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Gálatas
           Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas
                               Carl P. Cosaert




                           CAPÍTULO 10


                Los dos pactos

E
        n la actualidad, probablemente ningún tema de las Escrituras
        genera más malentendidos que el de los dos pactos. Tanto el
        Nuevo Testamento como el Antiguo hablan de un pacto «nuevo»
y de uno «antiguo». En ambos casos, las Escrituras describen el nuevo
en términos positivos, mientras que señalan que el antiguo es defectuo-
so e inadecuado. La confusión surge por varias declaraciones negativas
de Pablo en cuanto a la ley y el antiguo pacto (2 Corintios 3:6-9), y, en
particular, Gálatas 4:24, pasaje en el que asocia el antiguo pacto con la
promulgación de la ley en el monte Sinaí. En consecuencia, algunos cris-
tianos creen que la promulgación de la ley en el Sinaí es incoherente con
el evangelio, incluso han llegado a concluir que el pacto dado en el Sinaí
representa una época en la historia de la humanidad cuando la salvación
dependía de la obediencia a la ley, y que, puesto que ese método acabó
demostrando ser infructuoso, Dios tuvo que dar lugar a una nueva dis-
pensación en la que la salvación ya no tenía como base la obediencia, si-
no la gracia disponible a través de Jesús en el nuevo pacto.       .
Así, muchos identifican a Jesús y el Nuevo Testamento como el nuevo
pacto, y entienden que la ley y el Antiguo Testamento pertenecen al an-
tiguo pacto. El problema de esta perspectiva es que pasa por alto el
hecho de que las Escrituras nunca restringen la promesa del nuevo pac-
to a la gente que vive después de los días de Jesús: era también una
promesa que había sido dada a los creyentes del Antiguo Testamento
mucho antes del nacimiento de Jesús. El siguiente diagrama ilustra el
típico punto de vista dispensacionalista sobre los pactos.




                         © Recursos Escuela Sabática
Antiguo pacto =                   Nuevo pacto =
                  Época anterior al Calvario        Época posterior al Calvario


Lo básico de un pacto
El vocablo hebreo traducido «pacto» es berít. Esta palabra aparece casi
trescientas veces en el Antiguo Testamento y se refiere a un contrato, un
acuerdo o un tratado legalmente vinculante que estipula la naturaleza de
una relación entre personas diversas. Los pactos pueden implicar
acuerdos mutuos entre dos o más personas, como en un contrato mer-
cantil, o pueden ser una decisión unilateral, como un testamento. En
cualquiera de los dos casos, un pacto requería que todos los intervinien-
tes fuesen «fieles» en el cumplimiento de las obligaciones asociadas con
su compromiso. Los pactos mencionados específicamente en el Antiguo
Testamento son de diferentes tipos e incluyen los personales entre indi-
viduos (Génesis 21:22-34; 31:44-54; 2 Samuel 3:12, 13), contratos ma-
trimoniales (Malaquías 2:14), pactos entre reyes y sus súbditos (2 Sa-
muel 5:3; 2 Reyes 11:17; Jeremías 34:8) y alianzas entre naciones (1 Re-
yes 15:19; Ezequiel 17:13).
Aunque los detalles específicos variaban de un pacto a otro, el núcleo de
cada pacto incluía un aspecto relacional que traía consigo una obliga-
ción de fidelidad por las partes representadas. Vemos un buen ejemplo
de esto en el pacto entre David y Jonatán. El pacto mutuo formal que
decidieron hacer contenía mucho más que sentimientos de afecto entre
buenos amigos (1 Samuel 18:3). También «los obligaba a demostrar [se]
lealtad y cariño mutuos de ciertas maneras tangibles». 1 La forma en que
se llevó a cabo realmente la encontramos presentada gráficamente en la
manera en que Jonatán arriesgó su propia seguridad hablando favora-
blemente de David cuando su padre, el rey Saúl, estaba decidido a difa-
mar el carácter de David. También aflora en la forma en que advirtió a
David que huyera cuando Saúl se hubo propuesto matarlo (1 Samuel
19:20). Jonatán estaba dispuesto a ser fiel a su palabra, aunque ello le
costara la vida.
De la misma manera que los contratos y los acuerdos legales desempe-
ñan un papel en nuestra vida contemporánea, los pactos tuvieron un
papel integral en la definición de la naturaleza de las relaciones cotidia-
nas entre personas y naciones en todo el mundo antiguo durante miles

1
 Philip W. Comfort y Walter A. Elwell eds., Tyndale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Tyn-
dale] (Wheaton, Illinois: Tyndale House, 2001), p. 323.
                                 © Recursos Escuela Sabática
de años. Sin embargo, sí que había una diferencia fundamental entre en-
tonces y ahora. Mientras que formalizamos un acuerdo oficial poniendo
nuestro nombre y firmando un acuerdo escrito, en la antigüedad los
pactos en el Próximo Oriente solían conllevar la muerte de animales
como parte del proceso de establecer o, literalmente, «cortar» un pacto.
¿Qué papel desempeñaba la muerte de un animal? La muerte de los
animales simbolizaba qué ocurriría a cualquiera de las partes si dejaban
de cumplir las promesas y las obligaciones a las que el pacto las obliga-
ba. Un ejemplo de este aspecto de un pacto antiguo aparece en el si-
guiente fragmento de un pacto entre el gobernante asirio Ashur-nirari V
y su vasallo Mati'-ilu.
        «Esta cabeza no es la cabeza de un cordero tierno; es la cabeza de Ma-
        ti'-ilu, es la cabeza de sus hijos, sus magnates y el pueblo de [su
        tie]rra. En el [supuesto caso de que] Mati'-ilu [pecase] contra este
        tratado, que igual que se c[orta] la cabeza de este cordero tierno y se
        le pone el codillo en la boca, [...] sea cortada la cabeza de Mati'-ilu, y
        sus hijos [y magnates] sean arro[jados] en [. ..]». 2

¡Y pensar que hoy nos quejamos de los árboles desaprovechados en el
papel que consumimos! Desde luego, ello es insignificante si se lo com-
para con el número de animales sacrificados como parte de acuerdos an-
tiguos. ¿Te imaginas el alboroto de los activistas de los derechos de los
animales si la práctica siguiese siendo común en la actualidad?

El pacto de Dios
Además de los pactos hechos entre humanos, uno de los aspectos más
sorprendentes del Antiguo Testamento es que Dios decidió vincularse a
su pueblo entrando en una relación formal de pacto con él. De hecho, el
tema del pacto de Dios con su pueblo no es simplemente un aspecto ais-
lado de las Escrituras. Siendo la imagen dominante de la salvación en
todo el Antiguo Testamento, es la manera definitiva en que Dios explica
su plan para deshacer las consecuencias del pecado y devolver la raza
humana a la debida relación con él. El finado Hans LaRondelle señala:
«Desde Adán hasta Jesús, Dios trató con la humanidad por medio de
una serie de promesas contractuales que se centraban en un Redentor
que iba a venir y que culminaron con el pacto davídico (Génesis 12:2-3;
2 Samuel 7:12-17; Isaías 11). Al Israel cautivo en Babilonia Dios le pro-



