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LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD
Leonardo Boff
Índice
Advertencia
Introducción: La santísima Trinidad es nuestro programa de
liberación
1. En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno
1. De la soledad del uno a la comunión de los tres
2. En el principio está la comunión
3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sólo?
4. Es peligroso decir: un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra
5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad
6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
7. La santísima Trinidad es un misterio que siempre hay que conocer de
nuevo
8. La perijóresis: la interpenetración de las tres divinas personas
9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo
2. El proceso de revelación de la santísima Trinidad
10. ¿Cómo se reveló el Padre de cariño infinito?
11. ¿Cómo se reveló el Hijo, nuestro hermano?
12. ¿Cómo se reveló el Espíritu Santo, nuestra fuerza?
13. La conciencia trinitaria de los primeros cristianos
14. El Antiguo Testamento: preparación para la revelación de la santísima
Trinidad
3. La razón humana y la santísima Trinidad
15. ¿Cómo expresaron los cristianos la santísima Trinidad?
16. Tres maneras. de entender la santísima Trinidad
17. Las palabras-clave para expresar la fe en la santísima Trinidad
18. Formas erróneas de entender la santísima Trinidad
4. La imaginación humana y la santísima Trinidad
19. Creer también con la fantasía
20. La persona humana como imagen de la Trinidad
21. La familia humana, símbolo de la Trinidad
22. La sociedad como imagen de la Trinidad
23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad
24. El mundo, sacramento de la Trinidad
5. Lo que es la santísima Trinidad: la comunión de vida y de amor
entre los tres divinos
25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida
26. Yo-tú-nosotros: la santísima Trinidad
27. La Trinidad como una eterna autocomunicación
28. La santísima Trinidad es la mejor comunidad.
29. Lo masculino y lo femenino dentro de la santísima Trinidad
30. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo existen desde siempre juntos
31. En la Trinidad todas las relaciones son ternarias
32. Tres soles, pero una sola luz: así es la santísima Trinidad
6. La comunión de la Trinidad: crítica e inspiración para la sociedad y
la Iglesia
33. Más allá del capitalismo y del socialismo real
34. De una Iglesia-sociedad hacia una Iglesia-comunidad
7. La persona del Padre: Misterio de ternura
35. ¿Quién es el Padre? Misterio de ternura
36. El Padre, la raíz eterna de toda la fraternidad
37. El Padre maternal y la madre paternal
38. El Padre, el principio sin principio
39. Cómo aparece el Padre: en el misterio de todas las cosas
8. La persona del Hijo: Misterio de comunicación y principio de
liberación
40. ¿Quién es el Hijo? La comunicación eterna
41. El Hijo eterno del Padre eterno en el Espíritu Santo
42. Lo masculino y lo femenino del Hijo, nuestro hermano
43. La misión del hijo: liberar y hacer a todos hijos e hijas
9. La persona del Espíritu Santo: Misterio de amor e irrupción de lo
nuevo
44. ¿Quién es el Espíritu Santo? El motor de la liberación integral
45. El Espíritu está siempre junto al Hijo y al Padre
46. La simultaneidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo
47. La dimensión femenina de! Espíritu Santo
48. Misión del Espíritu Santo: Unificar y crear lo nuevo
49. La relación única entre el Espíritu Santo y María
10. La Trinidad en el cielo y la Trinidad en la tierra:
La historia interna de la Trinidad reflejada en la historia externa de
la creación
50. Como era en el principio: la eternidad de la Trinidad
51. La Trinidad del cielo se manifiesta en la tierra
52. La gloria y la alegría de la Trinidad
53. La creación proyectada hacia la comunión
54. Cada persona divina ayuda a la creación del universo
55. Signos trinitarios bajo la sombra de la historia
56. Ahora y siempre: la Trinidad en la creación y la creación en la Trinidad
Conclusión: Resumen de la doctrina trinitaria: el todo en muchos
fragmentos
Glosario: Palabras técnicas y afines de la reflexión trinitaria
Advertencia
DETRÁS de todos los grandes problemas humanos hay siempre una
cuestión teólogica. Hay siempre una exigencia de radicalidad, es decir, de
un sentido último, de una referencia definitiva. Cuando uno estudia estas
cuestiones se hace teólogo, independientemente de su inscripción religiosa
o confesional, del uso que hace o deja de hacer de la terminología técnica
que ha creado la llamada "teología". Hay una pregunta insoslayable: ¿Cuál
es la estructura última del ser? ¿Qué se esconde detrás de lo que vemos,
vivimos y sufrimos? ¿Qué podemos esperar? ¿Habrá un último bienestar?
¿Quién nos acogerá?
Las respuestas a estas cuestiones existenciales y sociales están
codificadas en las religiones. Las teologías intentan darles legitimidad con
todos los recursos de la razón y de otras formas de convencimiento. A
pesar de este carácter institucional, cada persona interroga por su cuenta y
busca una respuesta que llegue a adecuarse a su percepción de la
realidad.
Normalmente, cada tipo de sociedad produce su adecuada representación
religiosa. La religión que domina en un grupo es la religión del grupo
dominante. La forma dominante de representar a Dios se ve influida por la
forma con que la cultura dominante representa a Dios. Y esta cultura
representa a Dios dentro del marco de sus intereses fundamentales. Así,
en la sociedad capitalista, basada en el desinterés del individuo, en la
acumulación privada de los bienes, en la prevalencia de lo particular sobre
lo social, normalmente la representación de Dios acentúa el hecho de que
Dios es uno solo, de que es el Señor de todo, de que es todopoderoso y
fuente de todo poder. De ahí se deriva normalmente que los detentores del
poder en la tierra son sus representantes naturales. El mongol Mangu-
Khan escribió una carta al rey de Francia en donde expresaba bien este
raciocinio lógico: "
Este es el orden del Dios eterno: en el cielo hay un solo
Dios eterno y en la tierra tiene que haber un solo señor, Gengis-Kahn, el
hijo de Dios". En su sello se lee: "Un Dios en el cielo y Khan en la tierra:
sello del Señor de la tierra".
La Iglesia, en su faceta institucional-histórica, se ha desarrollado dentro del
marco occidental, fuertemente caracterizado por la concentración del poder
en pocas manos. Se ha inculturado dentro de unas matrices en las que el
poder monárquico, el principio de autoridad y de propiedad prevalecían
sobre otros valores más comunitarios y societarios. Así es como se
entiende el perfil histórico actual de la institución eclesiástica, con su modo
propio de distribución social del trabajo religioso entre clérigos y laicos,
marcadamente poco participativo. Dentro de este contexto, difícilmente
podría asimilarse el misterio trinitario como comunión de las tres distintas
personas, que —respetada su distinción— por causa del amor y de la
comunión son un solo Dios. Una doctrina trinitaria basada en la unidad de
la única naturaleza divina o de la figura del Padre, causa única y fuente
última de toda la divinidad, se presentaría como más adecuada al contexto
general de la cultura. No sin razón predomina en la conciencia de la Iglesia
un monoteísmo atrinitario o pretrinitario más bien que una verdadera
conciencia trinitaria de Dios. La vuelta a una comprensión radicalmente
trinitaria de Dios ayudaría a la Iglesia a superar el clericalismo y el
autoritarismo, todavía vigentes en los comportamientos eclesiásticos. El
desafío para la estructura eclesial no es propiamente la secularización ni la
politización de la fe; éstos son riesgos menores; el verdadero desafío para
el tipo actual de institución que concentra todavía demasiado poder en el
clero es la vivencia de la fe trinitaria, de la fe-comunión entre distintos, que
forman una comunidad viva y abierta. Esta fe llevaría a toda la estructura
de la Iglesia a un proceso de conversión. La misma estructura sería
evangelizada, ya que Puebla enseñó muy bien que "la evangelización es
una llamada a la participación en la comunión trinitaria"
(n. 218). Esto se
aplica fundamentalmente a la Iglesia como institución.
Por otro lado, hemos de reconocer que el espíritu de comunión —y por eso
mismo la raíz trinitaria de la Iglesia— se conservó y se vivió mejor en la
vida religiosa y en el cristianismo popular. En estos terrenos el poder es
más participado y está muy presente el sentido de fraternidad. Esta tiene
que abrir cada vez más espacios a la participación igualitaria de todos, sin
discriminación alguna por razones de sexo o de la función específica que
uno ocupa en el conjunto eclesial. Sólo entonces podrá ser verdad lo que
dice el concilio Vaticano II: "De esta manera la Iglesia toda aparece como
el pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
(Lumen gentium 4).
Igualmente comprobarnos, en los procesos sociales de hoy, una inmensa
voluntad de participación, de democratización v de transformaciones que
fomentan la gestación de una sociedad más igualitaria, participativa,
pluralista v fraternal. Este anhelo se afianza mejor con una comprensión
trinitaria de Dios. Más aún, encuentra en la fe cristiana en el Dios-comunión
de las tres divinas personas la utopía trascendente de todas las búsquedas
humanas de formas más participativas, comunionales y respetuosas de las
diversidades. Dios-Trinidad es lo que es. Pero la fe en Dios-Trinidad-de-
personas-distintas, enfrentada con esta realidad emergente, adquiere una
especial importancia. La Trinidad se revela también en la dimensión
política. La fe en la comunión trinitaria se puede convertir en una bandera
de liberación integral y de principio promotor de los afanes de participación
personal, social e histórica.
Nuestras reflexiones intentan reforzar este proyecto social a partir del
propio terreno específico de la teología trinitaria. Queremos
transformaciones en las relaciones sociales, porque creemos en Dios.
Trinidad de personas en eterna interrelación e infinita perijóresis.
Queremos una sociedad que sea más imagen y semejanza de la Trinidad,
que refleje mejor en la tierra la comunión trinitaria del cielo y que nos
facilite más el conocimiento del misterio de la comunión de los divinos tres.
Este libro traduce en un lenguaje más asequible lo que expusimos con una
terminología técnica en La Trinidad, la sociedad v la liberación (1987).
Consideramos la concepción trinitaria de Dios tan revolucionaria para la
sociedad, la Iglesia y la autocomprensión de la persona, que nos
disponemos a difundirla en esta forma más popular y, según espero, más
universalmente comprensible. Por el hecho de que hemos de tratar con lo
más importante y fascinante, hemos tenido que trabar una lucha
permanente con las palabras, para que fueran las más adecuadas.
Realmente, pierden consistencia cuando se las confronta con lo Inefable de
la comunión de las tres divinas Personas. Resultan como alusiones o
frágiles saetas que apuntan hacia el misterio siempre conocido y al mismo
tiempo siempre desconocido en todo el conocimiento. Pero estamos
convencidos de que apuntan en una dirección exacta.
INTRODUCCIÓN
La santísima Trinidad es nuestro programa de
liberación
¿POR QUÉ nos ocupamos hoy de la santísima Trinidad? Creer en un solo Dios
constituye ya una gran dificultad. ¡Cuánto más creer en tres personas que son un
solo Dios! ¿Vale la pena creer en Dios? ¿Qué ganamos con ello? ¿Qué cambia en
nuestra existencia el hecho de decir con toda sinceridad: creo en Dios, creo en el
Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, siempre juntos y en comunión de vida y de
amor?
Estamos convencidos de que vale la pena creer en Dios. Con ello queremos
expresar la convicción de que no es la muerte la que tiene la última palabra, sino la
vida; no es el absurdo el que gana la partida, sino el sentido pleno. Decir creo en
Dios significa: hay alguien que me rodea, que me abraza por todas partes y que me
ama; él me conoce en lo mejor de mí mismo, en el fondo del corazón, en donde ni la
persona amada puede penetrar; él conoce el secreto de todos los misterios y la
dirección de todos los caminos. No estoy solo en este universo abierto con mis
interrogantes, para los que nadie me da una respuesta satisfactoria. El está
conmigo, existe para mí y yo existo para él y delante de él. Creer en Dios quiere
decir: existe una última ternura, un último seno, un útero infinito, en el que puedo
refugiarme y tener finalmente paz en la serenidad del amor. Si esto es así, vale la
pena creer en Dios. Esto nos hace ser más nosotros mismos, potencia nuestra
humanidad.
Pero no basta acoger la existencia de Dios. ¿Cómo vive Dios? ¿Cómo es? Aquí es
donde entra la santísima Trinidad. Creemos que Dios no es soledad, sino comunión.
El uno no es lo primero, sino el tres. Primero viene el tres. Luego, debido a la
relación íntima entre los tres, viene el uno como expresión de la unidad de los tres.
Creer en la Trinidad significa: en la raíz de todo lo que existe y subsiste hay
movimiento, hay un proceso de vida, de extroyección, de amor. Creer en la Trinidad
significa: la verdad está del lado de la comunión y no de la exclusión; el consenso
traduce mejor la verdad que la imposición; la participación de muchos es mejor que
el dictado de uno solo. Creer en la Trinidad implica aceptar que todo se relaciona
con todo, formando un gran todo; que la unidad resulta de mil convergencias y no de
un factor solamente.
Nosotros nunca vivimos; siempre convivimos. Todo lo que favorece la convivencia
es bueno y vale la pena. Por eso vale la pena creer en ese modo comunitario de la
existencia de Dios, de la forma trinitaria de Dios, que es siempre comunión v unión
de tres.
No necesitamos responder a la cuestión: ¿Cómo se relaciona ese Dios-Trinidad con
los hombres? Es algo evidente. El nos incluye a todos y nos sobrepasa con su
comunión. Pero ¿cómo se relaciona con la utopía de los pobres y de los oprimidos?
Estos casi siempre han sido vencidos y convencidos por los poderosos de que son
débiles y de que no pueden vencer. Pero, a pesar de todo, viven, dormidos y
despiertos, el sueño de una humanidad sin oprimidos ni opresores. Los oprimidos
son los verdaderos portadores de esperanza, ya que son los únicos que viven de la
esperanza y necesitan de ella para seguir resistiendo y buscando la liberación. ¿Qué
es lo que desean finalmente los pobres? Quieren algo más que el pan, la casa y el
trabajo. Quieren una sociedad que se organice de tal forma que todos con su trabajo
puedan ganarse el pan y construir su casa. Y esa sociedad solamente se levantará
cuando logre estructuras sobre la participación del mayor número posible de sus
miembros, dispuesta a superar las desigualdades sociales, proponiéndose respetar
las diferencias y decidir la realización de la comunión entre todos y con el destino
trascendente a la historia.
En este contexto de búsqueda es donde la Trinidad gana especial importancia. En
ella encontramos realizado de forma definitiva nuestro programa liberador. En
efecto, en ella hay diferencia y distinción, hay igualdad y perfecta comunión y hay
unión de personas hasta el punto de que son una sola realidad divina, dinámica y en
eterna reproducción. Mirando hacia la Trinidad sacamos las oportunas
consecuencias para nuestra realidad social con vistas a su trasformación.
Considerando nuestros anhelos, especialmente el de los oprimidos, descubrimos en
la Trinidad su concreción utópica, su convergencia final más allá de nuestra propia
imaginación.
Vale la pena creer en la Trinidad y en un Dios-comunión, porque un Dios semejante
se compagina con lo más excelente de nuestra naturaleza y no se opone a nuestras
búsquedas más fundamentales. Al contrario, sale a nuestro encuentro y se ofrece a
sí mismo como su plena realización.
CAPÍTULO 1
En el principio está la comunión de los tres, no la
soledad del uno
1. De la soledad del uno a la comunión de los tres
¿Cómo es el Dios de nuestra fe? Muchos cristianos se imaginan a Dios
como un ser infinito, omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que vive
solo en el cielo y tiene a sus pies toda la creación. Es un Dios bondadoso,
pero solitario. Otros le conciben como un padre misericordioso o un juez
severo. Pero siempre piensan que Dios es solamente un ser supremo,
único, sin posibles rivales, en el esplendor de su propia gloria. Podrá estar
con los santos, con las santas y los ángeles en el cielo. Pero todos ellos
son criaturas; por muy grandiosas que sean, no dejan de haber salido de
las manos de Dios; por tanto, son inferiores, solamente semejantes a Dios.
Pero Dios estaría fundamentalmente solo, porque hay un solo Dios. Esta
es la fe del Antiguo Testamento, de los judíos, de los musulmanes y
comúnmente de los cristianos.
Necesitamos pasar de la soledad del Uno a la comunión de los divinos tres,
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Al principio está la comunión entre varios, la
riqueza de la diversidad, la unión como expresión de entrega y donación de
una persona divina o las otras.
Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí,
entonces hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas,
estamos llamados a la comunión. Somos imagen y semejanza de la
Trinidad. En virtud de esto, somos seres comunitarios. La soledad es el
infierno. Nadie es una isla. Estamos rodeados de personas, de cosas y de
seres por todas partes. Por causa de la santísima Trinidad, estamos
invitados a mantener relaciones de comunión con todos, dando y
recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que
respete las diferencias y beneficie a todos.
La fe cristiana no niega la afirmación: sólo existe un Dios. Pero comprende
de forma distinta la unidad de Dios. Por la revelación del Nuevo
Testamento, lo que existe de hecho es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios es Trinidad. Dios es la comunión de los divinos tres. El Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre
sí que están siempre unidos. Lo que existe es la unión de las tres divinas
personas. La unión es tan profunda y radical que son un solo Dios. Es algo
similar a tres fuentes que constituyen un único y mismo lago. Cada fuente
corre en dirección a la otra; entrega toda su agua para formar un solo lago.
Es algo similar a tres focos de una misma lámpara, que constituyen una
sola luz.
Es preciso cristianizar nuestra comprensión de Dios. Dios es siempre la
comunión de las tres divinas personas. Dios-Padre nunca está sin el Dios-
Hijo y el Dios-Espíritu Santo. No es suficiente confesar que Jesús es Dios.
Hay que decir que él es el Dios-Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo.
No podemos hablar de una persona sin hablar también de las otras dos.
2. En el principio está la comunión
Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en comunión recíproca.
Coexisten desde toda la eternidad; nadie es anterior ni posterior, ni
superior ni inferior al otro. Cada Persona envuelve a las otras, todas se
interpenetran mutuamente y moran unas en otras. Es la realidad de la
comunión trinitaria, tan infinita y profunda que los divinos tres se unen y
son por eso mismo un solo Dios. La unidad divina es comunitaria, porque
cada persona está en comunión con las otras dos.
¿Qué significa decir que Dios es comunión y por eso Trinidad? Sólo las
personas pueden estar en comunión. Implica que una esté en presencia de
la otra, distinta de la otra, pero abierta, en una reciprocidad radical. Para
que haya verdadera comunión, tiene que haber relaciones directas e
inmediatas: ojo a ojo, rostro a rostro, corazón a corazón. El resultado de la
entrega mutua y de la comunión recíproca es la comunidad. La comunidad
resulta de relaciones personales, en las que cada uno es aceptado como
es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí mismo.
Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona
divina sale de sí misma y se entrega a las otras dos. Da la vida, el amor, la
sabiduría, la bondad y todo lo que es. Las personas son distintas (el Padre
no es el Hijo ni el Espíritu Santo, y así sucesivamente), no para estar
separadas, sino para unirse y poder entregarse unas a otras.
En el principio está no la soledad del uno, de un ser eterno, solo e infinito.
En el principio está la comunión de los tres únicos. La comunión es la
realidad más profunda y fundadora que existe. El amor, la amistad, la
benevolencia y la entrega entre las personas humanas y divinas existen
por causa de la comunión. La comunión de la santísima Trinidad no está
cerrada sobre sí misma. Se abre hacia fuera. Toda la creación significa un
desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que
invitan a todas las criaturas, especialmente a las humanas, a entrar
también ellas en el juego de la comunión entre sí y con las personas
divinas. El mismo Jesús lo dijo muy bien: "Que todos sean una sola cosa;
como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola
cosa en nosotros" (Jn 17,21).
"Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio
más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí
mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este
amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo"(Juan Pablo II en Puebla,
e128 de enero de 1979, hablando a la Asamblea del CELAM).
3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sóla?
Hay muchas personas que se sienten intrigadas por el número tres de la
Trinidad, ya que afirmamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo;
por tanto, tres personas divinas. La dificultad se agiganta más aún cuando
decimos: los tres son uno, es decir, las tres personas son un solo Dios.
¿Qué matemáticas son ésas, en las que tres es absurdamente igual a uno?
En función de este tipo de raciocinio, dejan de tener fe en la Trinidad y
abandonan el núcleo mejor del cristianismo. Y entonces dicen: lo más
normal sería, entonces, admitir tres dioses o quedarse simplemente con un
solo Dios.
En primer lugar, la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) no es una
cuestión de número. No estamos en matemáticas, donde las cantidades se
suman, se restan, se multiplican o se dividen. Estamos en otro campo de
pensamiento. Cuando decimos Trinidad no queremos hacer una suma de
1+1+1=3. La misma palabra Trinidad es una creación de nuestro lenguaje,
que no se encuentra en la Biblia. Empezó a utilizarse después del año 150;
comenzó primero con Teodoto, un hereje, y fue luego asumida por el
teólogo laico Tertuliano (murió en el 220). En Dios no hay número. Cuando
hablamos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos referimos siempre a
un único. Lo único es la negación de todo número. Lo Único significa: sólo
existe un ejemplar, como si en el firmamento hubiera sólo una estrella, o en
el agua un solo pez y en la tierra un solo ser humano y nadie más.
Entonces debemos pensar así: sólo existe el Padre como Padre y nadie
más; sólo existe el Hijo como Hijo y nadie más; sólo existe el Espíritu Santo
como Espíritu Santo y nadie más. Rigurosamente hablando, no
deberíamos decir "tres únicos"
, sino siempre: el único es único, tanto el
Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pero para facilitar nuestra
manera de hablar, decimos con poca precisión: "tres únicos" o también
"Trinidad".
Pero no podemos pararnos en este tipo de reflexión; en caso contrario,
diríamos con toda razón: ¡entonces existen tres dioses, porque está tres
veces el único! Así estaríamos en el triteísmo. Aquí importa introducir la
otra verdad: la interrelación, la inclusión de cada persona, la perijóresis.
Los únicos no están entonces vueltos sobre sí mismos, sino que están
eternamente relacionados unos con otros. El Padre es siempre el Padre del
Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo es siempre el Hijo del Padre junto con el
Espíritu Santo. El Espíritu Santo es eternamente el Espíritu del Hijo y del
Padre. Esta interacción y compenetración entre cada único hace que exista
un solo Dios-comunión-unión.
Y es bueno que así sea, tres personas y un único amor, tres únicos y una
sola comunión.
Si hubiera un único solo, un solo Dios, existiría, en definitiva, la soledad.
