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SAN MARTIN Y LA LOGIA LAUTARO

Llegada de San Martín, Alvear y otros militares (9 de marzo).

El 9 de marzo llegaba de Londres la fragata inglesa George Canning. La Gaceta informaba el 18
que a su bordo habían venido “el teniente coronel de caballería D. José de San Martín, primer
ayudante de campo del general en jefe del ejército de la Isla (de León), marqués de Campigny,
el capitán de infantería D. Francisco Vera, el alférez de navío D. José Zapiola, el capitán de
milicias D. Francisco Chilavert, el alférez de carabineros reales D. Carlos de Alvear y Balbastro,
el subteniente de infantería D. Antonio Arellano, y el primer teniente de guardias valonas
barón de Holmberg”.

San Martín, nacido en Yapeyú de Misiones el 25 de febrero de 1778, era hijo del capitán
español Juan de San Martín, teniente gobernador de ese departamento misionero. A los ocho
años pasó con sus padres a España educándose en el Seminario de Nobles de Madrid, a los
doce ingresó al ejército como cadete del regimiento Murcia recibiendo su bautismo de fuego
en la guerra de África. Estuvo en el Rosellón en la guerra contra la República francesa de 1793,
luego combatió contra Inglaterra y Portugal. En 1808, producida la guerra contra Napoleón,
toma parte en Bailen, combate a las órdenes de Beresford en Albuera, y finalmente está en
Cádiz en 1811. Tenía 34 años, era teniente coronel y “veinte años de honrados servicios me
habían atraído alguna consideración no obstante ser americano”. Inesperadamente el 19 de
setiembre deja su importante cargo en la Isla de León pidiendo “retiro para pasar a Lima”;
pero se embarca subrepticiamente a Londres, donde un amigo lord Mac Duff, que combatía
voluntariamente en España le había conseguido pasaporte y recomendaciones.

Al mismo destino llegaron con diferencia de días Alvear y Zapiola, encontrándose allí con
Holmberg, Vera y Chilavert, escapados de Cádiz los dos últimos, donde habían sido remitidos
por la tentativa revolucionaria de Montevideo de julio de 1810. En Londres se reunieron con el
venezolano Andrés Bello, el mejicano Servando Teresa Mier y los argentinos Manuel Moreno y
Tomás Guido, iniciados en la entidad secreta fundada por Miranda en 1797 llamada Logia
Lautaro o “Gran Reunión Americana”. San Martín fue admitido con el grado 5º, que era el
superior.

Los “Granaderos montados”.

A los ocho días de su llegada, San Martín fue reconocido en su grado de teniente coronel
encomendándole que formase un escuadrón de caballería de línea. Alvear fue dado de alta
como mayor (era teniente en España) y Zapiola como capitán.

Ese escuadrón sería la base de los “granaderos montados”, regimiento modelo instruido
cuidadosamente por San Martín. Lo compuso con tropa elegida por su físico y buena disciplina,
y oficiales depurados en una academia de rígido sentido del honor y el deber. Su cuartel
estuvo en el Retiro (hoy plaza San Martín).




Profesor Jorge Acuña
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La Logia Lautaro.

Mientras disciplinaba a los granaderos e instruía a los cadetes, San Martín, Alvear y sus
compañeros de viaje crearon la Logia Lautaro, entidad secreta a semejanza de la de Londres
con el propósito de ejercer una influencia decisiva en los medios militares y políticos.

La Logia Lautaro no era una logia masónica; era una “logia controlada por masones”. Atraídos
por los propósitos de liberalismo y fraternidad, y las ventajas de una protección en la carrera
militar o política, podían iniciarse quienes libremente lo quisieran, y fuesen, desde luego,
admitidos por el Consejo Supremo. Pero la dirección la tuvieron exclusivamente los masones.

Poco se sabe de la Logia Lautaro, cuyo funcionamiento quedó oculto por juramentos que
obligaron, por lo menos, al honor de sus componentes. Salvo aquello filtrado en la
correspondencia de sus componentes, las listas de una parte de sus integrantes y la aclaración
sobre sus finalidades que haría bastante tiempo después el general Zapiola a pedido de Mitre.
Se sabe positivamente que fue establecida en Buenos Aires entre mayo y junio de 1812,
funcionó en domicilios privados que variaba según lo exigiera el recato de sus tenidas, y había
cinco grados en sus componentes; en los primeros, los neófitos eran iniciados en los principios
de fraternidad y mutua cooperación; en los superiores se los advertía de las finalidades
políticas independencia y constitución a cumplirse; en el último, de obedecer a sus matrices
extranjeras. “Detrás de esa decoración, dice Mitre con conocimiento de causa velaba el motor
oculto, desconocido por los iniciados de los primeros grados y en el cual residía la potestad
suprema”. Por la regla de la logia, los hermanos elegidos para una función militar,
administrativa o de gobierno deberían asesorarse por el Consejo Supremo en las resoluciones
de gravedad, y no designar jefes militares, gobernadores de provincia, diplomáticos, jueces,
dignidades eclesiásticas, ni firmar ascensos en el ejército y marina sin previa anuencia de los
Venerables del último grado, que serían así el verdadero gobierno del país. Tanto más fuerte y
temible cuanto era oculto. Era la ley primera “ayudarse mutuamente, sostener la Logia aun a
riesgo de la vida, dar cuenta a los Venerables de todo lo importante, y acatar sumisamente las
órdenes impartidas”. Un juez, o un jefe militar no podían castigar a un “hermano” sin
aprobación de los Venerables. La revelación de los secretos, aun de los nimios, estaba
custodiada por tremendos castigos que llegaban a “la pena de muerte por cualquier medio
que se pudiera disponer” (Mitre dice que era una reminiscencia de “los misterios de los
templos de Isis” y sólo “tenía un alcance moral”). Pero el iniciado estaba sujeto como a su
pesar lo estaría San Martín el resto de su vida a una palabra que obligaba a su honor, más
valiosa para él que la vida misma. En caso de contrariar a la Logia, la persecución y desprecio
de los hermanos lo seguirían en los menores actos de su vida en absoluto e inexorablesboicots.
Si quería librarse de esta persecución y al mismo tiempo alejarse de la logia, el sólo remedio
era dormirse en términos masónicos, quedando desligado del voto de obediencia pero no de
los de silencio y fraternidad (obligación de no perseguir a los integrantes de la entidad).

