Y acá la segunda y última, después nos dispersamos un poco, pero bueno, nos divertimos mucho haciéndolas.
En esta las colaboraciones de Pablo Peisino, Guillermo Goffré y Fede Rubenacker en las tapas, en los textos de A. Schmidt, Diego Cortes, F. Rubenacker, María Fernanda Sattler, Iván Wielikosielek, un poema de Nicanor Parra y un especial extraño sobre Jesús, con textos de Dostoeivsky, Tolstoy y Gorki, Van Gogh, Antonio Machado, Albert Camus, Arthur Rimbaud.
32 páginas, editadas en octubre de 1997, formato 17x22 cms.
3. Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
El Apocalipsis 3, 15-16.
4. D . H . L A W R E N C E - ( 1 8 8 5 - 1 9 3 0 )
Sombras
Y si, esta noche mi alma puede encontrar
la paz en el sueño, y sumirse tranquilamente en el olvido,
y despertar por la mañana como una flor recién abierta,
entonces he estado otra vez en Dios, y he renacido.
Y si, cuando transcurren las semanas, en la oscuridad de la luna,
mi espíritu ensombrece y apaga, y una suave y extraña sombra
se esparce por mis movimientos y pensamientos y palabras,
entonces sabré que aún estoy caminando
con Dios, que estamos estrechamente unidos ahora que la luna se oculta.
Y si, cuando el otoño sedimenta y enluta
siento el dolor de las hojas cayendo, cayendo
sobre mi alma y espíritu, sobre mis labios,
tan dulces, como el desvanecimiento, o más bien
como la embriaguez de una canción triste y queda,
sonando más oscuramente que el ruiseñor volando hacia el solsticio
y el silencio de los días cortos, el silencio del año, la sombra;
entonces sabré que mi vida circula aún
como la tierra oscura, y se empapa
con el profundo olvido y el lapso de renovación del universo.
Y si, en el cambio de las fases de la vida humana
caigo enfermo y en la miseria, y mis muñecas
parecen rotas y mi corazón muerto
y mi fuerza perdida, y mi vida sólo la ceniza
de una vida:
y todavía, dentro de todo esto, fragmentos de un bello olvido, y fragmentos de renovación,
raras flores invernales sobre tallos muertos, y sin embargo nuevas, extrañas flores
tales como mi vida no había gestado antes, nuevos florecimientos;
entonces sabré que todavía
estoy en las manos del Dios desconocido,
quebrándome hasta su propio olvido,
para enviarme en una nueva mañana, un nuevo hombre.
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5. A L E J A N D R O S C H M I D T
conozco algunos trucos
trabajo muchas horas tatuando gente en joyland park
soy calvo
y gracias a la marina he recorrido el mundo
no sé pensar lejos
pero conozco algunos trucos
logré que wade miller me hiciera protagonista de la novela Paso Fatal
(san diego-postguerra)
por otra parte
jamás bordaría una odalisca en la espalda de nadie.
me gusta ver público todas las noches
no es por dinero
no
la multitud me gusta
en las Filipinas
me abrieron el vientre con una botella de pilsen
por una nativa
que no recuerdo
no logro recordar
era una mestiza con aceite en el pelo
he soportado casi todo
-tengo cicatrices norteamericanas en la mente-
no es necesario vivir mil años para estar en paz
permíteme que pinte
el emblema de la Unión
en tus bíceps
y te confirmaré un prejuicio:
la piel de los negros es mucho más dura que la de los animales.
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6. Conclusiones
Al fin
después de media vida
terminamos sentados frente a un muro
la línea de ladrillos
se quiebra contra el cielo
al borde, el álamo, sacude su instrumento
y abajo
entre las sillas
tréboles y hierbas están sobre la tierra
al patio sale una mujer
y discutes o comprendes
o simplemente te abrazas
y te olvidas
a veces
un ángel te recuerda
y pueden
los vapores del día
brillar la ruina del corazón
en la cerrada noche
no creas en la dulzura del error
en las posibles cabezas del amanecer
el muro está más cerca que el consuelo
mucho más
mucho más.
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7. Alumbrado
ese que camina
soporta el látigo de altos centinelas
manchado por el destello de los autos
por mordaces ventanas
hacia pobres calles
enumera sus pasos
alejándose
lo lleva un animal de ecos
sabe que
mientras los ladrones iluminan la ciudad
la furia de vivir
y vivir
contra toda esperanza
irá hasta el fin del mundo
inútil como un rey antiguo
el hombre
atraviesa la ciudad de los muertos
señalado
multiplicado
por las lejanas lámparas del Diablo
agradecerá
un error de tinieblas
quedar por un instante
intacto victorioso
no importa
el luchará con su linterna negra
con su vela de niño por los campos
su sombra peleará
y peleará todavía
cuando esté hundido
en una tumba ajena
y regresará
descalza
la noche
a su ceniza estremecida.
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8. Grita
A estos años llegué dandome vuelta
diciendo yo no fui
no fui
(y había sido, claro)
cambió el cuerpo
cambiaron las palabras
(el mundo no cambió
no cambia nunca)
y de ahora en adelante
giro a la izquierda
a la derecha
saco mis vísceras
al aire
(y no y no)
no hay donde ir
no hay otro tiempo
llueve en la luna
llueve en el corazón
la verdad
grita
insoportable.
