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Libro complementario | Capítulo 12 | El Dios de la gracia ilimitada | Escuela Sabática
1. El Dios de gracia ilimitada
E
l Dios de Jeremías quiso salvar a Judá de la ruina nacional pero ellos
rechazaron repetidamente los ofrecimientos de su gracia. Como resul
tado se hizo inevitable su destrucción en manos de Babilonia. No obs
tante, hubo un remanente que sobrevivió por gracia. Pero aun ese re
manente fue infiel a la promesa de obediencia y lealtad con la cual se compro
metieron delante de Dios.
Rechazaron a Dios al rechazar a Jeremías, su mensajero, de manera abierta,
decidida, directa, y dándole suficientes causas para llorar, al punto de hacer
parecer su ministerio como un completo fracaso. Ante circunstancias como
estas, cabe preguntamos, ¿tiene algún límite la gracia de Dios? ¿Es el Dios de
Jeremías un Dios de gracia ilimitada?
Anarquía política
Después de destruir Jerusalén y deportar a la mayor parte de sus habitantes
a Babilonia, Nabuzaradán, capitán del ejército de los caldeos, puso a Gedalías,
hijo de Ahicam, como gobernante de las tierras de Judá y dejó bajo su cuidado
a los hombres, mujeres y niños, incluyendo a los más pobres del país, que no
habían sido deportados a Babilonia. Cuando los jefes y soldados que queda
ban del ejército judío y que estaban en el campo se enteraron de que el rey de
Babilonia había puesto a Gedalías como gobernador del país, vinieron y se
presentaron ante él en Mizpa.
Debido al gran temor que le tenían a los babilonios después de ver lo que le
habían hecho a su amada tierra, el grupo quería saber si contaban con Gedalías
como un aliado suyo o si la lealtad de este estaba con Nabucodonosor quien lo
había puesto en el trono. Gedalías, después de asegurarles que podían contar con
él como su aliado, los animó a no temerle a los babilonios, los envió a cosechar
2. 136 • El Dios de Jeremías
los frutos de la tierra y establecerse de nuevo en las ciudades de Judá confiando
en que todo les iba a salir bien. Él, por su parte, se comprometió a hacer la gestión
política que le correspondía. Les dijo que él se quedaría en Mizpa para tratar con
los caldeos y les aseguró que sería su representante ante los embajadores babilo
nios cuando estos vinieran hasta allí (Jer. 40: 10).
Sin embargo, Ismael hijo de Netanías, un descendiente del linaje real, permi
tió que sus ambiciones personales por ocupar el trono de la caída nación ma
lograran el acuerdo que se había hecho y lideró una conspiración para asesinar
a Gedalías. Después de haber comido con él ocultando engañosamente sus
malignos propósitos, Ismael y su grupo conspiratorio se levantaron y lo mata
ron a espada, a él, a todos los judíos que con él estaban en Mizpa, y a los sol
dados caldeos que allí se encontraban. Aunque Gedalías había sido advertido
de los planes de Ismael, estaba tan confiado en su pacto con el pueblo y sus
líderes militares que el grupo traidor terminó tomándolo por sorpresa.
El remanente de la nación judía no fue fiel al pacto de sumisión al rey de
Babilonia ni tampoco lo fue al Dios de Jeremías, Rey del universo. Los líderes
de la conspiración ejercieron una influencia poderosamente negativa sobre el
pueblo desencadenando una serie de acontecimientos negativos que nos per
miten ver cómo los pecados de unos afectan a otros inocentes. A pesar de todas
las apariencias, el Dios de Jeremías, en su providencia, seguía al control del
mundo y de su pueblo. Le estaba permitiendo ver a sus hijos el cumplimiento
de las profecías anunciadas por su siervo Jeremías y seguir recogiendo los amar
gos frutos que ellos habían sembrado en desobediencia y regado con desleal
tad. Era un patético cumplimiento de la ley de la siembra y la cosecha.
