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LOS ROSTROS DEL DEFICIENTE

Eduardo de la Vega, Universidad Nacional de Rosario, UNR, Argentina.

    El trabajo realizado sobre el cuerpo –primero en ámbitos de la elite y la
burguesía, y posteriormente en los sectores populares– se cerraba sobre las figuras
más extremas de la infancia marginal.
    La escuela especial se constituía allí para sustituir las antiguas instituciones del
universo correccional. Asilos, horfanatos, prisiones dejaban paso a las estrategias
reeducativas para la recuperación del niño deficiente.
    Los primeros destinatarios del circuíto especial recibieron los estigmas de una
radical exclusión. Dicho gesto fue programado por el horror médico ante los cuerpos
desahuciados cuando la sensibilidad moderna tuvo que diseñar las vias de su
integración.
    El cuerpo defectuoso fue el principio de discriminación que organizó las
clasificaciones de la primera Psicología Diferencial. El defecto físico,
inmediatamente visible, inadecuadamente exhibido, contrastaba con el cuerpo bello,
educado y virtuoso que la escuela promovía. Contrastaba también con la destreza,
habilidad e inteligencia del cuerpo que se lucía en el juego popular.
    El cuerpo deforme se hundía en un espacio de silencio y clasificación. En lo más
profundo del mundo anormal toda una población de niños huérfanos, mal
alimentados, lesionados, apestados y enviciados van a ser privados de todo aquello
que prometía la escuela y las demás instituciones de la normalidad.
    Hubo un discurso médico de la infancia deficiente, elaborado en los gabinetes,
en los consultorios y en muchas de las instituciones destinadas a su exclusión. Allí
se programaron las distancias que diseñaban su institucionalización a la vez que
formulaban los fundamentos para la nueva segregación.
    Hubo también un discurso escolar del deficiente que no coincidía del todo con la
mirada médica. La experiencia escolar identificó demasiado pronto al alumno
atrasado con el niño anormal y se constituyó en la verdad más inmediata de aquel
discurso segregador.
    De todos modos, el discurso escolar no fue homogéneo. Desde la misma
escuela pero con distintos emplazamientos se opusieron argumentos y se
desplegaron estrategias para detener el avance de los médicos en la promoción de
la educación especial.
    Finalmente, hallamos una experiencia estética que recupera rostros, voces,
lenguajes, cuerpos allí donde se había elaborado una separación radical. Arlt,
Ebequer, Quiroga, algunos escritores del grupo de Boedo, recorren el paisaje
ciudadano y recogen el testimonio de un mundo silenciado que insiste en ser
reconocido en la superficie misma de su cotidianeidad.



   El cuerpo defectuoso.

   El discurso de la pedagogía terapéutica –más allá de las tecnologías sofisticadas
que acompañaban su rápida expansión– tenía en la psicología diferencial el núcleo
duro de su eficacia y operatividad. La edad mental y el coeficiente intelectual, ya lo
hemos dicho, establecían los valores que permitían diferenciar la población escolar.
Sin embargo, si atendemos más atentamente a las referencias teóricas y a los
cuadros clínicos promovidos desde la nueva clasificación, veremos al cuerpo
defectuoso recortarse sobre el telón de fondo de la patología diferencial.
    La teoría del atavismo –que postulaba la regresión a un estado anterior de la
especie– había sido abandonada, y en su lugar surgían otras nuevas, confirmando
la acción degenerativa sobre las células germinales provocada por la sífilis, el
alcohól, la tuberculosis, etc.
    Por otra parte, al impugnarse la equivalencia entre inteligencia y moral, se
disolvían las antiguas confusiones a la vez que se promovían las nuevas formas del
mal. Del mundo trinitario de la deficiencia se rescataba a los grandes deficientes
(idiótas e imbéciles) y se condenaba a aquellos que habitaban las fronteras de la
normalidad (débil mental). Se producía así una novedosa inversión; el idiota y el
imbécil pasaban ahora a ser inofensivo, mientras se demonizaba a la debilidad
mental. 1
    El débil mental y todos los fronterizos (moron, dulls, borderline) constituían el
nuevo ejército de anormales que comenzaban a encontrarse por todas partes, en
los asilos, las cárceles, los reformatorios y en la población.
    Algunos mitos eran derribados y sustituidos por otros que gozaban de una
mayor cientificidad. Tras el régimen de las transformaciones permanecía sin
embargo inalterable una admonición al cuerpo y a las rarezas físicas que mostraban
su obscena vacuidad.
    En sus primeras versiones, el discurso de la pedagogía terapéutica
transparentaba cláramente estas líneas que lo mantenían todavía muy apegado a la
antigua psiquiatría, y que luego se irá a ocultar, sin desaparecer –al menos en la
práctica diferencial.
    En las clasificaciones, en las descripciones clínicas encontramos en primer
plano la referencia corporal. La inferioridad biológica; la altura y el peso disminuido,
junto a la inteligencia; la asimetría facial; los defectos dentales, como el mal
emplazamento y la desigualdad; el prognatismo; las orejas contrahechas, enormes;
el escaso desarrollo de los genitales; la atípica distribución del cabello; etc., fijaban
los atributos más visibles de una subjetividad pobre y carente de adaptación. 2
    Entre estos deficiente constitucionales –representaban el 70 u 80 % de la
patología– se encontraban los débiles y fronterizos (tipo familiar), junto a una
tipología variada que mostraba en su superficie los signos manifiestos del defecto
corporal (sifilítico constitucional, hipofísico, cretino, mongoliano, indiferenciado,
diplégico y microcefálico).
    Más allá de la “deficiencia verdadera” se recortaba otro grupo, que también será
incluido en dicha geografía. Este grupo, que no carecía en absoluto de importancia,
lo componían los faltadores habituales, los neuróticos, los incorregibles y los pre-
delincuentes o delincuentes.
    Todos ellos provenían de un estado de desequilibrio elemental del sistema
nervioso –que en sí mismo no era una deficiencia– donde deberá agregarse algún
trastorno accidental o del desarrollo, como la astenia, para que se configure el
síndrome diferencial.

1 - “Hay una gran diferencia entre los defectivos inferiores y los de alto grado. El comportamiento social de un

idiota, un imbécil y un morón (débil mental) es extremadamente diferente. Los dos primeros pueden formar un
grupo casi inofensivo, pero el último tiene una gran importancia en el estudio de la delincuencia infantil. Desde
este último punto tienen más importancia los subnormales que los anormales propiamente dichos.” C. Tobar
García. Educación de los Deficiente Mentales en los Estados Unidos. Necesidad de su Implantación en la
Argentina. H. Andreotta. Buenos Aires. 1933. Pp- 23
2 - Ibidem. 35.
Los trastornos neurológicos, en estos casos, se manifestaban a través de la
inestabilidad y la hiperemotividad. La primera producía agitaciones contínuas y
movimientos del cuerpo (tics, muecas, etc.), y parecían progresar hasta la pequeña
epilepsia, que precipitaba al cuerpo convulsivo en su paroxismo motriz. El inestable
cubría un amplio espectro de conductas que iba de la pereza, indisciplina y
negativismo; pasaba por la sugestibilidad, plasticidad y tendencias a la imitación;
para llegar a la rigidez, impulsividad, hostilidad y a la masturbación.
    La emotividad podía estar exaltada o inhibida. En el primer caso se trataba de
niños demostrativos que al ser interrogados tenían crisis de sudor, reacciones
vasomotrices vivas y lágrimas. En el segundo, había inhibición, palidez, voz baja y
negatividad. Uno podía evolucionar hacia la histeria, mientras que el otro podía
hacerlo hacia la esquizofrenia.
    Este segundo grupo –que componía los “behavior problems”– era el de los
atrasados escolares, que podían evolucionar hacia la neurosis ya establecida, la
delincuencia infantil y el crimen, El tratamiento médico-pedagógico, tras la rápida
segregación era el instrumento adecuado para una correcta intervención. El
ambiente familiar y social (hijo natural, primogénito, relaciones familiares, malos
tratos o defectos de crianza durante la infancia, etc.) era el directo responsable del
destino final.
    En la neurosis, a pesar del fondo constitucional, aparecía indicado el recurso a la
psicoterapia –el psicoanálisis entre éllas– a la vez que se señalaba su presencia en
los niños con coheficiente normal o superior.
    Este recurso, que va a abrir los circuitos extraescolares de la normalización psi,
trazará los segmentos para una original división. Por un lado los “anormales
verdaderos”, destinatarios privilegiados de la segregación escolar; por el otro, “los
falsos anormales”, que podrán o no deslizarse hacia sus contornos según responda
el hogar, la escuela o la intervención psi.
    Ambos circuitos estarán atravesados por otra línea que corta longitudinalmente
todo el recorrido de su particular extensión. Se trata de una línea que recorta el
cuerpo y sus defectos físicos, para condensar en él toda las antiguas condenas
(morales, intelecuales, sociales, etc.) que el encierro había hundido en el cuerpo de
la infancia miserable y marginal. 3
    Encontramos en estos primeros trazos toda una población de seres
extraordinarios que la nueva sensibilidad imponía integrar. Ante la promoción del
cuerpo virtuoso y saludable contrastaba fuertemente la aparición de esos rostros
silenciados que el internamiento estaba conminado a liberar.
    El niño desnutrido y raquítico; el de la calle, con sus vicios y libertades; el niño
abandonado, vagabundo, trabajador con sus cuerpos deformados por la
enfermedad; el niño rebelde y aquel que la intimidación le impedía hablar, salían
ahora a la luz del día y poblaban el horizonte cotidiano que se debía encaminar.
    Junto a estas figuras de la pobreza y la miseria vemos surgir una nueva,
vinculada a ella, pero que se diferenciaba por algunos rasgos que le aportaban
singularidad. El discurso médico designaba a esta figura como la ”deficiencia
verdadera”, en tanto situaba los sindromes que demostraban el peso evidente de la
organicidad. 4
    La sensibilidad moderna que predicaba el cuidado de la infancia había permitido
la aparición de los nuevos cuadros diferenciales. El síndrome de Down, la
3 - Tales condenas quedarían fijadas al cuerpo defectuoso en la medida en que el nuevo discurso las
preservaba detrás del disfraz teórico y doctrinal.
4 - Dentro de esta categoría debemos ubicar también, las esperiencias del sufrimiento psíquico, que emergen