Estas sociedades, que luego se llamarían carbonarias en Italia, formadas con el molde y ritual
masónico, abundaron en el Río de la Plata: los caballeros de América de 1817, los caballeros
orientales de 1820, la sociedad juvenil Valeper de 1821, la Joven Argentina de 1838, etc., que
sucedieron a la Lautaro en el manejo de los militares, eclesiásticos, estudiantes e intelectuales.



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Su objetivo era captar y controlar los “factores de poder” que incidían en la dirección política.
No todos sus componentes eran masones, he dicho, y tal vez ni lo fueran la mayor parte, pero
necesariamente lo eran los Venerables que las manejaban. Cuando la logia primitiva se hacía
numerosa, se formaba otra con grados superiores que tenía el control de la entidad
primigenia: de esta manera se facilitaba la dirección de muchos logistas por pocos masones.
Formábase algo así como una pirámide, en cuyo vértice estaban los masones que manejaban
el conjunto, como en los holdings financieros se puede controlar con poco capital una masa
considerable de acciones.

La masonería.

San Martín, Alvear y, posiblemente, todos los viajeros de la nave George Canning eran
masones. Discutirlo es ocioso. San Martín, Alvear yZapiola, como anteriormente Pueyrredón,
fueron iniciados en la masonería hallándose en España. Las logias proliferaban en el ; y un
joven sin parientes ni relaciones tenía necesariamente que iniciarse para salvar obstáculos y
encontrar apoyos, si no ingresaba por los propósitos de fraternidad universal y liberalismo, o
por la ambición como debió ser el caso de Alvear de valerse de la logia para una brillante
carrera militar y política.

En España, la masonería se extendió en el siglo XVIII y llegó a su apogeo en los años de la
guerra de la Independencia y las cortes de Cádiz. En sus comienzos era una sociedad secreta de
gentes de la burguesía, sobre todo oficiales militares, profesionales liberales y clérigos, para
ayudarse mutuamente en un mundo dominado por los grandes señores y los cortesanos. No
tenía un objetivo religioso, por lo menos aparente. Sus creencias firmes eran el progreso
continuo (la “luz que viene de Oriente”) y la fraternidad universal. Los masones españoles se
decían continuadores de los comuneros de Castilla, comprendidos al saber da una burguesía
atiborrada de libros, y por eso llamaban a sus logias “de los dos Juanes” o “Juan-Juan”, por
Juan de Padilla y Juan Bravo, y se dijeron entre ellos los Hijos de la Viuda; es decir, de María
viuda de Padilla, la defensora de Toledo.

Fueron enemigos de los jesuitas. Necesariamente deberían serlo dos entidades que reclutaban
sus adeptos en medios distintos (en la nobleza y alta burguesía los jesuitas, en la burguesía
media los masones) y al parecer perseguían fines opuestos por procedimientos semejantes en
su recato y eficacia. Aquel que por un motivo u otro, confesional o de clase, no tenía el apoyo
de la Compañía, debería ampararse en los Hijos de la Viuda para hacer carrera en las armas, la
política o las universidades. Los jesuitas consiguieron varias veces la condena del Gran Oriente,
pero también el Gran Oriente conseguiría, cuando le llegó su hora, la condena de los jesuitas.

El primitivo “Oriente Nacional” español de los Hijos de la Viuda, creado a mediados del siglo
XVIII por la influencia francesa del Gran Oriente de París, fue captado cuando la guerra de la
independencia española por el Rito Escocés Antiguo y Aceptado de influencia inglesa. En
ambos obró la masonería como instrumento de propaganda internacional, de “imperialismo”
diríamos ahora. Del primero surgieron los afrancesados de la Corte de Carlos III, que en el siglo
xix se plegarían al rey José, Gran Maestre de la Logia de París. De los segundos, que en la
guerra de la independencia española consiguieron controlar el ejército y dieron hombres a la
defensa de Cádiz y a sus Cortes constituyentes, nació la revolución militar y burguesa de Riego
en 1820 tan aprovechada por Inglaterra.



