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CORTÈS, F.; LLOBET,M. (2006). La acción comunitaria desde el
trabajo social a: ÚCAR,X.; LLENA,A.(coord.). Miradas y diálogos en
torno a la acción comunitaria. Barcelona, Graó.


La acción comunitaria desde el trabajo social
Ferran Cortès Izquierdo
Marta Llobet Estany


1. Aproximación a las bases teóricas y epistemológicas del trabajo social
comunitario.


La intención de los autores en el capítulo que a continuación vamos a desarrollar es la
abrir un diálogo y un debate acerca de los actuales desafíos y dificultades con los que se
enfrenta hoy en día la acción comunitaria orientada desde la disciplina y profesión del
trabajo social. Pretendemos construir algunas respuestas y nuevas preguntas al porque,
al para quien y al como, entendido todo ello como ejercicio que nos remite a los núcleos
fundantes, significativos y articuladores del trabajo social comunitario.



No podemos detenernos aquí a analizar con detalle el trabajo social comunitario desde
una perspectiva histórica (Lillo y Roselló, 2001, Báñez, 1998), pero tampoco debemos
obviar que la naturaleza y los objetivos del Trabajo Social Comunitario están
incardinados a aquellos que son propios del Trabajo Social (Twelvetrees, 1998). El
mismo origen, desarrollo y evolución del trabajo social está vinculado con la acción
comunitaria, a partir de la existencia de diferentes experiencias de ayuda que se han
sucedido a lo largo de la historia en el ámbito de la comunidad1. El trabajo social
comunitario fue reconocido como método propio de la profesión de Trabajo Social en el
año 1947, en la Conferencia Nacional de Servicio Social de los Estados Unidos (Torres,
1987). En el año 1962 la Asociación Nacional de Trabajadores Sociales
Norteamericanos lo consideró como un ámbito práctico y de actuación del Trabajo
Social. En definitiva, toma diferentes significados e interpretaciones, como uno de los
tres métodos de intervención clásicos, junto al individual y grupal o más recientemente

1
 De las cuales podemos destacar, los pueblos cooperadores impulsados por Robert Owen, pasando por el
Settlement Movement, los consejos de bienestar de la comunidad, hasta los programas de desarrollo
comunitario, entre otros, todos ellos citados por Lillo y Roselló, 2001).


                                                                                                  1
como un proceso dialógico dentro del continuum metodológico individuo-grupo-
comunidad (De Robertis, 1994). Desde esta última visión más holística y desde una
lógica de proceso, donde se establece una clara imbricación entre lo colectivo y lo
individual como dimensiones que entran en diálogo y/o en conflicto y se influencian
unas a las otras2. El trabajo comunitario se considera como un enfoque propio e
intrínseco del trabajo social, que incluso desde el debate más reciente se está planteando
en qué medida puede constituir este espacio                    profesional por si mismo, una
especialización: la del trabajador social comunitario.


Lo que nos interesa remarcar e introducir a partir de aquí, es la idea de que trabajar con
y desde la comunidad es una oportunidad y al mismo tiempo una exigencia para poder
re-pensar este espacio social fundamental para el trabajo social. Ello requiere de una
mirada analítica y crítica respecto de las bases teóricas, conceptuales, epistemológicas y
metodológicas construidas desde esta disciplina, al mismo tiempo que debe permitirnos
una    necesaria     aproximación       interdisciplinar,    como      base    de    diálogo    y    de
retroalimentación mutua. Varias son las razones que justifican esta actualización crítica.
Por un lado, los cambios a los que estamos asistiendo tanto a nivel macro como a nivel
microsocial, aluden a grandes y pequeñas transformaciones que están modificando el
con-texto, es decir, la morfología, la cartografía y la sintaxis de aquello que podemos
denominar como espacio social. Por otro lado, estas transformaciones tienen una
influencia y/o impacto no solo en las formas y estilos de vida, sino especialmente en las
relaciones, en las formas de con-vivencia y condiciones de vida, modificando el rostro
y las miradas entorno a la cuestión social. Por último, las distintas experiencias que se
han venido impulsando y desarrollando durante estos últimos años desde la perspectiva
comunitaria nos invitan a poder de-construir y re-pensar nuestras fuentes, concebidas
como referentes teóricos, conceptuales, epistemológicos y metodológicos. Se trata de
poner en práctica el continuum acción-reflexión-acción, o como diría Eduardo
Menéndez, intentar construir un marco de interpelación, diálogo y coherencia entre
nuestras ideas y discursos, intenciones y prácticas de forma inter y transdiciplinar.
Situar la acción comunitaria como espacio y objeto de estudio y de intervención, a
nuestro modo de entender, también supone una oportunidad para poder construir
puentes o anclajes que nos permitan la retroalimentación de saberes entre el ámbito
2
  Desde este enfoque y/o visión holística de la realidad, se explica la interrelación entre la dimensión
colectiva del individuo y la dimensión individual presente en toda intervención comunitaria.


                                                                                                      2
profesional y el ámbito académico desde cada una de las disciplinas. En este sentido, al
final de este trabajo vamos a exponer una experiencia que nace y se desarrolla desde
este espíritu y significado de anclaje y de retroalimentación entre ámbitos.


Al igual que sucede en otras disciplinas afines dentro de las Ciencias Humanas y
Sociales, cuando se trata de designar la acción comunitaria, desde el trabajo social se
han utilizado diferentes vocablos: desarrollo comunitario, intervención comunitaria o
organización de la comunidad entre otros. Sin entrar a fondo en el debate acerca del
propio concepto de comunidad, nos parece necesario resaltar la ambigüedad que
conlleva el propio concepto. Se trata de un concepto polisémico y complejo del cual
penden muchos otros conceptos que se utilizan como sinónimos de este. Esta
complejidad conceptual como lúcidamente resalta Jordi Sancho, se muestra por un lado,
como unidad simbólica discursiva y formalizadora de un espacio profesional, pero al
mismo tiempo, paradójicamente se identifica como poco operativa. El concepto de
comunidad no representa por si mismo ninguna realidad objetiva, sino que obtiene su
significado a través del uso en un entorno social concreto3. En realidad la comunidad
nos remite a un modelo ideal de sociedad inexistente, y por ello alberga un significado
entre paradisíaco y utópico. Pero por otro lado, también hace referencia al interés y/o
intención por recuperar un mundo, que se vive en la mayoría de los casos, en proceso de
desintegración y/o desafiliación. En definitiva, este vocablo nos remite a la expresión de
un malestar y al mismo tiempo a un sentimiento de amenaza, de posible destrucción de
los vínculos societales, en relación con el modelo de sociedad hegemónico, que es
básicamente capitalista, mercantilista y consumista por excelencia4.


En contraposición se reivindica la comunidad, como estrategia consciente que puede
permitir la potenciación y fortalecimiento de las relaciones sociales como vía para poder
hacer emerger nuevas subjetividades y re-construir identidades que han sido
invisibilizadas y/o deterioradas. En definitiva supone la oportunidad de aprender a poder
decidir sobre los aspectos fundamentales de nuestras vidas (Canals, 1997), nuestro
3
   Jordi Sancho en su último y excelente artículo que ha querido compartir con nosotros y que todavía
está pendiente de publicar: ¿Debemos tener miedo a utilizar el concepto de comunidad?, analiza el uso del
término "comunidad" que se ha venido haciendo desde el trabajo social.
4
  Según Alba Rico, S. (2001) La sociedad de consumo es una sociedad básicamente oral, narcisista, vacía
de contenido, que produce procesos de exclusión y de desafiliación social. En definitiva, se trata de
valores que se nutren de una cultura patriarcal de individualización y competitividad que provoca
invisibilización y constantes rupturas de los vínculos necesarios para el desarrollo de nuestra existencia
como seres humanos y sociales


                                                                                                        3
espacio y tiempo sociovital.. Cuando al concepto comunidad le anteponemos el
concepto de acción, este nos acerca a la idea de una realidad que se activa, que se pone
en marcha y/o en movimiento, con la intención y/o objetivo de poder transformarse. A
partir de aquí llegamos a una posible definición acerca de lo que entendemos por acción
comunitaria. Se trata de procesos organizativos que implican a los sujetos individuales y
colectivos, concebidos estos como actores sociales, que muestran algún tipo de anclaje
relacional con el territorio y que toman conciencia y decisión en poder transformar y por
lo tanto mejorar sus condiciones de vida.


Este tipo de iniciativas y experiencias a menudo se pueden desarrollar en la medida que
se constituyen alrededor de uno o varios proyectos de desarrollo y transformación
social, que pretenden implicar a cuantos actores sociales sea posible en un contexto
concreto y determinado (unidad interbarrial, barrio, pueblo, municipio, etc.). Los
objetivos en los que se fundamenta esta acción comunitaria pasan por poner en marcha
y mantener procesos en los que se implica un amplio abanico de aspectos sociales y
personales. La intervención social debe concebirse como un instrumento de
potenciación personal y social de las poblaciones destinatarias, puesto que los procesos
de desarrollo social sólo pueden iniciarse, motivarse y llegar a realizarse si se considera
a la dinamización personal y social como condición fundamental (Barbero y Cortés,
2005). Se trata por lo tanto, de desarrollar la capacidad de la gente para poder establecer
un proyecto, que permita incrementar y potenciar la interacción social y una estructura
en forma de red de relaciones nuevas o podríamos también añadir en movimiento (Ross,
1967). De esta forma el propio proceso de organización colectiva puede devenir un
proceso de concienciación, politización y de empoderamiento del grupo o intergrupos
que se van implicando a lo largo del proceso, tal y como desarrollaremos en el apartado
metodológico.


Una vez definidos los objetivos principales de la acción comunitaria desde el trabajo
social nos detendremos en el contexto social que justifica el impulso y desarrollo de este
tipo de experiencias y procesos a nivel local y/o micro-local. El trabajo social
comunitario se contextualiza a los efectos de la crisis económica y social (Red, 1987) en
clave local o de Estado-nación. A pesar de la validez de este tipo de análisis,
consideramos que para poder reflexionar y re-pensar las bases epistemológicas y
conceptuales del trabajo comunitario hoy, en base a la nueva morfología de lo cuestión


                                                                                         4
social, así como los escenarios y necesidades emergentes, necesariamente debemos
remitirnos a la interdependencia entre lo local y lo global (glocalización). Se trata de ver
como el nuevo orden social producto del actual estadio capitalista, descrito desde el
proceso de globalización contemporánea está incidiendo en los procesos de cambio y
como estos modifican y transforman las condiciones de existencia y de vida de las
personas, grupos y pueblos. El actual contexto de globalización según Ulrich Beck
(2002) provoca una extensión de los riesgos, peligros, de la incertidumbre y del miedo.



El peligro o riesgo social probablemente ha existido siempre, pero las contradicciones y
las turbulencias en estos momentos se expresan de forma más extrema y aguda. Esta
percepción social del riesgo además según el mismo Beck se ha individualizando,
porque estamos viviendo un proceso de debilitamiento de las estructuras de soporte y
protección existentes (Estado de bienestar, des-regularización mercado de trabajo,
transformación de la familia, etc.). En este sentido, todo apunta que las propuestas
neoliberales     van a incrementar en la mayoría de los contextos la desigualdad y
polarización social en términos económico-ocupacionales, así como la acentuación de
las condiciones de dependencia económico-políticas, ideológico-culturales y científico-
técnicas5. Partiendo de la descripción de estos posibles escenarios, las prácticas de los
trabajadores sociales comunitarios deben encarar la acción a propiciar alternativas para
conseguir la globalización de la justicia social (Barranco, 2004). La tesis de la que
partimos considera que esta mayor complejidad en los diferentes ámbitos y espacios de
la vida nos sitúa ante escenarios dónde muchas de las situaciones que vivimos en
términos de problemas sociales, de conflictos y de nuevas necesidades, difícilmente
podrán ser resueltas y/o revertidas si no es a partir de estimular desde el trabajo social
una conciencia social basada en un nuevo paradigma. En una nueva manera de pensar,
de ver y de actuar ante la realidad social.



Este nuevo paradigma está inspirado en las interesantes aportaciones que hacen distintos
autores, entre los que podemos citar a José Luís Rebellato, Tomás R.Villasante,
Graciela Aldana, Zygmunt Barman y                   Boaventura do Sousa Santos. Supone la

5
 La consolidación e intensificación del denominado proceso de globalización contemporánea puede
penetrar e incidir en un sentimiento de des(esperanza) en los imaginarios sociales y al mismo tiempo
puede contribuir a debilitar la capacidad de acción y de bloqueo colectivo.


                                                                                                       5
confluencia de elementos teóricos y también de experiencias y prácticas concretas desde
una perspectiva participativa y comunitaria. Este paradigma por un lado, se sustenta en
una opción ética-política emancipatoria, abierta al aporte de corrientes de pensamiento
crítico diferentes, que han sido y son fuente de retroalimentación de nuestras teorías,
modelos y prácticas profesionales. Dentro del amplio abanico de teorías de pensamiento
crítico podemos mencionar aquellas que emanan de la sociología (Fenomenologia,
Marxismo, Interaccionismo Simbólico, Etnometodologia y Teoría de Habermas), las
corrientes humanistas radicales de la Psicología, la Pedagogía Liberadora de Paulo
Freire, las aportaciones teóricas procedentes del movimiento de la reconceptualización
de Trabajo Social y el feminismo. Estas corrientes y enfoques han ido nutriendo el
acervo teórico-práctico del Trabajo Social comunitario y también confluyen con otras
enfoques que focalizan en la comunidad.