desde una superficie amplificada por la problemática social y cultural, tal como veremos enseguida.
enfermedad de Tay-Sachs, de Wilson, la esclerosis degenerativa, etc..,
comenzaban a conocerse en los ámbitos médicos y desde allí progresaban hacia
una mayor visibilidad.
    No es que estos cuadros no hayan existido antes de su descubrimiento sino que
la gran mayoría de los niños que presentaban alguno de ellos eran ocultados o
morían debido al escaso progreso de la medicina o a la poca predisposición familiar
para su cuidado. 5
    En la conjunción de las nuevas subjetividades que surgían y las antiguas
exclusiones que se liberaban se elaboró una original geografía. En élla, el cuerpo
deforme, vicioso y enfermo irá a desatar los horrores que la medicina y la educación
especial deberán conjurar.
    El atavismo volvía amplificado por el discurso médico que iluminaba los rostros
de aquellos que eran identificados como los sujetos de una intervención especial.
    Una nueva subjetividad anormal había surgido en el mismo lugar dónde se
esperaba encontrar los cuerpos magníficos y dóciles del disciplinamiento
institucional. El deficiente pasó a metaforizar los antiguos temores producidos por
las taras orgánicas de las clases bajas, que quedaban excluidas del aparato
productivo, a la vez que desataban los nuevos fantasmas de la anormalidad.
    El discurso psiquiatrico-escolar que institucionalizó a la educación especial
estaba atravesado por una hipocrecía central. El mismo gesto que promocionaba
las nuevas y neutras clasificaciones y promovía las formas benévolas de la
intervención, establecía un espacio de brutal segregación para el niño que definía
como deficiente mental. El nuevo encierro, edificado fuera de los margenes de la
escuela común, recuerda a aquella otra experiencia que, desde el fondo de la
época clásica, condenó a los locos y a todos los que habitaron el mundo de la sin-
razón.



     El retrasado escolar

    Es posible distinguir algunas diferencia entre las formulaciones de los médicos y
aquellas que surgían directamente de la experiencia escolar.
    Estas últimas, más vinculadas con la cotidianeidad de la escuela, establecían las
coordenadas de una percepción de la práctica que adquiría las marcas de su
especificidad.
    El discurso médico que se elaboraba y progresaba, tenía efectos en dicha
producción. Fue allí, sin duda, donde se expresó la verdad más inmediata de lo que
aquél formulaba en la complejidad de su teorización.
    El discurso pedagógico sobre la deficiencia hizo coincidir –en forma mucho más
directa y sin demasiadas mediaciones teóricas– la anormalidad con el retraso
escolar. El niño repetidor era la figura principal de la ideología diferencial, en tanto

5- Hacia mitad del siglo XX, cuando en Europa había disminuido en pocos años la mortalidad infantil del 20 al 2
%, existía todavía un alto porcentaje con relación a los niños anormales. En 1955 una estadística atribuía un 60
% de mortalidad a los niños con síndrome de Down que sobreviven hasta el quinto año. R. S. Record y A.
Smith. Incidence, mortaly and sex distribution of mongoloid defectives. Brit. J. prev. soc. Med. 9, 10 (1955). En
Chr. Wunderlich. El Niño Mogólico. Ed. Científico Médica. Barcelona. 1972. P. 7.
    Moragas afirmaba que las causas de dicha mortalidad había que buscarla, en muchos casos, en el
escepticismo de los padres, quienes "no han hecho nada para procurarles una vida sana y no se sintieron con
 ánimos para luchar contra las enfermedades cuando éstas llegaron.” J. de Moraga. Las Oligofrenias. Ed.
Augusta, S.A. Barcelona. 1969. P. 65.
centraban todas las preocupaciones y determinaban la urgencia al recurso
segregador.
    Existe una espontaneidad y una verdad en este discurso sobre el deficiente que
lo distingue de las descripciones, clasificaciones y elaboraciones teóricas de los
médicos.
    El discurso pedagógico dice en su simplicidad y sin necesidad de invocar el
fondo psíquico, el terreno constitucional, el temperamento o el carácter, quien es el
niño deficiente y cual es el destino que se irá a programar.
      El niño deficiente era el alumno que no aprendía como los otros, el que se
atrasaba, repetía, se rebelaba o se ausentaba, y debía ser segregado del medio
natural. El deficiente era al alumno atrasado, era también el sujeto anormal
    En algunos discursos esta verdad adquiría una generalidad extrema. Inés
Gomez, una maestra de Catamarca, describía la situación de la escuela de su
provincia hacia mitad del siglo XX, en especial con relación a la situación del niño
“difícil o irregular” 6 . Aseguraba que al no existir en toda la provincia de Catamarca
ningún instituto especial de educación diferencial –lo que constituía un problema–
era necesario que estos niños asistieran a la escuela común, donde en la mayoría
de los casos eran postergados en el grupo escolar. Se trataba de niños tímidos, que
presentan falta de madurez social y verbal, que era la consecuencia de una
situación social inferior o del hogar adoptivo. La observación no registraba “taras o
anomalías profundas”, en tanto se afirmaba que “los niños irregulares expresaban,
por lo general, trastornos de conducta.”
    Otro informe, esta vez de dos maestra de La Plata 7 , permitía identificar mejor a
los atrasados del discurso escolar. Los “niños de aprendizaje lento”, según la
denominación utilizada en la provincia de Buenos Aires, integraban los grados ”A”
del circuito diferencial. En el área del lenguaje, estos niños presentaban inmadurez
en la expresión oral y escrita, aunque estuvieran en condiciones de “superar las
dificultades del aprendizaje de la lecto-escritura.” Entre los factores que incidían en
la producción del retraso se incluía la indiferencia o miseria moral y física de los
padres; el idioma extranjero que se hablaba en mucho de los hogares de donde
provenían estos alumnos; el trabajo pesado que producía torpeza motora y limitaba
el aprendizaje de la escritura; la falta de contacto social; la timidez del niño retraido;
la exitación del inquieto; la “zurdería”, etc.
    La profesora Victoria S. de Costafreda, de la dirección de Excepcionales de la
misma provincia, situaba de manera precisa a la población de la escuela diferencial:

             “En los grados de la escuela común suele haber niños que no siguen a los
        demás, dan muestras de abulia, de inhibición, no se interesan por la clase,
        indiferentes a toda iniciativa, no cumplen ninguna tarea y constituyen una
        rémora para el maestro.
             Para atender a estos niños que sin tener una deficiencia profunda, nunca
        debe bajar el nivel mental de 60, deben crearse los grados diferenciales
        anexos a las escuelas comunes, sobre todo en los lugares donde no hay
        escuela especial ni tampoco la posibilidad de crearse dependencias para tal
        fin.


