SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 55
1
Capítulo I
El parque central de San Pedro de Macorís, es muy
frecuentado por entes de todas las clases: médicos,
abogados, ingenieros, etc. “Filósofos” que procuran
enseñar lo bello de la sabiduría, y gente común.
Muchas de estas personas, puede vérseles allí con
el canto del gallo. Desde que Febo lanza sus
primeros rayos sobre los tenues vapores que se
levantan en los ya escasos cañaverales que bordean
la provincia, están prestos a iniciar un día cargado
de aventuras, de las que cada cual podría escribir su
propia historia.
Unos, podría decirse, residen en ese lugar.
Compran su diario favorito, y se sientan en su banco
ya establecido, iniciando así su cotidianidad;
conversar con todo transeúnte que pase por su
lado. Otros, tienen su sitio convenido para las largas
tertulias que se establecen en el curso del día, con
amigos, conocidos, y porque no; con cualquier
parroquiano de los tantos que allí se dan cita.
El parque Duarte, como es llamado, fue
construido sobre un intransitable cenagal y antiguo
lugar para cacería, que dio paso en su construcción
a modernas edificaciones en sus alrededores. Está
compuesto por cuatro importantes vías que lo
circundan, llenas de historias, impresas con
nombres de grandes héroes y acontecimientos.
La avenida Independencia, principal arteria de la
ciudad, inicia su largo recorrido en el ingenio
porvenir, una de seis factorías azucareras que
otrora existieran en San Pedro de Macorís. Fundado
en 1881 por Santiago Mellor, aun persiste, dejando
cuatro relegadas al recuerdo (1).
Estos artilugios, mudos y olvidados, con sus altas
chimeneas abiertas al cielo, alimentan la ilusión de
sus gentes, de poder volver a ver brotar de sus
vientres las gruesas cachipas, (2) envueltas en negra
humaredas, diseminándose por el suelo de un
pueblo que mas que beneficios, cosecha
desesperanzas.
Desde allí, se dirige en corta pendiente en
dirección Este-Oeste, hasta llegar a la margen
oriental del Higuamo, (3) donde este rio bordea la
catedral San Pedro Apóstol, para formar una
hermosa ría en el mar Caribe.
2
Esta importante avenida hace esquina en el
parque Duarte, con la calle General Cabral, una de
las más concurrida y bulliciosa del cuadrado. Allí se
dan cita limpiabotas, buscones, pedigüeños, lava
carros, coqueros, taxistas, motoconchos, y
carteristas, entre otros.
Adornada en las noches con luces multicolores,
podría compararse con un gran burdel, atrayendo a
un tipo de personas que por su reputación y “raro”
talante, francamente tienen un público exclusivo.
Continuando con el cuadrado, la calle General
Cabral hace esquina con la calle Dr. Alejo Martínez;
No menos concurrida, ahí se dan cita personas de
gran renombre en la ciudad, que hacen un alto en el
arduo trajín del día, para sofocar el cansancio que
implica el afán de conseguir el sueño que se quiere
alcanzar.
La tercera del cuadrado, es la avenida
Independencia con Rafael Deligne. Allí, jóvenes
célibes albergando esperanzas, se deleitan al paso
de hembras bien dotadas, que dejan embelesados a
aquellos que todas las tardes a la puesta del sol,
salen en busca de su presa.
Pero hay una excepción, una que generalmente
permanece vacía. La esquina de la calle Rafael
Deligne con Dr. Alejo Martínez, que completa el
cuadrado del parque. Tal vez por no tener gran
importancia comercial, solo un asiduo vendedor de
flores, cabizbajo y escurridizo detrás de una caoba,
expende sus racimos a visitantes enamorados; en
días de san Valentín, y en mayor cantidad en el día
de los fieles difuntos. O quizás porque es asidua a
un enigmático personaje, siempre elegantemente
vestido, peinado y perfumado, con un aire tan
señorial que podría francamente pasar por
potentado.
Vivía aislado de los demás. Alejado del mundo
real. Pensando no se sabe en que, con la mirada fija
en un solo punto, como si una nube de sombras
pasara en frente de si obnubilando su mente. Al
menos así lo consideraban, los que lo veían ir y
venir siempre con el mismo rumbo y a algún punto
desconocido.
Solía llegar bien temprano en las mañanas, antes
que el sol calentara el asfalto, y permanecía en la
mencionada esquina bien erguido en el mismo
3
medio de la acera, murmurando algunas palabras
que aunque fueran escuchadas nadie podría
interpretar.
Como si esperara una orden, dirigía su vista desde
el parque hacia el campanario del cuerpo de
bomberos, que se divisa desde allí. Y así debía ser,
pues llegado el mediodía, y al sonar la sirena de esa
institución que indica las doce del mediodía, salía
tomando la calle Dr. Alejo Martínez, con rumbo a la
casa del Choris.(4) Se detenía momentáneamente
donde su viejo amigo, para luego hacer otra parada
en el antiguo cabaret de Fela, contiguo a su casa; a
la que penetraba por un herrumbrado portón,
siguiendo todo el trayecto de un camino de tierra y
hierba, a la sombra de dos hileras de trinitarias que
continúan hasta el portal. Ahí permanecía sin que
nadie pudiera saber que pasaba en su interior, pues
ni el más mínimo ruido se dejaba sentir.
Exactamente a las dos de la tarde, la puerta que
hasta entonces permanecía completamente cerrada
se abría, y la extraña figura cruzaba el umbral fuera
de ella. Antes de tomar de nuevo la calle, se paraba
bajo la sombra de un gran limoncillo, se colocaba su
sombrero, arreglaba su elegante traje; metía ambas
manos en los bolsillos traseros de su pantalón y
salía veloz, mirando en todas direcciones.
A las dos y cinco minutos, hacia otra parada
donde su viejo amigo para luego regresar a su
esquina en el parque.
Como un autómata, todas las tardes a las cinco y
cincuenta y cinco, de forma ceremoniosa, sacaba un
cigarrillo, lo encendía e inhalada dos o tres
bocanadas de humo, desprendía la parte
encendida y volvía a guardarlo en el bolsillo de su
saco. Ejecutaba la acción tantas veces su cigarrillo
se lo permitiera. Así transcurrían los cinco minutos
que separaban el sonar de la sirena, que esta vez
indicaba las seis de la tarde y su inminente salida
del parque, ahora con dirección a la catedral antes
mencionada, donde se perdía en sus alrededores.
Todo esto lo hacía con la exactitud de un reloj
atómico de cesio. (5)
Capítulo II
4
Una tarde, como todas las tardes, el doctor Juan
Fontana se paró en la esquina a la que
acostumbraba visitar, desde donde diariamente
observaba a Mr. Ñemerson hacer sus inalterables
ceremonias. ―Mirándolo de reojo se dijo: ―
A mí no me vas a engañar, te desenmascararé. Con
este soliloquio se sentó en la escalinata, adornada
con dos maceteros atestados de cayenas rojas y
margaritas amarillas, para dirigir sus pesquisas con
mayor atención. Esos extraños rituales lo
desconcertaban, al límite de lanzarle aquella
amenaza.
Sin que aquel se percatara, o al menos así lo
consideraba el doctor, se obstinaba en escrutar a
ese individuo que ni siquiera se inmutaba ante el
acoso de sus miradas.
Para él, ese personaje era mucho más especial
que para el resto de los asiduos visitantes del
parque. Para estos era simplemente un loco más,
de los tantos que pululan en sus alrededores. Es
tanta la cantidad de enajenados que paran en él,
que pareciera que fueran recogidos de todo el
territorio y depositados allí.
Entre una larga lista estaban (se mencionarán
algunos, para no llenar varias páginas) “El diablaso,
Pimpa, Gunguna, Jean Claude, Gardel, Yamilo,
Lepia, Repollito, Caballo viejo, y una pareja muy
singular de novios: Masita y Conconete”.
Podrás pasar inadvertido a los demás, pero para
mí ocultas algo en tu actitud. Todo me indica que
debes tener una doble personalidad. Juan pensaba
así, pues conocía muy bien sobre los diferentes
aspectos de la conducta humana. Tenía esa
psicología e intuición natural de ciertos individuos,
que sin ninguna instrucción académica poseen la
habilidad de reconocer el carácter del ser humano.
Además, esa cualidad la había desarrollado en su
profesión; era doctor en medicina.
Lidiar con personas que tenían afectada la psiquis
era tarea común para él, y reconociendo la gran
cantidad de signos que se sumaban a la tipología de
Mr. Ñemerson, lo perturbaban. No había conocido
ser humano en su práctica médica, capaz de vivir
bajo esas condiciones.
Haciendo cuadros clínicos en su mente, trataba de
ubicarlo en algún conjunto de signos típicos que
5
afectaran la capacidad cognitiva, y se inquiría así:
¿Trastorno bipolar?... en esta patología coincido en
la disminución de su actividad psíquica, aunque
desconozco como esta intelectualmente.
¿Paranoia? …es notoria su rigidez.
¿Neurosis?…quizás no niega la realidad y por eso se
aísla.
¿Esquizofrenia?...manifiesta alteraciones del
comportamiento, y sufre delirios de persecución. Lo
he notado en sus arranques. Al término de su
análisis dedujo; Aunque se presentan todas esas
manifestaciones, no estoy completamente seguro
en que patología encasillarlo. No es lógico estar
asociado a tantas a la vez y al llegar donde el Choris,
cambie tan dramáticamente de conducta,
convirtiéndose en una persona aparentemente
normal. En estos términos dilucidaba, mientras
rascaba su novel calva.
Como sabemos, nuestro enigmático personaje, al
terminar su cigarrillo, y esperar el estridente sonar
de la sirena que indicaba esta vez las seis de la
tarde, salió como expelido del parque, mirando a su
alrededor como si fuera perseguido por alguien,
iniciando su pronta marcha. Volteaba la cabeza a
ambos lados y hacia atrás violentamente. Ya se
detenía, ya aceleraba el andar, siempre haciendo lo
mismo cada cincuenta pasos; contados
exactamente por el doctor, que lo seguía
discretamente, escondiéndose en los zaguanes de
de los grandes almacenes establecidos a lo largo de
la avenida Independencia, hasta llegar a la iglesia
misma. Allí hacia una parada en el parque de los
próceres, antiguo Salvador Ross, contiguo a la
catedral. Parado de espalda al rio, frente a la
enorme puerta frontal de la iglesia, (6) mirando la
figura cristiana que se encuentra encima del portal
donde se lee; “Dios mío y todas mis cosas”. La
contemplaba por unos instantes, se persignaba
varias veces mientras balbuceaba no se sabe que
(especularía si dijera que rezaba algún salmo).
Mientras tanto la noche caía, y la oscuridad del
lugar le era propicia para tomar dirección al
Higuamo sin ser notado, perdiéndose en las
abundantes rizoforáceas (6) de la margen oriental.
Hasta aquí, Juan, que lo seguía muy
6
cautelosamente, de un momento a otro lo perdía.
Esto lo alteraba muchísimo y se retiraba derrotado.
¡No me imagino como lo hará! ―Se decía― Algún
día lo descubriré y ya veremos quién es quién. ¡Ya
veremos!
Capítulo III
El doctor Juan Fontana, pertenece a una humilde
familia, aunque con ciertas comodidades, que
decidió dejar el campo donde vivían; una
comunidad ubicada en la provincia de Hato Mayor,
en la parte este del país.
Como cientos de personas, debieron huir de las
precariedades originadas por la desidia de las
autoridades gubernamentales de fomentar una
política de reforma agraria que les permitiera una
mejor forma de vida.
Vivió una infancia colmada de ilusiones. Un tanto
tormentosa, pues todos pensaban que por sus
aptitudes, Juan podría ser francamente anormal. Así
lo tildaban, personas que con poco o ningún
conocimiento sobre el comportamiento humano,
atribuyen demencia a individuos con habilidades
excepcionales.
De niño, tenia gran inclinación por la vivisección, y
no había especie alguna, reptil o volátil que
escapara de las garras del “descuartizador”. Así
vivió hasta la edad pueril, cuando sus padres
decidieron mudarse a San Pedro de Macorís.
Contaba con quince años a su salida del campo.
Lánguido, de tez morena y mediana estatura, pelo
lacio y abundante, podía pasar francamente por un
Hindú. (7) Sus vivos ojos mostraban su natural
inteligencia.
Persona locuaz, que a medida que avanzaba en
edad, iba haciéndose más notoria su capacidad de
conversación. Tenía la manía de no dejar hablar a
nadie, cuando decidía iniciar un dialogo, o porque
no decir, un monologo, pues a esto se traducía
cuando empezaba a perorar. Solía saberlo todo.
Visitar a sus amigos y vecinos en tiempos de ocio,
era tarea común para él. Se sentaba en la sala, no
sin antes escrutarla toda, mientras encendía un
cigarrillo y pedía una abundante taza de café. Entre
bocanadas de humo, y sorbos de esa fascinante
7
bebida, iniciaba su lata sobre los más interesantes
temas de la política Dominicana, de la cual era muy
buen conocedor. Dentro de este ambiente y
muchas penurias, logró graduarse de médico,
ejerciendo su profesión en el hospital regional Carl
Theodore georg, de la ciudad.
Por otro lado, nuestro enigmático personaje, a
quien todos llamaban Mr. Ñemerson, era hijo de
Nenito, un reconocido barbero que ejercía su oficio
en el zaguán de un edificio en mal estado, próximo
al club 2 de Julio. Instalado desde 1894 frente al
parque Duarte. Allí, dejaba lampiño a todo aquel
que solicitara sus servicios. Muy querido en la
comunidad, buena educación y creencia religiosa,
Nenito podía pasar toda la mañana con un solo
cliente, hasta no desglosar algún pasaje bíblico que
iniciase.
Raudo Matías, como en realidad se llamaba Mr.
Ñemerson, creció en San Pedro de Macorís, su
ciudad natal, en el populoso barrio de Mira Mar,
entre cocolos (8) y guloyas. (9) Su infancia no había
sido menos tormentosa que la de Juan, pues
habiendo nacido de una madre con sed de
venganza, que criando siete hijos, y siendo él, el
último de estos, todos los golpes que se perdían
iban a parar a su endeble anatomía.
De esto había escapado su padre, quien huyendo
del temperamento de aquella mujer, no dio el
soporte necesario que tanto Raudo necesitó en sus
primeros años, haciendo de este, un niño
enfermizo.
Tez clara, pelo áspero y ensortijado como resortes
enmarañados. De nariz tan amplia que podía
reconocer olores a distancia. Sus gruesos labios
impedían la visión de su poderosa dentadura. Estos
rasgos marcaban patentemente sus raíces cocolas.
Su pecho en quilla y hombros elevados, mostraban
evidentemente su dificultad para respirar.
Revelando la patología que le aquejaba; era
asmático, y esto le imposibilitaba a realizar muchas
de las actividades propias para un niño de su edad.
A sus quince años apenas pesaba 70 libras. Aunque
creció con esas minusvalías, Raudo logró graduarse
de maestro, profesión que ejerció hasta los treinta
años, cuando empezaron a manifestarse sus
extrañas acciones.
8
Su vida transcurría dentro de lo que puede
llamarse lucido. Siempre dedicado y con una
voluntad enorme de ser alguien importante.
Caminaba feliz las calles, con sus libros bajo el brazo
y su medio de transporte arrastrándolo a su lado;
era su preciada bicicleta, de la cual no se
desprendía ni un minuto. Casi nunca se le veía
encima de ella, como era lo propio. A partir de
entonces empezaba a dar indicios de una conducta
inadecuada y un tanto anormal. Aun así, seguía en
la docencia, hasta que poco a poco fue haciéndose
más notorio su apartamiento de la realidad.
Pretendía ser una persona muy especial, y solía
tratar los más inverosímiles temas sobre su
abolengo. Ya era más marcada su enajenada
conducta.
Abandonando sus libros y su bicicleta, caminaba
las calles a pasos acelerados, metiendo las manos
en los bolsillos traseros de su pantalón, como
soportándolo para que no fuera a caérsele. Y no era
para menos, ¿Quién podría imaginar que allí dentro
llevaba lo que él consideraba sus armas de
defensa?; dos tuercas de conductores. (10) Así vivía
Mr. Ñemerson.
Como un hecho fortuito, Mr. Ñemerson pasaba
todos los días a la misma hora por la casa de Juan, y
se detenía donde su viejo amigo el Choris, único con
quien aun conversaba. Hablaba muy
elocuentemente con este, que estando plenamente
en sus cabales, ponía singular atención a los temas
de Ñemerson. Esto intrigaba sobremanera a Juan,
quien desde la acera opuesta los veía y se
preguntaba insistentemente sobre qué cosas
tratarían ese par.
Una calurosa tarde de Agosto, exactamente a las
dos y cinco de la tarde, nuestro extraño personaje
se detuvo en la puerta del Choris, y como siempre,
muy graciosamente hizo su reverencia.
¡Hola mi general! ―Dijo Ñemerson, ― al tiempo
que taconeando le hacia un saludo militar, llevando
su mano derecha a la frente y con la izquierda, en el
acto, se retiraba el sombrero.
¡Buenas tardes camarada Ñemerson! ―Contestó el
Choris―, respondiendo también el saludo
militarmente.
9
El Choris (y solo el Choris, porque nunca conocí su
verdadero nombre) era otra persona muy singular,
que pasó toda su existencia en los alrededores del
parque Duarte, y conoció a Raudo desde que este
diera sus primeros pasos. Era muy afecto a él, y
procuraba darle ayuda o consejo, cada vez que lo
necesitara o buscara su compañía.
Aunque de muy avanzada edad, a sus ochenta y
tantos años aun mantenía todas sus facultades.
Hombre de baja estatura, vientre distendido por
una enorme panza que le imposibilitaba abotonarse
la camisa. Su frente amplia, se extendía al resto de
su cabeza; pocos pelos quedaban ya de su extinta
cabellera. Tenía una hermosa voz de tenor, con muy
buena entonación, y gozaba mucho de cantar
trozos de operas, ¡Oh Sole Mio! Era una de ellas.
Pensando siempre en su eterno amor; Yuyunga.
Enamoraba toda fémina que pasaba por su lado,
recibiendo muchas veces de estas hostigadas,
innumerables improperios a los que él hacía caso
omiso.
Algún día caerás es mis redes, sueño dorado,
“cuando las constelaciones se interponen en las
líneas rectas de las rutas de los amantes, el destino
se encarga de unir sus ángulos.”
“Mi negra Yuyunga”, como él la llamaba, era
quien más sufría estas embestidas. Debía pasar por
allí todas las tardes, y al oírlo, extendía su bemba
con enojo, lanzando sobre este una mirada mortal
mientras le insultaba. Maldito viejo del diablo,
baboso, póngase en su puesto. ¿Cuándo será que
me dejará en paz?
Pero volvamos al encuentro con nuestros amigos.
¿Qué noticias me traes hoy, camarada Ñemerson?
Pues te diré mi general, ― riendo de muy buena
gana― que hoy he recibido una llamada desde
amploveda, y el presidente Chirimbulí me dice que
me enviará algunos adeptos y armamentos, como
rifles de alto poder, tanques de guerra, bombas
molotov, y dinero, mucho dinero.
¿Y donde pondrás todo ese arsenal camarada, y
para qué?
―Los avíos los ocultare en mi guarida. Todo por la
causa que debo librar; salvar al país de esta
corrupción gubernamental, el narcotráfico y la
delincuencia que lo arropan.
10
― ¿Y el dinero camarada, que harás con el dinero?
El viejo se excitaba cuando lo escuchaba hablar de
dinero.
―Lo depositaré en mi cuenta personal, que ha ido
creciendo enormemente.
― ¿Cómo, Ñemerson? ―Preguntó el Choris, ―
como si estuviera realmente sorprendido. Ya que él
creía estar plenamente convencido de que todo
eso, era parte de la imaginación creadora de
aquella mente volátil.
― ¿Y todo para usted solito?
― ¡Claro que no! Ya te dije que me enviarán ayuda
desde el cuartel general. Pensándolo bien… tu
puedes serme muy útil. Tengo mucha confianza en
ti. Eres valeroso, y no tienes temor a nada. No me
vendría nada mal tu colaboración. Tan pronto me
vuelvan a llamar, les hablare de ti.
Aunque el Choris suponía que su viejo amigo
estaba perturbado, poco le importaba, y comenzó a
interesarse más al escuchar la palabra dinero, que
sonaba como música para sus oídos, y del cual este
tanto carecía.
De acuerdo ―le dijo― Quiero que sepas que
puedes contar incondicionalmente conmigo, estoy
dispuesto a todo por ti y por tu causa. La sola idea
del dinero ya había nublado su mente. Además,
¿Qué le importaba al Choris de que se trataba todo
realmente?
― ¡Mi general, nos veremos! ―se despidió
Ñemerson― haciendo su saludo, y colocándose de
nuevo el sombrero, tomó dirección al parque, no
sin antes, depositar sus dos manos en los bolsillos
traseros de su pantalón, como de costumbre.
Capítulo IV
Mientras esto ocurría, Juan observaba impactado
desde la acera opuesta, extrañado de ver como
aquellas dos personas podían hablar tan
abiertamente sobre no sabía qué, y eso lo
atormentaba.
¡Hummm! Tal vez sea tiempo de acercarme a Mr.
Ñemerson. Tengo que hablar con el Choris ahora
mismo. Necesito saber que tanto en común pueden
tener.
11
Cruzó rápidamente la calle, y encontró al viejo
entonando esta vez la Donna inmovile, mientras
preparaba su suculenta comida; un pan de agua con
sardinas y un jarro de abundante jugo de toronjas.
Eso lo mantendría “full” hasta bien tarde, como él
decía.
― ¡Hola, Choris! ―saludó Juan― mientras metía la
cabeza a través de la puerta, al encontrarla
entreabierta.
―Pase doctor, llegas a buen tiempo. Voy a empezar
a comer.
―Buen provecho, gracias, pero ya he almorzado un
mondonguito de vaca y estoy bastante lleno. Dijo
esto, mientras acariciaba insistentemente su
barriga por encima de su camisa, y en su boca
revolvía un mondadientes.
― ¿Cómo, doctor, se le olvidó lo mucho que a mí
me gusta esa vaina?
―Claro que no lo he olvidado, para la próxima te
traeré.
―Vengo por otra cosa, ―cortó tajantemente.―
Estoy sorprendido de ver como tú y Mr. Ñemerson
hablan sobre no se qué, y me atormenta la duda.
Mientras Juan hablaba, en un cerrar y abrir de
ojos, el Choris se desprendió su prótesis dental que
le imposibilitaba para masticar bien, y para que el
doctor no se percatara, la introdujo violentamente
en el bolsillo de su camisa.
Aunque Juan “se la llevo”, hizo caso omiso y
continuó.
― ¿Sabes Choris? Quisiera que mañana me
permitas acercarme a ustedes y me presentes con
él. Si tu lo haces, se que entenderá que también
podría ser su amigo. Recuerda que me debes
algunos favorcitos, es hora que me devuelvas
algunos.
―Ciertamente. No se me olvidan las veces que me
has metido la mano cuando mas apurado estoy
monetariamente, además de recuperarme de los
achaques de viejo que me dan. Pero… sabes que
Ñemerson es un tanto esquivo y no quiero perder a
mi amigo por un error.
―Lo sé, pero no es tan difícil para ti. Tú sabrás
como conseguir que confíe en mí. Solo recuerda no
mencionar por nada del mundo que soy médico.
12
Ese tipo de personas tienen cierto temor hacia
nosotros. El resto déjamelo a mí.
―De acuerdo. Solo espero que no lo tome a mal y
se me aleje. Luego no tendré con quien conversar,
ni recibir algún dinerito del que siempre estoy
necesitado.
Entretanto, ya había terminado su almuerzo y se
dispuso a depositar de nuevo su prótesis en la boca,
con la misma actitud y velocidad. El doctor omitía
del mismo modo.
Juan se levantó dispuesto a retirarse. ¿Queda
entonces convenido para mañana, timacle? (11)
El Choris se paró de su silla, limpiando con el
dorso de la mano, la grasa que aun chorreaba por
las comisuras labiales, y lo acompañó hasta la
puerta. Así quedo el acuerdo.
Al día siguiente, la ciudad amaneció con el cielo
encapotado. Nubes tormentosas lo cubrían. En
realidad todo el país lo estaba, aunque aún no
habían caído las primeras lloviznas. Era uno de esos
días de Octubre, cuando aún persiste la temporada
ciclónica, y una vaguada cruzaba el territorio,
ocasionando lluvias torrenciales en casi toda la
geografía.
A mediodía aparecieron las primeras jarinas (12) y
para las dos, llovía a raudales, pero esto no impedía
la salida de Mr. Ñemerson de su casa. Cogió su
paraguas, su capa para la lluvia, su gorro
impermeable, sus botas de goma, y se dispuso a
partir, dirigiéndose por toda la orilla de la acera
hasta la casa de su amigo. A las dos y quince, allí
hacia su parada.
Desde su casa, Juan observaba ansioso.
― ¡Hola, mi general! Mientras Ñemerson saludaba,
penetraba a la casa despojándose de sus avíos que
destilaban agua aun, y colgándolos en un clavo de
una vieja viga de la sala, se dispuso a acercar una
silla, y se sentó.
― ¿Qué tal camarada? Luces flamante.
Ciertamente se le ve con mejor aspecto. ¿Se puede
saber a qué se debe tal magnificencia? ―Preguntó
el Choris verdaderamente sorprendido.―
― ¡Claro que puedes saberlo! No es para menos mi
estimado amigo. He recibido un nuevo llamado
desde Amploveda y me dicen que pronto me
13
enviarán el dinero y quiero estar lo más presentable
posible, para cuando llegue el momento. Hay que
mostrar su mejor imagen. Uno nunca sabe. ¿Verdad
que luzco bien? ―Decía esto, mientras se miraba
en un viejo y enmohecido espejo, de un maltrecho y
carcomido reloj de pesas, arrinconado en el único
lugar de la casa donde no caían las goteras cuando
llovía, y del cual el Choris estaba muy orgulloso.―
― ¡Claro que si, estas impecable! El Choris lo
alababa y no era para menos, pues debajo de
aquellos avíos de lluvia, llevaba un hermoso traje
negro de casimir Ingles, bien planchado; un
sombrero de ala ancha que cargaba bajo el brazo,
envuelto en plásticos y unos zapatos Royal Special
bastante antiguos pero en muy buenas condiciones,
también envueltos en plásticos. Pero no podía
faltar su pesada carga en los bolsillos.
Sin más preámbulos, el Choris se lanzó a su amigo,
no sin temor, y le preguntó:
― ¿Recuerda lo que hablamos ayer, camarada?
No había olvidado lo del dinero y quería estar
plenamente seguro de que su amigo lo tenía
presente.
―Claro que si, como olvidar algo tan importante.
Un amigo debe ser un amigo siempre,
incondicionalmente. Debe permanecer en tus
planes cualesquiera que estos sean. Amigos en las
buenas y en las malas. Usque ad mortem. (13) ya les
hablé de ti, y me dijeron que si eras de confiar para
mí, lo eras también para ellos.
Al escucharlo hablar así, el Choris sintió cierto
remordimiento que le hizo bajar la mirada. Actitud
que no pasó desapercibida a su amigo, que sin darle
la menor importancia siguió con su coloquio. Aun
así el viejo estaba feliz y lo estrechó en un efusivo
abrazo. Ya percibía el traidor aroma del dinero.
― ¿Entonces, cuando comenzamos?―Preguntó
enardecido.―
―No te desesperes, ya te lo diré.
La lluvia había amainado por el momento, pero
aun permanecían las nubes grises en todo el
panorama, trayendo consigo una brisa impregnada
del dulce aroma a cañaveral.
El agua acumulada por las precipitaciones,
alcanzaba casi un metro de altura en los
alrededores del parque. Una que otra yola,
14
rescataba a las personas que se encontraban
varadas en lo glorieta del parque, manteniéndose
fuera del alcance de las aguas. Esto ocurría siempre
que caía la más ligera llovizna, al punto de oírse
decir; ¡esto se inunda de solo escupir!
Juan, que había quedado impaciente en su casa, no
pudo aguardar más y arremango los ruedos de su
pantalón hasta las rodillas y cruzó la calle hasta la
casa de su amigo.
El tan anhelado momento se había presentado y
tenía que aprovechar la ocasión para poner en
marcha su plan de acercamiento. Se paró en el
límite de la puerta y saludó muy afectuosamente a
los dos personajes.
¡Hola Mr. Ñemerson! ¡Hola Timacle! ¿Cómo están?
El doctor no recibió respuesta alguna de Ñemerson,
quien dándole una mirada letal recogió sus cosas
del clavo, se las colocó y salió en dirección hacia el
parque aun inundado, dejando a ambos, atónitos
por buen rato, allí en el mismo medio de la sala.
― ¡Ya si me jodiste la vaina! ―Gruñó el Choris―
yo que ya tenía el…..―interrumpió― Pensó que
callar era mejor, cosa de la cual él no era buen
practicante.
―Te dije que todo tenía que hacerse a su tiempo,
en el momento oportuno. ¿Sabes lo difícil de tratar
que es mi amigo?
― ¡Está bien, está bien! Sé que fui un poco
imprudente, pero quiero saber, y no me mientas,
¿De qué se trata la conversación que sostienes a
diario con Mr. Ñemerson? Últimamente te noto un
poco raro, ¿Sabes? Creo que él hace cosas un tanto
extrañas que no van acorde con su locura, ¿no te
parece?
El Choris permanecía callado, mientras Juan le
interrogaba. Para él era solo su amigo fuera de sí, y
aunque sospechara lo contrario, no le convenía en
ese momento hablar de más. Además, ¿Qué podía
saber el Choris sobre el comportamiento humano?
De sus manifestaciones más inconscientes. De sus
impulsos reprimidos. De sus culpas imaginarias o de
sus ansiedades y sus psicosis.
El doctor no dejaba de mirar fijamente a los ojos
de su amigo, tratando de encontrar alguna mentira
en sus respuestas, pero aunque pareciera increíble,
15
la verdad era que aquel no tenía nada que decir al
respecto.
Te conozco bien Choris, se que sabes algo de él
que no me quieres decir. Algo se trae Mr.
Ñemerson y tarde o temprano lo descubriré.
El viejo continuaba callado. Él, que toda su vida la
había pasado lidiando con su lengua, esta vez
prefería callar.
No sé qué te habrá dicho, y tú tendrás tus razones
para no decirme. ―Continuaba tratando de
escrutar al Choris.― Quizás tus intereses no sean
los míos, pero si aunamos esfuerzos, podrías
conseguir más de lo que te propones. ¿Y qué más
da si al final logramos nuestros propósitos? El fin
justifica los medios. ¿Qué dices? ―Juan seguía
insistiendo.― Lo conocía demasiado, como para no
saber que aquel no podría sostener por mucho
tiempo cualquier información que tuviera, por
secreta que fuese, más aun, si de por medio existía
la palabra dinero.
Era una mala costumbre, propia de su azaroso
pasado. Y de esto se aprovecharía el doctor para
lograr su fin.
El Choris, perteneció en la tiranía trujillista al
servicio de inteligencia militar, conocido como el
SIM, aunque verdaderamente, este era un vulgar
calié (14) de la gran cantidad que existían en ese
periodo, que de una forma u otra malograban las
ideas o las vidas de quienes osaban revelarse contra
el sátrapa. Regenerado, gastado por el tiempo, o
porque ya no podía lucrarse de esa actividad,
decidió limitarse a recibir una mísera pensión que
no le daba ni para migajas.
El Choris quedó pensativo por varios minutos, más
para hacerse el importante que por frenar su
lengua. De acuerdo, ―respondió― y comenzó a
narrarle los pormenores con punto y coma. Al final,
―le dijo muy seriamente a Juan.― Solo espero que
pueda sacar algo provechoso de todo esto. No
quisiera quedarme sin amigo y sin dinero.
El doctor se despidió y cruzó la calle con su rápido
y desbocado paso, chapoteando el agua que aun no
descendía de nivel. Vociferando sin voltear la
cabeza; ya te diré que haremos Choris, ya te diré…
Después de todo, el viejo se quedó abrumado,
deambulando por toda la casa. Aun le sobresaltaba
16
cierta duda, sobre si lo que había hecho estaba bien
o no, pero no podría luchar contra su designio.
Los días, como la vida misma pasaron, y la brisa de
invierno ya se dejaba sentir, impregnando las
noches de frialdad y acariciando las madrugadas
con sosiego.
Muchas noches pasaba el doctor en vela, sin
poder conciliar el sueño, tratando de buscar la
mejor manera de acercarse a Mr. Ñemerson. Había
recibido una buena dosis de indiferencia, y para él
era verdaderamente humillante. Volver a fracasar
significaría la perdición total a toda tentativa de
acercamiento, y aquel podría tomarlo como una
agresión y alejarse definitivamente.
Capitulo V
La mañana del 6 de Diciembre lo sorprendió
sentado en el borde de su cama, con su mandíbula
apoyada entre ambas manos, con sus ojos rojos y
sus parpados hinchados de tanto trasnochar. En la
mesa de noche, un cenicero desbordaba más de
cuarenta colillas de cigarrillos, y en su termo de
café, ni la más ligera zurrapa quedaba; muestra de
agitación. Sin embargo, no en vano fue la lucha con
sus ideas, y a las cinco de la madrugada, ya había
conseguido tal vez, un buen plan para lograr
acercarse a Mr. Ñemerson.
Desde su punto de vista todo estaba bien
calculado, pero necesitaba la ayuda de su cómplice,
sin el cual no podría ejecutar lo que tenía en mente.
En diciembre, con el solsticio de invierno, los días
se hacen más cortos y las noches más largas, y esa
mañana, cuando sonaba en el campanario del
cuerpo de bomberos, las siete, el sol aun no daba
indicios de asomar por entre los cañaverales,
dormidos en las nieblas matinales.
Apenas Febo apareció, reflejando esa ígnea masa
de luz y calor, cubriendo como sabana tendida, las
verde azules aguas del mar Caribe, Juan se levantó,
o más bien se paró violentamente de su cama.
Abrió lentamente la puerta que daba a la calle, con
cierto temor. No había ni un alma caminando por
esas vías, que más que de dios debían ser del
diablo.
17
Todos dormían aun, o por aprensión se resistían a
salir, con tal soledad. Era preferible esperar que
avanzara la mañana para hacerlo. La delincuencia
había arropado a la ciudadanía y aprovechaban
cualquier momento para cometer sus fechorías.
De esto bien sabía Juan, quien en sus arduas
faenas en la emergencia del hospital, recibía gran
cantidad de heridos o muertos, causados por la
criminalidad que se había apoderado del país y que
las autoridades no habían podido o querido yugular,
por conveniencia.
A las ocho de la mañana, un fuerte golpe resonó
en la puerta del Choris, que aun no se liberaba del
sutil abrazo de somnus. Pasaba largas noches de