ALEJANDRO SCHMIDT
Nació en 1955 en Villa María, Provincia de Córdoba, Argentina. Publicó los siguientes textos de poesía: Clave Menor (1983), LAs
Bienaventuranzas (1983), Tajo en la piedra (1984), Elegías y epitafios (1985), Serie Americana (1988) , El Muerto ( 1991), Arder
(1991), Dormida, Muerta o Hechizada (1993), Notas de una biografía perdida (en edición Colectiva Desfile de Monstruos, 1993),
Entre los muertos (Plaqueta, 1995), La noche volverá (Plaqueta, 1996), Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío (Plaque-
ta, 1996), El diablo entre las rosas (1996). Dirigió las revista de divulgación literaria El gran dragón rojo y la mujer vestida de sol
(1987-1991. Dirige las colecciones: Alguien Llama (Carpetas de poesía argentina), Palabra Sola (Pliegos de poesía mural),
Plaquetas del Herrero. Ha merecido diversos premios por su obra poética. Colabora con diarios y revistas del país y el exterior.
El poema “conozco algunos trucos” pertenecen a Serie Americana; “Conclusiones”, “Alumbrado” y “Grita” eran inéditos.
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9. este viejo consumido por las arrugas
este viejo que parece que mastica sus propios dientes haciendo muecas
este viejo que tiene la ropa sucia de color beige
este viejo que tiene olor a vino en la garganta este viejo despeinado
me mira con sus ojos grises hundidos en colorado
sostiene un papel con su mano derecha
toda sucia y destruida
un papel que pide una ayuda para sobrevivir.
me quita la vista
espera una respuesta
me muestra su perfil, y la luz corta su figura
su piel llena de poros
una nariz aguileña
una barba de dos días, bien blanca
igual que su cabeza.
le digo que no.
él se burla de mí haciendo el mismo gesto que yo
y chistando un “no” con sus labios finos y planos,
todas las personas a mi lado hacen lo mismo
le dicen que no
algunas tocan sus ropas para demorarlo pero igual dicen no.
todos.
semiencorvado y moviendo las piernas como péndulos
camina por el centro de la vereda,
se dirige a un banco donde sentadas hay tres mujeres grandes
riéndose entre ellas,
con sus lentes con sus labios rojos con sus ropas estampadas
y ellas estampadas en la ropa,
sentadas bajo la sombra de un gran árbol.
el viejo sostiene el papel y las mira fijo, una por vez,
veo su brazo delgado y lleno de pequeñas arrugas,
las tres mujeres lo ignoran por completo
no lo miran, ni le contestan
siguen riéndose.
antes de seguir su camino
él mira a ambos costados
mira a la gente que pasa rozando su espalda
mira a la gente que lo mira.
gira y camina
luego de unos pasos se detiene
lo observo
su cabeza dirige la vista hacia arriba
yo miro
y ahí arriba hay un cristo entre las cúpulas de la catedral
y detrás de ese cristo una gran nube blanca
y detrás de la gran nube
el cielo azul.
Federico Rubenacker
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10. decile a ellos que te amen
deciles que te den un poco de su caridad
decile a ellos que besen tus pies
deciles que van a sufrir en paz
decile a ellos que succionan tu corazón
deciles que no midan la voz
deciles que no te desvistan
que te dejen en el suelo
deciles lo que ahora no puedo decirles
decíselos porque no tengo palabras
deciles que no se escondan en botellas vacías
deciles que no quiero hablar
deciles que son una mierda
decíselo a ellos
que se disfrazan con guantes blancos
que se masturban en las plazas
que aman el arte delante tuyo
que aman las palabras
a ellos no les des cariño porque podés depertar
una mañana en su cuarto y sentirte un extraño
pero insistí en decirles que cambien sus cabezas
deciles que no los soporto
deciles a ellos que escriben en los bares
que beban su café de amarguras
deciles que no lloren por vos
deciles que te cuiden cuando estés muerto
deciles lo que tengas que decirles
aunque no entiendan
deciles que se suiciden
total no valen nada.
Federico Rubenacker
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11. las aves
vuelven a mí
sus alas
traen a dios
¡dios vuelve a la tierra!
¡la tierra vuelve en sí!
amanece
Federico Rubenacker
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12. Una luz perdida
en alguna mirada enceguecida.
Algún consuelo en vano
para quien sabe lo que viene,
y ríe.
Voces de informativo
convenciendo esclavos,
domesticando cachorros de fieras.
Sustracción, paréntesis, disimulo,
y sus mentes blancas
en caras pintadas de negro.
Persecución,
proyección de imágenes sin sonido,
sonido desconectado que da asco.
Es hora de encender fuego
y relajarse.
La tierra promete nuevos bellos olores
y nuevos verdes ardiendo la pólvora.
Mortales gritando
la paz en un símbolo
y lanzando en mis botas.
Luego yo,
deslizándome en la abeja
que clava en mi pupila su aguijón,
es mi yugo.
María Fernanda Sattler
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13. La desesperación cayó en gota,
superando toda capacidad de soportar...
cada aguda espina
parecía mas intensamente clavada,
y cada segundo se eternizaba en su memoria,
en su vehículo vital de varios años.
Todos parecen esperar, tranquilos,
pero ella ya no percibe sus pies cansados,
sangrantes, llorosos, hartos
de minutos en su cabeza
y pequeños respiros huidizos en sus venas.
