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Amar en tiempos de Lope
Patricia Ortega Dolz


      http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/11/23/madrid/1353628437_869462.html




Amó a tantas que… fue desterrado ocho años de Madrid, perpetró el secuestro consentido de una de sus
amadas antes de marcharse, fue padre de hijos legítimos e ilegítimos (al menos 12 reconocidos con tres
mujeres distintas), se casó dos veces (una por poderes), engañó a todas y hasta se hizo sacerdote para
calmar, sin éxito, sus pasiones y, sobre todo, para garantizarse la vejez. La vida amorosa de Félix Lope de
Vega y Carpio (Madrid, 1562-1635) supera con mucho la de cualquiera que pueda aparecer hoy, en pleno
siglo XXI, en una revista del corazón.

En el caso del escritor del barroco, con más mérito si cabe, teniendo en cuenta que su vida se desarrolló en
los siglos XVI y XVII, con la Santa Inquisición a la vuelta de cualquier esquina. Es imposible entender la
trayectoria y la obra de este auténtico ingeniero del amor sin sus mujeres. La intensidad con la que el autor
madrileño vivió sus aventuras amorosas es, en gran parte, la causante de su vasto legado: 1.800 comedias,
3.000 sonetos, tres novelas (y cuatro cortas), nueve epopeyas… Se celebran los 450 años del nacimiento de
este “monstruo de la naturaleza”, como le bautizó su coetáneo y rival Miguel de Cervantes. Recorremos el
Madrid del Fénix de los Ingenios, el Madrid de la movida de los ochenta (del siglo XVI), romance a romance,
mujer por mujer, amor por amor.

La casa de Lope, ubicada en el número 11 de la calle que hoy tiene el nombre de su mayor contrincante
intelectual, Cervantes, no es la casa en la que nació, sino donde vivió los últimos años de su vida, con los
cuatro hijos que le quedaban de sus tres últimas mujeres. Antonia Clara, hija de la joven Marta de Navares
(la Marcia Leonarda de las novelas), su último amor y gran compañera —y antes de ello amante, hasta que
enviudó—; Feliciana, heredera legítima de Lope e hija de su segunda esposa, Juana de Guardo, que falleció
en el parto; y Marcela y Lope Félix, dos de los hijos que tuvo con su amante más sólida, la actriz Micaela de
Luján, a la que se trajo de Sevilla a Toledo y luego a Madrid para mantener a “las familias” unidas, la
matrimonial y la extramatrimonial, aunque fuera en viviendas separadas.
En aquellos tiempos, aquella casa de dos plantas de la calle de Cervantes era una residencia modesta de las
afueras de la ciudad, casi campestre. De ahí su huerto y su pozo, que ahora forman parte del agradable
jardín interior de la vivienda, en el corazón del barrio de Huertas. Hoy es casa museo y es el centro
neurálgico de las actividades con las que se homenajea al gran dramaturgo del Siglo de Oro este fin de
semana, y que incluyen conferencias y visitas guiadas dramatizadas.

Lo cierto es que la vida de Lope en Madrid arranca cerca de la calle Mayor, en los alrededores de lo que hoy
es el Mercado de San Miguel, concretamente en la calle de Bordadores. Según contó él mismo, llegó al
mundo —el cuarto de cinco hermanos— como consecuencia de los celos de su madre, que persiguió a su
padre, un bordador llamado Felix de Vega —cántabro como ella, para más señas— hasta Madrid para
rescatarlo de los brazos de una supuesta amante. La reconciliación acabó en el alumbramiento, nueve
meses más tarde, de uno de los autores más prolíficos de la literatura universal. Un plebeyo que se hizo
noble con la pluma y que disfrutó de su fama en vida, cuando siendo aún un jovencillo, sus romances, como
los de Góngora (enemigo declarado) se cantaban por las calles de Madrid, del mismo modo que se
entonaban en los ochenta las canciones de Antonio Vega o Los Secretos. De ahí que estudiosos como José
Fernández Montesinos hablen de esa época como de la movida del XVI.

Madrid se convertía por entonces, en 1562, en Villa y Corte, con el consecuente traslado de muchas familias
de la nobleza. Había, por eso, mucho trabajo para los bordadores: tapices para decorar palacios y casas,
sillas y sillones que tapizar, cortinas… Lope fue bautizado en la iglesia de San Miguel, donde está el
mercado, y estudió con los jesuitas en lo que es hoy el instituto de San Isidro.

