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Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
1 
INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE 
FASCÍCULO NÚMERO 27 
EL EVANGELIO DE JUAN 
(Quinta parte) 
VERSÍCULO POR VERSÍCULO 
(Capítulos 14 al 16) 
Capítulo 1 
Preguntas y respuestas 
(Juan 13:33 - 14:14) 
Al comienzo de cada fascículo de este profundo estudio de 
Juan, explico que mi propósito es brindar un comentario a quienes 
han escuchado los ciento treinta programas radiales del Instituto 
Bíblico del Aire que componen un estudio del Evangelio de Juan 
versículo por versículo. Para tener continuidad en el estudio, usted 
debería leer los cuatro primeros fascículos de esta serie antes de leer 
este, que es el quinto de estos breves comentarios. 
Esto se aplica especialmente al fascículo que usted va a leer 
ahora, dado que el contexto que ayuda a comprender lo que vamos a 
leer se explica en el fascículo 26, que precede a este. Si usted desea 
realizar o dirigir un estudio versículo por versículo de Juan, pero no 
cuenta con los primeros cuatro fascículos de esta serie, comuníquese 
con nosotros, y se los enviaremos. 
Como explico en el fascículo 26, en medio del capítulo 12, 
Juan inicia una nueva división de este Evangelio. Aproximadamente, 
la primera mitad de su Evangelio registra el ministerio que Jesús 
realizó predicando, enseñando, sanando y entrenando a sus apóstoles, 
que continuarán todo lo que Él ha comenzado durante sus tres años 
de ministerio público. Ahora, comienza la segunda parte de su 
Evangelio dedicando cuatro capítulos al recuerdo que él tiene del
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
2 
discurso de Jesús más extenso que haya sido registrado en los cuatro 
Evangelios, llamado “el Discurso del Aposento Alto” (Juan 13-16). 
Los rabíes de la antigüedad solían utilizar el método de 
preguntas y respuestas cuando enseñaban. De hecho, generalmente 
contestaban una pregunta con otra pregunta. Cuando se le preguntó al 
rabí Hillel: “¿Por qué ustedes, los rabíes, siempre responden una 
pregunta con otra pregunta?”, su respuesta fue: “¿Por qué no?”. 
Como este Evangelio pone de relieve, Jesús era mucho más que un 
rabí. Pero, como Maestro perfecto que era, usó el método de las 
preguntas y respuestas cuando enseñaba. Él, deliberadamente, 
provocó preguntas en los corazones y las mentes de esos apóstoles a 
los que dirigió este discurso. 
Jesús pronunció su discurso más extenso de los que han sido 
registrados al reunirse con sus discípulos por última vez antes de su 
muerte. Dado que todas sus enseñanzas fueron dadas en el entorno de 
un retiro, yo llamo a esta enseñanza “el último retiro cristiano”. Al 
principio de sus tres años de ministerio público, Jesús dio un discurso 
que llamamos “el Sermón del Monte”. Yo lo llamo “el primer retiro 
cristiano”, porque el Señor dio esa enseñanza en el contexto de un 
retiro. De todos los discípulos a los que desafió en la cima de ese 
monte, comisionó a doce hombres para que fueran sus apóstoles, sus 
“enviados”. Durante tres años, Jesús les enseñó, les mostró y los 
entrenó enviándolos a participar activamente en el ministerio. Ahora, 
se retira con ellos una vez más, y está a punto de dar formalmente 
por finalizados sus tres años de entrenamiento con Él. 
Los últimos versículos del capítulo 13 registran dos preguntas 
que Pedro le hizo a Jesús: “¿Dónde vas, y por qué no puedo ir 
contigo? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti!”. Jesús responde a las 
preguntas de Pedro prediciendo que este lo negará tres veces, y 
continúa respondiendo esas dos preguntas en el comienzo del 
siguiente capítulo. Después que Pedro le formula esas dos preguntas 
a Jesús, y Él las responde, los apóstoles Tomás, Felipe y Judas 
también le hacen algunas preguntas. Sus preguntas, y las respuestas 
de Jesús a ellas, forman el corazón del capítulo 14 del Evangelio de 
Juan. 
Estoy persuadido de que Jesús deliberadamente los llevó a 
que le formularan estas preguntas cuando pronunció esas tiernas 
palabras que podemos leer al final del capítulo 13: “Hijitos, aún 
estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los 
judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no 
podéis ir” (13:33). En este pasaje, desde el versículo 31 del capítulo 
13 hasta el versículo 31 del capítulo 14, no podemos leer ni cinco 
versículos sin volver a tropezarnos con este tema de ir y venir; que 
Jesús vino a este mundo, y ahora va a volver al Padre. 
Al hacer énfasis en este concepto repetidas veces, Jesús 
estaba provocando, deliberadamente, en las mentes de todos esos 
apóstoles, esas dos preguntas que fueron expresadas por Pedro. Hizo 
esto, porque sus respuestas a estas preguntas son el corazón de la 
verdad que deseaba compartir con ellos en este último retiro.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
3 
Cuando Jesús respondió la primera pregunta de Pedro 
diciendo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me 
seguirás después", no olvide observar que, en realidad, Jesús no 
respondió la pregunta. No le dijo específicamente adónde iba. 
Simplemente le dijo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; 
mas me seguirás después”. Pedro, entonces, la emprendió con la 
segunda pregunta: “Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi 
vida pondré por ti". 
Pedro, aparentemente, se ha dado cuenta de que, cuando Jesús 
dice que se irá, está refiriéndose a su muerte. Como he señalado en el 
último fascículo, los líderes religiosos están manipulando a los 
romanos para que atrapen al Señor y sus apóstoles. Hay un gran 
peligro, y estos hombres están muy asustados. Saben que es muy 
posible que se les pida que mueran con Jesús; especialmente, dado 
que Él les dice que va a morir, y que ellos también deben morir y ser 
enterrados como un grano de trigo (12:24). 
Jesús respondió a la declaración de Pedro, en el sentido de 
que estaba dispuesto a dar su vida por Él, con unas palabras 
extraordinarias: "¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te 
digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces". 
Piense cuánto dolor y pena habrán causado estas palabras en el 
corazón de Pedro. 
Juan no nos dice nada sobre la expresión del rostro o el tono 
de voz que Jesús usó al decirle estas terribles palabras a Pedro. 
Personalmente, estoy persuadido —aunque no puedo probarlo— de 
que, cuando Jesús le dijo esas palabras, sus ojos estaban llenos de un 
gran amor por Pedro, y el tono de su voz expresaba gran ternura. 
Unos pocos segundos antes de decirle estas palabras a Pedro, 
Jesús los había llamado a todos “hijitos”. Dado que ese era un 
tratamiento de gran cariño, sabemos que estaba hablándoles con 
mucho afecto y ternura a estos hombres en ese momento. Creo que 
ese amor y esa ternura continuaron en su diálogo con Pedro. Hasta 
sospecho que puede haber habido una sonrisa en su rostro, y que, 
básicamente, le dijo: “¿De veras, Pedro? Lo cierto es que, antes que 
el gallo cante mañana por la mañana, tú habrás negado que me 
conoces... ¡no una, sino tres veces!”. 
Piense cómo las palabras que Jesús le dijo a Pedro habrán 
inquietado a los otros hombres que estaban recostados a esa mesa. 
Leemos que estaban turbados en espíritu. Es, pues, muy apropiado 
que las próximas palabras que escuchen de Jesús –y que son dirigidas 
a todos ellos- sean: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, 
creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si 
así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para 
vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os 
tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también 
estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (14:1-4). 
En otras palabras, Jesús les dice: “Ustedes creen en Dios; 
crean también en mí”. Esta es una afirmación con respecto de su 
deidad, ya que se coloca en un mismo nivel con Dios. Entonces,
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
4 
comienza el gran capítulo 14 con estas palabras tan conocidas, que 
con frecuencia leemos en los funerales. 
"Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino" (14:4). Estoy 
convencido de que su última afirmación fue realizada con el 
propósito deliberado de provocar otra pregunta en las mentes de esos 
hombres. Al decirles Jesús que ellos sabían adónde iba, y que sabían 
el camino que iba a seguir, el apóstol Tomás, al que solemos llamar 
“el que dudó”, muerde el anzuelo y responde: “Señor, no sabemos a 
dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". 
La respuesta de Jesús a esta pregunta formulada por Tomás 
nos da uno de los versículos más maravillosos del Evangelio de Juan 
y de toda la Biblia. Jesús respondió: “Yo soy el camino, y la verdad, 
y la vida”. Y agregó: “Nadie viene al Padre, sino por mí”. 
En realidad, al contestar la pregunta de Tomás, Jesús presenta 
tres afirmaciones dogmáticas. Esas tres afirmaciones son que Él es el 
Camino, Él es la Verdad, y Él es la Vida. Cuando dijo que era el 
Camino a ese lugar que estaba preparando para ellos, estaba 
refiriéndose a su muerte en la cruz. La cruz de nuestro Señor debería 
representar mucho más que, simplemente, un bello adorno que 
llevamos colgando de una cadena. La cruz de Jesucristo representa el 
camino de nuestra salvación y el camino hacia el lugar que Jesús 
prometió a quienes creen en Dios y creen en Él como su Salvador. 
La muerte de Jesús en la cruz representa su ministerio como 
sacerdote. Un sacerdote es una persona que intercede por el hombre 
ante la presencia de Dios. Eso hizo Jesús cuando murió en la cruz: 
creó un camino para que usted y yo podamos ir a ese lugar celestial 
para toda la eternidad con Dios, al ofrecer el sacrificio perfecto por 
nuestros pecados (Juan 1:29, Isaías 53:7, Hebreos 2:17, 9:11-28) . 
Jesús podría habernos provisto el camino para ser salvos 
llegando un viernes por la tarde para morir en la cruz por nuestros 
pecados. Pero vino a nuestro mundo y vivió aquí durante treinta y 
tres años, porque no vino solamente a morir en la cruz. Como he 
señalado, la cantidad de capítulos que este Evangelio dedica a relatar 
la última semana de su vida nos demuestra que su muerte fue la parte 
más vital e importante de su vida y su ministerio. ¿Por qué no pasó, 
simplemente, una tarde de Viernes Santo aquí, y murió en la cruz? La 
respuesta a esa pregunta es: “Porque, además, Él era la Verdad”. 
¿Recuerda el prólogo a este Evangelio? (1:1-18). 
Básicamente, dice: "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los 
hombres. Él era la Palabra, el vehículo del pensamiento de Dios, que 
expresaba todo el pensamiento de Dios hacia el hombre que este 
podía comprender. Como Palabra, estuvo con Dios en el principio, 
era Dios, y se hizo carne y vivió entre nosotros para que pudiéramos 
contemplar su gloria, lleno de gracia y de verdad”. 
El pueblo de Dios ya tenía la verdad que había llegado por 
medio de la página sagrada, a través de Moisés y los profetas. Pero 
Dios deseaba que la gente de este mundo tuviera más que una página 
sagrada. Quería que tuvieran la Palabra viva que exhibiera y 
demostrara el mensaje de Dios, una Palabra que viviera y anduviera 
en una vida perfecta en carne humana. Deseaba que viéramos cómo
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
5 
la verdad de la página sagrada puede vivirse en la práctica en una 
vida humana. Eso es lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Yo soy la 
Verdad”. En todo lo que era y todo lo que hacía, Él era la Verdad. 
Esta afirmación, obviamente, incluye todas esas veces en que leemos 
que Él, abriendo su boca, les enseñaba. 
La tercera parte de su gran afirmación es: “Yo soy la Vida”. 
Esto significa que Él vivió una vida perfecta, y de esa manera nos 
demostró de qué se trata la vida. En otras palabras, nos dio el 
ejemplo de lo que es la vida eterna: la calidad de vida de la que Juan 
nos habla a lo largo de todo su Evangelio. Esta afirmación significa, 
también, que Él vino a impartir lo que llamaba “vida abundante”, 
dándoles la experiencia de la nueva vida a aquellos a los que Él 
enseñó y con quienes se encontró (10:10). 
En estas tres afirmaciones, las primeras dos palabras son las 
más importantes que Él pronuncia: “Yo soy”. Cuando nos 
concentramos más en la forma en que Jesús le respondió a Tomás, 
“el que dudó”, descubrimos otro de los grandes “Yo soy” de Jesús en 
el Evangelio de Juan. Jesús no dijo: “He venido a predicar un camino 
de salvación y a enseñar una verdad que describe la calidad de vida 
que ustedes tendrán”. Las palabras más importantes, aquí, son: “Yo 
soy”. Yo soy ese Camino de salvación. Yo soy la Verdad que ustedes 
están escuchando, y yo soy la Vida que es la Luz de los hombres. 
Una vez más recordemos que, en el prólogo, el apóstol Juan 
señala muchas veces que Juan el Bautista no era, pero Jesús era. 
Cuando Juan el Bautista aparece, continuamente está diciendo que él 
no es, mientras que Jesús aparece repetidas veces diciendo: “Yo 
soy”. Una de las observaciones más dinámicas que realiza Juan con 
respecto de Jesús es que Él era. Entre otras cosas, esta repetida 
afirmación de Jesús —“Yo soy”— significaba que Él era todo lo que 
enseñaba. Cuando afirmó: “Yo soy la Vida”, al menos parte de lo que 
estaba afirmando era que la vida que Él vivió aquí era un modelo de 
la calidad de vida que Dios desea para todo ser humano. 
También encontramos en el prólogo a este Evangelio el 
significado primario de su afirmación de que Él es la Vida. En el 
primero de estos fascículos de estudio versículo por versículo del 
Evangelio de Juan, señalé que, en sus primeros versículos, Juan nos 
dijo lo que iba a decirnos. Por tanto, no debería sorprendernos, al 
avanzar en la lectura, que el prólogo sea como un índice de 
contenidos, que presenta lo que leeremos en todo el Evangelio de 
Juan. 
Este prólogo nos decía que, cuando una persona respondía de 
la manera adecuada a Jesús, recibía el poder de ser hecha hija de 
Dios, y nacía de lo alto. Nacía, “no [...] de sangre, ni de voluntad de 
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (1:12, 13). Jesús afirmó 
que Él era la Vida, en el sentido de que Él daba a las personas el 
poder para convertirse en la vida de la que Él era ejemplo. 
Los estudios de personas del Antiguo Testamento demuestran 
un principio que Dios utiliza cuando desea enseñarnos una verdad 
vital. Ese principio es: “Cuando quieras comunicar una gran idea, 
envuélvela en una persona”. Por ejemplo, cuando Dios quiso
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
6 
comunicar el concepto de la fe, envolvió ese concepto en la vida de 
un hombre llamado Abraham. Envolvió el concepto de la gracia en la 
vida de Jacob, y el concepto de la providencia de Dios en la vida de 
José (Génesis 12-24; 25-32; 37-50). 
Cuando Dios quiso expresar lo que es la vida eterna, esa 
calidad de vida que Él preparó para usted y para mí, envolvió ese 
concepto de la vida eterna en la vida que, durante treinta y tres años, 
vivió Jesucristo en la Tierra. En su prólogo, Juan no solo nos dijo que 
el Verbo, la Palabra, se hizo carne, y que era la Luz. También nos 
dijo que la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. En 
otras palabras, Jesús mismo era la Vida y la Luz que vino a darnos. 
También era —y es— el Camino y el medio a través del cual 
podemos experimentar y vivir esa vida que nos hace auténticos hijos 
de Dios. El nuevo nacimiento es el vehículo de la transformación que 
nos da esa vida. El nuevo nacimiento y el medio para ese nuevo 
nacimiento están envueltos en esas palabras: “Yo soy la vida”. 
La emocionante aplicación personal y devocional de esta 
verdad es que el Cristo vivo y resucitado es la Vida y también el 
medio para tener esa Vida, hoy. El Evangelio de Juan no nos presenta 
simplemente un personaje histórico que vivió hace más de dos mil 
años. Él está vivo hoy, y puede vivir en usted y en mí. 
Dado que hay personas que, de hecho, cuestionan la 
existencia de un Jesús histórico, un auténtico discípulo de Jesús ha 
escrito: “Yo creo que Él es, mientras que ellos ni siquiera están 
seguros de que Él haya sido; y, aunque ellos no están seguros de que 
jamás haya hecho, yo sé que Él aún hace”. 
Otro ha expresado la misma aplicación devocional de esta 
forma: "Jesucristo es todo lo que dice ser, y puede hacer todo lo que 
dice que puede hacer. Usted es todo lo que Jesús dice que usted es, y 
puede hacer todo lo que Él dice que usted puede hacer, porque Él 
es... ¡y Él está en usted!”. 
Estas dos citas son aplicaciones personales de esta tercera 
dinámica afirmación de Jesús: "Yo soy la Vida". 
No hay otro Camino 
Cuando Jesús afirma: “Yo soy el camino, y la verdad, y la 
vida”, no se detiene allí. Cuando agrega a esta afirmación: “Nadie 
viene al Padre, sino por mí”, está haciendo una afirmación muy 
dogmática con respecto de sí mismo. 
A lo largo de todo su Evangelio, Juan registra las 
afirmaciones dogmáticas realizadas por Jesús. Recuerde que, en el 
tercer capítulo de este Evangelio, Juan nos dice que Jesús, 
básicamente, le dijo a Nicodemo: “Yo soy el Hijo único de Dios. 
Como Hijo único de Dios, levantado sobre la cruz, soy la única 
Solución de Dios para el problema del pecado en este mundo. Eso 
significa que soy el único Salvador dado por Dios. Él no tiene otros 
salvadores. Yo soy el único Salvador que Él ha enviado, y será mejor 
que lo creas. Porque, si crees en mí, eres salvo; y si no crees en mí, 
¡estás condenado!” (3:14-18).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
7 
¡Eso es dogmático! Pero la verdad es siempre absolutamente 
verdadera. Si dos más dos es cuatro, ese resultado siempre será 
cuatro, y no puede ser otra cosa. Jesús estaba afirmando, 
básicamente, que Él era la personificación de la Verdad, y que todo 
lo que Él era y decía era la verdad. Por lo tanto, no tenía otra opción 
más que la de ser dogmático. Jesús tenía que desacreditar todo otro 
camino de salvación, porque decía la verdad cuando dijo: “Nadie 
viene al Padre, sino por mí”. Por lo tanto, los apóstoles predicaron: 
“No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que 
podamos ser salvos” (Hechos 4:12). 
Repito la conclusión de C. S. Lewis: Cuando uno estudia las 
afirmaciones de Jesús, tiene solamente tres posibilidades: Puede 
concluir que es un mentiroso; puede ser benévolo, y decir que era un 
lunático; o postrarse, llamarlo Señor, y adorarlo. 
Después de hacer estas tres grandes afirmaciones, Jesús, 
ahora, provoca deliberadamente una pregunta que se convierte en un 
pedido en la mente de Felipe, cuando dice: “Si me conocieseis, 
también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le 
habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. 
Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me 
has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (7, 
8). 
Juan registra en su Evangelio ciento veinticuatro ocasiones en 
que Jesús menciona al Padre. Según Juan, Jesús hizo referencia a 
Dios el Padre cuarenta y tres veces en este retiro en el aposento alto 
con sus apóstoles. Básicamente, Felipe le dice: “Siempre nos estás 
hablando del Padre, el Padre, el Padre. Muéstranos al Padre, y 
entenderemos por qué Él es tan importante para ti, y por qué tendría 
que ser tan importante para nosotros”. 
La forma en que Juan registra la respuesta de Jesús a Felipe 
nos presenta una de las más extraordinarias afirmaciones de Jesús en 
cuanto a su deidad. Mientras Lucas nos presenta un Mesías que era 
hombre y se identificó con nuestra humanidad, el autor del cuarto 
Evangelio nos presenta a un Jesús que es más que un hombre. El 
Jesús que Juan quiere que conozcamos, y en el que quiere que 
creamos, es Dios. Vimos ese énfasis cuando señalamos las 
afirmaciones que Él hizo en los capítulos 5 al 8. 
Así como en este Evangelio se hace énfasis en que Jesús era 
el Mesías y el Hijo de Dios, también se enfatiza la verdad de que Él 
era Dios en carne humana (capítulos 5-8; 20:30, 31). Cuando Jesús le 
dice a Felipe: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, tenemos 
una de las más fuertes y claras afirmaciones de Jesús en el sentido de 
que Él era Dios. Jesús continúa respondiendo a esta pregunta-pedido 
de Felipe cuando dice: “¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? 
¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que 
yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que 
mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el 
Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. 
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que 
yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
8 
Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para 
que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi 
nombre, yo lo haré" (14:9-14). 
No olvide que las preguntas de Pedro, Tomás, Felipe y Judas 
fueron deliberadamente provocadas por algo que dijo Jesús. La 
respuesta de Jesús a esta pregunta de Felipe fue escrita por Juan en 
los versículos 9 al 21. Entonces, Judas le hace una pregunta a Jesús. 
La respuesta de Jesús a la pregunta de Judas se encuentra en los 
versículos que llegan hasta el final de este capítulo. La forma en que 
Jesús responde a estos dos apóstoles nos lleva al corazón del diálogo 
que Jesús tiene con estos hombres en este retiro justo antes de su 
arresto, muerte y resurrección. 
El corazón de este diálogo en el aposento alto trata sobre la 
dinámica que ellos deben tener para alcanzar al mundo para su Señor 
con el evangelio que Él les ha enseñado y demostrado. Ellos fueron 
entrenados para vivir, predicar y enseñar ese evangelio en todas las 
naciones del mundo. Jesús presenta ahora un concepto que reforzará 
en el capítulo 15, con su metáfora de la vid y los pámpanos (15:1- 
16). Él ya ha enseñado anteriormente este concepto, al decir: “Yo y 
el Padre uno somos” (Juan 10:30). En su respuesta a Felipe, le 
pregunta: “¿Crees que yo soy en el Padre, y el Padre es en mí?”. 