Por detrás de todo el universo, tan diverso y tan armonioso, no habría la
comunión, sino solamente la soledad. Todo terminaría como la punta de
una pirámide: en un único punto solitario.
Si hubiera dos únicos, el Padre y el Hijo, habría primeramente la
separación: uno sería distinto del otro. Luego estaría también la exclusión:
uno no sería el otro. Faltaría la comunión entre ellos y, por tanto, la unión
entre el Padre y el Hijo.
Pues bien, con la Trinidad alcanzamos la perfección, ya que se da la unión
y la inclusión. Por la Trinidad se evita la soledad del uno, se supera la
separación de dos (Padre e Hijo) y se va más allá de una exclusión de uno
del otro (el Padre del Hijo, el Hijo del Padre). La Trinidad se permite la
comunión y la inclusión. La tercera figura revela la apertura y la unión de
los opuestos. Por eso, el Espíritu Santo, la tercera persona divina, fue
comprendido siempre como la unión y la comunión entre el Padre y el Hijo,
siendo la expresión de la corriente de vida y de interpenetración que vige
entre los divinos únicos durante toda la eternidad.
Por consiguiente, no es arbitrario que Dios sea la comunión de tres únicos.
La Trinidad muestra que, por debajo de todo lo que existe y se mueve,
habita una dinámica de unificación, de comunión y de eterna síntesis de los
distintos en un infinito total, vivo, personal, amoroso y absolutamente
realizador.
¿Por qué negar a las personas la verdadera información, aquel derecho
fundamental de cada uno a saber de dónde vino, adónde va y cuál es su
verdadera familia? Venimos de la Trinidad, del corazón del Padre, de la
inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. Y peregrinamos hacia el
reino de la Trinidad, que es comunión total y vida eterna.
4. Es peligroso decir: Un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la
tierra
Quedarse únicamente en la fe en un solo Dios, sin pensar en la santísima
Trinidad como la unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es peligroso
para la sociedad, para la política y para la Iglesia. Al contrario, decir que
Dios es siempre comunión de las tres divinas personas permite fomentar la
colaboración, las buenas relaciones y la unión entre los diversos miembros
de una familia, de una comunidad y de una Iglesia. Veamos los peligros de
un monoteísmo (afirmación de un solo Dios) rígido, fuera de la
comprensión trinitaria. El puede engendrar y justificar el totalitarismo
político, el autoritarismo religioso, el paternalismo social y el machismo
familiar.
1. El totalitarismo político
Ha habido gente que decía en otros tiempos: Lo mismo que existe un solo
Dios en el cielo, tiene que existir también un solo jefe en la tierra. Así es
como surgieron los reyes, los líderes y los jefes políticos que dominaban
ellos solos a sus pueblos, alegando que imitaban a Dios en el cielo. Dios
solo gobierna y dirige el mundo, sin dar explicaciones a nadie. El
totalitarismo político creó, por parte de los líderes, la prepotencia, y por
parte de los liderados, la sumisión. Los dictadores pretenden saber ellos
solos lo que es mejor para el pueblo. Quieren ejercer ellos solos la libertad.
Todos los demás deben acatar sus órdenes y obedecer. La mayor parte de
los países son herederos de una comprensión semejante del poder. Se ha
metido en la cabeza del pueblo. Por eso es difícil aceptar la democracia, en
la que todos ejercen la libertad y todos son hijos de Dios.
2. El autoritarismo religioso
Están también los que dicen: Como hay un solo Dios y existe un solo
Cristo, así también debe existir una sola religión y un solo jefe religioso.
Según esta comprensión, la comunidad religiosa está organizada en torno
a un solo centro de poder, que lo sabe todo, que habla de todo, que lo hace
todo; los demás son simples fieles, que han de adherirse a lo que el jefe
determina. Los evangelios, por ejemplo, no piensan así: está siempre la
comunidad y, dentro de ella, los coordinadores para animar a todos.
3. El paternalismo social
Algunos se imaginan a Dios como un gran padre. Con su providencia
atiende a todo y retiene sólo en sí todo el poder. Los grandes señores de
este mundo dominan apelando al nombre de Dios-amo, en la sociedad y en
la familia. Se olvidan de que Dios tiene un Hijo y que convive con el
Espíritu Santo en igualdad perfecta. Dios Padre no sustituye los esfuerzos
de los hijos e hijas. Nos invita a colaborar. Sólo la fe en un Dios-comunidad
y comunión ayuda a crear una convivencia fraterna.
4. El machismo familiar
Dios, por ser Padre, es representado como masculino. Lo masculino
asume entonces todos los valores, rebajando a lo femenino y a la mujer.
Surge así el dominio del macho y una cultura machista. Esta cultura hizo
tensas todas las relaciones y privó a todos de expresar su ternura,
especialmente a las mujeres, relegadas a ser tan sólo fuerza auxiliar del
hombre. Dios es un Padre que engendra; mostró en su revelación rasgos
femeninos y maternales. Por eso se le comprende también como Madre de
bondad insondable. Pensando siempre en los tres juntos, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, como iguales y con la misma dignidad, quitamos el soporte
ideológico del machismo, que tan perjudicial ha sido para nuestras
relaciones familiares.
La fe en la santísima Trinidad es un correctivo para nuestras desviaciones
y una poderosa inspiracion para vivir bien en el mundo y en las Iglesias.
Si Dios es trinidad de personas, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, entonces el principio creador y sustentador de toda unidad en los
grupos, en la sociedad y en las Iglesias tiene que ser la comunión entre
todos los participantes, es decir, la convergencia amorosa y el consenso
fraterno.
5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad
El Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están juntos: crean juntos, salvan
juntos y juntos nos introducen en su comunión de vida y de amor. En la
santísima Trinidad no se realiza nada sin la comunión de las tres personas.
En la piedad de muchos fieles hay una desintegración de la vivencia del
Dios trino. Algunos sólo se quedan con el Padre, otros sólo con el Hijo y,
finalmente, otros sólo con el Espíritu Santo. De esta manera surgen
desviaciones en nuestro encuentro con Dios que perjudican a la propia
comunidad.
1. La religión sólo del Padre: el patriarcalismo
La figura del padre es central en la familia y en la sociedad tradicional. El
dirige, decide y sabe. Así, algunos se representan a Dios como un padre
todopoderoso, juez de la vida y de la muerte de los hijos e hijas. Todos
dependen de él y, por eso, son considerados como menores. Esta
comprensión puede llevar a que los cristianos se sientan resignados en su
miseria y alimenten un espíritu de sumisión a los jefes, al papa y a los
obispos, sin creatividad alguna. Dios es ciertamente Padre, pero Padre del
Hijo, que, junto con el Espíritu Santo, viven en comunión e igualdad.
2. La religión sólo del Hijo: vanguardismo
Otros se quedan sólo con la figura del Hijo, Jesucristo. El es el
"compañero", el "maestro" o "nuestro jefe". Especialmente entre los
jóvenes y en los cursillos de cristiandad se ha desarrollado una imagen
entusiástica y joven de Cristo, hermano de todos y líder que entusiasma a
los hombres. Es un Jesús relacionado sólo por los lados, sin ninguna
dimensión vertical, en dirección al Padre. Esta religión crea cristianos
vanguardistas, que pierden contacto con el pueblo y con el caminar de las
comunidades.
3. La religión sólo del Espíritu Santo: espiritualismo
Hay sectores cristianos que se concentran solamente en la figura del
Espíritu Santo. Cultivan el espíritu de oración, hablan en lenguas, imponen
las manos y dan cauce a sus emociones interiores y personales. Estos
cristianos se olvidan de que el Espíritu es siempre el Espíritu del Hijo,
enviado por el Padre para continuar la obra liberadora de Jesús. No basta
la relación interior (Espíritu Santo), ni solamente hacia los lados (Hijo), ni
sólo la vertical (Padre). Hay que integrar las tres. ¿Qué sería de nosotros si
no tuviéramos un Padre que nos acoge? ¿Qué sería de nosotros si ese
Padre no nos diese a su Hijo para hacernos también hijos? ¿Qué sería de
nosotros si no hubiésemos recibido al Espíritu Santo, enviado por el Padre
a petición del Hijo para morar en nuestra interioridad y completar nuestra
salvación? ¡Vivamos la fe completa, en una experiencia completa de la
imagen completa de Dios como trinidad de personas!
La persona humana, para ser plenamente humana, necesita relacionarse
por los tres lados: hacia arriba, hacia los lados y hacia dentro. Es que la
Trinidad nos sale al encuentro: el Padre está infinitamente "arriba"; el Hijo
es el radical "para todos los lados" y el Espíritu en el total (hacia dentro).
6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
El cristiano comienza y termina el día con la oración de "Gloria al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo". Se trata de algo mucho más importante que una
profesión de fe en el Dios cristiano, que es siempre el Dios trino; es una
alabanza a las tres divinas personas, por haberse revelado en la historia y
habernos invitado a participar de su comunión divina. La respuesta humana
a la revelación de la santísima Trinidad es el agradecimiento y la
glorificación. En primer lugar, quedamos entusiasmados, pues percibimos
que, con la existencia de las tres divinas personas, estamos envueltos en
la vida y en el amor que irradian de su comunión íntima. Luego
empezamos a pensar cómo son las tres personas en comunión, qué
cualidades posee cada una de ellas y cómo se relacionan con la creación.
Jesús nos reveló su secreto de Hijo y su relación íntima con el Padre en
una oración cargada de la alegría del Espíritu: "Yo te alabo, Padre, señor
del cielo y de la tierra... Nadie conoce al hijo sino el Padre; y nadie conoce
al Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera manifestar" (Lc
10,21-22). Así también nosotros nos acercamos a la santísima Trinidad por
la oración, por la adoración y por la acción de gracias.
¿Qué estamos diciendo cuando rezamos "Gloria"? Gloria es de suyo la
manifestación de la Trinidad tal como es: comunión de los divinos tres.
Gloria es revelar la presencia de Dios trino en la historia. La presencia
siempre trae alegría, fascinación y sentimiento de comunión. Saber que
Dios es comunión de tres personas que se aman infinita y eternamente en
descubrir la belleza de Dios, su esplendor y la alegría. Un Dios solo carece
de belleza y de humor. Tres personas unidas en la comunión y en la misma
vida, entregadas unas a otras eternamente, causan un enorme asombro y
una íntima alegría. Esta alegría es mayor cuando nos sentimos invitados a
la participación.
Cuando rezamos el "Gloria" queremos devolver la gloria que descubrimos
de Dios. Gloria con gloria se paga. Agradecemos que la santísima Trinidad
quiera manifestarse, venir a morar con nosotros. Le damos gracias al
Padre porque posee un Hijo unigénito y nos ha creado como hijos e hijas
en el Hijo, en la fuerza del amor del Espíritu Santo. Quedamos contentos,
porque nos ha enviado a su propio Hijo para ser nuestro hermano y
salvador. Agradecemos que el Padre y el Hijo nos entregaran el Espíritu
Santo, que nos ayuda a aceptar a Jesucristo y nos enseña a rezar diciendo
"Padre nuestro", santificándonos e introduciéndonos en la comunidad
trinitaria a partir de nuestro propio corazón hecho templo del Espíritu.
Muchas veces, al acostarme por la noche, me he preguntado: ¿Cómo es
Dios? ¿Qué nombre expresa la comunión de los divinos tres? Y no he
encontrado ninguna palabra ni he visto ninguna luz. Comencé entonces a
alabar y glorificar. Y en aquel momento mi corazón se llenó de luz. Y ya no
pregunté más: estaba dentro de la misma comunión divina.
7. La santísima Trinidad es un misterio para ser siempre conocido de
nuevo
Decimos de ordinario que la santísima Trinidad es el mayor misterio de
nuestra fe. ¿Cómo es que tres personas pueden ser un solo Dios? En
efecto, la santísima Trinidad es un misterio augusto ante el cual vale más
callarse que hablar. Pero hemos de entender correctamente lo que
queremos decir cuando hablamos de misterio. Normalmente se entiende
por misterio una verdad revelada por Dios que no puede ser conocida por
la razón humana: ni se conoce su existencia ni —después de revelada—
se conoce su contenido.
En esta acepción el misterio significa el límite de la razón humana. Esta
intenta entender, pero cuando se han agotado sus fuerzas renuncia a las
reflexiones y acepta humildemente, por causa de la autoridad divina, la
verdad revelada. Este concepto de misterio fue asumido en una época de
la Iglesia en la que los filósofos querían sustituir la revelación divina por la
filosofía; en el siglo xix hubo algunos pensadores que se atrevieron a decir
que todas las verdades del cristianismo no eran más que verdades
naturales, por lo cual era posible prescindir de las Iglesias y asimilar las
llamadas verdades reveladas en los sistemas de pensamiento.
La comprensión más original y correcta del misterio viene de la Iglesia
antigua. Misterio significaba entonces no una realidad escondida e
incomprensible al entendimiento humano, sino más bien el designio de
Dios revelado a unas personas privilegiadas, como los grandes místicos,
las personas santas, los profetas y los apóstoles, y comunicado a todos por
medio de ellos. El misterio debe ser conocido y reconocido por los hombres
y las mujeres. No significaba el límite de la razón, sino lo ilimitado de la
razón. Cuanto más conocemos a Dios y su designio de comunión con los
seres humanos, más nos sentimos invitados y desafiados a conocer y a
profundizar.
Y podemos profundizar durante toda la eternidad sin llegar jamás al fin.
Subimos de un peldaño de conocimientos a otro peldaño, abriendo cada
vez más los horizontes sobre lo infinito de la vida divina, sin vislumbrar
nunca un límite. Dios es así vida, amor, sobreabundancia de comunicación,
en la que nosotros mismos quedamos sumergidos. Esta visión del misterio
no provoca angustia, sino expansión del corazón. La santísima Trinidad es
misterio ahora y lo será por toda la eternidad. Nosotros lo conoceremos
cada vez más, sin agotar nunca nuestra voluntad de conocer y de
alegrarnos con el conocimiento que vamos adquiriendo progresivamente.
Conocemos para cantar, cantamos para amar, amamos para estar juntos
en comunión con las divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
"Dios puede ser aquello que no podernos entender" (san Hilario). "¡Qué
profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué
incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos.!.. De
él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los
siglos. Amén" (epístola a los Romanos 11,33.36).
8. La "
perijóresis"
: La interpenetración de las tres divinas personas
Siempre que hablamos de la santísima Trinidad hemos de pensar en la
comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta comunión
significa la unión de las personas y la manifestación, de esta forma, del
único Dios trino. ¿Cómo se da esta comunión entre las divinas personas?
Los teólogos ortodoxos han acuñado una expresión que comenzó a
divulgarse a partir del siglo VII, especialmente por san Juan Damasceno
(muerto en el 750): perijóresis. Como no existe una buena traducción en
ninguna lengua moderna, creemos conveniente mantenerla en griego. Pero
hemos de entenderla bien, ya que nos abre una comprensión fructuosa de
la santísima Trinidad. Perijóresis quiere decir, en primer lugar, la acción de
envolver cada una de las personas a las otras dos. Cada persona divina
penetra en la otra y se deja penetrar por ella. Esta interpenetración es
expresión del amor y de la vida que constituyen la naturaleza divina. Es
propio del amor comunicarse; es natural que la vida se desarrolle y quiera
comunicarse. De la misma manera, los divinos tres se encuentran desde
toda la eternidad en una infinita eclosión de amor y de vida, uno en
dirección al otro.
El efecto de esta mutua interpenetración es que cada persona mora en la
otra. Este es el segundo sentido de perijóresis. En palabras sencillas, esto
significa: el Padre está siempre en el Hijo, comunicándole la vida y el amor;
el Hijo está siempre en el Padre, conociéndolo y reconociéndole
amorosamente corno Padre; el Padre y el Hijo están en el Espíritu Santo
como expresión mutua de vida y de amor; el Espíritu Santo está en el Hijo
y en el Padre como fuente y manifestación de la vida y del amor de esta
fuente abismal. Todos están en todos. Lo definió muy bien el concilio de
Florencia en el año 1441: "El Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu
Santo. El Hijo está todo en el Padre y todo en el Espíritu Santo. El Espíritu
está todo en el Padre y todo en el Hijo. Ninguno precede al otro en
eternidad, ni lo supera en grandeza, ni le sobrepuja en poder".
Así pues, la santísima Trinidad es un misterio de inclusión. Esta inclusión
impide que entendamos a una persona sin las otras. El Padre debe
comprenderse siempre junto con el Hijo y con el Espíritu Santo, y así
sucesivamente. Alguno podría pensar: ¿Habrá entonces tres dioses, el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Los habría si uno estuviese al lado del
otro, sin relación con él; los habría si no hubiese relación e inclusión de las
tres divinas personas. No existen primero los tres y luego su relación. Los
tres conviven sin principio y se entrelazan eternamente. Por eso son un
solo Dios, un Dios-Trinidad.
"La física moderna ha demostrado que no podemos hablar ya de partículas
elementales, como átomos, núcleos y hadrones. En la nueva visión, el
universo se concibe como una trama de acontecimientos siempre
relacionados; todos los fenómenos naturales están interligados, de manera
que ninguno puede explicarse por sí mismo sin los otros. Es el reflejo de la
perijóresis divina dentro de la creación"
(Fritjof Capra, en el capítulo
`Interpenetracáo" del libro O Tao da Fisica, S. Paolo 1987, 213-225).
9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo
¿Cómo se reveló la santísima Trinidad? Hay dos caminos que debemos
seguir. En primer lugar, la santísima Trinidad se reveló en la vida de las
personas, en las religiones, en la historia y, luego, en la vida, pasión,
muerte y resurrección de Jesús, y en la manifestación del Espíritu Santo en
las comunidades de la primitiva Iglesia y en el proceso histórico hasta los
días de hoy. Aun cuando los hombres y las mujeres no supieran nada de la
santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitaban desde
siempre en la vida de las personas. Siempre que las personas seguían las
llamadas de sus conciencias; siempre que obedecían más a la luz que a
las ilusiones de la carne; siempre que realizaban la justicia y el amor en las
relaciones humanas, estaba presente la santísima Trinidad. Porque Dios
trino no se encuentra fuera de esos valores a que aludíamos. San Ireneo
(murió por el año 200) dijo acertadamente: "
El Hijo y el Espíritu Santo
constituyen las dos manos por las cuales nos toca el Padre, nos abraza y
nos moldea cada vez más a su imagen y semejanza. El Hijo y el Espíritu
Santo han sido enviados al mundo para morar entre nosotros e insertarnos
en la comunión trinitaria"
.
La santísima Trinidad, en este sentido, no estuvo nunca ausente de la
historia, de las luchas y de la vida de las personas de todos los tiempos.
Hemos de distinguir siempre entre la realidad de la santísima Trinidad y la
doctrina sobre ella. La realidad de las tres divinas personas ha
acompañado siempre a la historia humana. La doctrina surgió luego,
cuando las personas captaron la revelación de la santísima Trinidad y
pudieron formular doctrinas trinitarias.
La revelación misma de la santísima Trinidad en toda su claridad sólo vino
por medio de Jesucristo y por las manifestaciones del Espíritu Santo. Hasta
entonces, en las religiones, en los profetas del Antiguo Testamento y en
algunos textos sapienciales aparecían algunas alusiones trinitarias. Con
Jesús irrumpió la conciencia clara de que Dios es Padre que envía a su
Hijo unigénito, encarnado en Jesús de Nazaret en virtud del Espíritu Santo;
él formó la santa humanidad de Jesús en el seno de la virgen María y llenó
a Jesús de entusiasmo para predicar y curar, así como envió a los
apóstoles para dar testimonio y fundar comunidades cristianas. Sólo
podremos entender a Jesucristo si lo comprendemos tal como nos lo
presentan los evangelios: como Hijo del Padre y lleno del Espíritu Santo.
La Trinidad no se revela como una doctrina, sino como una práctica: en los
comportamientos y palabras de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en
el mundo y en las personas.
¡Padre, extiende tu mano y sálvanos de esta miseria! Y el Padre, que
escucha el grito de sus hijos e hijas oprimidos, extendió sus dos manos
para liberarnos y abrazarnos en su seno bondadoso: el Hijo y el Espíritu
Santo.
CAPÍTULO 2
El proceso de revelación de la santísima Trinidad
10. ¿Cómo se reveló el Padre de cariño infinito?
El texto más importante que se aduce para la revelación de la santísima
Trinidad por parte de Jesús es su palabra de despedida en Mateo: "Id,
pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
(28,19). Este mandato de
Jesús sólo se encuentra en el evangelio de san Mateo; falta en los otros
tres evangelios.
Los estudiosos piensan que esta fórmula es tardía, ya que recoge la
experiencia bautismal de la comunidad primitiva en el tiempo en que se
escribió el evangelio de san Mateo, por el año 85. Aquella comunidad
había meditado mucho en la vida y en las palabras de Jesús. A partir de allí
comprendió que Jesús nos había revelado de hecho quién es Dios, es
decir, la santísima Trinidad, y que en nombre de ese Dios trino tenían que
ser bautizados los creyentes. Jesús está en el origen de esta fórmula
eclesial.
Vamos a considerar cómo nos reveló Jesús las tres personas divinas.
Comencemos por el nombre del Padre. Sabemos que Jesús siempre llamó
a Dios Abba, que quiere decir "
papá"
. Si uno llama a Dios Padre es porque
se siente hijo. Este Padre es de infinita bondad y misericordia. Jesús
mantuvo en sus largas oraciones una profunda intimidad con él. Si se
muestra misericordioso con los pecadores es porque está imitando al
Padre celestial, que es fundamentalmente misericordioso y ama a los
ingratos y malos (Lc 6,35).
¿Cómo actúa el Padre? El Padre actúa en el mundo con vistas a la
implantación de su Reino. Jesús hace del mensaje del reino de Dios el
centro de su predicación. Reino no significa un territorio sobre el cual tiene
dominio un rey. Reino es el modo de actuar del Padre mediante el cual va
liberando a toda la creación de los males del pecado, de la enfermedad, de
las divisiones y de la muerte, e implantando el amor, la fraternidad y la
vida.
Jesús, con su palabra y con su práctica, se empeña en inaugurar ya en
este mundo el reino del Padre. Y lo hace, como veremos a continuación, en
la fuerza del Espíritu Santo. Jesús se siente tan unido con este Padre, que
puede confesar: "
Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). El Padre
amó al Hijo "antes de la creación del mundo" (Jn 17,24). Por tanto, incluso
antes de ser creador, Dios era el Padre del Hijo eterno, que se encarnó y
se llamó Jesucristo. El nos revela al Padre porque dijo: "
El que me ha visto
a mí ha visto al Padre"
(Jn 14,9).
