1. Hoy hemos comido en la terraza, hacía bueno.
A la mitad de la comida, aparece un abejorro
y se pone a dar la barrila zumbando a nuestro
alrededor.
Hemos hecho de todo. Hemos intentado
espantarlo dando palmadas o, directamente,
atizándole con los cubiertos. Hemos ido
metiendo en casa los restos de comida a
medida que íbamos terminando, para que
desapareciera el olor a grasa o lo que sea que
huelan estos bichos.
2. Incluso los fumadores lo han atufado
con el humo de sus cigarrillos.
Pero nada. Cuando pensábamos que,
por fin, nos habíamos librado de él, de
pronto, me fijo, y, mírale, está ahí,
caminando a un lado y otro de la silla
de plástico.
3. Nos está incitando a la pelea. Enrollamos
cada uno de nosotros un periódico y nos
acercamos muy juntos para atizarle. No
podemos fallar.
Pero fallamos. Oímos el zumbido de sus
compañeros demasiado tarde y estamos tan
apretujados intentando matar al bicho que
no nos damos cuenta de que sus colegas nos
han rodeado lentamente.
4. Mientras me aplico una cataplasma de vinagre
sobre el brazo izquierdo me acuerdo de otra
batalla parecida y caigo en que hemos utilizado
una estrategia estúpida.
La terraza es la llanura de Cannas, al sur de Italia, el
abejorro es Aníbal el cartaginés y nosotros somos la
poderosa Roma el 2 de Agosto del año 216 a.C. Ese
día, los romanos sufrieron la segunda peor derrota de su
historia.
Desde niño, cada noche, antes de acostarse, la
mamá de Aníbal le hacía repetir la misma frase:
Odio eterno a los romanos.