insomnios, objeto de la costumbre de su pasado, de
deambular las noches para luego dormir en el día.
¡Choris, Choris! ―Llamó el doctor varias veces,
―mientras con el puño golpeaba la puerta.
¡Ya voy, ya voy! ―respondió entre sueños, ―
buscando a tientas sus dientes postizos. Tomó de la
silla su pantalón y su camisa para vestirse; tenia la
imperiosa costumbre de dormir como dios lo envió
al mundo. Decía que así, los espíritus del pasado
que lo atormentaban, se alejaban del lugar, y de esa
manera se tranquilizaba.
Mientras caminaba, iba tropezando con lo poco
que había en su camino. Aunque la luz del día
iluminaba todo, sus pupilas inadaptadas aun, no
podían distinguir los objetos alrededor.
Trató de alcanzar la vieja banqueta que por
costumbre dejaba al lado de la silla para asirse de
ella, pero nada pudo encontrar que le indicara el
camino; el sueño aun lo vencía.
Dando tumbos y tropezando con la descascarada
y pestilente bacinilla que quedaba a su paso,
profería todas clases de improperios.
Afuera, Juan insistía en llamarlo, atemorizado por
las malas noticias de aquellos días.
― ¡Anda pal´ carajo! ¿Quién diablos es que viene a
joderme a estas horas? Apenas empezaba a
dormirme, no dejan a uno vivir en paz. Abrió la
puerta lentamente, y el insoportable resplandor
que penetraba, le hizo plegar la cara, mientras
sostenía su pantalón por el nudo de cáñamo (14),
que evitaba su caída.
18
― ¡Buenos días, timacle! ―Le dijo Juan en tono
amable.― ¡Sabía lo que vendría y esperaba!
― ¿Qué tienen de buenos? ―Respondió
balbuceando y con la cara desfigurada.―
¿Sabes lo que es pasarse la noche sin poder dormir,
y no encontrar a nadie a quien echarle un pie? El
Choris había enviudado hacia ya bastante tiempo y
vivía solo y amargado. Su única hija desapareció un
día, y no tenía noticias de su paradero.
― ¡No te preocupes! yo te conseguiré a la negra
Yuyunga―trató de confortarlo el doctor.― Sabes
que a ella le gustan los timacles como tú. Solo te
falta un par de pesos para que ande arrodillada
ante ti. Sin ese incentivo ella no camina. Pero no te
desesperes, ya conseguirás bastante para eso, y
más.
― ¡Bueno, bueno!, déjate de pendejadas, pasa y
siéntate. Le acercó una silla de guano, mientras le
preguntaba: ¿A qué has venido, para despertarme
tan temprano?
― ¡Tranquilo amigo, relájate! Recuerda que hace
poco te dio el patatús de siempre por andar
incomodándote. Traje abundante café, trae dos
tazas que te empiezo a contar.
¿Tazas? ¿Estás loco? Coge este jarro un poco
malogrado, que para algo sirve.
Y arrastró las dos únicas sillas que quedaban, y
que las polillas habían reducido casi a desvanecerse.
Y comenzaron a charlar entre sorbos de café y
bocanadas de humo.
―Anoche la pase igual que tú, pensando en el plan
de acercamiento. Pon atención a lo que vamos a
hacer. Y monologó por largo rato, pues mientras
Juan hablaba, el Choris permanecía distante en sus
pensamientos. El dinero y su negra Yuyunga, lo
sacaban de toda concentración. ―Reaccionó
preguntando, ― ¿Crees de verdad, que esas
personas que Ñemerson menciona, existan, y le
enviarán ese dinero? Mira que estoy realmente
necesitado.
―Eso es lo que averiguaremos. Preparemos todo
para mañana. Juan se quedó por buen rato, a
escuchar las quejas de su amigo y discutir
ampliamente sobre el plan. Terminados la caja de
19
cigarrillos y el termo de café, Juan se retiró y cruzó
la acera hasta su casa.
Capítulo VI
El momento tan esperado se acercaba. La una y
cuarenta y cinco era, cuando el doctor, impaciente,
observó el reloj que colgaba en la pared de la sala.
Las dos y veinte, marcaba, cundo volvió a dirigirle
la mirada, y contrario a lo esperado, Mr. Ñemerson
que era siempre tan puntual, esta vez no se
presentó. Aunque la temperatura en el interior de
la casa del doctor era agradable, sudaba
profusamente, y estrujaba en su cara un pañuelo
untado de tabú, un perfume barato que siempre
usaba.
Tal vez era la primera vez que esto ocurría, y Juan
se inquietaba por esta ausencia tan inusual. Maldito
destino, espero no me juegues una mala pasada.
Por otro lado, el Choris estaba preocupado. Sabía
que su amigo era fiel a su horario y la presencia en
su casa. Mientras caminaba inquietamente en torno
a su sala, se preguntaba si aquella intromisión del
doctor había molestado a Ñemerson y este había
decidido no volver más por allí.
Se sentó a descansar por un momento,
recostando contra la pared su silla preferida,
mientras observaba un techo acribillado de
agujeros que dejaba penetrar los rayos solares por
las planchas de zinc, corroídas por el tiempo, y que
en los días de lluvias era una verdadera agonía, ver
caer más agua dentro, que fuera de la casa.
Juan continuaba preocupado. ¿Habrá tenido una
de sus crisis depresivas, y se ha encerrado?
―pensó.― Lo mejor será investigar.
Se dirigió hacia el guaraguao, tomando la calle 27 de
Febrero. Interrogó a varios vecinos, para darse
cuenta que nadie sabía del paradero de Mr.
Ñemerson. Decidió entonces dirigirse al hospital.
Quería asegurarse de que la condición de Mr.
Ñemerson era una farsa. Nada pudo conseguir, y
decidió entonces dejar su búsqueda para el día
siguiente.
20
Temprano se levantó y se dirigió hacia el parque
con la esperanza de encontrarlo, mas no fue así, y al
sonar la sirena de las seis de la tarde, Juan intuía que
su búsqueda había fracasado. Ya no sabía donde más
buscar. Quedó allí, pensando que quizás la
desaparición de Mr. Ñemerson atendía a la
enajenación de este, o en realidad había recibido el
dinero del cual hablaba, y había desaparecido con él.
Desconcertado, se retiró derrotado, dejando al
tiempo, que le indicara el paradero de Mr.
Ñemerson.
Mientras tanto, el doctor seguía su rutinaria vida.
No faltaba un solo día a su cita en el parque, ya para
botar la tensión, ya para ahogar con palabras a
alguno que se atreviera a entablar conversación
sobre los acontecimientos diarios o ya para ver si su
personaje aparecía por esos predios.
Todo transcurría en esos términos, y no fue sino
hasta el 13 de Febrero, cuando Mr. Ñemerson se
presentó nuevamente por los alrededores del Choris.
Que enorme sorpresa la del doctor, verlo llegar. Lo
que este no pudo distinguir, fue la singular mirada
que aquel le dio desde allí, sin mostrar la menor
perturbación y entablando su acostumbrada
conversación con su único amigo.
Nervioso e impaciente, el doctor se dispuso
rápidamente a digitar el número telefónico del
Choris, como habían acordado meses atrás. Sus
dedos temblaban al pulsar las teclas, y no fue menos
de tres, los intentos infructuosos por marcar. Por fin
lo logró, y al otro lado de la calle se oyó el sonar.
Rápidamente el Choris levantó el auricular y
contestó.
¡Haló! ¿Con quién tengo el placer?
Tan cerca estaba una casa de la otra, que Juan
escuchaba claramente lo que su amigo decía, sin
necesidad del aparato. Eran tan altos sus decibeles al
hablar, que francamente podía ser escuchado en toda
la cuadra.
¡Haló! ―Repetía el Choris―, mientras se
disculpaba con su amigo, por la interrupción de la
amplia conversación que sostenían.
Después de un minuto de varios sí, no, extendió su
mano, pasando el teléfono a un Ñemerson
extremadamente sorprendido.
―La llamada es para usted, camarada.―
Ñemerson lo tomó con cierta duda, asiéndolo
graciosamente. Lo sostenía frente a él, como si
tratara de ver quien hablaba en su interior. Con la
21
mano libre metida en el bolsillo trasero, sostenía su
pantalón.
Juan, observando la acción desde su casa, no pudo
sostener una cruel carcajada que debió escucharse al
otro extremo de la acera, mientras comenzaba con su
actuación.
¡Helou! ¿Hablarme el camarada Mr. Ñemerson?
¡Si, camarada!―respondió este, muy erguido y
realmente sorprendido.― cosa que pasó
desapercibida al Choris.
Camarada, deber hablar rápido, nuestra llamada
poder ser interceptada y no querer correr ningún
riesgo. Mañana usted recibir cheque de un millo de
dólar, donde el camarada Choris, para evitar
sospecha. Cuando recibir, ir a The Royal Bank of
Canadá, (15) cambiarlo y depositar un parte. Luego
regresar donde su amigo y entregarle una suma para
el poder ayudarle. Cuando enviar, yo volver a
llamarlo con nuevo instrucciones. ¡Adiós camarada,
mucho suerte!
Mientras escuchaba, Raudo no articulaba una sola
palabra. No tenia porque. Aun así, se mostró
contento. Era una indescriptible forma de delirio lo
que expresaba. Ya quería soltar el teléfono, ya
quería aferrarse más a él, dando pasos hacia delante
y hacia atrás, mientras el Choris lo observaba con
cierta lástima.
Juan colgó feliz el teléfono, mientras veía desde su
casa todas las acciones de Mr. Ñemerson.
Terminado el arrebato, Raudo sonrió diciendo: !Mi
general, mañana seremos millonarios!
¿Cómo?―se limitó a preguntar el Choris―
―Sí, mañana me enviarán el dinero. Se colocó su
sombrero, y salió alegre, dirigiéndose a su lugar
acostumbrado.
Tan pronto Raudo abandonó la casa del Choris,
Juan se apresuró a cruzar, y ambos celebraron
jubilosos, ese precoz plan que no debía conducir a
nada bueno.
―Mañana veremos que tan verdadera es su historia.
Sabremos si su conducta es anormal, o es un fraude.
―Entonces, esperemos hasta mañana doctor.
Juan se sentó satisfecho, en la vieja silla, y sacó de
su bolsillo una vieja chequera que aún conservaba,
del desaparecido The Royal Bank of Canadá.
Desprendió una hoja de esta y la completó por la
suma de un millón de dólares a favor de Mr.
Ñemerson. Al pie, la firma; Chirimbuli baciniyef.
El Choris lo recibió nervioso. Pero que mas
importaba, debía seguir con el plan.
22
Al otro día, Mr. Ñemerson pasó más temprano que
de costumbre por donde su amigo. Parecía el
hombre más feliz del mundo. Esta vez vestía un traje
blanco, en lino. Del mismo color sus zapatos y su
sombrero. Lucia impecable.
¡Hola, mi general!―Hablando en susurros le dijo.―
Vengo a recoger el cheque que me enviaron mis
camaradas. No debo retrasarme ni un instante, para
hacer ese cheque efectivo.
El Choris le pasó el documento un tanto
tembloroso y quiso acompañarlo, pero Raudo lo
detuvo, argumentando que podría ser peligroso que
los vieran ir juntos al banco y todo lo que había
hecho por su causa se desvaneciera.
No insistió, y lo vio partir extrañamente sin sus
manos en los bolsillos y caminando por la acera y no
en el medio de la calle, como lo hacía siempre. Se
dirigió por el cine aurora y tomó la calle Duarte. Se
detuvo momentáneamente frente al edificio de
bomberos, construido entre 1908 y 1911, para de
nuevo retomar la calle Sánchez, donde se encontraba
el citado banco.
Penetró en el, dirigiéndose de inmediato hacia la
gerencia, donde estuvo por espacio de media hora.
Al cabo de ese tiempo, se retiró, parándose en el
umbral de la puerta y mirando en todas direcciones,
antes de tomar la calle Fello A. Kidd, que lleva
directamente al puerto. Bordeó el muro de
contención, (16) que recorre la margen oriental del
Higuamo. Bajó las escalinatas que llevan al rio,
frente a la antigua tabacalera, y se perdió entre los
manglares de la ribera.
Esta vez, Raudo sabía que no era perseguido por el
doctor, y penetró por una abertura bien disimulada
en el manglar.
El follaje era espeso en esa parte del rio, y a menos
que se conociese bien el camino, era casi imposible
encontrar aquel pasaje. Ya dentro, volvió a tapar la
entrada.
El interior estaba oscuro, pero fue iluminado por la
activación de unos interruptores eléctricos que
Raudo había colocado, dejando ver claramente todo
su entorno.
Recorrió un largo corredor, revestido en toda su
extensión por ladrillos de arcilla. El suelo, cubierto
por grandes cascajos, evitaba mojarse los pies,
cuando la pleamar o las lluvias saturaban el lugar.
Su cúpula, cubierta de madera, era soportada por
gruesas vigas de Guayacán, (17) adosadas a la pared.
23
Avanzó unos doscientos metros desde la entrada, y
llegó hasta una rudimentaria puerta, construida de la
misma madera, soportada por enormes goznes, que
habían resistido por medio siglo las inclemencias del
tiempo.
Con mucho esfuerzo se dispuso a abrirla. Aquella
pesada puerta, necesitaba más de un hombre para
ceder, pero Raudo tenia la habilidad y el
conocimiento que les había proporcionado el tiempo
para hacerlo más fácil. Cruzó a través de ella hacia
una oscura y fría habitación, mucho más que la que
había dejado atrás. Ni un solo átomo de luz la
penetraba.
Activó nuevos interruptores y todo se iluminó,
dejando ver un gran escritorio de caoba y su silla,
antiquísimos, pero bastante conservados. Encima,
podían observarse grandes cantidades de libros
apilados. Colosales volúmenes de anatomía de
Rouviere, de Testú Latargé, Botánica de Linneo y un
microscopio. Buretas, pipetas, matraces, frascos de
todas las medidas; placas de petri, mechero de
bunsen y un mortero, dejaban el espacio, solo al
estudioso.
En un rincón, abierta en un pedestal, una biblia
exponía el salmo veintitrés.
Una despensa atestada de conservas, con las que
solía pasar sus días de retiro, cubría una de las
cuatro paredes.
Rudimentarias pinturas al oleo, hechas por él
mismo, colgaban. Era uno de sus pasatiempos
preferidos, además de sus investigaciones sobre
medicina y botánica, cuando se aislaba en ese lugar.
Nadie sabía de ese secreto escondite, descubierto por
él, fortuitamente en su niñez, cuando era monaguillo
y cantante del coro de la iglesia San Pedro Apóstol.
De cómo aconteció, lo sabremos.
Una tarde, mientras Raudo buscaba un acceso al
campanario, llegó a una oscura habitación, donde
depositaban los uniformes de soldados Romanos,
utilizados en las estaciones de la crucifixión de
Cristo, que se realizaba cada año en semana santa.
(18) Tropezó con una losa suelta en el suelo,
rompiendo una portezuela que dividía la cámara
superior de la inferior; y como todo niño curioso, la
levantó, y en un descuido resbaló. Nada interrumpió
su caída, y deslizándose a través de ella, llegó al
fondo de un sombrío espacio. Sumido en una
oscuridad absoluta, y aterrorizado, comenzó a gritar;
esfuerzo inútil, nadie lo pudo escuchar. El
24
hermetismo del lugar impedía dejar salir ruido
alguno.
Sus parpados hinchados de tanto llorar, casi
impedían abrir sus ojos. Sus pupilas inadaptadas a la
oscuridad no percibían el más ligero átomo de luz.
A tientas, encontró una enorme puerta, con una
pesada tranca, que debió ser la cruz del calvario.
Con increíble esfuerzo la movió hasta retirarla. Esto
había minado sus fuerzas y se sentó a descansar,
solo para descubrir que el espacio que se abrió ante
sí, no lo llevaba a ningún lugar.
Crujiendo sus dientes, con un pánico indescriptible
que le enfriaba el alma, adelantó unos cuantos pasos,
con la incertidumbre de caer a un abismo con cada
uno de ellos. ¿Pero qué alternativas tenía? Sabía que
por donde había caído no podía regresar. Seguir
avanzando era su única elección.
Con los ojos desorbitados por el terror, siguió
caminando entre sollozos. Era tarde ya, y la pleamar
había inundado el lugar hasta sus rodillas. Caminó la
mitad del trayecto a duras penas. A medida que
avanzaba, el agua iba aumentando de nivel y
alcanzaba ya su pecho, haciendo su respiración cada
vez más difícil. Al fin pudo ver un ligero fulgor,
claridad que era luz divina. Por fin llegó al final del
camino. Como pudo, se asió a las raíces del manglar
que penetraban por una pequeña abertura. Envuelto
entre raíces y lodo que cubrían su irreconocible
anatomía, gruesas lágrimas de alegría limpiaron su
rostro.
Fue una amarga experiencia para aquel chiquillo.
Pero algo dulce debió cosechar, pues había
descubierto aquel secreto lugar que sería propicio
para su vida futura.
Aquel averno procedía de la iglesia misma, (19)
pero nada se sabía al respecto sobre el verdadero
uso de ese trayecto. Algunos especulan, que se
trataba de una vía de escape de los revolucionarios
de entonces. Construido por el cura párroco
Sebastián de Granada, quien un día, desapareció sin
conocerse jamás su paradero.
La iglesia San Pedro Apóstol, es sin lugar a
dudas, la más antigua construcción de concreto
levantada en la República Dominicana, datando su
construcción desde el año 1910. Anteriormente, en
las cercanías donde se encuentra, en el año 1856, la
comunidad había levantado una ermita hecha de
tablas de palmas y techada de yaguas. Sustituida
luego por otra de madera y techada de tejas, pero la
noche del 8 de octubre de 1896, un incendio
25
provocado por una lámpara de gas que iluminaba el
reloj de la torre la consumió, erigiéndose allí, la que
aún persiste.
Su interior majestuoso, exhibe sus pisos en
mármoles blancos y negros, empotrados en un largo
pasillo que recorre toda su extensión. A ambos
lados, dos hileras de bancos de caoba bien lustrados
la atestan.
Apartado, un baptisterio en mármol tallado con un
Cristo crucificado. A su lado, un confesionario en
caoba de estilo gótico, testigo de los más íntimos e
inviolables secretos jamás repetidos. Al fondo, el
solemne altar mayor, cubierto con un lienzo blanco,
se observa un escapulario, una hermosa copa dorada,
y un plato de hostias para comulgar. Detrás del altar,
tres enormes vitrinas en caoba y selladas con vidrio,
muestran monumentales iconos.
Dos pulpitos forman parte de aquel presbiterio,
levantados a ambos lados del altar mayor, desde
donde anteriormente se oficiaban misas en latín.
Arriba, se extiende imponente su cúpula,
propagando sonidos a través de toda su estructura.
Su iluminación, permitida por grandes vitrales
finamente tallados, representando las catorce
estaciones de la crucifixión de Cristo en el vía
crucis, y que se recorre rezando en cada una de ellas,
en memoria de su pasión. En su arquitectura exterior
se deja sentir su presencia gótica. Cuatro cabezas de
gárgolas, en dirección a los puntos cardinales, se
pueden observar en su alto campanario. Cuatro
relojes cubren la parte superior de la torre, para
finalizar en una cruz de cristal, que se ilumina en las
noches.
Ahora, estaba en total abandono y los feligreses ya
no podían visitarla, y solo esperaban con ansias, su
pronta remodelación.
Capítulo VII
Después que Mr. Ñemerson se dirigiera al banco
aquel día, Juan no volvió a verle por largo tiempo.
Día a día, el Dr. Fontana cruzaba a visitar al Choris,
sin imaginarse siquiera qué ocurría con aquella
extraña desaparición.
Fue una tarde de Marzo, cuando ambos amigos
reunidos, conversaban sobre las posibilidades.
― ¿Qué crees que le haya podido suceder a Mr.
Ñemerson, Choris? No ha vuelto a aparecer desde el
día que le diste el cheque.
26
― Ni me imagino, pero me preocupa sobremanera.
Temo que algo malo haya podido sucederle. Como
están las cosas, y hablando tanto de dinero, es
posible que algún delincuente no lo crea tan loco, y
ocurra lo peor, por nosotros estar acosándolo.
― ¿Qué crees que podamos hacer? Ya he visitado
todos los lugares donde pudo haber estado, y nada.
― Creo que lo mejor será, ir al banco, y saber que
hizo con el cheque. Quizás tu amigo el gerente
pueda darte alguna información. Así sabremos a qué
atenernos.
― ¡Buena idea Choris! Mañana pasaré bien
temprano por el banco. ― se retiró, ― seguido por
la mirada del Choris, que se había quedado
preocupado, por la situación.
Al día siguiente, el doctor salió un poco tarde, como
de costumbre, y se dirigió al banco, como había
acordado.
La entidad ya estaba abierta cuando arribó, y se
dirigió inmediatamente a la gerencia.
―! Hola Juan! ¿Cómo te puedo ayudar?―preguntó
Frank, quien fungía como gerente del banco.―
―Muy bien amigo, tenía mucho tiempo de no verte,
ya no acudes al parque como antes.
―Es que este trabajo me ocupa más que el día
completo. Es agobiante tanta faena. Ya desearía yo
volver por allí, para relajarme un poco de todo esto.
―Sabes que eres bien llegado.
―Gracias, mi hermano. Pero dime, ¿Qué hago por
ti?
―Simple. ¿Conoces a Mr. Ñemerson?
― !Ja, ja! ¿Quién no?
― Bueno, lo que quiero saber, es si pasó por aquí
hace unos días, a cambiar un inocuo cheque de un
millón de dólares, que el Choris le dio por
instrucción mía para descubrir cierto
comportamiento que queríamos investigar.
―Juan, sabes que no puedo hablar de esas cosas,
son confidencias del cliente.
―! Vamos! Sabes que no voy a decir nada al
respecto.
Frank se quedó pensando unos segundos, mientras
retorcía su boca. Sabía que no era una de las virtudes
de su amigo, pero en vista de que se trataba de ese
personaje, creyó que nada perdía en ayudar al
doctor.
Bueno, si cambio un cheque, pero no por un millón
de dólares.
¿Ah, no? ¿Y entonces?
27
―Cambio uno, por un millón de pesos.
― ¿No era un cheque de The Royal Bank Of
Canada?
―No, era un giro bancario de Estados Unidos a
favor de Raudo Matías. Hasta yo me sorprendí, pero
qué más daba, todo estaba correcto, y se hizo lo que
se debía hacer en esos casos; cambiarlo.
Juan quedó perplejo ante aquella afirmación. ¡No
lo puedo creer! Un millón de pesos,
―murmuraba―, mientras se levantaba
automáticamente del sillón, y dando las gracias a su
amigo se retiró.
Dejó el lugar bañado en sudor, dirigiéndose de
inmediato por los alrededores del parque, para ver si
podía encontrar a Mr. Ñemerson. De nuevo, fracaso
total.
Salió entonces hacia donde su cómplice, a quien
encontró sentado en el umbral de la puerta, triste y
cabizbajo.
― ¿Sabes la ultima, Choris?― le preguntó.―
― ¿Cómo diablos voy a saber? ―Contestó
furioso.― La negra Yuyunga había pasado por allí,
y aun permanecía en su rostro, las huellas de cuatro
dedos marcados en su cara, propio de la cachetada
que recibió de manos de aquella.
―Esa desgraciada, ya no encuentro la manera de
que me haga caso.
― Lo que voy a decirte va a dolerte más que eso...y
rápidamente, el doctor lo puso al corriente de los
pormenores ocurridos en el banco.
― Ahora no se qué pensar. Que no haya pasado por
aquí desde hace tanto tiempo, me preocupa cada día
más. ¿Será posible que se haya dado cuenta de
nuestro plan y que haya decidido no volver a
visitarme? ¡Te lo dije, Juan! Ahora si me he jodido.
―No te precipites, lo más probable es que sin saber
que hacer por el momento, haya decidido quedarse
encerrado en su casa.
Ambos quedaron conversando por largo tiempo,
mientras hacían toda clase de conjeturas.
Mientras esto ocurría, una conocida figura
aparecía impecable, en su acostumbrada esquina del
parque. Como siempre, dirigiendo su vista hacia la
torre del cuerpo de bomberos.
Momentos después el doctor hacia su llegada, y
grande fue su sorpresa al volver a verlo allí después
de lo que había sabido.
Juan lo observaba desde su esquina, mientras se
decía; hoy sabré, cuésteme lo que me cueste, donde
28
te metes cuando dejas el parque, al sonar la sirena de
las seis de la tarde.
Las cinco de la tarde era, cuando Juan pensaba de
este modo, mientras conversaba abiertamente con
sus amigos y esperaba el momento de la salida de
Mr. Ñemerson del parque.
Minuto a minuto, el doctor observaba su reloj, y a
la vez, el más mínimo movimiento de Mr.
Ñemerson.
Cinco y cincuenta y cinco marcaba su reloj
cuando aquel encendió su cigarrillo. Dos o tres
bocanadas de humo fueron expelidas de su boca con
profusión, y una colilla de cigarrillo que ya llegaba a
su fin fue botada. El sonido de la sirena indicando
las seis de la tarde terminaba, y su salida del parque
se hizo inminente.
Esta vez, el doctor decidió adelantarse y tomó la
calle Dr. Alejo Martínez, para llegar en menos
tiempo al lugar donde siempre Mr. Ñemerson se le
perdía. Esperó del lado Este de la iglesia; Raudo
siempre lo hacía por el lado norte. De este modo le
era imposible notar su presencia.
Bajó las escalinatas del muro de contención. La
noche había caído más temprano esta vez y Mr.
Ñemerson, después de realizar todo su ceremonial
frente al portal de la iglesia, se dirigió al manglar,
sin imaginar siquiera lo que estaba por suceder.
Inmerso en el follaje, solo escuchaba el zumbido de
los fecundos dípteros que se reproducen por
millones, y que antaño hicieran de esta localidad,
merecedora del no mal llamado mosquitisol. Fue
precisamente en esos alrededores donde nació esta
ciudad, en 1822.
Como siempre, un apagón dominaba el sector, y la
obscuridad era absoluta. Solo el centellear de las
luciérnagas se distinguía, al reflejarse en el agua del
rio. Situación que aprovechaba Mr. Ñemerson para
desaparecer por el lugar. Por lo mismo, no pudo ver
la negra silueta que se ocultaba detrás de unos viejos
pilotes de madera que sobresalían del agua,
pertenecientes a un embarcadero de una antigua
marina que allí existió desde la fundación del
pueblo, y que ahora de ella, solo quedaban esos
podridos recuerdos.
Metido en el rio, con el agua hasta la cintura, el
doctor lo vio bajar las escalinatas, introducirse en el
manglar, y levantar un montículo de raíces que
cubrían una discreta entrada, mientras miraba en
todas direcciones, antes de penetrarla.
Inmediatamente, se cerraba detrás de él.
29
El doctor esperó un tiempo prudente antes de salir
de su escondite, y se acercó a la entrada. Descubrió
la portezuela que daba acceso a aquel lugar
desconocido para él, y con temor se dispuso a
penetrarlo. Su interior estaba iluminado. Las
lámparas aun encendidas dejaban ver claramente
todo el entorno. Juan avanzaba sin dificultad,
aunque el agua llegaba hasta sus rodillas.
Había avanzado unos cincuenta metros, cuando de
repente se detuvo y se dijo: ¡que estoy haciendo!
Sería una gran estupidez de mi parte seguir, tal vez
encontrarme con él y enfrentarlo. Debo esperar el
momento propicio, esperar la soledad del lugar y
escudriñarlo sin temor a su presencia.
Dio la vuelta, y salió de allí violentamente,
tomando de nuevo la avenida.
No podía soportar la carga que representaba para
el este acontecimiento, y se dirigió directamente
donde el Choris. ¿Quién más apropiado que su
compañero de aventura para hacerlo?
¡Choris, Choris!―gritó jadeando de cansancio―
Había hecho todo el trayecto corriendo, desesperado
por dar la noticia.
― ¿Sabes? ―Le dijo― mientras acercaba la silla
para sentarse.
―! Y vuelves con que si se! ¿Cómo diablos voy a
saber si no me lo dices? ―maldijo―, moviendo su
desdentada mandíbula.
―Escúchame bien… y comenzó a contarle los
pormenores de prima noche.
El Choris no podía creer lo que escuchaban sus
oídos. ¿Estás diciendo la verdad Juan? Mira que eso
es algo bien serio, y tú no deberías estar inventando
cosas así.
―Te digo que es cierto, no tengo porque mentirte.
―Supongamos que es así, ¿Qué hará Ñemerson allí?
Nunca me ha contado nada al respecto. Y es
sumamente extraño.
―De lo que se, es que algo oculta en ese lugar y
pronto lo vamos a saber.
― ¿Que pretendes Juan?
―Nada más simple que penetrar y descubrir la
verdad.
― ¿A qué te refieres?
― ¡Ya sabes! El dinero, su locura….
― Seria peligroso que te encuentre allí dentro.
― ¿Y para que estas tu?
― ¿Que quieres decir? ¿En que entro yo en todo
esto?
30
―Me he dado cuenta que él no deja el parque los
Domingos, y creo que es el mejor día para acceder al
lugar.
―Bueno, pero insisto. ¿Cómo te podre ayudar?
― ¿Para qué crees que se inventó aquel aparato que
tienes en el rincón? Juan se refería al antiguo y
funcional teléfono que el Choris conservaba en
perfectas condiciones, desde aquellos funestos días
de la tiranía.
Sé que puedes verlo desde aquí mismo parado en
su esquina. Si en algún momento sale en dirección a
donde ya sabemos, solo tienes que hacerme una
llamada y estaré alerta.
―Entiendo perfectamente. ¿Para cuándo tienes
precisado tomar acción?
―Este mismo Domingo será. Aprovecharé el buen
tiempo de esta semana. Meteorología no ha
pronosticado perturbaciones para los próximos días.
― ¿No temes a nada, Juan?
― No le des importancia. Si haces todo bien, nada
hay que temer.
Capítulo VIII
Como se había previsto, el doctor hizo los
preparativos para el domingo 28 de marzo. Se
levantó más temprano que de costumbre. Eran las
seis cuando puso pies en suelo, para cruzar donde el
Choris, sin afectarle esta vez las malas noticias que
siempre lo recluían.
Aunque sabía que a esa hora su amigo estaría
completamente dormido, poco le importaba. Quería
aprovechar el mayor tiempo de ese maravilloso día.
No había aclarado aun, pero se esperaba una mañana
resplandeciente, sin nubes en el cielo.
― ¡Timacle! ―Llamó en par de ocasiones, gritando
fuerte a su puerta.―
― ¿Qué pasa doctor? ¡No tienes que gritar, estoy
bien despierto! No he podido pegar un ojo,
pensando en esa barrabasada que harás hoy, y estoy
sumamente preocupado. Temo además, que
Ñemerson sepa que yo estoy metido en todo esto.
―Ya te he dicho que de nada tienes que
preocuparte. De nada se enterará, te lo prometo.
Bueno, ya es tiempo de salir. Miró su reloj y
marcaba las nueve de la mañana. Tiempo en el cual
ya Mr. Ñemerson estaría parado en su esquina, y el
doctor emprendería su destino.
31
Salió en dirección al parque, deteniéndose por
unos minutos en su esquina, con la intención de ser
visto por Mr. Ñemerson, para no levantar ni la más
ligera sospecha sobre lo que pretendía hacer.
Al cabo de un rato, el doctor abandonó el lugar,
tomando la avenida Independencia a pasos
acelerados, seguido de reojo por la mirada de
nuestro personaje, que ni siquiera se imaginaba lo
que se gestaba.
Media hora después, el Choris recibía la llamada
del doctor, para informar de su arribo al lugar, y
asegurarse de que todo continuaba en orden en el
parque.
Confirmado aquello, avanzó hasta las escalinatas y
bajó hasta la orilla del rio. El lugar estaba con poco
agua. Algunos charcos llenos aquí y allá aparecían,
dejando ver las enmarañadas raíces de los frondosos
manglares, emerger. Por ellas se trasladaría, para
hacer su caminata más fácil.
En el trayecto, observó un embarcación, que no
podía ser más que una yola, atada a los pilotes del
viejo embarcadero, pintada toda de negro y con un
nombre escrito en blanco en su proa; The Black Star.
Había pasado desapercibida, la noche de su
incursión. No dándole importancia, continúo hacia la
discreta entrada en el manglar. Haló la portezuela y
penetró a través de ella al corredor que días antes no
había podido reconocer.
Esta vez, todo estaba a oscuras, pero Juan activó el
interruptor, iluminando el espacio. Continuó
avanzando, y aunque suponía que el Choris avisaría
ante cualquier imprevisto, su respiración era pesada.
Quizás infundida por el temor de ser descubierto in
fraganti. Al cabo de diez minutos, había recorrido
los doscientos metros del pasadizo.
Fue interrumpido por la pesada puerta. La que
trató de abrir sin conseguir su propósito. Después de
varios intentos y sudando a profusión, tal vez por la
desesperación, más que por el esfuerzo, logró abrirla
y pasar al nivel antes descrito.
Encendió las luces, para ver mejor lo que había
percibido en penumbras. Sus ojos se abrieron
desmesuradamente, mientras recorría con la vista
todos los puntos de ese lugar tan singular.
A medida que escrutaba, iba maravillándose mas y
mas, sin poder creer lo que veía. Acariciaba las
paredes, los cuadros, todo, como si quisiera hacerlos
suyos.
Así fue revisando todo, hasta llegar al atestado
escritorio. Se sentó en el pequeño espacio que
32
dejaba todo aquel conglomerado de cosas, y
comenzó a hurgarlo todo.
Abrió las gavetas, una por una. Aquí, fundas de
raíces. Allá, algunas botellas con penetrantes olores.
En el compartimiento superior, encontró el bosquejo
de una capsula, que al ser ingerida, se inflaría,
permaneciendo por espacio de ocho horas, hasta ser
desintegrada por los jugos gástricos. Esto permitiría
la distención de la cámara gástrica, provocando
anorexia ocupacional, evitando así la cirugía
bariatrica en personas obesas. Tomó el documento y
lo puso en uno de sus bolsillos. Sabía de la
importancia del hallazgo del cual podría lucrarse
postquam.
¡Pero qué sorpresa! Al abrir la gaveta principal,
descubrió una caja de madera en su interior. Se
dispuso abrirla trémulo. No sabía que encontraría
allí, pero si sabía que se trataba de algo importante,
para estar cerrada con llave. Mientras lo hacía, so
glotis se cerró por el desasosiego, impidiendo el
paso de la saliva a través de ella, mientras miraba a
su alrededor con cierta zozobra.
Al fin consiguió abrirla. Sus ojos desorbitados casi
brotaban. No podía creer lo que ellos veían; varios
fajos de billetes de diferentes denominaciones la
atestaban.
Desvió la mirada rápidamente a un lado de la caja,
al ver algo que llamó sobremanera su atención. Era
el cheque de banco que le había dejado días atrás, y
que obviamente no había cambiado, como le había
dicho su amigo el gerente.
Es necesario que siga investigando, tal vez no
tenga otra oportunidad como esta, y debo saber que
más oculta Mr. Ñemerson en este lugar.
Había dado, por suerte, dos golpes en vez de uno.
Pero la angustia lo seguía asaltando y decidió llamar
a su amigo, para saber si todo seguía igual por los
alrededores del parque.