La perspectiva ecológica (Bronfenbrenner, 1987; Kisnerman, 1991; Payne, 1995, Costa
y López, 1986) la intervención con las redes sociales (Villalba, 2000) y la de apoyo
social (Gracia, Herreo y Musitu, 1995) como modelos teóricos que guían la acción y
prácticas comunitarias que se han activado desde el trabajo social también tienen una
clara conexión con el nuevo paradigma. Estas perspectivas permiten tal y como señala
Silvia Navarro (2004) dar un salto con red a la comunidad. Sitúan al sujeto en constante
relación dialéctica con su contexto y lo integran en su red de relaciones interpersonales.
Permiten apostar, desde el valor y la fuerza de lo colectivo desde el presente con una
mirada hacia el futuro. Las respuestas institucionales que se ponen en marcha ante
situaciones sociales que se definen como problemáticas y/o conflictivas, o ante nuevas
realidades, como puede ser el tema de la inmigración, a menudo no son adecuadas ni
suficientes, en la medida que no se orientan desde una perspectiva ecológica, y por lo
tanto se incide solamente en algunas dimensiones de la corteza de la realidad. En
cambio las iniciativas y proyectos orientados desde esta perspectiva ofrecen un marco
teórico muy adecuado para orientar las prácticas de trabajo social comunitario ya que
apuestan por favorecer las respuestas generadas y construidas por la propia comunidad.
El análisis de redes también aporta una visión abierta y cooperante con los recursos
naturales y con las capacidades que muestran los sistemas de apoyo de las personas, los
grupos y comunidades. Las relaciones y vínculos sociales aparecen como elementos
esenciales en el universo relacional que es la red que permite generar comunidad real.


                                                                                        6
En definitiva, el trabajo social deviene facilitador y capacitador de las colectividades
para que estas puedan tomar conciencia e implicarse activamente en construir respuestas
trasformativas de su propia realidad. Al mismo tiempo que posibilita que el trabajador
social renuncie al saber y el poder que tiene, y aprenda a transferir ese poder a la
comunidad y sea capaz de aprender de ella.



Por otro lado, el paradigma de la complejidad reformulado desde una ética de la
liberación, centrada en valores de autonomía y dignidad aparece como otra vertiente
fundamental de este nuevo paradigma (Morin, 2001, Holloway, 1997). La complejidad
nos invita cuanto no nos obliga a tener que revisar la forma de pensar la realidad y
también nuestra práctica.     El paradigma de la complejidad nos invita a pasar de
principios reduccionistas, deterministas y simplistas a análisis de causalidad circular,
complejos, donde el azar y la creatividad nos enriquecen la mirada y la acción.



La acción comunitaria también se formula desde otra concepción de democracia, donde
la participación no queda reducida a meros espacios consultivos o a un simple eslogan.
Supone una oportunidad para desplegar procesos de democracia participativa como
formas de construir una democracia instituyente más vinculada con los problemas y/o
preocupaciones cuotidianas de los ciudadanos. En definitiva, los procesos de
organización comunitaria pueden actuar como espacios constructores de ciudadanía,
desde un nivel simbólico, pero también a nivel operativo y funcional. Permiten la
emergencia de nuevos actores colectivos, formas de construcción de subjetividades y de
identidades promotoras de iniciativas que refuerzan y fortalecen los vínculos, densifican
las redes sociales y generan nuevos anclajes comunitaristas que puedan desplegar
estrategias colectivas ante los nuevos desafíos.


2. Orientaciones metodológicas para la intervención comunitaria.


Una vez contextualizada la acción comunitaria a nivel teórico y epistemológico, nuestro
reto es presentar un conjunto de orientaciones metodológicas para guiar la acción




                                                                                       7
comunitaria pensadas y desarrolladas desde el trabajo social6 pero también inspiradas
por otras disciplinas científicas (especialmente la pedagogía social y la sociología) que
comparten con nosotros el reto de abordar situaciones sociales colectivas mediante la
organización y la acción colectiva. El Trabajo Social como práctica que se orienta en
base a medios y criterios científicos comparte con el resto de disciplinas científicas una
estructura    de    procedimiento        común      para     abordar     las   situaciones      sociales
(estudio/diagnóstico/diseño plan/ejecución/evaluación) que no debe entenderse como
una secuencia lineal sino como “forma de ir haciendo algo” en un proceso encabalgado
e retroactivo que puede iniciarse en cualquier momento del proceso. (Ander Egg, 1992;
Aguilar, 2002; Barbero,2003)


A través de las orientaciones metodológicas que vamos a presentar, queremos ofrecer al
trabajador social7 un esbozo de guión en cuatro actos del proceso de intervención
comunitaria, representados en el esquema 1, que le ayude a interpretar su rol de
dinamizador y organizador comunitario, entendiendo que la lógica del procedimiento
metodológico se va reproduciendo en cada uno de estos momentos en una espiral
abierta e implicativa. Teniendo en cuenta también que este método debe singularizarse
adaptándose al encargo institucional, a la dinámica de la realidad social, la acción de
otros actores sociales y a circunstancias aleatorias.


A lo largo de nuestra experiencia hemos aprendido que estas orientaciones
metodológicas y técnicas no nos ofrecen recetas para construir procesos de organización
comunitaria sino que hay que encontrar un equilibrio entre las planificaciones ideales y
las oportunidades que se abren a lo largo del proceso, apostando por una planificación
de carácter estratégico. La dinamización de un proceso participativo implica aceptar un
margen de incertidumbre y desarrollar capacidades para redefinir el rol profesional en
diálogo con el resto de actores sociales e ir improvisando estrategias que permitan dar
respuesta a cambios en el contexto de intervención que a menudo no son previsibles,
entre otras cosas, porqué vamos (re)descubriendo la realidad a medida que intentamos
transformarla (Morin, 2001)

6
  En la medida que los autores formamos parte de la comunidad professional y académica del trabajo
social y que estas orientaciones han sido (re)formuladas y enriquecidas a través de nuestra pràctica de
trabajo comunitario conjuntamente con profesionales de los servicios sociales (trabajadores/educadores
sociales)
7
  Aunque nos gusta pensar que estas orientaciones, en la medida que son el resultado de un esfuerzo
interdisciplinar, también pueden ser útiles al conjunto de profesionales de la intervención.


                                                                                                          8
Esquema 1. El proceso de intervención del TS comunitario




                   1. Entrada del profesional
                                                                   2.Crear y sostener organización




      4. Retirada del profesional




                                                 3. Diagnóstico y proyecto colectivo




Primer acto: La entrada del profesional en el espacio social de intervención8


En el momento de entrada en el espacio social de intervención, el trabajador social
comunitario necesita de un periodo en el que priorice el desarrollo de conocimiento y la
recogida de información. El objetivo de este proceso de inmersión es reconocer las
necesidades de la comunidad, entendida esta como el espacio de relaciones entre
personas, grupos y instituciones en un territorio concreto y definido, así como su
potencial para mejorar esta situación. Este conocimiento permite tener una base, el
diagnóstico profesional, que sirve de punto de referencia en la definición de las líneas
de acción profesionales. Cabe decir, ya desde el principio, que esta investigación será
mucho más rica y provechosa si se construye y desarrolla en el marco de un equipo
profesional que comparta el reto de impulsar un proceso de organización comunitaria.9



8
  Vamos a situarnos en el supuesto de que el trabajador social desarrolla una acción comunitaria en el
inicio de su labor profesional en el territorio.
9
  Hay que tener en cuenta que difícilmente podremos promover prácticas organizativas en la comunidad si
no somos capaces de organizarnos en nuestra propia institución.


                                                                                                     9
Henderson y Thomas (1992) nos remarcan que este proceso de recogida de información
es una buena oportunidad para establecer relaciones con los grupos locales, los
responsables y profesionales de los servicios públicos del bienestar10, sin olvidar la
institución propia. Pedir la opinión a lideres de grupos locales, asociaciones o redes
informales significa reconocerlos como expertos naturales de la vida cuotidiana en el
barrio y como personas implicadas en la mejora de su territorio; mas también permite
ser reconocido por los ciudadanos como un profesional que puede aportarles alguna
cosa.. También es importante consultar a los profesionales del bienestar con experiencia
de trabajo en la localidad sobre las situaciones sociales problemáticas del territorio y las
deficiencias de la intervención sobre ellas, así como presentarles nuestras intenciones,
programa y método de trabajo. Sin olvidar presentarnos a los responsables y resto de
trabajadores de nuestra propia institución, para hacernos la idea de los limites del propio
trabajo y de los apoyos con los que vamos a poder contar en el desarrollo de nuestra
tarea.


La presencia del profesional es una novedad que será bien aceptada en la medida que
sea capaz de construir buenas relaciones y dejar de ser un desconocido o un extraño. A
partir de contactar con toda clase de personas puede descubrir quién tiene el tiempo, la
motivación, los recursos, las conexiones, la información necesarios para llevar a cabo
una acción futura. Es posible, además, que el propio proceso haga emerger posibilidades
de acción que deban ser aprovechadas. Sea cual sea el momento del proceso de
organización y acción colectiva, el profesional necesita del apoyo de cuantas más
personas mejor, entendiendo que este apoyo puede ser muy diverso: desde aquel de las
personas dispuestas a implicarse en el grupo motor hasta aquel que se limitará a hablar
bien de la experiencia en sus redes.


Hay que tener en cuenta que los trabajadores sociales que quieren llevar a cabo una
acción comunitaria a menudo ya llevan algún tiempo desarrollando su tarea en el barrio,
por ejemplo, en los servicios sociales de atención primaria, aunque centrando su trabajo
en el tratamiento de los casos individuales/familiares. En este caso, puede ser que ya
esté un poco más avanzado en el conocimiento de las necesidades de la localidad y haya
establecido algunos contactos con otros profesionales y, más difícil, con algunos grupos


10
     Servicios sociales, servicios sanitarios, escuelas, centros civicos,etc


                                                                                         10
locales. Pero en mayor o menor medida, también tendrá que completar su proceso de
conocimiento contrastando lo que ya sabe con la opinión de otros actores del barrio.


En paralelo a esta tarea de aproximación al territorio, de localizar y definir los
problemas, de establecer contactos, y de construir el diagnóstico, el trabajador social
debe pensar y repensar las características de su intervención. El profesional debe
estudiar la teoría y consultar a los autores del Trabajo Comunitario, debe pensar en los
aprendizajes de las evaluaciones anteriores si las hubo o elaborar la crítica de
intervención anterior y comprender que tiene de problemática. Como fruto de ello,
podrá identificar su proyecto de intervención profesional, o sea, sus objetivos, el tipo
de actividades que vale la pena emprender, las estrategias a seguir, etc. Así podrá
clarificar su propia posición, como ve su papel en el barrio y en su institución (Barbero
y Cortès, 2005)


Segundo acto: Crear y sostener la organización


El motivo de ser del Trabajo comunitario es la constitución y/o el acompañamiento de
grupos (simples o intergrupos) en la realización de proyectos de desarrollo social. La
apuesta del Trabajo Comunitario por el desarrollo social se manifiesta, sin duda, en su
esfuerzo por conseguir unos resultados que se concretan en mejoras específicas en las
problemáticas que aborda, pero sobre todo en la forma de abordar estas situaciones
problemáticas, esto es, a partir de un proceso que permita generar nuevos sujetos
sociales, nuevos agentes colectivos y/o nuevas estructuras de relaciones entre ellos que
permitan encarar la transformación de situaciones colectivas.


Cuando este proceso es de amplio abasto11, los actores sociales12                      que lideran la
organización comunitaria deben asumir el reto de constituir un intergrupo (una
plataforma, una coordinadora, una federación, etc.) para coordinar y reorganizar los
esfuerzos de las instituciones (públicas o privadas) encargadas de favorecer el bienestar
social. Con la finalidad de desarrollar estrategias de modificación del dispositivo

11
  Por ejemplo en el caso de los planes comunitarios.
12
  Para el desarrollo de estos procesos es imprescindible el liderazo político, como mínimo, del
ayuntamiento y la complicidad de algunas de las asociaciones del barrio, aunque el liderazgo organizativo
acostumbra a ser asumido por trabajadores comunitarios (que pueden ser trabajadores sociales, pero
también educadores, psicologos, sociologos, etc.)


                                                                                                      11
institucional y construir nuevas intervenciones más integradas y eficaces. Pero es
importante no olvidar que la tarea fundamental del trabajo social es la organización de
poblaciones, o sea, favorecer la participación de los ciudadanos más directamente
afectados por las situaciones problemáticas que se quieren mejorar. Para poder convertir
a los actores directamente implicados en sujetos de su acción es necesario desarrollar
una estrategia de intervención que favorezca el desarrollo de los abordos colectivos, que
favorezca la movilización y la organización de las potencialidades internas de la
población. (Dumas y Séguier, 199713


A veces puede producirse que la iniciativa de promover una acción colectiva surja de
los habitantes. Si el trabajador social ha pasado cierto tiempo creando contactos, si ya ha
trabajado con los grupos locales o con profesionales de otras organizaciones, y es
conocido como persona predispuesta a colaborar en la organización comunitaria, puede
que le inviten a discutir los problemas del barrio, o que le pidan ayuda para asociarse o
solicitar una subvención. El tipo de problemas que le comunicarán estará determinado
por la manera en que perciban sus responsabilidades y competencias, pero también por
el crédito que, según ellos, les proporciona la institución a la que pertenece (Barbero y
Cortès, 2005). Pero a menudo el trabajador social, como resultado del proceso de
inmersión en el espacio social de intervención, está convencido de que existe un
problema y que esta convicción puede ser compartida por algunas personas para las que
se pueden encontrar objetivos comunes, aunque no se dé entre la gente la vivencia de un
estado de necesidad o no crea en la posibilidad de solución. En esta situación el
trabajador social deberá adoptar una actitud proactiva e ir al encuentro de la gente para
facilitar que las carencias objetivas se conviertan en necesidad subjetiva y sembrar el
descontento frente a estas situaciones. No se trata de favorecer un descontento genérico
que provoque frustración o inacción sino que se trata de favorecer con información un
descontento que estimule una acción viable y esperanzadora (Ross, 1967). Como
plantea Freire (1983), la conciencia crítica y la propia acción transformadora son



13
   No hay duda que es posible y recomendable combinar estas dos estrategias de organización comunitaria
(la modificación de los dispositivos institucionales y el abordo colectivo). Pero cabe indicar que en los
procesos de amplio abasto como los planes comunitarios se acostumbran a primar la coordinación
intitucional y a tener menos en cuenta los abordos colectivos. Incluso, en algunos casos, el reforzamiento
del poder instituido puede limitar aún más las posibilidades de expresión de la voz de los colectivos
excluidos.