El Padre es Padre, no ante todo por ser creador. Antes de la creación ya
era Padre, porque eternamente era el Padre del Hijo. En el Hijo él nos
imaginó como hijos e hijas suyos y, por tanto, como hermanos y hermanas
del Hijo. Desde siempre estábamos en el corazón del Padre. Allí están
nuestras raíces.
11. ¿Cómo se reveló el Hijo, nuestro hermano?
El Hijo se reveló asumiendo la santa humanidad de Jesús de Nazaret. Pero
debemos respetar el camino que él escogió para manifestarse a las
personas. No empezó diciendo enseguida que estaba encarnado en Jesús.
Los discípulos, viendo cómo rezaba, cómo actuaba y cómo hablaba, fueron
descubriendo la realidad de la filiación divina de Jesús, y así descubrieron
la presencia de la segunda persona de la santísima Trinidad.
En primer lugar, el Hijo se revela en la forma de rezar de Jesús. Llama a
Dios su "
querido papá"
. El que llama a Dios papá se siente su hijo querido.
Y, de hecho, Jesús dice: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiera manifestar"
(Lc 10,22). En la oración Jesús
revelaba su unión e intimidad con el Padre. Entonces podía decir: "Yo y el
Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). Se sentía Hijo, pero con la misma
naturaleza del Padre, viviendo una misma comunión.
En segundo lugar, Jesús actuaba como quien era el Hijo de Dios y el
representante del Padre. Se compadecía de todos los que sufrían y de
todos los pobres. Curaba y consolaba. Las personas agraciadas tenían la
sensación de estar ante el poder personalizado de Dios. Pedro confesaba:
"¡Tú eres el Hijo de Dios vivo!" Los enemigos de Jesús se dieron cuenta de
que Jesús invadía el espacio divino. Perdonaba pecados, cosa que
solamente Dios puede hacer; modificaba la ley santa del Antiguo
Testamento o introducía interpretaciones liberadoras. Con razón le
acusaban: "Llama a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios" (Jn
5,18).
En tercer lugar, el mismo cielo dio testimonio en favor de Jesús, el Hijo de
Dios. No sabemos si el relato bíblico se refiere a un acontecimiento
concreto o se trata de expresar, por esta forma literaria, la experiencia
íntima de Jesús, comunicada de alguna manera a los discípulos. De todas
formas, en el bautismo de Jesús y en la transfiguración del monte Tabor se
oyó la voz: "
Este es mi Hijo amado, mi predilecto"
(Mt 3,17; 17,5). Aquí se
revela lo que Jesús escondía con recato: su filiación divina.
Finalmente, la muerte y la resurrección de Jesús son momentos cruciales
en los que se revela la verdadera naturaleza de Dios y de las otras dos
personas divinas: el amor y la plena comunión. En la muerte, Jesús
entrega totalmente su vida a los demás. Esta muerte es fruto del rechazo
que Jesús sufrió. Pero no deja que la muerte sea solamente expresión del
rechazo de su persona, del Dios que anuncia y del Reino. Asume
libremente la muerte como expresión suprema de su amor para con quien
lo rechaza. Quiere que la última palabra la tenga la comunión y no la
exclusión. Jesús murió en solidaridad y en comunión hasta con los
enemigos que le condenaban para garantizar el triunfo del amor y de la
comunión. Este triunfo se revela en la resurrección, que es la plenitud de la
vida en total comunicación y realización. Esta vida revelada en la
resurrección es la misma que estaba en la cruz. Por eso existe una unidad
entre la muerte y la resurrección: hay un solo misterio pascual. Este
misterio revela la esencia de la santísima Trinidad: el amor y la comunión.
En este misterio está presente el Padre, que ama y que sufre con el Hijo;
está presente el Espíritu Santo, por cuya fuerza el Hijo entrega su vida y
mantiene la comunión hasta el fin.
Si queremos estar unidos a la santísima Trinidad, hemos de seguir el
mismo camino que Jesús: rezar con intimidad, actuar con radicalidad por la
justicia y la comunión y aceptar la misma muerte como forma de entrega
total y de comunión última hasta con los enemigos.
12. ¿Cómo se reveló el Espíritu Santo, nuestra fuerza?
El Espíritu Santo es la segunda mano por la que el Padre nos alcanza y
nos abraza. El Padre y el Hijo enviaron al mundo al Espíritu Santo. Ya
antes el Espíritu actuaba desde siempre en la tierra: fomentando la vida,
animando el coraje de los profetas, inspirando sabiduría para las acciones
humanas. Su mayor obra fue venir sobre María y formar en su seno la
santa humanidad del Hijo encarnado en Jesús; bajó sobre Jesús con
ocasión del bautismo de Juan; en la fuerza del Espíritu, Cristo hace
portentos para liberar al hombre de sus miserias. El mismo Jesús dijo: "Si
echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de que ha llegado a
vosotros el reino de Dios"
(Mt 12,28). Después de la ascensión de Jesús a
los cielos, es el Espíritu el que profundiza y difunde el mensaje de Cristo. El
nos hace acoger con fe y con amor a la persona del Hijo y nos enseña a
rezar: ¡Abba, Padre nuestro!
Hay cuatro lugares privilegiados de revelación del Espíritu Santo. El
primero es la virgen María. El moró en ella. La elevó a la altura de lo divino.
Por eso lo que nace de María, como dice san Lucas, será llamado Hijo de
Dios (Lc 1,35). Lo femenino fue tocado por lo divino y también eternizado.
La mujer posee en Dios su propio lugar.
El segundo lugar es Jesucristo. Jesús estaba lleno del Espíritu. Por eso era
el hombre nuevo, totalmente libre y liberado de todas las ataduras
históricas. En la fuerza del Espíritu lanza su programa mesiánico de total
liberación (Lc 4,18-21). El Espíritu y Cristo siempre estarán juntos para
conducir de nuevo a la creación al seno de la santísima Trinidad.
El tercer lugar es la misión. El Espíritu baja en pentecostés sobre los
apóstoles, les quita el miedo y los envía a difundir el mensaje de Cristo
entre todos los pueblos. Es el Espíritu el que en la misión permite ver y
realizar la unidad en la pluralidad de naciones y de lenguas. La variedad no
tiene por qué significar confusión, sino riqueza de la unidad.
El cuarto lugar es la comunidad humana y eclesial. Dentro de ella aparecen
muchos servicios y habilidades. Unos saben consolar, otros coordinar,
otros escribir, otros construir. De la misma forma, en la comunidad cristiana
existe todo tipo de servicios y ministerios, bien en favor de la comunidad o
bien en favor de la sociedad, rompiendo muchas veces los esquemas e
inaugurando lo nuevo. Todo proviene del Espíritu. Los cristianos han
meditado sobre estas manifestaciones y han sacado la siguiente
conclusión: el Espíritu Santo también es Dios con el Padre y el Hijo. No son
tres dioses, sino un solo Dios en comunión de personas.
Estas son las señales de la presencia del Espíritu: cuando hay entusiasmo
en el trabajo de la comunidad, cuando hay coraje para inventar caminos
nuevos para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género
de opresión, cuando hay voluntad de liberación empezando por la justicia
de los pobres, cuando hay hambre y sed de Dios y unción en el corazón.
13. La conciencia trinitaria de los primeros cristianos
En el Nuevo Testamento tenemos la revelación de la santísima Trinidad.
Pero no existe allí una doctrina elaborada sobre este hecho. La doctrina
supone el cuestionamiento, la reflexión y la sistematización de las ideas.
Esto no surgirá hasta dos siglos más tarde, cuando los cristianos tuvieron
que elaborar ideas claras sobre la divinidad de Jesús y la del Espíritu
Santo.
Pero en los escritos de los primeros cristianos, particularmente en las
cartas de san Pablo, de san Pedro y de san Juan, se percibe la conciencia
trinitaria. Esta conciencia se expresa mediante fórmulas ternarias, es decir,
mediante formas de pensar y de hablar en las que el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo aparecen siempre juntos. Este hecho demuestra que hay allí
una fe en la santísima Trinidad, aunque no se perciba claramente una
doctrina bien elaborada sobre la misma; podemos decir que esta doctrina
sólo está allí a manera de embrión. Veamos algunos de los textos más
significativos.
El primero es el de la comunidad eclesial de san Mateo: "Id, pues, y haced
discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (28,19). Ya hemos dicho que se trata
de un texto tardío (por el año 85) y significa que por el bautismo el fiel es
introducido en la comunidad de la Trinidad y está bajo la protección de los
divinos tres.
El segundo texto en importancia es el de san Pablo, que hoy se utiliza en
todas las misas: "La gracia de Jesucristo, el Señor; el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Cor 13,13). La
fórmula ternaria es tan explícita que nos dispensa de todo comentario.
Otro texto trinitario es el de la carta a los Tesalonicenses: "
Pero nosotros
debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos
queridos del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para
salvaros por la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad.
Precisamente para esto os llamó por nuestra predicación del evangelio,
para que alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo"
(2Tes 2,13-14).
Aquí aparecen juntos, en la obra de la salvación, los divinos tres. Conviene
recordar que siempre que el Nuevo Testamento habla de Dios
sobrentiende al Padre. Textos semejantes a los citados son los de 1 Cor
12,4-6 y Gál 3,11-14; 2Cor 1,21-22; 3,3; Rom 14,17-18; 15,16; 15,40; Flp
3,3; Ef 2,20-22; 3,14-16.
Destaquemos, además, otros textos en virtud de su claridad: "Y como
prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestroscorazones el Espíritu
de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! (Gál 4,6). "
Dios es el que a nosotros y
a vosotros nos mantiene firmes en Cristo y nos ha consagrado; él nos ha
marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones el Espíritu como
prenda de salvación"
(2Cor 1,21-22). "Por él (por Jesucristo) los unos y los
otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu"
(Ef 2,18).
Habría otros textos que podrían ser leídos sin mayores explicaciones,
como en la epístola de Tito 3,4-6, en la primera de Pedro 1,2, en la epístola
de Judas 20-21, en el Apocalipsis 1,4.5 y en otros más.
La tónica de estos textos es siempre la siguiente: en la obra de la
aproximación liberadora de Dios a los seres humanos siempre aparecen
los tres divinos en comunión, actuando juntos e insertándonos en su vida
divina.
Más importante que la conciencia del bien es hacer el bien. Más importante
que saber cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios es
vivir la comunión, que es la esencia de la Trinidad.
14. El Antiguo Testamento: Preparación para la revelación de la
santísima Trinidad
Si el único Dios verdadero se llama Trinidad de personas, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, entonces hemos de admitir que toda revelación divina, en
cualquier parte de la historia, significa una manifestación de la santísima
Trinidad. Ciertamente, la gente no sabe que el encuentro con Dios implica
siempre un encuentro con las tres divinas personas; pero una vez
descubierta esta verdad, siempre podemos decir: toda experiencia
auténtica de Dios significa realmente una experiencia del Dios trinitario. A
la luz de esta verdad podemos releer las religiones del mundo, y
particularmente el Antiguo Testamento. Allí percibimos indicios de una
conciencia de que en Dios hay diversidad y de que en él existe la comunión
y el amor. Así, en el Antiguo Testamento se profesa la fe de que existe
solamente un único dios, pero al mismo tiempo se afirma que este Dios
salió de sí mismo, que estableció una alianza con los hombres y con las
mujeres, que toma partido por los oprimidos y quiere su liberación.
En los escritos del Antiguo Testamento descubrimos tres personificaciones
que aluden a la fe futura en la santísima Trinidad. En primer lugar, se
personifica la sabiduría. Ella es el Dios presente entre los hombres, que
abre caminos donde hay dudas, que enciende la luz en medio de la
búsqueda de los hombres. Ella es Dios, pero posee una relativa autonomía
respecto al mismo Dios. En segundo lugar, se personifica la palabra de
Dios. Por la palabra, Dios está en medio de la comunidad; por medio de
ella él comunica su voluntad, juzga la historia, salva y promete al futuro
liberador. Esta palabra es Dios, pero al mismo tiempo mantiene una
relativa independencia de él, lo cual demuestra que en Dios hay unidad y
diversidad. Finalmente, se personifica también a la fuerza de Dios: es el
Espíritu de sabiduría, de discernimiento, de coraje, de santidad. Esta fuerza
de Dios se manifiesta en la creación, en la historia, en la vida de las
personas, particularmente en los justos y en los profetas. El Nuevo
Testamento vio en estas manifestaciones la presencia del Espíritu Santo,
tercera persona de la santísima Trinidad.
La santísima Trinidad quiso manifestarse progresivamente a las personas
humanas. Primero, como enseñaba san Epifanio, "se enseña la unidad en
Moisés, luego se anuncia la dualidad en los profetas y, finalmente, se
encuentra la Trinidad en los evangelios".
La revelación es como la vida. Hay siempre una preparación de lo que va a
surgir. La aurora prepara el sol naciente, la semilla la planta, la flor el fruto.
Así, el Antiguo Testamento prepara el Nuevo; el Dios de la alianza, al Dios
de la comunión.
CAPÍTULO 3
La razón humana y la santísima Trinidad
15. Cómo expresaron los cristianos la santísima Trinidad
La venida del Hijo y del Espíritu Santo inauguró un tiempo nuevo en la
humanidad. Los primeros cristianos, al ver las acciones y las palabras de
Cristo y estando atentos a las manifestaciones del Espíritu Santo, llegaron
a la conclusión de que Dios-Padre los había enviado y que los tres eran el
Dios en comunión e intercomunicación.
Al principio, no había reflexión teológica sobre esta convicción. El ambiente
litúrgico fue el primer lugar de expresión de la fe trinitaria. Las doxologías,
esto es, las oraciones de alabanza y de acción de gracias, constituyeron
las oportunidades primordiales en las que los fieles atestiguaron la
presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Las oraciones antiguas,
lo mismo que las nuestras de hoy, terminaban siempre con el "Gloria al
Padre, por el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo".
Estaba, además, la práctica sacramental. Se celebraba de forma solemne
el bautismo y la eucaristía. Siguiendo el mandato del resucitado,
conservado en Mateo (28,19), los cristianos bautizaban "en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Los primeros formularios de misas
(anáforas o canon) se estructuraban siempre de forma trinitaria. El Padre
es siempre el fin y el objetivo de toda celebración. En ella se celebran los
misterios de la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús, se
recuerda la venida del Espíritu en pentecostés y su actuación en la
comunidad y en la historia. Y todo esto se hace para insertar a las
personas en la comunión trinitaria.
También conocemos los primeros credos (llamados "símbolos" en la Iglesia
antigua). Allí había ya una clara conciencia trinitaria. El rito actual del
bautismo todavía conserva la misma estructura de expresión de fe que el
rito del siglo II en Roma. Allí se dice: "Creo en Dios, Padre todopoderoso...,
y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor... Creo en el Espíritu Santo".
Todavía hoy los cristianos suelen comenzar y terminar el día haciendo la
señal de la cruz; es una expresión de fe en el Dios cristiano, que es
siempre la comunión y la copresencia de las tres personas.
Finalmente, a partir del siglo al empezaron las reflexiones teológicas. En
primer lugar, se pensó sobre la verdadera naturaleza de Cristo, la misma
del Padre; por eso es igualmente Dios, como y con el Padre. Luego se
llegó a la idea clara de que también el Espíritu es igualmente Dios como y
con el Padre y el Hijo. Solamente el año 381, en el concilio de
Constantinopla, se definió con todas las palabras que Dios es tres
personas en la unidad de una misma naturaleza de amor y de comunión.
El pensamiento reflejo no tiene nunca la primera palabra. Primero viene la
vida, la celebración de la vida y el trabajo. Luego viene la reflexión y la
doctrina. Lo mismo pasó con los primeros cristianos. Comenzaron
alabando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y bautizando luego a los que
creían en el nombre de la Trinidad Tan sólo al final empezaron a
reflexionar sobre lo que celebraban y sobre lo que hacían.
16. Tres maneras de entender la santísima Trinidad
A lo largo de la historia los cristianos han desarrollado tres modalidades
principales de presentar de forma más sistemática el misterio de la
santísima Trinidad. ¿Por dónde empezar? Veamos cada una de estas
formas: la griega, la latina y la moderna.
Los griegos partían de la persona del Padre. Veían en él la fuente y el
principio de toda la divinidad y de todas las cosas que existen. Lo dice bien
el credo: "Creo en Dios Padre todopoderoso". Este Padre está lleno de
inteligencia y de amor. Al expresarse a sí mismo, engendra de sí al Hijo
como la expresión suprema de su naturaleza. Es su palabra, reveladora de
su misterio sin principio. Al proferir la palabra (el Hijo) emite también el
soplo: espira al Espíritu Santo, que sale del Padre simultáneamente con el
Hijo. De esta manera el Padre entrega a las dos personas toda su
sustancia y su naturaleza. De esta forma los tres son consustanciales, es
decir, poseen juntos la misma naturaleza y por eso son Dios.
Los latinos partían de la única naturaleza divina. Esta naturaleza es
espiritual. Por eso está llena de vitalidad y de dinamismo interior. Este
principio espiritual, en cuanto que es eterno, sin principio y sin fin, se llama
Padre. En cuanto que el Padre se conoce a sí mismo, se proyecta hacia
fuera como palabra, engendra al Hijo. En cuanto que el Padre y el Hijo se
vuelven el uno hacia el otro, se reconocen y se aman, espiran juntos (como
de un solo principio, como en un solo movimiento) al Espíritu Santo. Si los
griegos acentuaban en el credo la expresión Padre ("Creo en Dios Padre
todopoderoso"), los latinos se detenían más en Dios ("
Creo en Dios, Padre
todopoderoso"
); solamente luego pasaban a la persona del Padre.
Los modernos prefieren partir de las relaciones entre las tres divinas
personas. Parten decididamente de la novedad cristiana. Dios es, desde el
principio, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero las tres personas están de tal
manera interpenetradas unas en las otras, mantienen entre sí un lazo de
amor tan íntimo y tan fuerte, que son un solo Dios. Son tres amantes de un
solo amor o son tres sujetos de una única comunión.
Cada una de estas visiones tiene sus ventajas. En un mundo donde se
tiende a venerar muchos dioses y fetiches es aconsejable partir de la
unidad de la naturaleza divina. En una realidad en donde se acentúa
demasiado la unicidad y lo absoluto de Dios y la concentración del poder
político y religioso es conveniente partir de la trinidad de personas en
comunión. En una sociedad de egoísmo, en donde no hay comunión
suficiente para humanizar las relaciones ni se respetan las diferencias, está
indicado partir de las relaciones iguales, amorosas y unitivas entre las tres
personas. Entonces aparece con claridad que la santísima Trinidad es la
mejor comunidad y que es el programa de liberación de los cristianos.
A los filósofos les agrada ver en Dios al absoluto. Este lenguaje tiene un
inconveniente: establece siempre un dualismo fundamental entre lo
absoluto y lo relativo, entre la eternidad y el tiempo, entre Dios y el mundo.
Los cristianos preferimos hablar de la comunión de las divinas personas,
que es siempre inclusiva, ya que engloba también a la humanidad, al
mundo y al tiempo.
17. Las palabras-clave para expresar la fe en la'santísima Trinidad
Después de ciento cincuenta años de reflexiones, discusiones y encuentros
de obispos, la Iglesia llegó a fijar las palabras-clave con las que expresar
su fe en la santísima Trinidad sin errores ni distorsiones. Es verdad que las
expresiones parecenfrías y formales. Pero tienen que completarse con el
corazón, que se inflama al saber que es el receptáculo dentro del cual
moran las tres divinas personas.
Naturaleza divina una y única: Para señalar lo que une en la Trinidad y
hace que las personas sean un solo Dios, la Iglesia utilizó la palabra
naturaleza (sustancia o esencia). La naturaleza es la esencia de Dios en su
aspecto dinámico; por tanto, es aquello que constituye a Dios como Dios,
distinto de cualquier otro ser posible. Esta naturaleza es numéricamente
una y se encuentra presente en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.
Persona es aquello que distingue en Dios, o sea, el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Entendemos por persona la individualidad que existe en sí,
vuelta hacia los otros en una existencia singular, distinta de las otras. Así el
Padre es distinto del Hijo, aunque no sea otra cosa distinta del Padre, ya
que posee la misma naturaleza. Es propio de cada persona estar abierta a
la otra y entregarse totalmente a ella, de tal forma que el Padre está todo
en el Hijo y en el Espíritu Santo, y así cada persona respectivamente.
Procesiones designa la manera y el orden según los cuales una persona
procede (de ahí "procesiones") de la otra. Existen dos procesiones: la
generación del Hijo y la espiración del Espíritu Santo. Se dice que el Padre
se conoce a sí mismo absolutamente: esta operación es tan absoluta en el
Padre que engendra al Hijo. El Padre no causa al Hijo, sino que le
comunica totalmente su propio ser. El Padre y el Hijo se contemplan y se
aman. Este amor hace que los dos espiren al Espíritu Santo, como
expresión de amor del Padre y del Hijo.
Relaciones son las conexiones que existen entre las tres divinas personas.
El Padre en relación con el Hijo posee la paternidad; el Hijo en relación con
el Padre posee la filiación; el Padre y el Hijo en relación con el Espíritu
Santo poseen la espiración activa; el Espíritu Santo en relación con el
Padre y el Hijo posee la espiración pasiva. Las relaciones permiten
distinguir a una persona de la otra. Pero las personas se distinguen
también por su propia personalidad.
Misiones designan la presencia de las personas divinas dentro de la
historia; así se dice que el Padre, al engendrar al Hijo, proyectó toda la
creación; el Hijo se encarnó para divinizarnos y redimirnos; el Espíritu
Santo recibió la misión de santificarnos y de reconducirlo todo al reino de la
Trinidad. Con estas palabras vislumbramos un poco del misterio divino de
comunión y de infinito amor.
No se nos han revelado las palabras, sino las personas: el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo. Las palabras solamente valen cuando nos recuerdan y
nos llevan a las personas divinas. Por eso es preciso usarlas con unción y
con amor. De lo contrario, somos como camellos que se quedan ciegos
antes de llegar al oasis de aguas abundantes.
18. Formas erróneas de entender la santísima Trinidad
La fe cristiana profesó desde el comienzo que el Dios revelado por Jesús
es Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Inicialmente no hubó problemas,
ya que los cristianos no habían sentido todavía la necesidad de profundizar
en las implicaciones de su fe. ¿Cómo compaginar la fe en un solo Dios, tal
como se creía en el Antiguo Testamento, con la fe del Nuevo Testamento,
que afirma la Trinidad en Dios? En la Iglesia de ayer y todavía en nuestros
días perduran tres formas erróneas de entender la santísima Trinidad: el
modalismo, el subordinacionismo y el triteísmo. Veamos cada una de ellas.