Buscando la dirección del Dios de gracia
La población remanente le había pedido a Jeremías que rogara a Dios por ellos
a fin de conocer cuál era su voluntad respecto al camino que en adelante debían
seguir y los dirigiera en todo cuanto habrían de hacer. Este es un pedido que
halaga a todo líder espiritual que anhela ver a su pueblo aprender de sus expe
riencias, volverse a Dios, y crecer espiritualmente; y Jeremías no era la excepción.
Así que el profeta les prometió que en atención a su solicitud, oraría por ellos
al Señor y les comunicaría todo lo que él le revelara como respuesta. Y así lo
hizo.
Notemos las palabras con las cuales ellos se habían dirigido al siervo del
Dios Altísimo: «Jehová sea entre nosotros testigo de la verdad y de la lealtad, si
no hacemos conforme a todo aquello para lo cual Jehová, tu Dios, te envíe a
nosotros. Sea bueno o sea malo, a la voz de Jehová, nuestro Dios, al cual te
enviamos, obedeceremos, para que, obedeciendo a la voz de Jehová, nuestro
Dios, nos vaya bien» (Jer. 42: 5, 6).
3. 12. El Dios de gracia ilimitada * 137
Diez días después, les llegó la palabra de respuesta del Dios de Jeremías
instruyéndoles a permanecer donde se encontraban y no emigrar a Egipto para
escapar del rey de Babilonia al cual temían. El mensaje que recibieron decía:
«No temáis de su presencia, ha dicho Jehová, porque con vosotros estoy yo
para salvaros y libraros de su mano» (vers. 11).
Como perfecto conocedor de la testarudez de su pueblo, el Dios de Jeremías
le pidió a su fiel siervo que le comunicara la siguiente advertencia solemne al
remanente de Judá: «Oíd la palabra de Jehová, resto de Judá, porque así ha di
cho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Si vosotros volvéis vuestros rostros
para entrar en Egipto, y entráis para habitar allá, sucederá que la espada que
teméis os alcanzará allí, en la tierra de Egipto, y el hambre que os asusta os per
seguirá allá en Egipto, y allí moriréis» (vers. 15, 16). Esta no era una amenaza
sino una advertencia. Las amenazas proceden de quienes procuran nuestro mal;
las advertencias de quienes quieren nuestro bien. Así que esta clara advertencia
revela el carácter de amor, de misericordia y de gracia del Dios de Jeremías.
Tal como los padres advierten con amor a sus hijos de las consecuencias de
la desobediencia y de su mal proceder con la finalidad de verlos libres de an
gustias y de una destrucción final, así también el Dios de Jeremías fue claro y
explícito en la advertencia enviada a sus hijos: «Así ha dicho Jehová de los
ejércitos, Dios de Israel: Como se derramó mi enojo y mi ira sobre los habitan
tes de Jerusalén, así se derramará mi ira sobre vosotros cuando entréis en Egip
to; y seréis objeto de aversión, de espanto, de maldición y de afrenta; y no ve
réis más este lugar. Jehová os dijo a vosotros, resto de Judá: No vayáis a Egipto.
Sabed ciertamente que os lo advierto hoy» (vers. 18, 19).
Sin embargo, a pesar del solemne compromiso a obedecer que habían he
cho, y a pesar de las misericordias con las cuales Dios los había favorecido
como sobrevivientes de la calamidad nacional, rechazaron la voluntad de Dios
y procedieron según la suya propia.
De regreso a Egipto
Movido por el Espíritu de su Dios, Jeremías le hizo el siguiente reclamo al
remanente de Judá: «¿Por qué hicisteis errar vuestras almas? Pues vosotros me
enviasteis ante Jehová, vuestro Dios, diciendo: "Ruega por nosotros a Jehová,
nuestro Dios, y haznos saber todas las cosas que diga Jehová, nuestro Dios, y lo
haremos". Esto os lo he declarado hoy, pero no habéis obedecido a la voz de
Jehová, vuestro Dios, ni a ninguna de las cosas por las cuales me envió a voso
tros» (Jer. 42: 20, 21).