2
 Bill T. Arnold y Bryan E. Beyer eds., Readings from the Ancient Near East [Textos del Cerca-
no Oriente antiguo] (Grand Rapids: Baker Academy, 2002) p. 101.
                               © Recursos Escuela Sabática
metió un "nuevo pacto" más efectivo (Jeremías 31:31-34) en conexión
con la venida del Mesías davídico (Ezequiel 36:26-28; 37:22-28)». 3
Como los pactos humanos, el que Dios ha hecho con la raza humana im-
plicaba tanto relación como obligación. Dios quiere ser nuestro Dios y
que nos relacionemos con él como su pueblo especial. Promete sernos
fiel y pide que, a cambio, le seamos fieles.
La primera mención explícita de pacto en las Escrituras es la del que
Dios estableció con Noé. En realidad, ese pacto es una sorpresa, dado
que se presenta después de la corrupción, la violencia y la infidelidad
universales hacia el Señor (Génesis 6:5, 6).No obstante, el Señor prome-
te a Noé: «Estableceré mi pacto contigo, y tú entrarás en el arca, con tus
hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos» (versículo 18). La palabra tra-
ducida «estableceré» (hebreo heqim) no indica el comienzo de un nuevo
pacto, sino el «“mantenimiento” de un compromiso que Dios había ad-
quirido previamente, lo que implica que Dios ya había hecho previa-
mente un pacto con los seres humanos». 4 Y, ¿a qué pacto previo se re-
fiere esto? Se retrotrae a la promesa de redención dada a Adán y Eva en
Génesis 3:15:1a promesa de que un día Dios desharía la maldición divina
que había acaecido sobre el mundo como resultado del pecado.
En particular, ¿cuál fue la naturaleza del pacto de Dios con Noé? Fue un
pacto universal realizado no solo con toda la raza humana, sino también
con todos los seres vivientes (Génesis 9:8-10). Y lo más chocante del
mismo es que el Señor hace todas las promesas: no requiere nada a
cambio. El arcoíris es su promesa de que un diluvio no volverá a destruir
nunca la tierra (versículo 11). Como ejemplo de la gracia de Dios, el ar-
coíris nos recuerda perpetuamente que el Señor es digno de confianza.
Siempre será fiel a la promesa de su pacto.

El pacto con Abraham (Génesis 15)
Las promesas iniciales recibidas por Abram en Génesis 12:1-3 se en-
cuentran entre los pasajes más impactantes de las Escrituras hebreas.
«Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que
te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré
tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los
que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la
tierra».

3
  Hans K. LaRondelle, Our Creator Redeemer: An Introduction to Biblical Covenant Theology
[Nuestro Creador Redentor: Introducción a la teología bíblica del pacto] (Berrien Springs, Mich-
igan: Andrews University Press, 2005), p. 4.
4
  Ibíd., p. 19.
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Todo el pasaje tiene que ver con la gracia de Dios. Dios toma la iniciati-
va, y Dios, no Abram, hace las promesas. Abram no había hecho nada
para ganarse o merecer el favor divino, ni hay la menor indicación que
sugiera que Dios y Abram habían colaborado de alguna manera para
proponer el acuerdo. El Señor realiza todas las promesas y no pide que
Abram prometa nada a cambio. En vez de ello, pide al patriarca que ten-
ga fe en la seguridad de su promesa, pero no se trata de una fe endeble
cualquiera. Abram ha de jugarse la vida por esa fe al abandonar su clan
familiar a los setenta y cinco años de edad y poniéndose en camino a la
tierra que Dios le prometió.
Las promesas de Dios a Abram no fueron algo aislado. Eran, simple-
mente, otra fase de su gran plan para salvar al mundo. «Con la bendi-
ción concedida a Abram y, a través de él, a todos los seres humanos, el
Creador renovó su propósito redentor. Había "bendecido" a Adán y Eva
en el paraíso (Génesis 1:28; 5:2) y después "bendijo [...] a Noé y a sus
hijos" después del diluvio (9:1). Así, Dios aclaró su promesa anterior de
un Redentor que redimirá a la humanidad, destruirá el mal y restaurará
el paraíso (Génesis 3:15). Dios confirmó su promesa de bendecir a "to-
das las familias de la tierra" en su dominio universal». 5
Aunque Abram respondió con fe a la palabra de Dios, el hijo implicado
en la promesa divina no llegaba. Por último, tras de diez años de esperar
que naciera el hijo prometido, el patriarca empezó a preguntarse si, de
alguna forma, habría interpretado indebidamente las intenciones de
Dios. ¿Quería el Señor que adoptara legalmente como hijo a su fiel sier-
vo Eliezer? La respuesta divina fue clara. Abram no solo procrearía a su
propio hijo, sino que sus descendientes serían tan innumerables como
las estrellas. Las Escrituras consignan entonces uno de los pasajes favo-
ritos del apóstol Pablo: «Abram creyó a Jehová y le fue contado por jus-
ticia» (Génesis 15:6).
Desgraciadamente, la mayoría de la gente da por terminada la historia
de Abram en Génesis 15 con el versículo 6. Cuando dejamos de percibir
«el resto de la historia», como solía decir Paul Harvey, famoso locutor
radiofónico estadounidense, acabamos creando no solo una falsa ima-
gen del patriarca, sino también perdiéndonos una de las experiencias
más significativas de la vida del «amigo de Dios». Me explicaré.
Basándonos en pasajes como Génesis 15:6, resulta fácil considerar a
Abram como un hombre de fe que jamás tuvo preguntas ni dudas. Sin
embargo, las Escrituras presentan una imagen diferente. Abram creyó,
pero también tuvo preguntas en el transcurso de su andadura. En reali-

5
    Ibíd., p. 22, 23.
                        © Recursos Escuela Sabática
dad, cuando Dios le renueva su promesa en Génesis 15:7, Abram pide al
Señor algún tipo de prueba. «Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he
de heredar?» (versículo 8). Como el padre mencionado en Marcos 9:24,
Abram dice a Dios, básicamente:«Creo; ayuda mi incredulidad». En
respuesta, el Señor, misericordiosamente, da garan-tías a Abram de la
certidumbre de su promesa estableciendo formalmente un pacto con él.
Lo sorprendente de este pasaje no es el hecho de que Dios establezca un
pacto con Abram, sino el extremo hasta el que Dios estuvo dispuesto a
condescender para establecerlo. A diferencia de los gobernantes del
Próximo Oriente antiguo, que rehuían la idea de hacer promesas vincu-
lantes a sus siervos, Dios no solo dio su palabra, sino que, al andar
simbòlicamente entre los trozos de animales muertos, se jugó su propia
vida en ella -y sabemos, naturalmente, que ¡acabó dando la vida en el
Calvario para convertir su promesa en realidad! Abram quería más
«prueba», y ¡vaya si la obtuvo! Básicamente, al andar entre los trozos de
animales muertos, Dios dijo a Abram: «Esto no es el cuerpo de una no-
villa ni el de una cabra: es mi cuerpo si yo dejase alguna vez de ser fiel a
las promesas que he hecho a Abram y sus descendientes». Dios no podr-
ía haber dado una prueba mayor de la certidumbre de su palabra.