                                                                                                       12
elementos sincrónicos de un proceso de desvelamiento de la situación (quitar el velo
que oculta la realidad).


Para crear un ambiente favorable a la acción colectiva (pero también para extender un
proceso colectivo ya en marcha) pueden ser útiles varios instrumentos o actividades
como la realización de una encuesta, una campaña de recogida de firmas, la
organización de actividades formativas y de debate (una jornada, una conferencia, una
visita a un proyecto, etc.) o de una exposición sobre la historia del barrio, la realización
de una obra de teatro-acción14 o de un video que haga visibles los problemas del barrio
(viviendas en mal estado, suciedad de las calles, etc.), la organización de una semana
cultural o una fiesta, etc. Una vez creado el clima apropiado, el trabajador social tomará
la iniciativa de convocar una reunión para constituir un grupo promotor, con la
complicidad, si puede ser, de representantes de los grupos locales y/o ciudadanos
afectados por las problemáticas que se quieren abordar. En el caso que se quiera
promover un intergrupo que reuna a diversos actores sociales implicados en la provisión
de bienestar en la comunidad, hay que tener en cuenta que la visualización externa de
quien lidera un proceso acostumbra a condicionar en gran medida las implicaciones del
resto. Teniendo en cuenta las dificultades que aparecen en estos procesos cuando lidera
un solo tipo de actor social y que los momentos de gestación de un proceso organizativo
son especialmente implicativos para sus participantes son especialmente interesantes los
esfuerzos de constituir grupos promotores mixtos, en los que ya se visibiliza des del
principio aquello que se quiere construir a lo largo del proceso.


En la convocatoria de la primera reunión del grupo promotor, se debe seleccionar a
personas con las que ya se han tenido contactos, convencerles sobre el interés de dicha
convocatoria y procurar que ellas mismas convoquen a otros conocidos. El primer
encuentro del grupo motor debe organizarse pensando que esa voluntad de actuar que se
está sembrando debe fortalecerse y que, ya desde esa primera reunión, debe iniciarse el
compromiso de la gente en la asunción de responsabilidades para el desarrollo exitosos
de los siguientes movimientos de ese grupo. Para ayudar el grupo a ser autónomo es
necesario estimular su capacidad para “hacerse suyo el proyecto”, interiorizarlo, vivirlo


14
  Por ejemplo, en la fiesta mayor del barrio de St. Antoni de Barcelona, los profesionales de los servicios
sociales del barrio organizaron una obra de teatro-acción que pretendía sensibilizar y abrir el debate
entorno a la situación de los cuidadores de viejos y personas enfermas y/o discapacitadas.


                                                                                                        13
y llevarlo a cabo. Esta autonomía de los grupos se puede trabajar de muchas maneras:
con la actitud del dinamizador, con la superación de los momentos de crisis, con el
abordaje de situaciones espontáneas, no planificadas, etc. (Planas y Prat, 2004).


En la dinamización del grupo también hay que trabajar con rigor y emoción para que se
organize de forma colaborativa, para que sea capaz de encontrar las alianzas necesarias
en el entorno o al exterior del grupo para lograr los objetivos del mismo en beneficio de
la comunidad. Esta ideología grupal requiere de liderazgos íntimamente democráticos,
tolerantes del proceso del grupo y de toda la comunidad objeto de intervención y
favorecedores de la cooperación entre distintos intereses y/o necesidades. Se trata, pues,
de liderazgos que se ejecutan prioritariamente desde la dimensión emocional / relacional
de la tarea a realizar, a través de ocuparse, con cuidado y respeto, de las personas que
forman parte de estas acciones (Cortès, Alemany, LLobet, Ainsa, 2004)


Tercer acto: El diagnóstico, el proyecto y la acción colectivos


La acción colectiva debe tener como eje el desarrollo de un proyecto común que haga
frente a un conjunto de necesidades o que haga efectivas las potencialidades existentes
en un espacio social determinado. Este proyecto común se abre paso mucho mejor
cuando convertimos las diversas operaciones de una intervención sistemática y
racional15 en una oportunidad de debate y de acción conjunta de los miembros de una
organización. Las acciones comunitarias son experiencias que deben permitir a la gente
que participa poder integrar en sus maneras de funcionar muchos conocimientos y
destrezas que se le suponen a los profesionales como la investigación, la interpretación,
la elaboración de proyectos, la reflexión sobre la acción, etc. (Barbero y Cortès, 2005)


En esta línea, construir un diagnóstico colectivo mediante el desarrollo de una
investigación participativa es una buena estrategia en la construcción de ese proyecto
común y un excelente pretexto para desarrollar la movilización temprana que necesitan
las organizaciones. Especialmente cuando se trata de desencadenar un proceso de
desarrollo local en el que, previamente a decidir el proyecto común, se quiere avanzar



15
  Recordamos que estas operaciones son el estudio, el diagnóstico, la definición del proyecto, su
ejecución y evaluación.


                                                                                                    14
en un proceso de construcción de una comprensión común entre los diversos actores
presentes en el territorio16.


En el desarrollo de una investigación participativa se pretende convertir la construcción
de un diagnóstico colectivo en una oportunidad de acción de los miembros de la
organización, y ello implica corresponsabilidad de expertos y no expertos a lo largo de
todo el proceso investigador. El reto para el profesional que asuma la coordinación de
esta tarea será dirigir la investigación con y para el grupo, y ello requiere dominio del
método y de las técnicas de investigación, así como de las técnicas dinamizadoras de la
participación y la creatividad social. Teniendo en cuenta que buena parte de los
miembros del GIAP (grupo de investigación-acción participativa) son, al mismo tiempo,
sujetos y objeto de la investigación y que, para ellos, explorar la comunidad es, en
buena medida, explorarse a si mismos.


Para desarrollar una investigación participativa el GIAP (grupo de investigación-acción
participativa) utilizará técnicas de la metodología cuantitativa (especialmente la
reelaboración de datos secundarios) para establecer las características objetivas del
territorio donde se producen. Aún más importante será el abordaje cualitativo
(observación participante, entrevistas y grupos de discusión) para conocer las
preocupaciones, opiniones y interpretaciones de las personas y grupos, así como
visualizar cuales pueden ser los intereses comunes de los diferentes actores que
permitan construir un proceso colectivo y identificar las discrepancias y/o conflictos que
se tendrán que afrontar durante este proceso. Sin olvidar la importancia de organizar
espacios de debate y reflexión (grupos de trabajo, talleres, foros, jornadas, etc.) en los
que con el soporte de técnicas que faciliten la operativización de la participación
(sociograma, dafo, autoanálisi, fluxograma, etc.) se puede avanzar en la construcción de
una comprensión común entorno los problemas que preocupan y las soluciones a estos
problemas.


En este esfuerzo por conseguir que el diagnostico comunitario se construya con la
máxima participación posible es especialmente importante organizar una presentación

16
   Aunque a veces, en la constitución de un grupo de habitantes afectados por algún problema puede no
ser pertinente y/o necesario desarrollar una investigación para construir el diagnóstico colectivo y
podemos apostar por procesos de autodiagnóstico más sencillos e intuitivos



                                                                                                  15
pública de los resultados provisionales del estudio para que estos se contrasten y
aprueben con todos los actores que se ha logrado movilizar en el proceso colectivo. En
este acto de cierre del proceso de diagnóstico suele ser pertinente plantear también el
inicio del proceso de elaboración del proyecto colectivo a través de la definición de las
líneas de acción que se valoren como prioritarias . En esta fase de la acción comunitaria
el grupo motor seguirá organizando espacios de trabajo colectivo para construir
también de manera participativa los objetivos de la acción, la programación de tareas
concretas a realizar, etc. De esta manera, además de permitir a los actores de una
comunidad construir y/o mejorar sus relaciones, se podrá avanzar en la elaboración de
propuestas integrales sobre determinados temas que den respuesta a las necesidades y
oportunidades de dicha comunidad y que se convierta en el punto de partida para
desarrollar prácticas transformadoras (Martí, 2005). Teniendo en cuenta que la
organización comunitaria deberá mantener su implicación lo largo de la implementación
de las acciones y en la evaluación de las mismas.


Cuarto acto: La retirada del profesional para la autonomía del grupo


Como ya hemos planteado, el TS comunitario tiene que trabajar para la plena autonomía
del grupo. Para favorecer este proceso de autonomía es conveniente que la permanencia
del profesional no sea permanente, sino que mantenga una posición de ir “entrando y
saliendo”, para catalizar de una manera dinámica el distanciamiento crítico y ayudando
a avanzar metodológicamente (López de Ceballos, 1987).El trabajador social tiene que
ser conciente de que su horizonte es la retirada, dejar de participar profesionalmente en
las actividades de los grupos y dar paso a la plena autogestión de las organizaciones
populares. Como explican De Robertis y Pascal (1994), este momento oportuno de la
retirada debe ser sopesado con atención para evitar un alejamiento demasiado prematuro
que sea vivido como un abandono y comprometa los logros pacientemente acumulados
por el grupo, pero también una retirada demasiado tardía que refuerce la dependencia y
frene el proceso de autonomía y autoorganización.


Pero de nuestra experiencia hemos aprendido que la retirada del profesional no siempre
aparece como una necesidad clara y fácil de aplicar. Mientras que la necesidad de la
retirada siempre queda clara en el caso de los grupos de acción social simples, en otras
situaciones de trabajo comunitario como los retos organizativos complejos (por ejemplo


                                                                                      16
los planes comunitarios) se tiende a estabilizar el liderazgo organizativo del trabajador
comunitario17. Parece razonable pensar que el papel del organizador comunitario
siempre será necesario si se quieren consolidar y extender estructuras de organización
comunitaria en los barrios que permitan desarrollar políticas sociales integrales y
participativas.


3. Características y rol de los diferentes actores implicados en la acción
comunitaria.


En los procesos comunitarios se persiguen objetivos substantivos como solucionar el
problema de la vivienda, mejorar la calidad de la educación y de la salud, generar
nuevas oportunidades de empleo, fomentar la convivencia intercultural, etc. Para lograr
estos objetivos, los actores del proceso transformador tendrán que cambiar sus formas
de hacer y de relacionarse (Rebollo, 2005). En la línea de ir transformando unas
relaciones unidireccionales basadas en el principio de autoridad (ya sea política o
técnica) en unas relaciones bidireccionales más horizontales, que permitan escuchar los
distintos puntos de vista de una situación y que no excluyen la manifestación del
conflicto, tal como se muestra en el esquema 2.


Una vez ya defendido como nos parece que el TS comunitario debe actuar y
relacionarse en su tarea de organizador y dinamizador de la acción comunitaria, es
importante que también prestemos atención a las características de los actores sociales
que participan en estos procesos y al papel que desarrollan en estos en función de la
amplitud y/o complejidad del proceso comunitario18.




17
   Este nuevo espacio de ejercicio profesional centrado en el Trabajo Comunitario es un espacio
transdisciplinar que puede ser ocupado por trabajadores sociales pero también educadores sociales,
psicólogos, sociólogos, etc.
18
    No es lo mismo, por ejemplo, un proceso de desarrollo local que necesariamente implica construir
conjuntos de acción que articulen los intereses de personas, grupos, organizaciones i instituciones
preocupados y/o con responsabilidades en la provisión del bienestar, que un proceso centrado en la
dinamización de un grupo de habitantes (mujeres, inmigrantes, jóvenes) que quieren defender sus
intereses, ser reconocidos como ciudadanos con voz, construir nuevos espacios de relación, etc.



                                                                                                 17
Esquema 2: Mapa de las relaciones entre los actores en un barrio




         Políticos                        Profesionales base            Colectivos no organizados
         Responsables organizativos       Representantes asociaciones




Los agentes institucionales:


En general, pero especialmente en los procesos de desarrollo local, podemos afirmar
que la implicación de los representantes políticos para el impulso del trabajo
comunitario siempre es necesaria en la medida que la apuesta del trabajo comunitario
debe partir de la convicción de la necesidad de promocionar una democracia
participativa que no excluya el potencial participativo de los profesionales y de la
población. Teniendo en cuenta que una mayor articulación entre ciudadanía,
profesionales y políticos podría contribuir a una mayor calidad, eficiencia y
legitimación de las políticas públicas.