El piano sonando suave, delicado,
aunque quizás no exista nada bello.
Sólo repetición vulgar
o simulacros...
Nadie le enseño nada.
El árbol la abraza, tonto
impávido,
sediento,
y se va,
porque él también se va,
porque él también se fue.
Todo se va, lo puro, lo bello, lo inocente
todo se torna, en algún punto
tortuosamente irrecuperable.
María Fernanda Sattler
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14. Septiembre. Frágil.
Desnutrido crío, creciendo.
Extraño romper las hojas secas al paso.
La gente con frío.
El vidrio empañado con el aliento húmedo.
Furia.
El sol tomó poder de mi pupila,
ya débil, asqueada.
Y veo todo.
Todo grande, detallado. Perfecto.
Venas delgadamente ajustadas,
con plástico.
- Compraré veneno para ratas -
Lapso...
roces de cuerpos sudados,
violentos, opacos.
Quiero oler mentiras.
María Fernanda Sattler
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15. I V A N W I E L I K O S I E L E K
VIEJOS BUHOS DEL VERANO
EL CULTO POR LAS MOSCAS
(DELIRIO DE LA MUERTE)
VIEJOS BUHOS DEL VERANO
SON LOS QUE VIENEN A VERTE
A LA TARDE RECORTADOS VAN LOS HOMBRES
A LA TARDE TODOS TRISTES DE SUCIA DESOLACION URBANA
A LA TARDE HAN PLAGADO A LA CIUDAD DE PSICOTICOS
EL CULTO POR LAS LARVAS
(GUSANOS DE LA MENTE)
VIEJOS BUHOS DEL VERANO
SON LOS QUE VIENE A VERTE
A LA TARDE NADIE VA POR AHI CON SUS SUPLICIOS
A LA TARDE LOS HOMBRES SOLO ESTAN CANSADOS
A LA TARDE NO PODES HACER OTRA COSA QUE ODIAR UN POCO MAS A TU CIUDAD
LA VIDA NO TIENE NADA QUE HACER AL CAER LA TARDE
VES
DIFICIL ES REVENTAR DEL TODO
RESUCITAR DEL TODO
AMAR DEL TODO
REPONERSE
ENAMORARSE
SUICIDARSE DEL TODO
VES
DIFICIL ES AMAR A ALGUIEN AL CAER LA TARDE
AMARTE A VOS MISMO AL CAER LA TARDE
TENER ESPERANZAS PARA VOS MISMO AL CAER LA TARDE
VOLVER A VER A ALGUIEN MAS QUE ESTA DEL OTRO LADO
ABSORBER UNA DOSIS DE LUZ CONTRA LOS PAREDONES GRISES
ENCONTRAR UN POTENTE ROCK AND ROLL DE LOS SENTIDOS AL CAER LA TARDE
VES
DIFICIL ES
CONVIVIR CON LOS BUHOS DEL VERANO ALREDEDOR DE TU CABEZA
ALREDEDOR DE TU CADAVER
ALREDEDOR DE TUS RESTOS PICOTEANDO TUS HUESOS
ALREDEDOR DE TU ESQUELETO LAMIENDO TUS HUESOS
ALREDEDOR DE TU MUERTE TRITURANDO TUS HUESOS
VES
DIFICIL ES
NADIE HA DOMESTICADO AUN A LOS BUHOS DEL VERANO
EL CULTO POR LOS HONGOS
(AMOR A LOS DEMENTES)
VIEJOS BUHOS DEL VERANO
SON LOS QUE VIENE A VERTE
LA VIDA NO VALE LA PENA DE SER VIVIDA AL CAER LA TARDE.
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16. LOS SEGADORES DE LA TARDE
porque todas las almas yacen aquí achatadas de espanto
y también porque no se borran de las manos sus hondos recuerdos
la ciudad hunde a la tarde entre sus calles
y los viejos grillos del verano han desaparecido
entre el polvo viejo de los bares
han desaparecido además muchos ruidos de la vida
y una mujer vieja que maneja la máquina del café
está muy sola y no sonríe tras el humo
cuando cuela el negro café de la angustia
como un llanto
porque todas las almas yacen aquí aplanadas de espanto
y también porque el rostro de la mujer se rasga en hondos recuerdos
los segadores han talado las almas al caer la tarde
y es por eso que todas estas almas van así
con el ocaso clavado en el hueco de los ojos
y con toda la pena en sus manos planas de mendigos
y es por eso que sólo quedan aquí amontonados en los bares
todos estos hombres
y las viejas cigarras del verano han desaparecido
junto a muchos ruidos de la vida
los ecos del aparato de t.v. a todo volumen
los vasos que se chocan
las cucharitas de metal contra los pocillos
las voces de los muchachos cansados
las hojas de los diarios que pasan los hombres aburridos
los motores lejanos de los colectivos
las pisadas de la gente que se vá por las veredas
los segadores han talado los cuerpos
y todos estos ojos no caben en un sólo farol de avenida
todos estos ojos
huecos oscuros que se hunden de ocaso en rostros rasgados
todo estos ojos
pastillas de luz disueltas en el gas de una mirada
los segadores han talado los cuerpos
porque el sol se ha trocado en sórdidos faroles amarillos
y las almas que yacen aquí sin que se borren sus hondos recuerdos
han olvidado el ruido del verano
y las cigarras de la vida.
