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Tu cerebro y la música
Tomado de Historias de la Ciencia
Publicado el 27 de marzo de 2013 en Libros por omalaled
Conocí este libro a raíz de la charla Naukas de Bilbao de 2013 de Almudena M. Castro.
Dejó ir este título y no pude resistir leer el libro que recomendaba. Siempre he comentado
que es para músicos a quien guste la neurología o neurólogos a quine giste la música. Se
lee bastante bien aunque, en algún momento, se me ha hecho pesado, pero no por ser
malo, sino porque habla de música a un nivel que me desborda. Y de todo tipo, desde la
clásica hasta Heavy Metal. Os comento algunos detalles del mismo.
La música es excepcional entre todas las actividades humanas tanto por su ubicuidad
como por su antigüedad. no ha habido ninguna cultura humana conocida, ni ahora ni en
cualquier época del pasado de que tengamos noticia, sin música. Algunos de los utensilios
materiales más antiguos hallados en yacimientos de excavaciones humanas y
protohumanas son instrumentos musicales: flautas de hueso y pieles de animales estiradas
sobre tocones de árboles para hacer tambores.
Siempre que los humanos se reúnen por alguna razón, allí está la música: bodas,
funerales, la graduación en la universidad, los hombres desfilando para ir a la guerra, los
acontecimientos deportivos, una noche en la ciudad, la oración, una cena romántica,
madres acunando a sus hijos para que se duerman y estudiantes universitarios estudiando
con música de fondo. Y esto se da aún más en las culturas no industrializadas que en las
sociedades occidentales modernas; la música es y era en ellas parte de la urdimbre de la
vida cotidiana. Sólo en fechas relativamente recientes de nuestra propia cultura, hace unos
quinientos años, surgió una diferenciación que dividió en dos la sociedad formando clases
separadas de intérpretes y oyentes. En casi todo el mundo y durante la mayor parte de la
historia humana, la música era una actividad tan nautral como respirar y caminar, y
todos participaban. Las salas de conciertos, dedicadas a la interpretación de la música
aparecieron hace muy pocos siglos. Tanto es así que nos cuenta la siguiente anécdota:
Jim Ferguson, al que conozco desde el instituto, es hoy profesor de antropología. Es una
de las personas más divertidas y más inteligentes que conozco, pero es muy tímido; no sé
cómo se las arregla para dar sus cursos. Para su tesis doctoral en Harvard, hizo un
trabajo de campo en Lesotho, una pequeña nación rodeada por Sudáfrica. Allí estudió e
interactuó con los aldeanos locales, y se ganó pacientemente su confianza, hasta que un día
le pidieron que participase en una de sus canciones. Y entonces, en un detalle muy propio
de él, cuando los soho le pidieron que cantara, Jim dijo en voz baja: “Y no sé cantar”, y
era verdad: habíamos estado juntos en la banda del instituto y aunque tocaba muy bien el
oboe, era incapaz de cantar. A los aldeanos esta objeción les pareció inexplicable y
desconcertante. Ellos consideraban que cantar era una actividad normal y ordinaria que
todo el mundo realizaba, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, no una actividad reservada
a unos pocos con dones especiales.
(…)
Jim sabía que no era gran cosa como cantor ni como bailarín, y para él cantar y bailar en
público implicaba que debía considerarse un experto. La reacción de los aldeanos fue
mirarlo con perplejidad: “¿¡Qué quieres decir con lo de que no sabes cantar!? ¡Tú
hablas!”. Jim explicó más tarde: “A ellos les resultaba tan extraño como si les dijese que
no sabía andar o bailar, a pesar de tener dos piernas.
La Iglesia católica prohibió la música con polifonía (más de una pieza musical tocada al
mismo tiempo), temiendo que eso haría dudar a la gente de la unicidad de Dios. La Iglesia
prohibió también el intervalo musical de una cuarta aumentada, la distancia entre do y fa
sostenido y conocido también como tritono. Este intervalo se consideraba tan disonante
que tenía que haber sido obra de Lucifer, y así la Iglesia lo llamó Diabolus in musica.
