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Tema 1.- Lenguaje y comunicación. Competencia lingüística y comunicativa.

1.- La comunicación. La semiología.

        El hombre transmite contenidos significativos (mensajes) a los individuos, ya sea en la
vida cotidiana como en los estudios científicos. No obstante, destacamos que el pensamiento
humano no se puede formalizar sin objetivarse en signos, los cuales actúan, como elemento
mediatizador entre la realidad y el hombre, así como instrumento capaz de una cultura y una
civilización, ya que, según Humberto Eco, toda cultura se ha de estudiar como un fenómeno de
comunicación.

        Diversas son las disciplinas que estudian el lenguaje y el proceso de comunicación.
        En primer lugar, nos referimos a la Semiótica, considera como la ciencia de los signos en
general.
        Frente a la Semiótica, Saussure propone la Semiología como disciplina que estudia los
signos tanto verbales como no verbales dentro de una sociedad, y que, por tanto, tienen sentido a
partir de la concepción del hombre. Pues, sin esta convención social no sería explicable la
interpretación que hacemos de los signos en iconos, indicios y símbolos.
        Asimismo, la Lingüística, que estudia el signo lingüístico y las relaciones que éste
mantiene con el resto de signos dentro del sistema, debe concebirse como una parte de esa
Semiología. La Lingüística se centra en el código a través de tres vertientes de estudio: la
semántica, que estudia las relaciones de significado que mantienen las palabras; la sintaxis, que
determina el valor funcional de los signos en relación con el resto; y la pragmática, que Morris
define como “la ciencia de los signos en relación con sus intérpretes”.
         Ésta última será una de las más importantes disciplinas lingüísticas que mayor
repercusión ha tenido sobre el estudio del lenguaje, sobre todo a partir de los “actos de habla” de
Austin y Searle. Sin ella, quedaría fuera el planteamiento de la segunda parte del tema que nos
ocupa: la competencia lingüística y la competencia comunicativa.

       Por otro lado, la diversidad de interpretaciones del hecho lingüístico se debe, como
expresa Enrique Bernárdez en Introducción a la Lingüística del texto (1982), a fundamentar la
explicación de todo el fenómeno sobre un aspecto determinado del lenguaje.
       Lo observaremos a continuación en el concepto tanto del lenguaje como de la
comunicación.

2.- Lenguaje.
2.1.- Concepto y criterios para la definición del lenguaje.

        Los conceptos de lenguaje y de comunicación resultan de difícil precisión en cuanto a su
definición se refiere. A la complejidad que entraña el lenguaje por sus usos múltiples en campos
tan alejados como la comunicación animal o la humana, la de los ordenadores o la escritura de
ciegos o incluso en la propia distinción entre el lenguaje coloquial y el lenguaje científico; se
añade la polisemia del término “lenguaje”, originada por el análisis de disciplinas con
orientaciones totalmente divergentes que ofrecen distintos puntos de vista, ocasionados
principalmente por su interés en una parcela del objeto de estudio, el lenguaje.

       De este modo encontraremos variedades de definiciones, como las que se señalan a
continuación, y que podemos agrupar desde dos perspectivas: una amplia y otra más estricta.

        Desde una perspectiva amplia, y el intento de explicar esta polisemia, Metz en La
semiología, considera que “la palabra lenguaje tiene numerosas acepciones más o menos
estrictas, y todas hasta cierto punto justificadas. Esta abundancia polisémica se opera ante

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nuestros ojos en dos direcciones: por una parte, determinados sistemas (incluso los más
inhumanos) recibirán el nombre de “lenguajes” si su estructura formal se asemeja a la de
nuestros lenguajes. Por otra parte, todo lo que habla al hombre del hombre (aunque sea del modo
menos organizado y lingüístico) es sentido como lenguaje: se habla del lenguaje de las flores, de
la pintura o incluso del silencio.”

        Desde la postura semiótica, Ch. Morris define el concepto de lenguaje incluyendo en él
las tres tendencias de la Lingüística: los formalistas, que consideran el lenguaje como un sistema
axiomático; los empiristas, que observan una relación de los signos con los objetos denotados, y
en cuya relación los signos pueden ser una señal, un símbolo o un indicio; y los pragmatistas,
que consideran el lenguaje como una actividad comunicativa, de origen y naturaleza sociales,
con lo que se destaca la especificidad del lenguaje humano verbal.

        Según Morris, todas estas tendencias resultan parciales y el concepto lenguaje sólo
quedará definido si lo expresamos en una descripción globalizadora en la que se incluyan los tres
criterios: sintaxis, semántica y pragmática. De este modo, “el concepto de lenguaje es igual a la
suma de un componente sintáctico con un componente semántico y otro pragmático”.