Aunque el pueblo de Israel tuvo en su historia algunos contactos favorables
con Egipto, tal como en el caso de la hambruna de Génesis 42 y los eventos que
como consecuencia de la misma se desencadenaron en los capítulos siguientes
por la providencia del Dios de Jeremías, y la migración de Abraham, más de
4. 138 • El Dios de Jeremías
cuatrocientos años antes, por razones similares (Gén. 12: 10-20), también reci
bieron los hijos de Dios la influencia negativa del imperio de los faraones. Más
tarde en la historia, después de las conquistas y de la muerte de Alejandro,
numerosos judíos se establecieron en Egipto, mayormente en Alejandría, y re
cibieron un tratamiento favorable de parte de la dinastía de los Ptolomeos.1
En esta ocasión, la clara indicación de Dios a través de Jeremías para el re
manente de Judá era no regresar allá. A pesar del claro «Así dice el Señor» sobre
no volver a Egipto, ¿qué hizo el pueblo? «Aconteció que cuando Jeremías aca
bó de hablar a todo el pueblo todas las palabras de Jehová, su Dios, todas estas
palabras que Jehová, su Dios, le había enviado a decirles, Azarías hijo de Osaías,
Johanán hijo de Careay todos los hombres soberbios dijeron a Jeremías: "¡Men
tira dices! No te ha enviado Jehová, nuestro Dios, para decimos: 'No vayáis a
Egipto para habitar allí'"» (Jer. 43: 1, 2). Y no solo acusaron a Jeremías de ser
mentiroso sino que, además, inculparon a su secretario Baruc de incitarlo en
contra de ellos a fin de que cayeran en manos de los caldeos y hacerlos deportar
a Babilonia como había ocurrido con la mayoría de la población (vers. 3).
Así habían hecho sus antepasados quienes se revelaron en el desierto contra
Moisés y acusaron falsamente al siervo de Dios que solo procuraba su bien
(Núm. 16: 3, 13; cf. Éxo. 16: 3). Es evidente que las circunstancias habían cam
biado pero no el corazón del pueblo. Su reacción ante el mensaje divino que
no querían escuchar revela, como una radiografía, las características de nuestra
naturaleza como seres caídos: buscamos siempre a quién culpar por nuestros
problemas y errores; y siempre encontramos una excusa para hacer lo que final
mente queremos hacer.
Como pueblo de Dios en la actualidad, también peregrinos y militantes en
este mundo de pecado, hemos de recordar siempre que «aunque andamos en la
carne, no militamos según la carne, porque las armas de nuestra milicia no son car
nales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argu
mentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando
cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo», Dios de Jeremías (2 Cor.
10: 3-5). Debemos tener este consejo inspirado en cuenta y, a diferencia del re
manente de Judá, mantener nuestros sentimientos, emociones y pasiones bajo
el control del Dios de la gracia.
De nuevo al exilio
«Ni Johanán hijo de Carea, ni los jefes militares, ni nadie del pueblo, obe
decieron el mandato del Señor, de quedarse a vivir en el país de Judá. Por el
contrario, Johanán hijo de Carea y todos los jefes militares se llevaron a la
5. 12. El Dios de grada ilimitada * 139
gente que aún quedaba en Judá, es decir, a los que habían vuelto para vivir en
Judá luego de haber sido dispersados por todas las naciones: los hombres, las
mujeres y los niños, las hijas del rey, y toda la gente que Nabuzaradán, coman
dante de la guardia, había confiado a Gedalías hijo de Ahicán, nieto de Safán,
y también [se llevaron] a Jeremías el profeta y a Baruc hijo de Nenas; y contra
riando el mandato del Señor se dirigieron al país de Egipto, llegando hasta la
ciudad de Tafnes» (Jer. 43: 4-7, NVI). Mientras que la gran mayoría del pueblo
había sido transportada a un exilio involuntario, el remanente de Judá em
prendió su camino a un nuevo exilio, pero esta vez, un exilio voluntario.
