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50 AÑOS COLEGIO DE CHARTA
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50 AÑOS… CÓMO HAN CAMBIADO LAS COSAS
Cecilia Villabona de Rodríguez
Al cumplirse los 50 años del Instituto Agrícola de Charta, vienen los recuerdos de la infancia,
cuando me encontraba estudiando en Escuela Urbana de niñas. Y pensé cómo han cambiado
las cosas en las últimas cinco décadas, fue entonces cuando tuve la idea de contarle a los
jóvenes estudiantes del año 2014 algunos recuerdos acerca de nuestro pueblo que reflejan
los cambios sucedidos en el mundo y de paso refrescarles la memoria a mis contemporáneos.
La escuela estaba organizada en dos sedes una para varones que funcionaba en donde
ahora queda el ancianato y la escuela de niñas estaba en los salones adjuntos a la casa cural,
en el primer piso. Mis padres Néstor Villabona y Teresa Mujica habían decido que estudiara
en la escuela de Charta, aunque ellos vivían en Bucaramanga, yo me quedé con mis tíos Luis
y Helena en la casa donde además posaban varios estudiantes del campo ahijados de ellos.
Iniciábamos estudios en 1° primaria a los 7 años, pues no teníamos la fortuna de estudiar los
cursos de preescolar como les corresponde a los niños de hoy, yo había insistido en ir antes a
la escuela y me aceptaron como “asistente”. Ya en 1° me encontré con amigas con quienes
compartimos toda la primaria: Elizabeth Portilla, Orfelina Rojas, Mery Portilla, Lucila Tolosa,
Emilse y Marina Estévez.
Algunas cosas de la escuela se conservan como la organización de los pupitres y el tablero,
pero hoy ya no existen los cuadernos “Cardenal” que se llenaban con nuestras letras de color
azul escritas con una pluma que se humedecía en un frasco de tinta “Norma” – en los pupitres
había un hueco para colocar el frasquito-, aunque algunas niñas del campo producían su
propia tinta con semillas; permanecíamos con los dedos untados de tinta y a veces
manchábamos los cuadernos, la ropa y hasta las cosas de la casa. Los principales libros de
2. estudio eran la cartilla Charry con la que aprendíamos las primeras letras, la Historia sagrada
con sus hermosos relatos del Antiguo Testamento como el de “José vendido por sus
hermanos” en éste, José soñaba con una escalera que llegaba al cielo por la que subían y
bajaban los ángeles; también gozábamos la cartilla “Alegría de leer”, algunas teníamos un
libro de Gramática y de pronto uno de Ortografía. No contábamos con una enciclopedia para
hacer consultas y por supuesto no podíamos buscar información por internet a través de
Google, Wilkipedia o en el Rincón del vago. Tampoco podíamos buscar mapas en maps, sino
que los dibujábamos en clase Geografía y eran muy especiales pues muchos quedaban
deformes y torcidos, los calcábamos de un libro con papel mantequilla, los coloreábamos y
luego los pegábamos con goma en el cuaderno, no existía el Colbón; pero así conocimos la
forma y veredas de nuestro querido Charta, las provincias de Santander, los departamentos y
sus capitales, cordilleras, ríos de Colombia... Los cuadernos, libros y demás útiles llegaban
con nosotros a la escuela en una maleta de cuero natural color café que en la tapa tenía las
letras A B C en relieve y coloreadas y que no pesaba tanto como los morrales que algunos
estudiantes llevan ahora a sus espaldas. Cuando alguien no hacía la tarea o no daba la
lección de memoria, el castigo consistía en extender la mano para que la maestra le diera
unos cuantos reglazos y si retiraba antes la mano le daban el doble; cuando la falta era más
grave debía pagarse con un buen tiempo de rodillas a un lado de los pupitres. Los exámenes
de fin de año eran orales, en presencia del alcalde, el párroco y el jefe escolar quienes
también hacían algunas preguntas.
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Cecilia, primera niña de la fila delantera (izquierda)
Maestras y estudiantes, Ligia segunda al fondo.
Las clases iban desde las 8:00 a.m.
hasta las 12:00 y regresábamos de 2:00 a 4:00 p.m., a
los niños del campo que llegaban desde muy lejos a pie les ofrecían almuerzo en el
restaurante de doña Ramoncita de Duarte. Los domingos los estudiantes íbamos en fila a
misa y con uniforme: camisa blanca y falda o pantalón azul oscuro, cada grupo acompañado
por su maestra, entre ellas Ligia Góngora, Gloria Estévez, Stella Prada, Socorro Gutiérrez,
Rosa… El párroco era el padre Samuel Perico García y luego Padre José Luis García,
español, quien me dio la Primera Comunión. También se celebraban fechas especiales: 20 de
julio, 7 de agosto con izadas de bandera y actos culturales que se realizaban el propio día
festivo.