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Dos palabras sobre el Rito Escocés. Empezó a extenderse en Gran Bretaña a poco de la unión
de Inglaterra y Escocia como manera de defender a los escoceses de sus poderosos vecinos y
compatriotas. No hubo un nacionalismo escocés público, sino una asociación secreta que bajo
la apariencia de “unidad” y admitiendo a ingleses en sus tenidas, dio a los escoceses el control
de la política. Tuvo excelente resultado, y hombres de Escocia o sujetos a directivas escocesas,
manejaron el Reino Unido desde la revolución de 1688 y sobre todo desde el advenimientode
Jorge I. Por arriba de torys y whigs, y aun de escoceses e ingleses, el “Rito Antiguo” prosperó
con el advenimiento de la burguesía aquí no “pequeña” como en España, sino industrial a los
primeros planos de la sociedad. Cuando el rey llegó a ser el Gran Maestre, el rito puede
considerarse británico aunque mantuvo por tradición su viejo nombre; se había producido la
identidad de ingleses y escoceses (la “escotización” de los ingleses), y empezaban los tiempos
de la hegemonía británica en un mundo donde la masonería habría de servirle de espléndido
instrumento.

Bajo la apariencia de fraternidad universal y liberalismo, y atraídos por el cebo de la mutua
protección, en España los Hijos de la Viuda pasaron a ser los Hijos de Hiram cuando España
necesitó del apoyo inglés contra Napoleón, y el marqués de Wellesley era quien otorgaba los
grados, distinciones y puestos de gobierno en Cádiz (“Hiram” era el arquitecto extranjero que
según la Biblia construyó el templo de Jerusalén). No todos los masones conocían esta verdad,
reservada solamente para los grados superiores en los “establecimientos de enseñanza
pública” (con esta perífrasis llamaban los masones a sus logias secretas).

San Martín y la masonería.

San Martín como casi todos los oficiales del ejército español en la guerra de la Independencia
se había iniciado en la masonería de los cuarteles. Debe descartarse que ignorara las
conexiones del Rito Azul y suponía de buena fe que la luz vendría de Oriente y no del norte.
¿Qué le indujo a dejar en 1811 su carrera en las armas españolas, e irse a Londres a ponerse a
las órdenes de la “Gran Reunión Americana” fundada por Miranda? Hijo de españoles, nacido
por accidente en tierra americana, militar español y veterano de veinte años de guerras por su
rey y su bandera, resulta curioso que se dejase llevar por un apego a la tierra nativa dejada a
los ocho años, y que apenas sería un recuerdo borroso de su infancia. Pero es indudable que
este recuerdo infantil constituyó un culto que se sobrepuso a veintiséis años de residencia en
la península y guerras por la bandera española. El hecho resulta notable, porque hijo de
españoles y educado en España, nada dejaba traslucir de su tierra natal en su acento o en su
tipo físico. Entre sus compañeros de colegio y de armas había muchos nacidos como él en
América de padres militares o funcionarios, y aun de viejo origen indiano, que se sintieron
completamente peninsulares.

La masonería fue el instrumento que le permitió evadirse de su tierra natal. Había hecho
amistad en las logias de Andalucía con un noble escocés, lord Mac Duff, masón y aventurero
enrolado en los ejércitos españoles. Mac Duff le dio o prestó el dinero necesario para viajar a
Londres y ponerse en contacto con la “Gran Reunión Americana”; debe descartarse que no lo
hiciera el escocés por patriotismoargentino sino por propósitos masónicos. Pero en San Martín
vinieron a coincidir la masonería y el patriotismo, a lo menos en su manera de entender a los
Hijos de Hiram en los grados inferiores de iniciación.




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Cualquiera fuese el motivo que trajo a San Martín a su tierra nativa, lo cierto es que aquí
encontró su verdadera Patria: se identificó con ella en un grado que no tendrían los criollos
con muchos ascendientes indianos, y la amó por encima de todo.

La iniciación en la masonería de San Martín aclara, ya lo veremos en su lugar, muchos de los
actos inexplicables de su vida. Creyó sinceramente que las logias eran instrumento de
liberación y contribuyó a establecerlas. No pasaría mucho tiempo sin comprender que el
instrumento se le escapaba de las manos y se iba por rumbos sospechosos cuando la Asamblea
establecida por la revolución de octubre de 1812 y controlada por la Lautaro, no quiso declarar
la independencia. Se alejó entonces de la política prefiriendo la carrera militar, de la que
también debió alejarse en 1814 para esconderse en el exilio de la gobernación de Cuyo.
Atribuyó a las ambiciones de Alvear y su grupo que la Lautaro hubiese tomado un rumbo que
no era el inicial, y después de la caída de aquél reiniciaría, ahora con Pueyrredón en Buenos
Aires y los amigos de O’Higgins (masón como él) en Chile, las actividades secretas. Para
desengañarse nuevamente en 1819 cuando los Caballeros de América lo querían llevar a una
lucha contra el pueblo en vez de cimentar la guerra de la independencia. Su “desobediencia”,
aunque amparada en las logias chilenas que controlaba, fue tomada por una traición por la
logia porteña, y su plan de guerra en el Perú quedó decidida y deliberadamente saboteado
desde Buenos Aires. Ya veremos que no otro es el misterio de las conferencias de Guayaquil
con otro masón “dormido” y levantisco como Bolívar.

Los afiliados a la Lautaro.