Pero el omnipresente Dios de Jeremías se manifestó en Tafnes. Mediante un
mensaje profético dramatizado dado a su siervo, Jehová les ilustró cuáles serían
las consecuencias de la desobediencia. Actuar en contra de la voluntad de Dios
siempre trae resultados negativos sin importar cuán seguro consideremos el
lugar donde nos encontremos o cuán influyentes y poderosos sean los indivi
duos en quienes nos apoyemos.
Jeremías recibió instrucciones de su Dios para conseguir unas piedras gran
des y, a la vista de los judíos que vivían en la ciudad, enterrarlas con sus propias
manos fijándolas con argamasa debajo del pavimento justo al frente de la en
trada del palacio del faraón en Tafnes. Luego, en medio del ambiente de curio
sidad y asombro generado por su extraña actuación, debía alzar su voz y pro
clamar el mensaje recibido de su Dios para el pueblo desobediente. «Así dice el
Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: "Voy a mandar a buscar a mi siervo
Nabucodonosor, rey de Babilonia; voy a colocar su trono sobre estas piedras
que he enterrado, y él armará sobre ellas su toldo real"» (vers. 10, NVI).
La acción ejecutada por Jeremías no era tan extraña, después de todo, y la
proclamación oral que la acompañaba era para hacer el propósito de la misma
meridianamente claro para todos los que la observaran. Comúnmente, los re
yes invasores de una nación, después de haber ganado el acceso a la capital
atacada, levantaban su toldo real en un lugar estratégico de la misma. Debajo
del toldo se sentaba en su trono el rey o, en su ausencia, el comandante general
de su ejército, rodeado por su guardia personal fuertemente armada. Por enci
ma del toldo, a la vista de todos, ondeaba su estandarte nacional. Desde allí, el
monarca invasor mantenía y dirigía el control de las operaciones de su ejército.
La acción representaba entonces no solo una amenaza constante sino que era
presagio de la caída inminente de la ciudad y del país.
La acción de Jeremías era una profecía actuada, y la señalización visible de
un lugar específico indicaba que lo profetizado era seguro y ocurriría en cumpli
miento de la predicción divina. Cuando los eventos anunciados por el profeta
6. 140 • El Dios de Jeremías
ocurrieran, el pueblo no tendría argumentos para atribuirlos a un curso natural
de las cosas. El Dios de Jeremías, el Señor de la historia, el Rey de reyes y Señor
de señores, estaba cumpliendo sus propósitos.
Jeremías proclamó también los resultados de que Nabucodonosor se senta
ra en su trono sobre el sitio que había sido señalado por él: «Vendrá al país de
Egipto y lo atacará: el que esté destinado a la muerte, morirá; el que esté desti
nado al exilio, será exiliado; el que esté destinado a la guerra, a la guerra irá.
Prenderá fuego a los templos de los dioses de Egipto; los quemará y los llevará
cautivos. Sacudirá a Egipto, como un pastor que se sacude los piojos de la ropa,
y luego se irá de allí sin inmutarse. Destruirá los obeliscos de Bet-Semes, y
prenderá fuego a los templos de los dioses de Egipto» (vers.11-13, NVI).
Desafío abierto
Los judíos que en abierta desobediencia al mandato divino emigraron a
Egipto, se entregaron allí al grotesco pecado de la idolatría. El camino espiri
tual descendente que habían iniciado aun antes del ataque de Nabucodonosor
contra Jerusalén, no se había detenido; habían continuado avanzando hasta
tocar fondo en prácticas que para el Dios de Jeremías eran detestables hasta lo
sumo, puesto que ofendían su santidad, negaban la verdadera religión y degra
daban el carácter de los hijos de su pueblo. El Dios de Jeremías aborrece la
idolatría.