IVAN WIELIKOSIELEK
Nació en 1971 en Villa María, reside en la ciudad de Córdoba. Publicó los siguientes libros de poesía: Versículos (Córdoba, 1994); Tie-
rra negra de los muertos (Córdoba, 1995); Almas Mediterráneas (libro de relatos de la ciudad de Córdoba, 1995), Almas Mediterráneas
II (libro de impresiones y relatos de la ciudad de Córdoba) y Album Doble (Córdoba, 1996, poesía).
En 1995 publicó además las siguientes plaquetas: Album, Vilma, A Vilma, Adiós al viejo hospicio y Valia en 1996.
Dirige la editorial El Gusano Vencedor. Colabora con diarios y revistas del país.
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17. ahí
delante de mis ojos
no está
el vacío aterrador
de la angustia
sólo hay un vaso de agua
y mis dedos
apoyados sobre la mesa
y aunque gire la cabeza
de un lado a otro
y revise cada rincón
de esta habitación
delante de mis ojos
no hay nada
ni nadie
a quien culpar
y odiar
acá
sólo estoy yo
yo
y mis manos
y mi cabeza.
Diego Cortés
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18. N I C A N O R P A R R A
Señoras y señores Deben ser procesados y juzgados
Esta es nuestra última palabra. Por construir castillos en el aire
—Nuestra primera y última palabra— Por malgastar el espacio y el tiempo
Los poetas bajaron del Olimpo. Redactando sonetos a la luna
Por agrupar palabras al azar
Para nuestros mayores A la última moda de París.
La poesía fue un objeto de lujo Para nosotros no:
Pero para nosotros El pensamiento no nace en la boca
Es un artículo de perimera necesidad: nace en el corazón del corazón.
No podemos vivir sin poesía.
Nosotros repudiamos
A diferencia de nuestros mayores La poesía de gafas obscuras
—Y esto lo digo con todo respeto— La poesía de capa y espada
Nosotros sostenemos la poesía de sombrero alón.
Que el poeta no es un alquimista Propiciamos en cambio
El poeta es un hombre como todos La poesía al ojo desnudo
Un albañil que construye un muro: La poesía a pecho descubierto
Un constructor de puertas y ventanas. La poesía a cabeza desnuda.
Nosotros conversamos No creemos en nifas ni tritones.
En el lenguaje de todos los días La poesía tiene que ser esto:
No creemos en signos cabalísticos. Una muchacha rodeada de espigas
O no ser absolutamente nada.
Además una cosa:
El poeta está ahí Ahora bien, en el plano político
Para que el árbol no crezca torcido. Ellos, nuestros abuelos inmediatos,
¡Nuestros buenos abuelos inmediatos!
Este es nuestro mensaje. Se refractaron y se dispersaron
Nosotros denunciamos al poeta demiurgo Al pasar por el prisma de cristal.
Al poeta Barata Unos pocos se hicieron comunistas.
Al poeta Ratón de Biblioteca. Yo no sé si lo fueron realmente.
Todos estos señores Supongamos que fueron comunistas,
—Y esto lo digo con mucho respeto— Lo que sé es una cosa:
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19. Que no fueron poetas populares, ¡Que lo van a asustar con poesías!
Fueron unos reverendos poetas burgueses.
La situación es ésta:
hay que decir las cosas como son: Mientras ellos estaban
Sólo uno que otro Por una poesía del crepúsculo
Supo llegar al corazón del pueblo. Por una poesía de la noche
Cada vez que pudieron Nosotros propugnamos
Se declararon de palabra y de hecho La poesía del amanecer.
Contra la poesía dirigida Este es nuestro mensaje,
Contra la poesía del presente Los resplandores de la poesía
Contra la poesía proletaria. Deben llegar a todos por igual
Aceptemos que fueron comunistas La poesía alcanza para todos.
Pero la poesía fue un desastre
Surrealismo de segunda mano Nada más, compañeros
Decadentismo de tercera mano. Nosotros condenamos
Tablas de viejas devueltas por el mar. —Y esto sí que lo digo con respeto—
Poesía adjetiva La poesía de pequeño dios
Poesía nasal y gutural la poesía de vaca sagrada
Poesía arbitraria La poesía de toro furioso.
Poesía copiada de los libros
Poesía basada Contra la poesía de las nubes
En la revolución de la palabra Nosotros oponemos
En circunstancias de que debe fundarse La poesía de la tierra firme
En la revolución de las ideas. —Cabeza fría, corazón caliente
Poesía de círculo vicioso Somos tierrafirmistas decididos—
Para media docena de elegidos: Contra la poesía de café
“Libertad absoluta de expresión”. La poesía de la naturaleza
Contra la poesía de salón
Hoy nos hacemos cruces preguntando La poesía de la plaza pública
Para qué escribirían esas cosas La poesía de protesta social.
¿Para asustar al pequeño burgués?
¡Tiempo perdido miserablemente! Los poetas bajaron del Olimpo.
El pequeño burgués no reacciona
Sino cuando se trata del estómago.
