"Cien Días vistos por Cinep n.° 93: el campo de la paz"
Los niños nacidos de los abusos de los paramilitares
1. Los niños nacidos de los abusos de los paramilitares
Foto: Milena Sarralde / EL TIEMPO
Las víctimas de los paramilitares reclaman justicia y que se sepa toda
la verdad.
Víctimas de delitos sexuales en medio de la guerra cuentan su
historia.
Por: MILENA SARRALDE | El Tiempo 2 de agosto de 2014
“Los primeros días de nacido, cuando lo veía en la camilla del
hospital, yo no hacía más que llorar. No sabía quién era ese bebé. Era
muy joven, venía del campo y no entendía nada. No sabía cuál de
esos hombres que me violaron era su padre”.
Han pasado doce años desde que Rosa* tuvo a Miguel*, el segundo
de sus tres hijos, y el único hombre que hoy hay en la familia. Doce
años en los que esta mujer, nacida en un pueblo caribeño de los
Montes de María (donde operaban los paramilitares de Rodrigo
Mercado Pelufo, alias ‘Cadena’), sigue sin entender qué fue lo que
desató tanto odio. Nadie le explica aún por qué se ensañaron con
ella.
De esa madrugada terrible nació Miguel, que ya es casi un
adolescente, cursa quinto de primaria y juega en un equipo de fútbol.
Rosa dice que ya no llora tanto. Las primeras veces que le echó el
cuento a psicólogos y médicos, las lágrimas no la dejaban terminar.
Pensaba en esos hombres, vestidos de camuflado, portando sus
armas; en su exesposo, en lo que ella tuvo que vivir cuando solo
tenía 17 años.
“Aún no había amanecido y yo estaba durmiendo”. Respira profundo
y continúa: “Escuché que afuera de la finca estaban conversando y
creí que era gente que trabajaba en la zona. Luego noté que mi
esposo no estaba en la cama y que ya no hablaban sino que gritaban.
2. Dejé a mi hija de dos años dormida y salí a ver cuál era el
bochinche”.
En la entrada de la pequeña parcela que su abuela le había regalado
años atrás, Rosa encontró a su esposo, Marcelino*, tirado en el piso.
Hombres vestidos de camuflado le apuntaban con sus armas.
“Díganos lo que sabe, díganos todo porque si no nos dice la verdad,
lo matamos delante de su mujer”, fue lo primero que escuchó. “Le
decían que era un sapo, un soplón, que les daba información a los de
las Farc”. Después vinieron las patadas, los puños, los bofetones.
Marcelino no decía nada. Entonces, la emprendieron contra Rosa. La
sujetaron por los brazos. La torturaron. “Sentí un golpe y que me
ardió la pierna. Empezó a correr la sangre y cuando me di cuenta
tenía una herida en el muslo. A mi esposo le dijeron que si no
hablaba me iban a seguir haciendo cosas”. Marcelino les gritaba que
eran campesinos. Que eran una familia trabajadora. Que eran
honestos. Que no conocían a los hombres que ellos mencionaban.
Como la explicación no fue suficiente violaron a Rosa delante de
Marcelino. “Fueron varios. Él les pidió que pararan…”.
Otra vida en camino
El pánico no acabó ahí. Sus verdugos tocaron a su puerta por la
tarde. “No queremos volver a verla por acá”, le dijeron con su tono
desafiante y ese aire de superioridad que dan las armas. A Rosa no le
quedó más remedio que coger en sus brazos a su niña, empacar lo
poco que podía e irse de la vereda. Todavía herida, se subió a un bus
con rumbo hacia una ciudad del Caribe. Nunca más ha regresado a su
casa.
Tres meses después de la llegada a aquel lugar que se le hacía tan
inmenso y tan ajeno la sorprendió un mareo. Vinieron también las
náuseas, un examen de sangre y la noticia: “Vas a ser mamá”. Rosa
se quedó en silencio, como tratando de digerir las palabras del
médico, de encontrarle una respuesta a lo que estaba viviendo. “No
supe ni qué hacer, pensé de todo”. Cuando se recuperó del sobresalto
y lo pensó bien decidió tener al niño porque antes de que abusaran
de ella había perdido un hijo. “A mí me dolió perder ese bebecito
porque quería tenerlo. Entonces no fui capaz de abortar”.
Una noticia inesperada
Un mes después, mientras Rosa trataba de replantear su vida, tuvo
una visita que no esperaba. “Tocaron la puerta. Abrí y era mi esposo,
el papá de mi niña. Casi me voy para atrás”, recuerda. En ese
instante pensó que quizás habría un nuevo comienzo. Una segunda
oportunidad.