La palabra del Dios de Jeremías vino a él acerca de todos los judíos que
habitaban en Egipto, no solo en Tafhes, sino también en Migdol, Menfis, y
Parios, diciendo: «Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: "Vosotros
habéis visto todo el mal que traje sobre Jerusalén y sobre todas las ciudades de
Judá. Ahora están asoladas, y no hay quien habite en ellas a causa de la maldad
que ellos cometieron para enojarme, yendo a ofrecer incienso, honrando a
dioses extraños que ni ellos habían conocido, ni vosotros ni vuestros padres"»
(Jer. 44: 2, 3). El Dios de Jeremías, quien detesta la idolatría, les recordó enton
ces que él es un Dios paciente y misericordioso y que como tal los había trata
do. Les dijo: «Envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde el principio
y sin cesar, para deciros: "¡No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco!".
Pero no oyeron ni inclinaron su oído para convertirse de su maldad, para dejar
de ofrecer incienso a dioses extraños» (vers. 4, 5).
La apostasía idolátrica de los judíos que enriaron en Egipto ocasionó una
amenaza tan seria a su supervivencia, que podía terminar en la extinción del
7. 12. El Dios de gracia ¡limitada • 141
remanente del pueblo de Dios. Y el Dios de Jeremías se los advirtió: «Y del res
to de los de Judá que entraron en la tierra de Egipto para habitar allí, no habrá
quien escape ni quien quede vivo para volver a la tierra de Judá, a la cual ansian
volver para habitar allí; porque no volverán sino algunos fugitivos» (vers. 14).
La actitud desafiante. A pesar de esta y otras solemnes advertencias, el pueblo
abiertamente rechazó a Jeremías, y así, a Aquél que lo había enviado. Desafian-
temente le respondieron: «No escucharemos de ti la palabra que nos has habla
do en nombre de Jehová, sino que ciertamente pondremos por obra toda pala
bra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo y
derramarle libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nues
tros reyes y nuestros jefes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén.
Entonces tuvimos abundancia de pan, fuimos felices y no vimos mal alguno»
(vers. 16, 17).
Razonaron equivocadamente que cuando adoraban a dioses falsos les iba
bien y que cuando dejaron de hacerlo les iba mal. Su problema era que las
bendiciones que Dios les concedía en su misericordia, se las atribuían a los
falsos dioses de los cuales estaban rodeados, y cuando por causa de su idolatría
Dios retenía esas bendiciones, por lo cual ellos se apartaban temporalmente
del culto equivocado, no le atribuían el cambio de su situación a Dios sino al
desagrado de las divinidades falsas. Además, las mujeres del grupo, que eran
las que se dedicaban a tejer, amasar tortas y ofrecer libaciones delante de los
ídolos, se excusaron en sus maridos por su actitud desafiante argumentándole
a Jeremías que todo lo hacían con el consentimiento de ellos.
La respuesta de Jeremías. El profeta de Dios les dejó claro que la lamentable
condición en la que ahora se encontraban era el resultado del desagrado de
Dios por sus pecados. «Por cuanto ofrecisteis incienso y pecasteis contra Jeho
vá, y no obedecisteis a la voz de Jehová ni anduvisteis en su ley, en sus estatutos
y en sus testimonios, por eso ha venido sobre vosotros este mal, como hasta
hoy» (vers. 23), afirmó.
Jeremías les aseguró que su desobediencia desafiante no quedaría sin castigo.
«Por tanto, oíd palabra de Jehová todos los de Judá que habitáis en tierra de Egip
to: Yo he jurado por mi gran nombre, dice Jehová, que mi nombre no será invo
cado más en toda la tierra de Egipto por boca de ningún hombre de Judá, dicien
do: "¡Vive Jehová, el Señor!", porque yo vigilo sobre ellos para mal y no para
bien. Todos los hombres de Judá que están en la tierra de Egipto serán extermina
dos por la espada y el hambre, hasta que no quede ninguno» (vers. 26, 27).