El teléfono del Choris sonó, y un terror lo asaltó. ―
¿Si, quien habla?
―Soy yo, Choris, no te alarmes. Estaba algo
intranquilo, y quería saber que todo marchara bien.
―Ah, me tranquilizas, estoy desesperado. ¿Cuándo
volverás?
―Pronto, y prepárate a conocer nuevas noticias que
se, te agradaran.
― ¿Qué cosas?
―No te desesperes, tan pronto salga de aquí te diré.
33
Ahora tenía que abandonar rápidamente el lugar.
Salir sin dejar la más mínima huella de su
intromisión, era su tarea, y se dispuso a arreglar todo
lo mejor que pudo, ya que si podía ocultar quien
había profanado ese sacro lugar, no podía ocultar el
hurto.
Capítulo IX
Eran cerca de las doce del mediodía, cuando Juan
llegó a la esquina Independencia con Rafael
Deligne. Desde allí, pudo observar a Raudo de
espalda, que aun permanecía de pies y erguido,
reverenciando y saliendo, al sonar la sirena de las
doce. Cosa inusual en Domingo, como sabemos.
Algo lo mortificaba, para que decidiera abandonar
su esquina, ese día.
Al verlo salir, Juan se adelantó por la calle 27 de
Febrero, para poder así, estar en su casa a la llegada
de aquel. Cinco minutos después, Raudo llegaba a
casa del Choris, y el doctor observaba desde su casa,
su arribo.
― Hola Choris, ―saludó secamente raudo.―
― ¡Hola camarada! ―Le respondió con cierto
asombro.― Nunca antes, desde que perdiera la
razón, lo había llamado de ese modo. ¡ s degradado,
camarada! ¿Por qué me has despojado de mi rango?
Si el Choris hubiese conservado su perspicacia,
habría notado la mirada que le dio su amigo. Pero
continuó como si nada pasara.
―Es cierto, ¿Cómo lo habré olvidado? Perdóneme
mi general. ―Se retiró el sombrero y saludó.―
―Por cierto camarada, ¿Qué pasó con el cheque que
le enviaron desde Amploveda? No he sabido nada de
eso. Usted quedó en darme instrucciones después de
cambiarlo.
― ¿El cheque? Ah, sí, me lo cambiaron y lo
deposité en mi cuenta. Esta tarde te traeré algo de
dinero, cuando me den nuevas órdenes. Raudo se
mantenía en bajo perfil.
Desde su casa, Juan observaba todo con una
sardónica sonrisa, que no escapó a la suspicacia de
Raudo, quien en toda su conversación, lo observaba
de reojo, sin siquiera imaginar las razones de aquel
para hacerlo.
―Bueno, Choris, nos vemos más tarde. ―Volvió a
saludarlo sin emoción.―
34
― ¡Muy bien camarada! Pero me has vuelto a
despojar de mi rango.
―Perdóneme de nuevo, mi general, pero he estado
un poco atribulado estos días.
―Sí, sé como son esas cosas. Son muchas
responsabilidades las que le han encomendado.
Raudo tomó sus cosas del clavo, y se dispuso a
salir con dirección a su casa, no sin antes, dirigirle
una fulminante mirada al doctor, que desde la acera
opuesta lo observaba.
Tan pronto Mr. Ñemerson salió, Juan cruzó la
calle sin importar la imprudencia.
― ¿Qué te ha dicho, Choris? Me extraña que haya
salido del parque hoy, y se dirigiera hacia aquí.
―Lo mismo de siempre, aunque lo noto un poco
extraño. Ni siquiera me ha saludado como lo hacía.
Me tiene abrumado. Pero dime tú. ¿Qué cosa tan
importante encontraste allí?
―No debes preocuparte por las actitudes de Mr.
Ñemerson, suelen suceder cambios en esas
personalidades. Ahora agárrate para que no te
caigas. Realmente encontré un millón de pesos.
― ¿Cómo, entonces cambio el cheque?
―Ni te lo creas, la cosa no es tan simple. Encontré
el cheque que le dimos, intacto. Sabrá dios como ha
conseguido tal suma de dinero. Pero lo importante es
que encontré dinero, mucho dinero…
―Entonces cae con lo mío. Sabes que necesito más
que nunca ese dinerito.
―Tranquilo ¿Cómo se que no soltarás la lengua al
respecto, cuando te lo de? Si lo haces estaremos en
graves aprietos.
― ¿Crees que soy tonto? No me conviene hablar. Si
Ñemerson llega a saber que estoy involucrado en
esto, sería el fin de nuestra amistad. En cierto modo
me siento mal, pero no tenia opción.
―Vamos Choris, se que tú no tienes escrúpulos. Y
diciendo esto, ambos fumaron y tomaron café,
mientras Juan le contaba los pormenores de la
mañana.
Al final, el doctor le proporcionó al Choris una
mísera parte del dinero que había ganado por
contubernio. Juan celebraba jubiloso, su precoz
triunfo.
En cambio, el viejo estaba apenado. No había
recibido una retribución satisfactoria por lo que hizo.
Además, su participación en todo eso lo
atormentaba. Al menos, si tuviera que arrepentirse
en cualquier momento, esa suma no lo
comprometería al límite.
35
―El doctor trató de confortarlo, argumentando que
para la próxima ocasión, y si su silencio era
definitivo, la paga seria más lucrativa.
Una hora más tarde, se retiraba, dejando al Choris
sumido en arrepentimientos.
Esa tarde, Raudo pasó a la hora acostumbrada, pero
esta vez no se detuvo. Cosa que extrañó mucho al
Choris. Ya las cosas estaban tomando otro cariz.
No sé qué haría si mi amigo descubre que estoy en
todo esto. Me arrepiento de haber abusado de la
confianza de Ñemerson. Prefiero mi mísera vida y
su verdadera amistad, a este exiguo dinero y la
falacia de Juan. Y mientras miraba aquella maldita
porción que había ganado, y que por odio a la misma
no había podido llevar al bolsillo, ―pensó― tal vez
sería mejor si le digo toda la verdad a Ñemerson.
Así no me sentiría culpable, y volvería a gozar de su
confianza.
Esa tarde, Juan no apareció por el parque como de
costumbre, y Raudo lo notó. Aparentemente para él,
algo no estaba bien, aunque no imaginaba lo que
estaba por acontecer.
Como siempre, meteorología se equivocaba, y
aunque había amanecido con un cielo
completamente despejado, ya empezaban a aparecer
las primeras nubes negras por el norte. La tormenta
Leonel se acercaba y truenos a distancias se
escuchaban.
Eran las cinco de la tarde, cuando Raudo había
consumido la totalidad de varios cigarrillos, y esta
vez no espero ni la señal, ni la hora acostumbrada
para salir. Seguía con la incertidumbre de que algo
que salía de su discernimiento, acontecía. Esta
ausencia inusitada del doctor lo alarmaba más.
A sabiendas de que el único que le mantenía una
estrecha vigilancia sobre sus actividades, no estaba,
se dirigió directamente el refugio, obviando todo
ceremonial.
Bajó violentamente las escalinatas y montó la
pequeña Black Star que se encontraba varada en la
arena. Solo su proa flotaba penosamente en unos dos
pies de agua. La marea baja impedía su movilidad.
Aunque no había empezado a llover en el municipio,
sabía que pronto, por las precipitaciones ocurridas
en las cabeceras de los afluentes el Higuamo la
marea subiría, e iba a necesitar de ese transporte,
dejando al clima para que hiciera su tarea.
Mientras avanzaba hacia el pasadizo, su corazón
latía violentamente. Que agonía, y que torbellino de
cosas pasaban por su mente.
36
Se introdujo a rastras por la portezuela, sin que
nada particular, mostrara indicios de algo anormal
que motivara su extraña sensación. Continuo así
hasta la puerta, introdujo la llave en la cerradura y la
abrió con gran dificultad. Algo sumamente extraño.
Pero sus dudas se concretaron, cuando al pasar al
interior y encender las luces, observó cómo estaba
todo. Sabía cómo dejaba cada cosa con el más
mínimo detalle. Era meticuloso al límite.
Angustiado, se dirigió a revisar la gaveta principal,
encontrándola en una situación diferente. Un grito
de agonía se sintió, que hubiera podido oírse en toda
la cuadra de no haber tenido el hermetismo que lo
caracterizaba.
Aunque había notado la falta del dinero, seguro
que esto era lo menos importante. Su sacrosanto
lugar había sido vulnerado. Ya no sería lo mismo, a
menos que quien lo haya hecho desapareciera.
Debía actuar rápidamente, antes que su más preciado
secreto fuera divulgado. Sabía cómo hacerlo y lo
haría.
Otra cuestión que tenía que remediar, era
asegurarse de si el responsable, era quien imaginaba.
Pero como aprendió lo dicho por Platón de que
“Toda persona tiene pleno conocimiento de la
verdad ultima contenida dentro de su ser, y solo
necesita ser estimulada por reflejos conscientes
para darse cuenta de ella”. Lo sabía.
Capítulo X
Largo tiempo transcurrió, desde que Raudo llegó
al lugar, y el momento en que decidió abandonarlo.
Su abatimiento le impedía hacerlo. Ya no podía
razonar siquiera.
Decidió tomar entonces una decisión radical.
Tenía que resolverlo esa misma noche, a toda costa.
Violentamente, abandonó el lugar al filo de las
doce de la noche, dirigiéndose directamente donde
su amigo. Quería enfrentarlo y definitivamente
confirmar lo que por su mente estaba atravesando.
Sabía que algo ocurría, el día que se había mostrado
gélido con él, pero calló por no hacerlo sentir mal.
Pero esta vez, tendría que hablar más que siempre o
callar como nunca…
A las doce y treinta, un fuerte retumbo amenazó la
paz de la noche, y un sobresalto atacó la duermevela
37
del Choris, en la que siempre se encontraba. No era
frecuente visita alguna a esas horas.
¿Quién es que está tocando? ¿Será mi negra
Yuyunga, ―imaginaba― que se ha condolido
conmigo, y ha venido a procurar el dinerito que le
mandé a decir que pasara a recoger?
A prima noche habían comenzado las aguas, y a
esas horas continuaban cayendo fuertes aguaceros,
acompañadas de truenos y relámpagos. Todo estaba
a oscuras. El apagón persistía, y ráfagas de vientos
golpeaban las planchas de zinc, que lastimosamente
resonaban en la parte lateral de la vieja casucha.
El viejo se acercó a la puerta, no sin antes
preguntar de quien se trataba, y al recibir respuesta,
ya sabía de antemano, como hombre que sabe más
por viejo que por diablo, que algo grande se iba a
desencadenar. Abrió en su inusual vestimenta de
noche, sin siquiera darse cuenta. Esa visita no podía
ser fortuita.
Sin pérdida de tiempo, el Choris lo mandó entrar,
poniéndose un taparrabos que tenia colgado en la
silla, mientras le preguntaba; ¡Caramba camarada!,
¿Que lo trae por aquí a esta hora y con este
temporal? Mientras se oía el crujir de su vieja
prótesis dentaria.
Raudo no contestó. Mientras volteaba su vista
hacia la casa de enfrente, para asegurarse de que
Juan no estuviera observando esta vez.
Iré directo al grano, Choris, ―dijo, con voz ronca
de rabia.―
―Aquel se estremeció.
No sé que se traen tu y el doctor, pero presiento
que ustedes están envueltos en algo que hoy me ha
afectado sobremanera. Venero tu amistad, ya lo
sabes, y he compartido casi la totalidad de mi vida
contigo; te he querido como a un padre, aun a
sabiendas de tu terrible defecto. Pero ahora, tengo
que tomar una decisión, y si eso tiene que afectarte,
no dudaré en tomar medidas drásticas.
Ante tal acoso, y oyéndolo hablar de tal manera, el
Choris volvió a estremecerse, y un frio como de
muerte, abrazo todo su cuerpo, cayendo
pesadamente de rodillas ante él. Entre amargos
llantos, habló. Te diré todo lo que ha pasado, pero
por favor, dime que me perdonarás. Es mi
desesperación, lo que me ha llevado a cometer este
acto tan indigno. Sé que tú creerás que miento, que
no estoy arrepentido. Pero es así, y te lo demostraré
haciendo lo que tú me ordenes.
38
Raudo lo miraba sin rencor. No cabía en su
corazón ese sentimiento, contra aquel a quien tanto
apreciaba.
―Solo quiero que me confieses, que me digas,
quien ha profanado mi sacro lugar. Dime si fue el
doctor quien lo hizo.
El Choris no tuvo más alternativa que sincerarse
con su amigo, ese con quien compartía
desinteresadamente. Ese, a quien en los momentos
amargos, sabia dar conformidad a esa mente
atribulada por la soledad; y ambos estaban en la
misma situación.
He querido, desde el principio decirte toda la
verdad, pero no he tenido el valor. Ya soy un viejo
cobarde, lo sabes.
Sin poder levantar la mirada y su mentón pegado
al pecho, confesó. Si, así fue. El doctor me
convenció de todo, para que le ayudara en su
perverso plan, al que no pude negarme por
ignorancia y necesidad. Mi mente estaba nublada
por tanta miseria. No sabía lo que hacía.
― ¿Que perseguía con lo del cheque falso?
―Eso lo hizo con el fin de saber definitivamente, si
estabas loco, o estabas fingiendo. Siempre ha
dudado, y créeme que hasta para mi es una sorpresa
escucharte hablar en estos términos. Nunca lo habría
imaginado, pero, ¿Por qué lo has hecho, Ñemerson?
―Lo sabrás algún día. Ya ves que no estoy loco
como todos piensan, pero preferiría permanecer
como tal. No quiero que mi verdad se haga evidente.
Prefiero permanecer bajo este manto de locura en el
que hasta ahora me he envuelto.
¿Aun puedo contar contigo? Mientras le
preguntaba, continuaba mirándolo con cierta lastima
e incredulidad a la vez. Pero tenía que arriesgarse.
De no ser así, tendría que sacrificar a su amigo
también.
― ¡Lo haré, lo haré! Seré como una tumba. Nada
saldrá de esta maldita boca, que pronto estará llena
de gusanos. ¡Que se pudra mi lengua si llego a decir
una sola palabra!
―Es lo menos que puedes hacer, Choris. Pero
vayamos por parte. Primero: quiero recuperar mi
dinero, que aunque sé que está incompleto…esta vez
lo miró con lastima. Era tanto su afecto hacia él, que
había olvidado la vil acción, perdonándolo aunque
no lo dijera. Él siempre argumentaba; “El hombre
generoso siempre perdona, cuando la desgracia de
su adversario es mayor que su odio.”(19). Solo
espero que la otra parte no se haya esfumado.
39
―Un profundo suspiro se escapó de su pecho.―
Segundo: quiero la integridad de mi refugio como
antes, y para lograr ese objetivo tendré que utilizarte.
A propósito. ¿Sabes si lo ha comentado con
alguien?
― Se que no lo ha hecho, no le convendría.
Pretende seguir dando golpes hasta el final y
apoderarse de todo.
― ¿Sí? El golpe final lo recibirá él, ya lo verás.
El Choris quedó estupefacto, nunca antes lo había
escuchado hablar con tanta rabia.
Raudo continuó diciéndole lo que pretendía, para
hacer caer al doctor en su trampa, y para eso, él no
debía saber lo ocurrido ahí esa noche.
Mañana a medio día, le harás saber que he pasado
por aquí bien temprano, y le informarás que otra
partida de dinero me llegará esta misma semana.
Sabe que no he cambiado el cheque y pensará que
conseguiré otra cantidad de algún lugar como la vez
anterior. Esta vez yo seguiré su juego. No sabe que
siempre tuve conocimiento de sus actividades,
modificando mis acciones para confundirlo. Me cree
un loco ignorante. Recuerda que no debes darle el
menor indicio de nada. Después de todo, podré
perdonarte.
―Es lo que más ansió. Aunque pierda todo lo que
he ganado, tu amistad vale mucho más que el mayor
tesoro del mundo. Y dos amargas lágrimas rodaron
por sus arrugadas mejillas.
―! Ya veremos mañana Choris! Se dispuso a salir,
ajustando su sombrero al límite para cubrir su cara.
Esta vez aseguró su pesada carga, ya no para
sostener su pantalón. También entendía la mala hora
en que andaba y debía protegerse a toda costa.
Inició su marcha en dirección a su casa, obviando
el cabaret de Fela, seguido por la mirada preocupada
de su amigo, quien lo veía perderse en esa boca de
lobo.
Capitulo XI
El día amaneció lóbrego, ni un rayo de luz
traspasaba las gruesas nubes grises que cubrían todo
el territorio. Los ventarrones permanecían aun, y la
lluvia seguía cayendo abundantemente desde la
madrugada, cubriendo como siempre, todos los
alrededores del parque.
El Choris se había levantado más temprano que de
costumbre, o más bien, no había pegado un ojo en
40
toda la noche. ¿Cómo habría podido conciliar el
sueño, después de aquella inesperada visita?
Tan pronto el día se hizo algo visible, se dispuso a
ejecutar las recomendaciones de Raudo.
Arremangó sus pantalones hasta las rodillas y
cruzó la calle inundada, hasta la casa del Juan.
Aunque ya eran las diez, el doctor dormía aun. La
frescura del rocío de lluvia que penetraba por su
ventana lo sumía en un letargo del que no podía
escapar.
¡Juan, Juan!―Llamó el Choris, tiritando de frio,
mientras golpeaba vigorosamente la puerta.
― ¿Timacle, eres tú? ―Preguntó sorprendido,
mientras se paraba de su lecho.―
― ¡Claro que si, abre rápidamente la puerta! Es que
me estoy mojando y esta fuerte brisa puede
arrastrarme. Sentía temor. Los vientos alcanzaban
casi unos setenta kilómetros por hora, convirtiéndola
en una tormenta tropical, arrancando a su paso,
algunos árboles de sus cimientos.
Por su cuerpo, chorreaba gran cantidad de agua y su
ropa empapada lo enfriaba aun más.
Juan abrió la puerta, y una ráfaga de viento la
empujó violentamente junto con el Choris, hacia el
interior de la casa. Allí todo estaba anegado al igual
que afuera, pero el doctor ya conocía sobre estos
fenómenos, y había dispuesto los ajuares de manera
que no fueran alcanzados por las aguas crecidas.
Tomó un par de sillas introducidas hasta la mitad,
mientras preparaba un aromático café,
imprescindible en ese momento.
¿Qué pasa Choris, que has cruzado tan temprano,
en estas condiciones? Tiene que ser algo muy
importante, para que vengas así. ¿Te sientes mal?
― No…bueno, en realidad, es que tengo que decirte
algo sumamente importante.
Ñemerson pasó temprano hoy, y….―comenzó a
detallarle los pormenores que su amigo le había
encargado.―
Juan escuchaba atentamente, sin pronunciar esta
vez, una sola palabra. Solo sus ojos iban y venían de
un lado a otro rápidamente, como en convulsión.
― ¿Estás seguro de todo eso, timacle? Buena
manera de hacer dinero. Pero dime, ¿No ha notado
nada de lo ocurrido en su escondite?
―No, para nada. De ser así, no habría vuelto a pasar
por aquí, ¿no lo crees?
―Confío en que cuando le manden... o no sé cómo
consigue el dinero, pueda acertarle un nuevo golpe.
41
Después de todo, nada va a hacer con tanto dinero.
En cambio, yo si lo necesito.
― ¿Y dónde me dejas a mi? Recuerda que esta vez
me prometiste una mayor compensación. Ya no
quiero seguir viviendo en estas condiciones.
Terminada la conversación, cruzó feliz la calle, de
nuevo hacia su casa, sin importarle el temporal que
se manifestaba.
Había cumplido con la primera parte del plan de
Raudo, y sabía perfectamente que Juan lo había
creído todo. Su actuación había sido fantástica.
Ahora, tenía que esperar que el doctor cayera en el
lazo, y completar la segunda parte.
La tormenta continuaba con la misma intensidad,
pero como siempre, nada impedía a Mr. Ñemerson
hacer su trayecto diario.
Juan esperaba ansioso, verlo aparecer de un
momento a otro. No fue defraudado, y a las doce y
cinco minutos, Mr. Ñemerson hizo su aparición en
caza del Choris.
La puerta de su casa estaba abierta completamente,
a propósito y Juan podía distinguir todos los
movimientos de aquellos dos, con atención. Los
observaba gesticular, y abrazarse. Minutos después
Mr. Ñemerson abandonaba la casa. Supuso, que ya
le había dado la buena noticia y se dispuso a cruzar
la calle hasta donde su cómplice.
― ¿Qué te ha dicho, Choris? he visto todo desde
mi casa.
― ¡Calma, calma, no te desesperes! Ñemerson me
ha confirmado que recibió hoy, otro millón de
dólares, y lo va a depositar en su cuenta personal.
Me imagino que ya sabrás dónde está esa cuenta.
―Claro que si, Choris. Mañana será domingo y no
habrá tormenta en el panorama local. Será un día
propicio para consumar nuestro nuevo plan.
Volveremos a hacer, lo que tenemos que hacer.
―Por mi parte, todo está entendido y presto a
cumplir.
―Hasta mañana entonces, Choris. Se retiró a su
casa complacido.
Capitulo XII
Esa mañana del domingo, comenzaron a aparecer
los primeros resplandores por el horizonte de
levante. Las nubes grises habían dado paso a blancos
cumulonimbos. La lluvia y los vientos habían cesado
desde la noche anterior, y las aguas acumuladas se
42
habían despejado de las vías, dejando las calles del
centro del pueblo cubiertas por un aluvión de lodo.
Todo ocurría como un dejá vu (20) del cual Juan
habría querido olvidar.
Eran las ocho de la mañana, cuando Raudo pasó
por donde su amigo, haciendo una parada inusitada.
Juan lo observaba a través de las rejillas de su
puerta.
Momentos después, lo vio salir y dirigirse a su
estancia diurna.
Ya dispuesto en su esquina, Raudo observaba
todos los movimientos del doctor desde que dejó la
casa del Choris. Sabía a dónde se dirigiría y aun así
permaneció impasible. Colocó sus manos en los
bolsillos traseros, mirando a su lugar acostumbrado,
como si nada estuviera ocurriendo. Su plan
empezaba a dar frutos.
Juan continuaba su proyecto con resolución,
confiado en que en cualquier momento seria
advertido. Recorrió todo el trayecto que ya
conocemos y montó la pequeña yola dispuesta a su
antojo. Torpemente maniobrada, fue dirigiéndola a
la entrada del pasaje, ahora cubierta completamente
por las aguas. Todo el manglar lo estaba, por la
crecida, y sus grandes raíces habían desparecido
sumergidas.
Nada encontraba el doctor como referencia, que le
indicara el lugar preciso. No fue sino una hora más
tarde, cuando pudo dar con su paradero.
Desde un discreto lugar, Raudo observaba todos
sus movimientos.
Juan penetró el pequeño espacio, cubierto casi en
su totalidad. Desde el vehículo, encendió las luces,
provista de un cristal hermético para hacerlas
funcional, sumergidas bajo el agua, como en ese
momento ocurría.
La yola casi rasaba el techo, pero a medidas que
iba internándose, el nivel descendía, hasta poder
abandonar el vehículo y continuar a pies.
Había alcanzado unos ciento cincuenta metros del
corredor, cuando un soplo acaricio su cara. De
inmediato comenzó a marearse y perdió el sentido.
Sin poder mantenerse en pies, cayó al agua. Parecía
ser una muerte inminente, si el doctor no se
recuperaba antes que sus pulmones se llenaran de
agua. Nada podía hacer en estas condiciones.
Debió haber pasado bastante tiempo desde lo
ocurrido, pues cuando recobró el sentido, sus ropas
estaban completamente secas.
43
¿Cómo se encuentra, Dr. Fontana? ―Fue lo primero
que escuchó, ― mientras abría desmesuradamente
los ojos, para distinguir a la persona que le hablaba.
Todo giraba a su alrededor, y ni siquiera podía
reconocer el lugar donde se encontraba. Era cuestión
de horas, para que Juan pudiera orientarse en tiempo
y espacio.
¿Quién está ahí? ―preguntó, ―mientras miraba a su
alrededor sin visualizar nada.
―Ahora no estás en condición de reconocer nada.
― ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy?
―Solo has tenido un pequeño desmayo, no te
preocupes por eso. Y saber dónde te encuentras, no
creo que lo necesites. Aunque te lo diga, jamás lo
volverás a reconocer. Solo te diré que no debes
temer por tu vida. De haber querido tomarla, te
habría dejado ahogar.
―Pero…no recuerdo nada. No sé qué me pasa.
Siento mi cerebro tan vacio, como si hubiese sido
blanqueado.
―Son solo síntomas de tu enfermedad.
―Pero no he estado enfermo. ―Insistía Juan.―
El espacio que hasta ese momento estaba en
penumbras, se iluminó de repente, y Juan observó
alarmado, la figura que se presentaba confusa frente
a él, pero que poco a poco fue reconociendo.
―! Mr. Ñemerson! Solo eso pudo decir y volvió a
caer en sopor.
Mientras Raudo lo observaba dormir, se dijo; por
lo pronto sé que mi secreto está guardado. Juan no
podrá divulgarlo mientras esté aquí. No obstante, ya
que no podré retenerlo por siempre, tendré que optar
por hacerle olvidar por completo todo lo ocurrido.
Raudo debía eliminar cualquier posibilidad de que
su refugio pudiera volver a ser violado.
Para lograr su objetivo, debía aplicar otra poca
cantidad de polvo amnésico, que usado
apropiadamente no causa ningún daño.
Fue lo que Juan experimentó, cuando sintió aquel
soplo en su cara, producido por la escopolamina,
(19) ubicada convenientemente en el trayecto del
pasaje. Esta había hecho el efecto deseado por
Raudo y tenía al doctor a su antojo.
Horas más tarde Juan recuperó la consciencia, y
pudo ver claramente a Raudo frente a él.
¿Por qué has tenido que invadir mis dominios? ¿No
te bastaba con creerte superior?
―Solo quería confirmar algo que me atormentaba.
― ¿Y para eso tenias que robarme?
44
― ¿Cómo puedes decir eso? Yo nunca te he robado.
―De mi gaveta ha desaparecido un millón de pesos,
y eres el único que ha reconocido este lugar. Fuiste
diestro en encontrarlo, pero ahora debes pagar las
consecuencias.
― ¿Cómo lo supiste? ¿No sería…?
― ¿El Choris? Supuse que lo culparías, pero no, lo
deduje por tus acciones. El simplemente confirmó
lo que yo ya sabía.
Siempre te creíste superior a mí, pero ya ves como te
has equivocado.
Sobre los papeles que robaste, nada podrías hacer
con ellos, solo yo sé cómo obtener los resultados.
No soy tan tonto como para dejarlo todo por escrito.
―No he tratado de hacer nada con ellos. Solo me
intrigó y los tomé para estudiarlos.
Raudo aproximo una silla cerca del lecho donde
estaba acostado el doctor y parcamente le dijo: Estás
en tu derecho de hacer contigo lo que te plazca, pero
no tienes porque lastimar a nadie más. Por personas
como tú, es que me he encubierto en esta coraza.
Cubrirme con este armazón amorfo que solo yo
reconozco.
Por mi cuerpo ya no recorre sangre, solo veneno
que se ha ido potenciando hasta hacerme
inexpugnable, inmune. Veneno que por las maldades
de este mundo, me mata y me da vida cada día más,
acumulándose de manera tal que ya no cabe en mi
cuerpo. Por tanto, debo dejarlo salir de algún modo,
no sé cómo, pero debo hacerlo o definitivamente me
matará. Veo y siento a las personas a mí alrededor,
querer apoderarse de mí, de mi vida misma. Antes,
todo era inocuo, practicaba la filantropía, ¿Y que he
recibido a cambio? ¡Traición! Solo traición, de
todos; padres, hermanos, hijos, mujeres, amigos. De
todos, he recibido una dosis de alevosía de algún
modo. ¿En quién se puede ya confía? En mí y solo
en mí. Yo no me puedo traicionar. Todo lo que he
querido hacer por bien, se me devuelve con mal,
entonces; ¿Para qué vivir en un mundo de mentiras
con gentes de mentiras? Por eso he preferido
aislarme, vivir solo conmigo mismo. Me aislaría
cada vez más de ser posible. ¿Para qué ser de otro
modo, si nunca encuentras reciprocidad? Sé que
todos me creen loco, y la verdad es que ya no sé si lo
soy realmente. Es tan estrecha la brecha entre la
cordura y la locura, que estar en medio de ambas me
hace dudar. Siento oprimido mi pecho y me
constriñe el alma. Ya no sé si es corazón lo que
poseo, y de estar ahí, estará falto de contenido. Otras
45
veces siento estar muerto, o de querer vivir solo en
el mundo, aun a sabiendas que es imposible. La
única forma de hacerlo, es que mi mente se aleje de
mi cuerpo, y no estoy en esa situación aunque así se
crea. Definitivamente tendré que aprender a vivir de
este modo, si no encuentro la manera de despojarme
de esa poción fatal.
Juan lo escuchaba anonadado. Ni siquiera
imaginaba que esa persona a la que consideraba
baladí, pudiera expresarse de ese modo.
― ¿Por qué me confiesa todo eso, Mr. Ñemerson?
―Te he dicho que ya nada me importa y debo sacar
todo lo que me ahoga. Tú no me preocupas. Al
final, ni siquiera recordaras todo lo que te he dicho.
Juan tembló esta vez, al escuchar esas palabras, y
un gélido ardor acribilló sus huesos.
Raudo se paró del lugar que ocupaba, y se aproximó
más a Juan, que aun estaba bajo los últimos efectos
de la escopolamina. Aun continuaba consciente,
pero inmóvil.
― ¿Qué me pasa, Mr. Ñemerson, que no puedo
moverme?
―Es el efecto de los medicamentos que te he
aplicado. Ya se pasará poco a poco. Es la
tubocuranina (21) un derivado de la succinilcolina.
Como sabes, cuando se administran dosis adecuadas
por vía intravenosa, los efectos son rápidos y se
observa una debilidad motora progresiva y parálisis
muscular. No todos los músculos se afectan con la
misma rapidez. Los primeros en paralizarse son los
extrínsecos oculares y faciales. Por eso no
distinguías bien. Después, la musculatura de las
extremidades, del cuello y del tronco. Finalmente se
paralizan los músculos intercostales y el diafragma,
lo que conduce a la apnea. La recuperación sigue un
orden inverso.
Al final Juan le dijo; me sorprenden sobremanera tus
conocimientos médicos.
―He hecho estudio autodidactas en este retiro.
Siempre me ha gustado la medicina.
Ves como tú, pretendiendo conocerme no
conseguiste resultados. En cambio, yo he sabido
conocerte a ti y mira como han salido las cosas.
―Por favor quítame esta inmovilidad que me afecta.
Solo puedo hablar y escuchar.
Raudo tomó una jeringuilla cargada con atropina,
y la vació en una solución estéril, que fue
administrando lentamente en el cuerpo del doctor, a
través de las venas. Poco a poco, comenzó a sentir
que todos sus músculos iban tomando consistencia.
46
―Ya has recuperado tu movilidad, aunque sigues
atado por seguridad. Ahora deberás decirme algo
importante. Quiero saber que ha sido de mi dinero.
Necesito recuperarlo. Es el fruto de los ahorros de
toda una vida de trabajo y no puedo perderlo por un
capricho tuyo.
―Si me prometes no tomar represalias conmigo, te
lo diré.
―No creo que estés en condición de exigir.
―Bien, te lo diré. ―dijo atemorizado― pensando
en volver a estar en la condición anterior.
―Busca en mi habitación, dentro del armario.
Encontrarás una pequeña caja fuerte. Te diré la
combinación. Allí está el dinero, junto a unos
ahorros míos que serán tuyos si me liberas.
―Los tuyos no me interesan. Allí estarán para
cuando los necesites. Solo tomaré lo que me queda
del millón de pesos.
―Tengo las llaves en mi pantalón. Tómalas.
―Ya las he encontrado. Pero no he querido invadir
tu privacidad como tú has invadido la mía. Veo
cuan egoísta eres. Pretendías utilizar los míos a tu
antojo sin importarte en lo más mínimo mis
sentimientos.
―Perdón Mr. Ñemerson, perdón. ―era todo lo que
atendía a decir Juan, al ver que todo se le escapaba
de las manos.
― ¿Perdón? ¿Sabes lo que representa esa palabra
en este momento? Significaría mi perdición total. Sé
cómo eres y necesito hacer justicia, y la justicia no
consiste solamente en el perdón.
― ¿Y qué harás conmigo, me matarás entonces?
―No soy capaz de tal cosa. Mis principios, aunque
no son totalmente religiosos me lo impiden. Además
no he nacido con el gen criminal. Pero lo que si se,
es que cuando dejes este lugar, ya no podrás jamás
siquiera, pensar.
―Juan se volvió a estremecer.
―Ya veré que hacer. ―Cortó Raudo.―
Capitulo XIII
Los días transcurrieron inevitablemente, y los
diarios del país, encabezaban las noticias sobre la
misteriosa desaparición del doctor Juan Fontana.
Mientras en el parque, el tema obligado era este,
Raudo seguía asistiendo de manera habitual a su
esquina.
47
Corría el mes de Julio en sus postrimerías, cuando
ambos amigos, sentados en la sala de la casa del
Choris, conversaban al respecto.
― ¿Qué piensas hacer con el doctor, Ñemerson?
¿No crees que sea ya suficiente escarmiento para él,
y que pondrá fin a sus acciones?
―Como si no lo conocieras. Sabes que es
persistente y no pararía hasta el fin.
―Lo sé. Ah, a propósito. Ya ni se menciona la
noticia de su desaparición. Nadie podría imaginar
que tu estas detrás de todo esto. Por eso te pido que
consideres liberarlo.
―Como todo lo que sucede en este país. La gente
olvida muy fácil los hechos. Por eso se deja al
tiempo la justicia; él decide. Pero…. Shhh. Ni lo
menciones. ―interrumpió Raudo― Recuerda que
las paredes oyen y lo menos que querría yo, es
verme envuelto en asuntos policiales o de
manicomio. Mientras decía esto, veía a través de la
cortina de la habitación, una negra silueta, mostrarse
caminando sin la más ligera indumentaria.
Ella no había notado la presencia del visitante.
Aunque de ser así poco le importaría. Era la negra
Yuyunga, quien desde la noche anterior había
pernoctado allí.
―Veo que después de todo no te ha ido tan mal
Choris.
El amante apretó las encías y dejó ver una marcada
sonrisa de satisfacción.
― ¡Que vaaa, Ñemerson! Tú sabes que esas son
cositas pasajeras, y mañana cuando se me acaben los
chelitos, no volverás a verla por aquí.
―Pues de ser así, yo me encargaré de que esos
momentos sean perdurables. No te preocupes.
―Sí, sabes que tengo que aprovechar al máximo
estos escasos momentos que me ofrece la vida en
mis finales. Y comenzó a entonar una famosa pieza
musical de Simón Díaz, que siempre lo inspiraba en
momentos como esos. Caballo viejo no puede
perder la flor que le dan, porque después de esta
vida no hay otra oportunidad.
―No te lo critico, Choris, pero debes reconocer que
es una mujer traidora, y hay que tener cuidado con
lo que se hable aquí. No quiero imprevistos.
―No te preocupes, que de aquí no saldrá el más
ligero rumor.
―Bueno, eso espero. Volviendo al tema del doctor,
tal vez lo libere más pronto de lo que pensaba. Pero
antes debo estar plenamente seguro de que lo que
pienso hacer me dará el resultado esperado y sin
El enigmático personaje del parque Duarte
El enigmático personaje del parque Duarte
El enigmático personaje del parque Duarte
El enigmático personaje del parque Duarte
El enigmático personaje del parque Duarte
El enigmático personaje del parque Duarte
El enigmático personaje del parque Duarte
El enigmático personaje del parque Duarte