        En la consideración como lenguaje a cualquier sistema de signos, Morris ofrece las
características del mismo: “un lenguaje está compuesto de una pluralidad de signos, susceptibles
de ser producidos por varios sujetos con un significado convencionalizado para todos ellos. Estos
signos se hallan interrelacionados, capaces de combinarse de acuerdo con las posibilidades
semióticas de la paradigmática del sistema, con el fin de poder formar parte de una gran variedad
de mensajes, y poseedores de una relativa constancia significativa en cualquier situación o
contexto en el que aparezcan.

        Desde una perspectiva estrictamente lingüística, E. Coseriu afirma que “el lenguaje es
una actividad humana universal que se realiza individualmente, pero siempre según técnicas
históricamente determinadas”. De ahí, que en Lecciones de lingüística general1distingue en el
lenguaje tres niveles, en cierto modo autónomos y con sus normas propias: universal, histórico e
individual. El primero de ellos, el universal, está relacionado con el saber elocucional (el hablar
en general); el nivel histórico consiste en el dominio de una técnica idiomática o lengua concreta;
y el nivel individual es el saber expresivo o la realización individual que se hace de la lengua o
saber idiomático.

        En Introducción a la Lingüística del texto (1982), Enrique Bernárdez define el lenguaje
como un sistema de signos nacido de las necesidades sociales, especialmente de la actividad
productiva, impulsado fundamentalmente por el trabajo, que surge y se desarrolla
históricamente, estructurado en base al material de los sonidos articulados, que sirve como medio
fundamental de comunicación en la sociedad y como medio en la formación y la expresión de los
pensamientos y los contenidos de la conciencia en el proceso del conocimiento.

      Vistas en conjunto estas definiciones, muchas de ellas comparten dos criterios: lenguaje
como medio de comunicación social y lenguaje como sistema de signos o símbolos.

        Las distintas tendencias lingüísticas no han contribuido al acuerdo: las tendencias
estructuralistas y generativistas se han centrado en el segundo de los criterios; la Lingüística del
texto y otras disciplinas como la Sociolingüística o la Teoría de la Comunicación se basan en el
primero.
        La indefinición o la falta de acuerdo respecto de los criterios fundamentales y de lo que
entendemos por lenguaje, lleva también a cuestionamientos sobre la inclusión de otros lenguajes
1
    COSERIU, Eugenio, Lecciones de lingüística general, Madrid, Gredos, 1981.

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distintos al verbal, tan variados como el lenguaje de comunicación entre animales, los sistemas
visuales, etc. El mayor o menor alcance del término lenguaje dependerá también de la mayor o
menor amplitud del criterio de sistema que se siga: “... si en este concepto se engloban los
sistemas sincréticos de comunicación o no, lo que equivale a cuestionarse si la definición del
concepto lenguaje se restringe a la codificación verbal, campo donde se ha utilizado con más
frecuencia o la sobrepasa”. (J.A. GONZÁLEZ MARTÍN, Fundamentos para la teoría del
mensaje literario, Madrid, Forja, 1982).

         A continuación, debemos hablar del elemento básico del lenguaje y la comunicación: el
signo.
        Lo evidente es que el signo abarca elementos sumamente heterogéneos, que tienen en
común el ser portadores de una información o de un valor significativo, o como considera
Reznikov, soporte de una información con respecto a un objeto determinado.
Esta relación entre signo y objeto o idea designada se muestra relativamente constante, aunque
pueda ser completamente arbitraria o inmotivada. De ahí que destaquemos que vivimos rodeados
de signos naturales y artificiales. Éstos últimos son creados por el hombre y resultan importantes
en la historia de la cultura y la civilización de los pueblos.
        Por otro lado, en la creación de todos los sistemas sígnicos se persigue un alto
rendimiento económico, esto es, que transmite la mayor cantidad de información con un mínimo
de unidades.
        En un intento de sistematizar los sistemas sígnicos, Humberto Eco, en su obra La
structure assente, habla de diversas semiologías: una semiología animal, que estudia la
comunicación entre los diferentes animales; olfativa, el valor denotativo y connotativo de los
olores, ya sean éstos naturales o artificiales (perfume); táctil, como sistema de comunicación
afectiva en animales, y como signo externo social o de cortesía entre las personas adultas; una
semiología del gusto, que se centra en las diferencias de gusto denotadas en una comunidad o
grupo humano; semiología del gesto o kinésica, que estudia los gestos o movimientos corporales
con valor significativo; semiología paralingüística, centrada en los rasgos suprasegmentales
(tono, timbre de voz, vocalización e intensidad), en los que se incluirían también las
onomatopeyas y las interjecciones; semiología del silbido, en la que los silbidos son un sistema
de contacto, sobre todo en los pueblos primitivos; semiología de los indicios naturales (humo,
lágrimas...); semiología musical, cuyos fenómenos están a caballo entre la imagen y el sonido.
La semiología de las lenguas naturales, en la que además de los diferentes códigos lingüísticos,
podrían estudiarse subcódigos particulares como léxico político, técnico o jurídico...
        La semiología de los lenguajes formalizados como las lenguas artificiales: el Esperanto,
el alfabeto Morse o el sistema Braille para ciegos, el lenguaje escrito.
        El sistema verbo-icónico, en el que entran a formar parte los sistemas de comunicación
masivos: cine, televisión, cómic, publicidad, etc.
        Los sistemas señalactivos, y también los sistemas cromáticos, en éstos sobre todo el valor
connotativo que tienen los colores en las sociedades occidentales.
        Por último, el vestuario, que forma parte de los códigos culturales.