El modalismo es el error según el cual la santísima Trinidad representa tres
modos (de ahí "modalismo"
) de presentarse a los hombres el mismo y
único Dios. Dios sólo puede ser uno y habita en una luz inaccesible. Sin
embargo —dicen los modalistas—, cuando se revela a los seres humanos,
aparece bajo tres máscaras distintas. Cuando se dice que Dios crea,
aparece bajo la máscara de Padre. Cuando se dice que Dios salva,
aparece bajo la máscara de Hijo. Cuando se dice que Dios santifica y
reconduce toda la creación al reino de los cielos, se trata del mismo y único
Dios que aparece bajo la forma de Espíritu Santo. Dios es Trinidad
solamente para nosotros. En sí mismo, es solamente un Dios único y
solitario. Con esta comprensión errónea se renuncia a la idea típicamente
cristiana de Dios como comunión de los tres únicos: el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. La Iglesia, ya desde antiguo, condenó siempre esta forma
de representar a la santísima Trinidad.
El subordinacionismo significa que el Hijo y el Espíritu Santo están
subordinados (de ahí "subordinacionismo"
) al Padre. Solamente el Padre es
plenamente Dios. El Hijo es la criatura más excelsa que creó el Padre.
Pero no es Dios. Todo lo más posee una naturaleza semejante a la del
Padre, pero nunca es igual ni de la misma naturaleza que el Padre. Lo
mismo se dice del Espíritu Santo. Depende del Padre y no es Dios.
Algunos llegaron a decir que el Hijo es solamente adoptivo, pero nunca
unigénito ni de la misma sustancia del Padre. En esta comprensión se
pierde la igualdad entre las tres divinas personas, así como la divinidad de
cada una de ellas. La Iglesia, especialmente en el concilio de Nicea (año
325), condenó esta doctrina.
Está, finalmente, el triteísmo. Algunos cristianos decían: Sí, existen tres
personas divinas. Pero son tres dioses distintos, separados unos de otros.
Esta doctrina fue rechazada. ¿Cómo puede haber tres infinitos?, ¿tres
absolutos?, ¿tres eternos? Las tres personas están eternamente
relacionadas y en comunión entre sí, hasta el punto de ser un único Dios-
amor-y-vida.
Estos errores han obligado a los cristianos a profundizar en su
conocimiento de la santísima Trinidad, manteniendo siempre la unidad del
amor y la trinidad de las personas que aman.
Las doctrinas erróneas son generalmente lecturas parciales de la verdad
Para contemplar la verdad con los dos ojos necesitamos un gran esfuerzo
de la razón. Las doctrinas erróneas nos obligan a pensar. Por eso no
representan una desgracia absoluta, sino un accidente del camino hacia el
rumbo cierto.
CAPÍTULO 4
La imaginación humana y la santísima Trinidad
19. Creer también con la fantasía
Nosotros no creemos solamente con el corazón, que ama, y la cabeza, que
piensa. También creemos con nuestra fantasía. Sin la fantasía no somos
casi nada. Es a partir de la fantasía como se fortifica nuestra esperanza y
toma colorido toda la realidad. Sólo podemos captar lo que Dios nos
prometió si usamos la fantasía, porque la mente humana sólo alcanza lo
presente y piensa en Dios con conceptos sacados del mundo. El mismo
Jesús, cuando nos describe el reino de Dios, utiliza imágenes y
comparaciones sacadas de la fantasía: la imagen de la semilla, del tesoro
escondido, del banquete, del amo que llega por sorpresa a su propiedad...
Los pensadores cristianos utilizaron ya desde los primeros siglos las
imágenes para poder comprender mejor y comunicar alguna idea del
augusto misterio de la Trinidad. Así, por ejemplo, san Ignacio de Antioquía
(muerto en el 104) escribió una carta a los efesios en que habla de esta
forma de la santísima Trinidad: "Sois piedras del templo del Padre,
preparadas para la construcción por Dios-Padre, levantadas a las alturas
por la palanca de Jesucristo, palanca que es la cruz, sirviéndoos del
Espíritu Santo como de una cuerda". Aquí aparecen las tres divinas
personas actuando en la historia en función de la salvación del mundo.
También es muy conocido el icono del ruso Rublev (por el 1410). Presenta
a las tres personas divinas bajo la forma de los tres ángeles que se
aparecieron a Abrahán en Mambré (Gén 18,1-5) y que luego
desparecieron, dejando la impresión clara de una visita del mismo Dios.
Los tres están sentados alrededor de una mesa, sobre la cual está la
eucaristía. Son todos ellos iguales y al mismo tiempo distintos. Se miran
entre sí con respeto y en profunda comunión de amor. La eucaristía
significa la presencia de Cristo y, junto a él, la del Espíritu, que fue enviado
por el Padre; es decir, la presencia de toda la santísima Trinidad morando
con nosotros en la tierra.
Hay también otra representación muy significativa que se encuentra en una
pequeña iglesia de Baviera (Urschalling bei Prein). Allí aparece el Espíritu
Santo en forma de mujer, teniendo a un lado al Padre y al otro al Hijo. Los
dos ponen sus manos, respetuosamente, en el seno del Espíritu Santo. Y
por debajo los tres terminan unidos, como si fuesen un solo cuerpo,
cubierto con una larga túnica. De nuevo está aquí la diversidad (las tres
personas), incluyendo a lo femenino en Dios y la unidad (la misma
naturaleza de amor y comunión). En la iglesia de la Trinidad en Goiás
también se representa a la santísima Trinidad coronando a Nuestra
Señora, que está en el lugar de toda la creación. Con razón los cristianos
de aquel lugar escribieron un gran letrero: "La santísima Trinidad es la
mejor comunidad", como saludo a los cristianos de las comunidades
eclesiales de base de todo el Brasil.
Somos templos de la santísima Trinidad. Ella está en todas y en cada una
de nuestras dimensiones. Cada facultad de nuestro espíritu es digna de
alabar y de reconocer a las divinas personas. Y la fantasía, ¿será entonces
menos digna por soñar en vez de pensar, por tener representaciones en
vez de tener ideas? También la fantasía, a su modo, bendice a la santa
Trinidad
20. La persona humana como imagen de la Trinidad
En el Génesis se dice que el ser humano fue creado a imagen y semejanza
de Dios (Gén 1,27). Para los cristianos esto significa que toda persona
humana, hombre y mujer, revela algunos rasgos de la santísima Trinidad,
que es el único Dios verdaderamente existente. ¿Cómo aparece en el ser
humano la imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? San Agustín ha
sido el teólogo que investigó más esta realidad. Sus elaboraciones siguen
siendo hoy perfectamente válidas.
Cada persona humana, en primer lugar, aparece como un misterio para sí
misma. Por mucho que nos conozcamos, que nos conozcan los otros y que
las ciencias nos ofrezcan datos y más datos sobre la existencia humana,
seguimos siendo un misterio profundo para nosotros mismos. Por esto no
podemos juzgar a nadie y hemos de mantener una actitud de respeto y de
atención profunda a toda persona humana, por más humilde que sea.
Todos tienen algo que decir y que revelar, y con esas revelaciones
podemos descubrir mejor el rostro del Dios-trino. La persona, como
misterio abismal, representa al Padre, que como persona divina, principio
sin principio, es el misterio primero y fundamental.
La persona como misterio tiene inteligencia y se comunica hacia fuera de sí
misma. Se autoconoce y crea todo un mundo de representaciones y de
ideas. Dice la verdad sobre sí misma. Esta verdad o palabra de sí misma
representa al Hijo, que es la verdad y la palabra reveladora del Padre. Por
eso siempre que pensamos correctamente, siempre que decimos la verdad
sobre nosotros mismos y sobre las cosas del mundo, estamos sirviendo a
la palabra divina, que se revela en nosotros. La persona no solamente se
conoce. También ama. Quiere estar unida a las otras personas y a las
cosas. El Espíritu Santo es el amor dentro de la santísima Trinidad. Une al
Padre y al Hijo, haciendo que se supere la oposición Padre-Hijo. Por el
Espíritu Santo se revela entre las tres personas una unión de comunión y
de amor eternos que siempre las entrelaza. Cuando amamos y nos
sentimos confraternizados con los demás, estamos revelando en la historia
lo que significa el Espíritu Santo.
La persona como misterio, como inteligencia y como amor constituye una
unidad dinámica y siempre abierta. No son tres cosas yuxtapuestas. La
persona misma es la que es misterio, la que piensa y la que ama. Así, cada
uno de nosotros, en su unidad y en su diversidad, muestra que realmente
es imagen y semejanza de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Con
cuánto respeto hemos de tratar a cada persona, por ser templo de la
santísima Trinidad!
Si violamos la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las
personas, si vilipendiamos a los pobres, destruimos todos los caminos de
acceso al Dios-vida-y-comunión. Porque la brújula de todos los caminos
pasa por el respeto a la persona humana, imagen de la Trinidad. La falta
de respeto destruye la aguja y desaparece entonces la brújula.
21. La familia humana, símbolo de la Trinidad
Cada persona humana lleva en todo su ser y en su obrar los rasgos de las
tres personas divinas. Toda persona humana nace de una familia. Ya aquí
aparecen signos de la presencia del Dios trino. Dios es comunión y
comunidad de personas. Pues bien, la familia se construye sobre la
comunión y sobre el amor. Ella es la primera expresión de la comunidad
humana.
En toda familia completa y normal nos encontramos con tres elementos: el
padre, la madre y el niño. Hay diversidad de personas. El padre, en nuestra
cultura, es la expresión del amor objetivado en el trabajo, en la
construcción del hogar y en la seguridad. La madre, en nuestra percepción,
es el amor que engendra y protege la vida, la intimidad de la casa y el
cariño. La madre y el padre se entrelazan en el amor, en el mutuo
reconocimiento y admiración, en la misma tarea de llevar adelante la
familia. Conviven bajo el mismo techo, comparten las mismas
preocupaciones y comulgan de las mismas alegrías. La expresión de la
comunión y del reconocimiento mutuo es el niño que nace. El niño une a
los dos. Hace que el marido y la mujer se transformen en padre y madre.
Los dos salen de sí y se concentran en una realidad más allá de nosotros y
que es el fruto de su relación amorosa: el niño. En la familia tenemos una
de las imágenes más ricas de la santísima Trinidad. En primer lugar existen
los tres elementos: padre-madre-niño. Luego está la distinción de
personas: la una no es la otra; cada una tiene su autonomía y su tarea
propias; sin embargo están relacionados por lazos vitales y fuertes, como
el amor. Hay una sola comunión de vida. Por eso, siendo tres, forman una
sola familia. La unidad de la familia es semejante a la de la santísima
Trinidad. La unidad es expresión del amor, de la salida de cada persona en
dirección a la otra, de la comunión en la misma vida. Está el
reconocimiento entre el padre y la madre, de forma semejante al que existe
entre el Padre y el Hijo. El niño une al padre y a la madre. De forma
análoga, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, une al Padre y
al Hijo. Por eso se dice que el Espíritu Santo es amor unitivo. El es la
persona divina que une a las personas eternas y a las personas humanas.
Para que sea el sacramento de la Trinidad, la familia humana necesita
buscar su perfección. Históricamente, la familia humana está marcada
también por el pecado y por la desunión. Pero siempre que la familia
intenta orientarse en busca de la integración y en la vivencia consecuente
del amor, se convierte en una señal del Dios trino dentro de la historia.
En la familia bien constituida encontramos las principales dimensiones de
la santísima Trinidad: la distinción (padre, madre e hijos) y la unión de una
sola vida, de un solo amor y de una misma comunión, en el abrazo de los
tres, que constituyen una sola familia. Nacemos en el seno de una familia y
viviremos eternamente como hijos e hijas en la familia divina.
22. La sociedad como imagen de la Trinidad
La persona humana no vive solamente en sí misma, en la profundidad de
su misterio individual. No nace solamente de una familia, como expresión
de amor entre marido y mujer. Se inserta dentro de la sociedad humana,
donde se encuentra la persona y la familia. La sociedad constituye, para
los que la observan con atención, una poderosa señal de la santísima
Trinidad en la historia.
La sociedad no es una realidad que nazca espontáneamente o que haya
sido hecha directamente por Dios o por la naturaleza. La sociedad es el
resultado de tres fuerzas que actúan siempre en conjunto y
permanentemente. Y aquí es donde identificamos los rasgos de la Trinidad.
En primer lugar está la fuerza económica. Mediante ella organizamos la
producción y la reproducción de la vida humana. Por la economía
elaboramos los alimentos necesarios para el cuerpo. De forma socialmente
organizada los producimos, los distribuimos y los consumimos. La fuerza
económica nunca tiene que ver solamente con las realidades materiales
que se llaman económicas. Nos las tenemos que ver con realidades
humanas, porque el comer, el sustentar una vida, el garantizar el alimento
para el que tiene hambre es una realidad profundamente humana y
también espiritual. Esta fuerza subyace a todas las demás, porque sin ella
no existe vida. Y sin la vida no hay sociedad, ni religión, ni adoración a
Dios.
La segunda fuerza es la política. Por la política nos organizamos
socialmente, distribuyendo el poder, las profesiones y las
responsabilidades. Por la política creamos las relaciones humanas y
proyectamos las instituciones necesarias para hacer funcionar la sociedad,
para satisfacer las necesidades materiales, espirituales y culturales de las
personas.
Finalmente, en tercer lugar está la fuerza cultural. Mediante ella creamos
todos los valores y significaciones que hacen que nuestra vida y nuestra
práctica sean válidas y expresivas. Así, por la fuerza cultural surgen los
ritos de las religiones, las filosofías, las artes y todos los símbolos por los
que expresamos nuestros pensamientos y valores. Nadie vive sin valorar
las cosas que hace o que están a su alcance.
Toda sociedad humana se construye, se solidifica y se desarrolla por la
coexistencia e interpenetración de estas tres fuerzas. Las tres obran
siempre conjuntamente, de tal manera que en lo económico está lo político
y lo cultural, y así sucesivamente.
Pues bien, eso precisamente decimos que es la santísima Trinidad: las tres
personas son distintas, pero actúan siempre juntas. La interrelación entre
los divinos tres hace que sean un solo Dios, reflejado en nuestra realidad
social.
"La comunión que ha de construirse entre los hombres abraza el ser desde
las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su
dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión trinitaria"
(Documento de Puebla, n. 215).
23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad
Un gran teólogo del siglo III, Tertuliano, uno de los primeros en formular la
doctrina sobre la Trinidad, escribió lo siguiente: "
Donde está el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, allí se encuentra también la Iglesia, que es el
cuerpo de los tres". En cada persona humana se refleja el misterio trinitario;
se refleja también en la familia; muestra sus signos en la sociedad. Pero es
en la Iglesia donde este augusto misterio de comunión y de vida encuentra
su expresión histórica más visible.
La Iglesia, por definición, es la comunidad de fe, esperanza y amor que
intenta vivir el ideal de unión propuesto por el mismo Jesucristo: "Que
todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que
también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21).
La unidad de los cristianos no reside en una uniformidad burocrática, sino
en una interpenetración de los fieles entre sí y con sus pastores al servicio
de los demás.
La Iglesia se construye sobre tres ejes fundamentales, y en eso es donde
aparece más concretamente su semejanza con los divinos tres: sobre la fe,
la celebración de la fe y la organización con vistas a la cohesión interna, a
la caridad y a la misión en medio de los hombres. Estos tres momentos son
concreción de la misma comunidad que se reúne para proclamar y ahondar
en la fe, para celebrar la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu en
la historia de los hombres, y particularmente en la propia comunidad
cristiana, y para organizarse con vistas al servicio coherente a todas las
personas, empezando por los pobres. La fe, la celebración y la
organización no son realidades yuxtapuestas e independientes entre sí.
Son la misma Iglesia en movimiento dinámico de vida y de servicio. La
comunión en la Iglesia no se expresa solamente en el terreno religioso. Se
realiza también en un proyecto social de comunión de bienes, de
participación de vida y de creación de fraternidad, como se ve claramente
en los Hechos de los Apóstoles, donde se narra la vida de la primitiva
comunidad apostólica (cf He 2,44-45; 4,34-36).
Cuando Tertuliano dice que la Iglesia es el cuerpo de las tres personas
divinas, quiere insinuar que a través de la vivencia de la fe, de la
participación en el culto y de la organización sagrada se da a conocer algo
del misterio del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu
Santo. La Iglesia es todo esto, no simplemente por el hecho de ser Iglesia,
sino por el hecho de vivir con coherencia el mensaje evangélico de ser en
el mundo un espacio de fe ardiente, de esperanza invencible y de amor
comprometido.
Cuanto más beba la Iglesia de su fuente eterna, que es la comunión
trinitaria, por la que los tres Distintos se unifican y son un solo Dios, tanto
más superará las divisiones internas, dejará de ser clerical y laical y se
transformará en un espacio de relaciones igualitarias, en un pueblo de
Dios, de verdaderos hermanos y hermanas al servicio del reino de la
Trinidad.
24. El mundo, sacramento de la Trinidad
Toda la creación es obra de la santísima Trinidad. Cada persona actúa a
partir de sus cualidades propias, de tal manera que por todas partes surgen
las señales del Dios trino. Dios no puede jamás ser representado
adecuadamente en su misterio.
Por eso, con razón enseñaba el concilio de Letrán (1215): la desemejanza
entre el Creador y la criatura es mayor que la semejanza. Pero no por eso
estamos privados de las huellas de lo divino impresas en toda la creación.
Algunos estudiosos, como el célebre psicólogo Carlos Gustavo Jung, han
estudiado, por ejemplo, la simbología del número tres. Este número es un
arquetipo (una matriz profunda del alma a partir de la cual captamos
nuestras experiencias) que se encuentra en todas las culturas. Se
manifiesta también en el inconsciente. Su significación antropológica es
semejante a su significación bíblica: el ser humano está hecho a imagen y
semejanza de Dios. El número tres simboliza la exigencia humana de
integración, de asociación y de totalidad. A veces, junto a la Trinidad
aparece un cuarto elemento, que muchas veces tiene una forma femenina,
como María, la creación o la sabiduría. Este cuarto elemento quiere
expresar la comunión de los tres divinos vueltos hacia fuera: se
autocomunican e invitan a las personas y a la creación a la comunión de
amor y de vida, propias de la vida trinitaria.
En la predicación se suelen utilizar analogías y figuras sacadas de la vida
material para expresar la trinidad de personas y la unidad de comunión. Así
se hace referencia al sol, el rayo y el calor. Otras veces se habla del fuego
que irradia luz y produce calor. 0 se alude a las tres velas encendidas, que
se unen en una sola llama. Muchos catequistas enseñan a los niños un
trébol: una hoja con tres puntas distintas.
Otros apelan también a las tres energías fundamentales del universo: la
gravitación, la electromagnética y la atómica. Las tres son expresión de la
única energía universal. Cada vez hay más científicos que abandonan la
visión clásica de las partículas elementales de la materia (protón, neutrón,
hadrón) y postulan la interacción de todos los factores en una verdadera
perijóresis cósmica; utilizan la palabra que usó siempre la teología:
"interpenetración" de todo con todo (perijóresis). Son las relaciones
trinitarias reflejadas en el cosmos. ¿Quién no ha pensado en el triángulo
equilátero? Tiene tres lados iguales, constituyendo una sola superficie.
Evidentemente, estas imágenes son pálidas referencias muertas al misterio
vivo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, distintos como personas, pero
eternamente unidos en el amor y la comunión. En una palabra, ninguna
imagen, ningún concepto puede expresar la profundidad del amor trinitario.
Sólo el corazón, que es mayor que nuestra inteligencia, puede vislumbrar
la grandiosidad y el encanto de la vida divina, ya que por el corazón
entramos en comunión con las divinas personas y participamos de su vida
íntima.
La naturaleza no es muda; las piedras hablan, el mar se expresa y el
firmamento canta la gloria de Dios. No hay nada meramente yuxtapuesto a
lo demás y en manos del azar. Todo se relaciona y entra en comunión: el
viento con la roca, la roca con la tierra, la tierra con el sol y el sol con el
universo. Todo está perijorizado, impregnado de la comunión de la
santísima Trinidad.
CAPÍTULO 5
Lo que es la santísima Trinidad:
La comunión de vida y de amor entre los tres
divinos
25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida
El Dios cristiano es la comunión eterna de los divinos tres, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Los tres están eternamente borbotando el uno hacia el otro
y construyendo un solo movimiento de amor, de comunicación y de
encuentro. ¿Cómo entender mejor esta realidad? No se trata de descubrir
el misterio de Dios. Se trata de captar el movimiento divino para poder vivir
mejor la presencia y la actuación de la santísima Trinidad dentro del mundo
y en nuestra trayectoria personal. La teología bíblica ha encontrado una
palabra para expresar esta dinámica divina: vida. Se entiende a Dios como
un vivir eterno, dador de vida y protector de toda vida amenazada, como la
de los pobres y oprimidos por la injusticia. El mismo Jesús, el Hijo
encarnado, se presentó como aquel que vino a traer vida, y vida en
abundancia (Jn 10,10). Si analizamos un poco lo que supone la vida,
captaremos mejor la comunión de los divinos tres.
La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y
recibir, de asimilar, incorporar y entregar la propia vida en comunión con
otra vida. Ligada al fenómeno de la vida está la expansión y la presencia.
Un ser vivo no está ahí como pudiera estar una piedra. El ser vivo tiene
presencia, que significa una intensificación de existencia. El ser vivo habla
por sí mismo; no necesita de palabras para comunicarse. Ante un ser vivo
tenemos que tomar posición: acoger o rechazar la vida del otro. Toda vida
incluye un proceso de comunión con algo diferente, con lo que entra en
ósmosis, incorporándolo a sí mismo. Toda vida se reproduce en otra vida.