Después, los desafía a creer en esta afirmación basándose en la 
innegable realidad de las obras de las que han sido testigos durante 
los últimos tres años. 
Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”, bien podría 
haber completado el gesto juntando sus manos, porque, básicamente, 
estaba diciendo: “Yo y el Padre estamos absolutamente unidos. Yo 
estoy en unión con el Padre, y el Padre está en unión conmigo. Yo 
estoy relacionado con el Padre, y el Padre está relacionado conmigo. 
Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí. Cada palabra que hablo y 
cada obra que hago, es, simplemente, consecuencia de la relación que 
tengo con el Padre”. 
Básicamente, está diciendo: “Hace ya tres años que ustedes están 
fascinados por las palabras que me han oído hablar y las obras que me han 
visto hacer. Deben comprender que la Palabra del Padre fue pronunciada en 
la Tierra a través de mí, y la obra del Padre ha sido hecha en la Tierra a 
través de mí, porque somos uno. Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí. 
Así que, toda palabra que me oigan decir y toda obra que me vean hacer es, 
en realidad, la Palabra y la obra del Padre, una consecuencia de mi unidad 
con el Padre”. 
Ahora llegamos a la parte más emocionante de este Discurso del 
Aposento Alto, cuando, palabras más, palabras menos, Jesús dice: “Les 
digo la verdad; todo aquel que tiene fe en mí hará lo que yo he estado 
haciendo. Hará cosas aun mayores que estas, porque yo voy al Padre. 
Ahora, los dejaré; y cuando me vaya, le pediré al Padre que les dé el 
Espíritu Santo. Cuando ese Consolador venga, si ustedes son uno con Él 
como yo soy ahora con el Padre, entonces, mi Palabra será hablada en la 
Tierra a través de ustedes y mi obra será hecha en la Tierra a través de 
ustedes”. 
Descubrimos uno de los mayores desafíos del Nuevo 
Testamento cuando Jesús, básicamente, promete: “Si ustedes son uno
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
9 
con el Espíritu como yo soy con el Padre, harán aun mayores obras 
que estas, porque yo voy al Padre” (12). 
Los apóstoles no tenían forma de captar la gloriosa realidad 
de la promesa de que quienes creyeran en Jesús podrían hablar como 
Él habló y hacer las obras que Él hizo, hasta que comprendieron este 
concepto de que Jesús era en el Padre, y el Padre era en Jesús. Sin 
duda, no comprendían lo que Jesús estaba diciendo cuando prometió 
que quienes creyeran en Él harían mayores obras que las que Él había 
hecho. 
Esto, obviamente, significa que las obras serán mayores en 
sentido de cantidad, más que de calidad. Más adelante, en este 
diálogo, Jesús enseñará que es conveniente que Él se vaya y deje esta 
misión de alcanzar el mundo en manos de estos once hombres (16:7). 
Lo que quiere decir es que, cuando estos hombres comprendan y 
experimenten la dinámica que Él está comenzando a enseñar, y que 
ilustrará más tarde en el huerto, habrá un orden nuevo, ya que habrá 
más de ellos, que aplicarán esta dinámica en todo el mundo 
simultáneamente. 
El apóstol Pablo escribe que Cristo se vació de atributos 
divinos como la omnipresencia, la capacidad de estar en todas partes 
al mismo tiempo (Filipenses 2:7). Una de las dimensiones intrigantes 
de la vida y el ministerio de Jesús es que Él hizo impacto en todo el 
mundo sin radio, sin televisión, sin escribir libros, ni usar 
computadoras ni teléfonos celulares, y sin viajar más que unos pocos 
cientos de kilómetros durante toda su vida. Cuando dice estas 
palabras, Jesús sabe que estos hombres pronto serán “su cuerpo”, y 
que Él será omnipresente en ellos y, a través de ellos, en todo el 
mundo. 
Jesús invirtió tres años de su breve vida en entrenar a estos 
apóstoles. Los desafió en lo que suelo llamar “el primer retiro 
cristiano”. Después de ese retiro, los comisionó para que fueran sus 
“apóstoles”, es decir, ‘enviados’. El significado de esta palabra es 
similar al de la palabra “misionero” que usamos en la actualidad. La 
enseñanza impartida en ese retiro, que está registrada en tres 
capítulos del Evangelio de Mateo, es conocida como “el Sermón del 
Monte” (Mateo 5-7). 
Ellos han estado con Jesús durante sus tres años de ministerio 
público. Han escuchado todas sus enseñanzas, han observado todos 
sus milagros y han escuchado el diálogo hostil con los líderes 
religiosos. Generalmente no pudieron escuchar las conversaciones, 
pero han observado el entorno y los resultados de todos los 
encuentros que Jesús ha tenido con diferentes personas. 
Hemos aprendido que, cuando algunos de estos hombres 
conocieron a Jesús, Él los desafió a ir a ver dónde y cómo vivía. 
Según una traducción, cuando les dio lo que llamamos “la Gran 
Comisión”, les ordenó que hicieran discípulos y les enseñaran todas 
las cosas que Él les había ordenado que observaran (Mateo 28:18- 
20). Ahora, hace ya tres años que ellos viven con Él y, como 
discípulos suyos, observan su vida.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
10 
Alguien ha dicho que Jesús hizo tres cosas con estos 
hombres: les enseñó, les mostró, y los envió para ganar experiencia 
en el ministerio y los entrenó. Ahora estamos por estudiar la forma 
en que Juan registra cómo Jesús comisiona a estos apóstoles y los 
envía a alcanzar a todo el mundo para Él. 
Cuando Juan escribió, en su prólogo, que la gracia y la verdad 
vinieron por medio de Jesucristo, quería decir que la verdad vino por 
medio de Moisés y de Jesús, pero Jesús acompañó la Verdad que Él 
era con la gracia necesaria para vivirla y aplicarla. Entre otras cosas, 
significa que la voluntad de Dios nunca nos llevará donde su gracia 
no pueda guardarnos. También significa que Jesús no nos daría una 
comisión sin darnos, con ella, la gracia para obedecer esa comisión. 
Cuando Jesús responde a Felipe y a Judas, está comenzando a 
describir la dinámica que alcanzó al mundo para Él. Quinientos años 
después que Él comisionó a estos apóstoles, el Evangelio de 
Jesucristo era conocido y creído en todo el mundo romano. 
Como he señalado, en el capítulo 16, Él dice que este arreglo 
es “conveniente” o necesario. En ese capítulo, Juan registra que Jesús 
les dijo, básicamente, a estos hombres: “Les conviene que yo 
entregue este cuerpo, porque, cuando lo haga, en cualquier lugar que 
haya uno de ustedes, yo estaré en ustedes y ustedes en mí, así como 
yo estoy en el Padre y el Padre está en mí ahora. Eso significa que, 
en cualquier lugar donde haya uno de ustedes, yo estaré allí”. 
Esto significa que, si usted anda y sirve en unión con Él, y Él 
está trabajando en usted y por medio de usted, cuando usted cae, 
exhausto, en su cama, por la noche, al otro lado del mundo, sus 
hermanos y hermanas, que también andan con Jesús y lo sirven, se 
levantan para comenzar su día de andar con Jesús y servir a Jesús. 
Nunca hay un momento en que Jesús no sea servido en este mundo, o 
no se exprese en su iglesia y a través de ella. 
Esta es una enseñanza muy dinámica, y Jesús nos da una 
extraordinaria promesa relacionada con ella: “Y todo lo que pidiereis 
al Padre en mi nombre, lo haré" (13). 
Esto no significa que podemos tener todo lo que queramos. 
Hay ciertas condiciones que debemos cumplir al orar. Debemos pedir 
“en su nombre”, es decir, de una manera que haga posible que el Hijo 
dé gloria al Padre. Pedir en su nombre es pedir en su lugar, o 
preguntarse: “¿Qué pediría Jesús?”. Pablo escribe que, si amamos a 
Dios y somos llamados según su propósito, entonces, “todas las cosas 
[...] ayudan a bien” (Romanos 8:28). Al leer estas palabras, 
deberíamos hacernos esta pregunta: “¿El bien de quién? ¿El nuestro, 
o el de Dios?”. 
En su breve carta, que encontraremos cerca del final del 
Nuevo Testamento, Juan hace énfasis en la condición de que, cuando 
oremos, debemos hacerlo según la voluntad de Dios (1 Juan 5:14). 
Pedir en su nombre significa pedir de manera coherente con la 
esencia de quién es Jesús y con aquello que glorifica al Padre. 
Entonces, podremos pedir cualquier cosa, y Él lo hará. 
Ahora, Jesús les muestra la clave de esa dinámica, al decirles: 
"Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
11 
Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para 
siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, 
porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora 
con vosotros, y estará en vosotros. 
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, 
y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo 
vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que 
yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene 
mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me 
ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" 
(14:15-21). 
La larga respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe parece 
calculada para provocar una pregunta de otro apóstol, llamado Judas. 
El nombre Judas era muy común en esa época. Este es el apóstol 
Judas, no el Iscariote. Su pregunta fue: “Señor, ¿cómo es que te 
manifestarás a nosotros, y no al mundo?”. Jesús respondió: “El que 
me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, 
y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; 
y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” 
(22-24). 
La pregunta de Judas es, en realidad, muy práctica, una 
excelente pregunta. Jesús ha estado diciendo que va a morir. Eso es a 
lo que se refiere cuando les dice que se irá a un lugar al cual ellos no 
podrán ir en ese momento. También les dice que tendrán una relación 
más estrecha cuando Él se ha ido a ese lugar donde ellos no pueden 
ir. Judas, básicamente, pregunta: “¿Cómo es que tendrás esa relación 
más estrecha con nosotros, si los no creyentes que nos rodean no 
sabrán que tenemos esa relación?”. 
Observe que, al responder la pregunta de Judas, Jesús repite 
lo que enseñó en su respuesta a Felipe, cuando dijo: “Si me amáis, 
guardad mis mandamientos” (15). Al responder las preguntas de 
Felipe y de Judas, Jesús nos da otra respuesta para la pregunta de qué 
es la fe. Nos enseña que la fe es sinónima de obediencia. 
Santiago, el hermano terrenal de Jesús, concuerda con su 
Hermano cuando escribe que no existe la “fe sola”, es decir, la fe sin 
evidencias que acompañen y validen la fe auténtica. Según Santiago, 
la fe siempre será acompañada y validada por obras, es decir, 
obediencia (Santiago 2:14-24). Básicamente, Santiago escribe que: 
“La fe sola puede salvarnos, pero no existe la fe sola”. Un pastor 
luterano alemán, llamado Dietrich Bonhoeffer, escribió: "Solo el que 
cree, obedece; y solo el que obedece, cree”. 
Jesús también enseña que la obediencia es la forma en que un 
auténtico discípulo suyo expresa su amor por Él. De hecho, dice: “Si 
ustedes me aman de verdad, demostrarán su amor y le darán validez 
por medio de su obediencia a lo que yo les ordeno” (15, 21). 
Aquí, Jesús le dice a Judas lo mismo que le dijo a Felipe 
cuando respondió su pregunta (9-16). Cuando estudiamos cómo 
Jesús le respondió a Felipe, debemos observar cómo la conjunción 
“y” relaciona la obediencia a sus mandamientos con su promesa: "Y 
yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
12 
vosotros para siempre". Básicamente, Jesús le dijo a Felipe: “Tú haz 
tu parte, y yo haré la mía”. En su respuesta a Judas, observe el mismo 
principio: la obediencia lleva a una relación con el Padre, el Hijo y el 
Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo harán su hogar en 
quienes obedezcan la Palabra de Jesús (23-26). 
Cuando Dios desea hacer algo en nuestra vida, como los dos 
lados de una moneda, encontramos, vez tras vez, que siempre hay 
una parte que le corresponde a Dios, y otra que nos corresponde a 
nosotros. Al estudiar lo que Jesús enseñó en sus respuestas a Felipe y 
Judas, debemos preguntarnos: “¿Cuál es la parte que hace Dios, y 
cuál la que le corresponde a la persona, en el nuevo nacimiento? 
¿Tenemos una parte que cumplir en el milagro de que nazcamos de 
nuevo?”. Según Jesús y su hermano, sin dudas, tenemos un rol que 
cumplir en nuestro nuevo nacimiento. Ese rol puede resumirse en una 
palabra: creer. La parte que nos toca cumplir en el nuevo nacimiento 
es una fe auténtica. 
En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dijo que debemos 
nacer de nuevo. Dos veces, este distinguido rabí le preguntó: “¿Cómo 
se hace?”. En una palabra, la respuesta de Jesús fue: “Cree”. 
Nosotros creemos, Dios hace su parte, y nacemos de nuevo. La parte 
que le toca a Dios es misteriosa, como el viento. En el tercer capítulo 
aprendimos que no es necesario que comprendamos lo que Dios hace 
en el nuevo nacimiento, como no es necesario que entendamos de 
obstetricia para nacer físicamente. Solo necesitamos comprender 
nuestra parte, que es creer. 
Cuando Jesús les presenta a los apóstoles la milagrosa 
realidad de la venida del Espíritu Santo, según lo que Él les dice, 
¿cuál es la dinámica que lleva a la relación con el Espíritu Santo? La 
palabra clave, que abre las puertas al ministerio del Espíritu Santo en 
nuestras vidas, es “obedecer”. “Si me amáis, guardad mis 
mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al Padre, y os dará otro 
Consolador, para que esté con vosotros para siempre" (14:15, 16). 
Jesús da el Espíritu Santo a quienes lo aman, y demuestran y dan 
validez a ese amor por medio de su obediencia a Él. 
En el día de Pentecostés, cuando se producían todas las 
señales y los prodigios, Pedro predicó que el Cristo vivo y resucitado 
estaba dando su Espíritu Santo a quienes lo obedecían (Hechos 2:33; 
5:32). El requisito previo que debe cumplirse para que Cristo dé el 
Espíritu Santo en realidad y poder era entonces, y es ahora, obedecer. 
Cuando Jesús les presentó a sus apóstoles el concepto de la 
venida del Espíritu Santo, dejó muy en claro que la obediencia es la 
clave para recibir el Espíritu Santo y relacionarse con el Espíritu 
Santo. Por lo tanto, no debería sorprendernos escuchar que Pedro 
anuncia que el Espíritu Santo es dado a quienes lo obedecen. 
Según los primeros capítulos del Libro de los Hechos, el 
Espíritu Santo fue dado para equipar a los discípulos para que 
pudieran obedecer y poner en práctica la Gran Comisión. Cuando 
Jesús dio la Gran Comisión, les dijo a sus seguidores que no la 
obedecieran hasta que tuvieran el poder que recibirían en el día de 
Pentecostés (Hechos 1:8; 2:1, 4; 5:32). El Espíritu Santo no es dado a
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
13 
los creyentes simplemente para que tengan una experiencia de gozo. 
Les es dado para que puedan obedecer los mandamientos de 
Jesucristo; especialmente, su Gran Comisión. 
Jesús les dice, también, a estos hombres que están con Él en 
el aposento alto, que va a darles al Espíritu Santo porque no quiere 
abandonarlos y dejarlos huérfanos. Entonces, hace una promesa que 
es difícil de entender. Resumiendo versículos como estos, que 
registran su respuesta a la pregunta de Judas, debemos concluir que 
Dios existe en tres Personas, y que cada una de esas tres Personas es 
Dios. Las tres Personas de la Trinidad, que son mencionadas aquí — 
Dios el Padre, Jesucristo el Hijo, y el Espíritu Santo—, vienen a 
morar en usted y en mí cuando obedecemos las palabras de Jesús, 
según lo que Jesús mismo enseña aquí en respuesta a las preguntas de 
Felipe y Judas. 
Básicamente, lo que Jesús dice aquí, en el capítulo 14, es: 
“Yo me iré, pero, después que yo regrese al Padre, después que haga 
lo que es conveniente y entregue este cuerpo terrenal, ustedes y yo 
estaremos más cerca que lo que jamás hayamos estado. Yo me 
revelaré a ustedes y, porque yo vivo, ustedes también vivirán. 
Estaremos más cerca y seremos más unidos que lo que hemos sido 
jamás mientras estuve limitado por este cuerpo en el que ya he vivido 
treinta y tres años”. 
Podemos ver cómo estas palabras de Jesús motivaron que 
Judas preguntara: “Señor, ¿cómo vamos a tener esta relación? ¿Cómo 
es que tendrás esa relación más estrecha con nosotros, si los no 
creyentes que nos rodean no sabrán que tenemos esa relación? 
¿Cómo vas a hacer eso?”. 
Un estudio más profundo de la respuesta de Jesús a la 
pregunta de Judas nos muestra la dinámica que lleva a la intimidad 
con Cristo por medio del Espíritu Santo, que es, básicamente: “Si una 
persona me ama, obedecerá mi enseñanza. Entonces, cuando esa 
persona obedezca, mi Padre la amará, y vendremos a ella y haremos 
nuestra morada en ella. La persona que no me ama, no obedecerá mis 
enseñanzas, y no estableceremos una relación con ella” (23-26). 
Jesús sella esta dinámica respuesta con la siguiente 
afirmación: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra 
que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho 
estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu 
Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas 
las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (24-26). 
Jesús resume sus respuestas para las cinco preguntas que 
estos apóstoles le han hecho cuando pronuncia estas palabras de 
consuelo para los atribulados hombres: “La paz os dejo, mi paz os 
doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro 
corazón, ni tenga miedo. Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y 
vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he 
dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo. Y ahora os
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
14 
lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis" (27- 
29). 
Sus palabras de paz y consuelo son seguidas por la dura 
realidad: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el 
príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí. Mas para que el 
mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así 
hago. Levantaos, vamos de aquí” (30, 31). 
En sus respuestas a las preguntas que los apóstoles le han 
formulado, Jesús ha enseñado profundas verdades. Por segunda vez, 
los consuela, ahora, diciéndoles que no deben turbarse sus corazones. 
Debemos recordar que estos hombres estaban terriblemente 
asustados, porque sabían que los judíos estaban tramando formas de 
convencer a los romanos de que Jesús fuera muerto. Por las cosas 
que Jesús les ha dicho, también tienen razones para creer que ellos 
morirán con su Señor. En el capítulo 12, leemos que Jesús les dijo 
que iba a caer a la tierra para ser enterrado como una semilla, de 
manera de poder llevar fruto, y que requería eso mismo de quienes se 
consideraban sus discípulos. Finalmente, todos, menos uno de ellos, 
seguirían a su Señor en el martirio. 
La tradición nos dice que el autor de este Evangelio fue 
introducido en aceite hirviendo, pero no murió. Fue exiliado en la 
isla de Patmos, de donde escapó, y vivió hasta ser muy anciano, 
cuando escribió este Evangelio, varias décadas después de los 
Evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. Los otros diez 
apóstoles que escucharon las palabras de Jesús murieron como 
mártires. Probablemente, al escuchar estas respuestas de Jesús, 
creyeron que su martirio sucedería en ese momento. 
Cuando Jesús termina de responder sus preguntas, 
encontramos, en sus últimas palabras, una frase que, según he 
descubierto, puede dar gran consuelo a quienes perdieron a un ser 
amado que vivió en Cristo y lo sirvió bien durante muchos años. 
Muchas veces, estando frente a la tumba de un cristiano devoto, he 
leído estas palabras: “Si me amarais, os habríais regocijado, porque 
he dicho que voy al Padre” (28). 
El sermón fúnebre de Jesús 
Una manera de resumir este capítulo es decir que Jesús sabe 
que está a punto de morir y ha decidido predicar un sermón para su 
propio funeral. Muchas veces he pensado que, con los sofisticados 
equipos electrónicos de que disponemos hoy, un pastor podría muy 
bien grabar el sermón para que su propia congregación pueda 
escucharlo en el funeral. Básicamente, este mensaje de Jesús dice: 
“No se angustien, porque hay un lugar. Yo voy a ese lugar, y voy a 
prepararlo para ustedes. Después, volveré y los llevaré conmigo a ese 
lugar, ¡y estaremos juntos allí para siempre!”. Aunque es cierto que 
el tema de su Epístola a los Efesios es que el cielo es una dimensión 
espiritual en la que podemos vivir ahora, el apóstol Pablo también 
escribe que el cielo es un lugar en el que viviremos para siempre con 
el Señor (1 Tesalonicenses 4:13-18).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
15 
Cuando Jesús les dice a los apóstoles la buena noticia de que, 
en la casa de su Padre, hay muchas habitaciones, esa declaración 
podría parafrasearse de este modo: “En el universo hay muchos 
lugares donde vivir”. El cielo es un lugar. ¡Dado que somos 
creyentes, iremos allí y viviremos allí con nuestro Señor para 
siempre! Y, porque creemos en ese lugar, no debemos angustiarnos. 
El segundo punto importante del sermón fúnebre de Jesús es: 
“No se angustien, porque hay una Persona”. La venida del Espíritu 
Santo es la gran Fuente de consuelo que Jesús prometió a estos 
hombres en el aposento alto. La palabra griega que se traduce como 
“Consolador” es, en realidad, Paracleto, que significa ‘el que viene 
junto con nosotros, que se une a nosotros para ayudarnos’. 
Jesús tendrá más que decir sobre el Espíritu Santo en el 
capítulo 16. Pero, en este capítulo, la promesa de una Persona que el 
Señor describe como “el Consolador” es la segunda razón por la que 
estos hombres no debían angustiarse. Aunque Él va a dejarlos, en el 
sentido de que va a morir, no deben angustiarse, porque “hay una 
Persona”. 
El tercer punto importante de su sermón fúnebre es “No se 
angustien, porque hay una Paz”. El discípulo que cree en Dios y en 
Jesús tiene un optimismo inquebrantable que proviene de la 
esperanza segura de que hay un lugar, y de que va a estar con su 
Señor siempre en ese lugar. Cree en la promesa de Jesús de que hay 
una Persona, el Espíritu Santo, que se pondrá junto a él e irá a su lado 
para ayudarlo y consolarlo. En los versículos que cité anteriormente, 
Jesús dice que quienes creen en ese lugar y esa Persona también 
experimentarán la Paz que Jesús prometió dejarles y darles 
personalmente (27-31). 