                                                                                              18
Sin entrar a fondo en la complejidad que conlleva desarrollar en la práctica esta nueva
manera de hacer política, nos interesa destacar que para que este cambio de políticas sea
posible se tienen que financiar y apoyar acciones profesionales que impulsen procesos
de organización comunitaria y construir los instrumentos y canales que favorezcan el
derecho a la participación ciudadana. En los últimos años, para llevar a cabo esta tarea
se ha ido consolidando la tendencia de incorporar nuevos profesionales con formación
universitaria en ciencias sociales y humanas con el encargo de asumir la organización y
dinamización del proceso comunitario19.


Estamos convencidos que si se quiere avanzar de manera sostenible en la mejora del
bienestar de un colectivo y/o territorio desde una perspectiva comunitaria también se
tiene que contar con los diferentes profesionales/funcionarios que ya están interviniendo
en la comunidad reconociendo su saber técnico-científico y sus conocimientos entorno a
las situaciones sociales problemáticas que se quieren mejorar (Marchioni, 1999). Para
ello es imprescindible abordar un cambio organizativo de las burocracias públicas que
permita y fomente cierta remodelación de un sistema de bienestar pensado para la tarea
asistencial y/o la gestión administrada de los problemas sociales. Eso implica cuestiones
como el reconocimiento explicito del trabajo comunitario, la especificación de un
tiempo para llevarla a cabo, la formación de los profesionales, etc. pero sin olvidar que
también son imprescindibles la motivación y esfuerzo de los propios profesionales para
replantear su tarea. 20.


Para poder construir una relación de confianza entre los profesionales y los políticos y
abordar con éxito el replanteamiento de la intervención social es crucial el papel de los
responsables organizativos para utilizar y transmitir la información de forma asertiva,
así como explicar y justificar las decisiones del equipo a los cargos de mando (técnicos
y políticos). Esta confianza también le permitirá tener cierto margen de maniobra para
reorganizar el servicio para que los trabajadores sociales y educadores sociales puedan
compatibilizar la atención individual y familiar con el trabajo comunitario y para



19
   De esta manera parece que se avanza en una cierta tendencia especializadora, pero aún lejos de paises
como Reino Unido, donde el Trabajo Comunitario es una profesión reconocida que demanda formación
específica.
20
   Como hemos podido constatar n la experiencia de investigacción que hemos desarrollado
conjuntamente con 3 equipos de servicios sociales de atención primaria y que relatamos en este capítulo.


                                                                                                      19
movilizar los recursos necesarios para hacer viables los proyectos de desarrollo
comunitario.


Los representantes de la sociedad civil:


Por otro lado es imprescindible contar con la implicación de las asociaciones, entidades
y grupos que van des de las redes comunitarias de autoayuda hasta las entidades de
gestión de servicios y los grupos de presión, ya que son puntos de partida clave en un
proceso de organización comunitaria, en la medida que indican la capacidad que una
comunidad ha tenido de auto-organizarse hasta aquel momento y teniendo en cuenta que
también tienen una responsabilidad (creciente) en la provisión del bienestar.


Si queremos impulsar proyectos sociales transformadores tenemos que favorecer la
autonomía de las asociaciones y ello implica que la adjudicación de recursos públicos a
las entidades sociales debe ser transparente y evitar los riscos de instrumentalización
política. Pero también depende de la capacidad que tengan estas asociaciones para
construir un proyecto propio que les permita tomar la iniciativa y evitar que sea la
agenda político administrativa la que marque los procesos participativos. Sin olvidar
que las asociaciones que apuestan por la participación ciudadana tienen que predicar
con el ejemplo y sustituir los liderazgos paternalistas ejercidos por pocas personas
insubstituibles por modelos organizativos que fomenten la participación (Rebollo,
2001).


Los ciudadanos afectados:


Como ya hemos planteado, el reto fundamental del Trabajo Social Comunitario debe ser
la tarea de movilización y organización de los ciudadanos no organizados,
especialmente, los colectivos en situación de vulnerabilidad social (jóvenes en conflicto,
mujeres sin reconocimiento público, inmigrantes sin papeles, gente mayor
desaprovechada, etc.). Se trata que las poblaciones afectadas por la situación
problemática se conviertan en sujetos de la propia acción. Para las poblaciones
destinatarias, los procesos que pone en marcha la intervención social deberán ser
experiencias significativas que tengan como resultado su fortalecimiento personal y
social (mejoras de la cohesión social, de la red de relaciones, de la auto-imagen, de la


                                                                                       20
confianza, de su autonomía, etc.) y su acceso a bienes sociales (habilidades, formación,
etc.) que permitan el ejercicio pleno de ciudadanía (Barbero 2002).



Cuando hablamos de experiencias significativas se quiere señalar que los objetivos de la
intervención social no pueden ser una donación sino que deben ser conquistados . Los
sujetos afectados sólo podrán integrar en su vida los beneficios variados de un proceso
comunitario a través de su implicación en la definición de sus problemas y el desarrollo
de las propuestas de mejora. Nos parece que la implicación de estas poblaciones se debe
canalizar, al menos en un primer momento, mediante proyectos centrados en su
problemática concreta ya que esta reducción del abasto de la intervención permite
aumentar su profundidad ya que hace posible abordar una de las causas de la exclusión
social y fomenta la participación desde la base.



4. Relato de una experiencia: Investigacción en Trabajo Social Comunitario: la
construcción de prácticas participativas



En el momento de seleccionar una experiencia comunitaria para poderla compartir del
elenco de iniciativas y procesos que se han venido impulsando y desarrollando en estos
últimos tiempos, hemos optado por una de ellas. Esta experiencia que ha sido
denominada como Investigacción en Trabajo Social Comunitario: la construcción de
prácticas participativas, consideramos que vincula y retroalimenta el trabajo social
comunitario desde dos ámbitos: el profesional y el académico-disciplinar. (LLobet,
Cortès, Alemany, Ballesteros, 2005)


Esta experiencia emerge de una jornada de formación interna organizada por y para los
docentes de los Estudios de Trabajo Social de la Universidad de Barcelona en el año
2000. Los objetivos podrían sintetizarse básicamente en tres. En primer lugar, poder
reflexionar a nivel teórico y epistemológico sobre el enfoque comunitario. En segundo
lugar, reflexionar sobre las metodologías que se venían utilizando desde el trabajo; y en
tercer lugar, platearnos nuestra posición desde el ámbito académico y disciplinar
respecto a la potenciación y fortalecimiento de este tipo de prácticas.




                                                                                      21
Una de las conclusiones de la jornada fue justamente evidenciar y decidir impulsar un
proyecto de investigación/acción en trabajo social comunitario, conjuntamente con
profesionales, técnicos y ciudadanos de tres territorios con características sociológicas y
estructurales bien distintas. Este proyecto fue presentado y posteriormente aprobado y
financiado por el Área de Bienestar Social de la Diputación de Barcelona, quien
también propuso los tres territorios que podrían implicarse y participar en el mismo:
barrio de Can Parellada de Terrassa (barrio periférico de una ciudad del área
metropolitana de Barcelona), el barrio de Sant Antoni de Barcelona (barrio situado en
un área central de esta ciudad) y la Mancomunidad de la Plana (área semirural,
configurada por poblaciones pequeñas y diseminadas). Para desarrollar este trabajo
empírico y teórico que pretendía potenciar el desarrollo de prácticas participativas desde
el trabajo social, estructuramos el proyecto en tres operaciones claramente entrelazadas,
que se han ido retroalimentando unas con las otras desde una lógica constructivista.


En la primera operación del proyecto realizada de enero del 2001 a septiembre del 2002,
nuestro reto fue promover la constitución y el mantenimiento de un intergrupo formado
por profesores y profesionales del ámbito de la atención primaria en servicios sociales y
de otros servicios especializados de los tres territorios implicados en el proyecto. Este
intergrupo que también estaba abierto a los ciudadanos, se propuso como tarea realizar
una investigación sobre el estado de las prácticas de trabajo comunitario en Cataluña en
los últimos diez años. Los objetivos de esta investigación, en la que se implicaron todos
los actores que integraban el intergrupo, era reconstruir una muestra de 18 experiencias.
Dicha reconstrucción nos permitía poder identificar las condiciones que dificultan y
favorecen la promoción de procesos de organización comunitaria. Al mismo tiempo que
aproximarnos a los elementos que condicionan la participación de los servicios sociales
en las dinámicas comunitarias. Los resultados y conclusiones de la investigación, por un
lado, permitieron establecer orientaciones metodológicas para poder impulsar procesos
de organización comunitaria en cada uno de los territorios, impulsados en este caso por
los equipos de atención primaria implicados. Por otro lado, han sido difundidos y
compartidos en distintos espacios profesionales y académicos, generando un debate
entorno a la realidad actual de la acción comunitaria desde el trabajo social, así como
poder identificar los nudos críticos y las estrategias para poder revertirlos. Este proceso
de trabajo colaborativo también ha actuado en la práctica como una estrategia de
formación, concienciación e implicación de los miembros del equipo del proyecto, y


                                                                                        22
construir así una comprensión común entorno a los retos que hay que afrontar desde el
trabajo comunitario.


La segunda operación del proyecto se realizó desde febrero del 2002 hasta finales del
2003. Se inició con un taller de formación en metodologías participativas abierto a todas
las personas interesadas e invitadas por parte de cada uno de los territorios implicados
en el proyecto. Este fue un momento crucial de todo el proceso, en la medida que se
trataba de poner el potencial de grupo de investigación/acción al servicio del impulso de
las tres experiencias comunitarias a través de la elaboración en cada uno de los
territorios de un diagnóstico participativo, que servia como punto de referencia para
definir las acciones de mejora en cada una de las zonas. El reto investigador en esta
segunda operación no se agotaba en la realización del diagnóstico en los barrios, sino
que desde el equipo motor del proyecto desarrollamos un proceso de sistematización de
cada uno de los procesos de organización comunitaria impulsados desde el proyecto. La
tarea de sistematización, por un lado, nos ha permitido contrastar y completar nuestro
conocimiento acerca de las condiciones y objetivos a considerar para el impulso de este
tipo de procesos participativos. Por otro lado, ha permitido incrementar nuestra el
potencial autoreflexivo en cada una de las experiencias, así como la capacidad de
abertura y difusión hacia fuera.


A lo largo del 2004 y 2005 se ha realizado la tercera operación del proceso, orientada a
promover proyectos de desarrollo social a partir de los diagnósticos realizados en cada
una de los territorios. Esta operación también se inició con un taller de formación
abierto a todos los participantes, en este caso en prospectivas de acción a partir de los
resultados fruto del diagnóstico. Este ha sido un momento clave para conseguir y/o
afianzar   el apoyo político y gerencial que garantice la viabilidad de las distintas
iniciativas y propuestas que se están desplegando desde cada uno de los territorios.
Conseguir estos apoyos ha sido una tarea nada fácil, que ha requerido de estrategias
varias, no exentas de situaciones y/o momentos de conflicto, a pesar de que cada una de
las experiencias partía de estos apoyos políticos que se hicieron evidentes y explícitos
en el momento del impulso de cada una de las iniciativas.


En estos momentos estamos en la última fase y/o operación del proyecto, que es el
momento de realizar la evaluación de cada una de las experiencias en términos de


                                                                                      23
proceso y resultados, como en relación al proceso que hemos experimentado como
intergrupo y/o como grupo motor de todo el proyecto. Un proyecto de esta naturaleza y
características que ha sido compartido y desarrollado desde el principio desde la
implicación de distintos actores (profesores, profesionales y vecinos), ha requerido de
un diálogo y de una mutua adaptación de expectativas, ritmos, necesidades, etc. Pero sin
lugar a dudas ha sido una experiencia rica en aprendizajes. Para los profesionales y
ciudadanos ha significado una oportunidad de fortalecer sus relaciones, y poder trabajar
también situaciones críticas que han podido manifestarse, revisar sus prácticas y de re-
pensar la acción. Para nosotros como profesores ha sido una oportunidad de poder
revisar y re-pensar la teoría y las metodologías que utilizamos en la formación de los
futuros trabajadores sociales.


