Jesucristo es el sumo y eterno sacerdote porque su sacerdocio es eterno. Los sacerdotes del Antiguo Testamento ofrecían sacrificios de animales en el altar, lo que prefiguraba el verdadero sacrificio de Jesucristo en la cruz, cuya sangre tiene el poder de perdonar los pecados. Los sacerdotes deben ser como Cristo, tanto sacerdotes como víctimas, dado que nuestro sacerdocio es el suyo.