3. Marcelino se sentó en la sala y comenzó a contarle su tragedia. Los
hombres que se lo llevaron lo retuvieron y lo torturaron casi hasta la
muerte. De hecho, cuando pensaron que había fallecido lo arrojaron a
una fosa. Allí lo encontró días después un campesino que pasaba por
la zona. Lo llevó al hospital y le salvó la vida.
Cuando Marcelino terminó de hablar, Rosa anunció: “Estoy
embarazada y ocurrió esa mañana”, le dijo. Marcelino se quedó
petrificado.
“Eso fue… fue terrible. Ese hombre no pudo entenderlo. Fue como un
baldado de agua. Me dijo que estaba loca, que él no tendría un hijo
de esos hombres, que tenía que sacármelo”. Rosa no aceptó. “Decidí
seguir adelante. Él me dijo que no podía vivir conmigo así y un mes
después de estar en mi casa empacó sus cosas y se fue. Nunca más
he vuelto a verlo. Yo creo que yo tampoco hubiera sido capaz de
seguir con él”.
‘Mi hijo’
Los primeros días con el bebé fueron duros. Para Rosa no dejaba de
ser doloroso mirar a ese pequeño a los ojos. “No sé cómo se puede
explicar esto. Yo lo veía pero no lo conocía, no sabía quién era su
papá y eso me dolía mucho. Solo con la ayuda de una psicóloga
comencé a entender que ese niño era mi hijo. Y logré comprender
que él no tenía la culpa. Ahora es mi hijo. Mi hijo. Esa es la mejor
forma de definirlo”.
Con el tiempo Rosa conoció a otro hombre y comenzó una nueva vida
en pareja. De esa unión nació una niña, aunque la relación naufragó.
La separación, sin embargo, fue amistosa y los tres niños llevan el
apellido de su excompañero sentimental. Incluso él le ayuda con la
manutención de todos. Para Miguel, él es su padre. El único que ha
conocido y el único que conocerá.
Doce años después de aquella madrugada de pesadilla la vida sigue
para Rosa. Empeñada en sacar a sus hijos adelante y en hacerlos
felices. A sus 29 años le ha tocado trabajar en casas de familia, ha
vendido dulces en buses, ha servido en restaurantes y atendido en
almacenes de ropa. Desde hace varios meses se levanta a las cuatro
de la mañana a vender pescados por las calles de esa ciudad que ya
ha hecho suya. A la una de la tarde, cuando el sol aprieta, vuelve a
casa. Con esa actividad recauda 400.000 pesos al mes. El vehículo en
el que trabaja, una especie de triciclo, lo reparó con los 17 millones
de pesos que la Unidad de Víctimas le entregó como indemnización
por haber sido una de las víctimas de la violencia sexual que han
sufrido miles de mujeres en el conflicto colombiano.
4. En sus terapias psicológicas Rosa ha aprendido a convivir con el
recuerdo de lo que le pasó. Ni la cicatriz que le quedó en la pierna ni
mucho menos las que le quedaron en el alma se van a borrar nunca.
Y ella lo sabe. “Uno ya entiende que todo eso pasó y existe, pero uno
lo pone en un lugar y sigue su vida. Así sea difícil, ya no tiene
reversa. Y pa’ lante es pa’ allá”, dice.
Hace menos de un año, Rosa denunció su caso ante la Fiscalía. Y
aunque nunca supo nada sobre los hombres que la violaron,
torturaron y desplazaron, espera que esta historia, que ya ha contado
en foros con víctimas que han vivido lo mismo, les sirva a otras
mujeres para hablar, reconstruir sus vidas y para que les reconozcan
sus derechos.
Cuando le preguntan por su hijo, Rosa sonríe. “Es bromista, pero
tiene un carácter fuerte. Es trigueñito, tiene el cabello lacio y negro y
ahora está gordito, por eso no le doy mucha comida por la noche”,
cuenta entre carcajadas.
“Todas las noches, cuando lo veo dormir, yo le doy gracias a Dios por
habérmelo mandado. No importa cómo sucedió. De verdad, le doy
gracias”.
* Nombres cambiados
Solo hay 1.759 denuncias por delitos sexuales
Casos que deja el conflicto siguen impunes
Aunque en los registros de Justicia y Paz hay 1.759 víctimas de
delitos sexuales cometidos por paramilitares y guerrilla,
organizaciones de mujeres afirman que la cifra podría superar las
500.000. La Unidad de Víctimas ha reconocido a 4.672 mujeres por
violencia sexual y de ellas, han sido indemnizadas 2.095. Si bien la
Fiscalía ha priorizado las investigaciones por delitos de género contra
13 exjefes paramilitares y se creó una unidad que investiga cómo las
mujeres fueron usadas como botín de guerra, las organizaciones
afirman que el 98 por ciento de procesos siguen impunes.