Monteagudo estuvo entre los primeros iniciados de la Logia y arrastraría a los componentes de
la Sociedad Patriótica recientemente suspendida, que renacerá ahora como manifestación
exterior de la entidad secreta. Según le dijo Zapiola a Mitre, se iniciaron en el “establecimiento
de enseñanza pública” el canónigo Valentín Gómez, Gervasio Antonio Posadas, Juan y Ramón
Larrea, Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña, Nicolás Herrera, Monteagudo, Agrelo, presbítero
Vidal, Azcuénaga, Monasterio, Tomás Antonio Valle, el padre Argerich, el padre Amenábar, el
padre Fonseca, Tomás Guido, Manuel José García, padre Anchoris, Perdriel, los militares
Murguiondo, Ventura Vásquez, Zufriátegui, Dorrego, Pinto, Antonio y Juan Ramón Balcarce,
etc., que formaron el grupo mayoritario alvearista, mientras el núcleo que estuvo con San
Martín quedó limitado al mismo Zapiola, Agustín Donado, Álvarez Jonte, Toribio Luzuriaga,
Vicente López, Manuel Moreno, Ramón Rojas, Ugarteche, Lezica, Pinto y pocos más. Sin
decidirse quedaron Tagle, Carballo, Núñez y otros.Es aceptable un trabucamiento de la
memoria de Zapiola. Guido, deja íntima amistad de San Martín, no debió hallarse en el campo
opuesto de la logia, ni Álvarez Jonte, que tomaría parte principal en el gobierno de Alvear
entre enero y abril de 1815, debió ser sanmartiniano. Figuran en la nómina quienes ingresaron
después de la revolución de octubre de 1812 como Manuel José García, José Amenábar, José
Francisco Sarmiento o Ángel Mariano Toro, entre otros. En rigor de verdad, puede arriesgarse
que casi toda la oficialidad joven, algunos jefes, gran parte del clero secular y todos los
miembros de la Sociedad Patriótica fueron lautarinos. De ellos salieron los asambleístas del
año XIII, con las (contadas excepciones de Nicolás Laguna, Mariano Serrano, Fabián Pérez y
Pedro Feliciano Cavia, cuyos nombres no da Zapiola.

La conducción masónica de la Logia.




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6

A la llegada de la nave George Canning funcionaban algunas logias masónicas en Buenos Aires.
Pueden saberse los nombres de Gregorio Gómez y Julián Álvarez por el proceso habido en
tiempos de Sobremonte que he mencionado en otra oportunidad. Tanto Gómez como Álvarez
eran destacadas figuras de la nueva Sociedad Patriótica (ya la habían sido de la primera en
1811). También habían sido iniciados en la masonería en Europa, Anchoris, Tomás Guido y
Manuel Moreno; con ellos, los emigrados de Londres y los “entusiastas neófitos” (tal vez no
tan neófitos) Monteagudo, Posadas, Vieytes, Rodríguez Peña, ambos, San Martín y Alvear,
reorganizaron la masonería que controló la Logia, la Sociedad Patriótica, la prensa, y coparía el
gobierno en octubre para formar casi íntegramente la Asamblea del año XIII.

Pueyrredón era afiliado desde su estada en España en 1808, y en la revolución de octubre de
1812 hará valer su condición de Hermano (así lo escribe) ante San Martín, por quien se cree
perseguido. No formó parte de la Lautaro en 1812, pero ingresaría a ella para reorganizarla y
dirigirla después de la caída de Alvear en abril de 1815. Rivadavia no figura entre los masones
ni entre los Iautarinos por aquel entonces; tampoco Paso, Belgrano, Sarratea, ni los hermanos
Funes. Chiclana ingresó a la Lautaro antes de la revolución de octubre. Entre los chilena; que
llegaron a Mendoza después de Rancagua, José Miguel Carrera y sus hermanos eran iniciados,
como también (o por lo menos se afiliarían pronto) O’Higgins y los suyos.

Tercera Sociedad Patriótica (mayo).

Dos meses después de la llegada de San Martín y sus compañeros, la Sociedad Patriótica,
ahora presidida por Monteagudo, volverá a sus recitados en el edificio consular. Es evidente el
apoyo oculto de la Logia Lautaro, a la que pertenecen los dos asesores de la Intendencia, Tagle
y Carballo.En junio, a poco del armisticio de Rademaker (firmado el 26 de mayo), corren
rumores de un desembarco que intentaría Primo de Rivera apoyado por un grupo de
españoles residentes. Monteagudo señala la poca energía a su juicio del gobierno, que tiene
“el alma más tímida que un esclavo”.

“El principal delincuente que resulta de esta causa es el gobierno, que por su vergonzosa
debilidad, por su falta de sistema, por su poca energía, por su apática conducta, por su mal
entendida tolerancia, por su fanática lenidad, consiente, permite y en cierto modo ordena los
crímenes, autoriza los delitos y provoca a los delincuentes ofreciéndoles la salvaguardia de su
impunidad. Es preciso tener un alma más tímida qua la de un esclavo para no comprender
todos los días que hay una revolución que atenta contra la libertad de la patria nuestra,la
situación es más difícil que nunca, nuestros enemigos se multiplican, la suerte de nuestros
ejércitos es dudosa, el estado de nuestras provincias vacilante, la energía ha desaparecido en
todas partes. ¿Por qué? Porque el obstinado europeo, el desnaturalizado americano, son de
mejor condición y disfrutan más ventajas que el honrado ciudadano. Convengamos en un
principio: que la indulgencia con los europeos y con los americanos enemigos del sistema es la
causa radical de nuestras desgracias”.

Con discursos así, Monteagudo inflamaba a los concurrentes al Consulado. La tremenda
represión de la conspiración de Álzaga al mes siguiente, será consecuencia de ese jacobinismo
al que no sólo no supieron sustraerse los hombres de gobierno, sino que atizaron en un
intento de cobrar popularidad.