Por su naturaleza, la vida se desarrolla. Significa siempre un proceso
abierto a nuevas expresiones de vida. Entenderemos algo de la santísima
Trinidad si la referimos al misterio de la vida. El Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo son vivientes eternos que se autorrealizan en la medida en que se
entregan unos a otros. La característica fundamental de cada persona
divina es ser para la otra, por la otra, con la otra y en la otra. Cada persona
viva se vivifica eternamente vivificando a las otras y participando de la vida
de las otras. Lo mismo que uno no es feliz más que haciendo felices a los
demás, igual ocurre en la vida trinitaria: cada persona es viva en la medida
en que da la vida a las otras y recibe la vida de las otras. Porque esto es
así, entendemos por qué el Dios cristiano solamente puede ser la
comunión de los divinos tres y tiene que ser trinidad. Es más que dualidad:
el Padre frente al Hijo. Es trinidad, que significa la inclusión de un tercero
para expresar la plenitud de vida más allá de la contemplación mutua: el
Espíritu Santo. La vida así constituye la esencia de Dios. Y la vida es
comunión dada y recibida. Y la comunión es la Trinidad.
No sabemos qué es la vida. Pero la vida implica movimiento,
espontaneidad, libertad, futuro y novedad. La Trinidad es vida eterna; por
tanto, es libertad, donación y recepción perenne, encuentro consigo mismo
para darse incesantemente. La Trinidad es novedad como toda vida,
siempre en mutación, pero sin dispersión. Cada persona es para la otra
futuro; por eso siempre es nueva y sorprendente.
26. Yo-tú-nosotros: La santísima Trinidad
El misterio de la santísima Trinidad ha significado siempre un desafío a la
inteligencia de los teólogos, a saber: de aquellos cristianos que dedican su
vida a pensar y a buscar las verdades que Dios mismo nos ha revelado.
Los grandes concilios establecieron los marcos principales, a la luz de los
cuales tenemos que orientar nuestro pensamiento sobre la santísima
Trinidad. Pero los concilios no cerraron nunca las cuestiones, dándose
cuenta de las insuficiencias de todo lenguaje humano. Al final de todo el
esfuerzo, siempre terminamos en un silencio reverente. Pero antes de
callar tenemos que hablar y emplear todos los esfuerzos de la inteligencia
para hacer cada vez más luz, ya que sólo así haremos justicia a la
grandeza de Dios y a la profundidad de su misterio. En este sentido, en los
últimos decenios se ha profundizado mucho en el concepto de persona,
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La Santísima Trinidad es la mejor comunidad. Leonardo Boff

  • 1. LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD Leonardo Boff Índice Advertencia Introducción: La santísima Trinidad es nuestro programa de liberación 1. En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno 1. De la soledad del uno a la comunión de los tres 2. En el principio está la comunión 3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sólo? 4. Es peligroso decir: un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra 5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad 6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo 7. La santísima Trinidad es un misterio que siempre hay que conocer de nuevo 8. La perijóresis: la interpenetración de las tres divinas personas 9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo 2. El proceso de revelación de la santísima Trinidad 10. ¿Cómo se reveló el Padre de cariño infinito? 11. ¿Cómo se reveló el Hijo, nuestro hermano? 12. ¿Cómo se reveló el Espíritu Santo, nuestra fuerza? 13. La conciencia trinitaria de los primeros cristianos 14. El Antiguo Testamento: preparación para la revelación de la santísima Trinidad 3. La razón humana y la santísima Trinidad 15. ¿Cómo expresaron los cristianos la santísima Trinidad? 16. Tres maneras. de entender la santísima Trinidad
  • 2. 17. Las palabras-clave para expresar la fe en la santísima Trinidad 18. Formas erróneas de entender la santísima Trinidad 4. La imaginación humana y la santísima Trinidad 19. Creer también con la fantasía 20. La persona humana como imagen de la Trinidad 21. La familia humana, símbolo de la Trinidad 22. La sociedad como imagen de la Trinidad 23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad 24. El mundo, sacramento de la Trinidad 5. Lo que es la santísima Trinidad: la comunión de vida y de amor entre los tres divinos 25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida 26. Yo-tú-nosotros: la santísima Trinidad 27. La Trinidad como una eterna autocomunicación 28. La santísima Trinidad es la mejor comunidad. 29. Lo masculino y lo femenino dentro de la santísima Trinidad 30. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo existen desde siempre juntos 31. En la Trinidad todas las relaciones son ternarias 32. Tres soles, pero una sola luz: así es la santísima Trinidad 6. La comunión de la Trinidad: crítica e inspiración para la sociedad y la Iglesia 33. Más allá del capitalismo y del socialismo real 34. De una Iglesia-sociedad hacia una Iglesia-comunidad 7. La persona del Padre: Misterio de ternura 35. ¿Quién es el Padre? Misterio de ternura 36. El Padre, la raíz eterna de toda la fraternidad 37. El Padre maternal y la madre paternal 38. El Padre, el principio sin principio 39. Cómo aparece el Padre: en el misterio de todas las cosas 8. La persona del Hijo: Misterio de comunicación y principio de liberación 40. ¿Quién es el Hijo? La comunicación eterna 41. El Hijo eterno del Padre eterno en el Espíritu Santo 42. Lo masculino y lo femenino del Hijo, nuestro hermano 43. La misión del hijo: liberar y hacer a todos hijos e hijas
  • 3. 9. La persona del Espíritu Santo: Misterio de amor e irrupción de lo nuevo 44. ¿Quién es el Espíritu Santo? El motor de la liberación integral 45. El Espíritu está siempre junto al Hijo y al Padre 46. La simultaneidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo 47. La dimensión femenina de! Espíritu Santo 48. Misión del Espíritu Santo: Unificar y crear lo nuevo 49. La relación única entre el Espíritu Santo y María 10. La Trinidad en el cielo y la Trinidad en la tierra: La historia interna de la Trinidad reflejada en la historia externa de la creación 50. Como era en el principio: la eternidad de la Trinidad 51. La Trinidad del cielo se manifiesta en la tierra 52. La gloria y la alegría de la Trinidad 53. La creación proyectada hacia la comunión 54. Cada persona divina ayuda a la creación del universo 55. Signos trinitarios bajo la sombra de la historia 56. Ahora y siempre: la Trinidad en la creación y la creación en la Trinidad Conclusión: Resumen de la doctrina trinitaria: el todo en muchos fragmentos Glosario: Palabras técnicas y afines de la reflexión trinitaria
  • 4. Advertencia DETRÁS de todos los grandes problemas humanos hay siempre una cuestión teólogica. Hay siempre una exigencia de radicalidad, es decir, de un sentido último, de una referencia definitiva. Cuando uno estudia estas cuestiones se hace teólogo, independientemente de su inscripción religiosa o confesional, del uso que hace o deja de hacer de la terminología técnica que ha creado la llamada "teología". Hay una pregunta insoslayable: ¿Cuál es la estructura última del ser? ¿Qué se esconde detrás de lo que vemos, vivimos y sufrimos? ¿Qué podemos esperar? ¿Habrá un último bienestar? ¿Quién nos acogerá? Las respuestas a estas cuestiones existenciales y sociales están codificadas en las religiones. Las teologías intentan darles legitimidad con todos los recursos de la razón y de otras formas de convencimiento. A pesar de este carácter institucional, cada persona interroga por su cuenta y busca una respuesta que llegue a adecuarse a su percepción de la realidad. Normalmente, cada tipo de sociedad produce su adecuada representación religiosa. La religión que domina en un grupo es la religión del grupo dominante. La forma dominante de representar a Dios se ve influida por la forma con que la cultura dominante representa a Dios. Y esta cultura representa a Dios dentro del marco de sus intereses fundamentales. Así, en la sociedad capitalista, basada en el desinterés del individuo, en la acumulación privada de los bienes, en la prevalencia de lo particular sobre lo social, normalmente la representación de Dios acentúa el hecho de que Dios es uno solo, de que es el Señor de todo, de que es todopoderoso y fuente de todo poder. De ahí se deriva normalmente que los detentores del poder en la tierra son sus representantes naturales. El mongol Mangu- Khan escribió una carta al rey de Francia en donde expresaba bien este raciocinio lógico: " Este es el orden del Dios eterno: en el cielo hay un solo Dios eterno y en la tierra tiene que haber un solo señor, Gengis-Kahn, el hijo de Dios". En su sello se lee: "Un Dios en el cielo y Khan en la tierra: sello del Señor de la tierra". La Iglesia, en su faceta institucional-histórica, se ha desarrollado dentro del marco occidental, fuertemente caracterizado por la concentración del poder en pocas manos. Se ha inculturado dentro de unas matrices en las que el poder monárquico, el principio de autoridad y de propiedad prevalecían sobre otros valores más comunitarios y societarios. Así es como se entiende el perfil histórico actual de la institución eclesiástica, con su modo propio de distribución social del trabajo religioso entre clérigos y laicos,
  • 5. marcadamente poco participativo. Dentro de este contexto, difícilmente podría asimilarse el misterio trinitario como comunión de las tres distintas personas, que —respetada su distinción— por causa del amor y de la comunión son un solo Dios. Una doctrina trinitaria basada en la unidad de la única naturaleza divina o de la figura del Padre, causa única y fuente última de toda la divinidad, se presentaría como más adecuada al contexto general de la cultura. No sin razón predomina en la conciencia de la Iglesia un monoteísmo atrinitario o pretrinitario más bien que una verdadera conciencia trinitaria de Dios. La vuelta a una comprensión radicalmente trinitaria de Dios ayudaría a la Iglesia a superar el clericalismo y el autoritarismo, todavía vigentes en los comportamientos eclesiásticos. El desafío para la estructura eclesial no es propiamente la secularización ni la politización de la fe; éstos son riesgos menores; el verdadero desafío para el tipo actual de institución que concentra todavía demasiado poder en el clero es la vivencia de la fe trinitaria, de la fe-comunión entre distintos, que forman una comunidad viva y abierta. Esta fe llevaría a toda la estructura de la Iglesia a un proceso de conversión. La misma estructura sería evangelizada, ya que Puebla enseñó muy bien que "la evangelización es una llamada a la participación en la comunión trinitaria" (n. 218). Esto se aplica fundamentalmente a la Iglesia como institución. Por otro lado, hemos de reconocer que el espíritu de comunión —y por eso mismo la raíz trinitaria de la Iglesia— se conservó y se vivió mejor en la vida religiosa y en el cristianismo popular. En estos terrenos el poder es más participado y está muy presente el sentido de fraternidad. Esta tiene que abrir cada vez más espacios a la participación igualitaria de todos, sin discriminación alguna por razones de sexo o de la función específica que uno ocupa en el conjunto eclesial. Sólo entonces podrá ser verdad lo que dice el concilio Vaticano II: "De esta manera la Iglesia toda aparece como el pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Lumen gentium 4). Igualmente comprobarnos, en los procesos sociales de hoy, una inmensa voluntad de participación, de democratización v de transformaciones que fomentan la gestación de una sociedad más igualitaria, participativa, pluralista v fraternal. Este anhelo se afianza mejor con una comprensión trinitaria de Dios. Más aún, encuentra en la fe cristiana en el Dios-comunión de las tres divinas personas la utopía trascendente de todas las búsquedas humanas de formas más participativas, comunionales y respetuosas de las diversidades. Dios-Trinidad es lo que es. Pero la fe en Dios-Trinidad-de- personas-distintas, enfrentada con esta realidad emergente, adquiere una especial importancia. La Trinidad se revela también en la dimensión política. La fe en la comunión trinitaria se puede convertir en una bandera de liberación integral y de principio promotor de los afanes de participación personal, social e histórica.
  • 6. Nuestras reflexiones intentan reforzar este proyecto social a partir del propio terreno específico de la teología trinitaria. Queremos transformaciones en las relaciones sociales, porque creemos en Dios. Trinidad de personas en eterna interrelación e infinita perijóresis. Queremos una sociedad que sea más imagen y semejanza de la Trinidad, que refleje mejor en la tierra la comunión trinitaria del cielo y que nos facilite más el conocimiento del misterio de la comunión de los divinos tres. Este libro traduce en un lenguaje más asequible lo que expusimos con una terminología técnica en La Trinidad, la sociedad v la liberación (1987). Consideramos la concepción trinitaria de Dios tan revolucionaria para la sociedad, la Iglesia y la autocomprensión de la persona, que nos disponemos a difundirla en esta forma más popular y, según espero, más universalmente comprensible. Por el hecho de que hemos de tratar con lo más importante y fascinante, hemos tenido que trabar una lucha permanente con las palabras, para que fueran las más adecuadas. Realmente, pierden consistencia cuando se las confronta con lo Inefable de la comunión de las tres divinas Personas. Resultan como alusiones o frágiles saetas que apuntan hacia el misterio siempre conocido y al mismo tiempo siempre desconocido en todo el conocimiento. Pero estamos convencidos de que apuntan en una dirección exacta. INTRODUCCIÓN La santísima Trinidad es nuestro programa de liberación ¿POR QUÉ nos ocupamos hoy de la santísima Trinidad? Creer en un solo Dios constituye ya una gran dificultad. ¡Cuánto más creer en tres personas que son un solo Dios! ¿Vale la pena creer en Dios? ¿Qué ganamos con ello? ¿Qué cambia en nuestra existencia el hecho de decir con toda sinceridad: creo en Dios, creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, siempre juntos y en comunión de vida y de amor? Estamos convencidos de que vale la pena creer en Dios. Con ello queremos expresar la convicción de que no es la muerte la que tiene la última palabra, sino la vida; no es el absurdo el que gana la partida, sino el sentido pleno. Decir creo en Dios significa: hay alguien que me rodea, que me abraza por todas partes y que me ama; él me conoce en lo mejor de mí mismo, en el fondo del corazón, en donde ni la persona amada puede penetrar; él conoce el secreto de todos los misterios y la dirección de todos los caminos. No estoy solo en este universo abierto con mis interrogantes, para los que nadie me da una respuesta satisfactoria. El está
  • 7. conmigo, existe para mí y yo existo para él y delante de él. Creer en Dios quiere decir: existe una última ternura, un último seno, un útero infinito, en el que puedo refugiarme y tener finalmente paz en la serenidad del amor. Si esto es así, vale la pena creer en Dios. Esto nos hace ser más nosotros mismos, potencia nuestra humanidad. Pero no basta acoger la existencia de Dios. ¿Cómo vive Dios? ¿Cómo es? Aquí es donde entra la santísima Trinidad. Creemos que Dios no es soledad, sino comunión. El uno no es lo primero, sino el tres. Primero viene el tres. Luego, debido a la relación íntima entre los tres, viene el uno como expresión de la unidad de los tres. Creer en la Trinidad significa: en la raíz de todo lo que existe y subsiste hay movimiento, hay un proceso de vida, de extroyección, de amor. Creer en la Trinidad significa: la verdad está del lado de la comunión y no de la exclusión; el consenso traduce mejor la verdad que la imposición; la participación de muchos es mejor que el dictado de uno solo. Creer en la Trinidad implica aceptar que todo se relaciona con todo, formando un gran todo; que la unidad resulta de mil convergencias y no de un factor solamente. Nosotros nunca vivimos; siempre convivimos. Todo lo que favorece la convivencia es bueno y vale la pena. Por eso vale la pena creer en ese modo comunitario de la existencia de Dios, de la forma trinitaria de Dios, que es siempre comunión v unión de tres. No necesitamos responder a la cuestión: ¿Cómo se relaciona ese Dios-Trinidad con los hombres? Es algo evidente. El nos incluye a todos y nos sobrepasa con su comunión. Pero ¿cómo se relaciona con la utopía de los pobres y de los oprimidos? Estos casi siempre han sido vencidos y convencidos por los poderosos de que son débiles y de que no pueden vencer. Pero, a pesar de todo, viven, dormidos y despiertos, el sueño de una humanidad sin oprimidos ni opresores. Los oprimidos son los verdaderos portadores de esperanza, ya que son los únicos que viven de la esperanza y necesitan de ella para seguir resistiendo y buscando la liberación. ¿Qué es lo que desean finalmente los pobres? Quieren algo más que el pan, la casa y el trabajo. Quieren una sociedad que se organice de tal forma que todos con su trabajo puedan ganarse el pan y construir su casa. Y esa sociedad solamente se levantará cuando logre estructuras sobre la participación del mayor número posible de sus miembros, dispuesta a superar las desigualdades sociales, proponiéndose respetar las diferencias y decidir la realización de la comunión entre todos y con el destino trascendente a la historia. En este contexto de búsqueda es donde la Trinidad gana especial importancia. En ella encontramos realizado de forma definitiva nuestro programa liberador. En efecto, en ella hay diferencia y distinción, hay igualdad y perfecta comunión y hay unión de personas hasta el punto de que son una sola realidad divina, dinámica y en eterna reproducción. Mirando hacia la Trinidad sacamos las oportunas consecuencias para nuestra realidad social con vistas a su trasformación. Considerando nuestros anhelos, especialmente el de los oprimidos, descubrimos en la Trinidad su concreción utópica, su convergencia final más allá de nuestra propia imaginación.
  • 8. Vale la pena creer en la Trinidad y en un Dios-comunión, porque un Dios semejante se compagina con lo más excelente de nuestra naturaleza y no se opone a nuestras búsquedas más fundamentales. Al contrario, sale a nuestro encuentro y se ofrece a sí mismo como su plena realización. CAPÍTULO 1 En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno 1. De la soledad del uno a la comunión de los tres ¿Cómo es el Dios de nuestra fe? Muchos cristianos se imaginan a Dios como un ser infinito, omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que vive solo en el cielo y tiene a sus pies toda la creación. Es un Dios bondadoso, pero solitario. Otros le conciben como un padre misericordioso o un juez severo. Pero siempre piensan que Dios es solamente un ser supremo, único, sin posibles rivales, en el esplendor de su propia gloria. Podrá estar con los santos, con las santas y los ángeles en el cielo. Pero todos ellos son criaturas; por muy grandiosas que sean, no dejan de haber salido de las manos de Dios; por tanto, son inferiores, solamente semejantes a Dios. Pero Dios estaría fundamentalmente solo, porque hay un solo Dios. Esta es la fe del Antiguo Testamento, de los judíos, de los musulmanes y comúnmente de los cristianos. Necesitamos pasar de la soledad del Uno a la comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Al principio está la comunión entre varios, la riqueza de la diversidad, la unión como expresión de entrega y donación de una persona divina o las otras. Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí, entonces hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la comunión. Somos imagen y semejanza de la Trinidad. En virtud de esto, somos seres comunitarios. La soledad es el infierno. Nadie es una isla. Estamos rodeados de personas, de cosas y de seres por todas partes. Por causa de la santísima Trinidad, estamos invitados a mantener relaciones de comunión con todos, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que respete las diferencias y beneficie a todos.
  • 9. La fe cristiana no niega la afirmación: sólo existe un Dios. Pero comprende de forma distinta la unidad de Dios. Por la revelación del Nuevo Testamento, lo que existe de hecho es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es Trinidad. Dios es la comunión de los divinos tres. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí que están siempre unidos. Lo que existe es la unión de las tres divinas personas. La unión es tan profunda y radical que son un solo Dios. Es algo similar a tres fuentes que constituyen un único y mismo lago. Cada fuente corre en dirección a la otra; entrega toda su agua para formar un solo lago. Es algo similar a tres focos de una misma lámpara, que constituyen una sola luz. Es preciso cristianizar nuestra comprensión de Dios. Dios es siempre la comunión de las tres divinas personas. Dios-Padre nunca está sin el Dios- Hijo y el Dios-Espíritu Santo. No es suficiente confesar que Jesús es Dios. Hay que decir que él es el Dios-Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo. No podemos hablar de una persona sin hablar también de las otras dos. 2. En el principio está la comunión Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en comunión recíproca. Coexisten desde toda la eternidad; nadie es anterior ni posterior, ni superior ni inferior al otro. Cada Persona envuelve a las otras, todas se interpenetran mutuamente y moran unas en otras. Es la realidad de la comunión trinitaria, tan infinita y profunda que los divinos tres se unen y son por eso mismo un solo Dios. La unidad divina es comunitaria, porque cada persona está en comunión con las otras dos. ¿Qué significa decir que Dios es comunión y por eso Trinidad? Sólo las personas pueden estar en comunión. Implica que una esté en presencia de la otra, distinta de la otra, pero abierta, en una reciprocidad radical. Para que haya verdadera comunión, tiene que haber relaciones directas e inmediatas: ojo a ojo, rostro a rostro, corazón a corazón. El resultado de la entrega mutua y de la comunión recíproca es la comunidad. La comunidad resulta de relaciones personales, en las que cada uno es aceptado como es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí mismo. Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona divina sale de sí misma y se entrega a las otras dos. Da la vida, el amor, la sabiduría, la bondad y todo lo que es. Las personas son distintas (el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, y así sucesivamente), no para estar separadas, sino para unirse y poder entregarse unas a otras.