8. 142 • El Dios de Jeremías
El Dios de Jeremías, Dios de gracia, está siempre dispuesto a perdonar a sus
hijos que habiendo pecado se vuelven a él en actitud humilde; pero detesta la
rebelión y altivez de corazón. De ahí que respondiera al desafío de los judíos
con otro desafío: «Sabrá, pues, todo el resto de Judá que ha entrado en Egipto
a vivir allí, cuál palabra se cumplirá: si la mía o la suya» (vers. 28). Les dio,
además, una señal del seguro cumplimiento de su palabra, y era la derrota que
Nabucodonosor infligiría al faraón Hofra, rey de Egipto, tal como la había in
fligido antes a Sedequías, el último rey de Judá (vers. 29, 30).
Sin embargo, el increíble Dios de Jeremías seguía siendo el mismo: Dios de
amor, hacedor de misericordias e invencible en el cumplimiento de sus buenos
propósitos para con sus hijos errantes. A pesar de todo lo descrito, por su gracia
inagotable, él preservaría un remanente del remanente emigrado a Egipto; unos
pocos que escaparían de la espada volverían de Egipto a la tierra de Judá (vers. 28).
La gracia del Dios de Jeremías no es limitada, puesto que la gracia forma
parte de los atributos de su carácter. Es parte de la esencia de su persona. No
obstante, cuando es despreciada y finalmente rechazada por el pecador, este
hace que la obra de la gracia sea inefectiva en su vida. Entonces es cuando la
gracia cede su lugar a la justicia que hace que las consecuencias del quebranta
miento de la ley de Dios (Rom. 6: 23), sin ser impedidas por la misericordia,
caigan sobre el pecador impenitente (véase Jer. 1: 16; 6: 18, 19).
Vislumbres adicionales del Dios de Jeremías
El Dios de Jeremías espera que cooperemos con él. Él es Dios omnipotente, y sin
embargo, no nos impone su voluntad violentando la nuestra. Es un Padre que
espera que cooperemos con él para poder salvamos. Es, por lo tanto, erróneo
suponer que su gracia nos llega sin condición alguna, o que estará siempre a
nuestra disposición independientemente de nuestra actitud hacia él. Él es el
mismo Dios que se para a la puerta de nuestro corazón y llama. No fuerza su
entrada. Como Testigo fiel, el Dios de Jeremías nos dice: «Yo estoy a la puerta
y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él
conmigo» (Apoc. 3: 20).
Pero la puerta del corazón debe ser abierta desde adentro. Él, el mismo que
condujo al pueblo de Israel por el desierto, es el Dios paciente que espera que le
abramos hoy. «Por eso, como dice el Espíritu Santo: "Si oís hoy su voz, no en
durezcáis vuestros corazones como en la provocación, en el día de la tentación
9. 12. El Dios de gracia ilimitada • 143
en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me pusieron a prueba aun
que vieron mis obras cuarenta años Por lo cual dice: "Si oís hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación"» (Heb. 3: 7-9, 15).
El Dios de Jeremías le da importancia a su santa ley y espera que la obedezcamos. Le
dijo a su pueblo en los días de Jeremías: «Así ha dicho Jehová: "Guardaos por
vuestra vida de llevar carga en sábado y de meterla por las puertas de Jerusalén.
No saquéis carga de vuestras casas en sábado, ni hagáis trabajo alguno, sino
santificad el sábado, como mandé a vuestros padres. Pero ellos no escucharon
ni inclinaron su oído, sino que endurecieron su corazón para no escuchar ni
recibir corrección"» (Jer. 17: 21-23).