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Dinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistas
Dinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistasDinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistas
Dinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistasEloy Libertad
 
Larra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbresLarra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbresalemagnoes
 
A vuelo de neblí aligero docxvii
A vuelo de neblí aligero docxviiA vuelo de neblí aligero docxvii
A vuelo de neblí aligero docxviiCarlos Herrera Rozo
 
Un hombre muerto a puntapies
Un hombre muerto a puntapiesUn hombre muerto a puntapies
Un hombre muerto a puntapiesmirylog
 
En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...
En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...
En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...Isla de Tenerife Vívela
 
Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313
Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313
Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313Rodrigo Diaz
 
Barcos por el Seine [short fiction]
Barcos por el Seine [short fiction]Barcos por el Seine [short fiction]
Barcos por el Seine [short fiction]azuremorn
 

La actualidad más candente (18)

Dinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistas
Dinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistasDinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistas
Dinamita cerebral-coleccion-de-cuentos-anarquistas
 
Larra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbresLarra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbres
 
La Capa, de Robert Bloch.
La Capa, de Robert Bloch.La Capa, de Robert Bloch.
La Capa, de Robert Bloch.
 
Michelet
MicheletMichelet
Michelet
 
A vuelo de neblí aligero docxvii
A vuelo de neblí aligero docxviiA vuelo de neblí aligero docxvii
A vuelo de neblí aligero docxvii
 
Avdeneblíxviicoc
AvdeneblíxviicocAvdeneblíxviicoc
Avdeneblíxviicoc
 
Charlotte Corday
Charlotte CordayCharlotte Corday
Charlotte Corday
 
El capitan veneno
El capitan venenoEl capitan veneno
El capitan veneno
 
32 37 la hora del crepusculo vargas vila www.gftaognosticaespiritual.org
32 37 la hora del crepusculo vargas vila www.gftaognosticaespiritual.org32 37 la hora del crepusculo vargas vila www.gftaognosticaespiritual.org
32 37 la hora del crepusculo vargas vila www.gftaognosticaespiritual.org
 
Un hombre muerto a puntapies
Un hombre muerto a puntapiesUn hombre muerto a puntapies
Un hombre muerto a puntapies
 
En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...
En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...
En tenerife, una poetisa, victorina bridoux y mazzini, (1835 1862) (edición s...
 
Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313
Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313
Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI, pp. 295.313
 
Estiloqueneau
EstiloqueneauEstiloqueneau
Estiloqueneau
 
4. palabras liminares
4.  palabras liminares4.  palabras liminares
4. palabras liminares
 
DOCENTE
DOCENTEDOCENTE
DOCENTE
 
Gpl power point ejemplo
Gpl power point ejemploGpl power point ejemplo
Gpl power point ejemplo
 
Barcos por el Seine [short fiction]
Barcos por el Seine [short fiction]Barcos por el Seine [short fiction]
Barcos por el Seine [short fiction]
 
Una larga cola de acero fpmr
Una larga cola de acero fpmrUna larga cola de acero fpmr
Una larga cola de acero fpmr
 

Destacado

Asesoria para el uso de las tic en la formacion
Asesoria para el uso de las tic en la formacionAsesoria para el uso de las tic en la formacion
Asesoria para el uso de las tic en la formacionmariela alvarez
 
Octubre 2005 satisfaccion del cliente
Octubre 2005   satisfaccion del clienteOctubre 2005   satisfaccion del cliente
Octubre 2005 satisfaccion del clienteAndreaCAG
 
Prelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forense
Prelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forensePrelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forense
Prelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forenseJuan Agustin Cuadra Soto
 
Capítulo 10: Análisis de manchas de sangre
Capítulo 10: Análisis de manchas de sangreCapítulo 10: Análisis de manchas de sangre
Capítulo 10: Análisis de manchas de sangreadn estela martin
 
Toxicología forense 2012
Toxicología forense 2012Toxicología forense 2012
Toxicología forense 2012Adi Poztl
 

Destacado (6)

Asesoria para el uso de las tic en la formacion
Asesoria para el uso de las tic en la formacionAsesoria para el uso de las tic en la formacion
Asesoria para el uso de las tic en la formacion
 
Octubre 2005 satisfaccion del cliente
Octubre 2005   satisfaccion del clienteOctubre 2005   satisfaccion del cliente
Octubre 2005 satisfaccion del cliente
 
Prelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forense
Prelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forensePrelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forense
Prelaboratorio de practica 2 de analisis quimico forense
 
Capítulo 10: Análisis de manchas de sangre
Capítulo 10: Análisis de manchas de sangreCapítulo 10: Análisis de manchas de sangre
Capítulo 10: Análisis de manchas de sangre
 
Toxicologia forense
Toxicologia forenseToxicologia forense
Toxicologia forense
 
Toxicología forense 2012
Toxicología forense 2012Toxicología forense 2012
Toxicología forense 2012
 

Similar a El enigmático personaje del parque Duarte

Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2
Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2
Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2David F. Cañaveral
 
El hombre de la multitud. edgar allan poe
El hombre de la multitud. edgar allan poeEl hombre de la multitud. edgar allan poe
El hombre de la multitud. edgar allan poeLaura Puerta Barco
 
Mundos Narrativos Posibles
Mundos Narrativos PosiblesMundos Narrativos Posibles
Mundos Narrativos PosiblesJorge Engelbeer
 
1 la barca pru pre
1 la barca pru pre 1 la barca pru pre
1 la barca pru pre rosalinocar
 
Elige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdf
Elige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdfElige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdf
Elige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdfAliciaHernandezOramas
 
Actividades para trabajar Simce
Actividades para trabajar SimceActividades para trabajar Simce
Actividades para trabajar SimceFabián Cuevas
 
Larra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbresLarra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbresalemagnoes
 
El tiempo que_nos_pertenece_previo
El tiempo que_nos_pertenece_previoEl tiempo que_nos_pertenece_previo
El tiempo que_nos_pertenece_previoEnric Flors Ureña
 
Mario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdf
Mario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdfMario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdf
Mario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdfAlexisBesembel
 
DON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de Unamuno
DON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de UnamunoDON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de Unamuno
DON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de UnamunoJulioPollinoTamayo
 
Hombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo Juárez
Hombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo JuárezHombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo Juárez
Hombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo JuárezGabriel Castriota
 
Dr jekyll y_mr_hyde
Dr jekyll y_mr_hydeDr jekyll y_mr_hyde
Dr jekyll y_mr_hydeMaría Diaz
 
Hombre de la esquina rosada
Hombre de la esquina rosadaHombre de la esquina rosada
Hombre de la esquina rosadaLuisMaTu
 
Adolfo Bioy Casares Descanso de caminantes
Adolfo Bioy Casares   Descanso de caminantesAdolfo Bioy Casares   Descanso de caminantes
Adolfo Bioy Casares Descanso de caminantesJulio Cesar Pison
 

Similar a El enigmático personaje del parque Duarte (20)

Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2
Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2
Ciudad Fortuna II: Trébol de madera - Fragmento 2
 
CrimenYCastigo.pdf
CrimenYCastigo.pdfCrimenYCastigo.pdf
CrimenYCastigo.pdf
 
El hombre de la multitud. edgar allan poe
El hombre de la multitud. edgar allan poeEl hombre de la multitud. edgar allan poe
El hombre de la multitud. edgar allan poe
 
Mundos Narrativos Posibles
Mundos Narrativos PosiblesMundos Narrativos Posibles
Mundos Narrativos Posibles
 
1 la barca pru pre
1 la barca pru pre 1 la barca pru pre
1 la barca pru pre
 
Elige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdf
Elige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdfElige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdf
Elige tu propio texto Presentación de textos_v2.pdf
 
La circunstancia adecuada
La circunstancia adecuadaLa circunstancia adecuada
La circunstancia adecuada
 
Apariencias
AparienciasApariencias
Apariencias
 
Actividades para trabajar Simce
Actividades para trabajar SimceActividades para trabajar Simce
Actividades para trabajar Simce
 
Nueva york a diario (Muestra)
Nueva york a diario (Muestra)Nueva york a diario (Muestra)
Nueva york a diario (Muestra)
 
Larra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbresLarra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbres
 
El tiempo que_nos_pertenece_previo
El tiempo que_nos_pertenece_previoEl tiempo que_nos_pertenece_previo
El tiempo que_nos_pertenece_previo
 
Mario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdf
Mario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdfMario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdf
Mario Vargas Llosa - La fiesta del chivo.pdf
 
DON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de Unamuno
DON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de UnamunoDON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de Unamuno
DON SANDALIO, JUGADOR DE AJEDREZ (1930) Miguel de Unamuno
 
Hombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo Juárez
Hombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo JuárezHombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo Juárez
Hombre de la esquina rosada +¨Historia de Rosendo Juárez
 
Stevenson el dr jekyll y mr hyde
Stevenson   el dr jekyll y mr hydeStevenson   el dr jekyll y mr hyde
Stevenson el dr jekyll y mr hyde
 
Dr jekyll y_mr_hyde
Dr jekyll y_mr_hydeDr jekyll y_mr_hyde
Dr jekyll y_mr_hyde
 
Hombre de la esquina rosada
Hombre de la esquina rosadaHombre de la esquina rosada
Hombre de la esquina rosada
 
Adolfo Bioy Casares Descanso de caminantes
Adolfo Bioy Casares   Descanso de caminantesAdolfo Bioy Casares   Descanso de caminantes
Adolfo Bioy Casares Descanso de caminantes
 