Abraham, Sara y Agar (Génesis 16; 21:1-21)
En Gálatas 4:21-31 Pablo no solo habla negativamente de la experiencia
de los hijos de Israel en el monte Sinai; también tiene un punto de vista
más bien despectivo de Agar, la segunda esposa de Abram. ¿Por qué
habría de hablar el apóstol de Agar de manera tan poco halagadora?
Sus declaraciones no giran tanto en torno a ella como persona sino so-
bre el papel que desempeñó para que Abram no creyera la promesa con-
tractual de Dios. Agar no siempre fue la concubina de Abram. Empieza
apareciendo en el relato de Génesis como una esclava egipcia en la casa
de Abram (Génesis 16:3). Es probable que se convirtiera en propiedad
suya como uno de los muchos regalos que el faraón le dio a cambio de
Sarai, episodio asociado con el primer acto de incredulidad de Abram a
la promesa de Dios (Génesis 12:11-16).
Tras diez años de espera del nacimiento del hijo prometido, Abram y
Sarai seguían sin hijos. Pese al pacto formal que Dios hizo con Abram en
Génesis 15, este y Sarai llegaron a la conclusión de que el Señor necesi-
taba la ayuda de ellos. Sarai dio Agar a Abram como concubina (Génesis
16:3; 25:6). Como esclava, Agar no habría tenido elección en el asunto.
Sencillamente, tuvo que hacer lo que se le ordenó. Aunque nos parezca
extraño en la actualidad, el plan de Sarai era muy ingenioso. Según las
costumbres antiguas, una esclava podía legalmente convertirse en ma-
                         © Recursos Escuela Sabática
dre «de alquiler» para su señora estéril. Así Sarai podía considerar como
propio cualquier niño nacido de su esposo y de Agar. Aunque el plan, en
efecto, logró que naciera un niño, causó todo tipo de quebraderos de ca-
beza y de problemas, siendo que el mayor de estos que el niño planifica-
do no era el niño prometido.
Durante aproximadamente trece años Abram creyó que Ismael era el
hijo a través del cual el Señor cumpliría sus promesas. Por último,
cuando Abram tenía noventa y nueve años de edad, Dios se le apareció y
le dijo que Ismael no era el hijo de la promesa. El patriarca rogó a Dios
que aceptase a Ismael como heredero, pero Dios se negó (Génesis 17:18,
19). ¿Por qué rehusó el Señor aceptar a Ismael como heredero de
Abram?
No era que hubiera algo «malo» en Ismael. Era un niño amado por Dios
igual que cualquier niño de este mundo. Sin duda, si hubiera habido al-
go malo en Ismael, Dios no lo habría bendecido (versículo 20). El pro-
blema estaba, más bien, en la falta de fe de Abram. El nacimiento de Is-
mael se había producido por la sinuosa planificación de Abram y Sarai.
Habían llegado a la conclusión de que si Dios iba a cumplir su promesa,
necesitaba la ayuda de la pareja. Habrían coincidido sin reservas con los
dichos «A Dios rogando y con el mazo dando» y «A quien madruga,
Dios lo ayuda». Sin embargo, eso era precisamente lo contrario de lo
que de verdad era la promesa del pacto. El Señor no estaba esperando
que Abram «hiciera» algo. El meollo de la promesa de Dios a Abram ra-
dicaba en que ¡Dios hacía algo por la raza humana que esta no podía
hacer por sí misma! El plan de bendecir al mundo entero comenzaría
con el nacimiento milagroso de un hijo de Abram y de su esposa estéril
Sarai. En el nacimiento de Ismael, el único elemento «milagroso» fue la
disposición de Sarai a compartir su marido con otra mujer.
E. J. Waggoner, autor adventista del séptimo día cuya perspectiva sobre
los pactos fue quizá su mayor aportación a la teología adventista, 6 re-
sume con mucho acierto la insensatez que subyace al plan de Abram de
amancebarse con Agar: «¡Qué corto de miras fue todo el episodio! Dios
había hecho la promesa; por lo tanto, solo él podía cumplirla. Si un
hombre hace una promesa, lo prometido puede realizarlo otro, pero, en
ese caso, el que hizo la promesa deja de cumplir su palabra. Por ello,
aunque lo que el Señor había prometido pudiera haberse logrado me-
diante el artificio que se adoptó, el resultado habría sido impedir que el
Señor cumpliera su palabra. Por lo tanto, obraban contra Dios. [...] Nos
6
  Woodrow W. Whidden, E. J. Waggoner: From the Physician of Good News to Agent of Divi-
sión [E. J. Waggoner: De médico de la buena nueva a agente de la división] (Hagerstown, Mary-
land: Review and Herald, 2008), p. 267.
                               © Recursos Escuela Sabática
resulta muy fácil ver que es así en el caso que estamos considerando; no
obstante, ¡qué frecuente es que, en nuestra propia experiencia, en vez de
esperar que el Señor haga lo que ha prometido, nos cansamos de espe-
rar, nos ponemos a hacerlas por él y, por ello, fracasamos!». 7

Agar y el monte Sinaí (Gálatas 4:21-31)
Ahora que hemos examinado el papel del pacto en el Antiguo Testamen-
to y, en particular, la naturaleza del pacto que Dios hizo con Abraham y
el papel que Agar e Ismael desempeñaron en esa historia, podemos vol-
ver nuestra atención a la asociación que Pablo hace de Agar y el monte
Sinaí con el antiguo pacto.
Cuando Dios, como había prometido a Abraham siglos antes (Génesis
15:13, 14), sacó a los hijos de Israel de la esclavitud quiso compartir con
ellos la misma relación de pacto que había tenido con su antepasado. De
hecho, las similitudes entre la promesa de Dios a Abraham en Génesis
12:1-3 y sus palabras a Moisés en Éxodo 19:4-6 son contundentes. En
ambos casos, el Señor recalca lo que él hará por su pueblo. No pide que
los israelitas prometan «hacer» nada para «ganarse» sus bendiciones.
De hecho, las palabras hebreas traducidas «dar oído» (shama’) y «guar-
dar» (shamar) en Éxodo 19:5 significan, literalmente, «oír» y «ateso-
rar». Las palabras de Dios no implican ningún tipo de justificación por
las obras por parte de los israelitas. Al contrario, quería que Israel tuvie-
ra la misma fe que caracterizó la respuesta de Abraham a sus promesas.
El Señor se propuso que el pacto del Sinaí fuera un pacto de gracia de
principio a fin.
Esto, por supuesto, suscita una pregunta importante. Si la relación de
pacto que Dios ofreció a Israel en el Sinaí es similar al dado a Abraham,
¿por qué Pablo identifica el monte Sinaí con la experiencia negativa de
Agar?
Como vimos previamente en Gálatas 3:17, el pacto en el Sinaí buscaba
señalar la pecaminosidad de la humanidad y el remedio de la abundante
gracia de Dios tipificada en los ritos del santuario. El problema del mon-
te Sinaí no estuvo en Dios, sino en las promesas imperfectas del pueblo
(Hebreos 8:6). En vez de responder a las promesas divinas como había
hecho Abraham, los israelitas reaccionaron con confianza en sí mismos:
«Haremos todo lo que Jehová ha dicho» (Éxodo 19:8). Después de vivir
como esclavos en Egipto más de cuatro siglos, no tenían un verdadero