Cuando ellos creen en Jesús y viven la relación con el 
Espíritu Santo, tienen lo que el apóstol Pablo llama “la paz de Dios, 
que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Podríamos 
llamarla “la paz que no tiene sentido”, ya que es la paz que Cristo da, 
la que es mencionada como fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22). 
Es una paz que Él les da a sus discípulos por medio del Espíritu 
Santo cuando sus circunstancias son tan adversas que nadie esperaría 
que ellos tengan paz. 
Con la posible excepción de Juan, cuando estos apóstoles 
murieron, todos de formas horribles, como mártires, podemos saber 
con seguridad que murieron con la paz que Jesús les prometió en ese 
aposento alto. Jesús no estaba hablando de la paz del mundo cuando 
les hizo esa promesa a los apóstoles. Él prometió darnos una paz 
interior, y una paz con los demás, que toda la humanidad anhela 
desesperadamente. Jesús, en realidad, enseñó todo lo opuesto de la 
paz mundial. Antes de salir de este lugar de retiro, Él les dirá que van 
a tener tribulación en este mundo, pero Él ha vencido al mundo por 
medio de la fe, y ellos pueden vencer los sufrimientos que deberán 
pasar, por medio de la fe (16:33; 1 Juan 5:4).
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16 
Capítulo 2 
La magnífica metáfora 
Las últimas palabras que leemos en el capítulo 14 del 
Evangelio de Juan nos indican que Jesús y sus apóstoles están a 
punto de abandonar el aposento alto. Luego pasan a un huerto donde 
Jesús usa una metáfora para ilustrar y ampliar la esencia de lo que ha 
enseñado a estos hombres en el aposento alto. Hasta ahora, el centro 
de este diálogo que llamamos “discurso” ha sido que Jesús les dijo 
que la Palabra y la obra del Padre han sido pronunciadas y cumplidas 
en la Tierra por medio de Él, porque Él y el Padre son uno. Todo lo 
que ellos lo han escuchado decir, y todas las obras que lo han visto 
hacer, son consecuencia de la gloriosa realidad de que Él está en 
relación perfecta con el Padre. 
Ahora, Jesús les presenta a sus apóstoles una de sus metáforas 
más profundas, y al mismo tiempo, más simples. Baja una rama de 
una vid cargada de fruto y dice, de hecho: “Así como estas ramas 
producen abundante fruto porque están unidas a esta vid, si ustedes 
están unidos a mí, tendrán fruto”. 
Jesús habla de tres etapas de la fructificación: aquel que no da 
fruto; el que da fruto; y el que da mucho fruto. Hay, en esta metáfora, 
cuatro símbolos que tienen un profundo significado: hay una vid, 
pámpanos (ramas), fruto, y un Labrador. De la manera que Jesús 
interpreta y aplica esta metáfora, Él es la vid, los apóstoles son las 
ramas, el fruto es el milagro de que su Palabra sea hablada y la obra 
de su reino / iglesia sea hecha en la Tierra a través de ellos. El 
Labrador, en esta metáfora, es Dios. 
Hay dos proposiciones básicas que se refieren, claramente, a 
su interpretación y aplicación de esta metáfora: sin Él, estos 
apóstoles, y los discípulos, no pueden hacer nada; y Él no desea 
hacer nada sin ellos. En la metáfora, el fruto no crece en la vid. Solo 
cuando la vida que da energía fluye de la vid a las ramas y a través de 
ellas, se produce vida. En esta metáfora, Jesús es “una vid en busca 
de ramas”. 
Después de enseñar, interpretar y aplicar la metáfora, Jesús 
les da una exhortación que podría titularse: “Ocho razones por las 
que debemos dar fruto”. Trate de descubrir estas ocho razones 
mientras lee los primeros dieciséis versículos de este capítulo 15 del 
Evangelio de Juan: 
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo 
pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva 
fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis 
limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en 
vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no 
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo 
en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis 
hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, 
y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si 
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
17 
todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, 
en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre 
me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. 
Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así 
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco 
en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en 
vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. 
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como 
yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su 
vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os 
mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que 
hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que 
oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a 
mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y 
llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que 
pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (15:1-16). 
En cierto sentido, los apóstoles han estado “asistiendo al 
seminario” durante tres años con Jesús. Lo que yo llamo “el último 
retiro cristiano” podría ser considerado, también, su ceremonia de 
graduación, y esta parte del discurso puede ser considerada el 
mensaje de graduación de Jesús para ellos. Su apasionado mensaje de 
graduación es un desafío para ellos en el que les dice que existen, al 
menos, ocho razones por las que deben dar fruto. 
Razón número 1 
Primero, les dice, básicamente, que deben dar fruto, porque 
no puede haber un auténtico discípulo suyo que no dé fruto (2, 6). De 
hecho, está diciendo que, si hubiera en Él una rama que no diera nada 
de fruto, su Padre la cortaría y la echaría a un costado, donde 
quedaría sobre el suelo hasta que los hombres la recogieran para 
echarla al fuego. Jesús está diciendo: “Una rama mía que no dé fruto 
es inaceptable para mi Padre, que es el Labrador”. 
Cuando Jesús les dice sus últimas palabras a estos hombres 
que ha entrenado durante tres años, la primera razón que les presenta, 
por la que ellos deben dar fruto, es, simplemente, la extraordinaria, 
clara y dinámica declaración de que deben dar fruto porque: “Así 
demostrarán que son mis discípulos” (ver v. 8). La interpretación y 
aplicación para nosotros, en la actualidad, es que no puede existir un 
discípulo de Jesús que no dé fruto. Esto es un ejemplo de lo que un 
erudito ha llamado “las duras palabras de Jesús”. Hay momentos en
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
18 
que, cuando debo interpretar y aplicar las enseñanzas de Jesús, me 
veo obligado a decir: “No lo digo yo; ¡lo dijo Jesús!”. Esta es una de 
esas veces. 
Durante más de veinte siglos, gran parte de este mundo ha 
dividido la historia humana en dos partes: antes de Jesús, y después 
de Jesús. Cuando un hombre vive solamente treinta y tres años, y el 
mundo usa su nacimiento como marca del comienzo de una era, 
debemos llegar a la conclusión de que ese hombre ha hecho un 
impacto significativo sobre el mundo. Otra forma de decir lo mismo 
sería decir que Jesús vivió una vida fructífera. Por lo tanto, 
cualquiera que sostenga que es discípulo de Jesús debe demostrar la 
validez de su afirmación dando fruto. Es impensable que afirmemos 
ser discípulos de Jesús sin dar fruto. 
Razón número 2 
En este mismo versículo, Jesús declaró la segunda razón por 
la cual estos hombres en quienes había invertido tanto debían ser 
fructíferos: Deben dar fruto, porque así glorificarán a su Padre (8). 
¿Cómo glorificó Jesús al Padre? Él les da la respuesta a esa pregunta 
cuando ora al Padre y dice: “Yo te he glorificado en la tierra; he 
acabado la obra que me diste que hiciese” (17:4). ¿Cómo iban a 
glorificar a Dios estos apóstoles? Terminando la obra que Jesús les 
dio para hacer. La aplicación, para nosotros, es que debemos dar 
fruto porque, cuando damos fruto, glorificamos a Dios. 
Razones 3 y 4 
Jesús les dio una tercera y una cuarta razón por las cuales, 
como discípulos suyos, debían dar fruto, cuando dijo: "Estas cosas os 
he hablado, para que mi gozo esté en vosotros [o ‘eche raíces en 
vosotros’], y vuestro gozo sea cumplido” (11). ¿Se ha dado cuenta de 
que usted y yo podemos llenar de gozo el corazón de nuestro Señor 
Jesucristo? Ver fruto en nuestra vida es algo que le da mucho gozo a 
Él. Esa es la tercera razón por la que los apóstoles deben dar fruto, 
según este discurso inaugural de Jesús. 
La cuarta razón es: “...que vuestro gozo sea cumplido” (11). 
Como la paz de Dios, el gozo es condicional. ¿Ha estudiado usted lo 
que la Biblia enseña sobre las condiciones que deben cumplirse para 
que experimentemos el gozo del Señor? El gozo del Señor forma 
parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23). Uno de mis autores 
favoritos nos recuerda que “El dolor y el sufrimiento son inevitables, 
pero sentirse miserable es opcional” para el creyente lleno del 
Espíritu Santo, ya que el Espíritu Santo puede dar gozo a un creyente 
aun cuando este atraviese grandes adversidades. 
Este gozo podría ser calificado de “felicidad que no tiene 
sentido”. La paz y el gozo de los que se habla en estos versículos 
podrían ser llamados “paz, pase lo que pase”, o “felicidad, pase lo 
que pase”. Podemos experimentar la paz y el gozo que Jesús 
prometió darnos —pase lo que pase, es decir, a pesar de nuestras 
circunstancias—, porque no provienen de nosotros. Vienen del
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
19 
Espíritu Santo, o del Cristo resucitado, que vive en nuestros 
corazones. 
Otro de mis autores preferidos escribió: “Algunas personas 
creen que el gozo cae del cielo como si fuera un paquete, y que cae 
sobre algunas personas (generalmente, los demás) y no sobre otras 
(es decir, nosotros). Pero la Biblia no enseña eso”. Según lo que 
Jesús enseña aquí, una de las causas del gozo es dar fruto. Pablo 
escribe: “Así que, examine cada uno su obra, y entonces tendrá 
motivo de orgullo solo en sí mismo y no en otro” (Gálatas 6:4, 
RVA). 
Cuando yo era un pastor muy joven, el pastor principal de la 
iglesia donde yo servía, que me guió en Cristo y en el ministerio, me 
envió a una iglesia, hija de la nuestra, que él había fundado en otra 
ciudad. Yo no quería dejar el equipo pastoral de esta iglesia grande 
para iniciar otra nueva. Me gozaba en el milagro de que Dios lo 
bendecía con un ministerio muy fructífero. Él me explicó que yo 
tendría gran gozo si probaba que Dios podía darme un ministerio 
fructífero, y aplicó el versículo que he citado a esta nueva tarea que 
me asignaba. 
Después de trece años, cuando el Cristo vivo y resucitado me 
había bendecido con un ministerio fructífero en esa nueva iglesia, yo 
estaba muy agradecido para con mi pastor, porque él sabía que 
aquella tarea, en última instancia, iba a dar gozo al Señor, y mucho 
gozo a mí también. No estoy sugiriendo que a otras personas también 
les lleve trece años. Lo que quiero decir es que esta es la clase de 
gozo que Jesús describe y prescribe cuando dice: “Les digo estas 
cosas, porque quiero que ustedes sean motivo de gozo para mí, y 
quiero que ustedes también estén llenos de gozo”. 
Razón número 5 
La quinta razón por la que Jesús les dijo a sus discípulos que 
debían dar fruto es que Él los eligió para que llevaran fruto: “No me 
elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he 
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; 
para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé" 
(16). 
Estos hombres habían elegido seguir a Jesús. Habían tomado 
decisiones y compromisos deliberados para con Él. Los que eran 
pescadores no trataron de llevar sus barcas sobre las espaldas. 
Simplemente dejaron las barcas y sus negocios como pescadores. 
Imagine los pensamientos que habrán cruzado a toda velocidad por 
su mente cuando escucharon a Jesús decir, de hecho: “Yo sé que 
ustedes han tomado ciertas decisiones, y que creen que ustedes me 
han elegido. Pero la verdad es que ustedes no me eligieron a mí. Yo 
los elegí a ustedes, y los he puesto para que lleven fruto” (15:16). 
La palabra “puesto” es traducción de una palabra griega que 
aparece solo tres veces en el Nuevo Testamento. Significa ser 
colocado estratégicamente como una vela en el candelero, según la 
metáfora que Jesús relató en la montaña (Mateo 5:14-16). En este 
versículo, Jesús dice: “Yo los elegí, y los estoy ubicando
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estratégicamente como una vela en un candelero, en este mundo 
oscuro, para que den fruto. Deben dar fruto, porque yo los elegí para 
que fueran fructíferos”. 
Razón número 6 
Después, les da la sexta razón por la que deben ser 
fructíferos. Deben dar fruto, porque han experimentado el amor de 
Jesucristo, y Él desea que compartan ese amor con el mundo: “Como 
el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en 
mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi 
amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y 
permanezco en su amor” (9, 10). Obviamente, está repitiendo su 
Gran Mandamiento, que está registrado en el capítulo 13 (34, 35). 
También repite la enseñanza de que demostramos que amamos a 
nuestro Señor cuando obedecemos sus mandamientos. 
Cuando Jesús ora por estos hombres y por los que van a creer 
por medio de ellos, ora para que vivan de modo que todos sepan y 
crean que Dios amó de tal manera al mundo que entregó a su Hijo 
unigénito para que el mundo tuviera salvación. Después, ora, de 
hecho, para que las personas de este mundo se den cuenta, por la 
manera en que sus seguidores aman, de que Dios los ama tanto como 
ama a su Hijo unigénito (3:16; 17:22, 23). 
Estos hombres habían experimentado el amor de Jesús 
durante tres años, pero los perdidos de este mundo no habían 
experimentado ese amor. Por tanto, Él les dice a estos hombres, a los 
que había amado durante tres años, que ellos debían compartir su 
amor con el mundo entero. Esta comisión de amar como Él amó es 
otra razón por la que quienes han conocido su amor deben dar fruto. 
En el contexto de esta enseñanza, Jesús hace la tremenda 
afirmación de que no hay amor más grande en el mundo que el que 
una persona demuestra cuando entrega su vida por otra. En las 
inspiradas cartas del Nuevo Testamento que fueron escritas para 
instrucción de los creyentes, esta enseñanza se aplica cuando se 
ordena a los esposos que amen a sus esposas como Cristo amó a la 
iglesia al entregar su vida por nuestra salvación. A las mujeres se les 
ordena que completen a sus esposos y se centren en los demás, 
entregando sus vidas por sus esposos e hijos. En nuestras culturas, 
tan egoístas, la mayoría de los hombres y las mujeres están 
demasiado preocupados por sí mismos como para absorber y aplicar 
estas enseñanzas. ¡Cuánto necesitamos escuchar este desafío de 
Jesús, de que no hay mayor amor que este, que alguien entregue su 
vida por los demás, comenzando por nuestro matrimonio y nuestro 
hogar! 
Razón número 7 
La séptima razón por la que deben dar fruto es que el 
Labrador —Dios Padre— está apasionadamente comprometido con 
el hecho de que ellos den fruto. Lea con detenimiento el versículo 
dos y observe: Cuando nuestro Padre celestial encuentra en su viña
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
21 
una rama que da fruto, la corta, es decir, la poda, para que dé más 
fruto. 
Hace muchos años, un matrimonio devoto que conocí me 
ayudó a comprender esta profunda metáfora de Jesús. Ellos me 
explicaron con gran detalle cómo habían tomado la decisión de 
retirarse anticipadamente de una posición muy estresante en el 
ámbito empresarial, y comprar algunos viñedos en el norte de 
California, en Estados Unidos. Dado que no sabían nada sobre el 
trabajo de los viñedos, contrataron a un viejo y experimentado 
viñador para que les mostrara lo que debían saber y hacer. 
Lo primero que el viñador les dijo fue que recorrieran todos 
los viñedos y cortaran las ramas muertas que no habían producido 
fruto durante la cosecha anterior. 
Cuando terminaron esa tarea, los alentó mucho ver que 
comenzaban a salir unos brotecitos verdes en las vides. Pero el viejo 
viñador dijo: “Estos son, simplemente, ‘brotes chupadores’. Deben 
recorrer los viñedos otra vez y cortarlos, porque, si no lo hacen, 
nunca tendrán la calidad y la cantidad de uvas que ustedes desean. Se 
llaman ‘brotes chupadores’ porque absorben la energía vital de la vid 
en la que crecen y, por consiguiente, la vid no puede producir el fruto 
que queremos que produzca”. 
Mis amigos me contaron que, una vez más, se pusieron muy 
contentos al ver que en sus vides aparecían unas pequeñas uvas 
verdes. Pero, por tercera vez, el viejo viñador les dijo: “Ahora vamos 
a recorrer una vez más los viñedos, y cortaremos esas uvas; porque, 
si no, no tendrán la calidad y la cantidad de uvas que quieren 
cosechar”. 
Este piadoso matrimonio me contó que, entonces, 
comprendieron por primera vez el segundo versículo de este gran 
capítulo. Jesús enseñó que, cuando el Padre Labrador encuentra una 
rama que está en la relación correcta con la Vid y da fruto, la poda, 
porque quiere ver en ella lo que Él llama “más fruto”, mucho fruto 
producido por esa rama. 
Entonces, yo les respondí diciendo que su experiencia como 
novatos dueños de un viñedo me había ayudado a aplicar esta 
profunda metáfora de Jesús a hechos sucedidos en mi vida y mi 
ministerio. Creo que el Señor vio mi ministerio de la década de los 
setenta, y vio que había dado fruto. Yo estaba en la relación correcta 
con Él y daba fruto para Él. Pero el Señor no estaba satisfecho con la 
cantidad ni con la calidad del fruto que recibía de mi vida. Por lo 
tanto, dijo: “Voy a podarlo, para hacerlo más fructífero”. 
Así que, hacia el final de la década de los ochenta, quedé 
totalmente paralizado por una enfermedad incurable. A principios de 
los ochenta comencé a sentir la parálisis, y ya hace muchos años que 
estoy totalmente cuadriplégico, confinado a mi casa. La gente ve mi 
enfermedad y dice: “¡Dios mío, qué adversidad tan terrible!”. Pero yo 
les digo: “No, no es una adversidad. Es una poda. Es una poda hecha 
por mi Padre celestial, que me ama demasiado como para verme 
limitado a una profundidad de un par de centímetros en unos cientos
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
22 
de kilómetros de extensión —es decir, ocupado en muchas cosas—, 
dando fruto, pero no tanto como Él desea que dé”. 
Desde 1980, estoy trabajando en el ministerio más fructífero 
de toda mi vida. Nunca habría experimentado este fructífero 
ministerio si hubiera estado sano y con el pleno uso de mi cuerpo. 
Amo al divino Labrador, porque Él me podó para que no perdiera la 
mayor oportunidad de dar lo que Jesús llamó “fruto que permanece” 
(16). 
La séptima razón por la que Jesús dice que estos apóstoles 
deben dar fruto es que su Padre celestial está totalmente dedicado a 
que ellos sean fructíferos. Habrá momentos en que, por amor, nos 
podará para que podamos crecer en la cantidad y la calidad de fruto 
que damos para Él. 
Razón número 8 
La octava y última razón por la que los apóstoles deben dar 
fruto se encuentra en la declaración inicial de esta gran enseñanza. 
No he tomado estas exhortaciones a ser fructíferos en el orden en que 
aparecen en este capítulo. Hago referencia a la primera en último 
lugar, porque creo que es la exhortación más importante. 
Básicamente, cuando Jesús desafía a sus apóstoles a dar fruto, porque 
Él es la Vid, y ellos, las ramas, les está diciendo que deben dar fruto 
porque Él no tiene ninguna otra manera de alcanzar al mundo con su 
evangelio de salvación. 
Hay un poema que describe la reunión de Jesús con los 
ángeles después de su ascensión. Los ángeles le preguntan por sus 
treinta y tres años en la Tierra y, especialmente, por su victoria en la 
cruz, validada por su resurrección. Entonces, uno de los ángeles le 
pregunta a Jesús acerca de la Gran Comisión y la tarea del 
evangelismo mundial. Jesús responde que ha encomendado ese 
trabajo a once apóstoles y aproximadamente quinientos discípulos. El 
ángel, entonces, le pregunta: “¿Qué sucederá si ellos no llegan a 
alcanzar al mundo para ti?”. Y el Señor responde: “¡No tengo ningún 
otro plan!”. 
En resumen 
El plan de Dios es poner el poder de Dios en el pueblo de 
Dios para cumplir los propósitos de Dios por medio del pueblo de 
Dios, según el plan de Dios. Este es el espíritu de la primera 
exhortación, que presento al final para darle mayor énfasis. En esta 
hermosa metáfora, Jesús es una Vid que busca ramas. El fruto no 
crece en la vid, sino en las ramas. 
Si yo hubiera estado allí cuando Dios ordenó las cosas de este 
modo, le habría aconsejado que no siguiera este plan, porque la 
naturaleza humana es demasiado débil. ¿Cree usted que Dios conocía 
la debilidad de la carne humana cuando tomó esa decisión? En la 
Biblia, la palabra “carne” significa, generalmente, ‘la naturaleza 
humana sin intervención de Dios’. ¿Por qué el Dios todopoderoso
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
23 
diseñó un plan que lo limita a compartir su evangelio por medio de lo 
que estos débiles seres humanos hagan o no hagan? 
La respuesta breve es que ese es el plan de Dios. En cierto 
sentido, cuando preguntamos: “¿Por qué Dios hizo eso?”, la 
respuesta siempre es la misma: “¡Sólo Dios lo sabe!”. Jesús nos da 
algunas respuestas para esa pregunta en este pasaje. Dos razones por 
las que Dios usa ramas humanas para producir un fruto que 
permanezca es que, cuando la vida y el poder de Dios fluyen a través 
de ramas humanas, y ellas dan fruto, Dios es glorificado, y esas 
ramas experimentan gran gozo. Pero la respuesta principal a esa 
pregunta es que Dios, y el Cristo vivo y resucitado, no tienen ningún 
otro plan. 
¿Ve usted cómo Jesús usa esta metáfora de la Vid y las ramas 
para ilustrar y aplicar la esencia de los conceptos que enseñó en el 
aposento alto? “Si ustedes son uno conmigo como yo ahora soy con 
el Padre, hablarán la palabra de Dios y harán la obra de Dios. De 
hecho, harán obras mayores que las que yo he hecho” (ver 14:12). 