Discípulo aventajado del poeta y músico Vicente Espinel, Lope escribió sus primeros versos con cinco años
y, a los 12, su primera comedia, cuyo título parece ser premonitorio: El verdadero amante. Fue el obispo de
Ávila, don Jerónimo Manrique, que ejercía como una especie de mecenas del talento juvenil para la Iglesia,
quien le consiguió la beca para que estudiara en la universidad de Alcalá de Henares.

Sin embargo, sus tempranos escarceos amorosos le impidieron acabar el bachiller. Lope se puso a trabajar
de secretario de aristócratas, como el Marqués de Navas, y a escribir comedias para compañías teatrales,
como la de Jerónimo Velázquez, que trabajaba con los teatros de la corte y que era el padre de quien sería
su primer gran amor: Elena Osorio (Filis).

Tenía 19 años y sus visitas al barrio de Lavapiés, donde vivía su amada (ya casada), se convirtieron en
cotidianas durante cuatro años: en parte por la entrega de sus obras para la compañía, en parte por el
arrebato de amor y, en parte también, para bloquear el paso a tanto pretendiente osado. Fue inútil. Es
conocida la “generosidad” con la que Elena Osorio respondía a los favores y regalos de sus conquistadores.
Ni su fama, ni las exitosas representaciones de sus comedias en los principales teatros, el del Príncipe (hoy
el Teatro Español) y el de La Cruz (en la calle Espoz y Mina), sirvieron para que su Filis, ya viuda, se
decantara por él. Su primer gran amor escogió a un hombre bien posicionado para volver a casarse.

El despecho desató la pluma herida de Lope que puso negro sobre blanco aquellos famosos versos que le
costaron un destierro de ocho años de la Villa y otros dos del reino de Castilla: “Una dama se vende a quien
la quiera. / En almoneda está. ¿Quieren compralla? / Su padre es quien la vende, que aunque calla, / su
madre la sirvió de pregonera…”. En una época en la que solo había cronistas oficiales, ni periódicos ni
revistas, él dio con su particular gallina de los huevos de oro y se había convertido en el cronista dramático
de sus propias vivencias, en narrador privilegiado de su tiempo.
Se fue de Madrid, sí, a los pocos meses, pero no sin antes raptar a la que amó después. Amenazado con la
pena de muerte si no cumplía el dictamen judicial, Lope se fugó con su segundo amor, Isabel de Alderete y
Urbina (Belisa). Huyó con ella y con su anuencia para casarse por poderes en mayo de 1588. El
consentimiento del matrimonio “a distancia” le supuso irse a la conquista de Inglaterra con la Armada
Invencible y regresó, derrotado, a Valencia, donde comenzó la vida conyugal. Pero Belisa murió en el parto
junto a su bebé en 1594. Lope se quedó solo cuando faltaban meses para que pudiera regresar a Madrid. Y
lo hizo.


Le faltó tiempo para ser acusado de amancebamiento: le pillaron in fraganti con la actriz viuda Antonia Trillo,
según los documentos que se conservan de aquel pleito. “No tenemos constancia de adonde vuelve, pero
era una época en la que mucha gente no tenía casa propia, vivían con los nobles a los que servían o en
posadas, como Quevedo que, aún teniendo casa, la alquilaba… Eran poetas y escritores de mesón", explica
el catedrático Felipe Pedraza, ponente en las jornadas que arrancan hoy.

Al poco tiempo de regresar a la Villa, en 1597, Felipe II cierra los teatros en señal de luto por la muerte de su
hija Catalina de Saboya. El rey muere después y el luto se prolonga dos años. Y aquí es donde entra en
escena el ingenio del Fénix que, pese a mantener relaciones con la actriz (primero casada y luego viuda)
Micaela de Luján (Lucinda) afincada en Sevilla, se casa con Juana de Guardo, hija de un adinerado carnicero
de la corte.

La boda de Felipe III en 1599 vuelve a levantar el telón de los teatros madrileños y Lope escribe
profusamente para mantener a dos familias. Consigue reunirlas en Toledo primero y después en Madrid,
donde compra la casa de Huertas para la familia oficial, y alquila otra en una calle aneja para la
extramatrimonial. La muerte de todas sus mujeres reúne a los cuatro hijos vivos en la casa donde el
dramaturgo acabará sus días.

Aunque sus huesos fueron a parar a un osario común, su entierro en el cementerio anexo de la Iglesia de
San Sebastián fue multitudinario. Y, según consta en las crónicas de la época, propio de un “verdadero
amante”: había más mujeres que hombres.