7
  E. J. Waggoner, “The Flesh against the Spirit” [La carne contra el Espíritu]. Present Truth, 11
de junio de 1869; reimpreso en The Everlasting Covenant [El pacto eterno] (International Tract
Society, 1900), pp. 75, 76.
                                 © Recursos Escuela Sabática
concepto de la majestad de Dios, ni del grado de su propia pecaminosi-
dad. Su respuesta era típica de esclavos: «Haremos cualquier cosa que
digas». No era simplemente que las palabras que escogieron ofendieran
a Dios. En Deuteronomio 5:28 el Señor declaró: «Bien está todo lo que
han dicho». El problema estaba en la condición de su corazón. No solo
dejaron de apreciar la verdadera naturaleza de la salvación, sino que
también tenían una confianza ingenua en sus propios esfuerzos y en su
propia capacidad (versículo 29). Igual que Abraham y Sara intentaron
ayudar a Dios a cumplir sus promesas, los israelitas intentaron convertir
el pacto divino de la gracia en uno de obras.
En Gálatas, Pablo no afirma que la ley dada en el Sinaí fuera mala ni que
esté abolida. De hecho, nunca menciona explícitamente en realidad la
«ley» en el monte Sinaí. Únicamente se refiere a la experiencia de aquel
lugar en la medida en que es análoga a la de Abraham y Agar. «La expe-
riencia personal de Abraham con Agar, una experiencia del antiguo pac-
to, se expandió a escala nacional por medio de la experiencia de Israel
de forma subsiguiente al pacto de Dios con sus hijos en Sinaí». 8 El
apóstol se muestra inquieto por el malentendido legalista de la ley por
parte de los gálatas. Como los antiguos israelitas, su orgullo los llevó a
pervertir el propósito que Dios tuvo al dar la ley. «Lejos de servir para
convencerlos de la absoluta imposibilidad de complacer a Dios guar-
dando la ley, esta fomentó en ellos una decisión profundamente arrai-
gada de depender de recursos personales para complacer a Dios. Así, la
ley no servía los fines de la gracia de llevar a los judaizantes a Cristo. En
vez de ello, impedía su acceso a Cristo». 9
Así, resulta importante observar que los dos pactos no son cuestión de
tiempo, sino de la condición del corazón humano. O, por decirlo de una
manera ligeramente diferente, los pactos antiguo y nuevo no describen
«eras históricas secuenciales, comprendiendo la primera el período de
mil quinientos años del Sinaí a la encarnación, y abarcando la segunda
de las generaciones subsiguientes. Describen dos experiencias diferentes
basadas en respuestas humanas contrarias a la intemporal invitación del
evangelio eterno». 10 Así, representan dos maneras diferentes de inten-
tar relacionarse con Dios que se remontan nada más y nada menos que
hasta Caín y Abel. El antiguo pacto simboliza a los que, equivocadamen-
te, confían en su propia obediencia como medio de complacer a Dios,
como los judíos incrédulos en el Sinaí. En cambio, el nuevo pacto repre-
8
  Skip MacCarty, In Granite or Ingrained [En granito o arraigado] (Berrien Springs, Michigan:
Andrews University Press, 2007), p. 97.
9
  O. Palmer Robertson, The Christ of the Covenants [El Cristo de los pactos] (Phillipsburg, Nu-
eva Jersey: Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1980), p. 181.
10
   MacCarty, p. 94 (la cursiva ha sido añadida).
                                © Recursos Escuela Sabática
senta la experiencia de aquellos que, como Abraham, dependen por en-
tero en la gracia de Dios para hacer todo lo que ha prometido.
El nuevo pacto es el evangelio eterno: el verdadero evangelio, el único,
inaugurado en el huerto del Edén después de la caída (Génesis 3:15),
prometido y experimentado por Abraham y sus descendientes (Gálatas
3:8) y prefigurado en las leyes y los rituales dados a Israel. Después, la
promesa de Dios se convirtió en una realidad histórica cuando alcanzó
su expresión y cumplimiento definitivos en Cristo.
El siguiente cuadro representa la manera en que Pablo contempla los
dos pactos como dos experiencias diferentes basadas en respuestas
humanas contrarias a la maravillosa promesa divina de la salvación.

                Nuevo pacto                      Antiguo pacto
                    Sara                             Agar
                    Isaac                           Ismael
              Creyentes gentiles                  Judaizantes
                  Promesa                            carne
                   fe sola                           obras
                    Libre                           esclava
                                                  Monte Sinaí

Ismael e Isaac hoy (Gálatas 4:28-31)
Pablo perfiló su breve esbozo de la historia de Israel para contrarrestar
los argumentos presentados por los judaizantes. Sus adversarios habían
reivindicado ser los auténticos descendientes de Abraham y que Jeru-
salén -centro de la cristiandad judía y de la leyera su madre. En cuanto a
los gentiles, eran ilegítimos. Si querían llegar a ser auténticos seguidores
de Cristo, primero tenían que hacerse hijos de Abraham sometiéndose a
la ley de la circuncisión. Sin embargo, Pablo declara que la verdad es
exactamente al revés. Los judaizantes son hijos de Abraham, pero ilegí-
timos, como Ismael. Al poner su confianza en la circuncisión, se apoya-
ban en «la carne», igual que hizo Sara con Agar, y como intentaron
hacer los judíos con la ley de Dios en Sinaí. Sin embargo, los creyentes
gentiles, como Isaac, eran hijos de Abraham no por linaje natural, sino
sobrenatural. «Como Isaac, eran el cumplimiento de la promesa hecha a
Abraham [...]; como Isaac, su nacimiento a la libertad era efecto de la




                          © Recursos Escuela Sabática
gracia divina; como Isaac, pertenecen a la columna del pacto de la pro-
mesa». 11
En Gálatas 4:28,29 Pablo aplica la experiencia de Isaac e Ismael a la de
los auténticos seguidores de Cristo en Galacia:«Y vosotros, hermanos,
como Isaac, sois hijos de la promesa. Pero así como entonces el que na-
ció según la carne persiguió al que nació según el Espíritu, así también
sucede ahora» (LBA). Es probable que la persecución de Isaac que Pablo
tiene en mente sea la ceremonia de Génesis 21 en la que se rinde home-
naje a Isaac mientras que parece que Ismael se burla de él. Aunque la
palabra hebrea del versículo 9 significa, literalmente, «reír», la reacción
de Sara sugiere que Ismael estaba haciendo burla de Isaac o ridiculizán-
dolo. Aunque la conducta de Ismael podría no parecemos tan significa-
tiva hoy (todos los hermanos discuten y se pelean en ocasiones), revela-
ba las hostilidades más profundas implicadas en una situación en la que
estaba en juego el derecho de primogenitura familiar. Muchos gober-
nantes de la antigüedad procuraron perpetuar su posición eliminando
rivales potenciales, incluidos hermanos (cf. Jueces 9:1-6). Sin embargo,
aunque Isaac afrontó la oposición, también gozó de todos los privilegios
del amor, la protección y el favor que iban de la mano con ser el herede-
ro de su padre.
Como descendientes espirituales de Isaac, no tiene que sorprendernos
cuando suframos privaciones y oposición, ya sea de dentro o de fuera de
la iglesia. «Es la doble porción de los "Isaacs": el dolor de la persecución
por una parte y el privilegio de la herencia por otra. Somos despreciados
y rechazados por los hombres; pero somos los hijos de Dios. [...] Esta es
la paradoja de la experiencia de un cristiano». 12

Vivir hoy la vida del nuevo pacto
Las referencias que Pablo hace de la experiencia de Abraham, Sara,
Agar, Ismael y los hijos de Israel en Sinaí indican que su presentación de
los dos pactos no es, en último término, sobre ideas teológicas abstrac-
tas. Al contrario, tiene que ver directamente con la forma en que Dios
nos llama a experimentar la vida hoy. No tiene que ver tanto con qué
debiéramos «pensar» como con la forma en que deberíamos vivir. Pablo
nos llama a experimentar personalmente el pacto de la gracia divina.



11
   James D. G. Dunn, The Epistle to the Galatians [La Epístola a los Gálatas], Black's New Tes-
tament Commentary (Peabody, Massachusetts: Hendrickson, 1993), p. 256.
12
   John Stott, The Message of Galatians [El mensaje de Gálatas] (Downers Grove, Illinois: In-
terVarsity Press, 1968), p. 128
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¿Cómo es esa vida? Es la vida marcada por la paz que se deriva de saber
que Dios es fiel a sus promesas. Llena de compromiso sincero y de co-
munión diaria con Dios, experimenta y aprecia de forma cotidiana su
perdón y su gracia, y conoce la presencia habilitante de su Espíritu, que
nos capacita no solo para vivir para él, sino para amar y cuidar de los
que nos rodean. En última instancia, es una vida que se diferencia
enormemente de la experiencia del antiguo pacto, a la que todo ser
humano nace de forma natural: una vida que, en último término, no se
fía de nadie más que de uno mismo, que hace solo lo que tiene que
hacer, una vida que no se toma en serio la ley de Dios ni aprecia lo des-
esperadamente que necesita la gracia y el perdón divinos. En último
término, el antiguo pacto es una vida absorta en su propio bienestar. La
experiencia del antiguo pacto es una vida de esclavitud. Sin embargo, la
experiencia del nuevo pacto es una vida que conoce la libertad que solo
Dios puede dar.
A diferencia del anterior diagrama dispensacionalista de los pactos, que
los limita simplemente a un lapso histórico, el siguiente cuadro ilustra
mejor la descripción paulina de los dos pactos en su relación tanto con
la historia como con la experiencia personal. Ojalá que, por la gracia de
Dios, experimentemos personalmente la relación del nuevo pacto que
siempre ha querido compartir con nosotros.