Bibliografía:


Profesor Jorge Acuña
7

    JOSÉ MARÍA ROSA, HISTORIA ARGENTINA, TOMO III, EDITORIAL ORIENTE S.A. BUENOS
     AIRES, 1981.




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San Martin y la logia lautaro

  • 1. 1 SAN MARTIN Y LA LOGIA LAUTARO Llegada de San Martín, Alvear y otros militares (9 de marzo). El 9 de marzo llegaba de Londres la fragata inglesa George Canning. La Gaceta informaba el 18 que a su bordo habían venido “el teniente coronel de caballería D. José de San Martín, primer ayudante de campo del general en jefe del ejército de la Isla (de León), marqués de Campigny, el capitán de infantería D. Francisco Vera, el alférez de navío D. José Zapiola, el capitán de milicias D. Francisco Chilavert, el alférez de carabineros reales D. Carlos de Alvear y Balbastro, el subteniente de infantería D. Antonio Arellano, y el primer teniente de guardias valonas barón de Holmberg”. San Martín, nacido en Yapeyú de Misiones el 25 de febrero de 1778, era hijo del capitán español Juan de San Martín, teniente gobernador de ese departamento misionero. A los ocho años pasó con sus padres a España educándose en el Seminario de Nobles de Madrid, a los doce ingresó al ejército como cadete del regimiento Murcia recibiendo su bautismo de fuego en la guerra de África. Estuvo en el Rosellón en la guerra contra la República francesa de 1793, luego combatió contra Inglaterra y Portugal. En 1808, producida la guerra contra Napoleón, toma parte en Bailen, combate a las órdenes de Beresford en Albuera, y finalmente está en Cádiz en 1811. Tenía 34 años, era teniente coronel y “veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración no obstante ser americano”. Inesperadamente el 19 de setiembre deja su importante cargo en la Isla de León pidiendo “retiro para pasar a Lima”; pero se embarca subrepticiamente a Londres, donde un amigo lord Mac Duff, que combatía voluntariamente en España le había conseguido pasaporte y recomendaciones. Al mismo destino llegaron con diferencia de días Alvear y Zapiola, encontrándose allí con Holmberg, Vera y Chilavert, escapados de Cádiz los dos últimos, donde habían sido remitidos por la tentativa revolucionaria de Montevideo de julio de 1810. En Londres se reunieron con el venezolano Andrés Bello, el mejicano Servando Teresa Mier y los argentinos Manuel Moreno y Tomás Guido, iniciados en la entidad secreta fundada por Miranda en 1797 llamada Logia Lautaro o “Gran Reunión Americana”. San Martín fue admitido con el grado 5º, que era el superior. Los “Granaderos montados”. A los ocho días de su llegada, San Martín fue reconocido en su grado de teniente coronel encomendándole que formase un escuadrón de caballería de línea. Alvear fue dado de alta como mayor (era teniente en España) y Zapiola como capitán. Ese escuadrón sería la base de los “granaderos montados”, regimiento modelo instruido cuidadosamente por San Martín. Lo compuso con tropa elegida por su físico y buena disciplina, y oficiales depurados en una academia de rígido sentido del honor y el deber. Su cuartel estuvo en el Retiro (hoy plaza San Martín). Profesor Jorge Acuña
  • 2. 2 La Logia Lautaro. Mientras disciplinaba a los granaderos e instruía a los cadetes, San Martín, Alvear y sus compañeros de viaje crearon la Logia Lautaro, entidad secreta a semejanza de la de Londres con el propósito de ejercer una influencia decisiva en los medios militares y políticos. La Logia Lautaro no era una logia masónica; era una “logia controlada por masones”. Atraídos por los propósitos de liberalismo y fraternidad, y las ventajas de una protección en la carrera militar o política, podían iniciarse quienes libremente lo quisieran, y fuesen, desde luego, admitidos por el Consejo Supremo. Pero la dirección la tuvieron exclusivamente los masones. Poco se sabe de la Logia Lautaro, cuyo funcionamiento quedó oculto por juramentos que obligaron, por lo menos, al honor de sus componentes. Salvo aquello filtrado en la correspondencia de sus componentes, las listas de una parte de sus integrantes y la aclaración sobre sus finalidades que haría bastante tiempo después el general Zapiola a pedido de Mitre. Se sabe positivamente que fue establecida en Buenos Aires entre mayo y junio de 1812, funcionó en domicilios privados que variaba según lo exigiera el recato de sus tenidas, y había cinco grados en sus componentes; en los primeros, los neófitos eran iniciados en los principios de fraternidad y mutua cooperación; en los superiores se los advertía de las finalidades políticas independencia y constitución a cumplirse; en el último, de obedecer a sus matrices extranjeras. “Detrás de esa decoración, dice Mitre con conocimiento de causa velaba el motor oculto, desconocido por los iniciados de los primeros grados y en el cual residía la potestad suprema”. Por la regla de la logia, los hermanos elegidos para una función militar, administrativa o de gobierno deberían asesorarse por el Consejo Supremo en las resoluciones de gravedad, y no designar jefes militares, gobernadores de provincia, diplomáticos, jueces, dignidades eclesiásticas, ni firmar ascensos en el ejército y marina sin previa anuencia de los Venerables del último grado, que serían así el verdadero gobierno del país. Tanto más fuerte y temible cuanto era oculto. Era la ley primera “ayudarse mutuamente, sostener la Logia