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La accion comunitaria_desde_el_trabajo_social

  • 1. CORTÈS, F.; LLOBET,M. (2006). La acción comunitaria desde el trabajo social a: ÚCAR,X.; LLENA,A.(coord.). Miradas y diálogos en torno a la acción comunitaria. Barcelona, Graó. La acción comunitaria desde el trabajo social Ferran Cortès Izquierdo Marta Llobet Estany 1. Aproximación a las bases teóricas y epistemológicas del trabajo social comunitario. La intención de los autores en el capítulo que a continuación vamos a desarrollar es la abrir un diálogo y un debate acerca de los actuales desafíos y dificultades con los que se enfrenta hoy en día la acción comunitaria orientada desde la disciplina y profesión del trabajo social. Pretendemos construir algunas respuestas y nuevas preguntas al porque, al para quien y al como, entendido todo ello como ejercicio que nos remite a los núcleos fundantes, significativos y articuladores del trabajo social comunitario. No podemos detenernos aquí a analizar con detalle el trabajo social comunitario desde una perspectiva histórica (Lillo y Roselló, 2001, Báñez, 1998), pero tampoco debemos obviar que la naturaleza y los objetivos del Trabajo Social Comunitario están incardinados a aquellos que son propios del Trabajo Social (Twelvetrees, 1998). El mismo origen, desarrollo y evolución del trabajo social está vinculado con la acción comunitaria, a partir de la existencia de diferentes experiencias de ayuda que se han sucedido a lo largo de la historia en el ámbito de la comunidad1. El trabajo social comunitario fue reconocido como método propio de la profesión de Trabajo Social en el año 1947, en la Conferencia Nacional de Servicio Social de los Estados Unidos (Torres, 1987). En el año 1962 la Asociación Nacional de Trabajadores Sociales Norteamericanos lo consideró como un ámbito práctico y de actuación del Trabajo Social. En definitiva, toma diferentes significados e interpretaciones, como uno de los tres métodos de intervención clásicos, junto al individual y grupal o más recientemente 1 De las cuales podemos destacar, los pueblos cooperadores impulsados por Robert Owen, pasando por el Settlement Movement, los consejos de bienestar de la comunidad, hasta los programas de desarrollo comunitario, entre otros, todos ellos citados por Lillo y Roselló, 2001). 1
  • 2. como un proceso dialógico dentro del continuum metodológico individuo-grupo- comunidad (De Robertis, 1994). Desde esta última visión más holística y desde una lógica de proceso, donde se establece una clara imbricación entre lo colectivo y lo individual como dimensiones que entran en diálogo y/o en conflicto y se influencian unas a las otras2. El trabajo comunitario se considera como un enfoque propio e intrínseco del trabajo social, que incluso desde el debate más reciente se está planteando en qué medida puede constituir este espacio profesional por si mismo, una especialización: la del trabajador social comunitario. Lo que nos interesa remarcar e introducir a partir de aquí, es la idea de que trabajar con y desde la comunidad es una oportunidad y al mismo tiempo una exigencia para poder re-pensar este espacio social fundamental para el trabajo social. Ello requiere de una mirada analítica y crítica respecto de las bases teóricas, conceptuales, epistemológicas y metodológicas construidas desde esta disciplina, al mismo tiempo que debe permitirnos una necesaria aproximación interdisciplinar, como base de diálogo y de retroalimentación mutua. Varias son las razones que justifican esta actualización crítica. Por un lado, los cambios a los que estamos asistiendo tanto a nivel macro como a nivel microsocial, aluden a grandes y pequeñas transformaciones que están modificando el con-texto, es decir, la morfología, la cartografía y la sintaxis de aquello que podemos denominar como espacio social. Por otro lado, estas transformaciones tienen una influencia y/o impacto no solo en las formas y estilos de vida, sino especialmente en las relaciones, en las formas de con-vivencia y condiciones de vida, modificando el rostro y las miradas entorno a la cuestión social. Por último, las distintas experiencias que se han venido impulsando y desarrollando durante estos últimos años desde la perspectiva comunitaria nos invitan a poder de-construir y re-pensar nuestras fuentes, concebidas como referentes teóricos, conceptuales, epistemológicos y metodológicos. Se trata de poner en práctica el continuum acción-reflexión-acción, o como diría Eduardo Menéndez, intentar construir un marco de interpelación, diálogo y coherencia entre nuestras ideas y discursos, intenciones y prácticas de forma inter y transdiciplinar. Situar la acción comunitaria como espacio y objeto de estudio y de intervención, a nuestro modo de entender, también supone una oportunidad para poder construir puentes o anclajes que nos permitan la retroalimentación de saberes entre el ámbito 2 Desde este enfoque y/o visión holística de la realidad, se explica la interrelación entre la dimensión colectiva del individuo y la dimensión individual presente en toda intervención comunitaria. 2
  • 3. profesional y el ámbito académico desde cada una de las disciplinas. En este sentido, al final de este trabajo vamos a exponer una experiencia que nace y se desarrolla desde este espíritu y significado de anclaje y de retroalimentación entre ámbitos. Al igual que sucede en otras disciplinas afines dentro de las Ciencias Humanas y Sociales, cuando se trata de designar la acción comunitaria, desde el trabajo social se han utilizado diferentes vocablos: desarrollo comunitario, intervención comunitaria o organización de la comunidad entre otros. Sin entrar a fondo en el debate acerca del propio concepto de comunidad, nos parece necesario resaltar la ambigüedad que conlleva el propio concepto. Se trata de un concepto polisémico y complejo del cual penden muchos otros conceptos que se utilizan como sinónimos de este. Esta complejidad conceptual como lúcidamente resalta Jordi Sancho, se muestra por un lado, como unidad simbólica discursiva y formalizadora de un espacio profesional, pero al mismo tiempo, paradójicamente se identifica como poco operativa. El concepto de comunidad no representa por si mismo ninguna realidad objetiva, sino que obtiene su significado a través del uso en un entorno social concreto3. En realidad la comunidad nos remite a un modelo ideal de sociedad inexistente, y por ello alberga un significado entre paradisíaco y utópico. Pero por otro lado, también hace referencia al interés y/o intención por recuperar un mundo, que se vive en la mayoría de los casos, en proceso de desintegración y/o desafiliación. En definitiva, este vocablo nos remite a la expresión de un malestar y al mismo tiempo a un sentimiento de amenaza, de posible destrucción de los vínculos societales, en relación con el modelo de sociedad hegemónico, que es básicamente capitalista, mercantilista y consumista por excelencia4. En contraposición se reivindica la comunidad, como estrategia consciente que puede permitir la potenciación y fortalecimiento de las relaciones sociales como vía para poder hacer emerger nuevas subjetividades y re-construir identidades que han sido invisibilizadas y/o deterioradas. En definitiva supone la oportunidad de aprender a poder decidir sobre los aspectos fundamentales de nuestras vidas (Canals, 1997), nuestro 3 Jordi Sancho en su último y excelente artículo que ha querido compartir con nosotros y que todavía está pendiente de publicar: ¿Debemos tener miedo a utilizar el concepto de comunidad?, analiza el uso del término "comunidad" que se ha venido haciendo desde el trabajo social. 4 Según Alba Rico, S. (2001) La sociedad de consumo es una sociedad básicamente oral, narcisista, vacía de contenido, que produce procesos de exclusión y de desafiliación social. En definitiva, se trata de valores que se nutren de una cultura patriarcal de individualización y competitividad que provoca invisibilización y constantes rupturas de los vínculos necesarios para el desarrollo de nuestra existencia como seres humanos y sociales 3
  • 4. espacio y tiempo sociovital.. Cuando al concepto comunidad le anteponemos el concepto de acción, este nos acerca a la idea de una realidad que se activa, que se pone en marcha y/o en movimiento, con la intención y/o objetivo de poder transformarse. A partir de aquí llegamos a una posible definición acerca de lo que entendemos por acción comunitaria. Se trata de procesos organizativos que implican a los sujetos individuales y colectivos, concebidos estos como actores sociales, que muestran algún tipo de anclaje relacional con el territorio y que toman conciencia y decisión en poder transformar y por lo tanto mejorar sus condiciones de vida. Este tipo de iniciativas y experiencias a menudo se pueden desarrollar en la medida que se constituyen alrededor de uno o varios proyectos de desarrollo y transformación social, que pretenden implicar a cuantos actores sociales sea posible en un contexto concreto y determinado (unidad interbarrial, barrio, pueblo, municipio, etc.). Los objetivos en los que se fundamenta esta acción comunitaria pasan por poner en marcha y mantener procesos en los que se implica un amplio abanico de aspectos sociales y personales. La intervención social debe concebirse como un instrumento de potenciación personal y social de las poblaciones destinatarias, puesto que los procesos de desarrollo social sólo pueden iniciarse, motivarse y llegar a realizarse si se considera a la dinamización personal y social como condición fundamental (Barbero y Cortés, 2005). Se trata por lo tanto, de desarrollar la capacidad de la gente para poder establecer un proyecto, que permita incrementar y potenciar la interacción social y una estructura en forma de red de relaciones nuevas o podríamos también añadir en movimiento (Ross, 1967). De esta forma el propio proceso de organización colectiva puede devenir un proceso de concienciación, politización y de empoderamiento del grupo o intergrupos que se van implicando a lo largo del proceso, tal y como desarrollaremos en el apartado metodológico. Una vez definidos los objetivos principales de la acción comunitaria desde el trabajo social nos detendremos en el contexto social que justifica el impulso y desarrollo de este tipo de experiencias y procesos a nivel local y/o micro-local. El trabajo social comunitario se contextualiza a los efectos de la crisis económica y social (Red, 1987) en clave local o de Estado-nación. A pesar de la validez de este tipo de análisis, consideramos que para poder reflexionar y re-pensar las bases epistemológicas y conceptuales del trabajo comunitario hoy, en base a la nueva morfología de lo cuestión 4
  • 5. social, así como los escenarios y necesidades emergentes, necesariamente debemos remitirnos a la interdependencia entre lo local y lo global (glocalización). Se trata de ver como el nuevo orden social producto del actual estadio capitalista, descrito desde el proceso de globalización contemporánea está incidiendo en los procesos de cambio y como estos modifican y transforman las condiciones de existencia y de vida de las personas, grupos y pueblos. El actual contexto de globalización según Ulrich Beck (2002) provoca una extensión de los riesgos, peligros, de la incertidumbre y del miedo. El peligro o riesgo social probablemente ha existido siempre, pero las contradicciones y las turbulencias en estos momentos se expresan de forma más extrema y aguda. Esta percepción social del riesgo además según el mismo Beck se ha individualizando, porque estamos viviendo un proceso de debilitamiento de las estructuras de soporte y protección existentes (Estado de bienestar, des-regularización mercado de trabajo, transformación de la familia, etc.). En este sentido, todo apunta que las propuestas neoliberales van a incrementar en la mayoría de los contextos la desigualdad y polarización social en términos económico-ocupacionales, así como la acentuación de las condiciones de dependencia económico-políticas, ideológico-culturales y científico- técnicas5. Partiendo de la descripción de estos posibles escenarios, las prácticas de los trabajadores sociales comunitarios deben encarar la acción a propiciar alternativas para conseguir la globalización de la justicia social (Barranco, 2004). La tesis de la que partimos considera que esta mayor complejidad en los diferentes ámbitos y espacios de la vida nos sitúa ante escenarios dónde muchas de las situaciones que vivimos en términos de problemas sociales, de conflictos y de nuevas necesidades, difícilmente podrán ser resueltas y/o revertidas si no es a partir de estimular desde el trabajo social una conciencia social basada en un nuevo paradigma. En una nueva manera de pensar, de ver y de actuar ante la realidad social. Este nuevo paradigma está inspirado en las interesantes aportaciones que hacen distintos autores, entre los que podemos citar a José Luís Rebellato, Tomás R.Villasante, Graciela Aldana, Zygmunt Barman y Boaventura do Sousa Santos. Supone la 5 La consolidación e intensificación del denominado proceso de globalización contemporánea puede penetrar e incidir en un sentimiento de des(esperanza) en los imaginarios sociales y al mismo tiempo puede contribuir a debilitar la capacidad de acción y de bloqueo colectivo. 5
  • 6. confluencia de elementos teóricos y también de experiencias y prácticas concretas desde una perspectiva participativa y comunitaria. Este paradigma por un lado, se sustenta en una opción ética-política emancipatoria, abierta al aporte de corrientes de pensamiento crítico diferentes, que han sido y son fuente de retroalimentación de nuestras teorías, modelos y prácticas profesionales. Dentro del amplio abanico de teorías de pensamiento crítico podemos mencionar aquellas que emanan de la sociología (Fenomenologia, Marxismo, Interaccionismo Simbólico, Etnometodologia y Teoría de Habermas), las corrientes humanistas radicales de la Psicología, la Pedagogía Liberadora de Paulo Freire, las aportaciones teóricas procedentes del movimiento de la reconceptualización de Trabajo Social y el feminismo. Estas corrientes y enfoques han ido nutriendo el acervo teórico-práctico del Trabajo Social comunitario y también confluyen con otras enfoques que focalizan en la comunidad. La perspectiva ecológica (Bronfenbrenner, 1987; Kisnerman, 1991; Payne, 1995, Costa y López, 1986) la intervención con las redes sociales (Villalba, 2000) y la de apoyo social (Gracia, Herreo y Musitu, 1995) como modelos teóricos que guían la acción y prácticas comunitarias que se han activado desde el trabajo social también tienen una clara conexión con el nuevo paradigma. Estas perspectivas permiten tal y como señala Silvia Navarro (2004) dar un salto con red a la comunidad. Sitúan al sujeto en constante relación dialéctica con su contexto y lo integran en su red de relaciones interpersonales. Permiten apostar, desde el valor y la fuerza de lo colectivo desde el presente con una mirada hacia el futuro. Las respuestas institucionales que se ponen en marcha ante situaciones sociales que se definen como problemáticas y/o conflictivas, o ante nuevas realidades, como puede ser el tema de la inmigración, a menudo no son adecuadas ni suficientes, en la medida que no se orientan desde una perspectiva ecológica, y por lo tanto se incide solamente en algunas dimensiones de la corteza de la realidad. En cambio las iniciativas y proyectos orientados desde esta perspectiva ofrecen un marco teórico muy adecuado para orientar las prácticas de trabajo social comunitario ya que apuestan por favorecer las respuestas generadas y construidas por la propia comunidad. El análisis de redes también aporta una visión abierta y cooperante con los recursos naturales y con las capacidades que muestran los sistemas de apoyo de las personas, los grupos y comunidades. Las relaciones y vínculos sociales aparecen como elementos esenciales en el universo relacional que es la red que permite generar comunidad real. 6