                Revelación de la                      Revelación suprema
               gracia divina antes                    de la gracia divina en
                  del Calvario                         el Cristo resucitado
        Creación   Abrahán   Monte Sinaí


                       Experiencia del pacto eterno o nuevo:
           Auténtico evangelio – Fe en Cristo – Una vida llena del Espíritu

                            Experiencia del antiguo pacto:
                   Falso evangelio – Confianza en el yo – Legalismo




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2011 04-10 complementario

  • 1. Gálatas Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas Carl P. Cosaert CAPÍTULO 10 Los dos pactos E n la actualidad, probablemente ningún tema de las Escrituras genera más malentendidos que el de los dos pactos. Tanto el Nuevo Testamento como el Antiguo hablan de un pacto «nuevo» y de uno «antiguo». En ambos casos, las Escrituras describen el nuevo en términos positivos, mientras que señalan que el antiguo es defectuo- so e inadecuado. La confusión surge por varias declaraciones negativas de Pablo en cuanto a la ley y el antiguo pacto (2 Corintios 3:6-9), y, en particular, Gálatas 4:24, pasaje en el que asocia el antiguo pacto con la promulgación de la ley en el monte Sinaí. En consecuencia, algunos cris- tianos creen que la promulgación de la ley en el Sinaí es incoherente con el evangelio, incluso han llegado a concluir que el pacto dado en el Sinaí representa una época en la historia de la humanidad cuando la salvación dependía de la obediencia a la ley, y que, puesto que ese método acabó demostrando ser infructuoso, Dios tuvo que dar lugar a una nueva dis- pensación en la que la salvación ya no tenía como base la obediencia, si- no la gracia disponible a través de Jesús en el nuevo pacto. . Así, muchos identifican a Jesús y el Nuevo Testamento como el nuevo pacto, y entienden que la ley y el Antiguo Testamento pertenecen al an- tiguo pacto. El problema de esta perspectiva es que pasa por alto el hecho de que las Escrituras nunca restringen la promesa del nuevo pac- to a la gente que vive después de los días de Jesús: era también una promesa que había sido dada a los creyentes del Antiguo Testamento mucho antes del nacimiento de Jesús. El siguiente diagrama ilustra el típico punto de vista dispensacionalista sobre los pactos. © Recursos Escuela Sabática
  • 2. Antiguo pacto = Nuevo pacto = Época anterior al Calvario Época posterior al Calvario Lo básico de un pacto El vocablo hebreo traducido «pacto» es berít. Esta palabra aparece casi trescientas veces en el Antiguo Testamento y se refiere a un contrato, un acuerdo o un tratado legalmente vinculante que estipula la naturaleza de una relación entre personas diversas. Los pactos pueden implicar acuerdos mutuos entre dos o más personas, como en un contrato mer- cantil, o pueden ser una decisión unilateral, como un testamento. En cualquiera de los dos casos, un pacto requería que todos los intervinien- tes fuesen «fieles» en el cumplimiento de las obligaciones asociadas con su compromiso. Los pactos mencionados específicamente en el Antiguo Testamento son de diferentes tipos e incluyen los personales entre indi- viduos (Génesis 21:22-34; 31:44-54; 2 Samuel 3:12, 13), contratos ma- trimoniales (Malaquías 2:14), pactos entre reyes y sus súbditos (2 Sa- muel 5:3; 2 Reyes 11:17; Jeremías 34:8) y alianzas entre naciones (1 Re- yes 15:19; Ezequiel 17:13). Aunque los detalles específicos variaban de un pacto a otro, el núcleo de cada pacto incluía un aspecto relacional que traía consigo una obliga- ción de fidelidad por las partes representadas. Vemos un buen ejemplo de esto en el pacto entre David y Jonatán. El pacto mutuo formal que decidieron hacer contenía mucho más que sentimientos de afecto entre buenos amigos (1 Samuel 18:3). También «los obligaba a demostrar [se] lealtad y cariño mutuos de ciertas maneras tangibles». 1 La forma en que se llevó a cabo realmente la encontramos presentada gráficamente en la manera en que Jonatán arriesgó su propia seguridad hablando favora- blemente de David cuando su padre, el rey Saúl, estaba decidido a difa- mar el carácter de David. También aflora en la forma en que advirtió a David que huyera cuando Saúl se hubo propuesto matarlo (1 Samuel 19:20). Jonatán estaba dispuesto a ser fiel a su palabra, aunque ello le costara la vida. De la misma manera que los contratos y los acuerdos legales desempe- ñan un papel en nuestra vida contemporánea, los pactos tuvieron un papel integral en la definición de la naturaleza de las relaciones cotidia- nas entre personas y naciones en todo el mundo antiguo durante miles 1 Philip W. Comfort y Walter A. Elwell eds., Tyndale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Tyn- dale] (Wheaton, Illinois: Tyndale House, 2001), p. 323. © Recursos Escuela Sabática
  • 3. de años. Sin embargo, sí que había una diferencia fundamental entre en- tonces y ahora. Mientras que formalizamos un acuerdo oficial poniendo nuestro nombre y firmando un acuerdo escrito, en la antigüedad los pactos en el Próximo Oriente solían conllevar la muerte de animales como parte del proceso de establecer o, literalmente, «cortar» un pacto. ¿Qué papel desempeñaba la muerte de un animal? La muerte de los animales simbolizaba qué ocurriría a cualquiera de las partes si dejaban de cumplir las promesas y las obligaciones a las que el pacto las obliga- ba. Un ejemplo de este aspecto de un pacto antiguo aparece en el si- guiente fragmento de un pacto entre el gobernante asirio Ashur-nirari V y su vasallo Mati'-ilu. «Esta cabeza no es la cabeza de un cordero tierno; es la cabeza de Ma- ti'-ilu, es la cabeza de sus hijos, sus magnates y el pueblo de [su tie]rra. En el [supuesto caso de que] Mati'-ilu [pecase] contra este tratado, que igual que se c[orta] la cabeza de este cordero tierno y se le pone el codillo en la boca, [...] sea cortada la cabeza de Mati'-ilu, y sus hijos [y magnates] sean arro[jados] en [. ..]». 2 ¡Y pensar que hoy nos quejamos de los árboles desaprovechados en el papel que consumimos! Desde luego, ello es insignificante si se lo com- para con el número de animales sacrificados como parte de acuerdos an- tiguos. ¿Te imaginas el alboroto de los activistas de los derechos de los animales si la práctica siguiese siendo común en la actualidad? El pacto de Dios Además de los pactos hechos entre humanos, uno de los aspectos más sorprendentes del Antiguo Testamento es que Dios decidió vincularse a su pueblo entrando en una relación formal de pacto con él. De hecho, el tema del pacto de Dios con su pueblo no es simplemente un aspecto ais- lado de las Escrituras. Siendo la imagen dominante de la salvación en todo el Antiguo Testamento, es la manera definitiva en que Dios explica su plan para deshacer las consecuencias del pecado y devolver la raza humana a la debida relación con él. El finado Hans LaRondelle señala: «Desde Adán hasta Jesús, Dios trató con la humanidad por medio de una serie de promesas contractuales que se centraban en un Redentor que iba a venir y que culminaron con el pacto davídico (Génesis 12:2-3; 2 Samuel 7:12-17; Isaías 11). Al Israel cautivo en Babilonia Dios le pro- 2 Bill T. Arnold y Bryan E. Beyer eds., Readings from the Ancient Near East [Textos del Cerca- no Oriente antiguo] (Grand Rapids: Baker Academy, 2002) p. 101. © Recursos Escuela Sabática
