Guerra ideológico política contra el terror senderista
1. Guerra ideológico-política contra el terror senderista.
Por: Aldo Callalli Pimentel.
Lima-Perú.
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12 de setiembre de 2012.
A veinte años de la captura del terrorista conocido como “Gonzalo” no cabe duda que una
de las mayores enseñanzas en la lucha contra la subversión ha sido la utilización estructural
y efectiva de la inteligencia policial. Empero, no son sólo las fuerzas del orden, sino
también la sociedad civil organizada, quienes deben de enfrentar desde sus diferentes
espacios de acción el paroxismo y la insolencia del senderismo asesino. Por ello, mientras
la policía y los militares hacen su trabajo específicamente en el teatro de operaciones del
VRAEM, queda a los partidos políticos, las instituciones públicas y privadas, así como a las
diferentes organizaciones sociales de base, la tarea de enfrentar al terrorismo senderista en
el terreno del combate ideológico. Esto implica la defensa del Estado de derecho
democrático en el ejercicio legítimo y ciudadano de lo político.
Como sabemos, una de las mayores secuelas del neoliberalismo noventero fue la
demonización de la política. Este proceso tenía como objetivo primordial quebrar el aparato
doctrinario de los partidos legales de izquierda, al alimón de ponerle un freno al accionar
del movimiento sindical. Las recetas de John Williamson debían de tener desbrozado el
camino para su pronta aplicación en los países de Latinoamérica. Los conflictos sociales
tuvieron que ser neutralizados desde el apparatchik ideológico del Estado. La confrontación
2. con las organizaciones legales de izquierda quienes defendían una férrea planificación
económica tuvo como corolario la imposición de un modelo duro de libre mercado. Luego,
con la liquidación de los paradigmas colectivistas se abría el escenario para una
competencia absolutamente desregulada. El efecto inmediato fue el desmantelamiento de
los movimientos sociales, y por ende la eliminación de los proyectos y utopías sistémicas.
Con ello, las generaciones venideras se atomizaron al punto de negar la posibilidad de
construir o ejercer liderazgos políticos.
En el escenario de la anomia noventera ahíta del consumismo cultural, parte importante de
la juventud inicia el lento derrotero hacia la demonización de lo político. Es un desprecio
que se evidencia en diversos espacios. En el caso específico de las universidades por
ejemplo logró inocularse con mayor fuerza debido al papel dinámico de la represión en
contra de los ideales colectivistas de izquierda. Empero, este proceso desde el Estado tuvo
un efecto boomerang en las juventudes universitarias de los noventa. Un sector importante
asumió como un compromiso político el apoyo a la democracia y a la vez lideró la lucha
contra la dictadura fujimontesinista. Pero, otro sector nada despreciable rechazaba la sola
idea de vincularse al trabajo político. En este contexto ya era notoria la frase: hacer política
en la universidad es hacerle el juego al terrorismo. Surgen así los denominados
“alpinchistas”, quienes asumen como norma de vida un individualismo in extremis con
miras de posicionarse socialmente. Esta caracterología de algunos alumnos de nivel
superior tendía a minimizar la reflexión filosófica como vía para construir el conocimiento
científico. De este modo se ensalzaba lo baladí, e incluso lo vacuo. El repudio por la
reflexión inquietaba los sentidos a favor de lo eminentemente visual y pasajero. Para estos
individuos, que añoraban tan sólo un “cartón” o título profesional, los libros solían ser
representaciones de un pasado triste y aburrido.
3. Ahora bien, si la universidad peruana ha quedado huérfana de reflexión y liderazgo político
en favor de la democracia no ha sido sólo por la irresponsabilidad de algunos estudiantes,
sino también por la carencia de partidos políticos fuertes y con una profunda doctrina y
planes realistas a futuro. El terror senderista podría anidar fácilmente en un escenario donde
los partidos son tan sólo espantapájaros que en lugar de fortalecer la democracia, la
debilitan cada día más. Hace falta entonces un compromiso mayor con el sistema
democrático. Una ruta adecuada para recuperar la memoria de los años del plomo es la que
se consigue a través de la educación. La memoria colectiva de los pueblos se halla entonces
en la enseñanza-aprendizaje de su historia. En esta dinámica urge mejorar las estrategias
pedagógicas con miras de viabilizar el debate y la reflexión en torno a la sangrienta época
del terror y el asesinato que desencadenó el senderismo en nuestro país. De este modo
podremos frenar los arrebatos criminales de los enemigos de la democracia. Nuestro
sistema tiene la fortaleza humana para neutralizar los redivivos circunloquios del
senderismo criminal.