  • 7. En definitiva, el trabajo social deviene facilitador y capacitador de las colectividades para que estas puedan tomar conciencia e implicarse activamente en construir respuestas trasformativas de su propia realidad. Al mismo tiempo que posibilita que el trabajador social renuncie al saber y el poder que tiene, y aprenda a transferir ese poder a la comunidad y sea capaz de aprender de ella. Por otro lado, el paradigma de la complejidad reformulado desde una ética de la liberación, centrada en valores de autonomía y dignidad aparece como otra vertiente fundamental de este nuevo paradigma (Morin, 2001, Holloway, 1997). La complejidad nos invita cuanto no nos obliga a tener que revisar la forma de pensar la realidad y también nuestra práctica. El paradigma de la complejidad nos invita a pasar de principios reduccionistas, deterministas y simplistas a análisis de causalidad circular, complejos, donde el azar y la creatividad nos enriquecen la mirada y la acción. La acción comunitaria también se formula desde otra concepción de democracia, donde la participación no queda reducida a meros espacios consultivos o a un simple eslogan. Supone una oportunidad para desplegar procesos de democracia participativa como formas de construir una democracia instituyente más vinculada con los problemas y/o preocupaciones cuotidianas de los ciudadanos. En definitiva, los procesos de organización comunitaria pueden actuar como espacios constructores de ciudadanía, desde un nivel simbólico, pero también a nivel operativo y funcional. Permiten la emergencia de nuevos actores colectivos, formas de construcción de subjetividades y de identidades promotoras de iniciativas que refuerzan y fortalecen los vínculos, densifican las redes sociales y generan nuevos anclajes comunitaristas que puedan desplegar estrategias colectivas ante los nuevos desafíos. 2. Orientaciones metodológicas para la intervención comunitaria. Una vez contextualizada la acción comunitaria a nivel teórico y epistemológico, nuestro reto es presentar un conjunto de orientaciones metodológicas para guiar la acción 7
  • 8. comunitaria pensadas y desarrolladas desde el trabajo social6 pero también inspiradas por otras disciplinas científicas (especialmente la pedagogía social y la sociología) que comparten con nosotros el reto de abordar situaciones sociales colectivas mediante la organización y la acción colectiva. El Trabajo Social como práctica que se orienta en base a medios y criterios científicos comparte con el resto de disciplinas científicas una estructura de procedimiento común para abordar las situaciones sociales (estudio/diagnóstico/diseño plan/ejecución/evaluación) que no debe entenderse como una secuencia lineal sino como “forma de ir haciendo algo” en un proceso encabalgado e retroactivo que puede iniciarse en cualquier momento del proceso. (Ander Egg, 1992; Aguilar, 2002; Barbero,2003) A través de las orientaciones metodológicas que vamos a presentar, queremos ofrecer al trabajador social7 un esbozo de guión en cuatro actos del proceso de intervención comunitaria, representados en el esquema 1, que le ayude a interpretar su rol de dinamizador y organizador comunitario, entendiendo que la lógica del procedimiento metodológico se va reproduciendo en cada uno de estos momentos en una espiral abierta e implicativa. Teniendo en cuenta también que este método debe singularizarse adaptándose al encargo institucional, a la dinámica de la realidad social, la acción de otros actores sociales y a circunstancias aleatorias. A lo largo de nuestra experiencia hemos aprendido que estas orientaciones metodológicas y técnicas no nos ofrecen recetas para construir procesos de organización comunitaria sino que hay que encontrar un equilibrio entre las planificaciones ideales y las oportunidades que se abren a lo largo del proceso, apostando por una planificación de carácter estratégico. La dinamización de un proceso participativo implica aceptar un margen de incertidumbre y desarrollar capacidades para redefinir el rol profesional en diálogo con el resto de actores sociales e ir improvisando estrategias que permitan dar respuesta a cambios en el contexto de intervención que a menudo no son previsibles, entre otras cosas, porqué vamos (re)descubriendo la realidad a medida que intentamos transformarla (Morin, 2001) 6 En la medida que los autores formamos parte de la comunidad professional y académica del trabajo social y que estas orientaciones han sido (re)formuladas y enriquecidas a través de nuestra pràctica de trabajo comunitario conjuntamente con profesionales de los servicios sociales (trabajadores/educadores sociales) 7 Aunque nos gusta pensar que estas orientaciones, en la medida que son el resultado de un esfuerzo interdisciplinar, también pueden ser útiles al conjunto de profesionales de la intervención. 8
  • 9. Esquema 1. El proceso de intervención del TS comunitario 1. Entrada del profesional 2.Crear y sostener organización 4. Retirada del profesional 3. Diagnóstico y proyecto colectivo Primer acto: La entrada del profesional en el espacio social de intervención8 En el momento de entrada en el espacio social de intervención, el trabajador social comunitario necesita de un periodo en el que priorice el desarrollo de conocimiento y la recogida de información. El objetivo de este proceso de inmersión es reconocer las necesidades de la comunidad, entendida esta como el espacio de relaciones entre personas, grupos y instituciones en un territorio concreto y definido, así como su potencial para mejorar esta situación. Este conocimiento permite tener una base, el diagnóstico profesional, que sirve de punto de referencia en la definición de las líneas de acción profesionales. Cabe decir, ya desde el principio, que esta investigación será mucho más rica y provechosa si se construye y desarrolla en el marco de un equipo profesional que comparta el reto de impulsar un proceso de organización comunitaria.9 8 Vamos a situarnos en el supuesto de que el trabajador social desarrolla una acción comunitaria en el inicio de su labor profesional en el territorio. 9 Hay que tener en cuenta que difícilmente podremos promover prácticas organizativas en la comunidad si no somos capaces de organizarnos en nuestra propia institución. 9
  • 10. Henderson y Thomas (1992) nos remarcan que este proceso de recogida de información es una buena oportunidad para establecer relaciones con los grupos locales, los responsables y profesionales de los servicios públicos del bienestar10, sin olvidar la institución propia. Pedir la opinión a lideres de grupos locales, asociaciones o redes informales significa reconocerlos como expertos naturales de la vida cuotidiana en el barrio y como personas implicadas en la mejora de su territorio; mas también permite ser reconocido por los ciudadanos como un profesional que puede aportarles alguna cosa.. También es importante consultar a los profesionales del bienestar con experiencia de trabajo en la localidad sobre las situaciones sociales problemáticas del territorio y las deficiencias de la intervención sobre ellas, así como presentarles nuestras intenciones, programa y método de trabajo. Sin olvidar presentarnos a los responsables y resto de trabajadores de nuestra propia institución, para hacernos la idea de los limites del propio trabajo y de los apoyos con los que vamos a poder contar en el desarrollo de nuestra tarea. La presencia del profesional es una novedad que será bien aceptada en la medida que sea capaz de construir buenas relaciones y dejar de ser un desconocido o un extraño. A partir de contactar con toda clase de personas puede descubrir quién tiene el tiempo, la motivación, los recursos, las conexiones, la información necesarios para llevar a cabo una acción futura. Es posible, además, que el propio proceso haga emerger posibilidades de acción que deban ser aprovechadas. Sea cual sea el momento del proceso de organización y acción colectiva, el profesional necesita del apoyo de cuantas más personas mejor, entendiendo que este apoyo puede ser muy diverso: desde aquel de las personas dispuestas a implicarse en el grupo motor hasta aquel que se limitará a hablar bien de la experiencia en sus redes. Hay que tener en cuenta que los trabajadores sociales que quieren llevar a cabo una acción comunitaria a menudo ya llevan algún tiempo desarrollando su tarea en el barrio, por ejemplo, en los servicios sociales de atención primaria, aunque centrando su trabajo en el tratamiento de los casos individuales/familiares. En este caso, puede ser que ya esté un poco más avanzado en el conocimiento de las necesidades de la localidad y haya establecido algunos contactos con otros profesionales y, más difícil, con algunos grupos 10 Servicios sociales, servicios sanitarios, escuelas, centros civicos,etc 10
  • 11. locales. Pero en mayor o menor medida, también tendrá que completar su proceso de conocimiento contrastando lo que ya sabe con la opinión de otros actores del barrio. En paralelo a esta tarea de aproximación al territorio, de localizar y definir los problemas, de establecer contactos, y de construir el diagnóstico, el trabajador social debe pensar y repensar las características de su intervención. El profesional debe estudiar la teoría y consultar a los autores del Trabajo Comunitario, debe pensar en los aprendizajes de las evaluaciones anteriores si las hubo o elaborar la crítica de intervención anterior y comprender que tiene de problemática. Como fruto de ello, podrá identificar su proyecto de intervención profesional, o sea, sus objetivos, el tipo de actividades que vale la pena emprender, las estrategias a seguir, etc. Así podrá clarificar su propia posición, como ve su papel en el barrio y en su institución (Barbero y Cortès, 2005) Segundo acto: Crear y sostener la organización El motivo de ser del Trabajo comunitario es la constitución y/o el acompañamiento de grupos (simples o intergrupos) en la realización de proyectos de desarrollo social. La apuesta del Trabajo Comunitario por el desarrollo social se manifiesta, sin duda, en su esfuerzo por conseguir unos resultados que se concretan en mejoras específicas en las problemáticas que aborda, pero sobre todo en la forma de abordar estas situaciones problemáticas, esto es, a partir de un proceso que permita generar nuevos sujetos sociales, nuevos agentes colectivos y/o nuevas estructuras de relaciones entre ellos que permitan encarar la transformación de situaciones colectivas. Cuando este proceso es de amplio abasto11, los actores sociales12 que lideran la organización comunitaria deben asumir el reto de constituir un intergrupo (una plataforma, una coordinadora, una federación, etc.) para coordinar y reorganizar los esfuerzos de las instituciones (públicas o privadas) encargadas de favorecer el bienestar social. Con la finalidad de desarrollar estrategias de modificación del dispositivo 11 Por ejemplo en el caso de los planes comunitarios. 12 Para el desarrollo de estos procesos es imprescindible el liderazo político, como mínimo, del ayuntamiento y la complicidad de algunas de las asociaciones del barrio, aunque el liderazgo organizativo acostumbra a ser asumido por trabajadores comunitarios (que pueden ser trabajadores sociales, pero también educadores, psicologos, sociologos, etc.) 11
  • 12. institucional y construir nuevas intervenciones más integradas y eficaces. Pero es importante no olvidar que la tarea fundamental del trabajo social es la organización de poblaciones, o sea, favorecer la participación de los ciudadanos más directamente afectados por las situaciones problemáticas que se quieren mejorar. Para poder convertir a los actores directamente implicados en sujetos de su acción es necesario desarrollar una estrategia de intervención que favorezca el desarrollo de los abordos colectivos, que favorezca la movilización y la organización de las potencialidades internas de la población. (Dumas y Séguier, 199713 A veces puede producirse que la iniciativa de promover una acción colectiva surja de los habitantes. Si el trabajador social ha pasado cierto tiempo creando contactos, si ya ha trabajado con los grupos locales o con profesionales de otras organizaciones, y es conocido como persona predispuesta a colaborar en la organización comunitaria, puede que le inviten a discutir los problemas del barrio, o que le pidan ayuda para asociarse o solicitar una subvención. El tipo de problemas que le comunicarán estará determinado por la manera en que perciban sus responsabilidades y competencias, pero también por el crédito que, según ellos, les proporciona la institución a la que pertenece (Barbero y Cortès, 2005). Pero a menudo el trabajador social, como resultado del proceso de inmersión en el espacio social de intervención, está convencido de que existe un problema y que esta convicción puede ser compartida por algunas personas para las que se pueden encontrar objetivos comunes, aunque no se dé entre la gente la vivencia de un estado de necesidad o no crea en la posibilidad de solución. En esta situación el trabajador social deberá adoptar una actitud proactiva e ir al encuentro de la gente para facilitar que las carencias objetivas se conviertan en necesidad subjetiva y sembrar el descontento frente a estas situaciones. No se trata de favorecer un descontento genérico que provoque frustración o inacción sino que se trata de favorecer con información un descontento que estimule una acción viable y esperanzadora (Ross, 1967). Como plantea Freire (1983), la conciencia crítica y la propia acción transformadora son 13 No hay duda que es posible y recomendable combinar estas dos estrategias de organización comunitaria (la modificación de los dispositivos institucionales y el abordo colectivo). Pero cabe indicar que en los procesos de amplio abasto como los planes comunitarios se acostumbran a primar la coordinación intitucional y a tener menos en cuenta los abordos colectivos. Incluso, en algunos casos, el reforzamiento del poder instituido puede limitar aún más las posibilidades de expresión de la voz de los colectivos excluidos. 12