  • 4. metió un "nuevo pacto" más efectivo (Jeremías 31:31-34) en conexión con la venida del Mesías davídico (Ezequiel 36:26-28; 37:22-28)». 3 Como los pactos humanos, el que Dios ha hecho con la raza humana im- plicaba tanto relación como obligación. Dios quiere ser nuestro Dios y que nos relacionemos con él como su pueblo especial. Promete sernos fiel y pide que, a cambio, le seamos fieles. La primera mención explícita de pacto en las Escrituras es la del que Dios estableció con Noé. En realidad, ese pacto es una sorpresa, dado que se presenta después de la corrupción, la violencia y la infidelidad universales hacia el Señor (Génesis 6:5, 6).No obstante, el Señor prome- te a Noé: «Estableceré mi pacto contigo, y tú entrarás en el arca, con tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos» (versículo 18). La palabra tra- ducida «estableceré» (hebreo heqim) no indica el comienzo de un nuevo pacto, sino el «“mantenimiento” de un compromiso que Dios había ad- quirido previamente, lo que implica que Dios ya había hecho previa- mente un pacto con los seres humanos». 4 Y, ¿a qué pacto previo se re- fiere esto? Se retrotrae a la promesa de redención dada a Adán y Eva en Génesis 3:15:1a promesa de que un día Dios desharía la maldición divina que había acaecido sobre el mundo como resultado del pecado. En particular, ¿cuál fue la naturaleza del pacto de Dios con Noé? Fue un pacto universal realizado no solo con toda la raza humana, sino también con todos los seres vivientes (Génesis 9:8-10). Y lo más chocante del mismo es que el Señor hace todas las promesas: no requiere nada a cambio. El arcoíris es su promesa de que un diluvio no volverá a destruir nunca la tierra (versículo 11). Como ejemplo de la gracia de Dios, el ar- coíris nos recuerda perpetuamente que el Señor es digno de confianza. Siempre será fiel a la promesa de su pacto. El pacto con Abraham (Génesis 15) Las promesas iniciales recibidas por Abram en Génesis 12:1-3 se en- cuentran entre los pasajes más impactantes de las Escrituras hebreas. «Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra». 3 Hans K. LaRondelle, Our Creator Redeemer: An Introduction to Biblical Covenant Theology [Nuestro Creador Redentor: Introducción a la teología bíblica del pacto] (Berrien Springs, Mich- igan: Andrews University Press, 2005), p. 4. 4 Ibíd., p. 19. © Recursos Escuela Sabática
  • 5. Todo el pasaje tiene que ver con la gracia de Dios. Dios toma la iniciati- va, y Dios, no Abram, hace las promesas. Abram no había hecho nada para ganarse o merecer el favor divino, ni hay la menor indicación que sugiera que Dios y Abram habían colaborado de alguna manera para proponer el acuerdo. El Señor realiza todas las promesas y no pide que Abram prometa nada a cambio. En vez de ello, pide al patriarca que ten- ga fe en la seguridad de su promesa, pero no se trata de una fe endeble cualquiera. Abram ha de jugarse la vida por esa fe al abandonar su clan familiar a los setenta y cinco años de edad y poniéndose en camino a la tierra que Dios le prometió. Las promesas de Dios a Abram no fueron algo aislado. Eran, simple- mente, otra fase de su gran plan para salvar al mundo. «Con la bendi- ción concedida a Abram y, a través de él, a todos los seres humanos, el Creador renovó su propósito redentor. Había "bendecido" a Adán y Eva en el paraíso (Génesis 1:28; 5:2) y después "bendijo [...] a Noé y a sus hijos" después del diluvio (9:1). Así, Dios aclaró su promesa anterior de un Redentor que redimirá a la humanidad, destruirá el mal y restaurará el paraíso (Génesis 3:15). Dios confirmó su promesa de bendecir a "to- das las familias de la tierra" en su dominio universal». 5 Aunque Abram respondió con fe a la palabra de Dios, el hijo implicado en la promesa divina no llegaba. Por último, tras de diez años de esperar que naciera el hijo prometido, el patriarca empezó a preguntarse si, de alguna forma, habría interpretado indebidamente las intenciones de Dios. ¿Quería el Señor que adoptara legalmente como hijo a su fiel sier- vo Eliezer? La respuesta divina fue clara. Abram no solo procrearía a su propio hijo, sino que sus descendientes serían tan innumerables como las estrellas. Las Escrituras consignan entonces uno de los pasajes favo- ritos del apóstol Pablo: «Abram creyó a Jehová y le fue contado por jus- ticia» (Génesis 15:6). Desgraciadamente, la mayoría de la gente da por terminada la historia de Abram en Génesis 15 con el versículo 6. Cuando dejamos de percibir «el resto de la historia», como solía decir Paul Harvey, famoso locutor radiofónico estadounidense, acabamos creando no solo una falsa ima- gen del patriarca, sino también perdiéndonos una de las experiencias más significativas de la vida del «amigo de Dios». Me explicaré. Basándonos en pasajes como Génesis 15:6, resulta fácil considerar a Abram como un hombre de fe que jamás tuvo preguntas ni dudas. Sin embargo, las Escrituras presentan una imagen diferente. Abram creyó, pero también tuvo preguntas en el transcurso de su andadura. En reali- 5 Ibíd., p. 22, 23. © Recursos Escuela Sabática
  • 6. dad, cuando Dios le renueva su promesa en Génesis 15:7, Abram pide al Señor algún tipo de prueba. «Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?» (versículo 8). Como el padre mencionado en Marcos 9:24, Abram dice a Dios, básicamente:«Creo; ayuda mi incredulidad». En respuesta, el Señor, misericordiosamente, da garan-tías a Abram de la certidumbre de su promesa estableciendo formalmente un pacto con él. Lo sorprendente de este pasaje no es el hecho de que Dios establezca un pacto con Abram, sino el extremo hasta el que Dios estuvo dispuesto a condescender para establecerlo. A diferencia de los gobernantes del Próximo Oriente antiguo, que rehuían la idea de hacer promesas vincu- lantes a sus siervos, Dios no solo dio su palabra, sino que, al andar simbòlicamente entre los trozos de animales muertos, se jugó su propia vida en ella -y sabemos, naturalmente, que ¡acabó dando la vida en el Calvario para convertir su promesa en realidad! Abram quería más «prueba», y ¡vaya si la obtuvo! Básicamente, al andar entre los trozos de animales muertos, Dios dijo a Abram: «Esto no es el cuerpo de una no- villa ni el de una cabra: es mi cuerpo si yo dejase alguna vez de ser fiel a las promesas que he hecho a Abram y sus descendientes». Dios no podr- ía haber dado una prueba mayor de la certidumbre de su palabra. Abraham, Sara y Agar (Génesis 16; 21:1-21) En Gálatas 4:21-31 Pablo no solo habla negativamente de la experiencia de los hijos de Israel en el monte Sinai; también tiene un punto de vista más bien despectivo de Agar, la segunda esposa de Abram. ¿Por qué habría de hablar el apóstol de Agar de manera tan poco halagadora? Sus declaraciones no giran tanto en torno a ella como persona sino so- bre el papel que desempeñó para que Abram no creyera la promesa con- tractual de Dios. Agar no siempre fue la concubina de Abram. Empieza apareciendo en el relato de Génesis como una esclava egipcia en la casa de Abram (Génesis 16:3). Es probable que se convirtiera en propiedad suya como uno de los muchos regalos que el faraón le dio a cambio de Sarai, episodio asociado con el primer acto de incredulidad de Abram a la promesa de Dios (Génesis 12:11-16). Tras diez años de espera del nacimiento del hijo prometido, Abram y Sarai seguían sin hijos. Pese al pacto formal que Dios hizo con Abram en Génesis 15, este y Sarai llegaron a la conclusión de que el Señor necesi- taba la ayuda de ellos. Sarai dio Agar a Abram como concubina (Génesis 16:3; 25:6). Como esclava, Agar no habría tenido elección en el asunto. Sencillamente, tuvo que hacer lo que se le ordenó. Aunque nos parezca extraño en la actualidad, el plan de Sarai era muy ingenioso. Según las costumbres antiguas, una esclava podía legalmente convertirse en ma- © Recursos Escuela Sabática