6 - I. Gomez: Observaciones Psicosociales del Irregular en Catamarca. Segundas Jornadas de Pedagogía

Asistencial. San Luis. 1958. En Anales del Instituto de Investigaciones Psicopedagógicas. Op. cit. Pp. 94.
7 - M. Guido Lavalle y María E. Albina: El Problema del Lenguaje en los Grados Diferenciales. Segundas

Jornadas de Pedagogía Asistencial. San Luis. 1958. En Anales del Instituto de Investigaciones
Psicopedagógicas Op. cit. Pp- 48.
Los alumnos que integrarán estos grupos son aquellos que señalamos
        como rezagados, sin llegar a tener una deficiencia grave, son los que no
        siguen al maestro y que con el tiempo van a engrosar las filas de los
        resentidos, inadaptados y hasta delincuentes.” 8

    En otra ponencia se hacía referencia a un censo realizado en Santiago del
Estero 9 que arrojaba un porcentaje –para la capital de la provincia– del 21,4 % de
alumnos con nivel intelectual inferior o muy inferior, y otro del 42,8 % con
rendimiento escolar malo o regular. Otras cifras daban cuenta del porcentaje de
alumnos que terminaban de completar la escuela primaria (12,6 en promedio en la
provincia, que llegaba al / % en zonas boscosas). Las cifras permitían dimensionar
el problema, para considerar “el número de escuelas especiales y grados
diferenciales” que se necesitaban para resolverlo.
    Sin embargo, el discurso pedagógico no fue solamente el eco del discurso
médico en su verdad más inmediata y brutal, sino que también se enfrentó a sus
estrategias discriminatorias y a la fundación de los espacios de segregación.
    No existen demasiadas huellas de aquel enfrentamiento. Carolina Tobar García
alude al mismo en varias oportunidades, incluso publica un libro destinado a
desarmar las impugnaciones que avanzaban desde la escuela y la Higiene Mental.
Citando a Sancte De Santis, escibía: “existe todavía entre pedagogos y médicos
una vieja y curiosa controversia. Los primeros sostienen que los anormales
psíquicos no son enfermos, sino solamente retardados en el desarrollo psíquico” 10
    El texto –que en realidad apunta a demostrar con absoluta contundencia la
propiedad médica del dominio cuestionado– no dejaba de registrar que algunos
maestros y muchos inspectores técnicos de la Capital Federal se oponían al avance
del discurso diferencial. Anotaba también, que en el Congreso de Higiene Escolar
realizado en La Plata en 1937, un grupo de médicos escolares se enfrentaba a
aquellos colegas que sostenían que el niño retrasado era un sujeto anormal. 11
    Los maestros ponían freno al avance de la psiquiatría y la psicología en el
ámbito de la escuela. Sin embargo, no era hora todavía de desplazar a los médicos,
quienes avanzaban en la fundación de la educación especial.



    El cuerpo del dolor.

    Restaría interrogar la experiencia misma del niño anormal. Rescatar su voz,
escuchar su discurso recorrer sus silencios. Empresa difícil, tal vez imposible. No
hay testimonios directos de todos esos seres que poblaron los primeros circuitos de
la escuela especial.
    La medicina los clasificó y condenó, la pedagogía los reconoció y desplegó las
operaciones que fijaban en sus cuerpo los rasgos que aquélla encontraba en la
herencia, el medio o la fatalidad. Sin duda, ninguno de los discurso que se ocupó de


8 - V. S. de Costafreda: Educación del Deficiente Mental. Organización de Grados Diferenciales. Segundas
Jornadas de Pedagogía Asistencial. En Anales ... Op. cit.. Pp. 115.
9 - R. V. Moreno: Investigaciones Psicoloógicas y Educación diferencial.. Segundas Jornadas de Pedagogía

Asistencial. En Anales ... Op. cit Pp-117.
10 - C. Tobar García. Temas de Psiquiatría Escolar. Sobre el Concepto Psicológico de Retardo Pedagógico. S.

de Amorrortu e Hijos. Bs. As. 1939. Pp. 5
11 - Ibid. Pp. 6.
la infancia defectuosa pudo registrar algo que surgiera del corazón mismo de
aquella experiencia de la subjetividad.
    Existe, no obstante, un registro que cabría indagar. Se trata de la evidencia
inmediata que aporta una ficha clínica, una historia relatada, la presentación de
casos, una derivación. Testimonios que, pese a remitir al dominio médico o de la
escuela, escapan siempre a la mediación que le aporta el trabajo de formalización.
    En el curso para maestras de anormales que fue publicado en 1926 por el
Monitor 12 , se realizaban presentaciones de casos, a la manera de Charcot. Un
grupo de niños había sido convocado para demostrar cómo un timbre defectuosos
de voz y una incorreccta emisión de sonidos vocales, podían ser corregidos. Uno de
esos niños mostraba sus defectos ante las maestras y el especialista, quien
corregiría exitosamente al alumno para confirmar su disertación.
    Iniciaba el ritual un niño que se interrumpía a cada instante, tanto para hablar
como para leer, y que emitía una voz demasiado débil. Exhibida su anormalidad, el
niño se convertía en el fetiche que sancionaba el saber del especialista y la
ignorancia de las maestras.
    El médico demostraba que el síntoma del niño anormal era debido a una simple
incapacidad de inspirar y de expirar con la debida energía, y procedía luego a la
corrección.
    En otra oportunidad, era presentado un niño repetidor, un retardado pedagógico
que hacía tres años que concurría a la escuela sin poder avanzar. Recién llegado a
la ciudad de Buenos Aires, este alumno que tenía capacidad de observación,
reflexión, juicio y discernimiento moral, llamaba la atención por algunas de sus
particularidades que servían para emitir un diagnóstico diferencial. La descripción
del cuadro tomaba cada detalle de la conducta del niño:
    – “Observen Uds., además, esas alteraciones de risa y llanto, que no puede
provocar un auditorio distinguido como éste”; y luego: – “Llamo la atención de
ustedes, sobre la manera de conjugar los verbos y usar en la oración los adverbios,
adjetivos, conjunciones, etc. ” 13
    El hecho de que el niño no acepte el dinero que se le pretendía regalar, decide
al médico a emitir un diagnóstico que lo alejaba del anormal grave, quien no poseía
esa consciencia moral.
    La sospecha moral , el lenguaje impuro, las voz débil, el espíritu intimidado y
desorientado de quien no sabe si es un idiota y llora o un elegido que debe sonreir
reaparecen en todos estos testimonios que muestran los rostros olvidados y
desplazados por un discurso que elabora el mapa de la anormalidad.
    Otro testimonio nos acerca mejor a aquellos rostros. Se trata de una carta,
escrita en 1917 por un médico del Hospital Muñiz, dirigida al director del Patronato
de la Infancia:



          “Sr. Dr. Jorge N. Williams.
          Mi estimado amigo: Tengo el gusto de presentarle al dador de ésta.
          Es un caso práctico de un niño abandonado, llegado a hombre después
       de haber transmigrado por las instituciones de beneficiencia que la caridad
       costea.

   El Monitor de la Educación Común: La Enseñanza de Anormales. 6ª Confeencia. Nº 641. 1926. Pp. 324
12 -
13- El Monitor de la Educación Común. La Enseñanza de Anormales. Curso de Perfeccionamiento para la
Enseñanza de Retardados Anormales. 20ª Conferencia. Nº 658. 1927. Pp.776.
Obsérvelo un instante: le falta el ojo derecho y el izquierdo ha quedado
           maltrecho después de un prolongado sufrimiento; en la piel del cráneo
           existen indelebles cicatrices. Y, sin embargo, este muchacho no ha estado en
           ningún combate, no ha asistido a ninguna batalla, pero en cambio ha
           sostenido una lucha tenaz por la vida en sus pocos años y ha sido en ella
           que uno de los órganos de los sentido más nobles ha sido mutilado.
               Contémplelo pensando que desde su más tierna niñes no tuvo una madre
           cariñosa que endulzara su existencia, que careció de la dirección de un padre
           que supiera encaminarlo por la buena senda, que fue creciendo y su razón se
           abrió entre extraños en el Asilo o en el Hospital, y que allí donde debiera
           haber hallado el buen ejemplo, la sabia dirección, la instrucción necesaria,
           sólo encontró la conjuntivitis granulosa que casi lo deja ciego y tuerto
           ciertamente, la tiña que al fin parece extinguida, y, por último, una educación
           tan rudimentaria de que dará una prueba la autobiografía que tengo el agrado
           de adjuntarle.
               Como Ud. verá, ha desempeñado las más extrañas ocupaciones: ha sido
           colchonero, cochero, peón, dependiente, sirviente, mucamo, empleado de
           correo, agente de policía, soldado y no sé qué más.
               Lo original de este muchacho es su apego a la Casa de Aislamiento,
           donde contraje el cólera en 1886. Siempre que la suerte lo abandona vuelve
           a la Casa de Aislamiento, como quien diría a la casa paterna, que en la
           mente de todo ser se graba como un recuerdo indeleble y a la cual siempre
           se vuelve aunque más no sea con la imaginación para sentir la ilusión feliz de
           las caricias paternales, el placer sin igual de contemplar otra vez los mudos
           testigos de nuestros juegos de la niñez.
               Para este hombre sus lares son el Hospital, y allí torna siempre que la
           fatalidad de su destino lo abandona.
               Reflexione sobre este caso, uno de los más felices, pues no deseo
           ofrecerle otros más desgraciados, que pueblan las cárceles y presidios, y
           piense todo lo bueno que puede Ud. hacer al frente de esa institución del
           ‘Patronato de la Infancia’, para que los niños abandonados que recoge
           alcancen un porvenir mejor.
               Y entretanto haga de su parte todo lo que pueda protegiéndolo con su
           influencia; hágalo colocar en algún empleo modesto, en la seguridad que
           habrá realizado una buena obra, que este individuo la tendrá en cuenta toda
           su vida, porque es agradecido.
               Se lo estimará especialmente, su atento amigo. José Penna” 14