Músicos y críticos parecen vivir a veces tras un velo de términos técnicos(…) ¿Cuántas
veces has leído una crítica de un concierto y te has encontrado con que no tienes ni idea de
lo que está haciendo el crítico? (…) Lo que en realidad queremos saber es si la música se
interpretó de una forma que conmovió al público. Si la cantante pareció encarnar al
personaje sobre el que estaba cantando. Tal vez quisieses que el crítico comparase la
actuación de esa noche con la noche anterior o con un conjunto diferente. Lo que nos
interesaba normalmente era la música, no los instrumentos técnicos utilizados. No
aguantaríamos que el crítico gastronómico de un restaurante se pusiera a especular sobre
la temperatura exacta a la que el chef añadió zumo de limón a una salsa holandesa, ni que
un crítico de cine nos hablase de la apertura de lente utilizada por el cineasta; no
deberíamos aguantarlo tampoco en el caso de la música.
Uno se entera de que el principal acompañamiento de Supertition de Steve Wonder sólo se
toca con las teclas negras del piano, o que cero decibelios son un mosquito volando a tres
metros de distancia de tus oídos en una habitación tranquila.
El cerebro es un instrumento enormemente paralelo en el que las operaciones se
distribuyen de manera amplia. No hay ningún centro único del lenguaje, ni hay tampoco
un centro único de la música. Hay más bien regiones que realizan operaciones parciales y
otras regiones que coordinan la agrupación de esa información. No hemos descubierto
hasta hace poco que el cerebro tiene una capacidad de reorganización muy superior a la
que antes le atribuíamos. Esta capacidad se denomina neuroplasticidad, y en algunos
casos parece indicar que la especificidad regional puede ser temporal, pues los centros de
procesamiento de funciones mentales importantes se desplazan en realidad a otras
regiones después de un trauma o una lesión cerebral.
Como indicó John Locke, todo lo que sabemos sobre el mundo es a través de lo que vemos,
oímos, olemos, tocamos o gustamos. Suponemos como es natural que el mundo es justo
como percibimos que es. Pero los experimentos nos han obligado a afrontar la realidad de
que no es así. Las ilusiones visuales tal vez sean la prueba más convincente de la distorsión
sensorial.
El sistema cerebral de la música parece operar con independencia funcional del sistema
del lenguaje: lo demuestran muchos historiales de pacientes que, después de una lesión,
pierden una u otra facultad, pero no ambas. El caso más famoso tal vez sea el de Clive
Wearing, un músico y director de orquesta con una lesión cerebral debida a encefalitis por
herpes. Clive, según informa Oliver Sacks, perdió toda la memoria salvo los recuerdos
musicales y el recuerdo de su esposa. Se ha informado de otros casos en los que el paciente
perdió su memoria respecto a la música pero conservó el lenguaje y otros recuerdos.
Cuando el compositor Ravel sufrió un deterioro de algunas partes del córtex izquierdo,
perdió de forma selectiva el sentido del tono, reteniendo sin embargo el del timbre, déficit
que inspiró su Bolero, una composición que se centra en variaciones del timbre. La
explicación más sencilla es que, aunque música y lenguaje comparten algunos recuerdos
neuronales, tienen también vías independientes.
La empresa británica EMI realizó la investigación para desarrollar los dos primeros
escáneres de imagen de resonancia magnética, con financiación procedente en gran parte
de los beneficios que obtuvo con los discos de los Beatles.
Habla de las personas que tienen oído absoluto (OA) y dice que son una entre diez mil. No
se sabe por qué unas tienen ese oído absoluto y otras no.
Parece ser que la música también está muy relacionada con la memoria. De hecho, ha
habido estudios que han puesto de manifiesto que nuestro sistema de memoria está muy
relacionada con nuestro sistema emocional y se ha detectado la activación de la amígdala
con la música, pero no por agrupaciones de sonidos o notas musicales.