Esto es, en realidad, lo que Él dice cuando baja la rama de la 
vid, llena de fruto, y dice, básicamente: “Así como estas ramas están 
relacionadas con la vid de una forma que hace posible que la vida de 
la vid fluya a través de las ramas y produzca este fruto, si ustedes 
quieren dar fruto, deben estar en mí, y yo en ustedes. Sin mí, ustedes 
no pueden hacer nada, y yo he decidido no hacer nada sin ustedes. 
No tengo otro plan para hacer mi obra en este mundo que proclamar 
mi Palabra y hacer mi obra a través de ustedes y de quienes se 
conviertan en mis discípulos porque ustedes han dado fruto”. 
Antes de dejar estos primeros dieciséis versículos del capítulo 
15, debo señalar que algunos eruditos del Antiguo Testamento creen 
que este es el comentario de Jesús sobre una metáfora que se 
encuentra en los escritos y la predicación de profetas como Isaías 
(Isaías 5:1-7). Tal como los profetas usan esta metáfora, Israel es la 
vid, y no da fruto. La vid sin fruto sobre la que predican los profetas 
es una figura de la maldad y del hecho de que Israel no es lo que 
debería ser como pueblo y nación de Dios. En algunas de sus 
parábolas, Jesús usa esta metáfora de la misma manera que lo hacían 
los profetas (Mateo 21:33-40). 
Por eso es que los eruditos del Antiguo Testamento creen que 
Jesús comenzó su gran metáfora en el huerto diciendo, palabras más, 
palabras menos: “Yo soy la vid verdadera, no la vid sin fruto de la 
que hablan los profetas”. En esta magnífica metáfora, algunos 
sugieren que Él les está diciendo a los apóstoles que nunca podrán 
encontrar la salvación, la paz, el fruto del Espíritu Santo, y la vida 
abundante, eterna, que Él prometió, simplemente siendo devotos 
judíos. Estas bendiciones sobrenaturales, espirituales, solo podían 
experimentarse en una relación vital con el Jesús que ellos conocían 
en ese momento y, especialmente, con el Cristo vivo y resucitado.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
24 
Capítulo 3 
Una tarea extraordinaria 
(15:18-27) 
La metáfora de la vid y las ramas fue la profunda aplicación 
que Jesús hizo de la esencia de su enseñanza en el aposento alto. 
Ahora, Jesús habla sobre algunas duras realidades que estos hombres 
deberán enfrentar al poner en práctica la comisión que les ha 
encomendado en su “mensaje inaugural”. Después de presentarles 
estas predicciones profundamente realistas sobre la oposición y la 
persecución que van a sufrir, les da información más específica sobre 
la obra del Espíritu Santo en ellos y a través de ellos, cuando reciban 
al Consolador: 
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido 
antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; 
pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso 
el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El 
siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también 
a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también 
guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, 
porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni 
les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa 
por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre 
aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha 
hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a 
mí y a mi Padre. Pero esto es para que se cumpla la palabra que está 
escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron. Pero cuando venga el 
Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el 
cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros 
daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el 
principio” (Juan 15:18-27). 
Estos versículos registran la forma en que Jesús preparó a sus 
apóstoles para la persecución y los sufrimientos que tenían por 
delante. Durante los primeros tres siglos de la historia de la iglesia, 
hubo muchos años en que era ilegal ser cristiano. Hubo diez períodos 
terribles de persecución. No existieron templos cristianos hasta que 
se convirtió el emperador Constantino, que adoptó el cristianismo e 
hizo que fuera legal ser seguidor o discípulo de Jesús (en el año 312). 
Hasta entonces, la iglesia se reunía (con frecuencia, en secreto) en los 
hogares o en lugares ocultos, como las catacumbas, que eran, de 
hecho, tumbas, como las que se encontraban debajo de la ciudad 
capital del Imperio Romano. 
Desde esos primeros días de la historia de la iglesia, la 
práctica de reunirse secretamente porque las reuniones de discípulos 
de Jesús eran ilegales ha sido llamada “la iglesia subterránea”. 
Aunque muchos no lo saben, en la actualidad hay millones de 
creyentes que se reúnen en iglesias subterráneas, porque hay muchas 
culturas, aún hoy, en las que es ilegal reunirse abiertamente como 
discípulos de Jesucristo.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
25 
La palabra griega que significa ‘casa’ es oikos. Los eruditos, 
por tanto, hablan de la iglesia que se reúne “subterráneamente” en 
pequeños grupos, o iglesias en las casas, como “el movimiento 
oikos”. Las inspiradas instrucciones dadas en el Nuevo Testamento 
sobre el orden, la estructura y la función de la iglesia están basadas 
en el hecho de que la iglesia se reunía en este contexto de grupos 
pequeños (1 Corintios 14:26-40). Dado que en todo el mundo hay 
una terrible persecución de cristianos en la actualidad, la iglesia se 
está volviendo nuevamente hacia el “movimiento oikos” en estos 
momentos en que se están escribiendo los últimos capítulos de su 
historia. 
Cuando Jesús advirtió: “Si el mundo os aborrece, sabed que a 
mí me ha aborrecido antes que a vosotros" (Juan 15:18), usó la 
palabra “mundo” en el sentido de la filosofía, la forma de pensar, o el 
sistema de valores secular del mundo, que no tiene valores morales 
absolutos. Un verdadero seguidor de Jesús tiene valores morales y 
espirituales absolutos. Por eso, Jesús enseñó que sus discípulos serían 
como una ciudad ubicada sobre un monte, que no puede esconderse 
(Mateo 5:14). Según Jesús, el mundo los odiará, porque todo lo que 
son, creen y valoran está en conflicto directo con lo que la gente de 
este mundo cree y valora. La aplicación personal para usted y para 
mí como discípulos de Jesús en la actualidad es obvia. 
En el versículo 19, Jesús presenta una descripción precisa del 
creyente individual y de la iglesia, cuando dice: “...debido a que los 
extraje del mundo, éste los aborrece” (La Biblia al Día). La 
definición literal de la iglesia es: ‘sacados fuera del mundo’. En el 
idioma en que Juan escribió este Evangelio, la palabra que se utiliza 
para decir “iglesia” es ecclesia, que significa, literalmente, ‘los 
llamados afuera’. Los que somos la iglesia, somos “llamados afuera”. 
¿Llamados afuera de qué? De la filosofía secular, de la forma de 
pensar secular, de los valores y el estilo de vida secular de las 
personas de este mundo. 
Como seguidores de Cristo, debemos darnos cuenta de que 
somos llamados fuera de este mundo, a ser personas “de otro 
mundo”, porque Él nos llama fuera de este mundo cuando llegamos a 
la fe y asumimos el compromiso de seguirlo. No debe sorprendernos 
descubrir que el mundo no tiene los valores de Cristo. Este mundo 
nunca nos permitirá olvidar que marchamos al redoble de otro 
tambor, y no debe sorprendernos que la gente de este mundo no 
tenga nuestros mismos valores, nuestra misma moral, nuestros 
propósitos y metas. Si realmente prestamos atención a estas palabras 
de Jesús, estaremos preparados para esa experiencia. 
Él dijo también: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: 
El siervo no es mayor que su señor” (20). Cuando pronunció estas 
palabras, Jesús estaba repitiendo algo que había declarado al 
principio de su retiro con estos hombres (13:16). Después, continuó: 
“Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán". Sin 
embargo, observe también este matiz positivo: “Si han guardado mi 
palabra, también guardarán la vuestra” (20).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
26 
En otras palabras: “Ustedes van a vivir y a servir en el mismo 
mundo donde yo he vivido y servido, y pueden esperar de la gente las 
mismas respuestas que yo he recibido, tanto positivas como 
negativas. Muchos me han rechazado y me han perseguido. Pero 
algunos creyeron. Pueden esperar que muchos los persigan; pero 
sepan, también, que, gracias a la predicación y la enseñanza de 
ustedes, muchos creerán y me seguirán, y pondrán en práctica mis 
valores en sus vidas”. 
Aplicación personal 
La palabra “testigo”, en griego, es, literalmente, ‘mártir’. Por 
lo tanto, cuando usted y yo vivimos, predicamos y enseñamos a 
Cristo en el mundo en el que debemos funcionar cada día, no debe 
sorprendernos que respondan a nuestro testimonio con una forma de 
pensar que es intelectualmente soberbia y contraria a la enseñanza y 
los valores de Cristo. Pero también debemos recordar la promesa 
positiva y esperanzada que Jesús dio a esos hombres cuando dijo, 
básicamente: “Ustedes mismos son ejemplos de la gloriosa realidad 
de que algunos también han obedecido mi enseñanza, que recibí del 
Padre. De la misma manera, ustedes recibirán una respuesta positiva 
a su ministerio, y harán, también, discípulos que obedecerán la 
enseñanza que han recibido de mí”. 
Cuando un hombre llamado William Tyndale fue perseguido 
por traducir la Biblia al inglés para que las personas comunes 
pudieran leerla, respondió: “Esto es precisamente lo que esperaba”. 
Cuando las personas a las que les presentamos a Cristo nos 
ridiculizan, se burlan de nosotros o aun nos persiguen a causa de los 
valores que estamos tratando de vivir y proclamar, debemos seguir el 
ejemplo de William Tyndale y no sorprendernos, sino esperar este 
tipo de respuesta desfavorable. 
También debemos ser suficientemente realistas como para 
recordar la advertencia de Jesús en el sentido de que el mundo 
siempre ha respondido de esa manera a los auténticos profetas y 
testigos. Él había advertido a esos hombres al comienzo de su 
relación con ellos: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres 
hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos 
profetas” (Lucas 6:26). Por lo tanto, debemos esperar que las 
personas seculares respondan de manera indiferente, o aun hostil, y 
preocuparnos cuando nos alaben y nos honren con premios. Es de 
esperar que tengamos una respuesta hostil al Cristo que revelamos a 
las personas de este mundo. 
Pero también tenemos la esperanza de que, aun de entre 
aquellos que son muy pecaminosos y nos persiguen por lo que 
presentamos al vivir y proclamar el evangelio de Cristo, algunos 
creerán y obedecerán en respuesta a nuestra predicación y nuestra 
enseñanza. Esa fue la experiencia, no solo del Señor, sino también de 
sus apóstoles, como verá usted cuando lea el Libro de los Hechos. 
Cuando Pablo llegó a la corrupta y pecaminosa ciudad de 
Corinto, donde Cristo nunca había sido predicado, antes de que 
comenzara su milagroso ministerio de plantación de iglesias allí, el
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
27 
Señor se le apareció y le dijo, básicamente: “No temas, Pablo. Tengo 
mucho pueblo en esta ciudad. Tú simplemente anuncia el evangelio, 
y descubrirás quiénes son” (Hechos 18:9, 10). 
¡Esto es emocionante! Cuando proclamamos el evangelio, 
nosotros no sabemos quiénes son, pero tenemos esta esperanza y esta 
promesa de Jesús: hay quienes van a responder positivamente. Si 
tenemos la fe y el valor de compartir con otros y de predicar el 
evangelio, descubriremos quiénes son. 
Mientras esperaba ansiosamente visitar a los creyentes y 
proclamar el evangelio en Roma, Pablo les escribió: “Y sé que 
cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del 
evangelio de Cristo” (Romanos 15:29). Cuando somos invitados a ir 
a algún lugar para proclamar el evangelio de Jesucristo o se nos pide 
que presentemos el evangelio a una persona, lo más importante que 
podemos prometer a quien nos ha invitado es que iremos con 
abundancia de la bendición de Cristo. Debemos encarar esa 
oportunidad sabiendo que, aun cuando la mayoría responda de 
manera adversa o negativa, o aun nos persiga, habrá quienes son 
“llamados afuera”, que creerán y obedecerán nuestra predicación y 
nuestra enseñanza, así como creyeron y obedecieron la predicación y 
la enseñanza de Jesús y sus apóstoles. 
Jesús dice también: “Mas todo esto os harán por causa de mi 
nombre, porque no conocen al que me ha enviado" (Juan 15:21). 
Observe cómo, continuamente, relaciona de manera inseparable el 
rechazo de sí mismo y el rechazo del Padre y del Espíritu Santo: “De 
cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a 
mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (13:20; ver 
también 14:9-11). Él y el Padre son uno, y no se los puede aceptar 
separadamente. Jesús repite esto para darle énfasis, y explica que el 
hecho de rechazarlo a Él, en última instancia, revela el problema, 
más hondo, de que no conocen o han rechazado a Aquel que lo 
envió. 
Después, en el versículo 22 y los siguientes, sus profundas 
declaraciones son muy similares a las que realizó al final del noveno 
capítulo de este Evangelio. ¿Recuerda que, después de sanar al 
hombre ciego, expresó la esencia de ese pasaje en sus palabras: “Yo 
soy una clase de luz muy especial. Doy vista a los que nacieron 
ciegos; pero también revelo la ceguera de los que creen ver”? 
Los líderes religiosos comprendieron de qué estaba hablando, 
y respondieron: “¿Tratas de decirnos que somos (espiritualmente) 
ciegos?”. Él respondió: “Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero 
dicen que ven; por lo tanto, su pecado permanece” (ver 9:40, 41). 
¡Qué profunda definición del pecado: si no hay ceguera, no hay 
pecado, es decir: si no hay luz espiritual, no hay pecado! En el 
versículo 22 de este capítulo y en el noveno capítulo de Juan, Jesús 
afirma: “Yo soy la Luz del mundo”. Esto significa que la definición 
misma de pecado es el rechazo de Aquel que es la Luz del mundo. 
Por lo tanto, una definición de pecado, y del más grave de todos los 
pecados, es el rechazo de Jesucristo.
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
28 
Esto plantea la pregunta: ¿Hay algún ser humano en la Tierra 
que no tenga ninguna clase de luz espiritual? El apóstol Pablo escribe 
que todos tienen alguna luz (Romanos 1:20). Los eruditos llaman a 
esto “revelación natural”. La esencia de esta enseñanza de Jesús y de 
una enseñanza de Pablo es que, si vivimos de acuerdo con la luz que 
tenemos, recibiremos más luz: “Es importante que avancemos según 
la luz de la verdad que ya hemos aprendido” (ver Filipenses 3:15-18). 
No avanzar según la luz que hemos recibido es, al menos, una 
definición de pecado. 
Hace muchos años, cuando yo enseñaba una clase bíblica 
evangelística en un grupo hogareño, en el gran círculo de personas 
reunidas en ese hogar, había una señora japonesa que respondió 
entusiastamente a mi enseñanza del primer capítulo. Su rostro estaba 
radiante. Esta mujer esperó hasta que los demás se fueron, y preguntó 
si podía decirme algo. 
Nunca olvidaré esa conversación. Me dijo: “Durante los 
últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando los B-29 
bombardeaban Tokio, estando en los refugios antiaéreos, yo oraba a 
otro Dios. Yo sabía que había otro Dios, que era el Dios verdadero, y 
oraba a Él. Durante décadas, he tenido la fuerte sensación de que un 
día llegaría a saber todo sobre Él. Mientras usted enseñaba de ese 
Libro, hoy, supe en mi corazón que este es el Dios real al que yo le 
oraba en el refugio antiaéreo”. 
La esencia del pecado es rechazar la luz. Esto significa que 
somos responsables, y deberemos dar cuentas, por la luz que 
recibimos. Es un asunto muy serio ser expuestos a la luz, porque los 
beneficios espirituales aumentan nuestra responsabilidad espiritual. 
Cuando hemos escuchado la Palabra de Dios y hemos visto milagros 
de Dios, debemos dar cuenta de lo que hemos visto y oído. Lo que 
hacemos con lo que sabemos es una pauta de responsabilidad que 
encontramos a lo largo de toda la Biblia, especialmente aquí, en esta 
enseñanza de Jesús, y al final del noveno capítulo de este Evangelio. 
Viene el Consolador 
En los últimos versículos del capítulo 15, Jesús dice: “Pero 
cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el 
Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio 
acerca de mí” (26). Una de las importantes funciones del Espíritu 
Santo es testificar, mostrar el testimonio de Jesús. El Espíritu Santo 
no atrae la atención hacia sí mismo. Él exalta a Jesús. Después, el 
Señor agrega: “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis 
estado conmigo desde el principio" (27). 
Recordemos una vez más la esencia de lo que es y lo que 
hace un testigo. Un testigo es alguien que ha visto o experimentado 
algo. Jesús dice: “Ustedes han estado conmigo desde el principio. 
Ahora, el Espíritu Santo vendrá y testificará, pero ustedes también 
deben testificar” (ver 26, 27). 
Ser testigos implica quiénes y qué somos por la gracia de 
Dios, y a todos se nos ordena que seamos testigos como velas en un 
candelero donde Jesús nos ha ubicado estratégicamente. Pero no solo 
se nos ordena que seamos testigos. Se nos ordena que demos
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
29 
testimonio, y eso significa abrir la boca y hablar sobre lo que hemos 
visto, escuchado y vivido. Un testigo es, básicamente, quién y qué es 
un creyente; pero el testigo también debe dar testimonio verbalmente. 
Según Jesús, el Espíritu Santo va a testificar, y nosotros también 
debemos hacerlo. 
Capítulo 4 
El carácter del Consolador 
(16:1-15) 
Al leer los últimos versículos de este decimoquinto capítulo, 
una vez más debemos recordar que no hay un quiebre en el contenido 
de lo que Jesús enseña al comenzar el capítulo siguiente: “Estas 
cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de 
las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, 
pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al 
Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la 
hora, os acordéis de que ya os lo había dicho” (1-4). 
Al leer el capítulo 16, no deje de observar que Jesús repite 
continuamente, para darle mayor énfasis, por qué les dice esta verdad 
en este momento de su tiempo juntos: “Estas cosas os he hablado, 
para que no tengáis tropiezo. [...]. Mas os he dicho estas cosas, para 
que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. 
[...]. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros. 
[...], porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro 
corazón. [...] Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las 
podéis sobrellevar” (1, 4, 6, 12). 
Es obvio, al leer los primeros versículos de este capítulo, que 
Jesús les dice estas cosas porque van a ser expulsados de la sinagoga, 
como el ciego que Él sanó y del cual leímos en el noveno capítulo. Y 
les advierte que llegará el tiempo en que cualquiera que los mate 
pensará que, con ese acto, está sirviendo a Dios. 
“Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he 
dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que 
ya os lo había dicho" (3, 4).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
30 
¿Alguna vez ha sido usted perseguido por ser un seguidor de 
Jesucristo? Sé que hay creyentes perseguidos, en otros lugares del 
mundo, que oran por la iglesia en países como los Estados Unidos, 
donde la iglesia disfruta del favor del gobierno y no sufre tanto como 
en otras naciones. La persecución que estos devotos creyentes han 
vivido ha hecho que se acerquen tanto a Dios y los ha hecho madurar 
de tantas maneras, que se preguntan cómo los creyentes que no 
sufren persecuciones pueden crecer y madurar espiritualmente. 
Un gran historiador de la iglesia señaló que, si una iglesia que 
no sufre persecución tiene éxito en la proclamación del evangelio de 
Jesucristo y en el establecimiento de su iglesia en el mundo, será la 
primera vez que esto ocurra en la historia de la iglesia. 
¿Podría ser que la persecución sufrida por los creyentes en los 
primeros tres siglos de la iglesia haya sido permitida por Dios? 
Porque la iglesia nunca ha sido tan fuerte, poderosa y sana como lo 
era entonces. Doy gracias al Señor por la paz que disfrutamos donde 
yo vivo y sirvo, pero si llegaran el sufrimiento y la persecución, 
deberíamos recordar las palabras de Pedro, que señaló que no 
debemos extrañarnos de que el Señor permita esa clase de 
persecución y sufrimiento (1 Pedro 4:12). 
También recordemos las palabras de Jesús en el aposento alto 
mientras preparaba a los once hombres que estaban con Él a la mesa 
para la persecución que comenzaría horas después. 
El triple ministerio del Espíritu Santo 
Cuando recorremos los versículos del capítulo 16 y vemos el 
final de este último retiro de Jesús, escuchamos que Él dice a estos 
hombres: “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros 
me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, 
tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os 
conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no 
vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él 
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De 
pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al 
Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este 
mundo ha sido ya juzgado. 
“Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las 
podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os 
guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino 
que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán 
de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará 
saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de 
lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; y de 
nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre” (5-16). 
Estos hombres están agobiados por el dolor, porque Jesús les 
ha dicho claramente que están a punto de perderlo. Pero, en este 
contexto, encontramos una de las más importantes declaraciones de 
Jesús sobre el Espíritu Santo. “Os conviene que yo me vaya; porque 
si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere,
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
31 
os lo enviaré” (16:7). Otra manera de expresar este concepto es: “Les 
digo la verdad: Es para su bien que yo me vaya, porque, si no me 
fuera, el Consolador no vendría a ustedes. Pero, dado que me voy, lo 
enviaré a ustedes". 
¿Alguna vez pensó usted en el encanto personal, el carisma 
que tenía el Jesús histórico, y lo que habrá sido estar con Él cuando 
estaba en un cuerpo físico? ¿Alguna vez pensó: “Me hubiera 
encantado estar con Él en esa época”? Me gusta pensar en el aspecto 
físico de Jesús. Podemos recopilar algunas observaciones sobre su 
apariencia que encontramos en estos Evangelios y en los profetas, y 
proyectar un perfil de la apariencia física de Jesús. Sabemos que el 
Jesús que se nos presenta en los Evangelios es un hombre de treinta 
años. Es fácilmente reconocible como judío. Los profetas nos dicen 
que es un varón de dolores, experimentado en quebranto. También 
nos dicen que su imagen está más desfigurada que la de cualquier 
otro hombre (Isaías 52:14). El historiador judío, Josefo, nos dice que 
Jesús era más alto que los pescadores de contextura grande, como 
Pedro, con quienes anduvo durante tres años, porque podía ser visto 
por encima de ellos cuando lo rodeaban. 