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  • 1. Amar en tiempos de Lope Patricia Ortega Dolz http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/11/23/madrid/1353628437_869462.html Amó a tantas que… fue desterrado ocho años de Madrid, perpetró el secuestro consentido de una de sus amadas antes de marcharse, fue padre de hijos legítimos e ilegítimos (al menos 12 reconocidos con tres mujeres distintas), se casó dos veces (una por poderes), engañó a todas y hasta se hizo sacerdote para calmar, sin éxito, sus pasiones y, sobre todo, para garantizarse la vejez. La vida amorosa de Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562-1635) supera con mucho la de cualquiera que pueda aparecer hoy, en pleno siglo XXI, en una revista del corazón. En el caso del escritor del barroco, con más mérito si cabe, teniendo en cuenta que su vida se desarrolló en los siglos XVI y XVII, con la Santa Inquisición a la vuelta de cualquier esquina. Es imposible entender la trayectoria y la obra de este auténtico ingeniero del amor sin sus mujeres. La intensidad con la que el autor madrileño vivió sus aventuras amorosas es, en gran parte, la causante de su vasto legado: 1.800 comedias, 3.000 sonetos, tres novelas (y cuatro cortas), nueve epopeyas… Se celebran los 450 años del nacimiento de este “monstruo de la naturaleza”, como le bautizó su coetáneo y rival Miguel de Cervantes. Recorremos el Madrid del Fénix de los Ingenios, el Madrid de la movida de los ochenta (del siglo XVI), romance a romance, mujer por mujer, amor por amor. La casa de Lope, ubicada en el número 11 de la calle que hoy tiene el nombre de su mayor contrincante intelectual, Cervantes, no es la casa en la que nació, sino donde vivió los últimos años de su vida, con los cuatro hijos que le quedaban de sus tres últimas mujeres. Antonia Clara, hija de la joven Marta de Navares (la Marcia Leonarda de las novelas), su último amor y gran compañera —y antes de ello amante, hasta que enviudó—; Feliciana, heredera legítima de Lope e hija de su segunda esposa, Juana de Guardo, que falleció en el parto; y Marcela y Lope Félix, dos de los hijos que tuvo con su amante más sólida, la actriz Micaela de Luján, a la que se trajo de Sevilla a Toledo y luego a Madrid para mantener a “las familias” unidas, la matrimonial y la extramatrimonial, aunque fuera en viviendas separadas.
  • 2. En aquellos tiempos, aquella casa de dos plantas de la calle de Cervantes era una residencia modesta de las afueras de la ciudad, casi campestre. De ahí su huerto y su pozo, que ahora forman parte del agradable jardín interior de la vivienda, en el corazón del barrio de Huertas. Hoy es casa museo y es el centro neurálgico de las actividades con las que se homenajea al gran dramaturgo del Siglo de Oro este fin de semana, y que incluyen conferencias y visitas guiadas dramatizadas. Lo cierto es que la vida de Lope en Madrid arranca cerca de la calle Mayor, en los alrededores de lo que hoy es el Mercado de San Miguel, concretamente en la calle de Bordadores. Según contó él mismo, llegó al mundo —el cuarto de cinco hermanos— como consecuencia de los celos de su madre, que persiguió a su padre, un bordador llamado Felix de Vega —cántabro como ella, para más señas— hasta Madrid para rescatarlo de los brazos de una supuesta amante. La reconciliación acabó en el alumbramiento, nueve meses más tarde, de uno de los autores más prolíficos de la literatura universal. Un plebeyo que se hizo noble con la pluma y que disfrutó de su fama en vida, cuando siendo aún un jovencillo, sus romances, como los de Góngora (enemigo declarado) se cantaban por las calles de Madrid, del mismo modo que se entonaban en los ochenta las canciones de Antonio Vega o Los Secretos. De ahí que estudiosos como José Fernández Montesinos hablen de esa época como de la movida del XVI. Madrid se convertía por entonces, en 1562, en Villa y Corte, con el consecuente traslado de muchas familias de la nobleza. Había, por eso, mucho trabajo para los bordadores: tapices para decorar palacios y casas, sillas y sillones que tapizar, cortinas… Lope fue bautizado en la iglesia de San Miguel, donde está el mercado, y estudió con los jesuitas en lo que es hoy el instituto de San Isidro. Discípulo aventajado del poeta y músico Vicente