  • 10. En el principio está no la soledad del uno, de un ser eterno, solo e infinito. En el principio está la comunión de los tres únicos. La comunión es la realidad más profunda y fundadora que existe. El amor, la amistad, la benevolencia y la entrega entre las personas humanas y divinas existen por causa de la comunión. La comunión de la santísima Trinidad no está cerrada sobre sí misma. Se abre hacia fuera. Toda la creación significa un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas las criaturas, especialmente a las humanas, a entrar también ellas en el juego de la comunión entre sí y con las personas divinas. El mismo Jesús lo dijo muy bien: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21). "Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo"(Juan Pablo II en Puebla, e128 de enero de 1979, hablando a la Asamblea del CELAM). 3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sóla? Hay muchas personas que se sienten intrigadas por el número tres de la Trinidad, ya que afirmamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo; por tanto, tres personas divinas. La dificultad se agiganta más aún cuando decimos: los tres son uno, es decir, las tres personas son un solo Dios. ¿Qué matemáticas son ésas, en las que tres es absurdamente igual a uno? En función de este tipo de raciocinio, dejan de tener fe en la Trinidad y abandonan el núcleo mejor del cristianismo. Y entonces dicen: lo más normal sería, entonces, admitir tres dioses o quedarse simplemente con un solo Dios. En primer lugar, la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) no es una cuestión de número. No estamos en matemáticas, donde las cantidades se suman, se restan, se multiplican o se dividen. Estamos en otro campo de pensamiento. Cuando decimos Trinidad no queremos hacer una suma de 1+1+1=3. La misma palabra Trinidad es una creación de nuestro lenguaje, que no se encuentra en la Biblia. Empezó a utilizarse después del año 150; comenzó primero con Teodoto, un hereje, y fue luego asumida por el teólogo laico Tertuliano (murió en el 220). En Dios no hay número. Cuando hablamos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos referimos siempre a un único. Lo único es la negación de todo número. Lo Único significa: sólo existe un ejemplar, como si en el firmamento hubiera sólo una estrella, o en el agua un solo pez y en la tierra un solo ser humano y nadie más. Entonces debemos pensar así: sólo existe el Padre como Padre y nadie
  • 11. más; sólo existe el Hijo como Hijo y nadie más; sólo existe el Espíritu Santo como Espíritu Santo y nadie más. Rigurosamente hablando, no deberíamos decir "tres únicos" , sino siempre: el único es único, tanto el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pero para facilitar nuestra manera de hablar, decimos con poca precisión: "tres únicos" o también "Trinidad". Pero no podemos pararnos en este tipo de reflexión; en caso contrario, diríamos con toda razón: ¡entonces existen tres dioses, porque está tres veces el único! Así estaríamos en el triteísmo. Aquí importa introducir la otra verdad: la interrelación, la inclusión de cada persona, la perijóresis. Los únicos no están entonces vueltos sobre sí mismos, sino que están eternamente relacionados unos con otros. El Padre es siempre el Padre del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo es siempre el Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es eternamente el Espíritu del Hijo y del Padre. Esta interacción y compenetración entre cada único hace que exista un solo Dios-comunión-unión. Y es bueno que así sea, tres personas y un único amor, tres únicos y una sola comunión. Si hubiera un único solo, un solo Dios, existiría, en definitiva, la soledad. Por detrás de todo el universo, tan diverso y tan armonioso, no habría la comunión, sino solamente la soledad. Todo terminaría como la punta de una pirámide: en un único punto solitario. Si hubiera dos únicos, el Padre y el Hijo, habría primeramente la separación: uno sería distinto del otro. Luego estaría también la exclusión: uno no sería el otro. Faltaría la comunión entre ellos y, por tanto, la unión entre el Padre y el Hijo. Pues bien, con la Trinidad alcanzamos la perfección, ya que se da la unión y la inclusión. Por la Trinidad se evita la soledad del uno, se supera la separación de dos (Padre e Hijo) y se va más allá de una exclusión de uno del otro (el Padre del Hijo, el Hijo del Padre). La Trinidad se permite la comunión y la inclusión. La tercera figura revela la apertura y la unión de los opuestos. Por eso, el Espíritu Santo, la tercera persona divina, fue comprendido siempre como la unión y la comunión entre el Padre y el Hijo, siendo la expresión de la corriente de vida y de interpenetración que vige entre los divinos únicos durante toda la eternidad. Por consiguiente, no es arbitrario que Dios sea la comunión de tres únicos. La Trinidad muestra que, por debajo de todo lo que existe y se mueve, habita una dinámica de unificación, de comunión y de eterna síntesis de los
  • 12. distintos en un infinito total, vivo, personal, amoroso y absolutamente realizador. ¿Por qué negar a las personas la verdadera información, aquel derecho fundamental de cada uno a saber de dónde vino, adónde va y cuál es su verdadera familia? Venimos de la Trinidad, del corazón del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. Y peregrinamos hacia el reino de la Trinidad, que es comunión total y vida eterna. 4. Es peligroso decir: Un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra Quedarse únicamente en la fe en un solo Dios, sin pensar en la santísima Trinidad como la unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es peligroso para la sociedad, para la política y para la Iglesia. Al contrario, decir que Dios es siempre comunión de las tres divinas personas permite fomentar la colaboración, las buenas relaciones y la unión entre los diversos miembros de una familia, de una comunidad y de una Iglesia. Veamos los peligros de un monoteísmo (afirmación de un solo Dios) rígido, fuera de la comprensión trinitaria. El puede engendrar y justificar el totalitarismo político, el autoritarismo religioso, el paternalismo social y el machismo familiar. 1. El totalitarismo político Ha habido gente que decía en otros tiempos: Lo mismo que existe un solo Dios en el cielo, tiene que existir también un solo jefe en la tierra. Así es como surgieron los reyes, los líderes y los jefes políticos que dominaban ellos solos a sus pueblos, alegando que imitaban a Dios en el cielo. Dios solo gobierna y dirige el mundo, sin dar explicaciones a nadie. El totalitarismo político creó, por parte de los líderes, la prepotencia, y por parte de los liderados, la sumisión. Los dictadores pretenden saber ellos solos lo que es mejor para el pueblo. Quieren ejercer ellos solos la libertad. Todos los demás deben acatar sus órdenes y obedecer. La mayor parte de los países son herederos de una comprensión semejante del poder. Se ha metido en la cabeza del pueblo. Por eso es difícil aceptar la democracia, en la que todos ejercen la libertad y todos son hijos de Dios. 2. El autoritarismo religioso Están también los que dicen: Como hay un solo Dios y existe un solo Cristo, así también debe existir una sola religión y un solo jefe religioso. Según esta comprensión, la comunidad religiosa está organizada en torno a un solo centro de poder, que lo sabe todo, que habla de todo, que lo hace
  • 13. todo; los demás son simples fieles, que han de adherirse a lo que el jefe determina. Los evangelios, por ejemplo, no piensan así: está siempre la comunidad y, dentro de ella, los coordinadores para animar a todos. 3. El paternalismo social Algunos se imaginan a Dios como un gran padre. Con su providencia atiende a todo y retiene sólo en sí todo el poder. Los grandes señores de este mundo dominan apelando al nombre de Dios-amo, en la sociedad y en la familia. Se olvidan de que Dios tiene un Hijo y que convive con el Espíritu Santo en igualdad perfecta. Dios Padre no sustituye los esfuerzos de los hijos e hijas. Nos invita a colaborar. Sólo la fe en un Dios-comunidad y comunión ayuda a crear una convivencia fraterna. 4. El machismo familiar Dios, por ser Padre, es representado como masculino. Lo masculino asume entonces todos los valores, rebajando a lo femenino y a la mujer. Surge así el dominio del macho y una cultura machista. Esta cultura hizo tensas todas las relaciones y privó a todos de expresar su ternura, especialmente a las mujeres, relegadas a ser tan sólo fuerza auxiliar del hombre. Dios es un Padre que engendra; mostró en su revelación rasgos femeninos y maternales. Por eso se le comprende también como Madre de bondad insondable. Pensando siempre en los tres juntos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como iguales y con la misma dignidad, quitamos el soporte ideológico del machismo, que tan perjudicial ha sido para nuestras relaciones familiares. La fe en la santísima Trinidad es un correctivo para nuestras desviaciones y una poderosa inspiracion para vivir bien en el mundo y en las Iglesias. Si Dios es trinidad de personas, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, entonces el principio creador y sustentador de toda unidad en los grupos, en la sociedad y en las Iglesias tiene que ser la comunión entre todos los participantes, es decir, la convergencia amorosa y el consenso fraterno. 5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad El Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están juntos: crean juntos, salvan juntos y juntos nos introducen en su comunión de vida y de amor. En la santísima Trinidad no se realiza nada sin la comunión de las tres personas. En la piedad de muchos fieles hay una desintegración de la vivencia del Dios trino. Algunos sólo se quedan con el Padre, otros sólo con el Hijo y,
  • 14. finalmente, otros sólo con el Espíritu Santo. De esta manera surgen desviaciones en nuestro encuentro con Dios que perjudican a la propia comunidad. 1. La religión sólo del Padre: el patriarcalismo La figura del padre es central en la familia y en la sociedad tradicional. El dirige, decide y sabe. Así, algunos se representan a Dios como un padre todopoderoso, juez de la vida y de la muerte de los hijos e hijas. Todos dependen de él y, por eso, son considerados como menores. Esta comprensión puede llevar a que los cristianos se sientan resignados en su miseria y alimenten un espíritu de sumisión a los jefes, al papa y a los obispos, sin creatividad alguna. Dios es ciertamente Padre, pero Padre del Hijo, que, junto con el Espíritu Santo, viven en comunión e igualdad. 2. La religión sólo del Hijo: vanguardismo Otros se quedan sólo con la figura del Hijo, Jesucristo. El es el "compañero", el "maestro" o "nuestro jefe". Especialmente entre los jóvenes y en los cursillos de cristiandad se ha desarrollado una imagen entusiástica y joven de Cristo, hermano de todos y líder que entusiasma a los hombres. Es un Jesús relacionado sólo por los lados, sin ninguna dimensión vertical, en dirección al Padre. Esta religión crea cristianos vanguardistas, que pierden contacto con el pueblo y con el caminar de las comunidades. 3. La religión sólo del Espíritu Santo: espiritualismo Hay sectores cristianos que se concentran solamente en la figura del Espíritu Santo. Cultivan el espíritu de oración, hablan en lenguas, imponen las manos y dan cauce a sus emociones interiores y personales. Estos cristianos se olvidan de que el Espíritu es siempre el Espíritu del Hijo, enviado por el Padre para continuar la obra liberadora de Jesús. No basta la relación interior (Espíritu Santo), ni solamente hacia los lados (Hijo), ni sólo la vertical (Padre). Hay que integrar las tres. ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos un Padre que nos acoge? ¿Qué sería de nosotros si ese Padre no nos diese a su Hijo para hacernos también hijos? ¿Qué sería de nosotros si no hubiésemos recibido al Espíritu Santo, enviado por el Padre a petición del Hijo para morar en nuestra interioridad y completar nuestra salvación? ¡Vivamos la fe completa, en una experiencia completa de la imagen completa de Dios como trinidad de personas! La persona humana, para ser plenamente humana, necesita relacionarse por los tres lados: hacia arriba, hacia los lados y hacia dentro. Es que la
  • 15. Trinidad nos sale al encuentro: el Padre está infinitamente "arriba"; el Hijo es el radical "para todos los lados" y el Espíritu en el total (hacia dentro). 6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo El cristiano comienza y termina el día con la oración de "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo". Se trata de algo mucho más importante que una profesión de fe en el Dios cristiano, que es siempre el Dios trino; es una alabanza a las tres divinas personas, por haberse revelado en la historia y habernos invitado a participar de su comunión divina. La respuesta humana a la revelación de la santísima Trinidad es el agradecimiento y la glorificación. En primer lugar, quedamos entusiasmados, pues percibimos que, con la existencia de las tres divinas personas, estamos envueltos en la vida y en el amor que irradian de su comunión íntima. Luego empezamos a pensar cómo son las tres personas en comunión, qué cualidades posee cada una de ellas y cómo se relacionan con la creación. Jesús nos reveló su secreto de Hijo y su relación íntima con el Padre en una oración cargada de la alegría del Espíritu: "Yo te alabo, Padre, señor del cielo y de la tierra... Nadie conoce al hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera manifestar" (Lc 10,21-22). Así también nosotros nos acercamos a la santísima Trinidad por la oración, por la adoración y por la acción de gracias. ¿Qué estamos diciendo cuando rezamos "Gloria"? Gloria es de suyo la manifestación de la Trinidad tal como es: comunión de los divinos tres. Gloria es revelar la presencia de Dios trino en la historia. La presencia siempre trae alegría, fascinación y sentimiento de comunión. Saber que Dios es comunión de tres personas que se aman infinita y eternamente en descubrir la belleza de Dios, su esplendor y la alegría. Un Dios solo carece de belleza y de humor. Tres personas unidas en la comunión y en la misma vida, entregadas unas a otras eternamente, causan un enorme asombro y una íntima alegría. Esta alegría es mayor cuando nos sentimos invitados a la participación. Cuando rezamos el "Gloria" queremos devolver la gloria que descubrimos de Dios. Gloria con gloria se paga. Agradecemos que la santísima Trinidad quiera manifestarse, venir a morar con nosotros. Le damos gracias al Padre porque posee un Hijo unigénito y nos ha creado como hijos e hijas en el Hijo, en la fuerza del amor del Espíritu Santo. Quedamos contentos, porque nos ha enviado a su propio Hijo para ser nuestro hermano y salvador. Agradecemos que el Padre y el Hijo nos entregaran el Espíritu Santo, que nos ayuda a aceptar a Jesucristo y nos enseña a rezar diciendo
  • 16. "Padre nuestro", santificándonos e introduciéndonos en la comunidad trinitaria a partir de nuestro propio corazón hecho templo del Espíritu. Muchas veces, al acostarme por la noche, me he preguntado: ¿Cómo es Dios? ¿Qué nombre expresa la comunión de los divinos tres? Y no he encontrado ninguna palabra ni he visto ninguna luz. Comencé entonces a alabar y glorificar. Y en aquel momento mi corazón se llenó de luz. Y ya no pregunté más: estaba dentro de la misma comunión divina. 7. La santísima Trinidad es un misterio para ser siempre conocido de nuevo Decimos de ordinario que la santísima Trinidad es el mayor misterio de nuestra fe. ¿Cómo es que tres personas pueden ser un solo Dios? En efecto, la santísima Trinidad es un misterio augusto ante el cual vale más callarse que hablar. Pero hemos de entender correctamente lo que queremos decir cuando hablamos de misterio. Normalmente se entiende por misterio una verdad revelada por Dios que no puede ser conocida por la razón humana: ni se conoce su existencia ni —después de revelada— se conoce su contenido. En esta acepción el misterio significa el límite de la razón humana. Esta intenta entender, pero cuando se han agotado sus fuerzas renuncia a las reflexiones y acepta humildemente, por causa de la autoridad divina, la verdad revelada. Este concepto de misterio fue asumido en una época de la Iglesia en la que los filósofos querían sustituir la revelación divina por la filosofía; en el siglo xix hubo algunos pensadores que se atrevieron a decir que todas las verdades del cristianismo no eran más que verdades naturales, por lo cual era posible prescindir de las Iglesias y asimilar las llamadas verdades reveladas en los sistemas de pensamiento. La comprensión más original y correcta del misterio viene de la Iglesia antigua. Misterio significaba entonces no una realidad escondida e incomprensible al entendimiento humano, sino más bien el designio de Dios revelado a unas personas privilegiadas, como los grandes místicos, las personas santas, los profetas y los apóstoles, y comunicado a todos por medio de ellos. El misterio debe ser conocido y reconocido por los hombres y las mujeres. No significaba el límite de la razón, sino lo ilimitado de la razón. Cuanto más conocemos a Dios y su designio de comunión con los seres humanos, más nos sentimos invitados y desafiados a conocer y a profundizar. Y podemos profundizar durante toda la eternidad sin llegar jamás al fin. Subimos de un peldaño de conocimientos a otro peldaño, abriendo cada
  • 17. vez más los horizontes sobre lo infinito de la vida divina, sin vislumbrar nunca un límite. Dios es así vida, amor, sobreabundancia de comunicación, en la que nosotros mismos quedamos sumergidos. Esta visión del misterio no provoca angustia, sino expansión del corazón. La santísima Trinidad es misterio ahora y lo será por toda la eternidad. Nosotros lo conoceremos cada vez más, sin agotar nunca nuestra voluntad de conocer y de alegrarnos con el conocimiento que vamos adquiriendo progresivamente. Conocemos para cantar, cantamos para amar, amamos para estar juntos en comunión con las divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. "Dios puede ser aquello que no podernos entender" (san Hilario). "¡Qué profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos.!.. De él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (epístola a los Romanos 11,33.36). 8. La " perijóresis" : La interpenetración de las tres divinas personas Siempre que hablamos de la santísima Trinidad hemos de pensar en la comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta comunión significa la unión de las personas y la manifestación, de esta forma, del único Dios trino. ¿Cómo se da esta comunión entre las divinas personas? Los teólogos ortodoxos han acuñado una expresión que comenzó a divulgarse a partir del siglo VII, especialmente por san Juan Damasceno (muerto en el 750): perijóresis. Como no existe una buena traducción en ninguna lengua moderna, creemos conveniente mantenerla en griego. Pero hemos de entenderla bien, ya que nos abre una comprensión fructuosa de la santísima Trinidad. Perijóresis quiere decir, en primer lugar, la acción de envolver cada una de las personas a las otras dos. Cada persona divina penetra en la otra y se deja penetrar por ella. Esta interpenetración es expresión del amor y de la vida que constituyen la naturaleza divina. Es propio del amor comunicarse; es natural que la vida se desarrolle y quiera comunicarse. De la misma manera, los divinos tres se encuentran desde toda la eternidad en una infinita eclosión de amor y de vida, uno en dirección al otro. El efecto de esta mutua interpenetración es que cada persona mora en la otra. Este es el segundo sentido de perijóresis. En palabras sencillas, esto significa: el Padre está siempre en el Hijo, comunicándole la vida y el amor; el Hijo está siempre en el Padre, conociéndolo y reconociéndole amorosamente corno Padre; el Padre y el Hijo están en el Espíritu Santo como expresión mutua de vida y de amor; el Espíritu Santo está en el Hijo y en el Padre como fuente y manifestación de la vida y del amor de esta fuente abismal. Todos están en todos. Lo definió muy bien el concilio de
  • 18. Florencia en el año 1441: "El Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo. El Hijo está todo en el Padre y todo en el Espíritu Santo. El Espíritu está todo en el Padre y todo en el Hijo. Ninguno precede al otro en eternidad, ni lo supera en grandeza, ni le sobrepuja en poder". Así pues, la santísima Trinidad es un misterio de inclusión. Esta inclusión impide que entendamos a una persona sin las otras. El Padre debe comprenderse siempre junto con el Hijo y con el Espíritu Santo, y así sucesivamente. Alguno podría pensar: ¿Habrá entonces tres dioses, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Los habría si uno estuviese al lado del otro, sin relación con él; los habría si no hubiese relación e inclusión de las tres divinas personas. No existen primero los tres y luego su relación. Los tres conviven sin principio y se entrelazan eternamente. Por eso son un solo Dios, un Dios-Trinidad. "La física moderna ha demostrado que no podemos hablar ya de partículas elementales, como átomos, núcleos y hadrones. En la nueva visión, el universo se concibe como una trama de acontecimientos siempre relacionados; todos los fenómenos naturales están interligados, de manera que ninguno puede explicarse por sí mismo sin los otros. Es el reflejo de la perijóresis divina dentro de la creación" (Fritjof Capra, en el capítulo `Interpenetracáo" del libro O Tao da Fisica, S. Paolo 1987, 213-225). 9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo ¿Cómo se reveló la santísima Trinidad? Hay dos caminos que debemos seguir. En primer lugar, la santísima Trinidad se reveló en la vida de las personas, en las religiones, en la historia y, luego, en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en la manifestación del Espíritu Santo en las comunidades de la primitiva Iglesia y en el proceso histórico hasta los días de hoy. Aun cuando los hombres y las mujeres no supieran nada de la santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitaban desde siempre en la vida de las personas. Siempre que las personas seguían las llamadas de sus conciencias; siempre que obedecían más a la luz que a las ilusiones de la carne; siempre que realizaban la justicia y el amor en las relaciones humanas, estaba presente la santísima Trinidad. Porque Dios trino no se encuentra fuera de esos valores a que aludíamos. San Ireneo (murió por el año 200) dijo acertadamente: " El Hijo y el Espíritu Santo constituyen las dos manos por las cuales nos toca el Padre, nos abraza y nos moldea cada vez más a su imagen y semejanza. El Hijo y el Espíritu Santo han sido enviados al mundo para morar entre nosotros e insertarnos en la comunión trinitaria" .
  • 19. La santísima Trinidad, en este sentido, no estuvo nunca ausente de la historia, de las luchas y de la vida de las personas de todos los tiempos. Hemos de distinguir siempre entre la realidad de la santísima Trinidad y la doctrina sobre ella. La realidad de las tres divinas personas ha acompañado siempre a la historia humana. La doctrina surgió luego, cuando las personas captaron la revelación de la santísima Trinidad y pudieron formular doctrinas trinitarias. La revelación misma de la santísima Trinidad en toda su claridad sólo vino por medio de Jesucristo y por las manifestaciones del Espíritu Santo. Hasta entonces, en las religiones, en los profetas del Antiguo Testamento y en algunos textos sapienciales aparecían algunas alusiones trinitarias. Con Jesús irrumpió la conciencia clara de que Dios es Padre que envía a su Hijo unigénito, encarnado en Jesús de Nazaret en virtud del Espíritu Santo; él formó la santa humanidad de Jesús en el seno de la virgen María y llenó a Jesús de entusiasmo para predicar y curar, así como envió a los apóstoles para dar testimonio y fundar comunidades cristianas. Sólo podremos entender a Jesucristo si lo comprendemos tal como nos lo presentan los evangelios: como Hijo del Padre y lleno del Espíritu Santo. La Trinidad no se revela como una doctrina, sino como una práctica: en los comportamientos y palabras de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en el mundo y en las personas. ¡Padre, extiende tu mano y sálvanos de esta miseria! Y el Padre, que escucha el grito de sus hijos e hijas oprimidos, extendió sus dos manos para liberarnos y abrazarnos en su seno bondadoso: el Hijo y el Espíritu Santo. CAPÍTULO 2 El proceso de revelación de la santísima Trinidad 10. ¿Cómo se reveló el Padre de cariño infinito? El texto más importante que se aduce para la revelación de la santísima Trinidad por parte de Jesús es su palabra de despedida en Mateo: "Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (28,19). Este mandato de Jesús sólo se encuentra en el evangelio de san Mateo; falta en los otros tres evangelios.
  • 20. Los estudiosos piensan que esta fórmula es tardía, ya que recoge la experiencia bautismal de la comunidad primitiva en el tiempo en que se escribió el evangelio de san Mateo, por el año 85. Aquella comunidad había meditado mucho en la vida y en las palabras de Jesús. A partir de allí comprendió que Jesús nos había revelado de hecho quién es Dios, es decir, la santísima Trinidad, y que en nombre de ese Dios trino tenían que ser bautizados los creyentes. Jesús está en el origen de esta fórmula eclesial. Vamos a considerar cómo nos reveló Jesús las tres personas divinas. Comencemos por el nombre del Padre. Sabemos que Jesús siempre llamó a Dios Abba, que quiere decir " papá" . Si uno llama a Dios Padre es porque se siente hijo. Este Padre es de infinita bondad y misericordia. Jesús mantuvo en sus largas oraciones una profunda intimidad con él. Si se muestra misericordioso con los pecadores es porque está imitando al Padre celestial, que es fundamentalmente misericordioso y ama a los ingratos y malos (Lc 6,35). ¿Cómo actúa el Padre? El Padre actúa en el mundo con vistas a la implantación de su Reino. Jesús hace del mensaje del reino de Dios el centro de su predicación. Reino no significa un territorio sobre el cual tiene dominio un rey. Reino es el modo de actuar del Padre mediante el cual va liberando a toda la creación de los males del pecado, de la enfermedad, de las divisiones y de la muerte, e implantando el amor, la fraternidad y la vida. Jesús, con su palabra y con su práctica, se empeña en inaugurar ya en este mundo el reino del Padre. Y lo hace, como veremos a continuación, en la fuerza del Espíritu Santo. Jesús se siente tan unido con este Padre, que puede confesar: " Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). El Padre amó al Hijo "antes de la creación del mundo" (Jn 17,24). Por tanto, incluso antes de ser creador, Dios era el Padre del Hijo eterno, que se encarnó y se llamó Jesucristo. El nos revela al Padre porque dijo: " El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9). El Padre es Padre, no ante todo por ser creador. Antes de la creación ya era Padre, porque eternamente era el Padre del Hijo. En el Hijo él nos imaginó como hijos e hijas suyos y, por tanto, como hermanos y hermanas del Hijo. Desde siempre estábamos en el corazón del Padre. Allí están nuestras raíces. 11. ¿Cómo se reveló el Hijo, nuestro hermano?