Nos sorprende un poco cuando leemos que su apariencia era 
el retrato de un hombre feliz. Jesús fue criticado por comer y beber 
con publicanos y pecadores. La apariencia tiene mucho que ver con 
el carácter de una persona. En una pared de mi estudio, tengo un 
cuadro de un Jesús joven, con la cabeza echada hacia atrás, riendo 
con ganas. El título de esta obra es “El Jesús que ríe”. 
Ese cuadro sorprende a muchos que lo ven. La mayoría de las 
personas se imaginan a un Jesús mucho más viejo de lo que era, y 
triste, de aspecto serio, como si todo el peso del mundo hubiera caído 
sobre sus hombros. Un libro titulado Joshua plantea la pregunta: 
“¿Cómo sería Jesús si viviera entre nosotros hoy?”. Lo que el autor 
desea destacar es que nos sorprenderíamos mucho, debido a los 
prejuicios y preconceptos que tenemos en mente sobre la imagen que 
nos hacemos de Jesús. 
Pero las últimas palabras de Jesús a estos hombres les dicen 
que hay algo que es mucho mejor que estar con Él como ellos habían 
estado durante esos tres años. Básicamente, les dice a ellos, y 
también nos dice a nosotros: “Esto es para el bien de ustedes; les 
conviene que yo entregue mi cuerpo físico y regrese a ustedes en la 
Persona del Consolador”. 
Mientras vivió en un cuerpo, Jesús cedió, voluntariamente, 
algunos de sus atributos divinos, como la omnipresencia. Pero 
después de este conveniente cambio, que fue para el bien de los 
apóstoles, la iglesia y, en última instancia, usted y yo, Él puede estar 
en todo el mundo al mismo tiempo, en todo lugar donde haya un 
creyente. Eso es lo que Él dice aquí. Y lo expresa así: “Si yo no me 
voy, si no me deshago de esta forma corporal, el Consolador no 
puede venir. Pero si yo entrego esto, puedo enviarles a ustedes el 
Consolador; y eso es mucho mejor para ustedes. Es por su bien. Les 
conviene que yo me vaya y les envíe al Consolador" (ver v. 7).
Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
32 
A continuación, les explica por qué es mejor: “Y cuando él 
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (8). 
Una traducción más exacta es: “Él dejará al descubierto la culpa del 
mundo”. La culpa no siempre es una experiencia emocional negativa. 
Hay un cierto sentido en que la culpa puede ser sana. Una persona 
que siente culpa tiene una cierta integridad moral —valores morales 
absolutos—, cree que algunas cosas son absolutamente buenas, y 
otras son absolutamente malas. La persona que no siente culpa es 
indiferente con respecto de lo bueno y lo malo. Es “amoral”, es decir, 
no cree en la moral. 
Esto se llama, generalmente, “relatividad moral”, que, dicho 
de otra forma, significa que no hay valores morales absolutos. 
Muchos tratan de escapar de su propia culpa y la culpa de los demás, 
y de evitarla, diciendo que no existe lo bueno y lo malo. Pero hacer 
esto es como espolvorear cicatrizante sobre un tumor maligno que 
debe ser extirpado. 
Me encanta leer sobre el avivamiento del siglo XVIII, cuando 
hombres como George Whitfield y los hermanos Wesley, en 
Inglaterra, y Jonathan Edwards, en Estados Unidos, predicaron el 
evangelio con resultados sobrenaturales. Leí un relato de un granjero 
de Nueva Inglaterra que escuchó predicar a George Whitfield cuando 
este fue a Estados Unidos. El granjero escribió: “Cuando ese hombre 
comenzó a hablar, sentí un gran dolor en mi corazón; caí de rodillas 
allí mismo, en el campo, y comencé a llorar, a confesar, a 
arrepentirme y a abandonar mi pecado”. 
Así es como el Espíritu Santo pone al descubierto el pecado y 
la culpa en este mundo. ¿Por qué iba a sentir tan gran dolor en su 
corazón un granjero al escuchar a un hombre predicar el evangelio? 
Según Jesús, esa es una de las muchas funciones y de los muchos 
ministerios del Espíritu Santo. Muchas personas no hubieran sentido 
ninguna culpa si hubieran estado en el lugar de ese granjero. De 
hecho, se habrían reído al escuchar ese mismo mensaje del evangelio. 
Como parte de ese mismo despertar espiritual en Estados 
unidos, Jonathan Edwards predicó un sermón titulado: “Pecadores en 
manos de un Dios airado”. Mientras predicaba ese sermón en su 
iglesia de Nueva Inglaterra, las personas sentían tal convicción de sus 
pecados que se aferraban con desesperación a los bancos que tenían 
delante de sí. Sentían que estaban cayendo en el infierno y que la 
única forma de escapar de él era confesar sus pecados y recibir la 
salvación.
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  • 1. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO NÚMERO 27 EL EVANGELIO DE JUAN (Quinta parte) VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 14 al 16) Capítulo 1 Preguntas y respuestas (Juan 13:33 - 14:14) Al comienzo de cada fascículo de este profundo estudio de Juan, explico que mi propósito es brindar un comentario a quienes han escuchado los ciento treinta programas radiales del Instituto Bíblico del Aire que componen un estudio del Evangelio de Juan versículo por versículo. Para tener continuidad en el estudio, usted debería leer los cuatro primeros fascículos de esta serie antes de leer este, que es el quinto de estos breves comentarios. Esto se aplica especialmente al fascículo que usted va a leer ahora, dado que el contexto que ayuda a comprender lo que vamos a leer se explica en el fascículo 26, que precede a este. Si usted desea realizar o dirigir un estudio versículo por versículo de Juan, pero no cuenta con los primeros cuatro fascículos de esta serie, comuníquese con nosotros, y se los enviaremos. Como explico en el fascículo 26, en medio del capítulo 12, Juan inicia una nueva división de este Evangelio. Aproximadamente, la primera mitad de su Evangelio registra el ministerio que Jesús realizó predicando, enseñando, sanando y entrenando a sus apóstoles, que continuarán todo lo que Él ha comenzado durante sus tres años de ministerio público. Ahora, comienza la segunda parte de su Evangelio dedicando cuatro capítulos al recuerdo que él tiene del
  • 2. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 2 discurso de Jesús más extenso que haya sido registrado en los cuatro Evangelios, llamado “el Discurso del Aposento Alto” (Juan 13-16). Los rabíes de la antigüedad solían utilizar el método de preguntas y respuestas cuando enseñaban. De hecho, generalmente contestaban una pregunta con otra pregunta. Cuando se le preguntó al rabí Hillel: “¿Por qué ustedes, los rabíes, siempre responden una pregunta con otra pregunta?”, su respuesta fue: “¿Por qué no?”. Como este Evangelio pone de relieve, Jesús era mucho más que un rabí. Pero, como Maestro perfecto que era, usó el método de las preguntas y respuestas cuando enseñaba. Él, deliberadamente, provocó preguntas en los corazones y las mentes de esos apóstoles a los que dirigió este discurso. Jesús pronunció su discurso más extenso de los que han sido registrados al reunirse con sus discípulos por última vez antes de su muerte. Dado que todas sus enseñanzas fueron dadas en el entorno de un retiro, yo llamo a esta enseñanza “el último retiro cristiano”. Al principio de sus tres años de ministerio público, Jesús dio un discurso que llamamos “el Sermón del Monte”. Yo lo llamo “el primer retiro cristiano”, porque el Señor dio esa enseñanza en el contexto de un retiro. De todos los discípulos a los que desafió en la cima de ese monte, comisionó a doce hombres para que fueran sus apóstoles, sus “enviados”. Durante tres años, Jesús les enseñó, les mostró y los entrenó enviándolos a participar activamente en el ministerio. Ahora, se retira con ellos una vez más, y está a punto de dar formalmente por finalizados sus tres años de entrenamiento con Él. Los últimos versículos del capítulo 13 registran dos preguntas que Pedro le hizo a Jesús: “¿Dónde vas, y por qué no puedo ir contigo? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti!”. Jesús responde a las preguntas de Pedro prediciendo que este lo negará tres veces, y continúa respondiendo esas dos preguntas en el comienzo del siguiente capítulo. Después que Pedro le formula esas dos preguntas a Jesús, y Él las responde, los apóstoles Tomás, Felipe y Judas también le hacen algunas preguntas. Sus preguntas, y las respuestas de Jesús a ellas, forman el corazón del capítulo 14 del Evangelio de Juan. Estoy persuadido de que Jesús deliberadamente los llevó a que le formularan estas preguntas cuando pronunció esas tiernas palabras que podemos leer al final del capítulo 13: “Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir” (13:33). En este pasaje, desde el versículo 31 del capítulo 13 hasta el versículo 31 del capítulo 14, no podemos leer ni cinco versículos sin volver a tropezarnos con este tema de ir y venir; que Jesús vino a este mundo, y ahora va a volver al Padre. Al hacer énfasis en este concepto repetidas veces, Jesús estaba provocando, deliberadamente, en las mentes de todos esos apóstoles, esas dos preguntas que fueron expresadas por Pedro. Hizo esto, porque sus respuestas a estas preguntas son el corazón de la verdad que deseaba compartir con ellos en este último retiro.
  • 3. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 3 Cuando Jesús respondió la primera pregunta de Pedro diciendo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después", no olvide observar que, en realidad, Jesús no respondió la pregunta. No le dijo específicamente adónde iba. Simplemente le dijo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después”. Pedro, entonces, la emprendió con la segunda pregunta: “Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti". Pedro, aparentemente, se ha dado cuenta de que, cuando Jesús dice que se irá, está refiriéndose a su muerte. Como he señalado en el último fascículo, los líderes religiosos están manipulando a los romanos para que atrapen al Señor y sus apóstoles. Hay un gran peligro, y estos hombres están muy asustados. Saben que es muy posible que se les pida que mueran con Jesús; especialmente, dado que Él les dice que va a morir, y que ellos también deben morir y ser enterrados como un grano de trigo (12:24). Jesús respondió a la declaración de Pedro, en el sentido de que estaba dispuesto a dar su vida por Él, con unas palabras extraordinarias: "¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces". Piense cuánto dolor y pena habrán causado estas palabras en el corazón de Pedro. Juan no nos dice nada sobre la expresión del rostro o el tono de voz que Jesús usó al decirle estas terribles palabras a Pedro. Personalmente, estoy persuadido —aunque no puedo probarlo— de que, cuando Jesús le dijo esas palabras, sus ojos estaban llenos de un gran amor por Pedro, y el tono de su voz expresaba gran ternura. Unos pocos segundos antes de decirle estas palabras a Pedro, Jesús los había llamado a todos “hijitos”. Dado que ese era un tratamiento de gran cariño, sabemos que estaba hablándoles con mucho afecto y ternura a estos hombres en ese momento. Creo que ese amor y esa ternura continuaron en su diálogo con Pedro. Hasta sospecho que puede haber habido una sonrisa en su rostro, y que, básicamente, le dijo: “¿De veras, Pedro? Lo cierto es que, antes que el gallo cante mañana por la mañana, tú habrás negado que me conoces... ¡no una, sino tres veces!”. Piense cómo las palabras que Jesús le dijo a Pedro habrán inquietado a los otros hombres que estaban recostados a esa mesa. Leemos que estaban turbados en espíritu. Es, pues, muy apropiado que las próximas palabras que escuchen de Jesús –y que son dirigidas a todos ellos- sean: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (14:1-4). En otras palabras, Jesús les dice: “Ustedes creen en Dios; crean también en mí”. Esta es una afirmación con respecto de su deidad, ya que se coloca en un mismo nivel con Dios. Entonces,
  • 4. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 4 comienza el gran capítulo 14 con estas palabras tan conocidas, que con frecuencia leemos en los funerales. "Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino" (14:4). Estoy convencido de que su última afirmación fue realizada con el propósito deliberado de provocar otra pregunta en las mentes de esos hombres. Al decirles Jesús que ellos sabían adónde iba, y que sabían el camino que iba a seguir, el apóstol Tomás, al que solemos llamar “el que dudó”, muerde el anzuelo y responde: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". La respuesta de Jesús a esta pregunta formulada por Tomás nos da uno de los versículos más maravillosos del Evangelio de Juan y de toda la Biblia. Jesús respondió: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Y agregó: “Nadie viene al Padre, sino por mí”. En realidad, al contestar la pregunta de Tomás, Jesús presenta tres afirmaciones dogmáticas. Esas tres afirmaciones son que Él es el Camino, Él es la Verdad, y Él es la Vida. Cuando dijo que era el Camino a ese lugar que estaba preparando para ellos, estaba refiriéndose a su muerte en la cruz. La cruz de nuestro Señor debería representar mucho más que, simplemente, un bello adorno que llevamos colgando de una cadena. La cruz de Jesucristo representa el camino de nuestra salvación y el camino hacia el lugar que Jesús prometió a quienes creen en Dios y creen en Él como su Salvador. La muerte de Jesús en la cruz representa su ministerio como sacerdote. Un sacerdote es una persona que intercede por el hombre ante la presencia de Dios. Eso hizo Jesús cuando murió en la cruz: creó un camino para que usted y yo podamos ir a ese lugar celestial para toda la eternidad con Dios, al ofrecer el sacrificio perfecto por nuestros pecados (Juan 1:29, Isaías 53:7, Hebreos 2:17, 9:11-28) . Jesús podría habernos provisto el camino para ser salvos llegando un viernes por la tarde para morir en la cruz por nuestros pecados. Pero vino a nuestro mundo y vivió aquí durante treinta y tres años, porque no vino solamente a morir en la cruz. Como he señalado, la cantidad de capítulos que este Evangelio dedica a relatar la última semana de su vida nos demuestra que su muerte fue la parte más vital e importante de su vida y su ministerio. ¿Por qué no pasó, simplemente, una tarde de Viernes Santo aquí, y murió en la cruz? La respuesta a esa pregunta es: “Porque, además, Él era la Verdad”. ¿Recuerda el prólogo a este Evangelio? (1:1-18). Básicamente, dice: "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Él era la Palabra, el vehículo del pensamiento de Dios, que expresaba todo el pensamiento de Dios hacia el hombre que este podía comprender. Como Palabra, estuvo con Dios en el principio, era Dios, y se hizo carne y vivió entre nosotros para que pudiéramos contemplar su gloria, lleno de gracia y de verdad”. El pueblo de Dios ya tenía la verdad que había llegado por medio de la página sagrada, a través de Moisés y los profetas. Pero Dios deseaba que la gente de este mundo tuviera más que una página sagrada. Quería que tuvieran la Palabra viva que exhibiera y demostrara el mensaje de Dios, una Palabra que viviera y anduviera en una vida perfecta en carne humana. Deseaba que viéramos cómo
  • 5. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 5 la verdad de la página sagrada puede vivirse en la práctica en una vida humana. Eso es lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Yo soy la Verdad”. En todo lo que era y todo lo que hacía, Él era la Verdad. Esta afirmación, obviamente, incluye todas esas veces en que leemos que Él, abriendo su boca, les enseñaba. La tercera parte de su gran afirmación es: “Yo soy la Vida”. Esto significa que Él vivió una vida perfecta, y de esa manera nos demostró de qué se trata la vida. En otras palabras, nos dio el ejemplo de lo que es la vida eterna: la calidad de vida de la que Juan nos habla a lo largo de todo su Evangelio. Esta afirmación significa, también, que Él vino a impartir lo que llamaba “vida abundante”, dándoles la experiencia de la nueva vida a aquellos a los que Él enseñó y con quienes se encontró (10:10). En estas tres afirmaciones, las primeras dos palabras son las más importantes que Él pronuncia: “Yo soy”. Cuando nos concentramos más en la forma en que Jesús le respondió a Tomás, “el que dudó”, descubrimos otro de los grandes “Yo soy” de Jesús en el Evangelio de Juan. Jesús no dijo: “He venido a predicar un camino de salvación y a enseñar una verdad que describe la calidad de vida que ustedes tendrán”. Las palabras más importantes, aquí, son: “Yo soy”. Yo soy ese Camino de salvación. Yo soy la Verdad que ustedes están escuchando, y yo soy la Vida que es la Luz de los hombres. Una vez más recordemos que, en el prólogo, el apóstol Juan señala muchas veces que Juan el Bautista no era, pero Jesús era. Cuando Juan el Bautista aparece, continuamente está diciendo que él no es, mientras que Jesús aparece repetidas veces diciendo: “Yo soy”. Una de las observaciones más dinámicas que realiza Juan con respecto de Jesús es que Él era. Entre otras cosas, esta repetida afirmación de Jesús —“Yo soy”— significaba que Él era todo lo que enseñaba. Cuando afirmó: “Yo soy la Vida”, al menos parte de lo que estaba afirmando era que la vida que Él vivió aquí era un modelo de la calidad de vida que Dios desea para todo ser humano. También encontramos en el prólogo a este Evangelio el significado primario de su afirmación de que Él es la Vida. En el primero de estos fascículos de estudio versículo por versículo del Evangelio de Juan, señalé que, en sus primeros versículos, Juan nos dijo lo que iba a decirnos. Por tanto, no debería sorprendernos, al avanzar en la lectura, que el prólogo sea como un índice de contenidos, que presenta lo que leeremos en todo el Evangelio de Juan. Este prólogo nos decía que, cuando una persona respondía de la manera adecuada a Jesús, recibía el poder de ser hecha hija de Dios, y nacía de lo alto. Nacía, “no [...] de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (1:12, 13). Jesús afirmó que Él era la Vida, en el sentido de que Él daba a las personas el poder para convertirse en la vida de la que Él era ejemplo. Los estudios de personas del Antiguo Testamento demuestran un principio que Dios utiliza cuando desea enseñarnos una verdad vital. Ese principio es: “Cuando quieras comunicar una gran idea, envuélvela en una persona”. Por ejemplo, cuando Dios quiso
  • 6. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 6 comunicar el concepto de la fe, envolvió ese concepto en la vida de un hombre llamado Abraham. Envolvió el concepto de la gracia en la vida de Jacob, y el concepto de la providencia de Dios en la vida de José (Génesis 12-24; 25-32; 37-50). Cuando Dios quiso expresar lo que es la vida eterna, esa calidad de vida que Él preparó para usted y para mí, envolvió ese concepto de la vida eterna en la vida que, durante treinta y tres años, vivió Jesucristo en la Tierra. En su prólogo, Juan no solo nos dijo que el Verbo, la Palabra, se hizo carne, y que era la Luz. También nos dijo que la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. En otras palabras, Jesús mismo era la Vida y la Luz que vino a darnos. También era —y es— el Camino y el medio a través del cual podemos experimentar y vivir esa vida que nos hace auténticos hijos de Dios. El nuevo nacimiento es el vehículo de la transformación que nos da esa vida. El nuevo nacimiento y el medio para ese nuevo nacimiento están envueltos en esas palabras: “Yo soy la vida”. La emocionante aplicación personal y devocional de esta verdad es que el Cristo vivo y resucitado es la Vida y también el medio para tener esa Vida, hoy. El Evangelio de Juan no nos presenta simplemente un personaje histórico que vivió hace más de dos mil años. Él está vivo hoy, y puede vivir en usted y en mí. Dado que hay personas que, de hecho, cuestionan la existencia de un Jesús histórico, un auténtico discípulo de Jesús ha escrito: “Yo creo que Él es, mientras que ellos ni siquiera están seguros de que Él haya sido; y, aunque ellos no están seguros de que jamás haya hecho, yo sé que Él aún hace”. Otro ha expresado la misma aplicación devocional de esta forma: "Jesucristo es todo lo que dice ser, y puede hacer todo lo que dice que puede hacer. Usted es todo lo que Jesús dice que usted es, y puede hacer todo lo que Él dice que usted puede hacer, porque Él es... ¡y Él está en usted!”. Estas dos citas son aplicaciones personales de esta tercera dinámica afirmación de Jesús: "Yo soy la Vida". No hay otro Camino Cuando Jesús afirma: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”, no se detiene allí. Cuando agrega a esta afirmación: “Nadie viene al Padre, sino por mí”, está haciendo una afirmación muy dogmática con respecto de sí mismo. A lo largo de todo su Evangelio, Juan registra las afirmaciones dogmáticas realizadas por Jesús. Recuerde que, en el tercer capítulo de este Evangelio, Juan nos dice que Jesús, básicamente, le dijo a Nicodemo: “Yo soy el Hijo único de Dios. Como Hijo único de Dios, levantado sobre la cruz, soy la única Solución de Dios para el problema del pecado en este mundo. Eso significa que soy el único Salvador dado por Dios. Él no tiene otros salvadores. Yo soy el único Salvador que Él ha enviado, y será mejor que lo creas. Porque, si crees en mí, eres salvo; y si no crees en mí, ¡estás condenado!” (3:14-18).