Espinel, Lope escribió sus primeros versos con cinco años y, a los 12, su primera comedia, cuyo título parece ser premonitorio: El verdadero amante. Fue el obispo de Ávila, don Jerónimo Manrique, que ejercía como una especie de mecenas del talento juvenil para la Iglesia, quien le consiguió la beca para que estudiara en la universidad de Alcalá de Henares. Sin embargo, sus tempranos escarceos amorosos le impidieron acabar el bachiller. Lope se puso a trabajar de secretario de aristócratas, como el Marqués de Navas, y a escribir comedias para compañías teatrales, como la de Jerónimo Velázquez, que trabajaba con los teatros de la corte y que era el padre de quien sería su primer gran amor: Elena Osorio (Filis). Tenía 19 años y sus visitas al barrio de Lavapiés, donde vivía su amada (ya casada), se convirtieron en cotidianas durante cuatro años: en parte por la entrega de sus obras para la compañía, en parte por el arrebato de amor y, en parte también, para bloquear el paso a tanto pretendiente osado. Fue inútil. Es conocida la “generosidad” con la que Elena Osorio respondía a los favores y regalos de sus conquistadores. Ni su fama, ni las exitosas representaciones de sus comedias en los principales teatros, el del Príncipe (hoy el Teatro Español) y el de La Cruz (en la calle Espoz y Mina), sirvieron para que su Filis, ya viuda, se decantara por él. Su primer gran amor escogió a un hombre bien posicionado para volver a casarse. El despecho desató la pluma herida de Lope que puso negro sobre blanco aquellos famosos versos que le costaron un destierro de ocho años de la Villa y otros dos del reino de Castilla: “Una dama se vende a quien la quiera. / En almoneda está. ¿Quieren compralla? / Su padre es quien la vende, que aunque calla, / su madre la sirvió de pregonera…”. En una época en la que solo había cronistas oficiales, ni periódicos ni revistas, él dio con su particular gallina de los huevos de oro y se había convertido en el cronista dramático de sus propias vivencias, en narrador privilegiado de su tiempo.
  • 3. Se fue de Madrid, sí, a los pocos meses, pero no sin antes raptar a la que amó después. Amenazado con la pena de muerte si no cumplía el dictamen judicial, Lope se fugó con su segundo amor, Isabel de Alderete y Urbina (Belisa). Huyó con ella y con su anuencia para casarse por poderes en mayo de 1588. El consentimiento del matrimonio “a distancia” le supuso irse a la conquista de Inglaterra con la Armada Invencible y regresó, derrotado, a Valencia, donde comenzó la vida conyugal. Pero Belisa murió en el parto junto a su bebé en 1594. Lope se quedó solo cuando faltaban meses para que pudiera regresar a Madrid. Y lo hizo. Le faltó tiempo para ser acusado de amancebamiento: le pillaron in fraganti con la actriz viuda Antonia Trillo, según los documentos que se conservan de aquel pleito. “No tenemos constancia de adonde vuelve, pero era una época en la que mucha gente no tenía casa propia, vivían con los nobles a los que servían o en posadas, como Quevedo que, aún teniendo casa, la alquilaba… Eran poetas y escritores de mesón", explica el catedrático Felipe Pedraza, ponente en las jornadas que arrancan hoy. Al poco tiempo de regresar a la Villa, en 1597, Felipe II cierra los teatros en señal de luto por la muerte de su hija Catalina de Saboya. El rey muere después y el luto se prolonga dos años. Y aquí es donde entra en escena el ingenio del Fénix que, pese a mantener relaciones con la actriz (primero casada y luego viuda) Micaela de Luján (Lucinda) afincada en Sevilla, se casa con Juana de Guardo, hija de un adinerado carnicero de la corte. La boda de Felipe III en 1599 vuelve a levantar el telón de los teatros madrileños y Lope escribe profusamente para mantener a dos familias. Consigue reunirlas en Toledo primero y después en Madrid, donde compra la casa de Huertas para la familia oficial, y alquila otra en una calle aneja para la extramatrimonial. La muerte de todas sus mujeres reúne a los cuatro hijos vivos en la casa donde el dramaturgo acabará sus días. Aunque sus huesos fueron a parar a un osario común, su entierro en el cementerio anexo de la Iglesia de San Sebastián fue multitudinario. Y, según consta en las crónicas de la época, propio de un “verdadero amante”: había más mujeres que hombres.