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21. A Jesús el hombre, Al que traicionaron
quien su Padre hizo con un beso
vivir y morir
con dolor Al que coronaron
con espinas
Porque todo el que
conoce y enseña Al que crucificaron
la Verdad, junto a dos ladrones
vive y muere
con dolor Al que negaron
Al que los demonios Al que pudo no sufrir,
no pudieron tentar pero lo hizo
con nada sobre la tierra para cumplir su misión
Al que bendijo Al que con su muerte
a los pobres, se hizo inmortal
y a los que sufren
en vida, Al Hijo del hombre,
por creer y practicar que fue entregado y muerto
la Verdad. por el hombre,
al que vino a salvar
Al hombre que trajo
la espada A Jesús que arde
para luchar contra el demonio eternamente en los corazones
Al que caminó A vos y a los que te siguieron
sobre el agua fielmente por lo que creían
y curó a los enfermos
a todos los que ardieron
Al que dio de comer y arderán en la Pasión
a la multitud
con cinco panes queremos el Valor
y dos pescados para consumirnos
en ese FUEGO.
Al que hecho
a los vendedores
del templo
Al que conoció
su destino trágico
y lo aceptó,
como un hombre,
como un dios
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22. “Pero he aquí que El quiso mostrarse, al menos por un momento, al pueblo sufrido y miserable, al pue-
blo corrompido por el pecado, pero al que El ama inocentemente. La acción se desarrolla en España, en
Sevilla, en la época más terrible de la Inquisición, cuando cada día llameaban las hogueras en el país pa-
ra mayor gloria de Dios, y cuando,
En ingentes autos de fe
Quemaban a los terribles herejes.
¡Oh! No es así como El prometió volver, al fin de los tiempos, con toda su gloria celestial, súbitamen-
te, “tal como un rayo que brille de oriente a occidente”. No, El quiso visitar a sus hijos precisamente en un
lugar donde crepitaban las hogueras de los herejes. En su misericordia infinita volvió entre los hombres
bajo la forma que tenía durante los tres años de su vida pública. Helo aquí descendiendo hacia las calles
ardorosas de la ciudad meridional donde precisamente en la víspera, en presencia del rey, de los cortesa-
nos, de los caballeros, de los cardenales y de las más encantadoras damas de la corte, el inquisidor ge-
neral hizo quemar un centenar de herejes, ad majorem Dei gloriam. Apareció dulcemente, sin hacerse no-
tar, y cosa rara, todos le reconocieron. Explicar la razón de ello será uno de los más bellos pasajes de mi
poema. Atraído por una fuerza irresistible, el pueblo se agolpa a su lado y lo sigue, silencioso; pasa por
medio de la muchedumbre con una sonrisa de infinita compasión. Su corazón está lleno de amor, sus ojos
despiden la luz, la ciencia, la fuerza, que resplandecen y despiertan el amor de los corazones. El les tien-
de los brazos, los bendice, una virtud saludable emana de su contacto y hasta de sus vestiduras. Un vie-
jo, ciego desde su infancia, exclama entre la muchedumbre: “¡Señor, cúrame y te veré!” Cae una costra
de sus ojos, y el ciego ve. El pueblo vierte lágrima de alegría y besa la tierra que pisa. Los niños lanzan
flores a su paso, se canta y se exclama: “¡Hossana!” ¡¡Es El, debe ser El!!, exclaman, ¡¡No puede ser otro
que El!! Se detiene ante el atrio de la catedral de Sevilla en el momento en que se lleva un pequeño fére-
tro blanco en el que descansa una niña de siete años, la hija única de un noble. La muerta va cubierta de
flores.
—El resucitará a tu hija— exclama la muchedumbre a la madre llorosa—. El sacerdote que iba delan-
te del ataúd mira perplejo y frunce el entrecejo. De pronto, resuena un grito, y la madre se arrodilla a sus
pies: “¡Si eres Tú, resucita a mi hija!” y le tiende los brazos. Se detiene el cortejo, depositan el ataúd so-
bre el empedrado de la calle. El la contempla con lástima, su boca exclama dulcemente una vez más: Ta-
20
23. litha koum, y la jovencita se levanta, se sienta y mira a su alrededor, sonriendo extrañada. Tiene aún el ra-
mo de rosas blancas que habían depositado en su ataúd. La muchedumbre turbada, grita y llora. En aquel
momento pasa por la plaza el cardenal inquisidor general. Es un viejo casi nonagenario, con el rostro en-
juto y los ojos hundidos en los que aún brilla una chispa. No lleva ya el pomposo vestido con el que se pa-
voneaba ayer ante el pueblo mientras se quemaba a los enemigos de la Iglesia romana. Lleva ahora su
viejo y grosero hábito. Sus lúgubres auxiliares y la guardia del Santo Oficio le siguen a una respetuosa dis-
tancia. Se detiene ante la muchedumbre y observa desde lejos. Lo ha visto todo, el féretro depositado an-
te El, la resurrección de la muchacha, y su rostro se ha ensombrecido; frunce las espesas cejas y sus ojos
brillan con un resplandor siniestro. Le señala con el dedo y ordena a los guardias que lo detengan. Tan
grande es su poder y el pueblo está tan acostumbrado a someterse, a obedecerle temblando, que la mu-
chedumbre se aparta inmediatamente ante los esbirros. En medio de un silencio mortal, éstos le agarran
y se lo llevan. Como un solo hombre, el pueblo se inclina hasta la tierra al paso del viejo inquisidor que le
bendice silenciosamente y prosigue su camino. El prisionero es conducido al sombrío y viejo edificio del
Santo Oficio donde se le encierra en una estrecha celda abovedada. El día muere; llega la noche, una no-
che de Sevilla, cálida y sofocante. El aire está embalsamado de laureles y limoneros. De pronto, en las ti-
nieblas, se abre la puerta del calabozo, y el inquisidor aparece con una antorcha en la mano. Viene solo,
la puerta se cierra tras él. Se detiene en el umbral, mira detenidamente el Santo Rostro. Por fin, se apro-
xima; deja la antorcha sobre la mesa y le dice:
—¿Tú eres Tú?— y al no recibir respuesta, añade rápidamente—: No digas nada, cállate; además
¿qué podrías decirme? Demasiado lo sé. No tienes derecho a añadir ni una palabra más a lo que has di-
cho. ¿Por qué has venido a molestarnos? Bien sabes Tú que nos molestas. ¿Pero sabes lo que ocurrirá
mañana? Ignoro quién eres y no quiero saberlo. Tú, o solamente su apariencia; pero mañana te condena-
ré y serás quemado como el peor de los herejes, y ese mismo pueblo que hoy te besaba los pies se pre-
cipitará mañana a una indicación mía para alimentar tu hoguera. ¿Lo sabes Tú? Quizás —añadió el viejo
pensativo sin apartar los ojos de su prisionero”.