aun a riesgo de la vida, dar cuenta a los Venerables de todo lo importante, y acatar sumisamente las órdenes impartidas”. Un juez, o un jefe militar no podían castigar a un “hermano” sin aprobación de los Venerables. La revelación de los secretos, aun de los nimios, estaba custodiada por tremendos castigos que llegaban a “la pena de muerte por cualquier medio que se pudiera disponer” (Mitre dice que era una reminiscencia de “los misterios de los templos de Isis” y sólo “tenía un alcance moral”). Pero el iniciado estaba sujeto como a su pesar lo estaría San Martín el resto de su vida a una palabra que obligaba a su honor, más valiosa para él que la vida misma. En caso de contrariar a la Logia, la persecución y desprecio de los hermanos lo seguirían en los menores actos de su vida en absoluto e inexorablesboicots. Si quería librarse de esta persecución y al mismo tiempo alejarse de la logia, el sólo remedio era dormirse en términos masónicos, quedando desligado del voto de obediencia pero no de los de silencio y fraternidad (obligación de no perseguir a los integrantes de la entidad). Estas sociedades, que luego se llamarían carbonarias en Italia, formadas con el molde y ritual masónico, abundaron en el Río de la Plata: los caballeros de América de 1817, los caballeros orientales de 1820, la sociedad juvenil Valeper de 1821, la Joven Argentina de 1838, etc., que sucedieron a la Lautaro en el manejo de los militares, eclesiásticos, estudiantes e intelectuales. Profesor Jorge Acuña
  • 3. 3 Su objetivo era captar y controlar los “factores de poder” que incidían en la dirección política. No todos sus componentes eran masones, he dicho, y tal vez ni lo fueran la mayor parte, pero necesariamente lo eran los Venerables que las manejaban. Cuando la logia primitiva se hacía numerosa, se formaba otra con grados superiores que tenía el control de la entidad primigenia: de esta manera se facilitaba la dirección de muchos logistas por pocos masones. Formábase algo así como una pirámide, en cuyo vértice estaban los masones que manejaban el conjunto, como en los holdings financieros se puede controlar con poco capital una masa considerable de acciones. La masonería. San Martín, Alvear y, posiblemente, todos los viajeros de la nave George Canning eran masones. Discutirlo es ocioso. San Martín, Alvear yZapiola, como anteriormente Pueyrredón, fueron iniciados en la masonería hallándose en España. Las logias proliferaban en el ; y un joven sin parientes ni relaciones tenía necesariamente que iniciarse para salvar obstáculos y encontrar apoyos, si no ingresaba por los propósitos de fraternidad universal y liberalismo, o por la ambición como debió ser el caso de Alvear de valerse de la logia para una brillante carrera militar y política. En España, la masonería se extendió en el siglo XVIII y llegó a su apogeo en los años de la guerra de la Independencia y las cortes de Cádiz. En sus comienzos era una sociedad secreta de gentes de la burguesía, sobre todo oficiales militares, profesionales liberales y clérigos, para ayudarse mutuamente en un mundo dominado por los grandes señores y los cortesanos. No tenía un objetivo religioso, por lo menos aparente. Sus creencias firmes eran el progreso continuo (la “luz que viene de Oriente”) y la fraternidad universal. Los masones españoles se decían continuadores de los comuneros de Castilla, comprendidos al saber da una burguesía atiborrada de libros, y por eso llamaban a sus logias “de los dos Juanes” o “Juan-Juan”, por Juan de Padilla y Juan Bravo, y se dijeron entre ellos los Hijos de la Viuda; es decir, de María viuda de Padilla, la defensora de Toledo. Fueron enemigos de los jesuitas. Necesariamente deberían serlo dos entidades que reclutaban sus adeptos en medios distintos (en la nobleza y alta burguesía los jesuitas, en la burguesía media los masones) y al parecer perseguían fines opuestos por procedimientos semejantes en su recato y eficacia. Aquel que por un motivo u otro, confesional o de clase, no tenía el apoyo de la Compañía, debería ampararse en los Hijos de la Viuda para hacer carrera en las armas, la política o las universidades. Los jesuitas consiguieron varias veces la condena del Gran Oriente, pero también el Gran Oriente conseguiría, cuando le llegó su hora, la condena de los jesuitas. El primitivo “Oriente Nacional” español de los Hijos de la Viuda, creado a mediados del siglo XVIII por la influencia francesa del Gran Oriente de París, fue captado cuando la guerra de la independencia española por el Rito Escocés Antiguo y Aceptado de influencia inglesa. En ambos obró la masonería como instrumento de propaganda internacional, de “imperialismo” diríamos ahora. Del primero surgieron los afrancesados de la Corte de Carlos III, que en el siglo xix se plegarían al rey José, Gran Maestre de la Logia de París. De los segundos, que en la guerra de la independencia española consiguieron controlar el ejército y dieron hombres a la defensa de Cádiz y a sus Cortes constituyentes, nació la revolución militar y burguesa de Riego en 1820 tan aprovechada por Inglaterra. Profesor Jorge Acuña