Las enfermedades del cerebro que afectan a las personas siempre son sorprendentes.
Existe el Síndrome de Williams. Uno de cada 20.000 nacimientos (4 veces menos que el
síndrome de Down) aparece esta enfermedad genética. Se produce por un error de
trascripción genética en las primeras fases de desarrollo fetal y como consecuencia, faltan
unos 20 genes en el cromosoma 7 y el cerebelo se forma defectuosamente. Pocos aprenden
a cantar, saber la hora o leer; no obstante, tienen intactas las capacidades lingüísticas, son
buenos para la música y extraordinariamente extrovertidos y agradables. Son, de hecho,
más emotivos, cordiales y sociables que el individuo medio. Un adolescente llamado
Willaims Kenny padecía este síndrome. Tenía una coordinación ojo-mano muy pobre y su
madre le tenía que ayudar a abotonarse o atarse los zapatos (usaba tiras de velcro en
lugar de cordones), incluso tenía dificultad para subir escaleras o llevarse la comida del
plato a la boca. Pero ¡ay!, cuando se puso a tocar el clarinete delante del autor. Era como
si sus dedos tuvieran mente propia. A la que paraba, necesitaba ayuda para abrir la caja y
meter otra vez en ella su clarinete.
Y es cierto que haya quien tiene talento innato y quien no, pero los estudios diferencian
entre dos tipos de músicos: los que han practicado mucho y los que no; y todo ello
independientemente del talento. También hay que diferenciar bien qué significa la palabra
“experto”. Tanto en este libro como en el Fueras de Serie, de Malcolm Gladwell, sale el
número de 10.000 horas de práctica para considerar a alguien experto en cualquier
materia. Es el equivalente a unas 3 horas diarias o 20 horas a la semana durante 10 años.
Es cierto que Mozart componía desde muy pequeño pero las sinfonías que se conocen de él
no son las que compuso desde niño. Si empezó a los 2 años, y si su padre era tan estricto
como se dice, es posible que a los 8 años ya hubiera hecho unas cuantas horas de práctica.
Las primeras obras que compuso, apenas se recuerdan como curiosidades: son aquellas
que compuso pasadas las 10.000 horas las que se realmente recuerdan.
Los gustos en la música, como el resto de facetas en la vida, tienen un componente social y
otro genético. El social es bastante evidente, pero el genético no tanto. Y así es, tanto en la
música, como los atletas, bailarines, actores, escultores, etc.: tienen una predisposición
genética. Schwarzenegger no nació con un cuerpo de culturista: trabajó mucho con él; sin
embargo, tenía una predisposición. Del mismo modo, medir dos metros nos predispone a
convertirnos en jugadores de baloncesto. Cuando al autor quería tocar la guitarra, un
profesional le pidió que pusiera la palma de su mano sobre la suya y le dijo a su madre
que tenía las manos demasiado pequeñas para tocar la guitarra (hoy existen guitarras más
pequeñas, y el autor también tiene una de ellas). Oscar Peterson, el pianista de jazz, tiene
unas manos enormes, tanto, que su estilo se vinculó a unos acordes que sólo él con aquellas
manos podía tocar.
También habla de la expresividad, emotividad, etc. Hay autores que cometen errores
técnicos, pero sus obras tienen una mayor expresividad que otras. Y parece una paradoja.
En teoría, quien lo hiciera mejor técnicamente debería ser mejor, pero la música tiene una
parte emocional muy grande. Y no se enseñan estas cosas en las escuelas de música. Cierto
crítico llegó a escribir sobre Rubinstein (uno de los pianistas considerados más grandes
del siglo XX): [...] comete errores en algunas de sus grabaciones, pero yo prefiero esas
interpretaciones que están llenas de pasión al mago técnico de veintidós años que es capaz de
tocar notas pero no es capaz de transmitir el sentido.