    La palabra del médico, sin mediaciones, más cercana a los sentimientos que
cuando queda filtrada por el aparato conceptual, encendida por el entusiasmo de
una buena obra prometida y merecida, acorta la distancia que separa toda
teorización del referente que se pretende invocar.
    La descripción aporta las referencias: el cuerpo devastado, la infancia perdida,
las instituciones tutelares, la desocupación, la derelicción de un hombre que desde
niño circula entre el asilo, el hospital, la escuela diferencial y la calle.
    La clínica escolar nos ofrece también algunos testimonios. Una presentación de
historias clínicas destinada a fundamentar la necesidad del emplazamiento especial

14   N. Lozano: La Escuela del Niño Débil. Op. cit. Pp. 152.
muestran el anudamiento entre el atraso y ciertas experiencias de sufrimiento
psíquico. Niños con extravagancias, conductas bizarras, fobias, terrores,
obsesiones, crisis depresivas, compulsiones, delirios, deseos de suicidio, etc.,
quienes habían sido derivados por la escuela al consultorio médico-psiquiátrico
aparecen situados en el texto dentro de la categoría de la enfermedad mental.
   Veamos una de estas historias:

          “A.H. F., historia núm. 2.066. Tiene 13 años. Presenta grandes anomalías del
       comportamiento, humor variable, irascibilidad, impulsividad. Es celoso, egoísta,
       agresivo con sus hermanos y su madre, aunque tiene arrepentimiento fácil. En
       una oportunidad agredió a su madre con un cuchillo. Manifiesta el paciente que
       se da cuenta de ello, pero que no lo puede evitar, como si se tratara de una
       obsesión impulsiva. En otras oportunidaddes amenaza denunciar al padre si lo
       castiga o lo echa de la casa, pues tiene la obligación de mantenerlo hasta los 21
       años, por ser enfermo. Manifiesta también que conoce por anticipado cuándo le
       van a venir sus ‘ataques’, ‘porue se siente más bueno y obediente y tiene ganas
       de trabajar’. En esas oportunidades se levanta de noche, limpia y arregla la
       casa, barre, etc. Otras noches, en cambio, se escapa hasta la estación Lanús,
       que dista más de veinte cuadras despobladas, vaga o toma el tren a
       constitución.
          Hurta dinero a su madre, y se justifica diciendo que, de todos modos, ‘ella es
       una tonta que fía a los clientes’. 15

    El texto psiquiátrico anota también que este niño ha sufrido ataques de tipo
epiléptico, que no progresa en la escuela porque es lento, pobre de ideas e
imaginación, que posee relativa capacidad crítica, viscosidad psíquica, explosividad,
psicoplasticidad y personalidad bipolar; en definitiva, se trata “realmente” de un
enfermo mental.
    Rarezas de la conducta, extravagancias, locura son medicalizadas e incluidas en
un abanico de intervenciones que fijan las coordenadas de una subjetividad
anormal.
    Estas historias nos muestran una figura nueva que se recorta del universo de la
intervención médico-escolar. El retraso y la enfermedad mental configuraron un
particular anudamiento que va a ingresar tempranamente en dicho espacio
confusional.
    Sería necesario ampliar el contexto de tal anudamiento, y situar en la atmósfera
tardía de los treinta –en el espacio trágico que va entre las dos guerra– la crisis
profunda de la sociedad, del pensamiento y de la consciencia ética. La ciencia, la
religión, la escuela, y en general la mayoría de las instituciones modernas eran
conmovidas por la irrupción caótica de las transformaciones económicas,
intelectuales, culturales y morales, mientras que una suerte de angustia existencial
surgía tras las formas diversas del síntoma social.
    En ese contexto, lejos de los dispositivos institucionales, se elaboró una
experiencia estética y filosófica vinculada al universo que la elaboración psiquiátrica
conseguía silenciar. Dicha experiencia, se hacía especialmente sensible en una
zona de la narrativa porteña, que alcanzaba en la obra de Roberto Arlt su mayor
densidad.
    La narrativa arltiana nos trae los rostros y las voces olvidados de toda una
población de delirantes y anormales que habitaba los bordes de la ciudad. La
15   - C. Tobar García: Temas de Psicquiatría Escolar. Op. cit. Pp. 28.
prostituta visca, el miserable sordo, el delirante castrado, el rufián melancólico, el
tuberculoso, el jorobado muestran en sus cuerpos impuros las marcas más
genuinas que produce un anudamiento singular. En el cruce –siempre polémico y
conflictivo– del sujeto y la realidad colectiva, vemos cómo la angustia de esa época
infame se hacía cuerpo y síntoma social.
    En los laberintos de esta singular experienca estética, aprendemos los distintos
nombres de la angustia y la forma en que el sujeto encalla en el dolor y la
desesperación. Allí apreciamos la dimensión más inmediata de esos cuerpo
anatemizados, que aullan, pierden consistencia o reclaman una muerte imposible,
cuando no programan un exterminio o el reinado del mal.
    En el paisaje arltiano hay una invocación constante a la simbología más
recurrente de aquella época infame. La ciencia y la tecnología, Nietzsche y Marx,
Dios o los dioses, el capitalismo, el anarquismo, la violencia, el hambre y la
prostitución recorren el universo del mundo marginal y atraviesan los cuerpos que
constituyen dicha humanidad.
    Pero también hay una referencia permanente al cuerpo y al dolor. En realidad, el
cuerpo es el dolor y aquél no es otra cosa que la Verdad que sufre. La existencia
subjetiva no se revela allí más que cuando el cuerpo es presentificado por la
experiencia del dolor. 16 En los márgenes, el cuerpo no es otra cosa que sufrimento
reclamado como evidencia existencial.
    Cuando la angustia se vuelve extrema, la subjetividad se desliza hacia una
experiencia del cuerpo que es estallido, despedazamiento o caída en el abismo. 17
Las alternativas a ese destino escabroso parecen resumirse en el delirio, la
invención siempre postergada o las diversas expresiones de una maldad que es
también perversidad.
    El cuerpo del dolor mostraba en sus efectos de delito y locura el quiebre de una
ilusión. La armonía perdida de la belle epoque se revelaba crudamente en esa
población de anormales que de repente surgía, tan próxima y tan distante a la vez,
al tiempo que enunciaba la razón más inmediata de su inequívoca verdad.
    Brúscamente, un rayo ilumina el paisaje y muestra la línea muy débil que separa
ese mundo obscuro y terrible del espacio sagrado de la razón. Por un segundo
permanece visible esa temible unidad que había sido recorrida ya por Nietzsche,
Goya, Van Gogh, que también atraerá a Ebequer –muy cerca de Arlt – e irá a
extraviar el alma de Artaud. Razón y locura parecen aproximarse en una intima
cercanía y deslizarse de una a otra en una peligrosa confusión.
    Esa grieta que se abría en el corazón de la época y que era expresada en una
singular experiencia colectiva de la angustia parece sellar la suerte de un discurso
que se preparaba para dar respuesta al conflicto que rasga toda la superficie social.
El psicoanálisis podrá ocupar un lugar en la cultura, luego del primer recibimiento
indiferente y de su posterior despliegue que amplía considerablemente la superficie
de esa recepción.
16 - “A su vez –reflexiona el astrólogo– los ingenieros y los políticos dicen: Para que el nervio no duela son
necesarios tantos estrictos metros cuadrados de sol, y tantos gramos de mentiras poéticas, de mentiras
sociales, de narcóticos psicológicos, de mentiras noveladas, de esperanzas para dentro de un siglo... y el
Cuerpo, el Hombre, la Verdad, sufren porque mediante el aburrimiento tienen la sensación de que existen, como
el diente podrido existe para nuestra sensibilidad cuando el aire toca el nervio.” R. Arlt. Los Lanzallamas.
Claridad. Bs. As. S/F. Pp. 16.
17 - Erdosain en el paroxismo de su angustia experimenta el estallido corporal: “En cuanto se rompa el retén, mi

cabeza volará a las estrellas. Me quedaré con el cuerpo sin cabeza, la garganta volcando como un caño,
chorros de sangre...” Hipólita, ante la tristeza extrema experimenta en su cuerpo la operación real de una
mutilación: “Tengo la sensación que me arrancaron el alma con una tenaza, la pusieron sobre un yunque y
descargaron tantos martillazos, hasta dejármela aplastada por completo.” Ibidem, Pp. 50 y 12.
También encontramos esta experiencias de desintegración corporal en Horacio Quiroga
Una particular experiencia estética permitió rescatar del silencio a locos y
anormales. Privados del lenguaje y recluidos por el dispositivo escolar-psiquiátrico-
tutelar, todo un conjunto de seres desterrados comenzaba a salir a la superficie,
invocando con su inquietante presencia a los monsturos de la razón.