Y a nosotros hoy nos dice: «No obstante, si vosotros me obedecéis, dice Je
hová, no metiendo carga por las puertas de esta ciudad en sábado, sino que
santificáis el sábado y no hacéis en él ningún trabajo, entrarán por las puertas
de esta ciudad, en carros y en caballos, los reyes y los príncipes que se sientan
sobre el trono de David, ellos y sus príncipes, los hombres de Judá y los habi
tantes de Jerusalén; y esta ciudad será habitada para siempre» (vers. 24). Nos
corresponde a ti y a mí, querido lector, hacer la aplicación de estas palabras a
nuestra vida actual. Él desea habitar en la ciudadela de nuestro corazón y lle
vamos a vivir con él a la nueva y eterna Jerusalén.
He aquí la alternativa que el Dios de Jeremías les ofrece a quienes insisten
en desobedecer su ley: «Así ha dicho Jehová: "Si no me obedecéis para andar en
mi ley, la cual puse ante vosotros, y para atender a las palabras de mis siervos
los profetas, que yo os he enviado desde el principio y sin cesar, a los cuales no
habéis escuchado, yo trataré a esta casa como a Silo, y a esta ciudad la pondré
por maldición ante todas las naciones de la tierra» (Jer. 26: 4-6). Nuestra única
seguridad está en que, desconfiando de nosotros mismos, pongamos toda nues
tra confianza en el Dios de gracia y obedezcamos sus mandamientos.
El Dios de Jeremías, Dios de gracia, aborrece la fornicación y el adulterio. «Dicho está:
"Si alguno deja a su mujer, y esta se va de él y se junta a otro hombre, ¿volverá
de nuevo a ella? ¿No será tal tierra del todo mancillada?". Tú, pues, que has for
nicado con muchos amigos, ¿habrás de volver a mí?, dice Jehová» (Jer. 3: 1, 2).
Y sin embargo, si nos volvemos a él arrepentidos, nos perdonará por su gracia.
El Dios de Jeremías detesta el divorcio. El divorcio era permitido en Israel por in
fidelidad conyugal, pero el volverse a casar con la pareja original después de
haber contraído otro matrimonio, no lo era (Deut. 24: 1-4). A pesar de todo, el
Dios de Jeremías, por su gracia, estaba dispuesto a recibir de vuelta a la infiel
10. 144 • El Dios de Jeremías
Judá en renovada relación de pacto con él: «Convertios, hijos rebeldes, dice
Jehová, porque yo soy vuestro esposo; os tomaré, uno de cada ciudad y dos de
cada familia, y os introduciré en Sion» (Jer. 3: 14). El, que es un Dios inmuta
ble, nos hace hoy la misma oferta. Y no solo nos acepta de vuelta sino que nos
sana. El Dios de Jeremías nos mega y nos exhorta: «¡Convertios, hijos rebeldes,
y os sanaré de vuestras rebeliones!». Nuestra respuesta ha de ser: «Aquí esta
mos, venimos a ti, porque tú, Jehová, eres nuestro Dios» (vers. 22). El nos
aceptará, no porque lo merezcamos sino por su gracia.
El Dios de Jeremías es un Dios que ama la justicia, la equidad y la compasión. Como
tal, él espera que nosotros, sus hijos, mejoremos en la práctica de estas virtudes.
«Pero si de veras mejoráis vuestros caminos y vuestras obras; si en verdad prac
ticáis la justicia entre el hombre y su prójimo, y no oprimís al extranjero, al
huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramáis la sangre inocente, ni vais en
pos de dioses extraños para mal vuestro, yo os haré habitar en este lugar, en la
tierra que di a vuestros padres para siempre» (Jer. 7: 5-7). Así como la perma
nencia de Judá en la tierra prometida dependía de que vivieran según esta nor
ma, nuestro lugar en la tierra nueva también dependerá de que las obras de
nuestra vida demuestren que nuestra fe es genuina (Sant. 3: 14-18).
Referencias
1. Unger, «Egypt», p. 292.