  • 7. dre «de alquiler» para su señora estéril. Así Sarai podía considerar como propio cualquier niño nacido de su esposo y de Agar. Aunque el plan, en efecto, logró que naciera un niño, causó todo tipo de quebraderos de ca- beza y de problemas, siendo que el mayor de estos que el niño planifica- do no era el niño prometido. Durante aproximadamente trece años Abram creyó que Ismael era el hijo a través del cual el Señor cumpliría sus promesas. Por último, cuando Abram tenía noventa y nueve años de edad, Dios se le apareció y le dijo que Ismael no era el hijo de la promesa. El patriarca rogó a Dios que aceptase a Ismael como heredero, pero Dios se negó (Génesis 17:18, 19). ¿Por qué rehusó el Señor aceptar a Ismael como heredero de Abram? No era que hubiera algo «malo» en Ismael. Era un niño amado por Dios igual que cualquier niño de este mundo. Sin duda, si hubiera habido al- go malo en Ismael, Dios no lo habría bendecido (versículo 20). El pro- blema estaba, más bien, en la falta de fe de Abram. El nacimiento de Is- mael se había producido por la sinuosa planificación de Abram y Sarai. Habían llegado a la conclusión de que si Dios iba a cumplir su promesa, necesitaba la ayuda de la pareja. Habrían coincidido sin reservas con los dichos «A Dios rogando y con el mazo dando» y «A quien madruga, Dios lo ayuda». Sin embargo, eso era precisamente lo contrario de lo que de verdad era la promesa del pacto. El Señor no estaba esperando que Abram «hiciera» algo. El meollo de la promesa de Dios a Abram ra- dicaba en que ¡Dios hacía algo por la raza humana que esta no podía hacer por sí misma! El plan de bendecir al mundo entero comenzaría con el nacimiento milagroso de un hijo de Abram y de su esposa estéril Sarai. En el nacimiento de Ismael, el único elemento «milagroso» fue la disposición de Sarai a compartir su marido con otra mujer. E. J. Waggoner, autor adventista del séptimo día cuya perspectiva sobre los pactos fue quizá su mayor aportación a la teología adventista, 6 re- sume con mucho acierto la insensatez que subyace al plan de Abram de amancebarse con Agar: «¡Qué corto de miras fue todo el episodio! Dios había hecho la promesa; por lo tanto, solo él podía cumplirla. Si un hombre hace una promesa, lo prometido puede realizarlo otro, pero, en ese caso, el que hizo la promesa deja de cumplir su palabra. Por ello, aunque lo que el Señor había prometido pudiera haberse logrado me- diante el artificio que se adoptó, el resultado habría sido impedir que el Señor cumpliera su palabra. Por lo tanto, obraban contra Dios. [...] Nos 6 Woodrow W. Whidden, E. J. Waggoner: From the Physician of Good News to Agent of Divi- sión [E. J. Waggoner: De médico de la buena nueva a agente de la división] (Hagerstown, Mary- land: Review and Herald, 2008), p. 267. © Recursos Escuela Sabática
  • 8. resulta muy fácil ver que es así en el caso que estamos considerando; no obstante, ¡qué frecuente es que, en nuestra propia experiencia, en vez de esperar que el Señor haga lo que ha prometido, nos cansamos de espe- rar, nos ponemos a hacerlas por él y, por ello, fracasamos!». 7 Agar y el monte Sinaí (Gálatas 4:21-31) Ahora que hemos examinado el papel del pacto en el Antiguo Testamen- to y, en particular, la naturaleza del pacto que Dios hizo con Abraham y el papel que Agar e Ismael desempeñaron en esa historia, podemos vol- ver nuestra atención a la asociación que Pablo hace de Agar y el monte Sinaí con el antiguo pacto. Cuando Dios, como había prometido a Abraham siglos antes (Génesis 15:13, 14), sacó a los hijos de Israel de la esclavitud quiso compartir con ellos la misma relación de pacto que había tenido con su antepasado. De hecho, las similitudes entre la promesa de Dios a Abraham en Génesis 12:1-3 y sus palabras a Moisés en Éxodo 19:4-6 son contundentes. En ambos casos, el Señor recalca lo que él hará por su pueblo. No pide que los israelitas prometan «hacer» nada para «ganarse» sus bendiciones. De hecho, las palabras hebreas traducidas «dar oído» (shama’) y «guar- dar» (shamar) en Éxodo 19:5 significan, literalmente, «oír» y «ateso- rar». Las palabras de Dios no implican ningún tipo de justificación por las obras por parte de los israelitas. Al contrario, quería que Israel tuvie- ra la misma fe que caracterizó la respuesta de Abraham a sus promesas. El Señor se propuso que el pacto del Sinaí fuera un pacto de gracia de principio a fin. Esto, por supuesto, suscita una pregunta importante. Si la relación de pacto que Dios ofreció a Israel en el Sinaí es similar al dado a Abraham, ¿por qué Pablo identifica el monte Sinaí con la experiencia negativa de Agar? Como vimos previamente en Gálatas 3:17, el pacto en el Sinaí buscaba señalar la pecaminosidad de la humanidad y el remedio de la abundante gracia de Dios tipificada en los ritos del santuario. El problema del mon- te Sinaí no estuvo en Dios, sino en las promesas imperfectas del pueblo (Hebreos 8:6). En vez de responder a las promesas divinas como había hecho Abraham, los israelitas reaccionaron con confianza en sí mismos: «Haremos todo lo que Jehová ha dicho» (Éxodo 19:8). Después de vivir como esclavos en Egipto más de cuatro siglos, no tenían un verdadero 7 E. J. Waggoner, “The Flesh against the Spirit” [La carne contra el Espíritu]. Present Truth, 11 de junio de 1869; reimpreso en The Everlasting Covenant [El pacto eterno] (International Tract Society, 1900), pp. 75, 76. © Recursos Escuela Sabática
  • 9. concepto de la majestad de Dios, ni del grado de su propia pecaminosi- dad. Su respuesta era típica de esclavos: «Haremos cualquier cosa que digas». No era simplemente que las palabras que escogieron ofendieran a Dios. En Deuteronomio 5:28 el Señor declaró: «Bien está todo lo que han dicho». El problema estaba en la condición de su corazón. No solo dejaron de apreciar la verdadera naturaleza de la salvación, sino que también tenían una confianza ingenua en sus propios esfuerzos y en su propia capacidad (versículo 29). Igual que Abraham y Sara intentaron ayudar a Dios a cumplir sus promesas, los israelitas intentaron convertir el pacto divino de la gracia en uno de obras. En Gálatas, Pablo no afirma que la ley dada en el Sinaí fuera mala ni que esté abolida. De hecho, nunca menciona explícitamente en realidad la «ley» en el monte Sinaí. Únicamente se refiere a la experiencia de aquel lugar en la medida en que es análoga a la de Abraham y Agar. «La expe- riencia personal de Abraham con Agar, una experiencia del antiguo pac- to, se expandió a escala nacional por medio de la experiencia de Israel de forma subsiguiente al pacto de Dios con sus hijos en Sinaí». 8 El apóstol se muestra inquieto por el malentendido legalista de la ley por parte de los gálatas. Como los antiguos israelitas, su orgullo los llevó a pervertir el propósito que Dios tuvo al dar la ley. «Lejos de servir para convencerlos de la absoluta imposibilidad de complacer a Dios guar- dando la ley, esta fomentó en ellos una decisión profundamente arrai- gada de depender de recursos personales para complacer a Dios. Así, la ley no servía los fines de la gracia de llevar a los judaizantes a Cristo. En vez de ello, impedía su acceso a Cristo». 9 Así, resulta importante observar que los dos pactos no son cuestión de tiempo, sino de la condición del corazón humano. O, por decirlo de una manera ligeramente diferente, los pactos antiguo y nuevo no describen «eras históricas secuenciales, comprendiendo la primera el período de mil quinientos años del Sinaí a la encarnación, y abarcando la segunda de las generaciones subsiguientes. Describen dos experiencias diferentes basadas en respuestas humanas contrarias a la intemporal invitación del evangelio eterno». 10 Así, representan dos maneras diferentes de inten- tar relacionarse con Dios que se remontan nada más y nada menos que hasta Caín y Abel. El antiguo pacto simboliza a los que, equivocadamen- te, confían en su propia obediencia como medio de complacer a Dios, como los judíos incrédulos en el Sinaí. En cambio, el nuevo pacto repre- 8 Skip MacCarty, In Granite or Ingrained [En granito o arraigado] (Berrien Springs, Michigan: Andrews University Press, 2007), p. 97. 9 O. Palmer Robertson, The Christ of the Covenants [El Cristo de los pactos] (Phillipsburg, Nu- eva Jersey: Presbyterian and Reformed Publishing Company, 1980), p. 181. 10 MacCarty, p. 94 (la cursiva ha sido añadida). © Recursos Escuela Sabática