Fragmento del poema relatado por Iván Karamazof a su hermano Alioscha, en el cap. V
“El Inquisidor General” del libro quinto, de la primera parte,
del libro LOS HERMANOS KARAMAZOF de Fedor Dostoievsky (1821-1881).
21
24. “Qué maestro es Jesucristo cuando puede fortificar, consolar y aliviar a un obrero que tiene la vida dura,
porque él mismo es el gran hombre del dolor, que conoce nuestras enfermedades, que ha sido llamado él
mismo el hijo del carpintero aunque fue el hijo de Dios, que ha trabajado treinta años en un humilde taller
de carpintero para cumplir la voluntad de Dios, y Dios quiere que a imitación de Cristo, el hombre lleve una
vida humilde sobre la tierra, no aspirando más que a cosas elevadas, plegándose a la humildad, apren-
diendo en el Evangelio a ser dulce y humilde de corazón”.
Vincent Van Gogh (1853-1890) Fragmento de una carta dirigida a su hermano desde la cuenca
del Borinage (Bélgica), donde Van Gogh predicaba el Evangelio Cristiano en una desola
región de mineros que extraían carbón en condiciones infrahumanas.
“- Jesús era libre, Buda también: los dos se hicieron responsables de los pecados del mundo y voluntaria-
mente cautivos de la vida terrestre; y nadie, absolutamente nadie, ha ido más lejos. Mientras tú...; noso-
tros...¡vamos!. Tratamos de liberarnos de nuestros deberes hacia el prójimo, sin darnos cuenta que es,
precisamente, lo que nos hace hombres; sin este sentimiento viviríamos como bestias”.
Recuerdo de un monólogo de León Tolstoi (1828-1910)
redactado por Máximo Gorki (1868-1936) en su libro “Tres Rusos”.
22
25. LA SAETA
¿Quién me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
SAETA POPULAR
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fé de mis mayores.
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar!
Antonio Machado
23
26. “No, no es nada, tirito un poco a causa de esta bendita humedad. Por lo demás, ya llegamos, ya está. No,
usted primero. Pero le ruego que se quede un momento todavía conmigo, y que me acompañe. Aún no
terminé. Tengo que continuar. Continuar, eso es lo difícil. Mire usted, ¿sabe por qué lo crucificaron a aquel
otro, a aquel en quien tal vez usted piensa en este momento? Bueno, había muchas razones para hacer-
lo. Siempre hay razones para asesinar a un hombre. En cambio, resulta imposible justificar que viva. Por
eso, el crimen encuentra siempre abogados, en tanto que la inocencia, sólo a veces. Pero, junto a las ra-
zones que nos explicaron muy bien durante dos mil años, había una muy importante de aquella espanto-
sa agonía. Y no sé por qué la ocultan tan cuidadosamente. La verdadera razón está en que él sabía, sí,
él mismo sabía que no era del todo inocente. Si no pesaba en él la falta de que se lo acusaba, había co-
metido otras, aunque él mismo ignorara cuáles. ¿Las ignoraba realmente, por lo demás? Después de to-
do él estuvo en la escena; él debía haber oído hablar de cierta matanza de los inocentes. Si los niños de
Judea fueron exterminados, mientras los padres de él lo llevaban a lugar seguro, ¿por qué habían muer-
to, sino a causa de él? Desde luego que él no lo había querido. Le horrorizaban aquellos soldados san-
guinarios, aquellos niños cortados en dos. Pero estoy seguro de que, tal como era él, no podía olvidarlos.
Y esa tristeza que adivinamos en todos sus actos, ¿no era la melancolía incurable de quien escuchaba
por las noches la voz de Raquel, que gemía por sus hijos y rechazaba todo consuelo? La queja se eleva-
ba en la noche. Raquel llamaba a sus hijos muertos por causa de él, ¡y él estaba vivo!