4. Antes de 1964, cuando se fundó el colegio, pocos estudiantes tuvimos la fortuna de continuar
estudios de bachillerato porque debíamos ir a Bucaramanga, Matanza o a otra ciudad donde
hubiera colegio. Yo tuve la suerte de iniciar mis estudios en la Normal de Señoritas de
Bucaramanga y más tarde obtener el título de maestra Licenciada y posgrados que me ha
permitido trabajar desde la primaria hasta la universidad y escribir algunos libros para enseñar
Lenguaje y Literatura.
En ese tiempo, el pueblo era más pequeño pues la mayoría de las casas estaban en las dos
calles centrales y en la carrera que va hacia la “Lomita del roble” y el cementerio, no estaban
pavimentadas con cemento sino con pequeñas piedras que les daban un hermoso aspecto y
cuando llovía bajaba un abundante chorro de agua por la mitad de la calle. La alcaldía estaba
ubicada en la parte baja del parque donde ahora está el puesto de policía. Los domingos el
parque se llenaba con los vendedores y compradores de la gran cantidad de productos del
mercado que por entonces traían los campesinos desde las veredas, casi no se traían
verduras y frutas de afuera pues hasta trigo se producía en las partes más altas del municipio,
por eso en un tiempo existió un molino. Cuando se celebraba el Jueves de Corpus Cristi era
maravilloso ver la variedad de productos agrícolas que adornaban los altares
conmemorativos, como también los ejemplares de la fauna silvestre: tinajos, puercoespines,
pájaros…, desafortunadamente los traían muertos. Así mismo, ya se había iniciado la
conmemoración del 6 de enero con la representación del auto de Los reyes magos que con el
tiempo se ha convertido en una celebración emblemática del pueblo con el aporte de varias
generaciones de charteros pues muchos hemos representado un personaje o más en algún
momento de nuestras vidas. De estos hechos hay registro fotográfico en blanco y negro que
se tomaban con “máquina de retratar”, bastante diferentes a las cámaras modernas o los Ipad.
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5. Las comunicaciones con los familiares y amigos lejanos contrastan con la inmediatez y
facilidad actuales. A diferencia del teléfono celular que muchas personas tienen hoy a la
mano, sólo existía un teléfono para todo el pueblo y estaba ubicado en un costado del parque,
donde ahora está la cafetería “El cafetal”, la telefonista Herminda Duarte le daba manivela a
un aparato grande de color negro, descolgaba el auricular y gritaba por la bocina ¡Charta
llamando a Bucaramanga!, entonces le informaba a la telefonista que contestaba al otro lado
que necesita comunicación con el número tal… y mientras tanto el interesado esperaba
pacientemente, cuando por fin se lograba “la llamada” hablaba “a grito pelado” y casi todo el
pueblo se enteraba de la conversación; por supuesto, las llamadas eran escasas y solo para
casos muy urgentes, más tarde llegó el servicio de Telecom atendido durante varios años por
Hermes Villamizar en una casa ahora abandonada, junto a la droguería. Para comunicaciones
más privadas se empleaba el telegrama que era como el mensaje de texto o correo
electrónico de la época; para ello existía la telegrafía más arriba de la casa cural, atendida por
don Fidel Blanco, quien con un aparato de telégrafo producía continuos golpecitos que se
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6. convertían en impulsos eléctricos y formaban un código especial que echaba al viento las
palabras hasta llegar a su destino, allí se copiaban en una papel con un formato especial y el
cartero las llevaba a su destinatario, junto con las cartas que eran escritas a mano y con muy
buena letra, algunas demoraban en llegar varios días y hasta semanas; de esa forma nos
llegaban las noticias familiares buenas o malas y también las promesas de amor.
El puesto de salud se creó muchos años después, así que en ese tiempo el servicio de
dentistería lo prestaba don Timoteo Góngora que tenía su consultorio en la propia casa
ubicada en la esquina al lado de la iglesia y sacaba dientes y muelas “sin dolor” usando
anestesia que aplicaba con una jeringa enorme o “con dolor” con un precio más económico;
para lograr servicios médicos debíamos ir hasta Bucaramanga, aunque algunas personas se
arriesgaban a seguir los consejos de salud del “el negro Chandy”, un culebrero que venía
durante las fiestas y vendía ungüentos de origen indígena, jarabes y vermífugos para las
lombrices (que para nuestra angustia exhibía en unos frascos). Para viajar hasta
Bucaramanga se gastaban cuatro horas y más por carretera destapada y solo se disponía de
los camiones que además de pasajeros llevaban y traían carga, salía a las 4:00 a.m. el de
Luis E. Villamizar y hacia las 8:00 las camionetas lecheras de Luis Alberto Rojas y Ananías
Tolosa y regresaban al terminar el día.