  • 13. elementos sincrónicos de un proceso de desvelamiento de la situación (quitar el velo que oculta la realidad). Para crear un ambiente favorable a la acción colectiva (pero también para extender un proceso colectivo ya en marcha) pueden ser útiles varios instrumentos o actividades como la realización de una encuesta, una campaña de recogida de firmas, la organización de actividades formativas y de debate (una jornada, una conferencia, una visita a un proyecto, etc.) o de una exposición sobre la historia del barrio, la realización de una obra de teatro-acción14 o de un video que haga visibles los problemas del barrio (viviendas en mal estado, suciedad de las calles, etc.), la organización de una semana cultural o una fiesta, etc. Una vez creado el clima apropiado, el trabajador social tomará la iniciativa de convocar una reunión para constituir un grupo promotor, con la complicidad, si puede ser, de representantes de los grupos locales y/o ciudadanos afectados por las problemáticas que se quieren abordar. En el caso que se quiera promover un intergrupo que reuna a diversos actores sociales implicados en la provisión de bienestar en la comunidad, hay que tener en cuenta que la visualización externa de quien lidera un proceso acostumbra a condicionar en gran medida las implicaciones del resto. Teniendo en cuenta las dificultades que aparecen en estos procesos cuando lidera un solo tipo de actor social y que los momentos de gestación de un proceso organizativo son especialmente implicativos para sus participantes son especialmente interesantes los esfuerzos de constituir grupos promotores mixtos, en los que ya se visibiliza des del principio aquello que se quiere construir a lo largo del proceso. En la convocatoria de la primera reunión del grupo promotor, se debe seleccionar a personas con las que ya se han tenido contactos, convencerles sobre el interés de dicha convocatoria y procurar que ellas mismas convoquen a otros conocidos. El primer encuentro del grupo motor debe organizarse pensando que esa voluntad de actuar que se está sembrando debe fortalecerse y que, ya desde esa primera reunión, debe iniciarse el compromiso de la gente en la asunción de responsabilidades para el desarrollo exitosos de los siguientes movimientos de ese grupo. Para ayudar el grupo a ser autónomo es necesario estimular su capacidad para “hacerse suyo el proyecto”, interiorizarlo, vivirlo 14 Por ejemplo, en la fiesta mayor del barrio de St. Antoni de Barcelona, los profesionales de los servicios sociales del barrio organizaron una obra de teatro-acción que pretendía sensibilizar y abrir el debate entorno a la situación de los cuidadores de viejos y personas enfermas y/o discapacitadas. 13
  • 14. y llevarlo a cabo. Esta autonomía de los grupos se puede trabajar de muchas maneras: con la actitud del dinamizador, con la superación de los momentos de crisis, con el abordaje de situaciones espontáneas, no planificadas, etc. (Planas y Prat, 2004). En la dinamización del grupo también hay que trabajar con rigor y emoción para que se organize de forma colaborativa, para que sea capaz de encontrar las alianzas necesarias en el entorno o al exterior del grupo para lograr los objetivos del mismo en beneficio de la comunidad. Esta ideología grupal requiere de liderazgos íntimamente democráticos, tolerantes del proceso del grupo y de toda la comunidad objeto de intervención y favorecedores de la cooperación entre distintos intereses y/o necesidades. Se trata, pues, de liderazgos que se ejecutan prioritariamente desde la dimensión emocional / relacional de la tarea a realizar, a través de ocuparse, con cuidado y respeto, de las personas que forman parte de estas acciones (Cortès, Alemany, LLobet, Ainsa, 2004) Tercer acto: El diagnóstico, el proyecto y la acción colectivos La acción colectiva debe tener como eje el desarrollo de un proyecto común que haga frente a un conjunto de necesidades o que haga efectivas las potencialidades existentes en un espacio social determinado. Este proyecto común se abre paso mucho mejor cuando convertimos las diversas operaciones de una intervención sistemática y racional15 en una oportunidad de debate y de acción conjunta de los miembros de una organización. Las acciones comunitarias son experiencias que deben permitir a la gente que participa poder integrar en sus maneras de funcionar muchos conocimientos y destrezas que se le suponen a los profesionales como la investigación, la interpretación, la elaboración de proyectos, la reflexión sobre la acción, etc. (Barbero y Cortès, 2005) En esta línea, construir un diagnóstico colectivo mediante el desarrollo de una investigación participativa es una buena estrategia en la construcción de ese proyecto común y un excelente pretexto para desarrollar la movilización temprana que necesitan las organizaciones. Especialmente cuando se trata de desencadenar un proceso de desarrollo local en el que, previamente a decidir el proyecto común, se quiere avanzar 15 Recordamos que estas operaciones son el estudio, el diagnóstico, la definición del proyecto, su ejecución y evaluación. 14
  • 15. en un proceso de construcción de una comprensión común entre los diversos actores presentes en el territorio16. En el desarrollo de una investigación participativa se pretende convertir la construcción de un diagnóstico colectivo en una oportunidad de acción de los miembros de la organización, y ello implica corresponsabilidad de expertos y no expertos a lo largo de todo el proceso investigador. El reto para el profesional que asuma la coordinación de esta tarea será dirigir la investigación con y para el grupo, y ello requiere dominio del método y de las técnicas de investigación, así como de las técnicas dinamizadoras de la participación y la creatividad social. Teniendo en cuenta que buena parte de los miembros del GIAP (grupo de investigación-acción participativa) son, al mismo tiempo, sujetos y objeto de la investigación y que, para ellos, explorar la comunidad es, en buena medida, explorarse a si mismos. Para desarrollar una investigación participativa el GIAP (grupo de investigación-acción participativa) utilizará técnicas de la metodología cuantitativa (especialmente la reelaboración de datos secundarios) para establecer las características objetivas del territorio donde se producen. Aún más importante será el abordaje cualitativo (observación participante, entrevistas y grupos de discusión) para conocer las preocupaciones, opiniones y interpretaciones de las personas y grupos, así como visualizar cuales pueden ser los intereses comunes de los diferentes actores que permitan construir un proceso colectivo y identificar las discrepancias y/o conflictos que se tendrán que afrontar durante este proceso. Sin olvidar la importancia de organizar espacios de debate y reflexión (grupos de trabajo, talleres, foros, jornadas, etc.) en los que con el soporte de técnicas que faciliten la operativización de la participación (sociograma, dafo, autoanálisi, fluxograma, etc.) se puede avanzar en la construcción de una comprensión común entorno los problemas que preocupan y las soluciones a estos problemas. En este esfuerzo por conseguir que el diagnostico comunitario se construya con la máxima participación posible es especialmente importante organizar una presentación 16 Aunque a veces, en la constitución de un grupo de habitantes afectados por algún problema puede no ser pertinente y/o necesario desarrollar una investigación para construir el diagnóstico colectivo y podemos apostar por procesos de autodiagnóstico más sencillos e intuitivos 15
  • 16. pública de los resultados provisionales del estudio para que estos se contrasten y aprueben con todos los actores que se ha logrado movilizar en el proceso colectivo. En este acto de cierre del proceso de diagnóstico suele ser pertinente plantear también el inicio del proceso de elaboración del proyecto colectivo a través de la definición de las líneas de acción que se valoren como prioritarias . En esta fase de la acción comunitaria el grupo motor seguirá organizando espacios de trabajo colectivo para construir también de manera participativa los objetivos de la acción, la programación de tareas concretas a realizar, etc. De esta manera, además de permitir a los actores de una comunidad construir y/o mejorar sus relaciones, se podrá avanzar en la elaboración de propuestas integrales sobre determinados temas que den respuesta a las necesidades y oportunidades de dicha comunidad y que se convierta en el punto de partida para desarrollar prácticas transformadoras (Martí, 2005). Teniendo en cuenta que la organización comunitaria deberá mantener su implicación lo largo de la implementación de las acciones y en la evaluación de las mismas. Cuarto acto: La retirada del profesional para la autonomía del grupo Como ya hemos planteado, el TS comunitario tiene que trabajar para la plena autonomía del grupo. Para favorecer este proceso de autonomía es conveniente que la permanencia del profesional no sea permanente, sino que mantenga una posición de ir “entrando y saliendo”, para catalizar de una manera dinámica el distanciamiento crítico y ayudando a avanzar metodológicamente (López de Ceballos, 1987).El trabajador social tiene que ser conciente de que su horizonte es la retirada, dejar de participar profesionalmente en las actividades de los grupos y dar paso a la plena autogestión de las organizaciones populares. Como explican De Robertis y Pascal (1994), este momento oportuno de la retirada debe ser sopesado con atención para evitar un alejamiento demasiado prematuro que sea vivido como un abandono y comprometa los logros pacientemente acumulados por el grupo, pero también una retirada demasiado tardía que refuerce la dependencia y frene el proceso de autonomía y autoorganización. Pero de nuestra experiencia hemos aprendido que la retirada del profesional no siempre aparece como una necesidad clara y fácil de aplicar. Mientras que la necesidad de la retirada siempre queda clara en el caso de los grupos de acción social simples, en otras situaciones de trabajo comunitario como los retos organizativos complejos (por ejemplo 16
  • 17. los planes comunitarios) se tiende a estabilizar el liderazgo organizativo del trabajador comunitario17. Parece razonable pensar que el papel del organizador comunitario siempre será necesario si se quieren consolidar y extender estructuras de organización comunitaria en los barrios que permitan desarrollar políticas sociales integrales y participativas. 3. Características y rol de los diferentes actores implicados en la acción comunitaria. En los procesos comunitarios se persiguen objetivos substantivos como solucionar el problema de la vivienda, mejorar la calidad de la educación y de la salud, generar nuevas oportunidades de empleo, fomentar la convivencia intercultural, etc. Para lograr estos objetivos, los actores del proceso transformador tendrán que cambiar sus formas de hacer y de relacionarse (Rebollo, 2005). En la línea de ir transformando unas relaciones unidireccionales basadas en el principio de autoridad (ya sea política o técnica) en unas relaciones bidireccionales más horizontales, que permitan escuchar los distintos puntos de vista de una situación y que no excluyen la manifestación del conflicto, tal como se muestra en el esquema 2. Una vez ya defendido como nos parece que el TS comunitario debe actuar y relacionarse en su tarea de organizador y dinamizador de la acción comunitaria, es importante que también prestemos atención a las características de los actores sociales que participan en estos procesos y al papel que desarrollan en estos en función de la amplitud y/o complejidad del proceso comunitario18. 17 Este nuevo espacio de ejercicio profesional centrado en el Trabajo Comunitario es un espacio transdisciplinar que puede ser ocupado por trabajadores sociales pero también educadores sociales, psicólogos, sociólogos, etc. 18 No es lo mismo, por ejemplo, un proceso de desarrollo local que necesariamente implica construir conjuntos de acción que articulen los intereses de personas, grupos, organizaciones i instituciones preocupados y/o con responsabilidades en la provisión del bienestar, que un proceso centrado en la dinamización de un grupo de habitantes (mujeres, inmigrantes, jóvenes) que quieren defender sus intereses, ser reconocidos como ciudadanos con voz, construir nuevos espacios de relación, etc. 17
  • 18. Esquema 2: Mapa de las relaciones entre los actores en un barrio Políticos Profesionales base Colectivos no organizados Responsables organizativos Representantes asociaciones Los agentes institucionales: En general, pero especialmente en los procesos de desarrollo local, podemos afirmar que la implicación de los representantes políticos para el impulso del trabajo comunitario siempre es necesaria en la medida que la apuesta del trabajo comunitario debe partir de la convicción de la necesidad de promocionar una democracia participativa que no excluya el potencial participativo de los profesionales y de la población. Teniendo en cuenta que una mayor articulación entre ciudadanía, profesionales y políticos podría contribuir a una mayor calidad, eficiencia y legitimación de las políticas públicas. 18
  • 19. Sin entrar a fondo en la complejidad que conlleva desarrollar en la práctica esta nueva manera de hacer política, nos interesa destacar que para que este cambio de políticas sea posible se tienen que financiar y apoyar acciones profesionales que impulsen procesos de organización comunitaria y construir los instrumentos y canales que favorezcan el derecho a la participación ciudadana. En los últimos años, para llevar a cabo esta tarea se ha ido consolidando la tendencia de incorporar nuevos profesionales con formación universitaria en ciencias sociales y humanas con el encargo de asumir la organización y dinamización del proceso comunitario19. Estamos convencidos que si se quiere avanzar de manera sostenible en la mejora del bienestar de un colectivo y/o territorio desde una perspectiva comunitaria también se tiene que contar con los diferentes profesionales/funcionarios que ya están interviniendo en la comunidad reconociendo su saber técnico-científico y sus conocimientos entorno a las situaciones sociales problemáticas que se quieren mejorar (Marchioni, 1999). Para ello es imprescindible abordar un cambio organizativo de las burocracias públicas que permita y fomente cierta remodelación de un sistema de bienestar pensado para la tarea asistencial y/o la gestión administrada de los problemas sociales. Eso implica cuestiones como el reconocimiento explicito del trabajo comunitario, la especificación de un tiempo para llevarla a cabo, la formación de los profesionales, etc. pero sin olvidar que también son imprescindibles la motivación y esfuerzo de los propios profesionales para replantear su tarea. 20. Para poder construir una relación de confianza entre los profesionales y los políticos y abordar con éxito el replanteamiento de la intervención social es crucial el papel de los responsables organizativos para utilizar y transmitir la información de forma asertiva, así como explicar y justificar las decisiones del equipo a los cargos de mando (técnicos y políticos). Esta confianza también le permitirá tener cierto margen de maniobra para reorganizar el servicio para que los trabajadores sociales y educadores sociales puedan compatibilizar la atención individual y familiar con el trabajo comunitario y para 19 De esta manera parece que se avanza en una cierta tendencia especializadora, pero aún lejos de paises como Reino Unido, donde el Trabajo Comunitario es una profesión reconocida que demanda formación específica. 20 Como hemos podido constatar n la experiencia de investigacción que hemos desarrollado conjuntamente con 3 equipos de servicios sociales de atención primaria y que relatamos en este capítulo. 19