Pero sigue siendo algo asombroso. ¿Por qué nos gusta la música? ¿tiene alguna razón
evolutiva? En una conferencia, Steve Pinker explicó que a veces surgen conductas o
atributos que carecen de justificación evolutiva. No nos hacen utilidad ni daño, pero se
incorporan en nuestro viaje. Stepehn Jay Gould lo llamó “enjuta”, término apropiado de
la arquitectura. Por ejemplo, una cúpula puede construirse con cuatro arcos. El espacio
entre ellos se convirtió en un escenario perfecto para pintar ángeles y otras decoraciones.
Pues esa enjuta (ese subproducto del diseño de los arquitectos) se convirtió en una de las
partes más bellas del edificio. Pinker aseguró que el lenguaje era una adaptación y la
música su enjuta: La música es la tarta de queso auditiva. Sucede que cosquillea en varias
partes importantes del cerebro de un modo sumamente agradable, igual que la tarta de queso
cosquillea en el paladar.
La mayoría de las actividades que son importantes para la supervivencia de las especies,
como alimentarse y mantener relaciones sexuales, son también agradables; nuestros
cerebros desarrollaron evolutivamente mecanismos para recompensar y fomentar esas
conductas. Pero podemos aprender a puentear las actividades originales y acceder
directamente a esos sistemas de recompensa. Podemos comer alimentos que carecen
totalmente de valor nutritivo y tener relaciones sexuales sin procrear.
Hay más hipótesis, pero la de Pinker (y otros muchos científicos) da para pensar. También
podría ser que ese mismo mecanismo fomentara los vínculos sociales. Hay quien piensa
también que la música ayuda a la flexibilidad cognitiva y que pudo ser la actividad que
ayudó a nuestros ancestros prehumanos a preparar la comunicación verbal, incluso
perfeccionar las habilidades motrices para el lenguaje vocal o el de señas.
En fin, el libro habla de estas y otras cosas por el estilo. Es, como mínimo, curioso en todo
lo que dice.
Título: “Tu cerebro y la música”
Autor: Daniel J. Levitin

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Tu cerebro y la música

  • 1. Tu cerebro y la música Tomado de Historias de la Ciencia Publicado el 27 de marzo de 2013 en Libros por omalaled Conocí este libro a raíz de la charla Naukas de Bilbao de 2013 de Almudena M. Castro. Dejó ir este título y no pude resistir leer el libro que recomendaba. Siempre he comentado que es para músicos a quien guste la neurología o neurólogos a quine giste la música. Se lee bastante bien aunque, en algún momento, se me ha hecho pesado, pero no por ser malo, sino porque habla de música a un nivel que me desborda. Y de todo tipo, desde la clásica hasta Heavy Metal. Os comento algunos detalles del mismo. La música es excepcional entre todas las actividades humanas tanto por su ubicuidad como por su antigüedad. no ha habido ninguna cultura humana conocida, ni ahora ni en cualquier época del pasado de que tengamos noticia, sin música. Algunos de los utensilios materiales más antiguos hallados en yacimientos de excavaciones humanas y protohumanas son instrumentos musicales: flautas de hueso y pieles de animales estiradas sobre tocones de árboles para hacer tambores. Siempre que los humanos se reúnen por alguna razón, allí está la música: bodas, funerales, la graduación en la universidad, los hombres desfilando para ir a la guerra, los acontecimientos deportivos, una noche en la ciudad, la oración, una cena romántica, madres acunando a sus hijos para que se duerman y estudiantes universitarios estudiando con música de fondo. Y esto se da aún más en las culturas no industrializadas que en las sociedades occidentales modernas; la música es y era en ellas parte de la urdimbre de la vida cotidiana. Sólo en fechas relativamente recientes de nuestra propia cultura, hace unos quinientos años, surgió una diferenciación que dividió en dos la sociedad formando clases separadas de intérpretes y oyentes. En casi todo el mundo y durante la mayor parte de la
