2. Mal lo estaba
pasando el
pueblo
israelita;
aumentaban
rápidamente
en número
por los
muchos hijos
que tenían y
los egipcios
empezaron a
temer que se
sublevaran
contra ellos.
Entonces el faraón dio esta orden -cruel, ¿verdad?- a las comadronas:
“Cuando asistáis a un parto de las hebreas, fijaos bien: si es niño, lo matáis;
en cambio, si es niña, la dejáis vivir.”
3. En estas
circunstanc
ias nació
Moisés. Su
madre, al
principio, lo
tuvo
escondido.
Pero, a los
tres meses,
no tuvo
más
remedio -a
lo mejor el
niño lloraba
mucho y se
notaba su
presencia-
y, en una cestita de papiro bien calafateada, lo dejó en la orilla del Nilo. María,
la hermana de Moisés, se quedaba al cuidado y se debe a ella el que no se lo
llevara la corriente.
4. Porque uno
de esos
días, la hija
del Faraón
fue a
bañarse,
descubrió la
cesta y le
gustó tanto
el niño que
decidió
quedárselo.
María lo observaba todo y entonces se ofreció para buscar una mujer que
lo criase. Y nada menos que se lo dijo a su propia madre. ¿Comprendéis
ahora por qué el nombre Moisés significa “salvado de las aguas”?
5. No dice nada la
historia, pero,
leyendo entre
líneas, María
fue testigo
de los
sufrimientos y
penas por las
que pasaron
los israelitas
a raíz de la
violencia que
desató sobre
ellos el Faraón
cargándoles
de trabajos
durísimos.
Su dolor era aún mayor porque, además, los jefes de su pueblo acusaban a
sus dos hermanos, Moisés y Aarón, de ser los culpables de tal situación.
6. Sin embargo,
qué alegría tan
grande llenó su
corazón cuando,
después de
muchas
negociaciones
-¿os acordáis
de las plagas de
Egipto?-, el
Faraón y su
gobierno dejaron
salir a los
israelitas e
iniciaron el
camino hacia
el Mar Rojo,
donde vivieron la
gran experiencia
de salvación.
Libres ya de los egipcios empezaron a cantar y bailar de alegría, dando
gracias a Dios por las maravillas que había hecho con ellos. ¿Lo hacemos
nosotros igual cuando nos sentimos felices?
7. Y lo bonito era
que María
interrumpía
constantemente
a sus hermanos
que eran los que
llevaban la voz
cantante. Con
un pandero en
sus manos y
animando
sobre todo a las
mujeres a que
también
tocasen
panderetas y,
dando palmas,
danzasen
a su ritmo,
no hacía otra cosa que repetir: “¡Cantad al Señor! ¡Grande es su victoria! ¡Él
nos ha salvado! ¡Él es el libertador de Israel!” Creo que acabó el día agotada. Y
Dios sonreía desde el cielo.
8. Aunque quería
mucho a Moisés
-lógico-, hubo un
momento en
que la relación se
tambaleó porque
no le pareció bien
que se casara con
una mujer de otra
raza. Esto era por
fuera, porque
en realidad lo
que pasaba era
que tenía
envidia y celos
de él al ver
el trato
privilegiado
que le daba Dios.
En definitiva, que, aunque hablaba mal de Moisés, en su corazón se
rebelaba contra Dios. Y como castigo de Dios por esta actitud interpretaron
todos la lepra que padeció.
9. Claro que una
enfermedad así
llevaba consigo
el que tuviera
que estar
apartada de los
demás. Moisés
sufrió mucho
-¡tanto la quería
también!- y le
rogó a Dios que
la curase. Al
cabo de una
semana, María
había sanado y
otra vez pudo
hacer vida con
su pueblo.
Varios años después, cuando el pueblo de Israel, después de haber
explorado la tierra de Canaán, llegó en su totalidad al desierto de Sin y
acampó en Cadés, murió María y allí fue enterrada.
10. Texto e imágenes
Revista Gesto, Nº 99
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