La energía eléctrica era producida por una pequeña planta que empezaba a funcionar a las 5
o 6 de la tarde, aunque cuando llovía o faltaba la gasolina para hacerla funcionar nos
quedábamos a oscuras. A falta de antena parabólica y de Direct TV, pues, lógico, la televisión
no había llegado, había unos pocos aparatos de radio que permitían conocer las últimas
noticias del país y escuchar las radionovelas y la vuelta a Colombia en bicicleta que tenía
mucha audiencia. Por las noches después de la comida se acostumbraba conversar en familia
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7. nos contaban historias de personas y familiares lejanos, también relatos de la llorona que
asustaba por los lados de “La Hoyada”, de la Luz que aparecía en La Rinconada y otras
leyendas de espantos o cuentos tradicionales, aprendíamos trabalenguas, adivinanzas,
juegos con cartas y otros juegos de mesa. Otra forma de diversión eran los paseos que se
organizaban al río o la quebrada para bañarnos y hacer melcochas; los niños jugaban pepas,
trompo o runcho, también con una rueda de caucho que hacían girar con un palito, con
carritos de madera y yo-yos; las niñas jugábamos con muñequitas de trapo o a la cocina con
pequeñas ollas, algunas hechas de barro sacado de una mina que había al inicio de la subida
para la lomita del roble y en el recreo, rondas: “Los pollos de mi cazuela”, “A la rueda rueda”,
“Mambrú se fue a la guerra”.
Y… aunque no parezca cierto, algunas pocas noches vimos cine, toda la gente se
entusiasmaba cuando llegaba de Bucaramanga un carro con un altoparlante haciendo
propaganda: “Para el dolor de cabeza mejor mejora Mejoral” e invitaba a ver una película que
proyectaban hacia las 7:00 p.m. en la pared blanca de la casa de la esquina del parque donde
hoy habita Horacio Villabona y cada persona llevaba su silla; así logramos disfrutar las
aventuras “Cantiflas” y Tin Tan, las canciones de Pedro Infante o Libertad Lamarque y otras
cintas mejicanas, todas en blanco y negro. Otra diversión muy bien acogida era la
presentación de veladas que generalmente se organizaban para recoger fondos para la
parroquia; eran obras teatrales que se presentaban en la casa cural, de preferencia comedias
que nos hacían reír mucho, con actores propios del pueblo, entre ellos: Juan Villamizar, José
B. Mujica, Faustina Villamizar, Fidel Villabona.
Ah! y los noviazgos eran algo especial, el novio pedía autorización a los suegros o familiares
para visitar a la joven pretendida y la pareja no podía estar sola durante la visita o en los
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8. cortos paseos por el parque o lugares cercanos. Yo, como otros niños de esa época tuve que
cumplir el papel de “cuidandera” del noviazgo de mi prima Beatriz cuando Juan, su
pretendiente, llegaba a visitarla; y así continuaba la custodia hasta cuando se comprometían
en santo matrimonio ante el altar. Ni medio parecido a los noviazgos de ahora.
Cuando yo regresaba de la escuela por la tarde, algunas veces me encontraba con los
ensayos de la Banda municipal en el patio de la casa, estaban
entre otros don Simón Flórez
con la bandola, Ricardo Moreno con su guitarra, Humberto Albarracín con la flauta, años
después César Landazábal también participó con la guitarra, y mi querido abuelo José B. que
tocaba el clarinete y dirigía el grupo; aún me causa gran emoción recordar esas melodías:
“Besos y cerezas”, “La mariquiteña”, “Las brisas del Pamplonita”, “Trago a los músicos”, “La
mujer que no se peina”, entre muchas más que luego interpretaban en las fiestas y
conmemoraciones del pueblo donde compartían anécdotas en medio de chistes y carcajadas.
Hoy siento un gran orgullo y satisfacción al escuchar la banda musical que lleva el nombre de
José B. Mujica y está conformada por jóvenes del colegio como reconocimiento y continuidad
de quienes los antecedieron.
Por ahora no será más, podría demorar mucho relatándoles numerosos y bellos recuerdos
que con el tiempo y la distancia se van tornando más significativos. Definitivamente ¡cómo han
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9. cambiado las cosas! Algunos creerán que tiempos pasados eran mejores o peores yo pienso
que simplemente son formas de vida diferentes acordes con el lugar y la época vividos, pero
si estoy segura de que forman parte de la hermosa etapa de la infancia embellecida con
afectos entrañables y duraderos, en mi caso el cariño de mi nono José B., mis tíos Luis
Enrique Villamizar y mi tía-madrina-mamá Helenita Mujica de Villamizar, padrinos de muchos
en el pueblo, con quienes viví mis años infantiles y que representan una generación de
charteros trabajadores, honrados y bondadosos que seguramente los jóvenes de este
comienzo de milenio sabrán imitar y superar. Ustedes los jóvenes de la generación del
cincuentenario del colegio, que tal vez alcanzaron a vivir la violencia de las últimas décadas y
que serán los constructores de la paz.
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Charta, 30 de octubre de 2014