  • 2. historia humana, la música era una actividad tan nautral como respirar y caminar, y todos participaban. Las salas de conciertos, dedicadas a la interpretación de la música aparecieron hace muy pocos siglos. Tanto es así que nos cuenta la siguiente anécdota: Jim Ferguson, al que conozco desde el instituto, es hoy profesor de antropología. Es una de las personas más divertidas y más inteligentes que conozco, pero es muy tímido; no sé cómo se las arregla para dar sus cursos. Para su tesis doctoral en Harvard, hizo un trabajo de campo en Lesotho, una pequeña nación rodeada por Sudáfrica. Allí estudió e interactuó con los aldeanos locales, y se ganó pacientemente su confianza, hasta que un día le pidieron que participase en una de sus canciones. Y entonces, en un detalle muy propio de él, cuando los soho le pidieron que cantara, Jim dijo en voz baja: “Y no sé cantar”, y era verdad: habíamos estado juntos en la banda del instituto y aunque tocaba muy bien el oboe, era incapaz de cantar. A los aldeanos esta objeción les pareció inexplicable y desconcertante. Ellos consideraban que cantar era una actividad normal y ordinaria que todo el mundo realizaba, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, no una actividad reservada a unos pocos con dones especiales. (…) Jim sabía que no era gran cosa como cantor ni como bailarín, y para él cantar y bailar en público implicaba que debía considerarse un experto. La reacción de los aldeanos fue mirarlo con perplejidad: “¿¡Qué quieres decir con lo de que no sabes cantar!? ¡Tú hablas!”. Jim explicó más tarde: “A ellos les resultaba tan extraño como si les dijese que no sabía andar o bailar, a pesar de tener dos piernas. La Iglesia católica prohibió la música con polifonía (más de una pieza musical tocada al mismo tiempo), temiendo que eso haría dudar a la gente de la unicidad de Dios. La Iglesia prohibió también el intervalo musical de una cuarta aumentada, la distancia entre do y fa sostenido y conocido también como tritono. Este intervalo se consideraba tan disonante que tenía que haber sido obra de Lucifer, y así la Iglesia lo llamó Diabolus in musica. Músicos y críticos parecen vivir a veces tras un velo de términos técnicos(…) ¿Cuántas veces has leído una crítica de un concierto y te has encontrado con que no tienes ni idea de lo que está haciendo el crítico? (…) Lo que en realidad queremos saber es si la música se interpretó de una forma que conmovió al público. Si la cantante pareció encarnar al personaje sobre el que estaba cantando. Tal vez quisieses que el crítico comparase la actuación de esa noche con la noche anterior o con un conjunto diferente. Lo que nos interesaba normalmente era la música, no los instrumentos técnicos utilizados. No aguantaríamos que el crítico gastronómico de un restaurante se pusiera a especular sobre la temperatura exacta a la que el chef añadió zumo de limón a una salsa holandesa, ni que un crítico de cine nos hablase de la apertura de lente utilizada por el cineasta; no deberíamos aguantarlo tampoco en el caso de la música.