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  • 1. LOS ROSTROS DEL DEFICIENTE Eduardo de la Vega, Universidad Nacional de Rosario, UNR, Argentina. El trabajo realizado sobre el cuerpo –primero en ámbitos de la elite y la burguesía, y posteriormente en los sectores populares– se cerraba sobre las figuras más extremas de la infancia marginal. La escuela especial se constituía allí para sustituir las antiguas instituciones del universo correccional. Asilos, horfanatos, prisiones dejaban paso a las estrategias reeducativas para la recuperación del niño deficiente. Los primeros destinatarios del circuíto especial recibieron los estigmas de una radical exclusión. Dicho gesto fue programado por el horror médico ante los cuerpos desahuciados cuando la sensibilidad moderna tuvo que diseñar las vias de su integración. El cuerpo defectuoso fue el principio de discriminación que organizó las clasificaciones de la primera Psicología Diferencial. El defecto físico, inmediatamente visible, inadecuadamente exhibido, contrastaba con el cuerpo bello, educado y virtuoso que la escuela promovía. Contrastaba también con la destreza, habilidad e inteligencia del cuerpo que se lucía en el juego popular. El cuerpo deforme se hundía en un espacio de silencio y clasificación. En lo más profundo del mundo anormal toda una población de niños huérfanos, mal alimentados, lesionados, apestados y enviciados van a ser privados de todo aquello que prometía la escuela y las demás instituciones de la normalidad. Hubo un discurso médico de la infancia deficiente, elaborado en los gabinetes, en los consultorios y en muchas de las instituciones destinadas a su exclusión. Allí se programaron las distancias que diseñaban su institucionalización a la vez que formulaban los fundamentos para la nueva segregación. Hubo también un discurso escolar del deficiente que no coincidía del todo con la mirada médica. La experiencia escolar identificó demasiado pronto al alumno atrasado con el niño anormal y se constituyó en la verdad más inmediata de aquel discurso segregador. De todos modos, el discurso escolar no fue homogéneo. Desde la misma escuela pero con distintos emplazamientos se opusieron argumentos y se desplegaron estrategias para detener el avance de los médicos en la promoción de la educación especial. Finalmente, hallamos una experiencia estética que recupera rostros, voces, lenguajes, cuerpos allí donde se había elaborado una separación radical. Arlt, Ebequer, Quiroga, algunos escritores del grupo de Boedo, recorren el paisaje ciudadano y recogen el testimonio de un mundo silenciado que insiste en ser reconocido en la superficie misma de su cotidianeidad. El cuerpo defectuoso. El discurso de la pedagogía terapéutica –más allá de las tecnologías sofisticadas que acompañaban su rápida expansión– tenía en la psicología diferencial el núcleo duro de su eficacia y operatividad. La edad mental y el coeficiente intelectual, ya lo hemos dicho, establecían los valores que permitían diferenciar la población escolar.
  • 2. Sin embargo, si atendemos más atentamente a las referencias teóricas y a los cuadros clínicos promovidos desde la nueva clasificación, veremos al cuerpo defectuoso recortarse sobre el telón de fondo de la patología diferencial. La teoría del atavismo –que postulaba la regresión a un estado anterior de la especie– había sido abandonada, y en su lugar surgían otras nuevas, confirmando la acción degenerativa sobre las células germinales provocada por la sífilis, el alcohól, la tuberculosis, etc. Por otra parte, al impugnarse la equivalencia entre inteligencia y moral, se disolvían las antiguas confusiones a la vez que se promovían las nuevas formas del mal. Del mundo trinitario de la deficiencia se rescataba a los grandes deficientes (idiótas e imbéciles) y se condenaba a aquellos que habitaban las fronteras de la normalidad (débil mental). Se producía así una novedosa inversión; el idiota y el imbécil pasaban ahora a ser inofensivo, mientras se demonizaba a la debilidad mental. 1 El débil mental y todos los fronterizos (moron, dulls, borderline) constituían el nuevo ejército de anormales que comenzaban a encontrarse por todas partes, en los asilos, las cárceles, los reformatorios y en la población. Algunos mitos eran derribados y sustituidos por otros que gozaban de una mayor cientificidad. Tras el régimen de las transformaciones permanecía sin embargo inalterable una admonición al cuerpo y a las rarezas físicas que mostraban su obscena vacuidad. En sus primeras versiones, el discurso de la pedagogía terapéutica transparentaba cláramente estas líneas que lo mantenían todavía muy apegado a la antigua psiquiatría, y que luego se irá a ocultar, sin desaparecer –al menos en la práctica diferencial. En las clasificaciones, en las descripciones clínicas encontramos en primer plano la referencia corporal. La inferioridad biológica; la altura y el peso disminuido, junto a la inteligencia; la asimetría facial; los defectos dentales, como el mal emplazamento y la desigualdad; el prognatismo; las orejas contrahechas, enormes; el escaso desarrollo de los genitales; la atípica distribución del cabello; etc., fijaban los atributos más visibles de una subjetividad pobre y carente de adaptación. 2 Entre estos deficiente constitucionales –representaban el 70 u 80 % de la patología– se encontraban los débiles y fronterizos (tipo familiar), junto a una tipología variada que mostraba en su superficie los signos manifiestos del defecto corporal (sifilítico constitucional, hipofísico, cretino, mongoliano, indiferenciado, diplégico y microcefálico). Más allá de la “deficiencia verdadera” se recortaba otro grupo, que también será incluido en dicha geografía. Este grupo, que no carecía en absoluto de importancia, lo componían los faltadores habituales, los neuróticos, los incorregibles y los pre- delincuentes o delincuentes. Todos ellos provenían de un estado de desequilibrio elemental del sistema nervioso –que en sí mismo no era una deficiencia– donde deberá agregarse algún trastorno accidental o del desarrollo, como la astenia, para que se configure el síndrome diferencial. 1 - “Hay una gran diferencia entre los defectivos inferiores y los de alto grado. El comportamiento social de un idiota, un imbécil y un morón (débil mental) es extremadamente diferente. Los dos primeros pueden formar un grupo casi inofensivo, pero el último tiene una gran importancia en el estudio de la delincuencia infantil. Desde este último punto tienen más importancia los subnormales que los anormales propiamente dichos.” C. Tobar García. Educación de los Deficiente Mentales en los Estados Unidos. Necesidad de su Implantación en la Argentina. H. Andreotta. Buenos Aires. 1933. Pp- 23 2 - Ibidem. 35.
  • 3. Los trastornos neurológicos, en estos casos, se manifestaban a través de la inestabilidad y la hiperemotividad. La primera producía agitaciones contínuas y movimientos del cuerpo (tics, muecas, etc.), y parecían progresar hasta la pequeña epilepsia, que precipitaba al cuerpo convulsivo en su paroxismo motriz. El inestable cubría un amplio espectro de conductas que iba de la pereza, indisciplina y negativismo; pasaba por la sugestibilidad, plasticidad y tendencias a la imitación; para llegar a la rigidez, impulsividad, hostilidad y a la masturbación. La emotividad podía estar exaltada o inhibida. En el primer caso se trataba de niños demostrativos que al ser interrogados tenían crisis de sudor, reacciones vasomotrices vivas y lágrimas. En el segundo, había inhibición, palidez, voz baja y negatividad. Uno podía evolucionar hacia la histeria, mientras que el otro podía hacerlo hacia la esquizofrenia. Este segundo grupo –que componía los “behavior problems”– era el de los atrasados escolares, que podían evolucionar hacia la neurosis ya establecida, la delincuencia infantil y el crimen, El tratamiento médico-pedagógico, tras la rápida segregación era el instrumento adecuado para una correcta intervención. El ambiente familiar y social (hijo natural, primogénito, relaciones familiares, malos tratos o defectos de crianza durante la infancia, etc.) era el directo responsable del destino final. En la neurosis, a pesar del fondo constitucional, aparecía indicado el recurso a la psicoterapia –el psicoanálisis entre éllas– a la vez que se señalaba su presencia en los niños con coheficiente normal o superior. Este recurso, que va a abrir los circuitos extraescolares de la normalización psi, trazará los segmentos para una original división. Por un lado los “anormales verdaderos”, destinatarios privilegiados de la segregación escolar; por el otro, “los falsos anormales”, que podrán o no deslizarse hacia sus contornos según responda el hogar, la escuela o la intervención psi. Ambos circuitos estarán atravesados por otra línea que corta longitudinalmente todo el recorrido de su particular extensión. Se trata de una línea que recorta el cuerpo y sus defectos físicos, para condensar en él toda las antiguas condenas (morales, intelecuales, sociales, etc.) que el encierro había hundido en el cuerpo de la infancia miserable y marginal. 