lo vigilaban sin parpadear. Tras abandonar a Niall, Brianna se dirigió a sus dependencias, en el gran salón se encontró de frente con Liam, que como siempre le lanzó esa extraña mirada lujuriosa que tanto la irritaba, pero lo ignoró y prosiguió su camino. Apenas cerró la puerta, corrió y se tumbó boca abajo en el lecho, estaba confundida, ¿cómo le habían afectado tanto los besos y caricias de su esposo? Se llevó los dedos a los hinchados labios, le gustó tanto como la besó, con ímpetu y con ternura, y ella estuvo a punto de claudicar y responderle, recordó su ardiente y húmeda boca sobre su pezón, sus largos y callosos dedos acariciando su piel, despertando en ella sensaciones desconocidas, volvió a inundarla ese calor estremeciéndola, le había gustado tanto que él la tocara de aquel modo, que creyó desmayarse por la impresión, a duras penas se había sostenido en pie, si no hubiese sido por que Niall la mantenía entre sus fuertes brazos, hubiese caído. Apretó los muslos tratando de aliviar el extraño anhelo que le quemaba entre las piernas. ¡Santo Cielo!, ¿qué le estaba pasando? Ese hombre no había hecho más que humillarla y lastimarla desde que llegó y sin embargo no lograba dejar de pensar en su abrasadora boca, en sus ásperas manos vagando por su cuerpo. Cerró los ojos e imaginó que él la tocaba allí donde se sentía mojada y dolorida, un gemido involuntario escapó de su garganta. Tan pronto como ordenó que atendieran y alimentaran a su caballo, Niall se encaminó hacia el gran salón, se acercó a Muriel que bordaba junto a una ventana, ella levantó la cabeza y le sonrió. Sin mediar una palabra la agarró por los hombros, la puso en pie y se fundieron en un apasionado beso. El bastidor cayó al suelo con un sonido sordo cuando ella entrelazó los brazos alrededor de su cuello. -Amor mío -susurró Niall mordiéndole tiernamente el lóbulo de la oreja-, os deseo. -Y yo a vos -contestó con voz dulce, acariciando su nuca-. ¿Dónde habéis estado? -Salí a cabalgar –murmuró sobre su cuello antes de lamerlo-. Venid, subamos. La tomó en volandas, dispuesto a salir hacia sus aposentos para yacer entre los amorosos brazos de Muriel, cuando la voz alterada de Margaret lo detuvo. -Mi señor -la mujer bajó la cabeza avergonzada, -, excusadme, pero… -Espero que sea algo importante -depositó a Muriel en el suelo, pero la mantuvo pegada a su cuerpo-. Hablad de una vez. -Sí, mi señor -dijo Margaret sin levantar los ojos-, tenéis una visita, ha llegado… -Luego -la interrumpió entrelazando sus dedos con los de Muriel-, atendedlo, recibiré después a quien sea. -Lo lamento por vos, Lobo -replicó una grave y profunda voz desde el umbral. Niall examinó a aquel hombre, una enorme sonrisa se dibujó en sus labios, soltó a Muriel y se acercó hasta él, fundiéndose ambos en un largo abrazo. -Maldito seáis Aldair McRea -profirió Niall sosteniéndolo por los antebrazos sin dejar de sonreír-. Cuanto tiempo. -Si, demasiado, pero no me olvido de los viejos amigos -apartó la vista de él y la fijó en la mujer, que permanecía parada en el centro de la sala-, dejadme saludar a vuestra… cuñada. Aldair fue sonriendo hasta ella, tan bella, tan dulce, tan elegante con aquel vestido azul pavo que realzaba su figura, ella lo miró un momento y bajó las pestañas con delicadeza. Esa mujer era toda dulzura, la virtud personificada para quien no la conociera, porque no era un secreto, que a las pocas semanas de enviudar, ya retozaba en brazos de su cuñado. Aldair tomó su mano y se inclinó. -Es un placer volver a veros mi señora -dijo llevando la mano a sus labios-, estáis como siempre, bellísima. -Sois muy amable -ella levantó los ojos y le dedicó una coqueta sonrisa-, vos siempre tan adulador. -Sólo os hago justicia. -Os quedaréis unos días entre nosotros ¿verdad? -Sí, esa es mi intención -Aldair miró a Niall-. Tengo que hablar con vos. 19
  • 20. -Hablaremos más tarde, ahora descansad -señaló él sin dejar de sonreír-, haré que os dispongan un cuarto, comed algo y refrescaos del largo viaje. 20