La rosa cruz
La rosa cruzLa rosa cruz
La rosa cruz
 

El enigmático personaje del parque Duarte

  • 1. 1 Capítulo I El parque central de San Pedro de Macorís, es muy frecuentado por entes de todas las clases: médicos, abogados, ingenieros, etc. “Filósofos” que procuran enseñar lo bello de la sabiduría, y gente común. Muchas de estas personas, puede vérseles allí con el canto del gallo. Desde que Febo lanza sus primeros rayos sobre los tenues vapores que se levantan en los ya escasos cañaverales que bordean la provincia, están prestos a iniciar un día cargado de aventuras, de las que cada cual podría escribir su propia historia. Unos, podría decirse, residen en ese lugar. Compran su diario favorito, y se sientan en su banco ya establecido, iniciando así su cotidianidad; conversar con todo transeúnte que pase por su lado. Otros, tienen su sitio convenido para las largas tertulias que se establecen en el curso del día, con amigos, conocidos, y porque no; con cualquier parroquiano de los tantos que allí se dan cita. El parque Duarte, como es llamado, fue construido sobre un intransitable cenagal y antiguo lugar para cacería, que dio paso en su construcción a modernas edificaciones en sus alrededores. Está compuesto por cuatro importantes vías que lo circundan, llenas de historias, impresas con nombres de grandes héroes y acontecimientos. La avenida Independencia, principal arteria de la ciudad, inicia su largo recorrido en el ingenio porvenir, una de seis factorías azucareras que otrora existieran en San Pedro de Macorís. Fundado en 1881 por Santiago Mellor, aun persiste, dejando cuatro relegadas al recuerdo (1). Estos artilugios, mudos y olvidados, con sus altas chimeneas abiertas al cielo, alimentan la ilusión de sus gentes, de poder volver a ver brotar de sus vientres las gruesas cachipas, (2) envueltas en negra humaredas, diseminándose por el suelo de un pueblo que mas que beneficios, cosecha desesperanzas. Desde allí, se dirige en corta pendiente en dirección Este-Oeste, hasta llegar a la margen oriental del Higuamo, (3) donde este rio bordea la catedral San Pedro Apóstol, para formar una hermosa ría en el mar Caribe.
  • 2. 2 Esta importante avenida hace esquina en el parque Duarte, con la calle General Cabral, una de las más concurrida y bulliciosa del cuadrado. Allí se dan cita limpiabotas, buscones, pedigüeños, lava carros, coqueros, taxistas, motoconchos, y carteristas, entre otros. Adornada en las noches con luces multicolores, podría compararse con un gran burdel, atrayendo a un tipo de personas que por su reputación y “raro” talante, francamente tienen un público exclusivo. Continuando con el cuadrado, la calle General Cabral hace esquina con la calle Dr. Alejo Martínez; No menos concurrida, ahí se dan cita personas de gran renombre en la ciudad, que hacen un alto en el arduo trajín del día, para sofocar el cansancio que implica el afán de conseguir el sueño que se quiere alcanzar. La tercera del cuadrado, es la avenida Independencia con Rafael Deligne. Allí, jóvenes célibes albergando esperanzas, se deleitan al paso de hembras bien dotadas, que dejan embelesados a aquellos que todas las tardes a la puesta del sol, salen en busca de su presa. Pero hay una excepción, una que generalmente permanece vacía. La esquina de la calle Rafael Deligne con Dr. Alejo Martínez, que completa el cuadrado del parque. Tal vez por no tener gran importancia comercial, solo un asiduo vendedor de flores, cabizbajo y escurridizo detrás de una caoba, expende sus racimos a visitantes enamorados; en días de san Valentín, y en mayor cantidad en el día de los fieles difuntos. O quizás porque es asidua a un enigmático personaje, siempre elegantemente vestido, peinado y perfumado, con un aire tan señorial que podría francamente pasar por potentado. Vivía aislado de los demás. Alejado del mundo real. Pensando no se sabe en que, con la mirada fija en un solo punto, como si una nube de sombras pasara en frente de si obnubilando su mente. Al menos así lo consideraban, los que lo veían ir y venir siempre con el mismo rumbo y a algún punto desconocido. Solía llegar bien temprano en las mañanas, antes que el sol calentara el asfalto, y permanecía en la mencionada esquina bien erguido en el mismo
  • 3. 3 medio de la acera, murmurando algunas palabras que aunque fueran escuchadas nadie podría interpretar. Como si esperara una orden, dirigía su vista desde el parque hacia el campanario del cuerpo de bomberos, que se divisa desde allí. Y así debía ser, pues llegado el mediodía, y al sonar la sirena de esa institución que indica las doce del mediodía, salía tomando la calle Dr. Alejo Martínez, con rumbo a la casa del Choris.(4) Se detenía momentáneamente donde su viejo amigo, para luego hacer otra parada en el antiguo cabaret de Fela, contiguo a su casa; a la que penetraba por un herrumbrado portón, siguiendo todo el trayecto de un camino de tierra y hierba, a la sombra de dos hileras de trinitarias que continúan hasta el portal. Ahí permanecía sin que nadie pudiera saber que pasaba en su interior, pues ni el más mínimo ruido se dejaba sentir. Exactamente a las dos de la tarde, la puerta que hasta entonces permanecía completamente cerrada se abría, y la extraña figura cruzaba el umbral fuera de ella. Antes de tomar de nuevo la calle, se paraba bajo la sombra de un gran limoncillo, se colocaba su sombrero, arreglaba su elegante traje; metía ambas manos en los bolsillos traseros de su pantalón y salía veloz, mirando en todas direcciones. A las dos y cinco minutos, hacia otra parada donde su viejo amigo para luego regresar a su esquina en el parque. Como un autómata, todas las tardes a las cinco y cincuenta y cinco, de forma ceremoniosa, sacaba un cigarrillo, lo encendía e inhalada dos o tres bocanadas de humo, desprendía la parte encendida y volvía a guardarlo en el bolsillo de su saco. Ejecutaba la acción tantas veces su cigarrillo se lo permitiera. Así transcurrían los cinco minutos que separaban el sonar de la sirena, que esta vez indicaba las seis de la tarde y su inminente salida del parque, ahora con dirección a la catedral antes mencionada, donde se perdía en sus alrededores. Todo esto lo hacía con la exactitud de un reloj atómico de cesio. (5) Capítulo II
  • 4. 4 Una tarde, como todas las tardes, el doctor Juan Fontana se paró en la esquina a la que acostumbraba visitar, desde donde diariamente observaba a Mr. Ñemerson hacer sus inalterables ceremonias. ―Mirándolo de reojo se dijo: ― A mí no me vas a engañar, te desenmascararé. Con este soliloquio se sentó en la escalinata, adornada con dos maceteros atestados de cayenas rojas y margaritas amarillas, para dirigir sus pesquisas con mayor atención. Esos extraños rituales lo desconcertaban, al límite de lanzarle aquella amenaza. Sin que aquel se percatara, o al menos así lo consideraba el doctor, se obstinaba en escrutar a ese individuo que ni siquiera se inmutaba ante el acoso de sus miradas. Para él, ese personaje era mucho más especial que para el resto de los asiduos visitantes del parque. Para estos era simplemente un loco más, de los tantos que pululan en sus alrededores. Es tanta la cantidad de enajenados que paran en él, que pareciera que fueran recogidos de todo el territorio y depositados allí. Entre una larga lista estaban (se mencionarán algunos, para no llenar varias páginas) “El diablaso, Pimpa, Gunguna, Jean Claude, Gardel, Yamilo, Lepia, Repollito, Caballo viejo, y una pareja muy singular de novios: Masita y Conconete”. Podrás pasar inadvertido a los demás, pero para mí ocultas algo en tu actitud. Todo me indica que debes tener una doble personalidad. Juan pensaba así, pues conocía muy bien sobre los diferentes aspectos de la conducta humana. Tenía esa psicología e intuición natural de ciertos individuos, que sin ninguna instrucción académica poseen la habilidad de reconocer el carácter del ser humano. Además, esa cualidad la había desarrollado en su profesión; era doctor en medicina. Lidiar con personas que tenían afectada la psiquis era tarea común para él, y reconociendo la gran cantidad de signos que se sumaban a la tipología de Mr. Ñemerson, lo perturbaban. No había conocido ser humano en su práctica médica, capaz de vivir bajo esas condiciones. Haciendo cuadros clínicos en su mente, trataba de ubicarlo en algún conjunto de signos típicos que
  • 5. 5 afectaran la capacidad cognitiva, y se inquiría así: ¿Trastorno bipolar?... en esta patología coincido en la disminución de su actividad psíquica, aunque desconozco como esta intelectualmente. ¿Paranoia? …es notoria su rigidez. ¿Neurosis?…quizás no niega la realidad y por eso se aísla. ¿Esquizofrenia?...manifiesta alteraciones del comportamiento, y sufre delirios de persecución. Lo he notado en sus arranques. Al término de su análisis dedujo; Aunque se presentan todas esas manifestaciones, no estoy completamente seguro en que patología encasillarlo. No es lógico estar asociado a tantas a la vez y al llegar donde el Choris, cambie tan dramáticamente de conducta, convirtiéndose en una persona aparentemente normal. En estos términos dilucidaba, mientras rascaba su novel calva. Como sabemos, nuestro enigmático personaje, al terminar su cigarrillo, y esperar el estridente sonar de la sirena que indicaba esta vez las seis de la tarde, salió como expelido del parque, mirando a su alrededor como si fuera perseguido por alguien, iniciando su pronta marcha. Volteaba la cabeza a ambos lados y hacia atrás violentamente. Ya se detenía, ya aceleraba el andar, siempre haciendo lo mismo cada cincuenta pasos; contados exactamente por el doctor, que lo seguía discretamente, escondiéndose en los zaguanes de de los grandes almacenes establecidos a lo largo de la avenida Independencia, hasta llegar a la iglesia misma. Allí hacia una parada en el parque de los próceres, antiguo Salvador Ross, contiguo a la catedral. Parado de espalda al rio, frente a la enorme puerta frontal de la iglesia, (6) mirando la figura cristiana que se encuentra encima del portal donde se lee; “Dios mío y todas mis cosas”. La contemplaba por unos instantes, se persignaba varias veces mientras balbuceaba no se sabe que (especularía si dijera que rezaba algún salmo). Mientras tanto la noche caía, y la oscuridad del lugar le era propicia para tomar dirección al Higuamo sin ser notado, perdiéndose en las abundantes rizoforáceas (6) de la margen oriental. Hasta aquí, Juan, que lo seguía muy
  • 6. 6 cautelosamente, de un momento a otro lo perdía. Esto lo alteraba muchísimo y se retiraba derrotado. ¡No me imagino como lo hará! ―Se decía― Algún día lo descubriré y ya veremos quién es quién. ¡Ya veremos! Capítulo III El doctor Juan Fontana, pertenece a una humilde familia, aunque con ciertas comodidades, que decidió dejar el campo donde vivían; una comunidad ubicada en la provincia de Hato Mayor, en la parte este del país. Como cientos de personas, debieron huir de las precariedades originadas por la desidia de las autoridades gubernamentales de fomentar una política de reforma agraria que les permitiera una mejor forma de vida. Vivió una infancia colmada de ilusiones. Un tanto tormentosa, pues todos pensaban que por sus aptitudes, Juan podría ser francamente anormal. Así lo tildaban, personas que con poco o ningún conocimiento sobre el comportamiento humano, atribuyen demencia a individuos con habilidades excepcionales. De niño, tenia gran inclinación por la vivisección, y no había especie alguna, reptil o volátil que escapara de las garras del “descuartizador”. Así vivió hasta la edad pueril, cuando sus padres decidieron mudarse a San Pedro de Macorís. Contaba con quince años a su salida del campo. Lánguido, de tez morena y mediana estatura, pelo lacio y abundante, podía pasar francamente por un Hindú. (7) Sus vivos ojos mostraban su natural inteligencia. Persona locuaz, que a medida que avanzaba en edad, iba haciéndose más notoria su capacidad de conversación. Tenía la manía de no dejar hablar a nadie, cuando decidía iniciar un dialogo, o porque no decir, un monologo, pues a esto se traducía cuando empezaba a perorar. Solía saberlo todo. Visitar a sus amigos y vecinos en tiempos de ocio, era tarea común para él. Se sentaba en la sala, no sin antes escrutarla toda, mientras encendía un cigarrillo y pedía una abundante taza de café. Entre bocanadas de humo, y sorbos de esa fascinante
  • 7. 7 bebida, iniciaba su lata sobre los más interesantes temas de la política Dominicana, de la cual era muy buen conocedor. Dentro de este ambiente y muchas penurias, logró graduarse de médico, ejerciendo su profesión en el hospital regional Carl Theodore georg, de la ciudad. Por otro lado, nuestro enigmático personaje, a quien todos llamaban Mr. Ñemerson, era hijo de Nenito, un reconocido barbero que ejercía su oficio en el zaguán de un edificio en mal estado, próximo al club 2 de Julio. Instalado desde 1894 frente al parque Duarte. Allí, dejaba lampiño a todo aquel que solicitara sus servicios. Muy querido en la comunidad, buena educación y creencia religiosa, Nenito podía pasar toda la mañana con un solo cliente, hasta no desglosar algún pasaje bíblico que iniciase. Raudo Matías, como en realidad se llamaba Mr. Ñemerson, creció en San Pedro de Macorís, su ciudad natal, en el populoso barrio de Mira Mar, entre cocolos (8) y guloyas. (9) Su infancia no había sido menos tormentosa que la de Juan, pues habiendo nacido de una madre con sed de venganza, que criando siete hijos, y siendo él, el último de estos, todos los golpes que se perdían iban a parar a su endeble anatomía. De esto había escapado su padre, quien huyendo del temperamento de aquella mujer, no dio el soporte necesario que tanto Raudo necesitó en sus primeros años, haciendo de este, un niño enfermizo. Tez clara, pelo áspero y ensortijado como resortes enmarañados. De nariz tan amplia que podía reconocer olores a distancia. Sus gruesos labios impedían la visión de su poderosa dentadura. Estos rasgos marcaban patentemente sus raíces cocolas. Su pecho en quilla y hombros elevados, mostraban evidentemente su dificultad para respirar. Revelando la patología que le aquejaba; era asmático, y esto le imposibilitaba a realizar muchas de las actividades propias para un niño de su edad. A sus quince años apenas pesaba 70 libras. Aunque creció con esas minusvalías, Raudo logró graduarse de maestro, profesión que ejerció hasta los treinta años, cuando empezaron a manifestarse sus extrañas acciones.
  • 8. 8 Su vida transcurría dentro de lo que puede llamarse lucido. Siempre dedicado y con una voluntad enorme de ser alguien importante. Caminaba feliz las calles, con sus libros bajo el brazo y su medio de transporte arrastrándolo a su lado; era su preciada bicicleta, de la cual no se desprendía ni un minuto. Casi nunca se le veía encima de ella, como era lo propio. A partir de entonces empezaba a dar indicios de una conducta inadecuada y un tanto anormal. Aun así, seguía en la docencia, hasta que poco a poco fue haciéndose más notorio su apartamiento de la realidad. Pretendía ser una persona muy especial, y solía tratar los más inverosímiles temas sobre su abolengo. Ya era más marcada su enajenada conducta. Abandonando sus libros y su bicicleta, caminaba las calles a pasos acelerados, metiendo las manos en los bolsillos traseros de su pantalón, como soportándolo para que no fuera a caérsele. Y no era para menos, ¿Quién podría imaginar que allí dentro llevaba lo que él consideraba sus armas de defensa?; dos tuercas de conductores. (10) Así vivía Mr. Ñemerson. Como un hecho fortuito, Mr. Ñemerson pasaba todos los días a la misma hora por la casa de Juan, y se detenía donde su viejo amigo el Choris, único con quien aun conversaba. Hablaba muy elocuentemente con este, que estando plenamente en sus cabales, ponía singular atención a los temas de Ñemerson. Esto intrigaba sobremanera a Juan, quien desde la acera opuesta los veía y se preguntaba insistentemente sobre qué cosas tratarían ese par. Una calurosa tarde de Agosto, exactamente a las dos y cinco de la tarde, nuestro extraño personaje se detuvo en la puerta del Choris, y como siempre, muy graciosamente hizo su reverencia. ¡Hola mi general! ―Dijo Ñemerson, ― al tiempo que taconeando le hacia un saludo militar, llevando su mano derecha a la frente y con la izquierda, en el acto, se retiraba el sombrero. ¡Buenas tardes camarada Ñemerson! ―Contestó el Choris―, respondiendo también el saludo militarmente.
  • 9. 9 El Choris (y solo el Choris, porque nunca conocí su verdadero nombre) era otra persona muy singular, que pasó toda su existencia en los alrededores del parque Duarte, y conoció a Raudo desde que este diera sus primeros pasos. Era muy afecto a él, y procuraba darle ayuda o consejo, cada vez que lo necesitara o buscara su compañía. Aunque de muy avanzada edad, a sus ochenta y tantos años aun mantenía todas sus facultades. Hombre de baja estatura, vientre distendido por una enorme panza que le imposibilitaba abotonarse la camisa. Su frente amplia, se extendía al resto de su cabeza; pocos pelos quedaban ya de su extinta cabellera. Tenía una hermosa voz de tenor, con muy buena entonación, y gozaba mucho de cantar trozos de operas, ¡Oh Sole Mio! Era una de ellas. Pensando siempre en su eterno amor; Yuyunga. Enamoraba toda fémina que pasaba por su lado, recibiendo muchas veces de estas hostigadas, innumerables improperios a los que él hacía caso omiso. Algún día caerás es mis redes, sueño dorado, “cuando las constelaciones se interponen en las líneas rectas de las rutas de los amantes, el destino se encarga de unir sus ángulos.” “Mi negra Yuyunga”, como él la llamaba, era quien más sufría estas embestidas. Debía pasar por allí todas las tardes, y al oírlo, extendía su bemba con enojo, lanzando sobre este una mirada mortal mientras le insultaba. Maldito viejo del diablo, baboso, póngase en su puesto. ¿Cuándo será que me dejará en paz? Pero volvamos al encuentro con nuestros amigos. ¿Qué noticias me traes hoy, camarada Ñemerson? Pues te diré mi general, ― riendo de muy buena gana― que hoy he recibido una llamada desde amploveda, y el presidente Chirimbulí me dice que me enviará algunos adeptos y armamentos, como rifles de alto poder, tanques de guerra, bombas molotov, y dinero, mucho dinero. ¿Y donde pondrás todo ese arsenal camarada, y para qué? ―Los avíos los ocultare en mi guarida. Todo por la causa que debo librar; salvar al país de esta corrupción gubernamental, el narcotráfico y la delincuencia que lo arropan.
  • 10. 10 ― ¿Y el dinero camarada, que harás con el dinero? El viejo se excitaba cuando lo escuchaba hablar de dinero. ―Lo depositaré en mi cuenta personal, que ha ido creciendo enormemente. ― ¿Cómo, Ñemerson? ―Preguntó el Choris, ― como si estuviera realmente sorprendido. Ya que él creía estar plenamente convencido de que todo eso, era parte de la imaginación creadora de aquella mente volátil. ― ¿Y todo para usted solito? ― ¡Claro que no! Ya te dije que me enviarán ayuda desde el cuartel general. Pensándolo bien… tu puedes serme muy útil. Tengo mucha confianza en ti. Eres valeroso, y no tienes temor a nada. No me vendría nada mal tu colaboración. Tan pronto me vuelvan a llamar, les hablare de ti. Aunque el Choris suponía que su viejo amigo estaba perturbado, poco le importaba, y comenzó a interesarse más al escuchar la palabra dinero, que sonaba como música para sus oídos, y del cual este tanto carecía. De acuerdo ―le dijo― Quiero que sepas que puedes contar incondicionalmente conmigo, estoy dispuesto a todo por ti y por tu causa. La sola idea del dinero ya había nublado su mente. Además, ¿Qué le importaba al Choris de que se trataba todo realmente? ― ¡Mi general, nos veremos! ―se despidió Ñemerson― haciendo su saludo, y colocándose de nuevo el sombrero, tomó dirección al parque, no sin antes, depositar sus dos manos en los bolsillos traseros de su pantalón, como de costumbre. Capítulo IV Mientras esto ocurría, Juan observaba impactado desde la acera opuesta, extrañado de ver como aquellas dos personas podían hablar tan abiertamente sobre no sabía qué, y eso lo atormentaba. ¡Hummm! Tal vez sea tiempo de acercarme a Mr. Ñemerson. Tengo que hablar con el Choris ahora mismo. Necesito saber que tanto en común pueden tener.
  • 11. 11 Cruzó rápidamente la calle, y encontró al viejo entonando esta vez la Donna inmovile, mientras preparaba su suculenta comida; un pan de agua con sardinas y un jarro de abundante jugo de toronjas. Eso lo mantendría “full” hasta bien tarde, como él decía. ― ¡Hola, Choris! ―saludó Juan― mientras metía la cabeza a través de la puerta, al encontrarla entreabierta. ―Pase doctor, llegas a buen tiempo. Voy a empezar a comer. ―Buen provecho, gracias, pero ya he almorzado un mondonguito de vaca y estoy bastante lleno. Dijo esto, mientras acariciaba insistentemente su barriga por encima de su camisa, y en su boca revolvía un mondadientes. ― ¿Cómo, doctor, se le olvidó lo mucho que a mí me gusta esa vaina? ―Claro que no lo he olvidado, para la próxima te traeré. ―Vengo por otra cosa, ―cortó tajantemente.― Estoy sorprendido de ver como tú y Mr. Ñemerson hablan sobre no se qué, y me atormenta la duda. Mientras Juan hablaba, en un cerrar y abrir de ojos, el Choris se desprendió su prótesis dental que le imposibilitaba para masticar bien, y para que el doctor no se percatara, la introdujo violentamente en el bolsillo de su camisa. Aunque Juan “se la llevo”, hizo caso omiso y continuó. ― ¿Sabes Choris? Quisiera que mañana me permitas acercarme a ustedes y me presentes con él. Si tu lo haces, se que entenderá que también podría ser su amigo. Recuerda que me debes algunos favorcitos, es hora que me devuelvas algunos. ―Ciertamente. No se me olvidan las veces que me has metido la mano cuando mas apurado estoy monetariamente, además de recuperarme de los achaques de viejo que me dan. Pero… sabes que Ñemerson es un tanto esquivo y no quiero perder a mi amigo por un error. ―Lo sé, pero no es tan difícil para ti. Tú sabrás como conseguir que confíe en mí. Solo recuerda no mencionar por nada del mundo que soy médico.
  • 12. 12 Ese tipo de personas tienen cierto temor hacia nosotros. El resto déjamelo a mí. ―De acuerdo. Solo espero que no lo tome a mal y se me aleje. Luego no tendré con quien conversar, ni recibir algún dinerito del que siempre estoy necesitado. Entretanto, ya había terminado su almuerzo y se dispuso a depositar de nuevo su prótesis en la boca, con la misma actitud y velocidad. El doctor omitía del mismo modo. Juan se levantó dispuesto a retirarse. ¿Queda entonces convenido para mañana, timacle? (11) El Choris se paró de su silla, limpiando con el dorso de la mano, la grasa que aun chorreaba por las comisuras labiales, y lo acompañó hasta la puerta. Así quedo el acuerdo. Al día siguiente, la ciudad amaneció con el cielo encapotado. Nubes tormentosas lo cubrían. En realidad todo el país lo estaba, aunque aún no habían caído las primeras lloviznas. Era uno de esos días de Octubre, cuando aún persiste la temporada ciclónica, y una vaguada cruzaba el territorio, ocasionando lluvias torrenciales en casi toda la geografía. A mediodía aparecieron las primeras jarinas (12) y para las dos, llovía a raudales, pero esto no impedía la salida de Mr. Ñemerson de su casa. Cogió su paraguas, su capa para la lluvia, su gorro impermeable, sus botas de goma, y se dispuso a partir, dirigiéndose por toda la orilla de la acera hasta la casa de su amigo. A las dos y quince, allí hacia su parada. Desde su casa, Juan observaba ansioso. ― ¡Hola, mi general! Mientras Ñemerson saludaba, penetraba a la casa despojándose de sus avíos que destilaban agua aun, y colgándolos en un clavo de una vieja viga de la sala, se dispuso a acercar una silla, y se sentó. ― ¿Qué tal camarada? Luces flamante. Ciertamente se le ve con mejor aspecto. ¿Se puede saber a qué se debe tal magnificencia? ―Preguntó el Choris verdaderamente sorprendido.― ― ¡Claro que puedes saberlo! No es para menos mi estimado amigo. He recibido un nuevo llamado desde Amploveda y me dicen que pronto me
  • 13. 13 enviarán el dinero y quiero estar lo más presentable posible, para cuando llegue el momento. Hay que mostrar su mejor imagen. Uno nunca sabe. ¿Verdad que luzco bien? ―Decía esto, mientras se miraba en un viejo y enmohecido espejo, de un maltrecho y carcomido reloj de pesas, arrinconado en el único lugar de la casa donde no caían las goteras cuando llovía, y del cual el Choris estaba muy orgulloso.― ― ¡Claro que si, estas impecable! El Choris lo alababa y no era para menos, pues debajo de aquellos avíos de lluvia, llevaba un hermoso traje negro de casimir Ingles, bien planchado; un sombrero de ala ancha que cargaba bajo el brazo, envuelto en plásticos y unos zapatos Royal Special bastante antiguos pero en muy buenas condiciones, también envueltos en plásticos. Pero no podía faltar su pesada carga en los bolsillos. Sin más preámbulos, el Choris se lanzó a su amigo, no sin temor, y le preguntó: ― ¿Recuerda lo que hablamos ayer, camarada? No había olvidado lo del dinero y quería estar plenamente seguro de que su amigo lo tenía presente. ―Claro que si, como olvidar algo tan importante. Un amigo debe ser un amigo siempre, incondicionalmente. Debe permanecer en tus planes cualesquiera que estos sean. Amigos en las buenas y en las malas. Usque ad mortem. (13) ya les hablé de ti, y me dijeron que si eras de confiar para mí, lo eras también para ellos. Al escucharlo hablar así, el Choris sintió cierto remordimiento que le hizo bajar la mirada. Actitud que no pasó desapercibida a su amigo, que sin darle la menor importancia siguió con su coloquio. Aun así el viejo estaba feliz y lo estrechó en un efusivo abrazo. Ya percibía el traidor aroma del dinero. ― ¿Entonces, cuando comenzamos?―Preguntó enardecido.― ―No te desesperes, ya te lo diré. La lluvia había amainado por el momento, pero aun permanecían las nubes grises en todo el panorama, trayendo consigo una brisa impregnada del dulce aroma a cañaveral. El agua acumulada por las precipitaciones, alcanzaba casi un metro de altura en los alrededores del parque. Una que otra yola,
  • 14. 14 rescataba a las personas que se encontraban varadas en lo glorieta del parque, manteniéndose fuera del alcance de las aguas. Esto ocurría siempre que caía la más ligera llovizna, al punto de oírse decir; ¡esto se inunda de solo escupir! Juan, que había quedado impaciente en su casa, no pudo aguardar más y arremango los ruedos de su pantalón hasta las rodillas y cruzó la calle hasta la casa de su amigo. El tan anhelado momento se había presentado y tenía que aprovechar la ocasión para poner en marcha su plan de acercamiento. Se paró en el límite de la puerta y saludó muy afectuosamente a los dos personajes. ¡Hola Mr. Ñemerson! ¡Hola Timacle! ¿Cómo están? El doctor no recibió respuesta alguna de Ñemerson, quien dándole una mirada letal recogió sus cosas del clavo, se las colocó y salió en dirección hacia el parque aun inundado, dejando a ambos, atónitos por buen rato, allí en el mismo medio de la sala. ― ¡Ya si me jodiste la vaina! ―Gruñó el Choris― yo que ya tenía el…..―interrumpió― Pensó que callar era mejor, cosa de la cual él no era buen practicante. ―Te dije que todo tenía que hacerse a su tiempo, en el momento oportuno. ¿Sabes lo difícil de tratar que es mi amigo? ― ¡Está bien, está bien! Sé que fui un poco imprudente, pero quiero saber, y no me mientas, ¿De qué se trata la conversación que sostienes a diario con Mr. Ñemerson? Últimamente te noto un poco raro, ¿Sabes? Creo que él hace cosas un tanto extrañas que no van acorde con su locura, ¿no te parece? El Choris permanecía callado, mientras Juan le interrogaba. Para él era solo su amigo fuera de sí, y aunque sospechara lo contrario, no le convenía en ese momento hablar de más. Además, ¿Qué podía saber el Choris sobre el comportamiento humano? De sus manifestaciones más inconscientes. De sus impulsos reprimidos. De sus culpas imaginarias o de sus ansiedades y sus psicosis. El doctor no dejaba de mirar fijamente a los ojos de su amigo, tratando de encontrar alguna mentira en sus respuestas, pero aunque pareciera increíble,
  • 15. 15 la verdad era que aquel no tenía nada que decir al respecto. Te conozco bien Choris, se que sabes algo de él que no me quieres decir. Algo se trae Mr. Ñemerson y tarde o temprano lo descubriré. El viejo continuaba callado. Él, que toda su vida la había pasado lidiando con su lengua, esta vez prefería callar. No sé qué te habrá dicho, y tú tendrás tus razones para no decirme. ―Continuaba tratando de escrutar al Choris.― Quizás tus intereses no sean los míos, pero si aunamos esfuerzos, podrías conseguir más de lo que te propones. ¿Y qué más da si al final logramos nuestros propósitos? El fin justifica los medios. ¿Qué dices? ―Juan seguía insistiendo.― Lo conocía demasiado, como para no saber que aquel no podría sostener por mucho tiempo cualquier información que tuviera, por secreta que fuese, más aun, si de por medio existía la palabra dinero. Era una mala costumbre, propia de su azaroso pasado. Y de esto se aprovecharía el doctor para lograr su fin. El Choris, perteneció en la tiranía trujillista al servicio de inteligencia militar, conocido como el SIM, aunque verdaderamente, este era un vulgar calié (14) de la gran cantidad que existían en ese periodo, que de una forma u otra malograban las ideas o las vidas de quienes osaban revelarse contra el sátrapa. Regenerado, gastado por el tiempo, o porque ya no podía lucrarse de esa actividad, decidió limitarse a recibir una mísera pensión que no le daba ni para migajas. El Choris quedó pensativo por varios minutos, más para hacerse el importante que por frenar su lengua. De acuerdo, ―respondió― y comenzó a narrarle los pormenores con punto y coma. Al final, ―le dijo muy seriamente a Juan.― Solo espero que pueda sacar algo provechoso de todo esto. No quisiera quedarme sin amigo y sin dinero. El doctor se despidió y cruzó la calle con su rápido y desbocado paso, chapoteando el agua que aun no descendía de nivel. Vociferando sin voltear la cabeza; ya te diré que haremos Choris, ya te diré… Después de todo, el viejo se quedó abrumado, deambulando por toda la casa. Aun le sobresaltaba
  • 16. 16 cierta duda, sobre si lo que había hecho estaba bien o no, pero no podría luchar contra su designio. Los días, como la vida misma pasaron, y la brisa de invierno ya se dejaba sentir, impregnando las noches de frialdad y acariciando las madrugadas con sosiego. Muchas noches pasaba el doctor en vela, sin poder conciliar el sueño, tratando de buscar la mejor manera de acercarse a Mr. Ñemerson. Había recibido una buena dosis de indiferencia, y para él era verdaderamente humillante. Volver a fracasar significaría la perdición total a toda tentativa de acercamiento, y aquel podría tomarlo como una agresión y alejarse definitivamente. Capitulo V La mañana del 6 de Diciembre lo sorprendió sentado en el borde de su cama, con su mandíbula apoyada entre ambas manos, con sus ojos rojos y sus parpados hinchados de tanto trasnochar. En la mesa de noche, un cenicero desbordaba más de cuarenta colillas de cigarrillos, y en su termo de café, ni la más ligera zurrapa quedaba; muestra de agitación. Sin embargo, no en vano fue la lucha con sus ideas, y a las cinco de la madrugada, ya había conseguido tal vez, un buen plan para lograr acercarse a Mr. Ñemerson. Desde su punto de vista todo estaba bien calculado, pero necesitaba la ayuda de su cómplice, sin el cual no podría ejecutar lo que tenía en mente. En diciembre, con el solsticio de invierno, los días se hacen más cortos y las noches más largas, y esa mañana, cuando sonaba en el campanario del cuerpo de bomberos, las siete, el sol aun no daba indicios de asomar por entre los cañaverales, dormidos en las nieblas matinales. Apenas Febo apareció, reflejando esa ígnea masa de luz y calor, cubriendo como sabana tendida, las verde azules aguas del mar Caribe, Juan se levantó, o más bien se paró violentamente de su cama. Abrió lentamente la puerta que daba a la calle, con cierto temor. No había ni un alma caminando por esas vías, que más que de dios debían ser del diablo.