3 Encontramos en estos primeros trazos toda una población de seres extraordinarios que la nueva sensibilidad imponía integrar. Ante la promoción del cuerpo virtuoso y saludable contrastaba fuertemente la aparición de esos rostros silenciados que el internamiento estaba conminado a liberar. El niño desnutrido y raquítico; el de la calle, con sus vicios y libertades; el niño abandonado, vagabundo, trabajador con sus cuerpos deformados por la enfermedad; el niño rebelde y aquel que la intimidación le impedía hablar, salían ahora a la luz del día y poblaban el horizonte cotidiano que se debía encaminar. Junto a estas figuras de la pobreza y la miseria vemos surgir una nueva, vinculada a ella, pero que se diferenciaba por algunos rasgos que le aportaban singularidad. El discurso médico designaba a esta figura como la ”deficiencia verdadera”, en tanto situaba los sindromes que demostraban el peso evidente de la organicidad. 4 La sensibilidad moderna que predicaba el cuidado de la infancia había permitido la aparición de los nuevos cuadros diferenciales. El síndrome de Down, la 3 - Tales condenas quedarían fijadas al cuerpo defectuoso en la medida en que el nuevo discurso las preservaba detrás del disfraz teórico y doctrinal. 4 - Dentro de esta categoría debemos ubicar también, las esperiencias del sufrimiento psíquico, que emergen desde una superficie amplificada por la problemática social y cultural, tal como veremos enseguida.
  • 4. enfermedad de Tay-Sachs, de Wilson, la esclerosis degenerativa, etc.., comenzaban a conocerse en los ámbitos médicos y desde allí progresaban hacia una mayor visibilidad. No es que estos cuadros no hayan existido antes de su descubrimiento sino que la gran mayoría de los niños que presentaban alguno de ellos eran ocultados o morían debido al escaso progreso de la medicina o a la poca predisposición familiar para su cuidado. 5 En la conjunción de las nuevas subjetividades que surgían y las antiguas exclusiones que se liberaban se elaboró una original geografía. En élla, el cuerpo deforme, vicioso y enfermo irá a desatar los horrores que la medicina y la educación especial deberán conjurar. El atavismo volvía amplificado por el discurso médico que iluminaba los rostros de aquellos que eran identificados como los sujetos de una intervención especial. Una nueva subjetividad anormal había surgido en el mismo lugar dónde se esperaba encontrar los cuerpos magníficos y dóciles del disciplinamiento institucional. El deficiente pasó a metaforizar los antiguos temores producidos por las taras orgánicas de las clases bajas, que quedaban excluidas del aparato productivo, a la vez que desataban los nuevos fantasmas de la anormalidad. El discurso psiquiatrico-escolar que institucionalizó a la educación especial estaba atravesado por una hipocrecía central. El mismo gesto que promocionaba las nuevas y neutras clasificaciones y promovía las formas benévolas de la intervención, establecía un espacio de brutal segregación para el niño que definía como deficiente mental. El nuevo encierro, edificado fuera de los margenes de la escuela común, recuerda a aquella otra experiencia que, desde el fondo de la época clásica, condenó a los locos y a todos los que habitaron el mundo de la sin- razón. El retrasado escolar Es posible distinguir algunas diferencia entre las formulaciones de los médicos y aquellas que surgían directamente de la experiencia escolar. Estas últimas, más vinculadas con la cotidianeidad de la escuela, establecían las coordenadas de una percepción de la práctica que adquiría las marcas de su especificidad. El discurso médico que se elaboraba y progresaba, tenía efectos en dicha producción. Fue allí, sin duda, donde se expresó la verdad más inmediata de lo que aquél formulaba en la complejidad de su teorización. El discurso pedagógico sobre la deficiencia hizo coincidir –en forma mucho más directa y sin demasiadas mediaciones teóricas– la anormalidad con el retraso escolar. El niño repetidor era la figura principal de la ideología diferencial, en tanto 5- Hacia mitad del siglo XX, cuando en Europa había disminuido en pocos años la mortalidad infantil del 20 al 2 %, existía todavía un alto porcentaje con relación a los niños anormales. En 1955 una estadística atribuía un 60 % de mortalidad a los niños con síndrome de Down que sobreviven hasta el quinto año. R. S. Record y A. Smith. Incidence, mortaly and sex distribution of mongoloid defectives. Brit. J. prev. soc. Med. 9, 10 (1955). En Chr. Wunderlich. El Niño Mogólico. Ed. Científico Médica. Barcelona. 1972. P. 7. Moragas afirmaba que las causas de dicha mortalidad había que buscarla, en muchos casos, en el escepticismo de los padres, quienes "no han hecho nada para procurarles una vida sana y no se sintieron con ánimos para luchar contra las enfermedades cuando éstas llegaron.” J. de Moraga. Las Oligofrenias. Ed. Augusta, S.A. Barcelona. 1969. P. 65.
  • 5. centraban todas las preocupaciones y determinaban la urgencia al recurso segregador. Existe una espontaneidad y una verdad en este discurso sobre el deficiente que lo distingue de las descripciones, clasificaciones y elaboraciones teóricas de los médicos. El discurso pedagógico dice en su simplicidad y sin necesidad de invocar el fondo psíquico, el terreno constitucional, el temperamento o el carácter, quien es el niño deficiente y cual es el destino que se irá a programar. El niño deficiente era el alumno que no aprendía como los otros, el que se atrasaba, repetía, se rebelaba o se ausentaba, y debía ser segregado del medio natural. El deficiente era al alumno atrasado, era también el sujeto anormal En algunos discursos esta verdad adquiría una generalidad extrema. Inés Gomez, una maestra de Catamarca, describía la situación de la escuela de su provincia hacia mitad del siglo XX, en especial con relación a la situación del niño “difícil o irregular” 6 . Aseguraba que al no existir en toda la provincia de Catamarca ningún instituto especial de educación diferencial –lo que constituía un problema– era necesario que estos niños asistieran a la escuela común, donde en la mayoría de los casos eran postergados en el grupo escolar. Se trataba de niños tímidos, que presentan falta de madurez social y verbal, que era la consecuencia de una situación social inferior o del hogar adoptivo. La observación no registraba “taras o anomalías profundas”, en tanto se afirmaba que “los niños irregulares expresaban, por lo general, trastornos de conducta.” Otro informe, esta vez de dos maestra de La Plata 7 , permitía identificar mejor a los atrasados del discurso escolar. Los “niños de aprendizaje lento”, según la denominación utilizada en la provincia de Buenos Aires, integraban los grados ”A” del circuito diferencial. En el área del lenguaje, estos niños presentaban inmadurez en la expresión oral y escrita, aunque estuvieran en condiciones de “superar las dificultades del aprendizaje de la lecto-escritura.” Entre los factores que incidían en la producción del retraso se incluía la indiferencia o miseria moral y física de los padres; el idioma extranjero que se hablaba en mucho de los hogares de donde provenían estos alumnos; el trabajo pesado que producía torpeza motora y limitaba el aprendizaje de la escritura; la falta de contacto social; la timidez del niño retraido; la exitación del inquieto; la “zurdería”, etc. La profesora Victoria S. de Costafreda, de la dirección de Excepcionales de la misma provincia, situaba de manera precisa a la población de la escuela diferencial: “En los grados de la escuela común suele haber niños que no siguen a los demás, dan muestras de abulia, de inhibición, no se interesan por la clase, indiferentes a toda iniciativa, no cumplen ninguna tarea y constituyen una rémora para el maestro. Para atender a estos niños que sin tener una deficiencia profunda, nunca debe bajar el nivel mental de 60, deben crearse los grados diferenciales anexos a las escuelas comunes, sobre todo en los lugares donde no hay escuela especial ni tampoco la posibilidad de crearse dependencias para tal fin. 6 - I. Gomez: Observaciones Psicosociales del Irregular en Catamarca. Segundas Jornadas de Pedagogía Asistencial. San Luis. 1958. En Anales del Instituto de Investigaciones Psicopedagógicas. Op. cit. Pp. 94. 7 - M. Guido Lavalle y María E. Albina: El Problema del Lenguaje en los Grados Diferenciales. Segundas Jornadas de Pedagogía Asistencial. San Luis. 1958. En Anales del Instituto de Investigaciones Psicopedagógicas Op. cit. Pp- 48.