  • 21. Capítulo 8 El alboroto que llegaba desde el pasillo sacó a Brianna de sus pensamientos, se encaminó hacia la puerta para ver que estaba ocurriendo. Algunas mujeres corrían con premura, portando velas, toallas y ropa de cama entre sus brazos. -¿Qué sucede? -preguntó a una de ellas, que llevaba una jofaina y una jarra con agua. -Acaba de llegar una visita, señora -respondió la mujer apresurada-, un amigo del Laird, estamos disponiendo un cuarto. Brianna regresó a su alcoba, se aseó y cambió su vestido por uno limpio, cepilló y trenzó su pelo y se dispuso a bajar, a pesar de que nadie le advirtiera de la llegada de esa visita, era la señora del castillo y si había un invitado entre sus muros, debía ofrecerle una bienvenida como era debido. Le brindaría comida y cerveza fresca si nadie lo había hecho ya. Iba tan concentrada en lo que debía hacer, que no reparó en el hombre que se acercaba hasta ella. Aldair se dirigía a sus aposentos, no precisaba que lo acompañasen, conocía la fortaleza, Niall y él eran amigos desde niños, pasó semanas enteras allí, correteando entre aquellas piedras, disfrutando de los juegos y de la compañía de Aidan y Niall. Se detuvo en seco cuando la vio. Una hermosa mujer caminaba en su dirección, pero no parecía haberse percatado de su presencia. Era menuda, iba ataviada con una túnica blanca con ribetes rojos en su cuello y en las mangas, un fino cinturón descansaba sobre sus redondeadas caderas, una trenza gruesa y roja como el fuego le caía sobre el hombro hasta la estrecha cintura, sus senos se apretaban contra la tela del vestido, una punzada de deseo lo recorrió. ¿Quién era esa encantadora ninfa? Brianna levantó la vista, sobresaltándose ante el hombre que estaba frente a ella mirándola fijamente, una exclamación escapó de su boca. Observó al desconocido, era alto, casi tanto como su esposo, el pelo castaño le caía sobre unos hombros anchos y fuertes igual que sus brazos, su torso estaba surcado por unos definidos músculos lo mismo que su vientre, se fijó en la cicatriz que había en su costado derecho y que le llegaba cerca del ombligo, no supo identificar el colorido rojo, verde y amarillo de su kilt, sus piernas abiertas dejaban a la vista unas poderosas pantorrillas, levantó la cabeza lentamente, su cuello era fuerte y una vena latía incesantemente en él, su mentón cuadrado, unos labios generosos, una nariz perfecta y unos ojos verdes..., abrió los suyos y dio un paso atrás, unos ojos verdes de un tono claro y que lanzaban fuego, se alejó dando otro paso asustada. -Señora -se acercó pausadamente acortando la distancia, deslumbrado por la belleza de aquella mujer-, mi nombre es Aldair McRea, a vuestro servicio. -Yo... -se estremeció al sentir esa mirada, desprendía el mismo ardor que la de Niall en el estanque-, Brianna, mi nombre… es… Brianna. -Brianna -murmuró Aldair cerrando los ojos y aspirando el suave aroma a flores que desprendía, era preciosa y olía como los ángeles. La sujetó por la cintura, la apretó contra él y la besó. Brianna se agarró a sus antebrazos sorprendida, su piel estaba caliente y sus músculos eran sólidos bajo sus dedos. Sintió sus labios presionar sobre los de ella, cerró los ojos y abrió la boca, la lengua de él buscó la suya, con timidez fue a su encuentro. Aldair sólo sabía que necesitaba besarla, abrazarla, la sujetó con más firmeza y la besó profundamente, notó su tensión, la presión de sus dedos y como poco a poco fue relajándose entre sus brazos, disfrutó del calor que desprendía su cuerpo, de la calidez de su boca. Niall dejó a una disgustada Muriel en el salón, se encaminó hacia los aposentos de su amigo para ver si estaba dispuesto todo a su gusto, lo vislumbró al final del corredor, abrazando y besando a una muchacha, meneó la cabeza ligeramente mientras una pequeña sonrisa curvaba sus labios, era un hombre apuesto, y el que apenas llevase unos minutos en el castillo y ya hubiese conseguido una mujer que calentase su cama, no le supuso ninguna sorpresa, asintió satisfecho. Se le borró la sonrisa cuando vio como Aldair enredaba la gruesa trenza roja alrededor de su mano, para seguir besando a aquella hembra. Una rabia fría e implacable lo poseyó, cerró los puños clavándose las uñas en las palmas mientras su sangre bullía por la furia. Maldita sea, su esposa besaba con abandono a su amigo, que la 21