  • 21. El Hijo se reveló asumiendo la santa humanidad de Jesús de Nazaret. Pero debemos respetar el camino que él escogió para manifestarse a las personas. No empezó diciendo enseguida que estaba encarnado en Jesús. Los discípulos, viendo cómo rezaba, cómo actuaba y cómo hablaba, fueron descubriendo la realidad de la filiación divina de Jesús, y así descubrieron la presencia de la segunda persona de la santísima Trinidad. En primer lugar, el Hijo se revela en la forma de rezar de Jesús. Llama a Dios su " querido papá" . El que llama a Dios papá se siente su hijo querido. Y, de hecho, Jesús dice: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar" (Lc 10,22). En la oración Jesús revelaba su unión e intimidad con el Padre. Entonces podía decir: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). Se sentía Hijo, pero con la misma naturaleza del Padre, viviendo una misma comunión. En segundo lugar, Jesús actuaba como quien era el Hijo de Dios y el representante del Padre. Se compadecía de todos los que sufrían y de todos los pobres. Curaba y consolaba. Las personas agraciadas tenían la sensación de estar ante el poder personalizado de Dios. Pedro confesaba: "¡Tú eres el Hijo de Dios vivo!" Los enemigos de Jesús se dieron cuenta de que Jesús invadía el espacio divino. Perdonaba pecados, cosa que solamente Dios puede hacer; modificaba la ley santa del Antiguo Testamento o introducía interpretaciones liberadoras. Con razón le acusaban: "Llama a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios" (Jn 5,18). En tercer lugar, el mismo cielo dio testimonio en favor de Jesús, el Hijo de Dios. No sabemos si el relato bíblico se refiere a un acontecimiento concreto o se trata de expresar, por esta forma literaria, la experiencia íntima de Jesús, comunicada de alguna manera a los discípulos. De todas formas, en el bautismo de Jesús y en la transfiguración del monte Tabor se oyó la voz: " Este es mi Hijo amado, mi predilecto" (Mt 3,17; 17,5). Aquí se revela lo que Jesús escondía con recato: su filiación divina. Finalmente, la muerte y la resurrección de Jesús son momentos cruciales en los que se revela la verdadera naturaleza de Dios y de las otras dos personas divinas: el amor y la plena comunión. En la muerte, Jesús entrega totalmente su vida a los demás. Esta muerte es fruto del rechazo que Jesús sufrió. Pero no deja que la muerte sea solamente expresión del rechazo de su persona, del Dios que anuncia y del Reino. Asume libremente la muerte como expresión suprema de su amor para con quien lo rechaza. Quiere que la última palabra la tenga la comunión y no la exclusión. Jesús murió en solidaridad y en comunión hasta con los enemigos que le condenaban para garantizar el triunfo del amor y de la comunión. Este triunfo se revela en la resurrección, que es la plenitud de la
  • 22. vida en total comunicación y realización. Esta vida revelada en la resurrección es la misma que estaba en la cruz. Por eso existe una unidad entre la muerte y la resurrección: hay un solo misterio pascual. Este misterio revela la esencia de la santísima Trinidad: el amor y la comunión. En este misterio está presente el Padre, que ama y que sufre con el Hijo; está presente el Espíritu Santo, por cuya fuerza el Hijo entrega su vida y mantiene la comunión hasta el fin. Si queremos estar unidos a la santísima Trinidad, hemos de seguir el mismo camino que Jesús: rezar con intimidad, actuar con radicalidad por la justicia y la comunión y aceptar la misma muerte como forma de entrega total y de comunión última hasta con los enemigos. 12. ¿Cómo se reveló el Espíritu Santo, nuestra fuerza? El Espíritu Santo es la segunda mano por la que el Padre nos alcanza y nos abraza. El Padre y el Hijo enviaron al mundo al Espíritu Santo. Ya antes el Espíritu actuaba desde siempre en la tierra: fomentando la vida, animando el coraje de los profetas, inspirando sabiduría para las acciones humanas. Su mayor obra fue venir sobre María y formar en su seno la santa humanidad del Hijo encarnado en Jesús; bajó sobre Jesús con ocasión del bautismo de Juan; en la fuerza del Espíritu, Cristo hace portentos para liberar al hombre de sus miserias. El mismo Jesús dijo: "Si echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Mt 12,28). Después de la ascensión de Jesús a los cielos, es el Espíritu el que profundiza y difunde el mensaje de Cristo. El nos hace acoger con fe y con amor a la persona del Hijo y nos enseña a rezar: ¡Abba, Padre nuestro! Hay cuatro lugares privilegiados de revelación del Espíritu Santo. El primero es la virgen María. El moró en ella. La elevó a la altura de lo divino. Por eso lo que nace de María, como dice san Lucas, será llamado Hijo de Dios (Lc 1,35). Lo femenino fue tocado por lo divino y también eternizado. La mujer posee en Dios su propio lugar. El segundo lugar es Jesucristo. Jesús estaba lleno del Espíritu. Por eso era el hombre nuevo, totalmente libre y liberado de todas las ataduras históricas. En la fuerza del Espíritu lanza su programa mesiánico de total liberación (Lc 4,18-21). El Espíritu y Cristo siempre estarán juntos para conducir de nuevo a la creación al seno de la santísima Trinidad. El tercer lugar es la misión. El Espíritu baja en pentecostés sobre los apóstoles, les quita el miedo y los envía a difundir el mensaje de Cristo
  • 23. entre todos los pueblos. Es el Espíritu el que en la misión permite ver y realizar la unidad en la pluralidad de naciones y de lenguas. La variedad no tiene por qué significar confusión, sino riqueza de la unidad. El cuarto lugar es la comunidad humana y eclesial. Dentro de ella aparecen muchos servicios y habilidades. Unos saben consolar, otros coordinar, otros escribir, otros construir. De la misma forma, en la comunidad cristiana existe todo tipo de servicios y ministerios, bien en favor de la comunidad o bien en favor de la sociedad, rompiendo muchas veces los esquemas e inaugurando lo nuevo. Todo proviene del Espíritu. Los cristianos han meditado sobre estas manifestaciones y han sacado la siguiente conclusión: el Espíritu Santo también es Dios con el Padre y el Hijo. No son tres dioses, sino un solo Dios en comunión de personas. Estas son las señales de la presencia del Espíritu: cuando hay entusiasmo en el trabajo de la comunidad, cuando hay coraje para inventar caminos nuevos para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género de opresión, cuando hay voluntad de liberación empezando por la justicia de los pobres, cuando hay hambre y sed de Dios y unción en el corazón. 13. La conciencia trinitaria de los primeros cristianos En el Nuevo Testamento tenemos la revelación de la santísima Trinidad. Pero no existe allí una doctrina elaborada sobre este hecho. La doctrina supone el cuestionamiento, la reflexión y la sistematización de las ideas. Esto no surgirá hasta dos siglos más tarde, cuando los cristianos tuvieron que elaborar ideas claras sobre la divinidad de Jesús y la del Espíritu Santo. Pero en los escritos de los primeros cristianos, particularmente en las cartas de san Pablo, de san Pedro y de san Juan, se percibe la conciencia trinitaria. Esta conciencia se expresa mediante fórmulas ternarias, es decir, mediante formas de pensar y de hablar en las que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo aparecen siempre juntos. Este hecho demuestra que hay allí una fe en la santísima Trinidad, aunque no se perciba claramente una doctrina bien elaborada sobre la misma; podemos decir que esta doctrina sólo está allí a manera de embrión. Veamos algunos de los textos más significativos. El primero es el de la comunidad eclesial de san Mateo: "Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (28,19). Ya hemos dicho que se trata de un texto tardío (por el año 85) y significa que por el bautismo el fiel es
  • 24. introducido en la comunidad de la Trinidad y está bajo la protección de los divinos tres. El segundo texto en importancia es el de san Pablo, que hoy se utiliza en todas las misas: "La gracia de Jesucristo, el Señor; el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Cor 13,13). La fórmula ternaria es tan explícita que nos dispensa de todo comentario. Otro texto trinitario es el de la carta a los Tesalonicenses: " Pero nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos queridos del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para salvaros por la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad. Precisamente para esto os llamó por nuestra predicación del evangelio, para que alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2Tes 2,13-14). Aquí aparecen juntos, en la obra de la salvación, los divinos tres. Conviene recordar que siempre que el Nuevo Testamento habla de Dios sobrentiende al Padre. Textos semejantes a los citados son los de 1 Cor 12,4-6 y Gál 3,11-14; 2Cor 1,21-22; 3,3; Rom 14,17-18; 15,16; 15,40; Flp 3,3; Ef 2,20-22; 3,14-16. Destaquemos, además, otros textos en virtud de su claridad: "Y como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestroscorazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! (Gál 4,6). " Dios es el que a nosotros y a vosotros nos mantiene firmes en Cristo y nos ha consagrado; él nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones el Espíritu como prenda de salvación" (2Cor 1,21-22). "Por él (por Jesucristo) los unos y los otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18). Habría otros textos que podrían ser leídos sin mayores explicaciones, como en la epístola de Tito 3,4-6, en la primera de Pedro 1,2, en la epístola de Judas 20-21, en el Apocalipsis 1,4.5 y en otros más. La tónica de estos textos es siempre la siguiente: en la obra de la aproximación liberadora de Dios a los seres humanos siempre aparecen los tres divinos en comunión, actuando juntos e insertándonos en su vida divina. Más importante que la conciencia del bien es hacer el bien. Más importante que saber cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios es vivir la comunión, que es la esencia de la Trinidad. 14. El Antiguo Testamento: Preparación para la revelación de la santísima Trinidad
  • 25. Si el único Dios verdadero se llama Trinidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, entonces hemos de admitir que toda revelación divina, en cualquier parte de la historia, significa una manifestación de la santísima Trinidad. Ciertamente, la gente no sabe que el encuentro con Dios implica siempre un encuentro con las tres divinas personas; pero una vez descubierta esta verdad, siempre podemos decir: toda experiencia auténtica de Dios significa realmente una experiencia del Dios trinitario. A la luz de esta verdad podemos releer las religiones del mundo, y particularmente el Antiguo Testamento. Allí percibimos indicios de una conciencia de que en Dios hay diversidad y de que en él existe la comunión y el amor. Así, en el Antiguo Testamento se profesa la fe de que existe solamente un único dios, pero al mismo tiempo se afirma que este Dios salió de sí mismo, que estableció una alianza con los hombres y con las mujeres, que toma partido por los oprimidos y quiere su liberación. En los escritos del Antiguo Testamento descubrimos tres personificaciones que aluden a la fe futura en la santísima Trinidad. En primer lugar, se personifica la sabiduría. Ella es el Dios presente entre los hombres, que abre caminos donde hay dudas, que enciende la luz en medio de la búsqueda de los hombres. Ella es Dios, pero posee una relativa autonomía respecto al mismo Dios. En segundo lugar, se personifica la palabra de Dios. Por la palabra, Dios está en medio de la comunidad; por medio de ella él comunica su voluntad, juzga la historia, salva y promete al futuro liberador. Esta palabra es Dios, pero al mismo tiempo mantiene una relativa independencia de él, lo cual demuestra que en Dios hay unidad y diversidad. Finalmente, se personifica también a la fuerza de Dios: es el Espíritu de sabiduría, de discernimiento, de coraje, de santidad. Esta fuerza de Dios se manifiesta en la creación, en la historia, en la vida de las personas, particularmente en los justos y en los profetas. El Nuevo Testamento vio en estas manifestaciones la presencia del Espíritu Santo, tercera persona de la santísima Trinidad. La santísima Trinidad quiso manifestarse progresivamente a las personas humanas. Primero, como enseñaba san Epifanio, "se enseña la unidad en Moisés, luego se anuncia la dualidad en los profetas y, finalmente, se encuentra la Trinidad en los evangelios". La revelación es como la vida. Hay siempre una preparación de lo que va a surgir. La aurora prepara el sol naciente, la semilla la planta, la flor el fruto. Así, el Antiguo Testamento prepara el Nuevo; el Dios de la alianza, al Dios de la comunión.
  • 26. CAPÍTULO 3 La razón humana y la santísima Trinidad 15. Cómo expresaron los cristianos la santísima Trinidad La venida del Hijo y del Espíritu Santo inauguró un tiempo nuevo en la humanidad. Los primeros cristianos, al ver las acciones y las palabras de Cristo y estando atentos a las manifestaciones del Espíritu Santo, llegaron a la conclusión de que Dios-Padre los había enviado y que los tres eran el Dios en comunión e intercomunicación. Al principio, no había reflexión teológica sobre esta convicción. El ambiente litúrgico fue el primer lugar de expresión de la fe trinitaria. Las doxologías, esto es, las oraciones de alabanza y de acción de gracias, constituyeron las oportunidades primordiales en las que los fieles atestiguaron la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Las oraciones antiguas, lo mismo que las nuestras de hoy, terminaban siempre con el "Gloria al Padre, por el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo". Estaba, además, la práctica sacramental. Se celebraba de forma solemne el bautismo y la eucaristía. Siguiendo el mandato del resucitado, conservado en Mateo (28,19), los cristianos bautizaban "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Los primeros formularios de misas (anáforas o canon) se estructuraban siempre de forma trinitaria. El Padre es siempre el fin y el objetivo de toda celebración. En ella se celebran los misterios de la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús, se recuerda la venida del Espíritu en pentecostés y su actuación en la comunidad y en la historia. Y todo esto se hace para insertar a las personas en la comunión trinitaria. También conocemos los primeros credos (llamados "símbolos" en la Iglesia antigua). Allí había ya una clara conciencia trinitaria. El rito actual del bautismo todavía conserva la misma estructura de expresión de fe que el rito del siglo II en Roma. Allí se dice: "Creo en Dios, Padre todopoderoso..., y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor... Creo en el Espíritu Santo". Todavía hoy los cristianos suelen comenzar y terminar el día haciendo la señal de la cruz; es una expresión de fe en el Dios cristiano, que es siempre la comunión y la copresencia de las tres personas. Finalmente, a partir del siglo al empezaron las reflexiones teológicas. En primer lugar, se pensó sobre la verdadera naturaleza de Cristo, la misma del Padre; por eso es igualmente Dios, como y con el Padre. Luego se llegó a la idea clara de que también el Espíritu es igualmente Dios como y
  • 27. con el Padre y el Hijo. Solamente el año 381, en el concilio de Constantinopla, se definió con todas las palabras que Dios es tres personas en la unidad de una misma naturaleza de amor y de comunión. El pensamiento reflejo no tiene nunca la primera palabra. Primero viene la vida, la celebración de la vida y el trabajo. Luego viene la reflexión y la doctrina. Lo mismo pasó con los primeros cristianos. Comenzaron alabando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y bautizando luego a los que creían en el nombre de la Trinidad Tan sólo al final empezaron a reflexionar sobre lo que celebraban y sobre lo que hacían. 16. Tres maneras de entender la santísima Trinidad A lo largo de la historia los cristianos han desarrollado tres modalidades principales de presentar de forma más sistemática el misterio de la santísima Trinidad. ¿Por dónde empezar? Veamos cada una de estas formas: la griega, la latina y la moderna. Los griegos partían de la persona del Padre. Veían en él la fuente y el principio de toda la divinidad y de todas las cosas que existen. Lo dice bien el credo: "Creo en Dios Padre todopoderoso". Este Padre está lleno de inteligencia y de amor. Al expresarse a sí mismo, engendra de sí al Hijo como la expresión suprema de su naturaleza. Es su palabra, reveladora de su misterio sin principio. Al proferir la palabra (el Hijo) emite también el soplo: espira al Espíritu Santo, que sale del Padre simultáneamente con el Hijo. De esta manera el Padre entrega a las dos personas toda su sustancia y su naturaleza. De esta forma los tres son consustanciales, es decir, poseen juntos la misma naturaleza y por eso son Dios. Los latinos partían de la única naturaleza divina. Esta naturaleza es espiritual. Por eso está llena de vitalidad y de dinamismo interior. Este principio espiritual, en cuanto que es eterno, sin principio y sin fin, se llama Padre. En cuanto que el Padre se conoce a sí mismo, se proyecta hacia fuera como palabra, engendra al Hijo. En cuanto que el Padre y el Hijo se vuelven el uno hacia el otro, se reconocen y se aman, espiran juntos (como de un solo principio, como en un solo movimiento) al Espíritu Santo. Si los griegos acentuaban en el credo la expresión Padre ("Creo en Dios Padre todopoderoso"), los latinos se detenían más en Dios (" Creo en Dios, Padre todopoderoso" ); solamente luego pasaban a la persona del Padre. Los modernos prefieren partir de las relaciones entre las tres divinas personas. Parten decididamente de la novedad cristiana. Dios es, desde el principio, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero las tres personas están de tal manera interpenetradas unas en las otras, mantienen entre sí un lazo de
  • 28. amor tan íntimo y tan fuerte, que son un solo Dios. Son tres amantes de un solo amor o son tres sujetos de una única comunión. Cada una de estas visiones tiene sus ventajas. En un mundo donde se tiende a venerar muchos dioses y fetiches es aconsejable partir de la unidad de la naturaleza divina. En una realidad en donde se acentúa demasiado la unicidad y lo absoluto de Dios y la concentración del poder político y religioso es conveniente partir de la trinidad de personas en comunión. En una sociedad de egoísmo, en donde no hay comunión suficiente para humanizar las relaciones ni se respetan las diferencias, está indicado partir de las relaciones iguales, amorosas y unitivas entre las tres personas. Entonces aparece con claridad que la santísima Trinidad es la mejor comunidad y que es el programa de liberación de los cristianos. A los filósofos les agrada ver en Dios al absoluto. Este lenguaje tiene un inconveniente: establece siempre un dualismo fundamental entre lo absoluto y lo relativo, entre la eternidad y el tiempo, entre Dios y el mundo. Los cristianos preferimos hablar de la comunión de las divinas personas, que es siempre inclusiva, ya que engloba también a la humanidad, al mundo y al tiempo. 17. Las palabras-clave para expresar la fe en la'santísima Trinidad Después de ciento cincuenta años de reflexiones, discusiones y encuentros de obispos, la Iglesia llegó a fijar las palabras-clave con las que expresar su fe en la santísima Trinidad sin errores ni distorsiones. Es verdad que las expresiones parecenfrías y formales. Pero tienen que completarse con el corazón, que se inflama al saber que es el receptáculo dentro del cual moran las tres divinas personas. Naturaleza divina una y única: Para señalar lo que une en la Trinidad y hace que las personas sean un solo Dios, la Iglesia utilizó la palabra naturaleza (sustancia o esencia). La naturaleza es la esencia de Dios en su aspecto dinámico; por tanto, es aquello que constituye a Dios como Dios, distinto de cualquier otro ser posible. Esta naturaleza es numéricamente una y se encuentra presente en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Persona es aquello que distingue en Dios, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Entendemos por persona la individualidad que existe en sí, vuelta hacia los otros en una existencia singular, distinta de las otras. Así el Padre es distinto del Hijo, aunque no sea otra cosa distinta del Padre, ya que posee la misma naturaleza. Es propio de cada persona estar abierta a la otra y entregarse totalmente a ella, de tal forma que el Padre está todo en el Hijo y en el Espíritu Santo, y así cada persona respectivamente.
  • 29. Procesiones designa la manera y el orden según los cuales una persona procede (de ahí "procesiones") de la otra. Existen dos procesiones: la generación del Hijo y la espiración del Espíritu Santo. Se dice que el Padre se conoce a sí mismo absolutamente: esta operación es tan absoluta en el Padre que engendra al Hijo. El Padre no causa al Hijo, sino que le comunica totalmente su propio ser. El Padre y el Hijo se contemplan y se aman. Este amor hace que los dos espiren al Espíritu Santo, como expresión de amor del Padre y del Hijo. Relaciones son las conexiones que existen entre las tres divinas personas. El Padre en relación con el Hijo posee la paternidad; el Hijo en relación con el Padre posee la filiación; el Padre y el Hijo en relación con el Espíritu Santo poseen la espiración activa; el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo posee la espiración pasiva. Las relaciones permiten distinguir a una persona de la otra. Pero las personas se distinguen también por su propia personalidad. Misiones designan la presencia de las personas divinas dentro de la historia; así se dice que el Padre, al engendrar al Hijo, proyectó toda la creación; el Hijo se encarnó para divinizarnos y redimirnos; el Espíritu Santo recibió la misión de santificarnos y de reconducirlo todo al reino de la Trinidad. Con estas palabras vislumbramos un poco del misterio divino de comunión y de infinito amor. No se nos han revelado las palabras, sino las personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las palabras solamente valen cuando nos recuerdan y nos llevan a las personas divinas. Por eso es preciso usarlas con unción y con amor. De lo contrario, somos como camellos que se quedan ciegos antes de llegar al oasis de aguas abundantes. 18. Formas erróneas de entender la santísima Trinidad La fe cristiana profesó desde el comienzo que el Dios revelado por Jesús es Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Inicialmente no hubó problemas, ya que los cristianos no habían sentido todavía la necesidad de profundizar en las implicaciones de su fe. ¿Cómo compaginar la fe en un solo Dios, tal como se creía en el Antiguo Testamento, con la fe del Nuevo Testamento, que afirma la Trinidad en Dios? En la Iglesia de ayer y todavía en nuestros días perduran tres formas erróneas de entender la santísima Trinidad: el modalismo, el subordinacionismo y el triteísmo. Veamos cada una de ellas. El modalismo es el error según el cual la santísima Trinidad representa tres modos (de ahí "modalismo" ) de presentarse a los hombres el mismo y único Dios. Dios sólo puede ser uno y habita en una luz inaccesible. Sin
  • 30. embargo —dicen los modalistas—, cuando se revela a los seres humanos, aparece bajo tres máscaras distintas. Cuando se dice que Dios crea, aparece bajo la máscara de Padre. Cuando se dice que Dios salva, aparece bajo la máscara de Hijo. Cuando se dice que Dios santifica y reconduce toda la creación al reino de los cielos, se trata del mismo y único Dios que aparece bajo la forma de Espíritu Santo. Dios es Trinidad solamente para nosotros. En sí mismo, es solamente un Dios único y solitario. Con esta comprensión errónea se renuncia a la idea típicamente cristiana de Dios como comunión de los tres únicos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Iglesia, ya desde antiguo, condenó siempre esta forma de representar a la santísima Trinidad. El subordinacionismo significa que el Hijo y el Espíritu Santo están subordinados (de ahí "subordinacionismo" ) al Padre. Solamente el Padre es plenamente Dios. El Hijo es la criatura más excelsa que creó el Padre. Pero no es Dios. Todo lo más posee una naturaleza semejante a la del Padre, pero nunca es igual ni de la misma naturaleza que el Padre. Lo mismo se dice del Espíritu Santo. Depende del Padre y no es Dios. Algunos llegaron a decir que el Hijo es solamente adoptivo, pero nunca unigénito ni de la misma sustancia del Padre. En esta comprensión se pierde la igualdad entre las tres divinas personas, así como la divinidad de cada una de ellas. La Iglesia, especialmente en el concilio de Nicea (año 325), condenó esta doctrina. Está, finalmente, el triteísmo. Algunos cristianos decían: Sí, existen tres personas divinas. Pero son tres dioses distintos, separados unos de otros. Esta doctrina fue rechazada. ¿Cómo puede haber tres infinitos?, ¿tres absolutos?, ¿tres eternos? Las tres personas están eternamente relacionadas y en comunión entre sí, hasta el punto de ser un único Dios- amor-y-vida. Estos errores han obligado a los cristianos a profundizar en su conocimiento de la santísima Trinidad, manteniendo siempre la unidad del amor y la trinidad de las personas que aman. Las doctrinas erróneas son generalmente lecturas parciales de la verdad Para contemplar la verdad con los dos ojos necesitamos un gran esfuerzo de la razón. Las doctrinas erróneas nos obligan a pensar. Por eso no representan una desgracia absoluta, sino un accidente del camino hacia el rumbo cierto.