  • 4. 4 Dos palabras sobre el Rito Escocés. Empezó a extenderse en Gran Bretaña a poco de la unión de Inglaterra y Escocia como manera de defender a los escoceses de sus poderosos vecinos y compatriotas. No hubo un nacionalismo escocés público, sino una asociación secreta que bajo la apariencia de “unidad” y admitiendo a ingleses en sus tenidas, dio a los escoceses el control de la política. Tuvo excelente resultado, y hombres de Escocia o sujetos a directivas escocesas, manejaron el Reino Unido desde la revolución de 1688 y sobre todo desde el advenimientode Jorge I. Por arriba de torys y whigs, y aun de escoceses e ingleses, el “Rito Antiguo” prosperó con el advenimiento de la burguesía aquí no “pequeña” como en España, sino industrial a los primeros planos de la sociedad. Cuando el rey llegó a ser el Gran Maestre, el rito puede considerarse británico aunque mantuvo por tradición su viejo nombre; se había producido la identidad de ingleses y escoceses (la “escotización” de los ingleses), y empezaban los tiempos de la hegemonía británica en un mundo donde la masonería habría de servirle de espléndido instrumento. Bajo la apariencia de fraternidad universal y liberalismo, y atraídos por el cebo de la mutua protección, en España los Hijos de la Viuda pasaron a ser los Hijos de Hiram cuando España necesitó del apoyo inglés contra Napoleón, y el marqués de Wellesley era quien otorgaba los grados, distinciones y puestos de gobierno en Cádiz (“Hiram” era el arquitecto extranjero que según la Biblia construyó el templo de Jerusalén). No todos los masones conocían esta verdad, reservada solamente para los grados superiores en los “establecimientos de enseñanza pública” (con esta perífrasis llamaban los masones a sus logias secretas). San Martín y la masonería. San Martín como casi todos los oficiales del ejército español en la guerra de la Independencia se había iniciado en la masonería de los cuarteles. Debe descartarse que ignorara las conexiones del Rito Azul y suponía de buena fe que la luz vendría de Oriente y no del norte. ¿Qué le indujo a dejar en 1811 su carrera en las armas españolas, e irse a Londres a ponerse a las órdenes de la “Gran Reunión Americana” fundada por Miranda? Hijo de españoles, nacido por accidente en tierra americana, militar español y veterano de veinte años de guerras por su rey y su bandera, resulta curioso que se dejase llevar por un apego a la tierra nativa dejada a los ocho años, y que apenas sería un recuerdo borroso de su infancia. Pero es indudable que este recuerdo infantil constituyó un culto que se sobrepuso a veintiséis años de residencia en la península y guerras por la bandera española. El hecho resulta notable, porque hijo de españoles y educado en España, nada dejaba traslucir de su tierra natal en su acento o en su tipo físico. Entre sus compañeros de colegio y de armas había muchos nacidos como él en América de padres militares o funcionarios, y aun de viejo origen indiano, que se sintieron completamente peninsulares. La masonería fue el instrumento que le permitió evadirse de su tierra natal. Había hecho amistad en las logias de Andalucía con un noble escocés, lord Mac Duff, masón y aventurero enrolado en los ejércitos españoles. Mac Duff le dio o prestó el dinero necesario para viajar a Londres y ponerse en contacto con la “Gran Reunión Americana”; debe descartarse que no lo hiciera el escocés por patriotismoargentino sino por propósitos masónicos. Pero en San Martín vinieron a coincidir la masonería y el patriotismo, a lo menos en su manera de entender a los Hijos de Hiram en los grados inferiores de iniciación. Profesor Jorge Acuña
  • 5. 5 Cualquiera fuese el motivo que trajo a San Martín a su tierra nativa, lo cierto es que aquí encontró su verdadera Patria: se identificó con ella en un grado que no tendrían los criollos con muchos ascendientes indianos, y la amó por encima de todo. La iniciación en la masonería de San Martín aclara, ya lo veremos en su lugar, muchos de los actos inexplicables de su vida. Creyó sinceramente que las logias eran instrumento de liberación y contribuyó a establecerlas. No pasaría mucho tiempo sin comprender que el instrumento se le escapaba de las manos y se iba por rumbos sospechosos cuando la Asamblea establecida por la revolución de octubre de 1812 y controlada por la Lautaro, no quiso declarar la independencia. Se alejó entonces de la política prefiriendo la carrera militar, de la que también debió alejarse en 1814 para esconderse en el exilio de la gobernación de Cuyo. Atribuyó a las ambiciones de Alvear y su grupo que la Lautaro hubiese tomado un rumbo que no era el inicial, y después de la caída de aquél reiniciaría, ahora con Pueyrredón en Buenos Aires y los amigos de O’Higgins (masón como él) en Chile, las actividades secretas. Para desengañarse nuevamente en 1819 cuando los Caballeros de América lo querían llevar a una lucha contra el pueblo en vez de cimentar la guerra de la independencia. Su “desobediencia”, aunque amparada en las logias chilenas que controlaba, fue tomada por una traición por la logia porteña, y su plan de guerra en el Perú quedó decidida y deliberadamente saboteado desde Buenos Aires. Ya veremos que no otro es el misterio de las conferencias de Guayaquil con otro masón “dormido” y levantisco como Bolívar. Los afiliados a la Lautaro. Monteagudo estuvo entre los primeros iniciados de la Logia y arrastraría a los componentes de la Sociedad Patriótica recientemente suspendida, que renacerá ahora como manifestación exterior de la entidad secreta. Según le dijo Zapiola a Mitre, se