  • 22. envolvía entre sus brazos. -¡Soltadla! -el grito le salió desde lo más profundo de sus entrañas. Brianna se separó del abrazo con brusquedad, un chillido escapó de su garganta llevándose las manos a la boca, Aldair se posicionó delante de ella para protegerla. -¿Qué ocurre? -le lanzó una de sus socarronas sonrisas. Niall avanzó enfurecido hacia ellos, agarró el brazo de Brianna y la sacó de detrás de Aldair de un tirón, la ira que destilaban sus ojos hizo que se encogiese aterrorizada, apretaba con tanta fuerza los dedos en su tierna carne que creía que iba a romperle los huesos, pero mantuvo la boca cerrada. -Id a vuestro cuarto -exigió-, luego hablaré con vos. -Pero... -Brianna alzó los hombros en un alarde de valentía. -¡Ahora! -vio lágrimas en sus ojos, lo que le encolerizó aún más. -Ya basta -intervino Aldair. -¡Ahora Brianna! -repitió soltándola bruscamente, ella se dio la vuelta y echó a correr por el pasillo, con la vista nublada por el llanto. -¿Os habéis vuelto loco? –preguntó Aldair incrédulo por la escena que acababa de presenciar-, es sólo una muchacha y la habéis asustado. -Jamás -Niall lo amenazó cerrando el puño frente a su rostro-. Jamás volváis a rozar un solo cabello a mí esposa. -¿Vuestra esposa? -susurró abriendo los ojos desconcertado, sin poder creer lo que le dijo. Estaba tan sorprendido por lo que acababa de descubrir, que no se percató cuando Niall giró sobre sus pasos y desapareció entre las sombras. Tardó unos segundos en asimilar la noticia y darse cuenta que había besado a la señora del castillo. ¿Cuándo se habría celebrado el enlace?, ¿por qué accedió a casarse con aquella mujer estando enamorado de Muriel?, se mesó el cabello y caminó pensativo a sus aposentos, a pesar de los años que conocía a Niall, nunca antes le había visto así por una mujer, si hasta por un momento pensó que le haría tragar su puño, claro que si él tuviese a esa hermosa mujer por esposa, no permitiría que nadie la mirase siquiera. De repente, un extraño pensamiento cruzó por su mente y sin poderlo evitar, una carcajada salió con fuerza de su pecho e inundó el solitario pasillo. Brianna se encerró en su alcoba, estaba muy avergonzada, no pretendía responder al beso de ese tal Aldair, cuando él la atrajo hasta su cuerpo, debió separarlo de un empellón, pero la curiosidad por saber si lo que sintió con Niall en el estanque era algo que siempre pasaba cuando un hombre besaba a una mujer, fue superior a ella y para su desconcierto, descubrió que no era así. Le gustó como Aldair McRea la tocó y apretó contra él, como deslizó la lengua en su boca…, pero su cuerpo no había ardido en llamas, su piel no se encendió con su contacto, no faltó el aire en sus pulmones, ni su entrepierna se había humedecido anhelando que él siguiera tocándola, como cuando su esposo la tomó entre sus brazos y la besó. Se paseó inquieta por su habitación, ¿por qué le afectaban tanto las caricias de Niall y tan poco las de Aldair? La respuesta se abrió paso en su mente como un vendaval, deseo, se detuvo en seco, había oído a las muchachas, entre risas tontas hablar de él, aunque nunca hasta aquel momento lo había sentido. Dios Santo, deseaba a su esposo. Negó con la cabeza, era imposible, ¿cómo podía desear a un hombre que la odiaba, que tenía a otra mujer ocupando su lugar?, ¿un hombre que la humillaba constantemente sin ningún pesar?, no alcanzaba a comprenderlo, pero la realidad era que no le importaría volver a sentir todo aquello de nuevo. Niall recorría la muralla con largas y fuertes zancadas, debía atemperarse antes de visitar a su esposa o sencillamente la estrangularía. ¿Cómo osó a hacer algo así? Maldita sea, estaba en brazos de Aldair, entregada a su beso, cuando a él, que era su dueño y señor, le negó lo que por derecho le pertenecía e incluso tuvo la audacia de morderlo. Volvió a cerrar los puños y la cólera inundó su cuerpo, ¿es qué aquella mujer no sabía a quien pertenecía para comportarse como una vulgar buscona? Por todos los demonios, a él le importaba bien poco Brianna, y por mucho que lo hubiese excitado el verla desnuda en el estanque, como una diosa pagana con los brazos alzados al cielo, por mucho que esa imagen no cesase de perseguirlo, manteniéndolo excitado y dolorido, no le iba a consentir que se burlara de él. Una suave brisa le acarició el rostro, cerró los ojos y respiró hondo, expulsó el aire lentamente, cuando 22