Entre los mayores perpetradores están Hernán Giraldo, alias el
‘Patrón’, con 40 casos. Al menos 19 de esas víctimas fueron niñas
que quedaron embarazadas. La exdirectora de la línea de género de
la Comisión de la Verdad en Perú y delegada en Colombia para
asuntos de género de ONU Mujeres, Julissa Mantilla, afirma que el
gran reto del Gobierno colombiano es construir cifras confiables
frente a este delito y establecer cuántos niños nacieron por
violaciones de paramilitares.
‘Los hombres de Hernán Giraldo les robaron la infancia a mis hijas’
5. Nunca antes Marco* había sentido tanto miedo como cuando le
dijeron que venían por sus dos hijas mayores. Ángela*, de 14 años, y
Esther*, de 16, fueron separadas de su casa, retenidas en fincas y
obligadas a convivir por periodos de seis meses con dos de los
hombres de Hernán Giraldo, uno de los exjefes de las Auc a quien se
le han imputado más delitos sexuales.
Junto con otras 8.000 personas que sufrieron desplazamientos,
desapariciones y homicidios a manos de los hombres de Giraldo,
Marco asistió hace dos semanas a un encuentro en Santa Marta para
contar su historia y explicar las medidas con las que espera que se
repare a su familia por los daños que cometió en la región el frente
‘Resistencia Tayrona’.
El drama de Marco arranca en el 2003, cuando vivía con su familia en
una vereda asentada en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde
cultivaba mango y plátano. Además de Ángela y Esther vivía con su
esposa, Cecilia*, su hijo mayor de 17 años y dos niñas más de 7 y
12. “No éramos adinerados pero estábamos bien con lo que la tierra
nos daba”, dice. “Cerca de la vereda, hace once años y por orden de
Giraldo, Daniel Mora Mejía, alias ‘101’, puso su base paramilitar con
más de 100 hombres”, relata Marco. “Vivíamos humillados bajo sus
reglas”, afirma.
Un día, los hombres de Giraldo llegaron hasta su casa y lo acusaron
de ser colaborador de la guerrilla. Marco tuvo suerte porque esa
mañana había salido muy temprano.
El mes siguiente los paramilitares comenzaron a rondar a las cinco
niñas. Cecilia, quien quedó a cargo de la familia mientras Marco huía
de la muerte, cuenta que dos hombres armados tocaron su puerta y
le dijeron que Ángela y Esther tenían que irse a vivir con ellos.
Amenazadas, con el nombre de su padre escrito en una lista como
supuesto auxiliador de las Farc, las jovencitas no tuvieron otra
opción.
6. 8.000 víctimas participaron recientemente en una audiencia contra
Giraldo en Santa Marta. Foto: Milena Sarralde / EL TIEMPO
Marco volvió después de un mes, se enfrentó a los paramilitares y se
salvó de ser asesinado cuando un exguerrillero, que hacía parte del
ejército de Giraldo, afirmó que el campesino nunca los había
ayudado. Sin embargo, sus hijas tuvieron que seguir viviendo con los
paramilitares rasos soportando sus abusos.
“A veces las traían y nos dejaban estar a su lado. Eso me daba muy
duro, pero nos decían que si no vivían con ellos nos iban a matar”,
cuenta Marco. Un año después de convivir con los paramilitares, con
pocos meses de diferencia Esther y Ángela se dieron cuenta de que
estaban embarazadas. Entre tanto, los paramilitares volvieron a
amenazar a Marco, desplazaron a toda la familia y los obligaron a
trasladarse a otra vereda. “Vendimos la finca por 2 millones de pesos.
Desde entonces, por allá no volvimos”. A los nueve meses, cuando
cada una dio a luz a una niña, los paramilitares de Giraldo se fueron
de la región. “No dijeron nada. Simplemente no volvieron a
molestarnos”.
En esa vereda Marco, Cecilia, sus hijos y dos nietas rehicieron sus
vidas. “A las niñas nunca les hemos dicho quiénes son sus padres.
Una vez, uno de ellos intentó comunicarse con nosotros, pero yo lo
confronté. Le dije que las niñas ya tienen 10 años y yo siempre he
sido su padre”. Lo único que le importa a Marco ahora es que ellas
sean felices: “A mis hijas los paramilitares les robaron su infancia.
Mis nietas tienen que vivir algo distinto”.
* Nombres cambiados