  • 7. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 7 ¡Eso es dogmático! Pero la verdad es siempre absolutamente verdadera. Si dos más dos es cuatro, ese resultado siempre será cuatro, y no puede ser otra cosa. Jesús estaba afirmando, básicamente, que Él era la personificación de la Verdad, y que todo lo que Él era y decía era la verdad. Por lo tanto, no tenía otra opción más que la de ser dogmático. Jesús tenía que desacreditar todo otro camino de salvación, porque decía la verdad cuando dijo: “Nadie viene al Padre, sino por mí”. Por lo tanto, los apóstoles predicaron: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Repito la conclusión de C. S. Lewis: Cuando uno estudia las afirmaciones de Jesús, tiene solamente tres posibilidades: Puede concluir que es un mentiroso; puede ser benévolo, y decir que era un lunático; o postrarse, llamarlo Señor, y adorarlo. Después de hacer estas tres grandes afirmaciones, Jesús, ahora, provoca deliberadamente una pregunta que se convierte en un pedido en la mente de Felipe, cuando dice: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (7, 8). Juan registra en su Evangelio ciento veinticuatro ocasiones en que Jesús menciona al Padre. Según Juan, Jesús hizo referencia a Dios el Padre cuarenta y tres veces en este retiro en el aposento alto con sus apóstoles. Básicamente, Felipe le dice: “Siempre nos estás hablando del Padre, el Padre, el Padre. Muéstranos al Padre, y entenderemos por qué Él es tan importante para ti, y por qué tendría que ser tan importante para nosotros”. La forma en que Juan registra la respuesta de Jesús a Felipe nos presenta una de las más extraordinarias afirmaciones de Jesús en cuanto a su deidad. Mientras Lucas nos presenta un Mesías que era hombre y se identificó con nuestra humanidad, el autor del cuarto Evangelio nos presenta a un Jesús que es más que un hombre. El Jesús que Juan quiere que conozcamos, y en el que quiere que creamos, es Dios. Vimos ese énfasis cuando señalamos las afirmaciones que Él hizo en los capítulos 5 al 8. Así como en este Evangelio se hace énfasis en que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios, también se enfatiza la verdad de que Él era Dios en carne humana (capítulos 5-8; 20:30, 31). Cuando Jesús le dice a Felipe: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, tenemos una de las más fuertes y claras afirmaciones de Jesús en el sentido de que Él era Dios. Jesús continúa respondiendo a esta pregunta-pedido de Felipe cuando dice: “¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al
  • 8. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 8 Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré" (14:9-14). No olvide que las preguntas de Pedro, Tomás, Felipe y Judas fueron deliberadamente provocadas por algo que dijo Jesús. La respuesta de Jesús a esta pregunta de Felipe fue escrita por Juan en los versículos 9 al 21. Entonces, Judas le hace una pregunta a Jesús. La respuesta de Jesús a la pregunta de Judas se encuentra en los versículos que llegan hasta el final de este capítulo. La forma en que Jesús responde a estos dos apóstoles nos lleva al corazón del diálogo que Jesús tiene con estos hombres en este retiro justo antes de su arresto, muerte y resurrección. El corazón de este diálogo en el aposento alto trata sobre la dinámica que ellos deben tener para alcanzar al mundo para su Señor con el evangelio que Él les ha enseñado y demostrado. Ellos fueron entrenados para vivir, predicar y enseñar ese evangelio en todas las naciones del mundo. Jesús presenta ahora un concepto que reforzará en el capítulo 15, con su metáfora de la vid y los pámpanos (15:1- 16). Él ya ha enseñado anteriormente este concepto, al decir: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). En su respuesta a Felipe, le pregunta: “¿Crees que yo soy en el Padre, y el Padre es en mí?”. Después, los desafía a creer en esta afirmación basándose en la innegable realidad de las obras de las que han sido testigos durante los últimos tres años. Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”, bien podría haber completado el gesto juntando sus manos, porque, básicamente, estaba diciendo: “Yo y el Padre estamos absolutamente unidos. Yo estoy en unión con el Padre, y el Padre está en unión conmigo. Yo estoy relacionado con el Padre, y el Padre está relacionado conmigo. Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí. Cada palabra que hablo y cada obra que hago, es, simplemente, consecuencia de la relación que tengo con el Padre”. Básicamente, está diciendo: “Hace ya tres años que ustedes están fascinados por las palabras que me han oído hablar y las obras que me han visto hacer. Deben comprender que la Palabra del Padre fue pronunciada en la Tierra a través de mí, y la obra del Padre ha sido hecha en la Tierra a través de mí, porque somos uno. Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí. Así que, toda palabra que me oigan decir y toda obra que me vean hacer es, en realidad, la Palabra y la obra del Padre, una consecuencia de mi unidad con el Padre”. Ahora llegamos a la parte más emocionante de este Discurso del Aposento Alto, cuando, palabras más, palabras menos, Jesús dice: “Les digo la verdad; todo aquel que tiene fe en mí hará lo que yo he estado haciendo. Hará cosas aun mayores que estas, porque yo voy al Padre. Ahora, los dejaré; y cuando me vaya, le pediré al Padre que les dé el Espíritu Santo. Cuando ese Consolador venga, si ustedes son uno con Él como yo soy ahora con el Padre, entonces, mi Palabra será hablada en la Tierra a través de ustedes y mi obra será hecha en la Tierra a través de ustedes”. Descubrimos uno de los mayores desafíos del Nuevo Testamento cuando Jesús, básicamente, promete: “Si ustedes son uno
  • 9. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 9 con el Espíritu como yo soy con el Padre, harán aun mayores obras que estas, porque yo voy al Padre” (12). Los apóstoles no tenían forma de captar la gloriosa realidad de la promesa de que quienes creyeran en Jesús podrían hablar como Él habló y hacer las obras que Él hizo, hasta que comprendieron este concepto de que Jesús era en el Padre, y el Padre era en Jesús. Sin duda, no comprendían lo que Jesús estaba diciendo cuando prometió que quienes creyeran en Él harían mayores obras que las que Él había hecho. Esto, obviamente, significa que las obras serán mayores en sentido de cantidad, más que de calidad. Más adelante, en este diálogo, Jesús enseñará que es conveniente que Él se vaya y deje esta misión de alcanzar el mundo en manos de estos once hombres (16:7). Lo que quiere decir es que, cuando estos hombres comprendan y experimenten la dinámica que Él está comenzando a enseñar, y que ilustrará más tarde en el huerto, habrá un orden nuevo, ya que habrá más de ellos, que aplicarán esta dinámica en todo el mundo simultáneamente. El apóstol Pablo escribe que Cristo se vació de atributos divinos como la omnipresencia, la capacidad de estar en todas partes al mismo tiempo (Filipenses 2:7). Una de las dimensiones intrigantes de la vida y el ministerio de Jesús es que Él hizo impacto en todo el mundo sin radio, sin televisión, sin escribir libros, ni usar computadoras ni teléfonos celulares, y sin viajar más que unos pocos cientos de kilómetros durante toda su vida. Cuando dice estas palabras, Jesús sabe que estos hombres pronto serán “su cuerpo”, y que Él será omnipresente en ellos y, a través de ellos, en todo el mundo. Jesús invirtió tres años de su breve vida en entrenar a estos apóstoles. Los desafió en lo que suelo llamar “el primer retiro cristiano”. Después de ese retiro, los comisionó para que fueran sus “apóstoles”, es decir, ‘enviados’. El significado de esta palabra es similar al de la palabra “misionero” que usamos en la actualidad. La enseñanza impartida en ese retiro, que está registrada en tres capítulos del Evangelio de Mateo, es conocida como “el Sermón del Monte” (Mateo 5-7). Ellos han estado con Jesús durante sus tres años de ministerio público. Han escuchado todas sus enseñanzas, han observado todos sus milagros y han escuchado el diálogo hostil con los líderes religiosos. Generalmente no pudieron escuchar las conversaciones, pero han observado el entorno y los resultados de todos los encuentros que Jesús ha tenido con diferentes personas. Hemos aprendido que, cuando algunos de estos hombres conocieron a Jesús, Él los desafió a ir a ver dónde y cómo vivía. Según una traducción, cuando les dio lo que llamamos “la Gran Comisión”, les ordenó que hicieran discípulos y les enseñaran todas las cosas que Él les había ordenado que observaran (Mateo 28:18- 20). Ahora, hace ya tres años que ellos viven con Él y, como discípulos suyos, observan su vida.
  • 10. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 10 Alguien ha dicho que Jesús hizo tres cosas con estos hombres: les enseñó, les mostró, y los envió para ganar experiencia en el ministerio y los entrenó. Ahora estamos por estudiar la forma en que Juan registra cómo Jesús comisiona a estos apóstoles y los envía a alcanzar a todo el mundo para Él. Cuando Juan escribió, en su prólogo, que la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, quería decir que la verdad vino por medio de Moisés y de Jesús, pero Jesús acompañó la Verdad que Él era con la gracia necesaria para vivirla y aplicarla. Entre otras cosas, significa que la voluntad de Dios nunca nos llevará donde su gracia no pueda guardarnos. También significa que Jesús no nos daría una comisión sin darnos, con ella, la gracia para obedecer esa comisión. Cuando Jesús responde a Felipe y a Judas, está comenzando a describir la dinámica que alcanzó al mundo para Él. Quinientos años después que Él comisionó a estos apóstoles, el Evangelio de Jesucristo era conocido y creído en todo el mundo romano. Como he señalado, en el capítulo 16, Él dice que este arreglo es “conveniente” o necesario. En ese capítulo, Juan registra que Jesús les dijo, básicamente, a estos hombres: “Les conviene que yo entregue este cuerpo, porque, cuando lo haga, en cualquier lugar que haya uno de ustedes, yo estaré en ustedes y ustedes en mí, así como yo estoy en el Padre y el Padre está en mí ahora. Eso significa que, en cualquier lugar donde haya uno de ustedes, yo estaré allí”. Esto significa que, si usted anda y sirve en unión con Él, y Él está trabajando en usted y por medio de usted, cuando usted cae, exhausto, en su cama, por la noche, al otro lado del mundo, sus hermanos y hermanas, que también andan con Jesús y lo sirven, se levantan para comenzar su día de andar con Jesús y servir a Jesús. Nunca hay un momento en que Jesús no sea servido en este mundo, o no se exprese en su iglesia y a través de ella. Esta es una enseñanza muy dinámica, y Jesús nos da una extraordinaria promesa relacionada con ella: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré" (13). Esto no significa que podemos tener todo lo que queramos. Hay ciertas condiciones que debemos cumplir al orar. Debemos pedir “en su nombre”, es decir, de una manera que haga posible que el Hijo dé gloria al Padre. Pedir en su nombre es pedir en su lugar, o preguntarse: “¿Qué pediría Jesús?”. Pablo escribe que, si amamos a Dios y somos llamados según su propósito, entonces, “todas las cosas [...] ayudan a bien” (Romanos 8:28). Al leer estas palabras, deberíamos hacernos esta pregunta: “¿El bien de quién? ¿El nuestro, o el de Dios?”. En su breve carta, que encontraremos cerca del final del Nuevo Testamento, Juan hace énfasis en la condición de que, cuando oremos, debemos hacerlo según la voluntad de Dios (1 Juan 5:14). Pedir en su nombre significa pedir de manera coherente con la esencia de quién es Jesús y con aquello que glorifica al Padre. Entonces, podremos pedir cualquier cosa, y Él lo hará. Ahora, Jesús les muestra la clave de esa dinámica, al decirles: "Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al
  • 11. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 11 Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (14:15-21). La larga respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe parece calculada para provocar una pregunta de otro apóstol, llamado Judas. El nombre Judas era muy común en esa época. Este es el apóstol Judas, no el Iscariote. Su pregunta fue: “Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?”. Jesús respondió: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (22-24). La pregunta de Judas es, en realidad, muy práctica, una excelente pregunta. Jesús ha estado diciendo que va a morir. Eso es a lo que se refiere cuando les dice que se irá a un lugar al cual ellos no podrán ir en ese momento. También les dice que tendrán una relación más estrecha cuando Él se ha ido a ese lugar donde ellos no pueden ir. Judas, básicamente, pregunta: “¿Cómo es que tendrás esa relación más estrecha con nosotros, si los no creyentes que nos rodean no sabrán que tenemos esa relación?”. Observe que, al responder la pregunta de Judas, Jesús repite lo que enseñó en su respuesta a Felipe, cuando dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (15). Al responder las preguntas de Felipe y de Judas, Jesús nos da otra respuesta para la pregunta de qué es la fe. Nos enseña que la fe es sinónima de obediencia. Santiago, el hermano terrenal de Jesús, concuerda con su Hermano cuando escribe que no existe la “fe sola”, es decir, la fe sin evidencias que acompañen y validen la fe auténtica. Según Santiago, la fe siempre será acompañada y validada por obras, es decir, obediencia (Santiago 2:14-24). Básicamente, Santiago escribe que: “La fe sola puede salvarnos, pero no existe la fe sola”. Un pastor luterano alemán, llamado Dietrich Bonhoeffer, escribió: "Solo el que cree, obedece; y solo el que obedece, cree”. Jesús también enseña que la obediencia es la forma en que un auténtico discípulo suyo expresa su amor por Él. De hecho, dice: “Si ustedes me aman de verdad, demostrarán su amor y le darán validez por medio de su obediencia a lo que yo les ordeno” (15, 21). Aquí, Jesús le dice a Judas lo mismo que le dijo a Felipe cuando respondió su pregunta (9-16). Cuando estudiamos cómo Jesús le respondió a Felipe, debemos observar cómo la conjunción “y” relaciona la obediencia a sus mandamientos con su promesa: "Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
  • 12. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 12 vosotros para siempre". Básicamente, Jesús le dijo a Felipe: “Tú haz tu parte, y yo haré la mía”. En su respuesta a Judas, observe el mismo principio: la obediencia lleva a una relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo harán su hogar en quienes obedezcan la Palabra de Jesús (23-26). Cuando Dios desea hacer algo en nuestra vida, como los dos lados de una moneda, encontramos, vez tras vez, que siempre hay una parte que le corresponde a Dios, y otra que nos corresponde a nosotros. Al estudiar lo que Jesús enseñó en sus respuestas a Felipe y Judas, debemos preguntarnos: “¿Cuál es la parte que hace Dios, y cuál la que le corresponde a la persona, en el nuevo nacimiento? ¿Tenemos una parte que cumplir en el milagro de que nazcamos de nuevo?”. Según Jesús y su hermano, sin dudas, tenemos un rol que cumplir en nuestro nuevo nacimiento. Ese rol puede resumirse en una palabra: creer. La parte que nos toca cumplir en el nuevo nacimiento es una fe auténtica. En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dijo que debemos nacer de nuevo. Dos veces, este distinguido rabí le preguntó: “¿Cómo se hace?”. En una palabra, la respuesta de Jesús fue: “Cree”. Nosotros creemos, Dios hace su parte, y nacemos de nuevo. La parte que le toca a Dios es misteriosa, como el viento. En el tercer capítulo aprendimos que no es necesario que comprendamos lo que Dios hace en el nuevo nacimiento, como no es necesario que entendamos de obstetricia para nacer físicamente. Solo necesitamos comprender nuestra parte, que es creer. Cuando Jesús les presenta a los apóstoles la milagrosa realidad de la venida del Espíritu Santo, según lo que Él les dice, ¿cuál es la dinámica que lleva a la relación con el Espíritu Santo? La palabra clave, que abre las puertas al ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas, es “obedecer”. “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre" (14:15, 16). Jesús da el Espíritu Santo a quienes lo aman, y demuestran y dan validez a ese amor por medio de su obediencia a Él. En el día de Pentecostés, cuando se producían todas las señales y los prodigios, Pedro predicó que el Cristo vivo y resucitado estaba dando su Espíritu Santo a quienes lo obedecían (Hechos 2:33; 5:32). El requisito previo que debe cumplirse para que Cristo dé el Espíritu Santo en realidad y poder era entonces, y es ahora, obedecer. Cuando Jesús les presentó a sus apóstoles el concepto de la venida del Espíritu Santo, dejó muy en claro que la obediencia es la clave para recibir el Espíritu Santo y relacionarse con el Espíritu Santo. Por lo tanto, no debería sorprendernos escuchar que Pedro anuncia que el Espíritu Santo es dado a quienes lo obedecen. Según los primeros capítulos del Libro de los Hechos, el Espíritu Santo fue dado para equipar a los discípulos para que pudieran obedecer y poner en práctica la Gran Comisión. Cuando Jesús dio la Gran Comisión, les dijo a sus seguidores que no la obedecieran hasta que tuvieran el poder que recibirían en el día de Pentecostés (Hechos 1:8; 2:1, 4; 5:32). El Espíritu Santo no es dado a
  • 13. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 13 los creyentes simplemente para que tengan una experiencia de gozo. Les es dado para que puedan obedecer los mandamientos de Jesucristo; especialmente, su Gran Comisión. Jesús les dice, también, a estos hombres que están con Él en el aposento alto, que va a darles al Espíritu Santo porque no quiere abandonarlos y dejarlos huérfanos. Entonces, hace una promesa que es difícil de entender. Resumiendo versículos como estos, que registran su respuesta a la pregunta de Judas, debemos concluir que Dios existe en tres Personas, y que cada una de esas tres Personas es Dios. Las tres Personas de la Trinidad, que son mencionadas aquí — Dios el Padre, Jesucristo el Hijo, y el Espíritu Santo—, vienen a morar en usted y en mí cuando obedecemos las palabras de Jesús, según lo que Jesús mismo enseña aquí en respuesta a las preguntas de Felipe y Judas. Básicamente, lo que Jesús dice aquí, en el capítulo 14, es: “Yo me iré, pero, después que yo regrese al Padre, después que haga lo que es conveniente y entregue este cuerpo terrenal, ustedes y yo estaremos más cerca que lo que jamás hayamos estado. Yo me revelaré a ustedes y, porque yo vivo, ustedes también vivirán. Estaremos más cerca y seremos más unidos que lo que hemos sido jamás mientras estuve limitado por este cuerpo en el que ya he vivido treinta y tres años”. Podemos ver cómo estas palabras de Jesús motivaron que Judas preguntara: “Señor, ¿cómo vamos a tener esta relación? ¿Cómo es que tendrás esa relación más estrecha con nosotros, si los no creyentes que nos rodean no sabrán que tenemos esa relación? ¿Cómo vas a hacer eso?”. Un estudio más profundo de la respuesta de Jesús a la pregunta de Judas nos muestra la dinámica que lleva a la intimidad con Cristo por medio del Espíritu Santo, que es, básicamente: “Si una persona me ama, obedecerá mi enseñanza. Entonces, cuando esa persona obedezca, mi Padre la amará, y vendremos a ella y haremos nuestra morada en ella. La persona que no me ama, no obedecerá mis enseñanzas, y no estableceremos una relación con ella” (23-26). Jesús sella esta dinámica respuesta con la siguiente afirmación: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (24-26). Jesús resume sus respuestas para las cinco preguntas que estos apóstoles le han hecho cuando pronuncia estas palabras de consuelo para los atribulados hombres: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo. Y ahora os
  • 14. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 14 lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis" (27- 29). Sus palabras de paz y consuelo son seguidas por la dura realidad: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí. Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí” (30, 31). En sus respuestas a las preguntas que los apóstoles le han formulado, Jesús ha enseñado profundas verdades. Por segunda vez, los consuela, ahora, diciéndoles que no deben turbarse sus corazones. Debemos recordar que estos hombres estaban terriblemente asustados, porque sabían que los judíos estaban tramando formas de convencer a los romanos de que Jesús fuera muerto. Por las cosas que Jesús les ha dicho, también tienen razones para creer que ellos morirán con su Señor. En el capítulo 12, leemos que Jesús les dijo que iba a caer a la tierra para ser enterrado como una semilla, de manera de poder llevar fruto, y que requería eso mismo de quienes se consideraban sus discípulos. Finalmente, todos, menos uno de ellos, seguirían a su Señor en el martirio. La tradición nos dice que el autor de este Evangelio fue introducido en aceite hirviendo, pero no murió. Fue exiliado en la isla de Patmos, de donde escapó, y vivió hasta ser muy anciano, cuando escribió este Evangelio, varias décadas después de los Evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. Los otros diez apóstoles que escucharon las palabras de Jesús murieron como mártires. Probablemente, al escuchar estas respuestas de Jesús, creyeron que su martirio sucedería en ese momento. Cuando Jesús termina de responder sus preguntas, encontramos, en sus últimas palabras, una frase que, según he descubierto, puede dar gran consuelo a quienes perdieron a un ser amado que vivió en Cristo y lo sirvió bien durante muchos años. Muchas veces, estando frente a la tumba de un cristiano devoto, he leído estas palabras: “Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre” (28). El sermón fúnebre de Jesús Una manera de resumir este capítulo es decir que Jesús sabe que está a punto de morir y ha decidido predicar un sermón para su propio funeral. Muchas veces he pensado que, con los sofisticados equipos electrónicos de que disponemos hoy, un pastor podría muy bien grabar el sermón para que su propia congregación pueda escucharlo en el funeral. Básicamente, este mensaje de Jesús dice: “No se angustien, porque hay un lugar. Yo voy a ese lugar, y voy a prepararlo para ustedes. Después, volveré y los llevaré conmigo a ese lugar, ¡y estaremos juntos allí para siempre!”. Aunque es cierto que el tema de su Epístola a los Efesios es que el cielo es una dimensión espiritual en la que podemos vivir ahora, el apóstol Pablo también escribe que el cielo es un lugar en el que viviremos para siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:13-18).