  • 23. los abrió se encaminó con paso decidido al interior del castillo. Con él no jugaba nadie, y más le valía a esa pequeña insolente hacerse a la idea de una vez por todas, si en algo apreciaba su vida. 23
  • 24. Capítulo 9 Brianna se paseaba nerviosa retorciéndose las manos, mientras miraba continuamente la puerta de su alcoba, él iba a entrar de un momento a otro, estaba segura, se lo advirtió y por la furia que reflejaba su cara, no dudó de ello. El miedo le atenazó el estómago y la angustia por lo que él podría hacerle la hizo temblar de pánico, ¿qué le haría esta vez ese salvaje sin escrúpulos?, ¿la golpearía?, ¿la encerraría?, un sollozo escapó de sus labios pensando en toda clase de torturas, él podría hacerle cualquier cosa, incluso matarla y estaría en su derecho. La puerta se abrió de un empellón, ella alzó los ojos llenos de terror y los clavó en los de su marido, un extraño brillo violeta refulgía en ellos. Aunque trató de calmarse, Niall entró en el cuarto furioso, iba dispuesto a exigirle una explicación, pero se detuvo al ver el terror y la palidez de su rostro, cerró la puerta tras de sí y le recorrió el cuerpo con la vista, se retorcía las manos nerviosa. Advirtió como su miembro se alzaba al recordar lo que se ocultaba debajo de aquel recatado atuendo. -Señor -murmuró suavemente mientras daba un paso atrás-, lo que visteis... -Callad -dijo acercándose a ella hasta que apenas los separaban unos centímetros-, de eso hablaremos después. Alzó una mano para acariciar aquella pálida piel, pretendía borrar el miedo de su hermoso semblante, pero ella se encogió y trató de cubrirse la cara con las manos, Niall se detuvo incrédulo ¿creía que iba a golpearla?, ¿qué clase de hombre pensaba esa mujer que era él? -Maldita sea -exclamó agarrándola por las muñecas y atrayéndola hacia él, bajó la cabeza y buscó sus labios con violencia. Brianna ahogó un gritó cuando lo vio alzar la mano hacia su rostro, cerró los ojos y se cubrió esperando el golpe que nunca llegó, sus grandes manos la atraparon y la acercaron hasta su duro cuerpo, sintió sus labios presionar sobre los suyos, su lengua tanteando su comisura, sus manos acariciando su nuca y su cintura. El calor fue llenando cada una de sus células poco a poco y entreabrió los labios dándole un total acceso a su boca, gimió cuando le acarició el paladar, cuando su lengua rozó la suya, y lo buscó, tímidamente imitó los movimientos que él hacía, enlazándola, rozándola, lamiéndola. Sus pezones se endurecieron al instante y el roce con la tela del vestido le resultó insoportable, se frotó contra él tratando de aliviar el ansia que la consumía. Niall la sujetó por las nalgas con ambas manos mientras profundizaba el beso, haciéndole sentir contra su vientre su gruesa e hinchada verga, fue subiendo la mano lentamente por su costado hasta aprisionar su seno en ella, Brianna abrió los ojos cuando lo apretó suavemente, pero volvió a abandonarse al beso aferrándose a su espalda, jadeó cuando el pulgar de él rozó su dolorido pezón por encima de la tela y se arqueó buscando más. Niall se estaba volviendo loco, ella lo estaba volviendo loco, esperaba su rechazo, pero no aquella apasionada respuesta por su parte, cuando sintió su suaves labios abrirse bajo los suyos y sus tímidas caricias, creyó que se iba a verter como un muchacho inexperto. Lo llenó de satisfacción que Brianna no supiese besar, que fuera tan inocente como un recién nacido y que temblase en sus brazos como una hoja. Su deseo aumentó varios grados cuando la sintió frotarse contra él, con sólo tocarla por encima del vestido había conseguido prácticamente llevarlo al límite, pero él era un guerrero y se aferraba a su autocontrol con uñas y dientes. La quería desnuda entre sus brazos, retorciéndose debajo de su cuerpo, quería hundirse en ella hasta el fondo, oírla gemir su nombre y entonces, sólo entonces derramaría su simiente. La separó de su cuerpo, los ojos