  • 3. Uno se entera de que el principal acompañamiento de Supertition de Steve Wonder sólo se toca con las teclas negras del piano, o que cero decibelios son un mosquito volando a tres metros de distancia de tus oídos en una habitación tranquila. El cerebro es un instrumento enormemente paralelo en el que las operaciones se distribuyen de manera amplia. No hay ningún centro único del lenguaje, ni hay tampoco un centro único de la música. Hay más bien regiones que realizan operaciones parciales y otras regiones que coordinan la agrupación de esa información. No hemos descubierto hasta hace poco que el cerebro tiene una capacidad de reorganización muy superior a la que antes le atribuíamos. Esta capacidad se denomina neuroplasticidad, y en algunos casos parece indicar que la especificidad regional puede ser temporal, pues los centros de procesamiento de funciones mentales importantes se desplazan en realidad a otras regiones después de un trauma o una lesión cerebral. Como indicó John Locke, todo lo que sabemos sobre el mundo es a través de lo que vemos, oímos, olemos, tocamos o gustamos. Suponemos como es natural que el mundo es justo como percibimos que es. Pero los experimentos nos han obligado a afrontar la realidad de que no es así. Las ilusiones visuales tal vez sean la prueba más convincente de la distorsión sensorial. El sistema cerebral de la música parece operar con independencia funcional del sistema del lenguaje: lo demuestran muchos historiales de pacientes que, después de una lesión, pierden una u otra facultad, pero no ambas. El caso más famoso tal vez sea el de Clive Wearing, un músico y director de orquesta con una lesión cerebral debida a encefalitis por herpes. Clive, según informa Oliver Sacks, perdió toda la memoria salvo los recuerdos musicales y el recuerdo de su esposa. Se ha informado de otros casos en los que el paciente perdió su memoria respecto a la música pero conservó el lenguaje y otros recuerdos. Cuando el compositor Ravel sufrió un deterioro de algunas partes del córtex izquierdo, perdió de forma selectiva el sentido del tono, reteniendo sin embargo el del timbre, déficit que inspiró su Bolero, una composición que se centra en variaciones del timbre. La explicación más sencilla es que, aunque música y lenguaje comparten algunos recuerdos neuronales, tienen también vías independientes. La empresa británica EMI realizó la investigación para desarrollar los dos primeros escáneres de imagen de resonancia magnética, con financiación procedente en gran parte de los beneficios que obtuvo con los discos de los Beatles. Habla de las personas que tienen oído absoluto (OA) y dice que son una entre diez mil. No se sabe por qué unas tienen ese oído absoluto y otras no. Parece ser que la música también está muy relacionada con la memoria. De hecho, ha habido estudios que han puesto de manifiesto que nuestro sistema de memoria está muy relacionada con nuestro sistema emocional y se ha detectado la activación de la amígdala con la música, pero no por agrupaciones de sonidos o notas musicales.
  • 4. Las enfermedades del cerebro que afectan a las personas siempre son sorprendentes. Existe el Síndrome de Williams. Uno de cada 20.000 nacimientos (4 veces menos que el síndrome de Down) aparece esta enfermedad genética. Se produce por un error de trascripción genética en las primeras fases de desarrollo fetal y como consecuencia, faltan unos 20 genes en el cromosoma 7 y el cerebelo se forma defectuosamente. Pocos aprenden a cantar, saber la hora o leer; no obstante, tienen intactas las capacidades lingüísticas, son buenos para la música y extraordinariamente extrovertidos y agradables. Son, de hecho, más emotivos, cordiales y sociables que el individuo medio. Un adolescente llamado Willaims Kenny padecía este síndrome. Tenía una coordinación ojo-mano muy pobre y su madre le tenía que ayudar a abotonarse o atarse los zapatos (usaba tiras de velcro en lugar de cordones), incluso tenía dificultad para subir escaleras o llevarse la comida del plato a la boca. Pero ¡ay!, cuando se puso a tocar el clarinete delante del autor. Era como si sus dedos tuvieran mente propia. A la que paraba, necesitaba ayuda para abrir la caja y meter otra vez en ella su clarinete. Y es cierto que haya quien tiene talento innato y quien no, pero los estudios diferencian entre dos tipos de músicos: los que han practicado mucho