  • 6. Los alumnos que integrarán estos grupos son aquellos que señalamos como rezagados, sin llegar a tener una deficiencia grave, son los que no siguen al maestro y que con el tiempo van a engrosar las filas de los resentidos, inadaptados y hasta delincuentes.” 8 En otra ponencia se hacía referencia a un censo realizado en Santiago del Estero 9 que arrojaba un porcentaje –para la capital de la provincia– del 21,4 % de alumnos con nivel intelectual inferior o muy inferior, y otro del 42,8 % con rendimiento escolar malo o regular. Otras cifras daban cuenta del porcentaje de alumnos que terminaban de completar la escuela primaria (12,6 en promedio en la provincia, que llegaba al / % en zonas boscosas). Las cifras permitían dimensionar el problema, para considerar “el número de escuelas especiales y grados diferenciales” que se necesitaban para resolverlo. Sin embargo, el discurso pedagógico no fue solamente el eco del discurso médico en su verdad más inmediata y brutal, sino que también se enfrentó a sus estrategias discriminatorias y a la fundación de los espacios de segregación. No existen demasiadas huellas de aquel enfrentamiento. Carolina Tobar García alude al mismo en varias oportunidades, incluso publica un libro destinado a desarmar las impugnaciones que avanzaban desde la escuela y la Higiene Mental. Citando a Sancte De Santis, escibía: “existe todavía entre pedagogos y médicos una vieja y curiosa controversia. Los primeros sostienen que los anormales psíquicos no son enfermos, sino solamente retardados en el desarrollo psíquico” 10 El texto –que en realidad apunta a demostrar con absoluta contundencia la propiedad médica del dominio cuestionado– no dejaba de registrar que algunos maestros y muchos inspectores técnicos de la Capital Federal se oponían al avance del discurso diferencial. Anotaba también, que en el Congreso de Higiene Escolar realizado en La Plata en 1937, un grupo de médicos escolares se enfrentaba a aquellos colegas que sostenían que el niño retrasado era un sujeto anormal. 11 Los maestros ponían freno al avance de la psiquiatría y la psicología en el ámbito de la escuela. Sin embargo, no era hora todavía de desplazar a los médicos, quienes avanzaban en la fundación de la educación especial. El cuerpo del dolor. Restaría interrogar la experiencia misma del niño anormal. Rescatar su voz, escuchar su discurso recorrer sus silencios. Empresa difícil, tal vez imposible. No hay testimonios directos de todos esos seres que poblaron los primeros circuitos de la escuela especial. La medicina los clasificó y condenó, la pedagogía los reconoció y desplegó las operaciones que fijaban en sus cuerpo los rasgos que aquélla encontraba en la herencia, el medio o la fatalidad. Sin duda, ninguno de los discurso que se ocupó de 8 - V. S. de Costafreda: Educación del Deficiente Mental. Organización de Grados Diferenciales. Segundas Jornadas de Pedagogía Asistencial. En Anales ... Op. cit.. Pp. 115. 9 - R. V. Moreno: Investigaciones Psicoloógicas y Educación diferencial.. Segundas Jornadas de Pedagogía Asistencial. En Anales ... Op. cit Pp-117. 10 - C. Tobar García. Temas de Psiquiatría Escolar. Sobre el Concepto Psicológico de Retardo Pedagógico. S. de Amorrortu e Hijos. Bs. As. 1939. Pp. 5 11 - Ibid. Pp. 6.
  • 7. la infancia defectuosa pudo registrar algo que surgiera del corazón mismo de aquella experiencia de la subjetividad. Existe, no obstante, un registro que cabría indagar. Se trata de la evidencia inmediata que aporta una ficha clínica, una historia relatada, la presentación de casos, una derivación. Testimonios que, pese a remitir al dominio médico o de la escuela, escapan siempre a la mediación que le aporta el trabajo de formalización. En el curso para maestras de anormales que fue publicado en 1926 por el Monitor 12 , se realizaban presentaciones de casos, a la manera de Charcot. Un grupo de niños había sido convocado para demostrar cómo un timbre defectuosos de voz y una incorreccta emisión de sonidos vocales, podían ser corregidos. Uno de esos niños mostraba sus defectos ante las maestras y el especialista, quien corregiría exitosamente al alumno para confirmar su disertación. Iniciaba el ritual un niño que se interrumpía a cada instante, tanto para hablar como para leer, y que emitía una voz demasiado débil. Exhibida su anormalidad, el niño se convertía en el fetiche que sancionaba el saber del especialista y la ignorancia de las maestras. El médico demostraba que el síntoma del niño anormal era debido a una simple incapacidad de inspirar y de expirar con la debida energía, y procedía luego a la corrección. En otra oportunidad, era presentado un niño repetidor, un retardado pedagógico que hacía tres años que concurría a la escuela sin poder avanzar. Recién llegado a la ciudad de Buenos Aires, este alumno que tenía capacidad de observación, reflexión, juicio y discernimiento moral, llamaba la atención por algunas de sus particularidades que servían para emitir un diagnóstico diferencial. La descripción del cuadro tomaba cada detalle de la conducta del niño: – “Observen Uds., además, esas alteraciones de risa y llanto, que no puede provocar un auditorio distinguido como éste”; y luego: – “Llamo la atención de ustedes, sobre la manera de conjugar los verbos y usar en la oración los adverbios, adjetivos, conjunciones, etc. ” 13 El hecho de que el niño no acepte el dinero que se le pretendía regalar, decide al médico a emitir un diagnóstico que lo alejaba del anormal grave, quien no poseía esa consciencia moral. La sospecha moral , el lenguaje impuro, las voz débil, el espíritu intimidado y desorientado de quien no sabe si es un idiota y llora o un elegido que debe sonreir reaparecen en todos estos testimonios que muestran los rostros olvidados y desplazados por un discurso que elabora el mapa de la anormalidad. Otro testimonio nos acerca mejor a aquellos rostros. Se trata de una carta, escrita en 1917 por un médico del Hospital Muñiz, dirigida al director del Patronato de la Infancia: “Sr. Dr. Jorge N. Williams. Mi estimado amigo: Tengo el gusto de presentarle al dador de ésta. Es un caso práctico de un niño abandonado, llegado a hombre después de haber transmigrado por las instituciones de beneficiencia que la caridad costea. El Monitor de la Educación Común: La Enseñanza de Anormales. 6ª Confeencia. Nº 641. 1926. Pp. 324 12 - 13- El Monitor de la Educación Común. La Enseñanza de Anormales. Curso de Perfeccionamiento para la Enseñanza de Retardados Anormales. 20ª Conferencia. Nº 658. 1927. Pp.776.
  • 8. Obsérvelo un instante: le falta el ojo derecho y el izquierdo ha quedado maltrecho después de un prolongado sufrimiento; en la piel del cráneo existen indelebles cicatrices. Y, sin embargo, este muchacho no ha estado en ningún combate, no ha asistido a ninguna batalla, pero en cambio ha sostenido una lucha tenaz por la vida en sus pocos años y ha sido en ella que uno de los órganos de los sentido más nobles ha sido mutilado. Contémplelo pensando que desde su más tierna niñes no tuvo una madre cariñosa que endulzara su existencia, que careció de la dirección de un padre que supiera encaminarlo por la buena senda, que fue creciendo y su razón se abrió entre extraños en el Asilo o en el Hospital, y que allí donde debiera haber hallado el buen ejemplo, la sabia dirección, la instrucción necesaria, sólo encontró la conjuntivitis granulosa que casi lo deja ciego y tuerto ciertamente, la tiña que al fin parece extinguida, y, por último, una educación tan rudimentaria de que dará una prueba la autobiografía que tengo el agrado de adjuntarle. Como Ud. verá, ha desempeñado las más extrañas ocupaciones: ha sido colchonero, cochero, peón, dependiente, sirviente, mucamo, empleado de correo, agente de policía, soldado y no sé qué más. Lo original de este muchacho es su apego a la Casa de Aislamiento, donde contraje el cólera en 1886. Siempre que la suerte lo abandona vuelve a la Casa de Aislamiento, como quien diría a la casa paterna, que en la mente de todo ser se graba como un recuerdo indeleble y a la cual siempre se vuelve aunque más no sea con la imaginación para sentir la ilusión feliz de las caricias paternales, el placer sin igual de contemplar otra vez los mudos testigos de nuestros juegos de la niñez. Para este hombre sus lares son el Hospital, y allí torna siempre que la fatalidad de su destino lo abandona. Reflexione sobre este caso, uno de los más felices, pues no deseo ofrecerle otros más desgraciados, que pueblan las cárceles y presidios, y piense todo lo bueno que puede Ud. hacer al frente de esa institución del ‘Patronato de la Infancia’, para que los niños abandonados que recoge alcancen un porvenir mejor. Y entretanto haga de su parte todo lo que pueda protegiéndolo con su influencia; hágalo colocar en algún empleo modesto, en la seguridad que habrá realizado una buena obra, que este individuo la tendrá en cuenta toda su vida, porque es agradecido. Se lo estimará especialmente, su atento amigo. José Penna” 14 La palabra del médico, sin mediaciones, más cercana a los sentimientos que cuando queda filtrada por el aparato conceptual, encendida por el entusiasmo de una buena obra prometida y merecida, acorta la distancia que separa toda teorización del referente que se pretende invocar. La descripción aporta las referencias: el cuerpo devastado, la infancia perdida, las instituciones tutelares, la desocupación, la derelicción de un hombre que desde niño circula entre el asilo, el hospital, la escuela diferencial y la calle. La clínica escolar nos ofrece también algunos testimonios. Una presentación de historias clínicas destinada a fundamentar la necesidad del emplazamiento especial 14 N. Lozano: La Escuela del Niño Débil. Op. cit. Pp. 152.