de Brianna estaban turbios, velados por el deseo que a él también lo consumía. -Soltaos el cabello -musitó con voz ronca. Brianna tomó su larga trenza y empezó a deshacerla con dedos temblorosos, Niall la observaba con la respiración acelerada, cuando por fin quedó suelto, él acarició sus suaves mechones y los peinó. Volvió a besarla con codicia, ella le respondió con más decisión, sus ardientes labios recorrieron su mandíbula y descendieron por su terso cuello. Le bajó la tela de sus hombros y depositó cálidos besos en ellos, lamió sus clavículas y con las manos fue apartando la tela de su vestido, depositando abrasadores besos en cada porción de piel que quedaba al descubierto. Brianna gimió cuando él rodeó con la lengua 24
  • 25. uno de sus pezones, alzó el torso buscando su boca, sus huesos estaban blandos y en su mente no había más que la necesidad de que él siguiera haciéndole aquello, su universo se centraba en el placer que él le estaba proporcionando, era lo único que importaba. Niall acabó de desvestirla, devoró el bello cuerpo de su esposa, cada curva, cada porción de piel, fijó sus ojos en los rojizos rizos que se encontraban entre sus apretados muslos, su dolorido miembro palpitó en su entrepierna, se arrancó el kilt y lo lanzó al suelo junto al vestido. La izó en volandas y la depositó en la cama, Brianna se quejó al sentir el roce en su espalda y Niall rápidamente la puso de costado, se tumbó despacio junto a ella. Lamió el pulso que latía en su garganta y la oyó gemir. Bajó la mano hasta su muslo y pasó lentamente las yemas de los dedos, casi sin rozarla, ella se estremeció abrazándose a su espalda y recorriéndola suavemente con las uñas, haciendo que sus fuertes músculos se tensaran. Brianna estaba tan abandonada al placer que apenas podía respirar, le gustaba tocarlo, sentir su calor, como se tensaban sus músculos cuando le acariciaba la espalda, era tan maravilloso lo que estaba sintiendo que parecía irreal. Cerró los ojos para disfrutar de todo aquello y no se permitió abrirlos por temor a estar soñando. -Abrid las piernas -dijo con la voz rota por el deseo. La voz de Niall le llegaba lejana, como una caricia, "abrid las piernas", cuando consiguió entender su mensaje, se tensó, todo su cuerpo se reveló ante la orden, el placer se esfumó dejando paso al pánico al recordar que eso mismo ya se lo había pedido una vez. El dolor, Dios Santo, no podría soportarlo otra vez, por mucho que deseara a Niall sería incapaz de aguantar ese dolor tan intenso. Sus músculos se pusieron tan rígidos que aunque quería apartarlo, le fue imposible mover las manos. -No... -sollozó-, no... puedo. Niall buscó sus ojos, todo destello de pasión y deseo habían desaparecido de ellos, Brianna estaba inmóvil, las pequeñas manos se crispaban en su espalda clavándole las uñas, estaba asustada y él conocía la causa, la brutalidad con que la había tomado la noche de sus esponsales. -No os haré daño -musitó antes de besarla, ella no reaccionó, se dejó besar y tocar. Niall comenzó a incorporarse, no la quería así, fría y atemorizada. ¡Por todos los diablos!, lo que más deseaba en ese momento era poseerla, pero no iba a forzarla, no después de haberla sentido entregarse a sus besos y temblar entre sus brazos, Brianna era apasionada y él quería esa pasión, no se conformaría con menos. Brianna lo vio levantarse, sus manos se deslizaron por sus anchos hombros mientras se separaba de ella. Dudó, su cabeza deseaba que se alejara, pero su cuerpo necesitaba que se quedara. Le había dicho que no le haría daño y ella estaba dispuesta a creerlo, si le había mentido jamás volvería a tocarla, por muy placentero que fueran sus besos y sus caricias. Posó con indecisión la mano sobre su espalda, deteniéndole con ese gesto. -¿Lo juráis? -preguntó titubeante. -Os lo juro -giró la cabeza percibiendo la lucha interior que ella mantenía-. Confiad en mí. Volvió a tumbarse a su lado, tomando con delicadeza su rostro entre las manos, la besó despacio, con sosiego, notó como el cálido cuerpo de ella se relajaba de nuevo, como volvía a ser maleable bajo su boca. Le iba a costar la vida misma contenerse, mantener el salvaje deseo que lo