  • 31. CAPÍTULO 4 La imaginación humana y la santísima Trinidad 19. Creer también con la fantasía Nosotros no creemos solamente con el corazón, que ama, y la cabeza, que piensa. También creemos con nuestra fantasía. Sin la fantasía no somos casi nada. Es a partir de la fantasía como se fortifica nuestra esperanza y toma colorido toda la realidad. Sólo podemos captar lo que Dios nos prometió si usamos la fantasía, porque la mente humana sólo alcanza lo presente y piensa en Dios con conceptos sacados del mundo. El mismo Jesús, cuando nos describe el reino de Dios, utiliza imágenes y comparaciones sacadas de la fantasía: la imagen de la semilla, del tesoro escondido, del banquete, del amo que llega por sorpresa a su propiedad... Los pensadores cristianos utilizaron ya desde los primeros siglos las imágenes para poder comprender mejor y comunicar alguna idea del augusto misterio de la Trinidad. Así, por ejemplo, san Ignacio de Antioquía (muerto en el 104) escribió una carta a los efesios en que habla de esta forma de la santísima Trinidad: "Sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción por Dios-Padre, levantadas a las alturas por la palanca de Jesucristo, palanca que es la cruz, sirviéndoos del Espíritu Santo como de una cuerda". Aquí aparecen las tres divinas personas actuando en la historia en función de la salvación del mundo. También es muy conocido el icono del ruso Rublev (por el 1410). Presenta a las tres personas divinas bajo la forma de los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en Mambré (Gén 18,1-5) y que luego desparecieron, dejando la impresión clara de una visita del mismo Dios. Los tres están sentados alrededor de una mesa, sobre la cual está la eucaristía. Son todos ellos iguales y al mismo tiempo distintos. Se miran entre sí con respeto y en profunda comunión de amor. La eucaristía significa la presencia de Cristo y, junto a él, la del Espíritu, que fue enviado por el Padre; es decir, la presencia de toda la santísima Trinidad morando con nosotros en la tierra. Hay también otra representación muy significativa que se encuentra en una pequeña iglesia de Baviera (Urschalling bei Prein). Allí aparece el Espíritu Santo en forma de mujer, teniendo a un lado al Padre y al otro al Hijo. Los dos ponen sus manos, respetuosamente, en el seno del Espíritu Santo. Y por debajo los tres terminan unidos, como si fuesen un solo cuerpo, cubierto con una larga túnica. De nuevo está aquí la diversidad (las tres personas), incluyendo a lo femenino en Dios y la unidad (la misma
  • 32. naturaleza de amor y comunión). En la iglesia de la Trinidad en Goiás también se representa a la santísima Trinidad coronando a Nuestra Señora, que está en el lugar de toda la creación. Con razón los cristianos de aquel lugar escribieron un gran letrero: "La santísima Trinidad es la mejor comunidad", como saludo a los cristianos de las comunidades eclesiales de base de todo el Brasil. Somos templos de la santísima Trinidad. Ella está en todas y en cada una de nuestras dimensiones. Cada facultad de nuestro espíritu es digna de alabar y de reconocer a las divinas personas. Y la fantasía, ¿será entonces menos digna por soñar en vez de pensar, por tener representaciones en vez de tener ideas? También la fantasía, a su modo, bendice a la santa Trinidad 20. La persona humana como imagen de la Trinidad En el Génesis se dice que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,27). Para los cristianos esto significa que toda persona humana, hombre y mujer, revela algunos rasgos de la santísima Trinidad, que es el único Dios verdaderamente existente. ¿Cómo aparece en el ser humano la imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? San Agustín ha sido el teólogo que investigó más esta realidad. Sus elaboraciones siguen siendo hoy perfectamente válidas. Cada persona humana, en primer lugar, aparece como un misterio para sí misma. Por mucho que nos conozcamos, que nos conozcan los otros y que las ciencias nos ofrezcan datos y más datos sobre la existencia humana, seguimos siendo un misterio profundo para nosotros mismos. Por esto no podemos juzgar a nadie y hemos de mantener una actitud de respeto y de atención profunda a toda persona humana, por más humilde que sea. Todos tienen algo que decir y que revelar, y con esas revelaciones podemos descubrir mejor el rostro del Dios-trino. La persona, como misterio abismal, representa al Padre, que como persona divina, principio sin principio, es el misterio primero y fundamental. La persona como misterio tiene inteligencia y se comunica hacia fuera de sí misma. Se autoconoce y crea todo un mundo de representaciones y de ideas. Dice la verdad sobre sí misma. Esta verdad o palabra de sí misma representa al Hijo, que es la verdad y la palabra reveladora del Padre. Por eso siempre que pensamos correctamente, siempre que decimos la verdad sobre nosotros mismos y sobre las cosas del mundo, estamos sirviendo a la palabra divina, que se revela en nosotros. La persona no solamente se conoce. También ama. Quiere estar unida a las otras personas y a las cosas. El Espíritu Santo es el amor dentro de la santísima Trinidad. Une al
  • 33. Padre y al Hijo, haciendo que se supere la oposición Padre-Hijo. Por el Espíritu Santo se revela entre las tres personas una unión de comunión y de amor eternos que siempre las entrelaza. Cuando amamos y nos sentimos confraternizados con los demás, estamos revelando en la historia lo que significa el Espíritu Santo. La persona como misterio, como inteligencia y como amor constituye una unidad dinámica y siempre abierta. No son tres cosas yuxtapuestas. La persona misma es la que es misterio, la que piensa y la que ama. Así, cada uno de nosotros, en su unidad y en su diversidad, muestra que realmente es imagen y semejanza de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Con cuánto respeto hemos de tratar a cada persona, por ser templo de la santísima Trinidad! Si violamos la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las personas, si vilipendiamos a los pobres, destruimos todos los caminos de acceso al Dios-vida-y-comunión. Porque la brújula de todos los caminos pasa por el respeto a la persona humana, imagen de la Trinidad. La falta de respeto destruye la aguja y desaparece entonces la brújula. 21. La familia humana, símbolo de la Trinidad Cada persona humana lleva en todo su ser y en su obrar los rasgos de las tres personas divinas. Toda persona humana nace de una familia. Ya aquí aparecen signos de la presencia del Dios trino. Dios es comunión y comunidad de personas. Pues bien, la familia se construye sobre la comunión y sobre el amor. Ella es la primera expresión de la comunidad humana. En toda familia completa y normal nos encontramos con tres elementos: el padre, la madre y el niño. Hay diversidad de personas. El padre, en nuestra cultura, es la expresión del amor objetivado en el trabajo, en la construcción del hogar y en la seguridad. La madre, en nuestra percepción, es el amor que engendra y protege la vida, la intimidad de la casa y el cariño. La madre y el padre se entrelazan en el amor, en el mutuo reconocimiento y admiración, en la misma tarea de llevar adelante la familia. Conviven bajo el mismo techo, comparten las mismas preocupaciones y comulgan de las mismas alegrías. La expresión de la comunión y del reconocimiento mutuo es el niño que nace. El niño une a los dos. Hace que el marido y la mujer se transformen en padre y madre. Los dos salen de sí y se concentran en una realidad más allá de nosotros y que es el fruto de su relación amorosa: el niño. En la familia tenemos una de las imágenes más ricas de la santísima Trinidad. En primer lugar existen los tres elementos: padre-madre-niño. Luego está la distinción de
  • 34. personas: la una no es la otra; cada una tiene su autonomía y su tarea propias; sin embargo están relacionados por lazos vitales y fuertes, como el amor. Hay una sola comunión de vida. Por eso, siendo tres, forman una sola familia. La unidad de la familia es semejante a la de la santísima Trinidad. La unidad es expresión del amor, de la salida de cada persona en dirección a la otra, de la comunión en la misma vida. Está el reconocimiento entre el padre y la madre, de forma semejante al que existe entre el Padre y el Hijo. El niño une al padre y a la madre. De forma análoga, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, une al Padre y al Hijo. Por eso se dice que el Espíritu Santo es amor unitivo. El es la persona divina que une a las personas eternas y a las personas humanas. Para que sea el sacramento de la Trinidad, la familia humana necesita buscar su perfección. Históricamente, la familia humana está marcada también por el pecado y por la desunión. Pero siempre que la familia intenta orientarse en busca de la integración y en la vivencia consecuente del amor, se convierte en una señal del Dios trino dentro de la historia. En la familia bien constituida encontramos las principales dimensiones de la santísima Trinidad: la distinción (padre, madre e hijos) y la unión de una sola vida, de un solo amor y de una misma comunión, en el abrazo de los tres, que constituyen una sola familia. Nacemos en el seno de una familia y viviremos eternamente como hijos e hijas en la familia divina. 22. La sociedad como imagen de la Trinidad La persona humana no vive solamente en sí misma, en la profundidad de su misterio individual. No nace solamente de una familia, como expresión de amor entre marido y mujer. Se inserta dentro de la sociedad humana, donde se encuentra la persona y la familia. La sociedad constituye, para los que la observan con atención, una poderosa señal de la santísima Trinidad en la historia. La sociedad no es una realidad que nazca espontáneamente o que haya sido hecha directamente por Dios o por la naturaleza. La sociedad es el resultado de tres fuerzas que actúan siempre en conjunto y permanentemente. Y aquí es donde identificamos los rasgos de la Trinidad. En primer lugar está la fuerza económica. Mediante ella organizamos la producción y la reproducción de la vida humana. Por la economía elaboramos los alimentos necesarios para el cuerpo. De forma socialmente organizada los producimos, los distribuimos y los consumimos. La fuerza económica nunca tiene que ver solamente con las realidades materiales que se llaman económicas. Nos las tenemos que ver con realidades
  • 35. humanas, porque el comer, el sustentar una vida, el garantizar el alimento para el que tiene hambre es una realidad profundamente humana y también espiritual. Esta fuerza subyace a todas las demás, porque sin ella no existe vida. Y sin la vida no hay sociedad, ni religión, ni adoración a Dios. La segunda fuerza es la política. Por la política nos organizamos socialmente, distribuyendo el poder, las profesiones y las responsabilidades. Por la política creamos las relaciones humanas y proyectamos las instituciones necesarias para hacer funcionar la sociedad, para satisfacer las necesidades materiales, espirituales y culturales de las personas. Finalmente, en tercer lugar está la fuerza cultural. Mediante ella creamos todos los valores y significaciones que hacen que nuestra vida y nuestra práctica sean válidas y expresivas. Así, por la fuerza cultural surgen los ritos de las religiones, las filosofías, las artes y todos los símbolos por los que expresamos nuestros pensamientos y valores. Nadie vive sin valorar las cosas que hace o que están a su alcance. Toda sociedad humana se construye, se solidifica y se desarrolla por la coexistencia e interpenetración de estas tres fuerzas. Las tres obran siempre conjuntamente, de tal manera que en lo económico está lo político y lo cultural, y así sucesivamente. Pues bien, eso precisamente decimos que es la santísima Trinidad: las tres personas son distintas, pero actúan siempre juntas. La interrelación entre los divinos tres hace que sean un solo Dios, reflejado en nuestra realidad social. "La comunión que ha de construirse entre los hombres abraza el ser desde las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión trinitaria" (Documento de Puebla, n. 215). 23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad Un gran teólogo del siglo III, Tertuliano, uno de los primeros en formular la doctrina sobre la Trinidad, escribió lo siguiente: " Donde está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, allí se encuentra también la Iglesia, que es el cuerpo de los tres". En cada persona humana se refleja el misterio trinitario; se refleja también en la familia; muestra sus signos en la sociedad. Pero es
  • 36. en la Iglesia donde este augusto misterio de comunión y de vida encuentra su expresión histórica más visible. La Iglesia, por definición, es la comunidad de fe, esperanza y amor que intenta vivir el ideal de unión propuesto por el mismo Jesucristo: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21). La unidad de los cristianos no reside en una uniformidad burocrática, sino en una interpenetración de los fieles entre sí y con sus pastores al servicio de los demás. La Iglesia se construye sobre tres ejes fundamentales, y en eso es donde aparece más concretamente su semejanza con los divinos tres: sobre la fe, la celebración de la fe y la organización con vistas a la cohesión interna, a la caridad y a la misión en medio de los hombres. Estos tres momentos son concreción de la misma comunidad que se reúne para proclamar y ahondar en la fe, para celebrar la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu en la historia de los hombres, y particularmente en la propia comunidad cristiana, y para organizarse con vistas al servicio coherente a todas las personas, empezando por los pobres. La fe, la celebración y la organización no son realidades yuxtapuestas e independientes entre sí. Son la misma Iglesia en movimiento dinámico de vida y de servicio. La comunión en la Iglesia no se expresa solamente en el terreno religioso. Se realiza también en un proyecto social de comunión de bienes, de participación de vida y de creación de fraternidad, como se ve claramente en los Hechos de los Apóstoles, donde se narra la vida de la primitiva comunidad apostólica (cf He 2,44-45; 4,34-36). Cuando Tertuliano dice que la Iglesia es el cuerpo de las tres personas divinas, quiere insinuar que a través de la vivencia de la fe, de la participación en el culto y de la organización sagrada se da a conocer algo del misterio del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. La Iglesia es todo esto, no simplemente por el hecho de ser Iglesia, sino por el hecho de vivir con coherencia el mensaje evangélico de ser en el mundo un espacio de fe ardiente, de esperanza invencible y de amor comprometido. Cuanto más beba la Iglesia de su fuente eterna, que es la comunión trinitaria, por la que los tres Distintos se unifican y son un solo Dios, tanto más superará las divisiones internas, dejará de ser clerical y laical y se transformará en un espacio de relaciones igualitarias, en un pueblo de Dios, de verdaderos hermanos y hermanas al servicio del reino de la Trinidad.
  • 37. 24. El mundo, sacramento de la Trinidad Toda la creación es obra de la santísima Trinidad. Cada persona actúa a partir de sus cualidades propias, de tal manera que por todas partes surgen las señales del Dios trino. Dios no puede jamás ser representado adecuadamente en su misterio. Por eso, con razón enseñaba el concilio de Letrán (1215): la desemejanza entre el Creador y la criatura es mayor que la semejanza. Pero no por eso estamos privados de las huellas de lo divino impresas en toda la creación. Algunos estudiosos, como el célebre psicólogo Carlos Gustavo Jung, han estudiado, por ejemplo, la simbología del número tres. Este número es un arquetipo (una matriz profunda del alma a partir de la cual captamos nuestras experiencias) que se encuentra en todas las culturas. Se manifiesta también en el inconsciente. Su significación antropológica es semejante a su significación bíblica: el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. El número tres simboliza la exigencia humana de integración, de asociación y de totalidad. A veces, junto a la Trinidad aparece un cuarto elemento, que muchas veces tiene una forma femenina, como María, la creación o la sabiduría. Este cuarto elemento quiere expresar la comunión de los tres divinos vueltos hacia fuera: se autocomunican e invitan a las personas y a la creación a la comunión de amor y de vida, propias de la vida trinitaria. En la predicación se suelen utilizar analogías y figuras sacadas de la vida material para expresar la trinidad de personas y la unidad de comunión. Así se hace referencia al sol, el rayo y el calor. Otras veces se habla del fuego que irradia luz y produce calor. 0 se alude a las tres velas encendidas, que se unen en una sola llama. Muchos catequistas enseñan a los niños un trébol: una hoja con tres puntas distintas. Otros apelan también a las tres energías fundamentales del universo: la gravitación, la electromagnética y la atómica. Las tres son expresión de la única energía universal. Cada vez hay más científicos que abandonan la visión clásica de las partículas elementales de la materia (protón, neutrón, hadrón) y postulan la interacción de todos los factores en una verdadera perijóresis cósmica; utilizan la palabra que usó siempre la teología: "interpenetración" de todo con todo (perijóresis). Son las relaciones trinitarias reflejadas en el cosmos. ¿Quién no ha pensado en el triángulo equilátero? Tiene tres lados iguales, constituyendo una sola superficie. Evidentemente, estas imágenes son pálidas referencias muertas al misterio vivo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, distintos como personas, pero
  • 38. eternamente unidos en el amor y la comunión. En una palabra, ninguna imagen, ningún concepto puede expresar la profundidad del amor trinitario. Sólo el corazón, que es mayor que nuestra inteligencia, puede vislumbrar la grandiosidad y el encanto de la vida divina, ya que por el corazón entramos en comunión con las divinas personas y participamos de su vida íntima. La naturaleza no es muda; las piedras hablan, el mar se expresa y el firmamento canta la gloria de Dios. No hay nada meramente yuxtapuesto a lo demás y en manos del azar. Todo se relaciona y entra en comunión: el viento con la roca, la roca con la tierra, la tierra con el sol y el sol con el universo. Todo está perijorizado, impregnado de la comunión de la santísima Trinidad. CAPÍTULO 5 Lo que es la santísima Trinidad: La comunión de vida y de amor entre los tres divinos 25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida El Dios cristiano es la comunión eterna de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres están eternamente borbotando el uno hacia el otro y construyendo un solo movimiento de amor, de comunicación y de encuentro. ¿Cómo entender mejor esta realidad? No se trata de descubrir el misterio de Dios. Se trata de captar el movimiento divino para poder vivir mejor la presencia y la actuación de la santísima Trinidad dentro del mundo y en nuestra trayectoria personal. La teología bíblica ha encontrado una palabra para expresar esta dinámica divina: vida. Se entiende a Dios como un vivir eterno, dador de vida y protector de toda vida amenazada, como la de los pobres y oprimidos por la injusticia. El mismo Jesús, el Hijo encarnado, se presentó como aquel que vino a traer vida, y vida en abundancia (Jn 10,10). Si analizamos un poco lo que supone la vida, captaremos mejor la comunión de los divinos tres. La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y recibir, de asimilar, incorporar y entregar la propia vida en comunión con otra vida. Ligada al fenómeno de la vida está la expansión y la presencia.
  • 39. Un ser vivo no está ahí como pudiera estar una piedra. El ser vivo tiene presencia, que significa una intensificación de existencia. El ser vivo habla por sí mismo; no necesita de palabras para comunicarse. Ante un ser vivo tenemos que tomar posición: acoger o rechazar la vida del otro. Toda vida incluye un proceso de comunión con algo diferente, con lo que entra en ósmosis, incorporándolo a sí mismo. Toda vida se reproduce en otra vida. Por su naturaleza, la vida se desarrolla. Significa siempre un proceso abierto a nuevas expresiones de vida. Entenderemos algo de la santísima Trinidad si la referimos al misterio de la vida. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son vivientes eternos que se autorrealizan en la medida en que se entregan unos a otros. La característica fundamental de cada persona divina es ser para la otra, por la otra, con la otra y en la otra. Cada persona viva se vivifica eternamente vivificando a las otras y participando de la vida de las otras. Lo mismo que uno no es feliz más que haciendo felices a los demás, igual ocurre en la vida trinitaria: cada persona es viva en la medida en que da la vida a las otras y recibe la vida de las otras. Porque esto es así, entendemos por qué el Dios cristiano solamente puede ser la comunión de los divinos tres y tiene que ser trinidad. Es más que dualidad: el Padre frente al Hijo. Es trinidad, que significa la inclusión de un tercero para expresar la plenitud de vida más allá de la contemplación mutua: el Espíritu Santo. La vida así constituye la esencia de Dios. Y la vida es comunión dada y recibida. Y la comunión es la Trinidad. No sabemos qué es la vida. Pero la vida implica movimiento, espontaneidad, libertad, futuro y novedad. La Trinidad es vida eterna; por tanto, es libertad, donación y recepción perenne, encuentro consigo mismo para darse incesantemente. La Trinidad es novedad como toda vida, siempre en mutación, pero sin dispersión. Cada persona es para la otra futuro; por eso siempre es nueva y sorprendente. 26. Yo-tú-nosotros: La santísima Trinidad El misterio de la santísima Trinidad ha significado siempre un desafío a la inteligencia de los teólogos, a saber: de aquellos cristianos que dedican su vida a pensar y a buscar las verdades que Dios mismo nos ha revelado. Los grandes concilios establecieron los marcos principales, a la luz de los cuales tenemos que orientar nuestro pensamiento sobre la santísima Trinidad. Pero los concilios no cerraron nunca las cuestiones, dándose cuenta de las insuficiencias de todo lenguaje humano. Al final de todo el esfuerzo, siempre terminamos en un silencio reverente. Pero antes de callar tenemos que hablar y emplear todos los esfuerzos de la inteligencia para hacer cada vez más luz, ya que sólo así haremos justicia a la grandeza de Dios y a la profundidad de su misterio. En este sentido, en los últimos decenios se ha profundizado mucho en el concepto de persona,