iniciaron en el “establecimiento de enseñanza pública” el canónigo Valentín Gómez, Gervasio Antonio Posadas, Juan y Ramón Larrea, Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña, Nicolás Herrera, Monteagudo, Agrelo, presbítero Vidal, Azcuénaga, Monasterio, Tomás Antonio Valle, el padre Argerich, el padre Amenábar, el padre Fonseca, Tomás Guido, Manuel José García, padre Anchoris, Perdriel, los militares Murguiondo, Ventura Vásquez, Zufriátegui, Dorrego, Pinto, Antonio y Juan Ramón Balcarce, etc., que formaron el grupo mayoritario alvearista, mientras el núcleo que estuvo con San Martín quedó limitado al mismo Zapiola, Agustín Donado, Álvarez Jonte, Toribio Luzuriaga, Vicente López, Manuel Moreno, Ramón Rojas, Ugarteche, Lezica, Pinto y pocos más. Sin decidirse quedaron Tagle, Carballo, Núñez y otros.Es aceptable un trabucamiento de la memoria de Zapiola. Guido, deja íntima amistad de San Martín, no debió hallarse en el campo opuesto de la logia, ni Álvarez Jonte, que tomaría parte principal en el gobierno de Alvear entre enero y abril de 1815, debió ser sanmartiniano. Figuran en la nómina quienes ingresaron después de la revolución de octubre de 1812 como Manuel José García, José Amenábar, José Francisco Sarmiento o Ángel Mariano Toro, entre otros. En rigor de verdad, puede arriesgarse que casi toda la oficialidad joven, algunos jefes, gran parte del clero secular y todos los miembros de la Sociedad Patriótica fueron lautarinos. De ellos salieron los asambleístas del año XIII, con las (contadas excepciones de Nicolás Laguna, Mariano Serrano, Fabián Pérez y Pedro Feliciano Cavia, cuyos nombres no da Zapiola. La conducción masónica de la Logia. Profesor Jorge Acuña
  • 6. 6 A la llegada de la nave George Canning funcionaban algunas logias masónicas en Buenos Aires. Pueden saberse los nombres de Gregorio Gómez y Julián Álvarez por el proceso habido en tiempos de Sobremonte que he mencionado en otra oportunidad. Tanto Gómez como Álvarez eran destacadas figuras de la nueva Sociedad Patriótica (ya la habían sido de la primera en 1811). También habían sido iniciados en la masonería en Europa, Anchoris, Tomás Guido y Manuel Moreno; con ellos, los emigrados de Londres y los “entusiastas neófitos” (tal vez no tan neófitos) Monteagudo, Posadas, Vieytes, Rodríguez Peña, ambos, San Martín y Alvear, reorganizaron la masonería que controló la Logia, la Sociedad Patriótica, la prensa, y coparía el gobierno en octubre para formar casi íntegramente la Asamblea del año XIII. Pueyrredón era afiliado desde su estada en España en 1808, y en la revolución de octubre de 1812 hará valer su condición de Hermano (así lo escribe) ante San Martín, por quien se cree perseguido. No formó parte de la Lautaro en 1812, pero ingresaría a ella para reorganizarla y dirigirla después de la caída de Alvear en abril de 1815. Rivadavia no figura entre los masones ni entre los Iautarinos por aquel entonces; tampoco Paso, Belgrano, Sarratea, ni los hermanos Funes. Chiclana ingresó a la Lautaro antes de la revolución de octubre. Entre los chilena; que llegaron a Mendoza después de Rancagua, José Miguel Carrera y sus hermanos eran iniciados, como también (o por lo menos se afiliarían pronto) O’Higgins y los suyos. Tercera Sociedad Patriótica (mayo). Dos meses después de la llegada de San Martín y sus compañeros, la Sociedad Patriótica, ahora presidida por Monteagudo, volverá a sus recitados en el edificio consular. Es evidente el apoyo oculto de la Logia Lautaro, a la que pertenecen los dos asesores de la Intendencia, Tagle y Carballo.En junio, a poco del armisticio de Rademaker (firmado el 26 de mayo), corren rumores de un desembarco que intentaría Primo de Rivera apoyado por un grupo de españoles residentes. Monteagudo señala la poca energía a su juicio del gobierno, que tiene “el alma más tímida que un esclavo”. “El principal delincuente que resulta de esta causa es el gobierno, que por su vergonzosa debilidad, por su falta de sistema, por su poca energía, por su apática conducta, por su mal entendida tolerancia, por su fanática lenidad, consiente, permite y en cierto modo ordena los crímenes, autoriza los delitos y provoca a los delincuentes ofreciéndoles la salvaguardia de su impunidad. Es preciso tener un alma más tímida qua la de un esclavo para no comprender todos los días que hay una revolución que atenta contra la libertad de la patria nuestra,la situación es más difícil que nunca, nuestros enemigos se multiplican, la suerte de nuestros ejércitos es dudosa, el estado de nuestras provincias vacilante, la energía ha desaparecido en todas partes. ¿Por qué? Porque el obstinado europeo, el desnaturalizado americano, son de mejor condición y disfrutan más ventajas que el honrado ciudadano. Convengamos en un principio: que la indulgencia con los europeos y con los americanos enemigos del sistema es la causa radical de nuestras desgracias”. Con discursos así, Monteagudo inflamaba a los concurrentes al Consulado. La tremenda represión de la conspiración de Álzaga al mes siguiente, será consecuencia de ese jacobinismo al que no sólo no supieron sustraerse los hombres de gobierno, sino que atizaron en un intento de cobrar popularidad. Bibliografía: Profesor Jorge Acuña
  • 7. 7  JOSÉ MARÍA ROSA, HISTORIA ARGENTINA, TOMO III, EDITORIAL ORIENTE S.A. BUENOS AIRES, 1981. Profesor Jorge Acuña