consumía a raya, pero lo haría por ella, lo haría por ambos. Lentamente sus dedos recorrieron la sedosa piel de su pierna, su boca descendió por su cuello y su hombro hasta su pecho, lo atrapó delicadamente, demorándose en lamer el precioso y endurecido pezón, Brianna clavó las uñas en la espalda, retorciéndose junto a él. Vacilante acarició sus rojizos rizos y ella le respondió abriéndose un poco, Niall cogió con suavidad su pierna derecha y la colocó encima de su cadera para tener mejor acceso, fue abriéndose paso, con toda la calma que era capaz, entre los pliegues de su sexo, jadeó al sentir su humedad en los dedos, masajeó su clítoris en pequeños círculos lentamente, ella alzó las caderas contra sus ásperos dedos y se abrió más a él mordiéndose los labios para controlar el grito que escapaba de su garganta. 25
  • 26. -¿Os gusta? -su voz era tan ronca que apenas la reconoció. -Sí... sí -balbuceó mientras el largo dedo corazón de él se introducía en ella-. Oh...Dios. Su resistencia estaba llegando al final, no podía esperar mucho más, estaba lista para recibirlo y él necesitaba entrar en Brianna. La acercó más y giró con ella, poniéndola a horcajadas encima de él. Lo miró sorprendida y con la respiración entrecortada. La alzó un poco, tomó su miembro con la mano y lo guió hasta la húmeda y ardiente entrada, sujetó sus caderas y la guió hacia abajo, presionando y penetrándola apenas unos centímetros, apretó los dientes mientras pequeñas gotas de sudor perlaban su frente, y empujó un poco más. Brianna apretó los ojos con fuerza, preparándose para sentir el dolor, pero este nunca llegó, sintió una leve presión y como aquella parte de su cuerpo se dilataba para recibirlo, al principio fue una sensación extraña y de pronto necesitó más, bajó las caderas introduciéndolo más en su cuerpo, él volvió a lanzar un envite algo más fuerte esta vez, se sintió llena. Se removió inquieta cuando Niall retrocedió, pero en un instante la llenó de nuevo. Agarrada por sus caderas, mientras él alzaba y retiraba las suyas encontraron la cadencia que pronto los tuvo a ambos gimiendo. Niall ahuecó una mano sobre uno de sus pechos, deslizando el pulgar sobre su erecto pezón, la otra la dirigió hacia su hinchado centro, frotándolo mientras Brianna lo cabalgaba gimiendo. Se vio envuelta de pronto en una espiral que la arrastraba, que tiraba de ella, comenzó a temblar descontroladamente cuando oleadas de placer la recorrieron desde el mismo centro de su ser expandiéndose por todo su cuerpo, dejándola débil. Jadeó cuando Brianna llegó a la cima arrastrándolo con ella, se arqueó violentamente y se derramó en su interior gritando su nombre. Se dejó caer sin fuerzas sobre el pecho de él, alzó la cabeza cuando logró regular su respiración, encontrándose con su sonriente mirada. Niall contemplaba embelesado a su esposa, con el cabello revuelto y la piel sonrosada era la imagen misma de la satisfacción. Nunca pensó que las cosas serían de ese modo, cuando la penetró sintió la seda de su interior, apretándolo una y otra vez hasta acabar vaciándolo por completo. Brianna levantó la mano y le acarició la cicatriz que cruzaba su mejilla. -¿Os encontráis bien? -preguntó perdiéndose en sus brillantes ojos. -Sí -contestó estremeciéndose al sentir sus dedos sobre su piel. -¿Os hice daño? -depositó un besó en su frente. -No -sonrió-, fue... fue bonito. -¿Bonito? -soltó una carcajada-, yo diría que fue algo más que bonito, señora. -Para mí fue bonito -murmuró enredando los dedos entre el vello oscuro de su tórax, sintiéndolo temblar-, la otra vez fue horrible... -Olvidaos de la otra vez Brianna -le interrumpió atrapándole la mano-, estaba borracho y yo... -Esposo -la miró, en sus ojos refulgía ese brillo que la fascinaba y la asustaba al mismo tiempo. -¿Sí? -preguntó mientras se llenaba la mano con uno de sus pechos. -¿Podríamos volver a hacerlo otra vez? -se sonrojó de pies a cabeza. Con una sonrisa burlona la liberó de su abrazo, la alzó y de una potente embestida la llenó por completo. 26