  • 17. 17 Todos dormían aun, o por aprensión se resistían a salir, con tal soledad. Era preferible esperar que avanzara la mañana para hacerlo. La delincuencia había arropado a la ciudadanía y aprovechaban cualquier momento para cometer sus fechorías. De esto bien sabía Juan, quien en sus arduas faenas en la emergencia del hospital, recibía gran cantidad de heridos o muertos, causados por la criminalidad que se había apoderado del país y que las autoridades no habían podido o querido yugular, por conveniencia. A las ocho de la mañana, un fuerte golpe resonó en la puerta del Choris, que aun no se liberaba del sutil abrazo de somnus. Pasaba largas noches de insomnios, objeto de la costumbre de su pasado, de deambular las noches para luego dormir en el día. ¡Choris, Choris! ―Llamó el doctor varias veces, ―mientras con el puño golpeaba la puerta. ¡Ya voy, ya voy! ―respondió entre sueños, ― buscando a tientas sus dientes postizos. Tomó de la silla su pantalón y su camisa para vestirse; tenia la imperiosa costumbre de dormir como dios lo envió al mundo. Decía que así, los espíritus del pasado que lo atormentaban, se alejaban del lugar, y de esa manera se tranquilizaba. Mientras caminaba, iba tropezando con lo poco que había en su camino. Aunque la luz del día iluminaba todo, sus pupilas inadaptadas aun, no podían distinguir los objetos alrededor. Trató de alcanzar la vieja banqueta que por costumbre dejaba al lado de la silla para asirse de ella, pero nada pudo encontrar que le indicara el camino; el sueño aun lo vencía. Dando tumbos y tropezando con la descascarada y pestilente bacinilla que quedaba a su paso, profería todas clases de improperios. Afuera, Juan insistía en llamarlo, atemorizado por las malas noticias de aquellos días. ― ¡Anda pal´ carajo! ¿Quién diablos es que viene a joderme a estas horas? Apenas empezaba a dormirme, no dejan a uno vivir en paz. Abrió la puerta lentamente, y el insoportable resplandor que penetraba, le hizo plegar la cara, mientras sostenía su pantalón por el nudo de cáñamo (14), que evitaba su caída.
  • 18. 18 ― ¡Buenos días, timacle! ―Le dijo Juan en tono amable.― ¡Sabía lo que vendría y esperaba! ― ¿Qué tienen de buenos? ―Respondió balbuceando y con la cara desfigurada.― ¿Sabes lo que es pasarse la noche sin poder dormir, y no encontrar a nadie a quien echarle un pie? El Choris había enviudado hacia ya bastante tiempo y vivía solo y amargado. Su única hija desapareció un día, y no tenía noticias de su paradero. ― ¡No te preocupes! yo te conseguiré a la negra Yuyunga―trató de confortarlo el doctor.― Sabes que a ella le gustan los timacles como tú. Solo te falta un par de pesos para que ande arrodillada ante ti. Sin ese incentivo ella no camina. Pero no te desesperes, ya conseguirás bastante para eso, y más. ― ¡Bueno, bueno!, déjate de pendejadas, pasa y siéntate. Le acercó una silla de guano, mientras le preguntaba: ¿A qué has venido, para despertarme tan temprano? ― ¡Tranquilo amigo, relájate! Recuerda que hace poco te dio el patatús de siempre por andar incomodándote. Traje abundante café, trae dos tazas que te empiezo a contar. ¿Tazas? ¿Estás loco? Coge este jarro un poco malogrado, que para algo sirve. Y arrastró las dos únicas sillas que quedaban, y que las polillas habían reducido casi a desvanecerse. Y comenzaron a charlar entre sorbos de café y bocanadas de humo. ―Anoche la pase igual que tú, pensando en el plan de acercamiento. Pon atención a lo que vamos a hacer. Y monologó por largo rato, pues mientras Juan hablaba, el Choris permanecía distante en sus pensamientos. El dinero y su negra Yuyunga, lo sacaban de toda concentración. ―Reaccionó preguntando, ― ¿Crees de verdad, que esas personas que Ñemerson menciona, existan, y le enviarán ese dinero? Mira que estoy realmente necesitado. ―Eso es lo que averiguaremos. Preparemos todo para mañana. Juan se quedó por buen rato, a escuchar las quejas de su amigo y discutir ampliamente sobre el plan. Terminados la caja de
  • 19. 19 cigarrillos y el termo de café, Juan se retiró y cruzó la acera hasta su casa. Capítulo VI El momento tan esperado se acercaba. La una y cuarenta y cinco era, cuando el doctor, impaciente, observó el reloj que colgaba en la pared de la sala. Las dos y veinte, marcaba, cundo volvió a dirigirle la mirada, y contrario a lo esperado, Mr. Ñemerson que era siempre tan puntual, esta vez no se presentó. Aunque la temperatura en el interior de la casa del doctor era agradable, sudaba profusamente, y estrujaba en su cara un pañuelo untado de tabú, un perfume barato que siempre usaba. Tal vez era la primera vez que esto ocurría, y Juan se inquietaba por esta ausencia tan inusual. Maldito destino, espero no me juegues una mala pasada. Por otro lado, el Choris estaba preocupado. Sabía que su amigo era fiel a su horario y la presencia en su casa. Mientras caminaba inquietamente en torno a su sala, se preguntaba si aquella intromisión del doctor había molestado a Ñemerson y este había decidido no volver más por allí. Se sentó a descansar por un momento, recostando contra la pared su silla preferida, mientras observaba un techo acribillado de agujeros que dejaba penetrar los rayos solares por las planchas de zinc, corroídas por el tiempo, y que en los días de lluvias era una verdadera agonía, ver caer más agua dentro, que fuera de la casa. Juan continuaba preocupado. ¿Habrá tenido una de sus crisis depresivas, y se ha encerrado? ―pensó.― Lo mejor será investigar. Se dirigió hacia el guaraguao, tomando la calle 27 de Febrero. Interrogó a varios vecinos, para darse cuenta que nadie sabía del paradero de Mr. Ñemerson. Decidió entonces dirigirse al hospital. Quería asegurarse de que la condición de Mr. Ñemerson era una farsa. Nada pudo conseguir, y decidió entonces dejar su búsqueda para el día siguiente.
  • 20. 20 Temprano se levantó y se dirigió hacia el parque con la esperanza de encontrarlo, mas no fue así, y al sonar la sirena de las seis de la tarde, Juan intuía que su búsqueda había fracasado. Ya no sabía donde más buscar. Quedó allí, pensando que quizás la desaparición de Mr. Ñemerson atendía a la enajenación de este, o en realidad había recibido el dinero del cual hablaba, y había desaparecido con él. Desconcertado, se retiró derrotado, dejando al tiempo, que le indicara el paradero de Mr. Ñemerson. Mientras tanto, el doctor seguía su rutinaria vida. No faltaba un solo día a su cita en el parque, ya para botar la tensión, ya para ahogar con palabras a alguno que se atreviera a entablar conversación sobre los acontecimientos diarios o ya para ver si su personaje aparecía por esos predios. Todo transcurría en esos términos, y no fue sino hasta el 13 de Febrero, cuando Mr. Ñemerson se presentó nuevamente por los alrededores del Choris. Que enorme sorpresa la del doctor, verlo llegar. Lo que este no pudo distinguir, fue la singular mirada que aquel le dio desde allí, sin mostrar la menor perturbación y entablando su acostumbrada conversación con su único amigo. Nervioso e impaciente, el doctor se dispuso rápidamente a digitar el número telefónico del Choris, como habían acordado meses atrás. Sus dedos temblaban al pulsar las teclas, y no fue menos de tres, los intentos infructuosos por marcar. Por fin lo logró, y al otro lado de la calle se oyó el sonar. Rápidamente el Choris levantó el auricular y contestó. ¡Haló! ¿Con quién tengo el placer? Tan cerca estaba una casa de la otra, que Juan escuchaba claramente lo que su amigo decía, sin necesidad del aparato. Eran tan altos sus decibeles al hablar, que francamente podía ser escuchado en toda la cuadra. ¡Haló! ―Repetía el Choris―, mientras se disculpaba con su amigo, por la interrupción de la amplia conversación que sostenían. Después de un minuto de varios sí, no, extendió su mano, pasando el teléfono a un Ñemerson extremadamente sorprendido. ―La llamada es para usted, camarada.― Ñemerson lo tomó con cierta duda, asiéndolo graciosamente. Lo sostenía frente a él, como si tratara de ver quien hablaba en su interior. Con la
  • 21. 21 mano libre metida en el bolsillo trasero, sostenía su pantalón. Juan, observando la acción desde su casa, no pudo sostener una cruel carcajada que debió escucharse al otro extremo de la acera, mientras comenzaba con su actuación. ¡Helou! ¿Hablarme el camarada Mr. Ñemerson? ¡Si, camarada!―respondió este, muy erguido y realmente sorprendido.― cosa que pasó desapercibida al Choris. Camarada, deber hablar rápido, nuestra llamada poder ser interceptada y no querer correr ningún riesgo. Mañana usted recibir cheque de un millo de dólar, donde el camarada Choris, para evitar sospecha. Cuando recibir, ir a The Royal Bank of Canadá, (15) cambiarlo y depositar un parte. Luego regresar donde su amigo y entregarle una suma para el poder ayudarle. Cuando enviar, yo volver a llamarlo con nuevo instrucciones. ¡Adiós camarada, mucho suerte! Mientras escuchaba, Raudo no articulaba una sola palabra. No tenia porque. Aun así, se mostró contento. Era una indescriptible forma de delirio lo que expresaba. Ya quería soltar el teléfono, ya quería aferrarse más a él, dando pasos hacia delante y hacia atrás, mientras el Choris lo observaba con cierta lástima. Juan colgó feliz el teléfono, mientras veía desde su casa todas las acciones de Mr. Ñemerson. Terminado el arrebato, Raudo sonrió diciendo: !Mi general, mañana seremos millonarios! ¿Cómo?―se limitó a preguntar el Choris― ―Sí, mañana me enviarán el dinero. Se colocó su sombrero, y salió alegre, dirigiéndose a su lugar acostumbrado. Tan pronto Raudo abandonó la casa del Choris, Juan se apresuró a cruzar, y ambos celebraron jubilosos, ese precoz plan que no debía conducir a nada bueno. ―Mañana veremos que tan verdadera es su historia. Sabremos si su conducta es anormal, o es un fraude. ―Entonces, esperemos hasta mañana doctor. Juan se sentó satisfecho, en la vieja silla, y sacó de su bolsillo una vieja chequera que aún conservaba, del desaparecido The Royal Bank of Canadá. Desprendió una hoja de esta y la completó por la suma de un millón de dólares a favor de Mr. Ñemerson. Al pie, la firma; Chirimbuli baciniyef. El Choris lo recibió nervioso. Pero que mas importaba, debía seguir con el plan.
  • 22. 22 Al otro día, Mr. Ñemerson pasó más temprano que de costumbre por donde su amigo. Parecía el hombre más feliz del mundo. Esta vez vestía un traje blanco, en lino. Del mismo color sus zapatos y su sombrero. Lucia impecable. ¡Hola, mi general!―Hablando en susurros le dijo.― Vengo a recoger el cheque que me enviaron mis camaradas. No debo retrasarme ni un instante, para hacer ese cheque efectivo. El Choris le pasó el documento un tanto tembloroso y quiso acompañarlo, pero Raudo lo detuvo, argumentando que podría ser peligroso que los vieran ir juntos al banco y todo lo que había hecho por su causa se desvaneciera. No insistió, y lo vio partir extrañamente sin sus manos en los bolsillos y caminando por la acera y no en el medio de la calle, como lo hacía siempre. Se dirigió por el cine aurora y tomó la calle Duarte. Se detuvo momentáneamente frente al edificio de bomberos, construido entre 1908 y 1911, para de nuevo retomar la calle Sánchez, donde se encontraba el citado banco. Penetró en el, dirigiéndose de inmediato hacia la gerencia, donde estuvo por espacio de media hora. Al cabo de ese tiempo, se retiró, parándose en el umbral de la puerta y mirando en todas direcciones, antes de tomar la calle Fello A. Kidd, que lleva directamente al puerto. Bordeó el muro de contención, (16) que recorre la margen oriental del Higuamo. Bajó las escalinatas que llevan al rio, frente a la antigua tabacalera, y se perdió entre los manglares de la ribera. Esta vez, Raudo sabía que no era perseguido por el doctor, y penetró por una abertura bien disimulada en el manglar. El follaje era espeso en esa parte del rio, y a menos que se conociese bien el camino, era casi imposible encontrar aquel pasaje. Ya dentro, volvió a tapar la entrada. El interior estaba oscuro, pero fue iluminado por la activación de unos interruptores eléctricos que Raudo había colocado, dejando ver claramente todo su entorno. Recorrió un largo corredor, revestido en toda su extensión por ladrillos de arcilla. El suelo, cubierto por grandes cascajos, evitaba mojarse los pies, cuando la pleamar o las lluvias saturaban el lugar. Su cúpula, cubierta de madera, era soportada por gruesas vigas de Guayacán, (17) adosadas a la pared.
  • 23. 23 Avanzó unos doscientos metros desde la entrada, y llegó hasta una rudimentaria puerta, construida de la misma madera, soportada por enormes goznes, que habían resistido por medio siglo las inclemencias del tiempo. Con mucho esfuerzo se dispuso a abrirla. Aquella pesada puerta, necesitaba más de un hombre para ceder, pero Raudo tenia la habilidad y el conocimiento que les había proporcionado el tiempo para hacerlo más fácil. Cruzó a través de ella hacia una oscura y fría habitación, mucho más que la que había dejado atrás. Ni un solo átomo de luz la penetraba. Activó nuevos interruptores y todo se iluminó, dejando ver un gran escritorio de caoba y su silla, antiquísimos, pero bastante conservados. Encima, podían observarse grandes cantidades de libros apilados. Colosales volúmenes de anatomía de Rouviere, de Testú Latargé, Botánica de Linneo y un microscopio. Buretas, pipetas, matraces, frascos de todas las medidas; placas de petri, mechero de bunsen y un mortero, dejaban el espacio, solo al estudioso. En un rincón, abierta en un pedestal, una biblia exponía el salmo veintitrés. Una despensa atestada de conservas, con las que solía pasar sus días de retiro, cubría una de las cuatro paredes. Rudimentarias pinturas al oleo, hechas por él mismo, colgaban. Era uno de sus pasatiempos preferidos, además de sus investigaciones sobre medicina y botánica, cuando se aislaba en ese lugar. Nadie sabía de ese secreto escondite, descubierto por él, fortuitamente en su niñez, cuando era monaguillo y cantante del coro de la iglesia San Pedro Apóstol. De cómo aconteció, lo sabremos. Una tarde, mientras Raudo buscaba un acceso al campanario, llegó a una oscura habitación, donde depositaban los uniformes de soldados Romanos, utilizados en las estaciones de la crucifixión de Cristo, que se realizaba cada año en semana santa. (18) Tropezó con una losa suelta en el suelo, rompiendo una portezuela que dividía la cámara superior de la inferior; y como todo niño curioso, la levantó, y en un descuido resbaló. Nada interrumpió su caída, y deslizándose a través de ella, llegó al fondo de un sombrío espacio. Sumido en una oscuridad absoluta, y aterrorizado, comenzó a gritar; esfuerzo inútil, nadie lo pudo escuchar. El
  • 24. 24 hermetismo del lugar impedía dejar salir ruido alguno. Sus parpados hinchados de tanto llorar, casi impedían abrir sus ojos. Sus pupilas inadaptadas a la oscuridad no percibían el más ligero átomo de luz. A tientas, encontró una enorme puerta, con una pesada tranca, que debió ser la cruz del calvario. Con increíble esfuerzo la movió hasta retirarla. Esto había minado sus fuerzas y se sentó a descansar, solo para descubrir que el espacio que se abrió ante sí, no lo llevaba a ningún lugar. Crujiendo sus dientes, con un pánico indescriptible que le enfriaba el alma, adelantó unos cuantos pasos, con la incertidumbre de caer a un abismo con cada uno de ellos. ¿Pero qué alternativas tenía? Sabía que por donde había caído no podía regresar. Seguir avanzando era su única elección. Con los ojos desorbitados por el terror, siguió caminando entre sollozos. Era tarde ya, y la pleamar había inundado el lugar hasta sus rodillas. Caminó la mitad del trayecto a duras penas. A medida que avanzaba, el agua iba aumentando de nivel y alcanzaba ya su pecho, haciendo su respiración cada vez más difícil. Al fin pudo ver un ligero fulgor, claridad que era luz divina. Por fin llegó al final del camino. Como pudo, se asió a las raíces del manglar que penetraban por una pequeña abertura. Envuelto entre raíces y lodo que cubrían su irreconocible anatomía, gruesas lágrimas de alegría limpiaron su rostro. Fue una amarga experiencia para aquel chiquillo. Pero algo dulce debió cosechar, pues había descubierto aquel secreto lugar que sería propicio para su vida futura. Aquel averno procedía de la iglesia misma, (19) pero nada se sabía al respecto sobre el verdadero uso de ese trayecto. Algunos especulan, que se trataba de una vía de escape de los revolucionarios de entonces. Construido por el cura párroco Sebastián de Granada, quien un día, desapareció sin conocerse jamás su paradero. La iglesia San Pedro Apóstol, es sin lugar a dudas, la más antigua construcción de concreto levantada en la República Dominicana, datando su construcción desde el año 1910. Anteriormente, en las cercanías donde se encuentra, en el año 1856, la comunidad había levantado una ermita hecha de tablas de palmas y techada de yaguas. Sustituida luego por otra de madera y techada de tejas, pero la noche del 8 de octubre de 1896, un incendio
  • 25. 25 provocado por una lámpara de gas que iluminaba el reloj de la torre la consumió, erigiéndose allí, la que aún persiste. Su interior majestuoso, exhibe sus pisos en mármoles blancos y negros, empotrados en un largo pasillo que recorre toda su extensión. A ambos lados, dos hileras de bancos de caoba bien lustrados la atestan. Apartado, un baptisterio en mármol tallado con un Cristo crucificado. A su lado, un confesionario en caoba de estilo gótico, testigo de los más íntimos e inviolables secretos jamás repetidos. Al fondo, el solemne altar mayor, cubierto con un lienzo blanco, se observa un escapulario, una hermosa copa dorada, y un plato de hostias para comulgar. Detrás del altar, tres enormes vitrinas en caoba y selladas con vidrio, muestran monumentales iconos. Dos pulpitos forman parte de aquel presbiterio, levantados a ambos lados del altar mayor, desde donde anteriormente se oficiaban misas en latín. Arriba, se extiende imponente su cúpula, propagando sonidos a través de toda su estructura. Su iluminación, permitida por grandes vitrales finamente tallados, representando las catorce estaciones de la crucifixión de Cristo en el vía crucis, y que se recorre rezando en cada una de ellas, en memoria de su pasión. En su arquitectura exterior se deja sentir su presencia gótica. Cuatro cabezas de gárgolas, en dirección a los puntos cardinales, se pueden observar en su alto campanario. Cuatro relojes cubren la parte superior de la torre, para finalizar en una cruz de cristal, que se ilumina en las noches. Ahora, estaba en total abandono y los feligreses ya no podían visitarla, y solo esperaban con ansias, su pronta remodelación. Capítulo VII Después que Mr. Ñemerson se dirigiera al banco aquel día, Juan no volvió a verle por largo tiempo. Día a día, el Dr. Fontana cruzaba a visitar al Choris, sin imaginarse siquiera qué ocurría con aquella extraña desaparición. Fue una tarde de Marzo, cuando ambos amigos reunidos, conversaban sobre las posibilidades. ― ¿Qué crees que le haya podido suceder a Mr. Ñemerson, Choris? No ha vuelto a aparecer desde el día que le diste el cheque.
  • 26. 26 ― Ni me imagino, pero me preocupa sobremanera. Temo que algo malo haya podido sucederle. Como están las cosas, y hablando tanto de dinero, es posible que algún delincuente no lo crea tan loco, y ocurra lo peor, por nosotros estar acosándolo. ― ¿Qué crees que podamos hacer? Ya he visitado todos los lugares donde pudo haber estado, y nada. ― Creo que lo mejor será, ir al banco, y saber que hizo con el cheque. Quizás tu amigo el gerente pueda darte alguna información. Así sabremos a qué atenernos. ― ¡Buena idea Choris! Mañana pasaré bien temprano por el banco. ― se retiró, ― seguido por la mirada del Choris, que se había quedado preocupado, por la situación. Al día siguiente, el doctor salió un poco tarde, como de costumbre, y se dirigió al banco, como había acordado. La entidad ya estaba abierta cuando arribó, y se dirigió inmediatamente a la gerencia. ―! Hola Juan! ¿Cómo te puedo ayudar?―preguntó Frank, quien fungía como gerente del banco.― ―Muy bien amigo, tenía mucho tiempo de no verte, ya no acudes al parque como antes. ―Es que este trabajo me ocupa más que el día completo. Es agobiante tanta faena. Ya desearía yo volver por allí, para relajarme un poco de todo esto. ―Sabes que eres bien llegado. ―Gracias, mi hermano. Pero dime, ¿Qué hago por ti? ―Simple. ¿Conoces a Mr. Ñemerson? ― !Ja, ja! ¿Quién no? ― Bueno, lo que quiero saber, es si pasó por aquí hace unos días, a cambiar un inocuo cheque de un millón de dólares, que el Choris le dio por instrucción mía para descubrir cierto comportamiento que queríamos investigar. ―Juan, sabes que no puedo hablar de esas cosas, son confidencias del cliente. ―! Vamos! Sabes que no voy a decir nada al respecto. Frank se quedó pensando unos segundos, mientras retorcía su boca. Sabía que no era una de las virtudes de su amigo, pero en vista de que se trataba de ese personaje, creyó que nada perdía en ayudar al doctor. Bueno, si cambio un cheque, pero no por un millón de dólares. ¿Ah, no? ¿Y entonces?
  • 27. 27 ―Cambio uno, por un millón de pesos. ― ¿No era un cheque de The Royal Bank Of Canada? ―No, era un giro bancario de Estados Unidos a favor de Raudo Matías. Hasta yo me sorprendí, pero qué más daba, todo estaba correcto, y se hizo lo que se debía hacer en esos casos; cambiarlo. Juan quedó perplejo ante aquella afirmación. ¡No lo puedo creer! Un millón de pesos, ―murmuraba―, mientras se levantaba automáticamente del sillón, y dando las gracias a su amigo se retiró. Dejó el lugar bañado en sudor, dirigiéndose de inmediato por los alrededores del parque, para ver si podía encontrar a Mr. Ñemerson. De nuevo, fracaso total. Salió entonces hacia donde su cómplice, a quien encontró sentado en el umbral de la puerta, triste y cabizbajo. ― ¿Sabes la ultima, Choris?― le preguntó.― ― ¿Cómo diablos voy a saber? ―Contestó furioso.― La negra Yuyunga había pasado por allí, y aun permanecía en su rostro, las huellas de cuatro dedos marcados en su cara, propio de la cachetada que recibió de manos de aquella. ―Esa desgraciada, ya no encuentro la manera de que me haga caso. ― Lo que voy a decirte va a dolerte más que eso...y rápidamente, el doctor lo puso al corriente de los pormenores ocurridos en el banco. ― Ahora no se qué pensar. Que no haya pasado por aquí desde hace tanto tiempo, me preocupa cada día más. ¿Será posible que se haya dado cuenta de nuestro plan y que haya decidido no volver a visitarme? ¡Te lo dije, Juan! Ahora si me he jodido. ―No te precipites, lo más probable es que sin saber que hacer por el momento, haya decidido quedarse encerrado en su casa. Ambos quedaron conversando por largo tiempo, mientras hacían toda clase de conjeturas. Mientras esto ocurría, una conocida figura aparecía impecable, en su acostumbrada esquina del parque. Como siempre, dirigiendo su vista hacia la torre del cuerpo de bomberos. Momentos después el doctor hacia su llegada, y grande fue su sorpresa al volver a verlo allí después de lo que había sabido. Juan lo observaba desde su esquina, mientras se decía; hoy sabré, cuésteme lo que me cueste, donde
  • 28. 28 te metes cuando dejas el parque, al sonar la sirena de las seis de la tarde. Las cinco de la tarde era, cuando Juan pensaba de este modo, mientras conversaba abiertamente con sus amigos y esperaba el momento de la salida de Mr. Ñemerson del parque. Minuto a minuto, el doctor observaba su reloj, y a la vez, el más mínimo movimiento de Mr. Ñemerson. Cinco y cincuenta y cinco marcaba su reloj cuando aquel encendió su cigarrillo. Dos o tres bocanadas de humo fueron expelidas de su boca con profusión, y una colilla de cigarrillo que ya llegaba a su fin fue botada. El sonido de la sirena indicando las seis de la tarde terminaba, y su salida del parque se hizo inminente. Esta vez, el doctor decidió adelantarse y tomó la calle Dr. Alejo Martínez, para llegar en menos tiempo al lugar donde siempre Mr. Ñemerson se le perdía. Esperó del lado Este de la iglesia; Raudo siempre lo hacía por el lado norte. De este modo le era imposible notar su presencia. Bajó las escalinatas del muro de contención. La noche había caído más temprano esta vez y Mr. Ñemerson, después de realizar todo su ceremonial frente al portal de la iglesia, se dirigió al manglar, sin imaginar siquiera lo que estaba por suceder. Inmerso en el follaje, solo escuchaba el zumbido de los fecundos dípteros que se reproducen por millones, y que antaño hicieran de esta localidad, merecedora del no mal llamado mosquitisol. Fue precisamente en esos alrededores donde nació esta ciudad, en 1822. Como siempre, un apagón dominaba el sector, y la obscuridad era absoluta. Solo el centellear de las luciérnagas se distinguía, al reflejarse en el agua del rio. Situación que aprovechaba Mr. Ñemerson para desaparecer por el lugar. Por lo mismo, no pudo ver la negra silueta que se ocultaba detrás de unos viejos pilotes de madera que sobresalían del agua, pertenecientes a un embarcadero de una antigua marina que allí existió desde la fundación del pueblo, y que ahora de ella, solo quedaban esos podridos recuerdos. Metido en el rio, con el agua hasta la cintura, el doctor lo vio bajar las escalinatas, introducirse en el manglar, y levantar un montículo de raíces que cubrían una discreta entrada, mientras miraba en todas direcciones, antes de penetrarla. Inmediatamente, se cerraba detrás de él.
  • 29. 29 El doctor esperó un tiempo prudente antes de salir de su escondite, y se acercó a la entrada. Descubrió la portezuela que daba acceso a aquel lugar desconocido para él, y con temor se dispuso a penetrarlo. Su interior estaba iluminado. Las lámparas aun encendidas dejaban ver claramente todo el entorno. Juan avanzaba sin dificultad, aunque el agua llegaba hasta sus rodillas. Había avanzado unos cincuenta metros, cuando de repente se detuvo y se dijo: ¡que estoy haciendo! Sería una gran estupidez de mi parte seguir, tal vez encontrarme con él y enfrentarlo. Debo esperar el momento propicio, esperar la soledad del lugar y escudriñarlo sin temor a su presencia. Dio la vuelta, y salió de allí violentamente, tomando de nuevo la avenida. No podía soportar la carga que representaba para el este acontecimiento, y se dirigió directamente donde el Choris. ¿Quién más apropiado que su compañero de aventura para hacerlo? ¡Choris, Choris!―gritó jadeando de cansancio― Había hecho todo el trayecto corriendo, desesperado por dar la noticia. ― ¿Sabes? ―Le dijo― mientras acercaba la silla para sentarse. ―! Y vuelves con que si se! ¿Cómo diablos voy a saber si no me lo dices? ―maldijo―, moviendo su desdentada mandíbula. ―Escúchame bien… y comenzó a contarle los pormenores de prima noche. El Choris no podía creer lo que escuchaban sus oídos. ¿Estás diciendo la verdad Juan? Mira que eso es algo bien serio, y tú no deberías estar inventando cosas así. ―Te digo que es cierto, no tengo porque mentirte. ―Supongamos que es así, ¿Qué hará Ñemerson allí? Nunca me ha contado nada al respecto. Y es sumamente extraño. ―De lo que se, es que algo oculta en ese lugar y pronto lo vamos a saber. ― ¿Que pretendes Juan? ―Nada más simple que penetrar y descubrir la verdad. ― ¿A qué te refieres? ― ¡Ya sabes! El dinero, su locura…. ― Seria peligroso que te encuentre allí dentro. ― ¿Y para que estas tu? ― ¿Que quieres decir? ¿En que entro yo en todo esto?
  • 30. 30 ―Me he dado cuenta que él no deja el parque los Domingos, y creo que es el mejor día para acceder al lugar. ―Bueno, pero insisto. ¿Cómo te podre ayudar? ― ¿Para qué crees que se inventó aquel aparato que tienes en el rincón? Juan se refería al antiguo y funcional teléfono que el Choris conservaba en perfectas condiciones, desde aquellos funestos días de la tiranía. Sé que puedes verlo desde aquí mismo parado en su esquina. Si en algún momento sale en dirección a donde ya sabemos, solo tienes que hacerme una llamada y estaré alerta. ―Entiendo perfectamente. ¿Para cuándo tienes precisado tomar acción? ―Este mismo Domingo será. Aprovecharé el buen tiempo de esta semana. Meteorología no ha pronosticado perturbaciones para los próximos días. ― ¿No temes a nada, Juan? ― No le des importancia. Si haces todo bien, nada hay que temer. Capítulo VIII Como se había previsto, el doctor hizo los preparativos para el domingo 28 de marzo. Se levantó más temprano que de costumbre. Eran las seis cuando puso pies en suelo, para cruzar donde el Choris, sin afectarle esta vez las malas noticias que siempre lo recluían. Aunque sabía que a esa hora su amigo estaría completamente dormido, poco le importaba. Quería aprovechar el mayor tiempo de ese maravilloso día. No había aclarado aun, pero se esperaba una mañana resplandeciente, sin nubes en el cielo. ― ¡Timacle! ―Llamó en par de ocasiones, gritando fuerte a su puerta.― ― ¿Qué pasa doctor? ¡No tienes que gritar, estoy bien despierto! No he podido pegar un ojo, pensando en esa barrabasada que harás hoy, y estoy sumamente preocupado. Temo además, que Ñemerson sepa que yo estoy metido en todo esto. ―Ya te he dicho que de nada tienes que preocuparte. De nada se enterará, te lo prometo. Bueno, ya es tiempo de salir. Miró su reloj y marcaba las nueve de la mañana. Tiempo en el cual ya Mr. Ñemerson estaría parado en su esquina, y el doctor emprendería su destino.
  • 31. 31 Salió en dirección al parque, deteniéndose por unos minutos en su esquina, con la intención de ser visto por Mr. Ñemerson, para no levantar ni la más ligera sospecha sobre lo que pretendía hacer. Al cabo de un rato, el doctor abandonó el lugar, tomando la avenida Independencia a pasos acelerados, seguido de reojo por la mirada de nuestro personaje, que ni siquiera se imaginaba lo que se gestaba. Media hora después, el Choris recibía la llamada del doctor, para informar de su arribo al lugar, y asegurarse de que todo continuaba en orden en el parque. Confirmado aquello, avanzó hasta las escalinatas y bajó hasta la orilla del rio. El lugar estaba con poco agua. Algunos charcos llenos aquí y allá aparecían, dejando ver las enmarañadas raíces de los frondosos manglares, emerger. Por ellas se trasladaría, para hacer su caminata más fácil. En el trayecto, observó un embarcación, que no podía ser más que una yola, atada a los pilotes del viejo embarcadero, pintada toda de negro y con un nombre escrito en blanco en su proa; The Black Star. Había pasado desapercibida, la noche de su incursión. No dándole importancia, continúo hacia la discreta entrada en el manglar. Haló la portezuela y penetró a través de ella al corredor que días antes no había podido reconocer. Esta vez, todo estaba a oscuras, pero Juan activó el interruptor, iluminando el espacio. Continuó avanzando, y aunque suponía que el Choris avisaría ante cualquier imprevisto, su respiración era pesada. Quizás infundida por el temor de ser descubierto in fraganti. Al cabo de diez minutos, había recorrido los doscientos metros del pasadizo. Fue interrumpido por la pesada puerta. La que trató de abrir sin conseguir su propósito. Después de varios intentos y sudando a profusión, tal vez por la desesperación, más que por el esfuerzo, logró abrirla y pasar al nivel antes descrito. Encendió las luces, para ver mejor lo que había percibido en penumbras. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, mientras recorría con la vista todos los puntos de ese lugar tan singular. A medida que escrutaba, iba maravillándose mas y mas, sin poder creer lo que veía. Acariciaba las paredes, los cuadros, todo, como si quisiera hacerlos suyos. Así fue revisando todo, hasta llegar al atestado escritorio. Se sentó en el pequeño espacio que
  • 32. 32 dejaba todo aquel conglomerado de cosas, y comenzó a hurgarlo todo. Abrió las gavetas, una por una. Aquí, fundas de raíces. Allá, algunas botellas con penetrantes olores. En el compartimiento superior, encontró el bosquejo de una capsula, que al ser ingerida, se inflaría, permaneciendo por espacio de ocho horas, hasta ser desintegrada por los jugos gástricos. Esto permitiría la distención de la cámara gástrica, provocando anorexia ocupacional, evitando así la cirugía bariatrica en personas obesas. Tomó el documento y lo puso en uno de sus bolsillos. Sabía de la importancia del hallazgo del cual podría lucrarse postquam. ¡Pero qué sorpresa! Al abrir la gaveta principal, descubrió una caja de madera en su interior. Se dispuso abrirla trémulo. No sabía que encontraría allí, pero si sabía que se trataba de algo importante, para estar cerrada con llave. Mientras lo hacía, so glotis se cerró por el desasosiego, impidiendo el paso de la saliva a través de ella, mientras miraba a su alrededor con cierta zozobra. Al fin consiguió abrirla. Sus ojos desorbitados casi brotaban. No podía creer lo que ellos veían; varios fajos de billetes de diferentes denominaciones la atestaban. Desvió la mirada rápidamente a un lado de la caja, al ver algo que llamó sobremanera su atención. Era el cheque de banco que le había dejado días atrás, y que obviamente no había cambiado, como le había dicho su amigo el gerente. Es necesario que siga investigando, tal vez no tenga otra oportunidad como esta, y debo saber que más oculta Mr. Ñemerson en este lugar. Había dado, por suerte, dos golpes en vez de uno. Pero la angustia lo seguía asaltando y decidió llamar a su amigo, para saber si todo seguía igual por los alrededores del parque. El teléfono del Choris sonó, y un terror lo asaltó. ― ¿Si, quien habla? ―Soy yo, Choris, no te alarmes. Estaba algo intranquilo, y quería saber que todo marchara bien. ―Ah, me tranquilizas, estoy desesperado. ¿Cuándo volverás? ―Pronto, y prepárate a conocer nuevas noticias que se, te agradaran. ― ¿Qué cosas? ―No te desesperes, tan pronto salga de aquí te diré.