  • 9. muestran el anudamiento entre el atraso y ciertas experiencias de sufrimiento psíquico. Niños con extravagancias, conductas bizarras, fobias, terrores, obsesiones, crisis depresivas, compulsiones, delirios, deseos de suicidio, etc., quienes habían sido derivados por la escuela al consultorio médico-psiquiátrico aparecen situados en el texto dentro de la categoría de la enfermedad mental. Veamos una de estas historias: “A.H. F., historia núm. 2.066. Tiene 13 años. Presenta grandes anomalías del comportamiento, humor variable, irascibilidad, impulsividad. Es celoso, egoísta, agresivo con sus hermanos y su madre, aunque tiene arrepentimiento fácil. En una oportunidad agredió a su madre con un cuchillo. Manifiesta el paciente que se da cuenta de ello, pero que no lo puede evitar, como si se tratara de una obsesión impulsiva. En otras oportunidaddes amenaza denunciar al padre si lo castiga o lo echa de la casa, pues tiene la obligación de mantenerlo hasta los 21 años, por ser enfermo. Manifiesta también que conoce por anticipado cuándo le van a venir sus ‘ataques’, ‘porue se siente más bueno y obediente y tiene ganas de trabajar’. En esas oportunidades se levanta de noche, limpia y arregla la casa, barre, etc. Otras noches, en cambio, se escapa hasta la estación Lanús, que dista más de veinte cuadras despobladas, vaga o toma el tren a constitución. Hurta dinero a su madre, y se justifica diciendo que, de todos modos, ‘ella es una tonta que fía a los clientes’. 15 El texto psiquiátrico anota también que este niño ha sufrido ataques de tipo epiléptico, que no progresa en la escuela porque es lento, pobre de ideas e imaginación, que posee relativa capacidad crítica, viscosidad psíquica, explosividad, psicoplasticidad y personalidad bipolar; en definitiva, se trata “realmente” de un enfermo mental. Rarezas de la conducta, extravagancias, locura son medicalizadas e incluidas en un abanico de intervenciones que fijan las coordenadas de una subjetividad anormal. Estas historias nos muestran una figura nueva que se recorta del universo de la intervención médico-escolar. El retraso y la enfermedad mental configuraron un particular anudamiento que va a ingresar tempranamente en dicho espacio confusional. Sería necesario ampliar el contexto de tal anudamiento, y situar en la atmósfera tardía de los treinta –en el espacio trágico que va entre las dos guerra– la crisis profunda de la sociedad, del pensamiento y de la consciencia ética. La ciencia, la religión, la escuela, y en general la mayoría de las instituciones modernas eran conmovidas por la irrupción caótica de las transformaciones económicas, intelectuales, culturales y morales, mientras que una suerte de angustia existencial surgía tras las formas diversas del síntoma social. En ese contexto, lejos de los dispositivos institucionales, se elaboró una experiencia estética y filosófica vinculada al universo que la elaboración psiquiátrica conseguía silenciar. Dicha experiencia, se hacía especialmente sensible en una zona de la narrativa porteña, que alcanzaba en la obra de Roberto Arlt su mayor densidad. La narrativa arltiana nos trae los rostros y las voces olvidados de toda una población de delirantes y anormales que habitaba los bordes de la ciudad. La 15 - C. Tobar García: Temas de Psicquiatría Escolar. Op. cit. Pp. 28.
  • 10. prostituta visca, el miserable sordo, el delirante castrado, el rufián melancólico, el tuberculoso, el jorobado muestran en sus cuerpos impuros las marcas más genuinas que produce un anudamiento singular. En el cruce –siempre polémico y conflictivo– del sujeto y la realidad colectiva, vemos cómo la angustia de esa época infame se hacía cuerpo y síntoma social. En los laberintos de esta singular experienca estética, aprendemos los distintos nombres de la angustia y la forma en que el sujeto encalla en el dolor y la desesperación. Allí apreciamos la dimensión más inmediata de esos cuerpo anatemizados, que aullan, pierden consistencia o reclaman una muerte imposible, cuando no programan un exterminio o el reinado del mal. En el paisaje arltiano hay una invocación constante a la simbología más recurrente de aquella época infame. La ciencia y la tecnología, Nietzsche y Marx, Dios o los dioses, el capitalismo, el anarquismo, la violencia, el hambre y la prostitución recorren el universo del mundo marginal y atraviesan los cuerpos que constituyen dicha humanidad. Pero también hay una referencia permanente al cuerpo y al dolor. En realidad, el cuerpo es el dolor y aquél no es otra cosa que la Verdad que sufre. La existencia subjetiva no se revela allí más que cuando el cuerpo es presentificado por la experiencia del dolor. 16 En los márgenes, el cuerpo no es otra cosa que sufrimento reclamado como evidencia existencial. Cuando la angustia se vuelve extrema, la subjetividad se desliza hacia una experiencia del cuerpo que es estallido, despedazamiento o caída en el abismo. 17 Las alternativas a ese destino escabroso parecen resumirse en el delirio, la invención siempre postergada o las diversas expresiones de una maldad que es también perversidad. El cuerpo del dolor mostraba en sus efectos de delito y locura el quiebre de una ilusión. La armonía perdida de la belle epoque se revelaba crudamente en esa población de anormales que de repente surgía, tan próxima y tan distante a la vez, al tiempo que enunciaba la razón más inmediata de su inequívoca verdad. Brúscamente, un rayo ilumina el paisaje y muestra la línea muy débil que separa ese mundo obscuro y terrible del espacio sagrado de la razón. Por un segundo permanece visible esa temible unidad que había sido recorrida ya por Nietzsche, Goya, Van Gogh, que también atraerá a Ebequer –muy cerca de Arlt – e irá a extraviar el alma de Artaud. Razón y locura parecen aproximarse en una intima cercanía y deslizarse de una a otra en una peligrosa confusión. Esa grieta que se abría en el corazón de la época y que era expresada en una singular experiencia colectiva de la angustia parece sellar la suerte de un discurso que se preparaba para dar respuesta al conflicto que rasga toda la superficie social. El psicoanálisis podrá ocupar un lugar en la cultura, luego del primer recibimiento indiferente y de su posterior despliegue que amplía considerablemente la superficie de esa recepción. 16 - “A su vez –reflexiona el astrólogo– los ingenieros y los políticos dicen: Para que el nervio no duela son necesarios tantos estrictos metros cuadrados de sol, y tantos gramos de mentiras poéticas, de mentiras sociales, de narcóticos psicológicos, de mentiras noveladas, de esperanzas para dentro de un siglo... y el Cuerpo, el Hombre, la Verdad, sufren porque mediante el aburrimiento tienen la sensación de que existen, como el diente podrido existe para nuestra sensibilidad cuando el aire toca el nervio.” R. Arlt. Los Lanzallamas. Claridad. Bs. As. S/F. Pp. 16. 17 - Erdosain en el paroxismo de su angustia experimenta el estallido corporal: “En cuanto se rompa el retén, mi cabeza volará a las estrellas. Me quedaré con el cuerpo sin cabeza, la garganta volcando como un caño, chorros de sangre...” Hipólita, ante la tristeza extrema experimenta en su cuerpo la operación real de una mutilación: “Tengo la sensación que me arrancaron el alma con una tenaza, la pusieron sobre un yunque y descargaron tantos martillazos, hasta dejármela aplastada por completo.” Ibidem, Pp. 50 y 12. También encontramos esta experiencias de desintegración corporal en Horacio Quiroga
  • 11. Una particular experiencia estética permitió rescatar del silencio a locos y anormales. Privados del lenguaje y recluidos por el dispositivo escolar-psiquiátrico- tutelar, todo un conjunto de seres desterrados comenzaba a salir a la superficie, invocando con su inquietante presencia a los monsturos de la razón.