  • 27. Capítulo 10 Niall abrió los ojos lentamente mientras se estiraba completamente relajado. Por un segundo se sintió desorientado, hasta que se giró y vio la espléndida melena roja de su esposa desparramada en la almohada. "Brianna" pensó, se puso de lado y acarició su hermoso pelo, siempre se sorprendía de su suavidad y de que el fuego que desprendía no le quemase los dedos. Apartó el cabello para besar los pequeños rizos que se formaban en su nuca, entre tanto, la excitación lo iba invadiendo hasta tal punto que su miembro ya estaba totalmente erecto. Yacer con ella no sólo había resultado una experiencia realmente placentera, sino gratamente sorprendente, jamás hubiese imaginado que su pequeña esposa guardara tanta pasión en su interior. Cuando confió en él y se entregó al placer, lo arrastró por un mundo desconocido haciéndole sentir algo tan nuevo que llegó a abrumarlo. Pasó el brazo por su cintura acercando sus nalgas a su hinchada verga, comenzó restregarse contra ella, de sus labios salió un ronco gemido. Había perdido la cuenta de las veces que juntos alcanzaron la cima. Al recordarla montándolo jadeante, con el rostro sonrosado por el éxtasis, su pene palpitó, no lo dudó un instante, tenía que poseerla, hacerla suya una vez más. Descendió la mano por su vientre hasta llegar a su monte de Venus, separó sus rizos y buscó entre los pliegues su clítoris encontrándola mojada, sonrió con malicia, lo frotó y tiró suavemente de él, provocando que ella soltara un pequeño jadeo. Su cuerpo estaba derritiéndose bajo un fuego abrasador y sólo podía moverse para acercarse cada vez más a ese calor que la devoraba. Despertó bruscamente con un grito en su garganta, para descubrir que lo que estaba haciendo arder su cuerpo, eran los largos y hábiles dedos de su esposo. Se acercó más a él, retorciéndose de placer. -Me place que despertéis ansiosa de las caricias de vuestro esposo -dijo con un tono burlón, ella le respondió ondulando sus caderas para conseguir más fricción, él aumentó la presión del movimiento sobre su trémula carne. No pudo reprimir una sonrisa de satisfacción cuando la oyó lanzar un fuerte gemido. Niall introdujo dos dedos en su abrasadora humedad y comenzó a sacarlos y a meterlos lentamente, las caderas de Brianna se mecieron sensualmente y sus nalgas se frotaron contra él con desesperación, apenas podía respirar loca de deseo por sentirlo en su interior. -Niall, por... favor -le suplicó con un hilo de voz. Oírle pronunciar su nombre, con la voz quebrada por el placer, le provocó un fuerte estremecimiento. Quería volver oírselo decir. -Repetidlo -susurró aumentando el ritmo de sus dedos-, decid mi nombre de nuevo. -Niall...Niall... -musitó casi al borde del orgasmo. Cogió su pierna y la alzó, doblándosela con cuidado por encima de su cintura, dejándola abierta para él, agarró su miembro y lo dirigió a su resbaladiza hendidura, empujó con fuerza y comenzó a embestirla salvajemente, entraba y salía de ella rápidamente, estaba fuera de sí. Brianna se agarró a las sábanas mientras la llenaba una y otra vez, llevándole a la cúspide del mundo con sus envites profundos. Cogió su barbilla haciéndole girar la cabeza, capturando con la boca sus gritos de pasión y besándola con voracidad, deslizó los dedos por su cuello, su pulso latía alocadamente, bajó a la tersa curva de su pecho y le frotó el pezón con el dedo índice y el pulgar, hasta dejarlo duro y erecto. Brianna se convulsionó gritando su nombre y él, con un fuerte gemido, empujando con embestidas cortas y rápidas, se derramó en su interior. Volvió a besarla de nuevo, atrapando su lengua y sus labios. Su orgullosa esposa al fin había sucumbido a su dueño y señor. Brianna era suya. Se separó de ella satisfecho, salió de la cama, tomó su ropa y se vistió, sin dedicarle una mirada fue hacia la puerta decidido a irse sin más, antes de salir, volteó la cabeza, Brianna lo observaba, en sus grandes ojos aún relucían los restos de la pasión vivida. Le sonrió y ella le recompensó con una dulce 27