  • 20. movilizar los recursos necesarios para hacer viables los proyectos de desarrollo comunitario. Los representantes de la sociedad civil: Por otro lado es imprescindible contar con la implicación de las asociaciones, entidades y grupos que van des de las redes comunitarias de autoayuda hasta las entidades de gestión de servicios y los grupos de presión, ya que son puntos de partida clave en un proceso de organización comunitaria, en la medida que indican la capacidad que una comunidad ha tenido de auto-organizarse hasta aquel momento y teniendo en cuenta que también tienen una responsabilidad (creciente) en la provisión del bienestar. Si queremos impulsar proyectos sociales transformadores tenemos que favorecer la autonomía de las asociaciones y ello implica que la adjudicación de recursos públicos a las entidades sociales debe ser transparente y evitar los riscos de instrumentalización política. Pero también depende de la capacidad que tengan estas asociaciones para construir un proyecto propio que les permita tomar la iniciativa y evitar que sea la agenda político administrativa la que marque los procesos participativos. Sin olvidar que las asociaciones que apuestan por la participación ciudadana tienen que predicar con el ejemplo y sustituir los liderazgos paternalistas ejercidos por pocas personas insubstituibles por modelos organizativos que fomenten la participación (Rebollo, 2001). Los ciudadanos afectados: Como ya hemos planteado, el reto fundamental del Trabajo Social Comunitario debe ser la tarea de movilización y organización de los ciudadanos no organizados, especialmente, los colectivos en situación de vulnerabilidad social (jóvenes en conflicto, mujeres sin reconocimiento público, inmigrantes sin papeles, gente mayor desaprovechada, etc.). Se trata que las poblaciones afectadas por la situación problemática se conviertan en sujetos de la propia acción. Para las poblaciones destinatarias, los procesos que pone en marcha la intervención social deberán ser experiencias significativas que tengan como resultado su fortalecimiento personal y social (mejoras de la cohesión social, de la red de relaciones, de la auto-imagen, de la 20
  • 21. confianza, de su autonomía, etc.) y su acceso a bienes sociales (habilidades, formación, etc.) que permitan el ejercicio pleno de ciudadanía (Barbero 2002). Cuando hablamos de experiencias significativas se quiere señalar que los objetivos de la intervención social no pueden ser una donación sino que deben ser conquistados . Los sujetos afectados sólo podrán integrar en su vida los beneficios variados de un proceso comunitario a través de su implicación en la definición de sus problemas y el desarrollo de las propuestas de mejora. Nos parece que la implicación de estas poblaciones se debe canalizar, al menos en un primer momento, mediante proyectos centrados en su problemática concreta ya que esta reducción del abasto de la intervención permite aumentar su profundidad ya que hace posible abordar una de las causas de la exclusión social y fomenta la participación desde la base. 4. Relato de una experiencia: Investigacción en Trabajo Social Comunitario: la construcción de prácticas participativas En el momento de seleccionar una experiencia comunitaria para poderla compartir del elenco de iniciativas y procesos que se han venido impulsando y desarrollando en estos últimos tiempos, hemos optado por una de ellas. Esta experiencia que ha sido denominada como Investigacción en Trabajo Social Comunitario: la construcción de prácticas participativas, consideramos que vincula y retroalimenta el trabajo social comunitario desde dos ámbitos: el profesional y el académico-disciplinar. (LLobet, Cortès, Alemany, Ballesteros, 2005) Esta experiencia emerge de una jornada de formación interna organizada por y para los docentes de los Estudios de Trabajo Social de la Universidad de Barcelona en el año 2000. Los objetivos podrían sintetizarse básicamente en tres. En primer lugar, poder reflexionar a nivel teórico y epistemológico sobre el enfoque comunitario. En segundo lugar, reflexionar sobre las metodologías que se venían utilizando desde el trabajo; y en tercer lugar, platearnos nuestra posición desde el ámbito académico y disciplinar respecto a la potenciación y fortalecimiento de este tipo de prácticas. 21
  • 22. Una de las conclusiones de la jornada fue justamente evidenciar y decidir impulsar un proyecto de investigación/acción en trabajo social comunitario, conjuntamente con profesionales, técnicos y ciudadanos de tres territorios con características sociológicas y estructurales bien distintas. Este proyecto fue presentado y posteriormente aprobado y financiado por el Área de Bienestar Social de la Diputación de Barcelona, quien también propuso los tres territorios que podrían implicarse y participar en el mismo: barrio de Can Parellada de Terrassa (barrio periférico de una ciudad del área metropolitana de Barcelona), el barrio de Sant Antoni de Barcelona (barrio situado en un área central de esta ciudad) y la Mancomunidad de la Plana (área semirural, configurada por poblaciones pequeñas y diseminadas). Para desarrollar este trabajo empírico y teórico que pretendía potenciar el desarrollo de prácticas participativas desde el trabajo social, estructuramos el proyecto en tres operaciones claramente entrelazadas, que se han ido retroalimentando unas con las otras desde una lógica constructivista. En la primera operación del proyecto realizada de enero del 2001 a septiembre del 2002, nuestro reto fue promover la constitución y el mantenimiento de un intergrupo formado por profesores y profesionales del ámbito de la atención primaria en servicios sociales y de otros servicios especializados de los tres territorios implicados en el proyecto. Este intergrupo que también estaba abierto a los ciudadanos, se propuso como tarea realizar una investigación sobre el estado de las prácticas de trabajo comunitario en Cataluña en los últimos diez años. Los objetivos de esta investigación, en la que se implicaron todos los actores que integraban el intergrupo, era reconstruir una muestra de 18 experiencias. Dicha reconstrucción nos permitía poder identificar las condiciones que dificultan y favorecen la promoción de procesos de organización comunitaria. Al mismo tiempo que aproximarnos a los elementos que condicionan la participación de los servicios sociales en las dinámicas comunitarias. Los resultados y conclusiones de la investigación, por un lado, permitieron establecer orientaciones metodológicas para poder impulsar procesos de organización comunitaria en cada uno de los territorios, impulsados en este caso por los equipos de atención primaria implicados. Por otro lado, han sido difundidos y compartidos en distintos espacios profesionales y académicos, generando un debate entorno a la realidad actual de la acción comunitaria desde el trabajo social, así como poder identificar los nudos críticos y las estrategias para poder revertirlos. Este proceso de trabajo colaborativo también ha actuado en la práctica como una estrategia de formación, concienciación e implicación de los miembros del equipo del proyecto, y 22
  • 23. construir así una comprensión común entorno a los retos que hay que afrontar desde el trabajo comunitario. La segunda operación del proyecto se realizó desde febrero del 2002 hasta finales del 2003. Se inició con un taller de formación en metodologías participativas abierto a todas las personas interesadas e invitadas por parte de cada uno de los territorios implicados en el proyecto. Este fue un momento crucial de todo el proceso, en la medida que se trataba de poner el potencial de grupo de investigación/acción al servicio del impulso de las tres experiencias comunitarias a través de la elaboración en cada uno de los territorios de un diagnóstico participativo, que servia como punto de referencia para definir las acciones de mejora en cada una de las zonas. El reto investigador en esta segunda operación no se agotaba en la realización del diagnóstico en los barrios, sino que desde el equipo motor del proyecto desarrollamos un proceso de sistematización de cada uno de los procesos de organización comunitaria impulsados desde el proyecto. La tarea de sistematización, por un lado, nos ha permitido contrastar y completar nuestro conocimiento acerca de las condiciones y objetivos a considerar para el impulso de este tipo de procesos participativos. Por otro lado, ha permitido incrementar nuestra el potencial autoreflexivo en cada una de las experiencias, así como la capacidad de abertura y difusión hacia fuera. A lo largo del 2004 y 2005 se ha realizado la tercera operación del proceso, orientada a promover proyectos de desarrollo social a partir de los diagnósticos realizados en cada una de los territorios. Esta operación también se inició con un taller de formación abierto a todos los participantes, en este caso en prospectivas de acción a partir de los resultados fruto del diagnóstico. Este ha sido un momento clave para conseguir y/o afianzar el apoyo político y gerencial que garantice la viabilidad de las distintas iniciativas y propuestas que se están desplegando desde cada uno de los territorios. Conseguir estos apoyos ha sido una tarea nada fácil, que ha requerido de estrategias varias, no exentas de situaciones y/o momentos de conflicto, a pesar de que cada una de las experiencias partía de estos apoyos políticos que se hicieron evidentes y explícitos en el momento del impulso de cada una de las iniciativas. En estos momentos estamos en la última fase y/o operación del proyecto, que es el momento de realizar la evaluación de cada una de las experiencias en términos de 23
  • 24. proceso y resultados, como en relación al proceso que hemos experimentado como intergrupo y/o como grupo motor de todo el proyecto. Un proyecto de esta naturaleza y características que ha sido compartido y desarrollado desde el principio desde la implicación de distintos actores (profesores, profesionales y vecinos), ha requerido de un diálogo y de una mutua adaptación de expectativas, ritmos, necesidades, etc. Pero sin lugar a dudas ha sido una experiencia rica en aprendizajes. Para los profesionales y ciudadanos ha significado una oportunidad de fortalecer sus relaciones, y poder trabajar también situaciones críticas que han podido manifestarse, revisar sus prácticas y de re- pensar la acción. Para nosotros como profesores ha sido una oportunidad de poder revisar y re-pensar la teoría y las metodologías que utilizamos en la formación de los futuros trabajadores sociales. Bibliografía citada: AGUILAR, M.J. (2002). Novedades metodológicas en intervención social, Buenos Aires, Lumen-Humanitas ANDER-EGG, E. (1992): Introducción al Trabajo Social, Madrid, Siglo XXI de España Editores. BÁÑEZ, T. (1998) Trabajo Social Comunitario, en: VV.AA. Organizaciones de bienestar, Zaragoza: Mira Editores. BARBERO, J.M. (2002): El Trabajo Social en España; Zaragoza, Mira Editores. BARBERO, J.M. (2003) “El método en Trabajo social” en: Fernández García, T.; Alemán Bracho, C. (2003): Introducción al Trabajo Social, Madrid, Alianza Editorial. BARBERO,J.M; CORTÈS, F.: Trabajo Comunitario, organización y desarrollo, Madrid, Alianza Editorial. BARRANCO, C. (2004) Los modelos de intervención en Trabajo Social desde las Perspectivas Paradigmáticas de las Ciencias Sociels. Introducción a los modelos críticos: énfasis en lo comunitario y en la calidad de vida” Revista de Servicios Sociales y Política Social núm. 66, Madrid: Consejo General de DTS. BECK, U (2002) La sociedad del riesgo global, Madrid: Siglo XXI (1992) BRONFENBRENNER, U (1987) La ecologia del desarrollo humano. Barcelona: Ed. Paidós. CANALS, J. (1997): “Buscando al trabajo comunitario entre community y communitas” en: Servicios Sociales y Política Social núm. 40. Madrid, Consejo General de Colegios Oficiales de DTS. 24
  • 25. CORTÈS,F.; ALEMANY,R.; LLOBET,M.; AINSA,C. (2004) “Investigacción en Trabajo Social Comunitario: el impulso de experiencias comunitarias desde tres equipos de servicios sociales de atención primaria”. Servicios sociales y Política Social núm. 67, Madrid, Consejo General de Colegios Oficiales de Diplomados en Trabajo Social. DE LA RED, N. (1993): Aproximación al Trabajo Social, Madrid, T.S/Siglo XXI de España Editores. DE ROBERTIS, C; PASCAL, H. (1994): La intervención colectiva en Trabajo Social. La acción con grupos y comunidades, Buenos Aires, El ateneo. DUMAS, B.; SEGUIER, M. (1997): Construire des actions collectives. Développer les solidarités. Lyon, Chronique Sociale. FREIRE, P. (1983) Pedagogía del oprimido, Siglo XXI, madrid. HOLLOWAY, J. (1997) La revuelta de la dignidad, Mimeo. KISNERMAN, N. (1991) “La intervención comunitaria”, Revista de Servicios Sociales y Política Social núm. 23, Madrid: Consejo General de DTS. LILLO, N.; ROSELLÓ,E. (2001): Manual para el trabajo social comunitario, Madrid, Narcea. LÓPEZ DE CEBALLOS, P. (1987): Un método de investigación-acción participativa, Madrid, Editorial Popular, S.A. LLOBET, M.; CORTÉS, F. ALEMANY, R. Y BALLESTEROS, X. (2005) “Investigación/acción en Trabajo Social Comunitario: la construcción de prácticas participativas”, en: Martí et al. (Coods) Participación y desarrollo comunitario en medio urbano. Experiencias y reflexiones, Colección Construyendo ciudadanía 7, Madrid: IEPALA/CIMAS MARTÍ, J. (2000) "La investigación-acción-participativa. Estructura y fases” en: Villasante, T. R; Montañés, M.; Martí, J. La investigación social participativa: construyendo ciudadania, 1. El Viejo Topo. MENÉNDEZ, E. (2002) La parte negada de la cultura. Relativismo, diferencias y racismo, Barcelona; Edicions Bellaterra. MORIN, E. (2001). Los sietes saberes necesarios para la educación del futuro. Barcelona, Paidós. NAVARRO, S. (2004) Redes sociales y construcción comunitaria. Creando (con)textos para una acción ecológica. Madrid, CCs PAYNE, M. (1995) Teorías contemporáneas del Trabajo Social, Barcelona: Paidós. REBOLLO,O. (2001) “La participación en el ámbito local” en : Marchioni, M. (coord.). Comunidad y cambio social. Teoría y praxis de la acción comunitaria.. Madrid, Ed. Popular, RED, N. De la (1987): "La animación comunitaria: apuntes metodológicos”.Documentación Social, nº 69, Madriod: Cáritas Española. 25
  • 26. TWELVETREES, A. (1998) Treball de Comunitat, Barcelona: Pòrtic, INTRESS. VILLASANTE, T. R. (2001) «Procesos para la creatividad social». A: Villasante, T. R.; Montañés, M.; Martín, P. (coord.). Prácticas locales de creatividad social. Construyendo ciudadania, 2. El Viejo Topo. VV. AA (2005) “Tres experiencias comunitarias impulsadas desde la atención primaria de servicios sociales”, en: Martí et al. (Coods) Participación y desarrollo comunitario en medio urbano. Experiencias y reflexiones, Colección Construyendo ciudadanía 7, Madrid: IEPALA/CIMAS 26