  • 10. senta la experiencia de aquellos que, como Abraham, dependen por en- tero en la gracia de Dios para hacer todo lo que ha prometido. El nuevo pacto es el evangelio eterno: el verdadero evangelio, el único, inaugurado en el huerto del Edén después de la caída (Génesis 3:15), prometido y experimentado por Abraham y sus descendientes (Gálatas 3:8) y prefigurado en las leyes y los rituales dados a Israel. Después, la promesa de Dios se convirtió en una realidad histórica cuando alcanzó su expresión y cumplimiento definitivos en Cristo. El siguiente cuadro representa la manera en que Pablo contempla los dos pactos como dos experiencias diferentes basadas en respuestas humanas contrarias a la maravillosa promesa divina de la salvación. Nuevo pacto Antiguo pacto Sara Agar Isaac Ismael Creyentes gentiles Judaizantes Promesa carne fe sola obras Libre esclava Monte Sinaí Ismael e Isaac hoy (Gálatas 4:28-31) Pablo perfiló su breve esbozo de la historia de Israel para contrarrestar los argumentos presentados por los judaizantes. Sus adversarios habían reivindicado ser los auténticos descendientes de Abraham y que Jeru- salén -centro de la cristiandad judía y de la leyera su madre. En cuanto a los gentiles, eran ilegítimos. Si querían llegar a ser auténticos seguidores de Cristo, primero tenían que hacerse hijos de Abraham sometiéndose a la ley de la circuncisión. Sin embargo, Pablo declara que la verdad es exactamente al revés. Los judaizantes son hijos de Abraham, pero ilegí- timos, como Ismael. Al poner su confianza en la circuncisión, se apoya- ban en «la carne», igual que hizo Sara con Agar, y como intentaron hacer los judíos con la ley de Dios en Sinaí. Sin embargo, los creyentes gentiles, como Isaac, eran hijos de Abraham no por linaje natural, sino sobrenatural. «Como Isaac, eran el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham [...]; como Isaac, su nacimiento a la libertad era efecto de la © Recursos Escuela Sabática
  • 11. gracia divina; como Isaac, pertenecen a la columna del pacto de la pro- mesa». 11 En Gálatas 4:28,29 Pablo aplica la experiencia de Isaac e Ismael a la de los auténticos seguidores de Cristo en Galacia:«Y vosotros, hermanos, como Isaac, sois hijos de la promesa. Pero así como entonces el que na- ció según la carne persiguió al que nació según el Espíritu, así también sucede ahora» (LBA). Es probable que la persecución de Isaac que Pablo tiene en mente sea la ceremonia de Génesis 21 en la que se rinde home- naje a Isaac mientras que parece que Ismael se burla de él. Aunque la palabra hebrea del versículo 9 significa, literalmente, «reír», la reacción de Sara sugiere que Ismael estaba haciendo burla de Isaac o ridiculizán- dolo. Aunque la conducta de Ismael podría no parecemos tan significa- tiva hoy (todos los hermanos discuten y se pelean en ocasiones), revela- ba las hostilidades más profundas implicadas en una situación en la que estaba en juego el derecho de primogenitura familiar. Muchos gober- nantes de la antigüedad procuraron perpetuar su posición eliminando rivales potenciales, incluidos hermanos (cf. Jueces 9:1-6). Sin embargo, aunque Isaac afrontó la oposición, también gozó de todos los privilegios del amor, la protección y el favor que iban de la mano con ser el herede- ro de su padre. Como descendientes espirituales de Isaac, no tiene que sorprendernos cuando suframos privaciones y oposición, ya sea de dentro o de fuera de la iglesia. «Es la doble porción de los "Isaacs": el dolor de la persecución por una parte y el privilegio de la herencia por otra. Somos despreciados y rechazados por los hombres; pero somos los hijos de Dios. [...] Esta es la paradoja de la experiencia de un cristiano». 12 Vivir hoy la vida del nuevo pacto Las referencias que Pablo hace de la experiencia de Abraham, Sara, Agar, Ismael y los hijos de Israel en Sinaí indican que su presentación de los dos pactos no es, en último término, sobre ideas teológicas abstrac- tas. Al contrario, tiene que ver directamente con la forma en que Dios nos llama a experimentar la vida hoy. No tiene que ver tanto con qué debiéramos «pensar» como con la forma en que deberíamos vivir. Pablo nos llama a experimentar personalmente el pacto de la gracia divina. 11 James D. G. Dunn, The Epistle to the Galatians [La Epístola a los Gálatas], Black's New Tes- tament Commentary (Peabody, Massachusetts: Hendrickson, 1993), p. 256. 12 John Stott, The Message of Galatians [El mensaje de Gálatas] (Downers Grove, Illinois: In- terVarsity Press, 1968), p. 128 © Recursos Escuela Sabática
  • 12. ¿Cómo es esa vida? Es la vida marcada por la paz que se deriva de saber que Dios es fiel a sus promesas. Llena de compromiso sincero y de co- munión diaria con Dios, experimenta y aprecia de forma cotidiana su perdón y su gracia, y conoce la presencia habilitante de su Espíritu, que nos capacita no solo para vivir para él, sino para amar y cuidar de los que nos rodean. En última instancia, es una vida que se diferencia enormemente de la experiencia del antiguo pacto, a la que todo ser humano nace de forma natural: una vida que, en último término, no se fía de nadie más que de uno mismo, que hace solo lo que tiene que hacer, una vida que no se toma en serio la ley de Dios ni aprecia lo des- esperadamente que necesita la gracia y el perdón divinos. En último término, el antiguo pacto es una vida absorta en su propio bienestar. La experiencia del antiguo pacto es una vida de esclavitud. Sin embargo, la experiencia del nuevo pacto es una vida que conoce la libertad que solo Dios puede dar. A diferencia del anterior diagrama dispensacionalista de los pactos, que los limita simplemente a un lapso histórico, el siguiente cuadro ilustra mejor la descripción paulina de los dos pactos en su relación tanto con la historia como con la experiencia personal. Ojalá que, por la gracia de Dios, experimentemos personalmente la relación del nuevo pacto que siempre ha querido compartir con nosotros. Revelación de la Revelación suprema gracia divina antes de la gracia divina en del Calvario el Cristo resucitado Creación Abrahán Monte Sinaí Experiencia del pacto eterno o nuevo: Auténtico evangelio – Fe en Cristo – Una vida llena del Espíritu Experiencia del antiguo pacto: Falso evangelio – Confianza en el yo – Legalismo Material provisto por RECURSOS ESCUELA SABATICA © http://ar.groups.yahoo.com/group/Comentarios_EscuelaSabatica http://groups.google.com.ar/group/escuela-sabatica?hl=es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática © Recursos Escuela Sabática