  • 28. mirada. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para salir, le hubiese gustado quedarse en aquella cama, pero era el Laird y tenía otras obligaciones que atender. Apenas él hubo salido, Brianna se estiró en el lecho, una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro, era completamente feliz, le temblaba el cuerpo por las sensaciones que su esposo le hizo sentir, el hombre frío y arrogante se convirtió en uno dulce y tierno, incluso se preocupó de no hacerle daño en la espalda, recordó las posturas en que habían hecho el amor y se sonrojó. Apartó las pieles y se levantó, las rodillas se le doblaron cayendo de nuevo en la cama, se incorporó de nuevo. Sentía un leve escozor entre las piernas, así que caminó hasta la jofaina y humedeció un paño en el agua fresca para aliviarse. Desvió la mirada hacia el revuelto lecho, trataría de no pensar en lo que había ocurrido entre aquellas sábanas o pasaría el resto del día sonrojada, aunque estaba segura que su cabeza la torturaría durante horas, con los retazos de la pasión que su vigoroso esposo le había procurado. Niall fue en busca de su amigo, Aldair llegó al castillo con el fin de tratar un asunto con él, y de eso hacía horas. Al no encontrarle en sus aposentos se dirigió al salón y allí estaba, hablando con Muriel. No se atrevió a mirar a la cara a la mujer que le sonreía con adoración, sintió una punzada de culpa por haberla traicionado, pero por mucho que la amase, estaba seguro que volvería a ir al lecho de Brianna. No sabía si era el hechizo de su melena o el embrujo de su pasión lo que le había fascinado, sus labios se curvaron levemente hacia arriba recordando todos y cada uno de sus encantos, estaba deseando tenerlos de nuevo entre las manos. -Vaya, al fin aparecéis -dijo su amigo con una sonrisa burlona-, os habéis perdido una magnífica comida y un poco más, y hubiese ocurrido lo mismo con la cena. Niall le fulminó con la mirada instándolo a mantener la boca cerrada, provocando que Aldair soltase una risa mal disimulada en forma de tos. Ignorándole, se acercó a Muriel y se sentó a su lado. -¿Por casualidad habéis visto a vuestra esposa?, al parecer ella también perdió el apetito -le preguntó mordiéndose los labios para evitar reírse al verle fruncir el ceño, estaba disfrutando de lo lindo poniendo en apuros a su amigo, aunque por la iracunda mirada que acababa de lanzarle, era más prudente callarse o sería hombre muerto. La mirada que Muriel les dedicó antes de agachar la cabeza para seguir con sus bordados, no le gustó, tal vez por el angustioso y extraño brillo que se reflejaba en ellos. -No, no la he visto -mintió con los dientes apretados y con una voz que prometía venganza-. Creí que habíais venido para tratar un asunto conmigo, no a preocuparos por mis comidas. -En efecto, eso es lo que me trajo hasta aquí, pero sois mi amigo y me preocupo por vuestra salud -replicó poniéndose de pie-. Quizá debamos salir fuera a que nos de el aire, por lo menos a vos parece que os hace falta-, se despidió de Muriel con un breve gesto de la cabeza y echó a andar-, tantas horas encerrado... -, no pudo evitar decir esto último en voz muy baja. Niall le dio un fugaz beso en la mejilla a Muriel y salió detrás de Aldair, agradecido por el silencio de ella durante toda la conversación, porque no sabía que le iba a decir, aunque estaba seguro que le preguntaría por qué no había aparecido a la hora al almuerzo. -Os he oído -dijo dándole un puñetazo en el hombro cuando se puso a su altura, lo que hizo perder el pie a Aldair, pero no logró hacerle caer, para fastidio de Niall. Tan pronto quedaron a solas, todo atisbo de humor desapareció del rostro de Aldair. Niall se percató de ello y supo que lo que había llevado a su amigo hasta sus tierras era algo muy importante, se sentó y esperó a que le dijera el motivo de su visita, pero éste se limitó a darle la espalda. -¿Qué sucede? -comentó Niall-, por lo que refleja vuestro rostro no creo que vuestra llegada se deba a pura cortesía. -No -se volvió hacia él-, me alegro de veros, pero... -¿Pero? -alzó la ceja a la espera de que continuase. -Ha desaparecido el medallón de mi familia -miró fijamente a su amigo. -¿El medallón? -Niall se puso en pie de un salto-, ¿lo perdisteis? -Lo robaron -se pasó las manos por el pelo-, por eso estoy aquí. -No os entiendo -los azules ojos del Lobo se clavaron en él. -Alguien vio salir a una persona vestida con vuestros colores de mis dominios, el mismo día que 28