  • 15. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 15 Cuando Jesús les dice a los apóstoles la buena noticia de que, en la casa de su Padre, hay muchas habitaciones, esa declaración podría parafrasearse de este modo: “En el universo hay muchos lugares donde vivir”. El cielo es un lugar. ¡Dado que somos creyentes, iremos allí y viviremos allí con nuestro Señor para siempre! Y, porque creemos en ese lugar, no debemos angustiarnos. El segundo punto importante del sermón fúnebre de Jesús es: “No se angustien, porque hay una Persona”. La venida del Espíritu Santo es la gran Fuente de consuelo que Jesús prometió a estos hombres en el aposento alto. La palabra griega que se traduce como “Consolador” es, en realidad, Paracleto, que significa ‘el que viene junto con nosotros, que se une a nosotros para ayudarnos’. Jesús tendrá más que decir sobre el Espíritu Santo en el capítulo 16. Pero, en este capítulo, la promesa de una Persona que el Señor describe como “el Consolador” es la segunda razón por la que estos hombres no debían angustiarse. Aunque Él va a dejarlos, en el sentido de que va a morir, no deben angustiarse, porque “hay una Persona”. El tercer punto importante de su sermón fúnebre es “No se angustien, porque hay una Paz”. El discípulo que cree en Dios y en Jesús tiene un optimismo inquebrantable que proviene de la esperanza segura de que hay un lugar, y de que va a estar con su Señor siempre en ese lugar. Cree en la promesa de Jesús de que hay una Persona, el Espíritu Santo, que se pondrá junto a él e irá a su lado para ayudarlo y consolarlo. En los versículos que cité anteriormente, Jesús dice que quienes creen en ese lugar y esa Persona también experimentarán la Paz que Jesús prometió dejarles y darles personalmente (27-31). Cuando ellos creen en Jesús y viven la relación con el Espíritu Santo, tienen lo que el apóstol Pablo llama “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Podríamos llamarla “la paz que no tiene sentido”, ya que es la paz que Cristo da, la que es mencionada como fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22). Es una paz que Él les da a sus discípulos por medio del Espíritu Santo cuando sus circunstancias son tan adversas que nadie esperaría que ellos tengan paz. Con la posible excepción de Juan, cuando estos apóstoles murieron, todos de formas horribles, como mártires, podemos saber con seguridad que murieron con la paz que Jesús les prometió en ese aposento alto. Jesús no estaba hablando de la paz del mundo cuando les hizo esa promesa a los apóstoles. Él prometió darnos una paz interior, y una paz con los demás, que toda la humanidad anhela desesperadamente. Jesús, en realidad, enseñó todo lo opuesto de la paz mundial. Antes de salir de este lugar de retiro, Él les dirá que van a tener tribulación en este mundo, pero Él ha vencido al mundo por medio de la fe, y ellos pueden vencer los sufrimientos que deberán pasar, por medio de la fe (16:33; 1 Juan 5:4).
  • 16. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 16 Capítulo 2 La magnífica metáfora Las últimas palabras que leemos en el capítulo 14 del Evangelio de Juan nos indican que Jesús y sus apóstoles están a punto de abandonar el aposento alto. Luego pasan a un huerto donde Jesús usa una metáfora para ilustrar y ampliar la esencia de lo que ha enseñado a estos hombres en el aposento alto. Hasta ahora, el centro de este diálogo que llamamos “discurso” ha sido que Jesús les dijo que la Palabra y la obra del Padre han sido pronunciadas y cumplidas en la Tierra por medio de Él, porque Él y el Padre son uno. Todo lo que ellos lo han escuchado decir, y todas las obras que lo han visto hacer, son consecuencia de la gloriosa realidad de que Él está en relación perfecta con el Padre. Ahora, Jesús les presenta a sus apóstoles una de sus metáforas más profundas, y al mismo tiempo, más simples. Baja una rama de una vid cargada de fruto y dice, de hecho: “Así como estas ramas producen abundante fruto porque están unidas a esta vid, si ustedes están unidos a mí, tendrán fruto”. Jesús habla de tres etapas de la fructificación: aquel que no da fruto; el que da fruto; y el que da mucho fruto. Hay, en esta metáfora, cuatro símbolos que tienen un profundo significado: hay una vid, pámpanos (ramas), fruto, y un Labrador. De la manera que Jesús interpreta y aplica esta metáfora, Él es la vid, los apóstoles son las ramas, el fruto es el milagro de que su Palabra sea hablada y la obra de su reino / iglesia sea hecha en la Tierra a través de ellos. El Labrador, en esta metáfora, es Dios. Hay dos proposiciones básicas que se refieren, claramente, a su interpretación y aplicación de esta metáfora: sin Él, estos apóstoles, y los discípulos, no pueden hacer nada; y Él no desea hacer nada sin ellos. En la metáfora, el fruto no crece en la vid. Solo cuando la vida que da energía fluye de la vid a las ramas y a través de ellas, se produce vida. En esta metáfora, Jesús es “una vid en busca de ramas”. Después de enseñar, interpretar y aplicar la metáfora, Jesús les da una exhortación que podría titularse: “Ocho razones por las que debemos dar fruto”. Trate de descubrir estas ocho razones mientras lee los primeros dieciséis versículos de este capítulo 15 del Evangelio de Juan: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid
  • 17. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 17 todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (15:1-16). En cierto sentido, los apóstoles han estado “asistiendo al seminario” durante tres años con Jesús. Lo que yo llamo “el último retiro cristiano” podría ser considerado, también, su ceremonia de graduación, y esta parte del discurso puede ser considerada el mensaje de graduación de Jesús para ellos. Su apasionado mensaje de graduación es un desafío para ellos en el que les dice que existen, al menos, ocho razones por las que deben dar fruto. Razón número 1 Primero, les dice, básicamente, que deben dar fruto, porque no puede haber un auténtico discípulo suyo que no dé fruto (2, 6). De hecho, está diciendo que, si hubiera en Él una rama que no diera nada de fruto, su Padre la cortaría y la echaría a un costado, donde quedaría sobre el suelo hasta que los hombres la recogieran para echarla al fuego. Jesús está diciendo: “Una rama mía que no dé fruto es inaceptable para mi Padre, que es el Labrador”. Cuando Jesús les dice sus últimas palabras a estos hombres que ha entrenado durante tres años, la primera razón que les presenta, por la que ellos deben dar fruto, es, simplemente, la extraordinaria, clara y dinámica declaración de que deben dar fruto porque: “Así demostrarán que son mis discípulos” (ver v. 8). La interpretación y aplicación para nosotros, en la actualidad, es que no puede existir un discípulo de Jesús que no dé fruto. Esto es un ejemplo de lo que un erudito ha llamado “las duras palabras de Jesús”. Hay momentos en
  • 18. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 18 que, cuando debo interpretar y aplicar las enseñanzas de Jesús, me veo obligado a decir: “No lo digo yo; ¡lo dijo Jesús!”. Esta es una de esas veces. Durante más de veinte siglos, gran parte de este mundo ha dividido la historia humana en dos partes: antes de Jesús, y después de Jesús. Cuando un hombre vive solamente treinta y tres años, y el mundo usa su nacimiento como marca del comienzo de una era, debemos llegar a la conclusión de que ese hombre ha hecho un impacto significativo sobre el mundo. Otra forma de decir lo mismo sería decir que Jesús vivió una vida fructífera. Por lo tanto, cualquiera que sostenga que es discípulo de Jesús debe demostrar la validez de su afirmación dando fruto. Es impensable que afirmemos ser discípulos de Jesús sin dar fruto. Razón número 2 En este mismo versículo, Jesús declaró la segunda razón por la cual estos hombres en quienes había invertido tanto debían ser fructíferos: Deben dar fruto, porque así glorificarán a su Padre (8). ¿Cómo glorificó Jesús al Padre? Él les da la respuesta a esa pregunta cuando ora al Padre y dice: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (17:4). ¿Cómo iban a glorificar a Dios estos apóstoles? Terminando la obra que Jesús les dio para hacer. La aplicación, para nosotros, es que debemos dar fruto porque, cuando damos fruto, glorificamos a Dios. Razones 3 y 4 Jesús les dio una tercera y una cuarta razón por las cuales, como discípulos suyos, debían dar fruto, cuando dijo: "Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros [o ‘eche raíces en vosotros’], y vuestro gozo sea cumplido” (11). ¿Se ha dado cuenta de que usted y yo podemos llenar de gozo el corazón de nuestro Señor Jesucristo? Ver fruto en nuestra vida es algo que le da mucho gozo a Él. Esa es la tercera razón por la que los apóstoles deben dar fruto, según este discurso inaugural de Jesús. La cuarta razón es: “...que vuestro gozo sea cumplido” (11). Como la paz de Dios, el gozo es condicional. ¿Ha estudiado usted lo que la Biblia enseña sobre las condiciones que deben cumplirse para que experimentemos el gozo del Señor? El gozo del Señor forma parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23). Uno de mis autores favoritos nos recuerda que “El dolor y el sufrimiento son inevitables, pero sentirse miserable es opcional” para el creyente lleno del Espíritu Santo, ya que el Espíritu Santo puede dar gozo a un creyente aun cuando este atraviese grandes adversidades. Este gozo podría ser calificado de “felicidad que no tiene sentido”. La paz y el gozo de los que se habla en estos versículos podrían ser llamados “paz, pase lo que pase”, o “felicidad, pase lo que pase”. Podemos experimentar la paz y el gozo que Jesús prometió darnos —pase lo que pase, es decir, a pesar de nuestras circunstancias—, porque no provienen de nosotros. Vienen del
  • 19. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 19 Espíritu Santo, o del Cristo resucitado, que vive en nuestros corazones. Otro de mis autores preferidos escribió: “Algunas personas creen que el gozo cae del cielo como si fuera un paquete, y que cae sobre algunas personas (generalmente, los demás) y no sobre otras (es decir, nosotros). Pero la Biblia no enseña eso”. Según lo que Jesús enseña aquí, una de las causas del gozo es dar fruto. Pablo escribe: “Así que, examine cada uno su obra, y entonces tendrá motivo de orgullo solo en sí mismo y no en otro” (Gálatas 6:4, RVA). Cuando yo era un pastor muy joven, el pastor principal de la iglesia donde yo servía, que me guió en Cristo y en el ministerio, me envió a una iglesia, hija de la nuestra, que él había fundado en otra ciudad. Yo no quería dejar el equipo pastoral de esta iglesia grande para iniciar otra nueva. Me gozaba en el milagro de que Dios lo bendecía con un ministerio muy fructífero. Él me explicó que yo tendría gran gozo si probaba que Dios podía darme un ministerio fructífero, y aplicó el versículo que he citado a esta nueva tarea que me asignaba. Después de trece años, cuando el Cristo vivo y resucitado me había bendecido con un ministerio fructífero en esa nueva iglesia, yo estaba muy agradecido para con mi pastor, porque él sabía que aquella tarea, en última instancia, iba a dar gozo al Señor, y mucho gozo a mí también. No estoy sugiriendo que a otras personas también les lleve trece años. Lo que quiero decir es que esta es la clase de gozo que Jesús describe y prescribe cuando dice: “Les digo estas cosas, porque quiero que ustedes sean motivo de gozo para mí, y quiero que ustedes también estén llenos de gozo”. Razón número 5 La quinta razón por la que Jesús les dijo a sus discípulos que debían dar fruto es que Él los eligió para que llevaran fruto: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé" (16). Estos hombres habían elegido seguir a Jesús. Habían tomado decisiones y compromisos deliberados para con Él. Los que eran pescadores no trataron de llevar sus barcas sobre las espaldas. Simplemente dejaron las barcas y sus negocios como pescadores. Imagine los pensamientos que habrán cruzado a toda velocidad por su mente cuando escucharon a Jesús decir, de hecho: “Yo sé que ustedes han tomado ciertas decisiones, y que creen que ustedes me han elegido. Pero la verdad es que ustedes no me eligieron a mí. Yo los elegí a ustedes, y los he puesto para que lleven fruto” (15:16). La palabra “puesto” es traducción de una palabra griega que aparece solo tres veces en el Nuevo Testamento. Significa ser colocado estratégicamente como una vela en el candelero, según la metáfora que Jesús relató en la montaña (Mateo 5:14-16). En este versículo, Jesús dice: “Yo los elegí, y los estoy ubicando
  • 20. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 20 estratégicamente como una vela en un candelero, en este mundo oscuro, para que den fruto. Deben dar fruto, porque yo los elegí para que fueran fructíferos”. Razón número 6 Después, les da la sexta razón por la que deben ser fructíferos. Deben dar fruto, porque han experimentado el amor de Jesucristo, y Él desea que compartan ese amor con el mundo: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (9, 10). Obviamente, está repitiendo su Gran Mandamiento, que está registrado en el capítulo 13 (34, 35). También repite la enseñanza de que demostramos que amamos a nuestro Señor cuando obedecemos sus mandamientos. Cuando Jesús ora por estos hombres y por los que van a creer por medio de ellos, ora para que vivan de modo que todos sepan y crean que Dios amó de tal manera al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que el mundo tuviera salvación. Después, ora, de hecho, para que las personas de este mundo se den cuenta, por la manera en que sus seguidores aman, de que Dios los ama tanto como ama a su Hijo unigénito (3:16; 17:22, 23). Estos hombres habían experimentado el amor de Jesús durante tres años, pero los perdidos de este mundo no habían experimentado ese amor. Por tanto, Él les dice a estos hombres, a los que había amado durante tres años, que ellos debían compartir su amor con el mundo entero. Esta comisión de amar como Él amó es otra razón por la que quienes han conocido su amor deben dar fruto. En el contexto de esta enseñanza, Jesús hace la tremenda afirmación de que no hay amor más grande en el mundo que el que una persona demuestra cuando entrega su vida por otra. En las inspiradas cartas del Nuevo Testamento que fueron escritas para instrucción de los creyentes, esta enseñanza se aplica cuando se ordena a los esposos que amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia al entregar su vida por nuestra salvación. A las mujeres se les ordena que completen a sus esposos y se centren en los demás, entregando sus vidas por sus esposos e hijos. En nuestras culturas, tan egoístas, la mayoría de los hombres y las mujeres están demasiado preocupados por sí mismos como para absorber y aplicar estas enseñanzas. ¡Cuánto necesitamos escuchar este desafío de Jesús, de que no hay mayor amor que este, que alguien entregue su vida por los demás, comenzando por nuestro matrimonio y nuestro hogar! Razón número 7 La séptima razón por la que deben dar fruto es que el Labrador —Dios Padre— está apasionadamente comprometido con el hecho de que ellos den fruto. Lea con detenimiento el versículo dos y observe: Cuando nuestro Padre celestial encuentra en su viña
  • 21. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 21 una rama que da fruto, la corta, es decir, la poda, para que dé más fruto. Hace muchos años, un matrimonio devoto que conocí me ayudó a comprender esta profunda metáfora de Jesús. Ellos me explicaron con gran detalle cómo habían tomado la decisión de retirarse anticipadamente de una posición muy estresante en el ámbito empresarial, y comprar algunos viñedos en el norte de California, en Estados Unidos. Dado que no sabían nada sobre el trabajo de los viñedos, contrataron a un viejo y experimentado viñador para que les mostrara lo que debían saber y hacer. Lo primero que el viñador les dijo fue que recorrieran todos los viñedos y cortaran las ramas muertas que no habían producido fruto durante la cosecha anterior. Cuando terminaron esa tarea, los alentó mucho ver que comenzaban a salir unos brotecitos verdes en las vides. Pero el viejo viñador dijo: “Estos son, simplemente, ‘brotes chupadores’. Deben recorrer los viñedos otra vez y cortarlos, porque, si no lo hacen, nunca tendrán la calidad y la cantidad de uvas que ustedes desean. Se llaman ‘brotes chupadores’ porque absorben la energía vital de la vid en la que crecen y, por consiguiente, la vid no puede producir el fruto que queremos que produzca”. Mis amigos me contaron que, una vez más, se pusieron muy contentos al ver que en sus vides aparecían unas pequeñas uvas verdes. Pero, por tercera vez, el viejo viñador les dijo: “Ahora vamos a recorrer una vez más los viñedos, y cortaremos esas uvas; porque, si no, no tendrán la calidad y la cantidad de uvas que quieren cosechar”. Este piadoso matrimonio me contó que, entonces, comprendieron por primera vez el segundo versículo de este gran capítulo. Jesús enseñó que, cuando el Padre Labrador encuentra una rama que está en la relación correcta con la Vid y da fruto, la poda, porque quiere ver en ella lo que Él llama “más fruto”, mucho fruto producido por esa rama. Entonces, yo les respondí diciendo que su experiencia como novatos dueños de un viñedo me había ayudado a aplicar esta profunda metáfora de Jesús a hechos sucedidos en mi vida y mi ministerio. Creo que el Señor vio mi ministerio de la década de los setenta, y vio que había dado fruto. Yo estaba en la relación correcta con Él y daba fruto para Él. Pero el Señor no estaba satisfecho con la cantidad ni con la calidad del fruto que recibía de mi vida. Por lo tanto, dijo: “Voy a podarlo, para hacerlo más fructífero”. Así que, hacia el final de la década de los ochenta, quedé totalmente paralizado por una enfermedad incurable. A principios de los ochenta comencé a sentir la parálisis, y ya hace muchos años que estoy totalmente cuadriplégico, confinado a mi casa. La gente ve mi enfermedad y dice: “¡Dios mío, qué adversidad tan terrible!”. Pero yo les digo: “No, no es una adversidad. Es una poda. Es una poda hecha por mi Padre celestial, que me ama demasiado como para verme limitado a una profundidad de un par de centímetros en unos cientos
  • 22. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 22 de kilómetros de extensión —es decir, ocupado en muchas cosas—, dando fruto, pero no tanto como Él desea que dé”. Desde 1980, estoy trabajando en el ministerio más fructífero de toda mi vida. Nunca habría experimentado este fructífero ministerio si hubiera estado sano y con el pleno uso de mi cuerpo. Amo al divino Labrador, porque Él me podó para que no perdiera la mayor oportunidad de dar lo que Jesús llamó “fruto que permanece” (16). La séptima razón por la que Jesús dice que estos apóstoles deben dar fruto es que su Padre celestial está totalmente dedicado a que ellos sean fructíferos. Habrá momentos en que, por amor, nos podará para que podamos crecer en la cantidad y la calidad de fruto que damos para Él. Razón número 8 La octava y última razón por la que los apóstoles deben dar fruto se encuentra en la declaración inicial de esta gran enseñanza. No he tomado estas exhortaciones a ser fructíferos en el orden en que aparecen en este capítulo. Hago referencia a la primera en último lugar, porque creo que es la exhortación más importante. Básicamente, cuando Jesús desafía a sus apóstoles a dar fruto, porque Él es la Vid, y ellos, las ramas, les está diciendo que deben dar fruto porque Él no tiene ninguna otra manera de alcanzar al mundo con su evangelio de salvación. Hay un poema que describe la reunión de Jesús con los ángeles después de su ascensión. Los ángeles le preguntan por sus treinta y tres años en la Tierra y, especialmente, por su victoria en la cruz, validada por su resurrección. Entonces, uno de los ángeles le pregunta a Jesús acerca de la Gran Comisión y la tarea del evangelismo mundial. Jesús responde que ha encomendado ese trabajo a once apóstoles y aproximadamente quinientos discípulos. El ángel, entonces, le pregunta: “¿Qué sucederá si ellos no llegan a alcanzar al mundo para ti?”. Y el Señor responde: “¡No tengo ningún otro plan!”. En resumen El plan de Dios es poner el poder de Dios en el pueblo de Dios para cumplir los propósitos de Dios por medio del pueblo de Dios, según el plan de Dios. Este es el espíritu de la primera exhortación, que presento al final para darle mayor énfasis. En esta hermosa metáfora, Jesús es una Vid que busca ramas. El fruto no crece en la vid, sino en las ramas. Si yo hubiera estado allí cuando Dios ordenó las cosas de este modo, le habría aconsejado que no siguiera este plan, porque la naturaleza humana es demasiado débil. ¿Cree usted que Dios conocía la debilidad de la carne humana cuando tomó esa decisión? En la Biblia, la palabra “carne” significa, generalmente, ‘la naturaleza humana sin intervención de Dios’. ¿Por qué el Dios todopoderoso
  • 23. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 23 diseñó un plan que lo limita a compartir su evangelio por medio de lo que estos débiles seres humanos hagan o no hagan? La respuesta breve es que ese es el plan de Dios. En cierto sentido, cuando preguntamos: “¿Por qué Dios hizo eso?”, la respuesta siempre es la misma: “¡Sólo Dios lo sabe!”. Jesús nos da algunas respuestas para esa pregunta en este pasaje. Dos razones por las que Dios usa ramas humanas para producir un fruto que permanezca es que, cuando la vida y el poder de Dios fluyen a través de ramas humanas, y ellas dan fruto, Dios es glorificado, y esas ramas experimentan gran gozo. Pero la respuesta principal a esa pregunta es que Dios, y el Cristo vivo y resucitado, no tienen ningún otro plan. ¿Ve usted cómo Jesús usa esta metáfora de la Vid y las ramas para ilustrar y aplicar la esencia de los conceptos que enseñó en el aposento alto? “Si ustedes son uno conmigo como yo ahora soy con el Padre, hablarán la palabra de Dios y harán la obra de Dios. De hecho, harán obras mayores que las que yo he hecho” (ver 14:12). Esto es, en realidad, lo que Él dice cuando baja la rama de la vid, llena de fruto, y dice, básicamente: “Así como estas ramas están relacionadas con la vid de una forma que hace posible que la vida de la vid fluya a través de las ramas y produzca este fruto, si ustedes quieren dar fruto, deben estar en mí, y yo en ustedes. Sin mí, ustedes no pueden hacer nada, y yo he decidido no hacer nada sin ustedes. No tengo otro plan para hacer mi obra en este mundo que proclamar mi Palabra y hacer mi obra a través de ustedes y de quienes se conviertan en mis discípulos porque ustedes han dado fruto”. Antes de dejar estos primeros dieciséis versículos del capítulo 15, debo señalar que algunos eruditos del Antiguo Testamento creen que este es el comentario de Jesús sobre una metáfora que se encuentra en los escritos y la predicación de profetas como Isaías (Isaías 5:1-7). Tal como los profetas usan esta metáfora, Israel es la vid, y no da fruto. La vid sin fruto sobre la que predican los profetas es una figura de la maldad y del hecho de que Israel no es lo que debería ser como pueblo y nación de Dios. En algunas de sus parábolas, Jesús usa esta metáfora de la misma manera que lo hacían los profetas (Mateo 21:33-40). Por eso es que los eruditos del Antiguo Testamento creen que Jesús comenzó su gran metáfora en el huerto diciendo, palabras más, palabras menos: “Yo soy la vid verdadera, no la vid sin fruto de la que hablan los profetas”. En esta magnífica metáfora, algunos sugieren que Él les está diciendo a los apóstoles que nunca podrán encontrar la salvación, la paz, el fruto del Espíritu Santo, y la vida abundante, eterna, que Él prometió, simplemente siendo devotos judíos. Estas bendiciones sobrenaturales, espirituales, solo podían experimentarse en una relación vital con el Jesús que ellos conocían en ese momento y, especialmente, con el Cristo vivo y resucitado.