Sabiendo lo que sabía, conociendo profundamente al hombre —¡ah, quién hubiera creído que el crimen
no consiste en hacer morir como en no morir uno mismo!—, puesto día y noche frente a su crimen inocen-
te, se le hacía demasiado difícil sostenerse y continuar. Era mejor terminar, no defenderse, morir, para no
ser el único en vivir y para ir a otra parte en que tal vez lo sostendrían. Y no lo sostuvieron. Él se quejo
por eso, y por añadidura lo censuraron. Sí, fue el tercer evangelista según creo, el que comenzó a supri-
mir su queja. “¿Por qué me has abandonado?” Era un grito sedicioso, ¿no es cierto? Entonces acudieron
a las tijeras. Observe usted, por lo demás, que si Lucas no hubiera suprimido nada, apenas se habría
echado de ver la cosa. En todo caso, no habría ocupado un lugar tan importante. De esta suerte, el cen-
sor proclamaba lo que proscribe. El orden del mundo también es ambiguo.
El orden del mundo no impide que él, el censurado, no haya podido continuar. Y, querido amigo, sé bien
de lo que hablo. Hubo un tiempo en que a cada minuto yo no sabía cómo podría llegar a siguiente. Sí, en
este mundo podemos hacer la guerra, simular el amor, torturar a nuestros semejantes, aparecer en los pe-
riódicos, o sencillamente, hablar mal del vecino, mientras tejemos. Pero en ciertos casos continuar, tan só-
lo continuar, es algo sobrehumano. Y él no era sobrehumano, puede usted creerlo. Él grito su agonía, y
por eso lo amo, amigo mío. Murió sin saber.
Lo malo es que nos dejó solos, para continuar, pasare lo que pasare, aún cuando estemos metidos en la
mazmorra estrecha, sabiendo a nuestra vez lo que él sabía, pero incapaces de hacer lo que él hizo e in-
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27. capaces de morir como él. Claro está que la gente procuró ayudarse un poco con su muerte.Después de
todo, fue un rasgo genial aquello de decirnos: “Vosotros no sois resplandecientes; eso es un hecho. Y bien,
no vamos a contar cada detalle. Lo liquidaremos todo de un golpe en la cruz”. Pero mucha gente se sube
ahora a la cruz únicamente para que se la vea desde más lejos, aun cuando sea necesario patear al que
se encuentra en ella desde hace tanto tiempo. Demasiada gente decidió prescindir de la generosidad pa-
ra practicar la caridad. ¡Oh, qué injusticia, que injusticia se hizo con él y como siento oprimido el corazón!
Vamos, ya empiezo otra vez, me pongo a abogar. Perdóneme usted, comprenda que tengo mis razones.
Mire, unas calles más allá hay un museo que se llama Nuestro Señor del Desván. En su época, los hom-
bres situaron sus catacumbas bajo los tejados. Que quiere usted, aquí los sótanos se inundan. Pero hoy,
tenga usted la seguridad que su Señor, el de ellos, no está ya ni en el granero ni en el sótano. En lo más
secreto de su corazón lo pusieron presidiendo un tribunal, y entonces ellos pegan y pegan; y sobre todo,
juzgan, juzgan en su nombre. Sin embargo, él hablaba tiernamente a la pecadora: “Yo tampoco te conde-
no”; pues bien, eso no tiene importancia alguna. Ellos condenan, no absuelven a nadie. En nombre del
Señor, éstas son tus cuentas. ¿Del Señor? Él no pedía tanto, amigo mío. Él quería que lo amaran, nada
más. Claro está que hay gentes que lo aman, aun entre los cristianos, pero puede contárselas con los de-
dos de la mano. Por lo demás, él lo había previsto. Tenía cierto sentido del humor. Pedro, usted sabe,
aquel miedoso, Pedro, pues, renegó de él: “No conozco a ese hombre... No sé lo que quieres decir, etc.”
Verdaderamente exageraba. Y entonces él hizo un juego de palabras: “Sobre esta piedra* edificaré mi igle-
sia.” No se podía llevar más lejos la ironía, ¿no le parece? Pero no, ellos aún triunfan. “Vosotros veis, él
lo dijo.” En efecto, él lo dijo y conocía muy bien la cuestión. Y luego partió para siempre, dejándolos juz-
gar y condenar, con el perdón en la boca y la sentencia en el corazón”.
* Pierre en francés significa igualmente “Pedro” y piedra.
ALBERT CAMUS - (1913-1960)
Fragmento de “LA CAIDA” - 1956
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28. PROSAS EVANGELICAS
En Samaria, muchos han declarado tener fe en él. Él no les ha visto. Samaria se enorgullería, la advenediza, la pér-
fida, la egoísta, más rígida observadora, de su ley protestante que Judá de las antiguas tablas. Allí la riqueza univer-
sal permitía pocas discusiones inteligentes. El sofisma, esclavo y soldado de la rutina, había dejado allí, después de
haberles halagado, muchos profetas degollados.
Lo que dijo la mujer en la fuente, era algo siniestro: “Vos sois un profeta: sabéis lo que he hecho”.
Las mujeres y los hombres creían en los profetas. Ahora se cree en el hombre de estado.
A dos pasos de la ciudad extranjera, incapaz de amenazarla materialmente, si era tenido por profeta, puesto que allí
se había mostrado tan singular, ¿qué habría hecho?.
Jesús no pudo decir nada en Samaria.
El aire ligero y encantador de Galilea; los habitantes le recibieron con una alegría curiosa: le habían visto, sacudido
por la santa cólera, tratar a latigazos a los cambistas y a los mercaderes de caza del templo. Milagro de la juventud
pálida y furiosa, creyeron. Sentó su mano en las manos cargadas de anillos y en la boca de un oficial. El oficial es-
taba de rodillas en el polvo: y su cabeza era bastante agradable, aunque medio calva.