y los que no; y todo ello independientemente del talento. También hay que diferenciar bien qué significa la palabra “experto”. Tanto en este libro como en el Fueras de Serie, de Malcolm Gladwell, sale el número de 10.000 horas de práctica para considerar a alguien experto en cualquier materia. Es el equivalente a unas 3 horas diarias o 20 horas a la semana durante 10 años. Es cierto que Mozart componía desde muy pequeño pero las sinfonías que se conocen de él no son las que compuso desde niño. Si empezó a los 2 años, y si su padre era tan estricto como se dice, es posible que a los 8 años ya hubiera hecho unas cuantas horas de práctica. Las primeras obras que compuso, apenas se recuerdan como curiosidades: son aquellas que compuso pasadas las 10.000 horas las que se realmente recuerdan. Los gustos en la música, como el resto de facetas en la vida, tienen un componente social y otro genético. El social es bastante evidente, pero el genético no tanto. Y así es, tanto en la música, como los atletas, bailarines, actores, escultores, etc.: tienen una predisposición genética. Schwarzenegger no nació con un cuerpo de culturista: trabajó mucho con él; sin embargo, tenía una predisposición. Del mismo modo, medir dos metros nos predispone a convertirnos en jugadores de baloncesto. Cuando al autor quería tocar la guitarra, un profesional le pidió que pusiera la palma de su mano sobre la suya y le dijo a su madre que tenía las manos demasiado pequeñas para tocar la guitarra (hoy existen guitarras más pequeñas, y el autor también tiene una de ellas). Oscar Peterson, el pianista de jazz, tiene unas manos enormes, tanto, que su estilo se vinculó a unos acordes que sólo él con aquellas manos podía tocar. También habla de la expresividad, emotividad, etc. Hay autores que cometen errores técnicos, pero sus obras tienen una mayor expresividad que otras. Y parece una paradoja. En teoría, quien lo hiciera mejor técnicamente debería ser mejor, pero la música tiene una parte emocional muy grande. Y no se enseñan estas cosas en las escuelas de música. Cierto crítico llegó a escribir sobre Rubinstein (uno de los pianistas considerados más grandes
  • 5. del siglo XX): [...] comete errores en algunas de sus grabaciones, pero yo prefiero esas interpretaciones que están llenas de pasión al mago técnico de veintidós años que es capaz de tocar notas pero no es capaz de transmitir el sentido. Pero sigue siendo algo asombroso. ¿Por qué nos gusta la música? ¿tiene alguna razón evolutiva? En una conferencia, Steve Pinker explicó que a veces surgen conductas o atributos que carecen de justificación evolutiva. No nos hacen utilidad ni daño, pero se incorporan en nuestro viaje. Stepehn Jay Gould lo llamó “enjuta”, término apropiado de la arquitectura. Por ejemplo, una cúpula puede construirse con cuatro arcos. El espacio entre ellos se convirtió en un escenario perfecto para pintar ángeles y otras decoraciones. Pues esa enjuta (ese subproducto del diseño de los arquitectos) se convirtió en una de las partes más bellas del edificio. Pinker aseguró que el lenguaje era una adaptación y la música su enjuta: La música es la tarta de queso auditiva. Sucede que cosquillea en varias partes importantes del cerebro de un modo sumamente agradable, igual que la tarta de queso cosquillea en el paladar. La mayoría de las actividades que son importantes para la supervivencia de las especies, como alimentarse y mantener relaciones sexuales, son también agradables; nuestros cerebros desarrollaron evolutivamente mecanismos para recompensar y fomentar esas conductas. Pero podemos aprender a puentear las actividades originales y acceder directamente a esos sistemas de recompensa. Podemos comer alimentos que carecen totalmente de valor nutritivo y tener relaciones sexuales sin procrear. Hay más hipótesis, pero la de Pinker (y otros muchos científicos) da para pensar. También podría ser que ese mismo mecanismo fomentara los vínculos sociales. Hay quien piensa también que la música ayuda a la flexibilidad cognitiva y que pudo ser la actividad que ayudó a nuestros ancestros prehumanos a preparar la comunicación verbal, incluso perfeccionar las habilidades motrices para el lenguaje vocal o el de señas. En fin, el libro habla de estas y otras cosas por el estilo. Es, como mínimo, curioso en todo lo que dice.
  • 6. Título: “Tu cerebro y la música” Autor: Daniel J. Levitin