  • 24. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 24 Capítulo 3 Una tarea extraordinaria (15:18-27) La metáfora de la vid y las ramas fue la profunda aplicación que Jesús hizo de la esencia de su enseñanza en el aposento alto. Ahora, Jesús habla sobre algunas duras realidades que estos hombres deberán enfrentar al poner en práctica la comisión que les ha encomendado en su “mensaje inaugural”. Después de presentarles estas predicciones profundamente realistas sobre la oposición y la persecución que van a sufrir, les da información más específica sobre la obra del Espíritu Santo en ellos y a través de ellos, cuando reciban al Consolador: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre. Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron. Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:18-27). Estos versículos registran la forma en que Jesús preparó a sus apóstoles para la persecución y los sufrimientos que tenían por delante. Durante los primeros tres siglos de la historia de la iglesia, hubo muchos años en que era ilegal ser cristiano. Hubo diez períodos terribles de persecución. No existieron templos cristianos hasta que se convirtió el emperador Constantino, que adoptó el cristianismo e hizo que fuera legal ser seguidor o discípulo de Jesús (en el año 312). Hasta entonces, la iglesia se reunía (con frecuencia, en secreto) en los hogares o en lugares ocultos, como las catacumbas, que eran, de hecho, tumbas, como las que se encontraban debajo de la ciudad capital del Imperio Romano. Desde esos primeros días de la historia de la iglesia, la práctica de reunirse secretamente porque las reuniones de discípulos de Jesús eran ilegales ha sido llamada “la iglesia subterránea”. Aunque muchos no lo saben, en la actualidad hay millones de creyentes que se reúnen en iglesias subterráneas, porque hay muchas culturas, aún hoy, en las que es ilegal reunirse abiertamente como discípulos de Jesucristo.
  • 25. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 25 La palabra griega que significa ‘casa’ es oikos. Los eruditos, por tanto, hablan de la iglesia que se reúne “subterráneamente” en pequeños grupos, o iglesias en las casas, como “el movimiento oikos”. Las inspiradas instrucciones dadas en el Nuevo Testamento sobre el orden, la estructura y la función de la iglesia están basadas en el hecho de que la iglesia se reunía en este contexto de grupos pequeños (1 Corintios 14:26-40). Dado que en todo el mundo hay una terrible persecución de cristianos en la actualidad, la iglesia se está volviendo nuevamente hacia el “movimiento oikos” en estos momentos en que se están escribiendo los últimos capítulos de su historia. Cuando Jesús advirtió: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros" (Juan 15:18), usó la palabra “mundo” en el sentido de la filosofía, la forma de pensar, o el sistema de valores secular del mundo, que no tiene valores morales absolutos. Un verdadero seguidor de Jesús tiene valores morales y espirituales absolutos. Por eso, Jesús enseñó que sus discípulos serían como una ciudad ubicada sobre un monte, que no puede esconderse (Mateo 5:14). Según Jesús, el mundo los odiará, porque todo lo que son, creen y valoran está en conflicto directo con lo que la gente de este mundo cree y valora. La aplicación personal para usted y para mí como discípulos de Jesús en la actualidad es obvia. En el versículo 19, Jesús presenta una descripción precisa del creyente individual y de la iglesia, cuando dice: “...debido a que los extraje del mundo, éste los aborrece” (La Biblia al Día). La definición literal de la iglesia es: ‘sacados fuera del mundo’. En el idioma en que Juan escribió este Evangelio, la palabra que se utiliza para decir “iglesia” es ecclesia, que significa, literalmente, ‘los llamados afuera’. Los que somos la iglesia, somos “llamados afuera”. ¿Llamados afuera de qué? De la filosofía secular, de la forma de pensar secular, de los valores y el estilo de vida secular de las personas de este mundo. Como seguidores de Cristo, debemos darnos cuenta de que somos llamados fuera de este mundo, a ser personas “de otro mundo”, porque Él nos llama fuera de este mundo cuando llegamos a la fe y asumimos el compromiso de seguirlo. No debe sorprendernos descubrir que el mundo no tiene los valores de Cristo. Este mundo nunca nos permitirá olvidar que marchamos al redoble de otro tambor, y no debe sorprendernos que la gente de este mundo no tenga nuestros mismos valores, nuestra misma moral, nuestros propósitos y metas. Si realmente prestamos atención a estas palabras de Jesús, estaremos preparados para esa experiencia. Él dijo también: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor” (20). Cuando pronunció estas palabras, Jesús estaba repitiendo algo que había declarado al principio de su retiro con estos hombres (13:16). Después, continuó: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán". Sin embargo, observe también este matiz positivo: “Si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (20).
  • 26. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 26 En otras palabras: “Ustedes van a vivir y a servir en el mismo mundo donde yo he vivido y servido, y pueden esperar de la gente las mismas respuestas que yo he recibido, tanto positivas como negativas. Muchos me han rechazado y me han perseguido. Pero algunos creyeron. Pueden esperar que muchos los persigan; pero sepan, también, que, gracias a la predicación y la enseñanza de ustedes, muchos creerán y me seguirán, y pondrán en práctica mis valores en sus vidas”. Aplicación personal La palabra “testigo”, en griego, es, literalmente, ‘mártir’. Por lo tanto, cuando usted y yo vivimos, predicamos y enseñamos a Cristo en el mundo en el que debemos funcionar cada día, no debe sorprendernos que respondan a nuestro testimonio con una forma de pensar que es intelectualmente soberbia y contraria a la enseñanza y los valores de Cristo. Pero también debemos recordar la promesa positiva y esperanzada que Jesús dio a esos hombres cuando dijo, básicamente: “Ustedes mismos son ejemplos de la gloriosa realidad de que algunos también han obedecido mi enseñanza, que recibí del Padre. De la misma manera, ustedes recibirán una respuesta positiva a su ministerio, y harán, también, discípulos que obedecerán la enseñanza que han recibido de mí”. Cuando un hombre llamado William Tyndale fue perseguido por traducir la Biblia al inglés para que las personas comunes pudieran leerla, respondió: “Esto es precisamente lo que esperaba”. Cuando las personas a las que les presentamos a Cristo nos ridiculizan, se burlan de nosotros o aun nos persiguen a causa de los valores que estamos tratando de vivir y proclamar, debemos seguir el ejemplo de William Tyndale y no sorprendernos, sino esperar este tipo de respuesta desfavorable. También debemos ser suficientemente realistas como para recordar la advertencia de Jesús en el sentido de que el mundo siempre ha respondido de esa manera a los auténticos profetas y testigos. Él había advertido a esos hombres al comienzo de su relación con ellos: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lucas 6:26). Por lo tanto, debemos esperar que las personas seculares respondan de manera indiferente, o aun hostil, y preocuparnos cuando nos alaben y nos honren con premios. Es de esperar que tengamos una respuesta hostil al Cristo que revelamos a las personas de este mundo. Pero también tenemos la esperanza de que, aun de entre aquellos que son muy pecaminosos y nos persiguen por lo que presentamos al vivir y proclamar el evangelio de Cristo, algunos creerán y obedecerán en respuesta a nuestra predicación y nuestra enseñanza. Esa fue la experiencia, no solo del Señor, sino también de sus apóstoles, como verá usted cuando lea el Libro de los Hechos. Cuando Pablo llegó a la corrupta y pecaminosa ciudad de Corinto, donde Cristo nunca había sido predicado, antes de que comenzara su milagroso ministerio de plantación de iglesias allí, el
  • 27. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 27 Señor se le apareció y le dijo, básicamente: “No temas, Pablo. Tengo mucho pueblo en esta ciudad. Tú simplemente anuncia el evangelio, y descubrirás quiénes son” (Hechos 18:9, 10). ¡Esto es emocionante! Cuando proclamamos el evangelio, nosotros no sabemos quiénes son, pero tenemos esta esperanza y esta promesa de Jesús: hay quienes van a responder positivamente. Si tenemos la fe y el valor de compartir con otros y de predicar el evangelio, descubriremos quiénes son. Mientras esperaba ansiosamente visitar a los creyentes y proclamar el evangelio en Roma, Pablo les escribió: “Y sé que cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo” (Romanos 15:29). Cuando somos invitados a ir a algún lugar para proclamar el evangelio de Jesucristo o se nos pide que presentemos el evangelio a una persona, lo más importante que podemos prometer a quien nos ha invitado es que iremos con abundancia de la bendición de Cristo. Debemos encarar esa oportunidad sabiendo que, aun cuando la mayoría responda de manera adversa o negativa, o aun nos persiga, habrá quienes son “llamados afuera”, que creerán y obedecerán nuestra predicación y nuestra enseñanza, así como creyeron y obedecieron la predicación y la enseñanza de Jesús y sus apóstoles. Jesús dice también: “Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado" (Juan 15:21). Observe cómo, continuamente, relaciona de manera inseparable el rechazo de sí mismo y el rechazo del Padre y del Espíritu Santo: “De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (13:20; ver también 14:9-11). Él y el Padre son uno, y no se los puede aceptar separadamente. Jesús repite esto para darle énfasis, y explica que el hecho de rechazarlo a Él, en última instancia, revela el problema, más hondo, de que no conocen o han rechazado a Aquel que lo envió. Después, en el versículo 22 y los siguientes, sus profundas declaraciones son muy similares a las que realizó al final del noveno capítulo de este Evangelio. ¿Recuerda que, después de sanar al hombre ciego, expresó la esencia de ese pasaje en sus palabras: “Yo soy una clase de luz muy especial. Doy vista a los que nacieron ciegos; pero también revelo la ceguera de los que creen ver”? Los líderes religiosos comprendieron de qué estaba hablando, y respondieron: “¿Tratas de decirnos que somos (espiritualmente) ciegos?”. Él respondió: “Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero dicen que ven; por lo tanto, su pecado permanece” (ver 9:40, 41). ¡Qué profunda definición del pecado: si no hay ceguera, no hay pecado, es decir: si no hay luz espiritual, no hay pecado! En el versículo 22 de este capítulo y en el noveno capítulo de Juan, Jesús afirma: “Yo soy la Luz del mundo”. Esto significa que la definición misma de pecado es el rechazo de Aquel que es la Luz del mundo. Por lo tanto, una definición de pecado, y del más grave de todos los pecados, es el rechazo de Jesucristo.
  • 28. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 28 Esto plantea la pregunta: ¿Hay algún ser humano en la Tierra que no tenga ninguna clase de luz espiritual? El apóstol Pablo escribe que todos tienen alguna luz (Romanos 1:20). Los eruditos llaman a esto “revelación natural”. La esencia de esta enseñanza de Jesús y de una enseñanza de Pablo es que, si vivimos de acuerdo con la luz que tenemos, recibiremos más luz: “Es importante que avancemos según la luz de la verdad que ya hemos aprendido” (ver Filipenses 3:15-18). No avanzar según la luz que hemos recibido es, al menos, una definición de pecado. Hace muchos años, cuando yo enseñaba una clase bíblica evangelística en un grupo hogareño, en el gran círculo de personas reunidas en ese hogar, había una señora japonesa que respondió entusiastamente a mi enseñanza del primer capítulo. Su rostro estaba radiante. Esta mujer esperó hasta que los demás se fueron, y preguntó si podía decirme algo. Nunca olvidaré esa conversación. Me dijo: “Durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando los B-29 bombardeaban Tokio, estando en los refugios antiaéreos, yo oraba a otro Dios. Yo sabía que había otro Dios, que era el Dios verdadero, y oraba a Él. Durante décadas, he tenido la fuerte sensación de que un día llegaría a saber todo sobre Él. Mientras usted enseñaba de ese Libro, hoy, supe en mi corazón que este es el Dios real al que yo le oraba en el refugio antiaéreo”. La esencia del pecado es rechazar la luz. Esto significa que somos responsables, y deberemos dar cuentas, por la luz que recibimos. Es un asunto muy serio ser expuestos a la luz, porque los beneficios espirituales aumentan nuestra responsabilidad espiritual. Cuando hemos escuchado la Palabra de Dios y hemos visto milagros de Dios, debemos dar cuenta de lo que hemos visto y oído. Lo que hacemos con lo que sabemos es una pauta de responsabilidad que encontramos a lo largo de toda la Biblia, especialmente aquí, en esta enseñanza de Jesús, y al final del noveno capítulo de este Evangelio. Viene el Consolador En los últimos versículos del capítulo 15, Jesús dice: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (26). Una de las importantes funciones del Espíritu Santo es testificar, mostrar el testimonio de Jesús. El Espíritu Santo no atrae la atención hacia sí mismo. Él exalta a Jesús. Después, el Señor agrega: “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio" (27). Recordemos una vez más la esencia de lo que es y lo que hace un testigo. Un testigo es alguien que ha visto o experimentado algo. Jesús dice: “Ustedes han estado conmigo desde el principio. Ahora, el Espíritu Santo vendrá y testificará, pero ustedes también deben testificar” (ver 26, 27). Ser testigos implica quiénes y qué somos por la gracia de Dios, y a todos se nos ordena que seamos testigos como velas en un candelero donde Jesús nos ha ubicado estratégicamente. Pero no solo se nos ordena que seamos testigos. Se nos ordena que demos
  • 29. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 29 testimonio, y eso significa abrir la boca y hablar sobre lo que hemos visto, escuchado y vivido. Un testigo es, básicamente, quién y qué es un creyente; pero el testigo también debe dar testimonio verbalmente. Según Jesús, el Espíritu Santo va a testificar, y nosotros también debemos hacerlo. Capítulo 4 El carácter del Consolador (16:1-15) Al leer los últimos versículos de este decimoquinto capítulo, una vez más debemos recordar que no hay un quiebre en el contenido de lo que Jesús enseña al comenzar el capítulo siguiente: “Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho” (1-4). Al leer el capítulo 16, no deje de observar que Jesús repite continuamente, para darle mayor énfasis, por qué les dice esta verdad en este momento de su tiempo juntos: “Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. [...]. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. [...]. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros. [...], porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. [...] Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (1, 4, 6, 12). Es obvio, al leer los primeros versículos de este capítulo, que Jesús les dice estas cosas porque van a ser expulsados de la sinagoga, como el ciego que Él sanó y del cual leímos en el noveno capítulo. Y les advierte que llegará el tiempo en que cualquiera que los mate pensará que, con ese acto, está sirviendo a Dios. “Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho" (3, 4).
  • 30. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 30 ¿Alguna vez ha sido usted perseguido por ser un seguidor de Jesucristo? Sé que hay creyentes perseguidos, en otros lugares del mundo, que oran por la iglesia en países como los Estados Unidos, donde la iglesia disfruta del favor del gobierno y no sufre tanto como en otras naciones. La persecución que estos devotos creyentes han vivido ha hecho que se acerquen tanto a Dios y los ha hecho madurar de tantas maneras, que se preguntan cómo los creyentes que no sufren persecuciones pueden crecer y madurar espiritualmente. Un gran historiador de la iglesia señaló que, si una iglesia que no sufre persecución tiene éxito en la proclamación del evangelio de Jesucristo y en el establecimiento de su iglesia en el mundo, será la primera vez que esto ocurra en la historia de la iglesia. ¿Podría ser que la persecución sufrida por los creyentes en los primeros tres siglos de la iglesia haya sido permitida por Dios? Porque la iglesia nunca ha sido tan fuerte, poderosa y sana como lo era entonces. Doy gracias al Señor por la paz que disfrutamos donde yo vivo y sirvo, pero si llegaran el sufrimiento y la persecución, deberíamos recordar las palabras de Pedro, que señaló que no debemos extrañarnos de que el Señor permita esa clase de persecución y sufrimiento (1 Pedro 4:12). También recordemos las palabras de Jesús en el aposento alto mientras preparaba a los once hombres que estaban con Él a la mesa para la persecución que comenzaría horas después. El triple ministerio del Espíritu Santo Cuando recorremos los versículos del capítulo 16 y vemos el final de este último retiro de Jesús, escuchamos que Él dice a estos hombres: “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre” (5-16). Estos hombres están agobiados por el dolor, porque Jesús les ha dicho claramente que están a punto de perderlo. Pero, en este contexto, encontramos una de las más importantes declaraciones de Jesús sobre el Espíritu Santo. “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere,
  • 31. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 31 os lo enviaré” (16:7). Otra manera de expresar este concepto es: “Les digo la verdad: Es para su bien que yo me vaya, porque, si no me fuera, el Consolador no vendría a ustedes. Pero, dado que me voy, lo enviaré a ustedes". ¿Alguna vez pensó usted en el encanto personal, el carisma que tenía el Jesús histórico, y lo que habrá sido estar con Él cuando estaba en un cuerpo físico? ¿Alguna vez pensó: “Me hubiera encantado estar con Él en esa época”? Me gusta pensar en el aspecto físico de Jesús. Podemos recopilar algunas observaciones sobre su apariencia que encontramos en estos Evangelios y en los profetas, y proyectar un perfil de la apariencia física de Jesús. Sabemos que el Jesús que se nos presenta en los Evangelios es un hombre de treinta años. Es fácilmente reconocible como judío. Los profetas nos dicen que es un varón de dolores, experimentado en quebranto. También nos dicen que su imagen está más desfigurada que la de cualquier otro hombre (Isaías 52:14). El historiador judío, Josefo, nos dice que Jesús era más alto que los pescadores de contextura grande, como Pedro, con quienes anduvo durante tres años, porque podía ser visto por encima de ellos cuando lo rodeaban. Nos sorprende un poco cuando leemos que su apariencia era el retrato de un hombre feliz. Jesús fue criticado por comer y beber con publicanos y pecadores. La apariencia tiene mucho que ver con el carácter de una persona. En una pared de mi estudio, tengo un cuadro de un Jesús joven, con la cabeza echada hacia atrás, riendo con ganas. El título de esta obra es “El Jesús que ríe”. Ese cuadro sorprende a muchos que lo ven. La mayoría de las personas se imaginan a un Jesús mucho más viejo de lo que era, y triste, de aspecto serio, como si todo el peso del mundo hubiera caído sobre sus hombros. Un libro titulado Joshua plantea la pregunta: “¿Cómo sería Jesús si viviera entre nosotros hoy?”. Lo que el autor desea destacar es que nos sorprenderíamos mucho, debido a los prejuicios y preconceptos que tenemos en mente sobre la imagen que nos hacemos de Jesús. Pero las últimas palabras de Jesús a estos hombres les dicen que hay algo que es mucho mejor que estar con Él como ellos habían estado durante esos tres años. Básicamente, les dice a ellos, y también nos dice a nosotros: “Esto es para el bien de ustedes; les conviene que yo entregue mi cuerpo físico y regrese a ustedes en la Persona del Consolador”. Mientras vivió en un cuerpo, Jesús cedió, voluntariamente, algunos de sus atributos divinos, como la omnipresencia. Pero después de este conveniente cambio, que fue para el bien de los apóstoles, la iglesia y, en última instancia, usted y yo, Él puede estar en todo el mundo al mismo tiempo, en todo lugar donde haya un creyente. Eso es lo que Él dice aquí. Y lo expresa así: “Si yo no me voy, si no me deshago de esta forma corporal, el Consolador no puede venir. Pero si yo entrego esto, puedo enviarles a ustedes el Consolador; y eso es mucho mejor para ustedes. Es por su bien. Les conviene que yo me vaya y les envíe al Consolador" (ver v. 7).
  • 32. Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 32 A continuación, les explica por qué es mejor: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (8). Una traducción más exacta es: “Él dejará al descubierto la culpa del mundo”. La culpa no siempre es una experiencia emocional negativa. Hay un cierto sentido en que la culpa puede ser sana. Una persona que siente culpa tiene una cierta integridad moral —valores morales absolutos—, cree que algunas cosas son absolutamente buenas, y otras son absolutamente malas. La persona que no siente culpa es indiferente con respecto de lo bueno y lo malo. Es “amoral”, es decir, no cree en la moral. Esto se llama, generalmente, “relatividad moral”, que, dicho de otra forma, significa que no hay valores morales absolutos. Muchos tratan de escapar de su propia culpa y la culpa de los demás, y de evitarla, diciendo que no existe lo bueno y lo malo. Pero hacer esto es como espolvorear cicatrizante sobre un tumor maligno que debe ser extirpado. Me encanta leer sobre el avivamiento del siglo XVIII, cuando hombres como George Whitfield y los hermanos Wesley, en Inglaterra, y Jonathan Edwards, en Estados Unidos, predicaron el evangelio con resultados sobrenaturales. Leí un relato de un granjero de Nueva Inglaterra que escuchó predicar a George Whitfield cuando este fue a Estados Unidos. El granjero escribió: “Cuando ese hombre comenzó a hablar, sentí un gran dolor en mi corazón; caí de rodillas allí mismo, en el campo, y comencé a llorar, a confesar, a arrepentirme y a abandonar mi pecado”. Así es como el Espíritu Santo pone al descubierto el pecado y la culpa en este mundo. ¿Por qué iba a sentir tan gran dolor en su corazón un granjero al escuchar a un hombre predicar el evangelio? Según Jesús, esa es una de las muchas funciones y de los muchos ministerios del Espíritu Santo. Muchas personas no hubieran sentido ninguna culpa si hubieran estado en el lugar de ese granjero. De hecho, se habrían reído al escuchar ese mismo mensaje del evangelio. Como parte de ese mismo despertar espiritual en Estados unidos, Jonathan Edwards predicó un sermón titulado: “Pecadores en manos de un Dios airado”. Mientras predicaba ese sermón en su iglesia de Nueva Inglaterra, las personas sentían tal convicción de sus pecados que se aferraban con desesperación a los bancos que tenían delante de sí. Sentían que estaban cayendo en el infierno y que la única forma de escapar de él era confesar sus pecados y recibir la salvación.