Los coches pasaban por las estrechas calles de la ciudad; había bastante movimiento por este barrio; parecía que
todo tuviera que estar contento en exceso, aquella noche.
Jesús retiró su mano: tuvo un movimiento de orgullo infantil y femenino. “Vosotros en cuanto no veis milagros, no
creéis en nada”.
Jesús todavía no había hecho milagros. En una boda, en una sala dispuesta para comer, verde y rosa, había habla-
do con cierta altivez a la Santísima Virgen. Y nadie había hablado del vino de Caná en Carfarnaum, ni en el merca-
do ni en los muelles. Tal vez los ciudadanos.
Jesús dijo: “Vete, tu hijo está curado”. El oficial se fue, como quien se lleva un botiquín ligero, y Jesús siguió por las
calles menos frecuentadas. Las corregüelas anaranjadas y las borrajas mostraban un brillo mágico entre las baldo-
sas. Al final vio a los lejos la pradera polvorienta, y los ranúnculos y las margaritas pidiéndole merced al día.
Bethsaida, la piscina de las cinco galerías, era un lugar enojoso. Como si fuese un siniestro lavadero, siempre aho-
gado por la lluvia y enmohecido; los mendigos se agitaban sobre los peldaños interiores empalidecidos por los res-
plandores de los temporales precursores de los relámpagos infernales, bromeando respecto sus ojos azules ciegos,
sobre las vendas blancas o azules que rodeaban sus muñones. Lugar de colada cuartelera o baño popular. El agua
era siempre negra y ningún enfermo caía allí, ni en sueños.
Fue allí donde Jesús cometió la primer acción grave, con enfermos infames. Era un día de febrero, marzo o abril en
el que el sol de las dos de la tarde dejaba que se extendiera una gran címbara de luz sobre el agua sepultada. Allí
abajo, lejos tras los enfermos, hubiese podido ver todo lo que ese rayo de luz despertaba de brotes, cristales y gu-
sanos con su claridad, parejo a un ángel blanco recostado sobre su costado que removiera todos los reflejos infini-
tamente pálidos.
Entonces todos los pecados, hijos ligeros y tenaces del demonio, que para los corazones un poco sensibles, hacían
estos hombres más espantosos que los monstruos, querían lanzarse al agua. Los enfermos descendían, dejando de
bromear; pero con ansiedad.
Los primeros en entrar, salían curados, decían. No. Los pecados les rechazaban hacia los escalones y les obligaban
a buscar otros puestos: pues su demonio sólo puede quedarse en los lugares donde la limosna es segura.
Jesús entró inmediatamente después del mediodía. Nadie lavaba ni hacía bajar a los animales. La luz en la piscina
era amarilla como las últimas hojas de las viñas. El divino Maestro de apoyaba contra una columna: miraba a los hi-
jos del pecado; el demonio le sacaba la lengua en su idioma; y reía o negaba.
El paralítico se levantó, pues había permanecido recostado, y se marchó, y fue con un paso singularmente firme que
le vieron cruzar la galería y desaparecer por la ciudad, los condenados.
ARTHUR RIMBAUD - 1854-1891
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29. cristo no es un camino, ni un principio. cristo no es el amor
ni la paz humana,
cristo es lo que no hacemos, lo que no somos capaces de sentir
cristo no es la verdad que el hombre cree tener,
cristo
son las cosas bellas que no están en nuestros sueños, ni en nuestros cuerpos,
ni en la tierra
ni en el cielo
cristo es nuestra alma.
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30. “Si alguien me hubiese demostrado que Cristo está fuera de la verdad, y si estuviera realmente estableci-
do que la verdad está fuera de Cristo, hubiera preferido quedarme con Cristo antes que con la verdad”.
Fedor Dostoievsky (1821-1881) - Fragmento de una carta enviada
desde las cárceles de Siberia, donde se encontraba recluido.
También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para
ponerla en el candelero?.
Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a la luz.
Si alguno tiene oídos para oir, oiga.
Les dijo también: Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aún se os
añadirá a vosotros lo que oís.
Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que tiene, se le quitará.
San Marcos 4, 21-25.
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31. Colaboran en este número:
Alejandro Schmidt
María Fernanda Sattler
Iván Wielikosielek
Javier Goffré
Ilustración de tapa:
“Atrapado” - Pablo Peisino
Ilustración de contratapa:
“Autorretrato” - Federico Rubenacker
Ilustración retiro de tapa:
Guillermo Goffré
otras publicaciones:
- poemas de un sufrido hijo de puta -Charles Bukowski
- pájaros negros - Pablo Peisino -Diego Cortés
- habitación vacía - Diego Cortés
- llanto de mudo-1 - suplemento Antonín Artaud
en preparación:
- gotas de miel sobre un cuchillo - Gustavo Ponce
- los perros duermen enterrados en el pasto de las plazas - Federico Rubenacker
- todas las armas bajo la almohada - Diego Cortés
- niño azul - Diego Cortés- Federico Rubenacker
llanto de mudo ediciones
córdoba - octubre 1997
Correspondencia:
Talcahuano 939 - Bª Residencial América - C.P. 5012 - Córdoba
Impreso en: Página’s - Colón 2415 Local B - A. Alberdi - Tel.: 808114