  • 33. 33 Ahora tenía que abandonar rápidamente el lugar. Salir sin dejar la más mínima huella de su intromisión, era su tarea, y se dispuso a arreglar todo lo mejor que pudo, ya que si podía ocultar quien había profanado ese sacro lugar, no podía ocultar el hurto. Capítulo IX Eran cerca de las doce del mediodía, cuando Juan llegó a la esquina Independencia con Rafael Deligne. Desde allí, pudo observar a Raudo de espalda, que aun permanecía de pies y erguido, reverenciando y saliendo, al sonar la sirena de las doce. Cosa inusual en Domingo, como sabemos. Algo lo mortificaba, para que decidiera abandonar su esquina, ese día. Al verlo salir, Juan se adelantó por la calle 27 de Febrero, para poder así, estar en su casa a la llegada de aquel. Cinco minutos después, Raudo llegaba a casa del Choris, y el doctor observaba desde su casa, su arribo. ― Hola Choris, ―saludó secamente raudo.― ― ¡Hola camarada! ―Le respondió con cierto asombro.― Nunca antes, desde que perdiera la razón, lo había llamado de ese modo. ¡ s degradado, camarada! ¿Por qué me has despojado de mi rango? Si el Choris hubiese conservado su perspicacia, habría notado la mirada que le dio su amigo. Pero continuó como si nada pasara. ―Es cierto, ¿Cómo lo habré olvidado? Perdóneme mi general. ―Se retiró el sombrero y saludó.― ―Por cierto camarada, ¿Qué pasó con el cheque que le enviaron desde Amploveda? No he sabido nada de eso. Usted quedó en darme instrucciones después de cambiarlo. ― ¿El cheque? Ah, sí, me lo cambiaron y lo deposité en mi cuenta. Esta tarde te traeré algo de dinero, cuando me den nuevas órdenes. Raudo se mantenía en bajo perfil. Desde su casa, Juan observaba todo con una sardónica sonrisa, que no escapó a la suspicacia de Raudo, quien en toda su conversación, lo observaba de reojo, sin siquiera imaginar las razones de aquel para hacerlo. ―Bueno, Choris, nos vemos más tarde. ―Volvió a saludarlo sin emoción.―
  • 34. 34 ― ¡Muy bien camarada! Pero me has vuelto a despojar de mi rango. ―Perdóneme de nuevo, mi general, pero he estado un poco atribulado estos días. ―Sí, sé como son esas cosas. Son muchas responsabilidades las que le han encomendado. Raudo tomó sus cosas del clavo, y se dispuso a salir con dirección a su casa, no sin antes, dirigirle una fulminante mirada al doctor, que desde la acera opuesta lo observaba. Tan pronto Mr. Ñemerson salió, Juan cruzó la calle sin importar la imprudencia. ― ¿Qué te ha dicho, Choris? Me extraña que haya salido del parque hoy, y se dirigiera hacia aquí. ―Lo mismo de siempre, aunque lo noto un poco extraño. Ni siquiera me ha saludado como lo hacía. Me tiene abrumado. Pero dime tú. ¿Qué cosa tan importante encontraste allí? ―No debes preocuparte por las actitudes de Mr. Ñemerson, suelen suceder cambios en esas personalidades. Ahora agárrate para que no te caigas. Realmente encontré un millón de pesos. ― ¿Cómo, entonces cambio el cheque? ―Ni te lo creas, la cosa no es tan simple. Encontré el cheque que le dimos, intacto. Sabrá dios como ha conseguido tal suma de dinero. Pero lo importante es que encontré dinero, mucho dinero… ―Entonces cae con lo mío. Sabes que necesito más que nunca ese dinerito. ―Tranquilo ¿Cómo se que no soltarás la lengua al respecto, cuando te lo de? Si lo haces estaremos en graves aprietos. ― ¿Crees que soy tonto? No me conviene hablar. Si Ñemerson llega a saber que estoy involucrado en esto, sería el fin de nuestra amistad. En cierto modo me siento mal, pero no tenia opción. ―Vamos Choris, se que tú no tienes escrúpulos. Y diciendo esto, ambos fumaron y tomaron café, mientras Juan le contaba los pormenores de la mañana. Al final, el doctor le proporcionó al Choris una mísera parte del dinero que había ganado por contubernio. Juan celebraba jubiloso, su precoz triunfo. En cambio, el viejo estaba apenado. No había recibido una retribución satisfactoria por lo que hizo. Además, su participación en todo eso lo atormentaba. Al menos, si tuviera que arrepentirse en cualquier momento, esa suma no lo comprometería al límite.
  • 35. 35 ―El doctor trató de confortarlo, argumentando que para la próxima ocasión, y si su silencio era definitivo, la paga seria más lucrativa. Una hora más tarde, se retiraba, dejando al Choris sumido en arrepentimientos. Esa tarde, Raudo pasó a la hora acostumbrada, pero esta vez no se detuvo. Cosa que extrañó mucho al Choris. Ya las cosas estaban tomando otro cariz. No sé qué haría si mi amigo descubre que estoy en todo esto. Me arrepiento de haber abusado de la confianza de Ñemerson. Prefiero mi mísera vida y su verdadera amistad, a este exiguo dinero y la falacia de Juan. Y mientras miraba aquella maldita porción que había ganado, y que por odio a la misma no había podido llevar al bolsillo, ―pensó― tal vez sería mejor si le digo toda la verdad a Ñemerson. Así no me sentiría culpable, y volvería a gozar de su confianza. Esa tarde, Juan no apareció por el parque como de costumbre, y Raudo lo notó. Aparentemente para él, algo no estaba bien, aunque no imaginaba lo que estaba por acontecer. Como siempre, meteorología se equivocaba, y aunque había amanecido con un cielo completamente despejado, ya empezaban a aparecer las primeras nubes negras por el norte. La tormenta Leonel se acercaba y truenos a distancias se escuchaban. Eran las cinco de la tarde, cuando Raudo había consumido la totalidad de varios cigarrillos, y esta vez no espero ni la señal, ni la hora acostumbrada para salir. Seguía con la incertidumbre de que algo que salía de su discernimiento, acontecía. Esta ausencia inusitada del doctor lo alarmaba más. A sabiendas de que el único que le mantenía una estrecha vigilancia sobre sus actividades, no estaba, se dirigió directamente el refugio, obviando todo ceremonial. Bajó violentamente las escalinatas y montó la pequeña Black Star que se encontraba varada en la arena. Solo su proa flotaba penosamente en unos dos pies de agua. La marea baja impedía su movilidad. Aunque no había empezado a llover en el municipio, sabía que pronto, por las precipitaciones ocurridas en las cabeceras de los afluentes el Higuamo la marea subiría, e iba a necesitar de ese transporte, dejando al clima para que hiciera su tarea. Mientras avanzaba hacia el pasadizo, su corazón latía violentamente. Que agonía, y que torbellino de cosas pasaban por su mente.
  • 36. 36 Se introdujo a rastras por la portezuela, sin que nada particular, mostrara indicios de algo anormal que motivara su extraña sensación. Continuo así hasta la puerta, introdujo la llave en la cerradura y la abrió con gran dificultad. Algo sumamente extraño. Pero sus dudas se concretaron, cuando al pasar al interior y encender las luces, observó cómo estaba todo. Sabía cómo dejaba cada cosa con el más mínimo detalle. Era meticuloso al límite. Angustiado, se dirigió a revisar la gaveta principal, encontrándola en una situación diferente. Un grito de agonía se sintió, que hubiera podido oírse en toda la cuadra de no haber tenido el hermetismo que lo caracterizaba. Aunque había notado la falta del dinero, seguro que esto era lo menos importante. Su sacrosanto lugar había sido vulnerado. Ya no sería lo mismo, a menos que quien lo haya hecho desapareciera. Debía actuar rápidamente, antes que su más preciado secreto fuera divulgado. Sabía cómo hacerlo y lo haría. Otra cuestión que tenía que remediar, era asegurarse de si el responsable, era quien imaginaba. Pero como aprendió lo dicho por Platón de que “Toda persona tiene pleno conocimiento de la verdad ultima contenida dentro de su ser, y solo necesita ser estimulada por reflejos conscientes para darse cuenta de ella”. Lo sabía. Capítulo X Largo tiempo transcurrió, desde que Raudo llegó al lugar, y el momento en que decidió abandonarlo. Su abatimiento le impedía hacerlo. Ya no podía razonar siquiera. Decidió tomar entonces una decisión radical. Tenía que resolverlo esa misma noche, a toda costa. Violentamente, abandonó el lugar al filo de las doce de la noche, dirigiéndose directamente donde su amigo. Quería enfrentarlo y definitivamente confirmar lo que por su mente estaba atravesando. Sabía que algo ocurría, el día que se había mostrado gélido con él, pero calló por no hacerlo sentir mal. Pero esta vez, tendría que hablar más que siempre o callar como nunca… A las doce y treinta, un fuerte retumbo amenazó la paz de la noche, y un sobresalto atacó la duermevela
  • 37. 37 del Choris, en la que siempre se encontraba. No era frecuente visita alguna a esas horas. ¿Quién es que está tocando? ¿Será mi negra Yuyunga, ―imaginaba― que se ha condolido conmigo, y ha venido a procurar el dinerito que le mandé a decir que pasara a recoger? A prima noche habían comenzado las aguas, y a esas horas continuaban cayendo fuertes aguaceros, acompañadas de truenos y relámpagos. Todo estaba a oscuras. El apagón persistía, y ráfagas de vientos golpeaban las planchas de zinc, que lastimosamente resonaban en la parte lateral de la vieja casucha. El viejo se acercó a la puerta, no sin antes preguntar de quien se trataba, y al recibir respuesta, ya sabía de antemano, como hombre que sabe más por viejo que por diablo, que algo grande se iba a desencadenar. Abrió en su inusual vestimenta de noche, sin siquiera darse cuenta. Esa visita no podía ser fortuita. Sin pérdida de tiempo, el Choris lo mandó entrar, poniéndose un taparrabos que tenia colgado en la silla, mientras le preguntaba; ¡Caramba camarada!, ¿Que lo trae por aquí a esta hora y con este temporal? Mientras se oía el crujir de su vieja prótesis dentaria. Raudo no contestó. Mientras volteaba su vista hacia la casa de enfrente, para asegurarse de que Juan no estuviera observando esta vez. Iré directo al grano, Choris, ―dijo, con voz ronca de rabia.― ―Aquel se estremeció. No sé que se traen tu y el doctor, pero presiento que ustedes están envueltos en algo que hoy me ha afectado sobremanera. Venero tu amistad, ya lo sabes, y he compartido casi la totalidad de mi vida contigo; te he querido como a un padre, aun a sabiendas de tu terrible defecto. Pero ahora, tengo que tomar una decisión, y si eso tiene que afectarte, no dudaré en tomar medidas drásticas. Ante tal acoso, y oyéndolo hablar de tal manera, el Choris volvió a estremecerse, y un frio como de muerte, abrazo todo su cuerpo, cayendo pesadamente de rodillas ante él. Entre amargos llantos, habló. Te diré todo lo que ha pasado, pero por favor, dime que me perdonarás. Es mi desesperación, lo que me ha llevado a cometer este acto tan indigno. Sé que tú creerás que miento, que no estoy arrepentido. Pero es así, y te lo demostraré haciendo lo que tú me ordenes.
  • 38. 38 Raudo lo miraba sin rencor. No cabía en su corazón ese sentimiento, contra aquel a quien tanto apreciaba. ―Solo quiero que me confieses, que me digas, quien ha profanado mi sacro lugar. Dime si fue el doctor quien lo hizo. El Choris no tuvo más alternativa que sincerarse con su amigo, ese con quien compartía desinteresadamente. Ese, a quien en los momentos amargos, sabia dar conformidad a esa mente atribulada por la soledad; y ambos estaban en la misma situación. He querido, desde el principio decirte toda la verdad, pero no he tenido el valor. Ya soy un viejo cobarde, lo sabes. Sin poder levantar la mirada y su mentón pegado al pecho, confesó. Si, así fue. El doctor me convenció de todo, para que le ayudara en su perverso plan, al que no pude negarme por ignorancia y necesidad. Mi mente estaba nublada por tanta miseria. No sabía lo que hacía. ― ¿Que perseguía con lo del cheque falso? ―Eso lo hizo con el fin de saber definitivamente, si estabas loco, o estabas fingiendo. Siempre ha dudado, y créeme que hasta para mi es una sorpresa escucharte hablar en estos términos. Nunca lo habría imaginado, pero, ¿Por qué lo has hecho, Ñemerson? ―Lo sabrás algún día. Ya ves que no estoy loco como todos piensan, pero preferiría permanecer como tal. No quiero que mi verdad se haga evidente. Prefiero permanecer bajo este manto de locura en el que hasta ahora me he envuelto. ¿Aun puedo contar contigo? Mientras le preguntaba, continuaba mirándolo con cierta lastima e incredulidad a la vez. Pero tenía que arriesgarse. De no ser así, tendría que sacrificar a su amigo también. ― ¡Lo haré, lo haré! Seré como una tumba. Nada saldrá de esta maldita boca, que pronto estará llena de gusanos. ¡Que se pudra mi lengua si llego a decir una sola palabra! ―Es lo menos que puedes hacer, Choris. Pero vayamos por parte. Primero: quiero recuperar mi dinero, que aunque sé que está incompleto…esta vez lo miró con lastima. Era tanto su afecto hacia él, que había olvidado la vil acción, perdonándolo aunque no lo dijera. Él siempre argumentaba; “El hombre generoso siempre perdona, cuando la desgracia de su adversario es mayor que su odio.”(19). Solo espero que la otra parte no se haya esfumado.
  • 39. 39 ―Un profundo suspiro se escapó de su pecho.― Segundo: quiero la integridad de mi refugio como antes, y para lograr ese objetivo tendré que utilizarte. A propósito. ¿Sabes si lo ha comentado con alguien? ― Se que no lo ha hecho, no le convendría. Pretende seguir dando golpes hasta el final y apoderarse de todo. ― ¿Sí? El golpe final lo recibirá él, ya lo verás. El Choris quedó estupefacto, nunca antes lo había escuchado hablar con tanta rabia. Raudo continuó diciéndole lo que pretendía, para hacer caer al doctor en su trampa, y para eso, él no debía saber lo ocurrido ahí esa noche. Mañana a medio día, le harás saber que he pasado por aquí bien temprano, y le informarás que otra partida de dinero me llegará esta misma semana. Sabe que no he cambiado el cheque y pensará que conseguiré otra cantidad de algún lugar como la vez anterior. Esta vez yo seguiré su juego. No sabe que siempre tuve conocimiento de sus actividades, modificando mis acciones para confundirlo. Me cree un loco ignorante. Recuerda que no debes darle el menor indicio de nada. Después de todo, podré perdonarte. ―Es lo que más ansió. Aunque pierda todo lo que he ganado, tu amistad vale mucho más que el mayor tesoro del mundo. Y dos amargas lágrimas rodaron por sus arrugadas mejillas. ―! Ya veremos mañana Choris! Se dispuso a salir, ajustando su sombrero al límite para cubrir su cara. Esta vez aseguró su pesada carga, ya no para sostener su pantalón. También entendía la mala hora en que andaba y debía protegerse a toda costa. Inició su marcha en dirección a su casa, obviando el cabaret de Fela, seguido por la mirada preocupada de su amigo, quien lo veía perderse en esa boca de lobo. Capitulo XI El día amaneció lóbrego, ni un rayo de luz traspasaba las gruesas nubes grises que cubrían todo el territorio. Los ventarrones permanecían aun, y la lluvia seguía cayendo abundantemente desde la madrugada, cubriendo como siempre, todos los alrededores del parque. El Choris se había levantado más temprano que de costumbre, o más bien, no había pegado un ojo en
  • 40. 40 toda la noche. ¿Cómo habría podido conciliar el sueño, después de aquella inesperada visita? Tan pronto el día se hizo algo visible, se dispuso a ejecutar las recomendaciones de Raudo. Arremangó sus pantalones hasta las rodillas y cruzó la calle inundada, hasta la casa del Juan. Aunque ya eran las diez, el doctor dormía aun. La frescura del rocío de lluvia que penetraba por su ventana lo sumía en un letargo del que no podía escapar. ¡Juan, Juan!―Llamó el Choris, tiritando de frio, mientras golpeaba vigorosamente la puerta. ― ¿Timacle, eres tú? ―Preguntó sorprendido, mientras se paraba de su lecho.― ― ¡Claro que si, abre rápidamente la puerta! Es que me estoy mojando y esta fuerte brisa puede arrastrarme. Sentía temor. Los vientos alcanzaban casi unos setenta kilómetros por hora, convirtiéndola en una tormenta tropical, arrancando a su paso, algunos árboles de sus cimientos. Por su cuerpo, chorreaba gran cantidad de agua y su ropa empapada lo enfriaba aun más. Juan abrió la puerta, y una ráfaga de viento la empujó violentamente junto con el Choris, hacia el interior de la casa. Allí todo estaba anegado al igual que afuera, pero el doctor ya conocía sobre estos fenómenos, y había dispuesto los ajuares de manera que no fueran alcanzados por las aguas crecidas. Tomó un par de sillas introducidas hasta la mitad, mientras preparaba un aromático café, imprescindible en ese momento. ¿Qué pasa Choris, que has cruzado tan temprano, en estas condiciones? Tiene que ser algo muy importante, para que vengas así. ¿Te sientes mal? ― No…bueno, en realidad, es que tengo que decirte algo sumamente importante. Ñemerson pasó temprano hoy, y….―comenzó a detallarle los pormenores que su amigo le había encargado.― Juan escuchaba atentamente, sin pronunciar esta vez, una sola palabra. Solo sus ojos iban y venían de un lado a otro rápidamente, como en convulsión. ― ¿Estás seguro de todo eso, timacle? Buena manera de hacer dinero. Pero dime, ¿No ha notado nada de lo ocurrido en su escondite? ―No, para nada. De ser así, no habría vuelto a pasar por aquí, ¿no lo crees? ―Confío en que cuando le manden... o no sé cómo consigue el dinero, pueda acertarle un nuevo golpe.
  • 41. 41 Después de todo, nada va a hacer con tanto dinero. En cambio, yo si lo necesito. ― ¿Y dónde me dejas a mi? Recuerda que esta vez me prometiste una mayor compensación. Ya no quiero seguir viviendo en estas condiciones. Terminada la conversación, cruzó feliz la calle, de nuevo hacia su casa, sin importarle el temporal que se manifestaba. Había cumplido con la primera parte del plan de Raudo, y sabía perfectamente que Juan lo había creído todo. Su actuación había sido fantástica. Ahora, tenía que esperar que el doctor cayera en el lazo, y completar la segunda parte. La tormenta continuaba con la misma intensidad, pero como siempre, nada impedía a Mr. Ñemerson hacer su trayecto diario. Juan esperaba ansioso, verlo aparecer de un momento a otro. No fue defraudado, y a las doce y cinco minutos, Mr. Ñemerson hizo su aparición en caza del Choris. La puerta de su casa estaba abierta completamente, a propósito y Juan podía distinguir todos los movimientos de aquellos dos, con atención. Los observaba gesticular, y abrazarse. Minutos después Mr. Ñemerson abandonaba la casa. Supuso, que ya le había dado la buena noticia y se dispuso a cruzar la calle hasta donde su cómplice. ― ¿Qué te ha dicho, Choris? he visto todo desde mi casa. ― ¡Calma, calma, no te desesperes! Ñemerson me ha confirmado que recibió hoy, otro millón de dólares, y lo va a depositar en su cuenta personal. Me imagino que ya sabrás dónde está esa cuenta. ―Claro que si, Choris. Mañana será domingo y no habrá tormenta en el panorama local. Será un día propicio para consumar nuestro nuevo plan. Volveremos a hacer, lo que tenemos que hacer. ―Por mi parte, todo está entendido y presto a cumplir. ―Hasta mañana entonces, Choris. Se retiró a su casa complacido. Capitulo XII Esa mañana del domingo, comenzaron a aparecer los primeros resplandores por el horizonte de levante. Las nubes grises habían dado paso a blancos cumulonimbos. La lluvia y los vientos habían cesado desde la noche anterior, y las aguas acumuladas se
  • 42. 42 habían despejado de las vías, dejando las calles del centro del pueblo cubiertas por un aluvión de lodo. Todo ocurría como un dejá vu (20) del cual Juan habría querido olvidar. Eran las ocho de la mañana, cuando Raudo pasó por donde su amigo, haciendo una parada inusitada. Juan lo observaba a través de las rejillas de su puerta. Momentos después, lo vio salir y dirigirse a su estancia diurna. Ya dispuesto en su esquina, Raudo observaba todos los movimientos del doctor desde que dejó la casa del Choris. Sabía a dónde se dirigiría y aun así permaneció impasible. Colocó sus manos en los bolsillos traseros, mirando a su lugar acostumbrado, como si nada estuviera ocurriendo. Su plan empezaba a dar frutos. Juan continuaba su proyecto con resolución, confiado en que en cualquier momento seria advertido. Recorrió todo el trayecto que ya conocemos y montó la pequeña yola dispuesta a su antojo. Torpemente maniobrada, fue dirigiéndola a la entrada del pasaje, ahora cubierta completamente por las aguas. Todo el manglar lo estaba, por la crecida, y sus grandes raíces habían desparecido sumergidas. Nada encontraba el doctor como referencia, que le indicara el lugar preciso. No fue sino una hora más tarde, cuando pudo dar con su paradero. Desde un discreto lugar, Raudo observaba todos sus movimientos. Juan penetró el pequeño espacio, cubierto casi en su totalidad. Desde el vehículo, encendió las luces, provista de un cristal hermético para hacerlas funcional, sumergidas bajo el agua, como en ese momento ocurría. La yola casi rasaba el techo, pero a medidas que iba internándose, el nivel descendía, hasta poder abandonar el vehículo y continuar a pies. Había alcanzado unos ciento cincuenta metros del corredor, cuando un soplo acaricio su cara. De inmediato comenzó a marearse y perdió el sentido. Sin poder mantenerse en pies, cayó al agua. Parecía ser una muerte inminente, si el doctor no se recuperaba antes que sus pulmones se llenaran de agua. Nada podía hacer en estas condiciones. Debió haber pasado bastante tiempo desde lo ocurrido, pues cuando recobró el sentido, sus ropas estaban completamente secas.
  • 43. 43 ¿Cómo se encuentra, Dr. Fontana? ―Fue lo primero que escuchó, ― mientras abría desmesuradamente los ojos, para distinguir a la persona que le hablaba. Todo giraba a su alrededor, y ni siquiera podía reconocer el lugar donde se encontraba. Era cuestión de horas, para que Juan pudiera orientarse en tiempo y espacio. ¿Quién está ahí? ―preguntó, ―mientras miraba a su alrededor sin visualizar nada. ―Ahora no estás en condición de reconocer nada. ― ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy? ―Solo has tenido un pequeño desmayo, no te preocupes por eso. Y saber dónde te encuentras, no creo que lo necesites. Aunque te lo diga, jamás lo volverás a reconocer. Solo te diré que no debes temer por tu vida. De haber querido tomarla, te habría dejado ahogar. ―Pero…no recuerdo nada. No sé qué me pasa. Siento mi cerebro tan vacio, como si hubiese sido blanqueado. ―Son solo síntomas de tu enfermedad. ―Pero no he estado enfermo. ―Insistía Juan.― El espacio que hasta ese momento estaba en penumbras, se iluminó de repente, y Juan observó alarmado, la figura que se presentaba confusa frente a él, pero que poco a poco fue reconociendo. ―! Mr. Ñemerson! Solo eso pudo decir y volvió a caer en sopor. Mientras Raudo lo observaba dormir, se dijo; por lo pronto sé que mi secreto está guardado. Juan no podrá divulgarlo mientras esté aquí. No obstante, ya que no podré retenerlo por siempre, tendré que optar por hacerle olvidar por completo todo lo ocurrido. Raudo debía eliminar cualquier posibilidad de que su refugio pudiera volver a ser violado. Para lograr su objetivo, debía aplicar otra poca cantidad de polvo amnésico, que usado apropiadamente no causa ningún daño. Fue lo que Juan experimentó, cuando sintió aquel soplo en su cara, producido por la escopolamina, (19) ubicada convenientemente en el trayecto del pasaje. Esta había hecho el efecto deseado por Raudo y tenía al doctor a su antojo. Horas más tarde Juan recuperó la consciencia, y pudo ver claramente a Raudo frente a él. ¿Por qué has tenido que invadir mis dominios? ¿No te bastaba con creerte superior? ―Solo quería confirmar algo que me atormentaba. ― ¿Y para eso tenias que robarme?
  • 44. 44 ― ¿Cómo puedes decir eso? Yo nunca te he robado. ―De mi gaveta ha desaparecido un millón de pesos, y eres el único que ha reconocido este lugar. Fuiste diestro en encontrarlo, pero ahora debes pagar las consecuencias. ― ¿Cómo lo supiste? ¿No sería…? ― ¿El Choris? Supuse que lo culparías, pero no, lo deduje por tus acciones. El simplemente confirmó lo que yo ya sabía. Siempre te creíste superior a mí, pero ya ves como te has equivocado. Sobre los papeles que robaste, nada podrías hacer con ellos, solo yo sé cómo obtener los resultados. No soy tan tonto como para dejarlo todo por escrito. ―No he tratado de hacer nada con ellos. Solo me intrigó y los tomé para estudiarlos. Raudo aproximo una silla cerca del lecho donde estaba acostado el doctor y parcamente le dijo: Estás en tu derecho de hacer contigo lo que te plazca, pero no tienes porque lastimar a nadie más. Por personas como tú, es que me he encubierto en esta coraza. Cubrirme con este armazón amorfo que solo yo reconozco. Por mi cuerpo ya no recorre sangre, solo veneno que se ha ido potenciando hasta hacerme inexpugnable, inmune. Veneno que por las maldades de este mundo, me mata y me da vida cada día más, acumulándose de manera tal que ya no cabe en mi cuerpo. Por tanto, debo dejarlo salir de algún modo, no sé cómo, pero debo hacerlo o definitivamente me matará. Veo y siento a las personas a mí alrededor, querer apoderarse de mí, de mi vida misma. Antes, todo era inocuo, practicaba la filantropía, ¿Y que he recibido a cambio? ¡Traición! Solo traición, de todos; padres, hermanos, hijos, mujeres, amigos. De todos, he recibido una dosis de alevosía de algún modo. ¿En quién se puede ya confía? En mí y solo en mí. Yo no me puedo traicionar. Todo lo que he querido hacer por bien, se me devuelve con mal, entonces; ¿Para qué vivir en un mundo de mentiras con gentes de mentiras? Por eso he preferido aislarme, vivir solo conmigo mismo. Me aislaría cada vez más de ser posible. ¿Para qué ser de otro modo, si nunca encuentras reciprocidad? Sé que todos me creen loco, y la verdad es que ya no sé si lo soy realmente. Es tan estrecha la brecha entre la cordura y la locura, que estar en medio de ambas me hace dudar. Siento oprimido mi pecho y me constriñe el alma. Ya no sé si es corazón lo que poseo, y de estar ahí, estará falto de contenido. Otras
  • 45. 45 veces siento estar muerto, o de querer vivir solo en el mundo, aun a sabiendas que es imposible. La única forma de hacerlo, es que mi mente se aleje de mi cuerpo, y no estoy en esa situación aunque así se crea. Definitivamente tendré que aprender a vivir de este modo, si no encuentro la manera de despojarme de esa poción fatal. Juan lo escuchaba anonadado. Ni siquiera imaginaba que esa persona a la que consideraba baladí, pudiera expresarse de ese modo. ― ¿Por qué me confiesa todo eso, Mr. Ñemerson? ―Te he dicho que ya nada me importa y debo sacar todo lo que me ahoga. Tú no me preocupas. Al final, ni siquiera recordaras todo lo que te he dicho. Juan tembló esta vez, al escuchar esas palabras, y un gélido ardor acribilló sus huesos. Raudo se paró del lugar que ocupaba, y se aproximó más a Juan, que aun estaba bajo los últimos efectos de la escopolamina. Aun continuaba consciente, pero inmóvil. ― ¿Qué me pasa, Mr. Ñemerson, que no puedo moverme? ―Es el efecto de los medicamentos que te he aplicado. Ya se pasará poco a poco. Es la tubocuranina (21) un derivado de la succinilcolina. Como sabes, cuando se administran dosis adecuadas por vía intravenosa, los efectos son rápidos y se observa una debilidad motora progresiva y parálisis muscular. No todos los músculos se afectan con la misma rapidez. Los primeros en paralizarse son los extrínsecos oculares y faciales. Por eso no distinguías bien. Después, la musculatura de las extremidades, del cuello y del tronco. Finalmente se paralizan los músculos intercostales y el diafragma, lo que conduce a la apnea. La recuperación sigue un orden inverso. Al final Juan le dijo; me sorprenden sobremanera tus conocimientos médicos. ―He hecho estudio autodidactas en este retiro. Siempre me ha gustado la medicina. Ves como tú, pretendiendo conocerme no conseguiste resultados. En cambio, yo he sabido conocerte a ti y mira como han salido las cosas. ―Por favor quítame esta inmovilidad que me afecta. Solo puedo hablar y escuchar. Raudo tomó una jeringuilla cargada con atropina, y la vació en una solución estéril, que fue administrando lentamente en el cuerpo del doctor, a través de las venas. Poco a poco, comenzó a sentir que todos sus músculos iban tomando consistencia.
  • 46. 46 ―Ya has recuperado tu movilidad, aunque sigues atado por seguridad. Ahora deberás decirme algo importante. Quiero saber que ha sido de mi dinero. Necesito recuperarlo. Es el fruto de los ahorros de toda una vida de trabajo y no puedo perderlo por un capricho tuyo. ―Si me prometes no tomar represalias conmigo, te lo diré. ―No creo que estés en condición de exigir. ―Bien, te lo diré. ―dijo atemorizado― pensando en volver a estar en la condición anterior. ―Busca en mi habitación, dentro del armario. Encontrarás una pequeña caja fuerte. Te diré la combinación. Allí está el dinero, junto a unos ahorros míos que serán tuyos si me liberas. ―Los tuyos no me interesan. Allí estarán para cuando los necesites. Solo tomaré lo que me queda del millón de pesos. ―Tengo las llaves en mi pantalón. Tómalas. ―Ya las he encontrado. Pero no he querido invadir tu privacidad como tú has invadido la mía. Veo cuan egoísta eres. Pretendías utilizar los míos a tu antojo sin importarte en lo más mínimo mis sentimientos. ―Perdón Mr. Ñemerson, perdón. ―era todo lo que atendía a decir Juan, al ver que todo se le escapaba de las manos. ― ¿Perdón? ¿Sabes lo que representa esa palabra en este momento? Significaría mi perdición total. Sé cómo eres y necesito hacer justicia, y la justicia no consiste solamente en el perdón. ― ¿Y qué harás conmigo, me matarás entonces? ―No soy capaz de tal cosa. Mis principios, aunque no son totalmente religiosos me lo impiden. Además no he nacido con el gen criminal. Pero lo que si se, es que cuando dejes este lugar, ya no podrás jamás siquiera, pensar. ―Juan se volvió a estremecer. ―Ya veré que hacer. ―Cortó Raudo.― Capitulo XIII Los días transcurrieron inevitablemente, y los diarios del país, encabezaban las noticias sobre la misteriosa desaparición del doctor Juan Fontana. Mientras en el parque, el tema obligado era este, Raudo seguía asistiendo de manera habitual a su esquina.
  • 47. 47 Corría el mes de Julio en sus postrimerías, cuando ambos amigos, sentados en la sala de la casa del Choris, conversaban al respecto. ― ¿Qué piensas hacer con el doctor, Ñemerson? ¿No crees que sea ya suficiente escarmiento para él, y que pondrá fin a sus acciones? ―Como si no lo conocieras. Sabes que es persistente y no pararía hasta el fin. ―Lo sé. Ah, a propósito. Ya ni se menciona la noticia de su desaparición. Nadie podría imaginar que tu estas detrás de todo esto. Por eso te pido que consideres liberarlo. ―Como todo lo que sucede en este país. La gente olvida muy fácil los hechos. Por eso se deja al tiempo la justicia; él decide. Pero…. Shhh. Ni lo menciones. ―interrumpió Raudo― Recuerda que las paredes oyen y lo menos que querría yo, es verme envuelto en asuntos policiales o de manicomio. Mientras decía esto, veía a través de la cortina de la habitación, una negra silueta, mostrarse caminando sin la más ligera indumentaria. Ella no había notado la presencia del visitante. Aunque de ser así poco le importaría. Era la negra Yuyunga, quien desde la noche anterior había pernoctado allí. ―Veo que después de todo no te ha ido tan mal Choris. El amante apretó las encías y dejó ver una marcada sonrisa de satisfacción. ― ¡Que vaaa, Ñemerson! Tú sabes que esas son cositas pasajeras, y mañana cuando se me acaben los chelitos, no volverás a verla por aquí. ―Pues de ser así, yo me encargaré de que esos momentos sean perdurables. No te preocupes. ―Sí, sabes que tengo que aprovechar al máximo estos escasos momentos que me ofrece la vida en mis finales. Y comenzó a entonar una famosa pieza musical de Simón Díaz, que siempre lo inspiraba en momentos como esos. Caballo viejo no puede perder la flor que le dan, porque después de esta vida no hay otra oportunidad. ―No te lo critico, Choris, pero debes reconocer que es una mujer traidora, y hay que tener cuidado con lo que se hable aquí. No quiero imprevistos. ―No te preocupes, que de aquí no saldrá el más ligero rumor. ―Bueno, eso espero. Volviendo al tema del doctor, tal vez lo libere más pronto de lo que pensaba. Pero antes debo estar plenamente seguro de que lo que pienso hacer me dará el resultado esperado y sin