        Así pues, diremos que la semiología es la ciencia que estudia todos los procesos
culturales, los cuales, como considera Humberto Eco, constituyen procesos de comunicación.

       Por otro lado, Peirce (el fundador de la semiótica) distingue diversas clases de signo
según el tipo de vínculo que lo une con su referente. Así, habla, en primer lugar, de índices, que
mantienen una conexión física real con el referente, puede basarse en la proximidad, en la
relación causa-objeto o en cualquier tipo o conexión.
       En segundo lugar, habla de iconos, los cuales tienen semejanza de algún tipo con el
referente.


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Y, en tercer lugar, los símbolos son signos arbitrarios cuya relación con el objeto se basa
exclusivamente en una convención. A esta categoría pertenece el signo lingüístico.
       Por último, Peirce destaca que esta clasificación no es excluyente, y que un signo puede
pertenecer a la vez a más de una de estas categorías. Por ejemplo: la yema dactilar puede
observarse como índice e icono.

        Al margen de la clasificación de Peirce, un signo puede ser motivado (hay una relación
objetiva entre signo y referente) o puede ser inmotivado (no existe tal relación objetiva). En este
último se incluye el signo lingüístico, del cual trataremos a continuación.
        Existen dos formas de representar convencionalmente el signo, que, sin ser
contradictorias, corresponden a enfoques diferentes: La discrepancia entre ellas en la inclusión o
exclusión del referente en el concepto de signo. El referente abarca no solo el mundo real “sino
cualquier universo posible”, por ello llegamos a diferenciar dos clases de signos, los que se
refieren a cosas, y los que se refieren a relaciones. Es en este último caso en el que se aplica el
referente.
        Su inclusión en el concepto de signo es defendida por Ogden, Richards y Pierce. No
obstante, a continuación remitimos la definición de Saussure, el cual no incluye el referente en su
definición de signo lingüístico.
        Según el mismo autor, el signo lingüístico consta de dos partes que se relacionan
mutuamente: el significante, constituido por una sucesión inmutable de sonidos (fonemas), y el
significado, que es lo que evoca el significante en nuestra mente cuando lo oímos o leemos.

        Generalmente, se considera que el signo lingüístico es arbitrario, ya que la relación entre
significante y significado es inmotivada y convencional (fruto del acuerdo tácito entre los
hablantes de una misma lengua). De ahí que desde un punto de vista sincrónico, el signo sea
inmutable, pero, por el contrario, desde la diacronía evolucione hacia el cambio o hacia su
desaparición.

        Si nos centramos en el significante, éste se desarrolla en el tiempo y en el espacio, es
decir, que los fonemas se presentan uno tras otro formando una cadena. Asimismo, el signo se
descompone en una doble articulación. La primera articulación la constituyen los monemas,
unidades mínimas que poseen significante y significado. Y la segunda la forman los fonemas, es
decir, las unidades mínimas que no poseen significado.

        Como conclusión a este apartado, Ducrot y Todorov destacan que la especificidad del
lenguaje verbal humano se encuentra en la confluencia de tres criterios: sistematicidad,
significación y secundaridad.

       La sistematicidad se refiere al aislamiento del signo dentro del sistema. Ya Ferdinand de
Saussure había definido la lengua como un sistema semiótico que presenta una estructura, dentro
de la cual los elementos lingüísticos se hallan interrelacionados, de tal modo que al alterarse un
elemento se modifican las relaciones entre las unidades. Pues, cada signo lingüístico tiene un
valor dentro de las relaciones formales que mantienen todos ellos entre sí; una relación opositiva
del cual se obtiene su valor, y, por eso, se les considera como entidades opositivas, relativas.

        Este sistema, al que denominamos lengua, está formado por un conjunto de signos
lingüísticos. Éstos son, según Saussure, una entidad formada por un significado (concepto) y un
significante (imagen acústica), ambos psíquicos, pues, como apunta Salvador Gutiérrez
Ordóñez2, son externos al propio proceso significativo: “el signo lingüístico une, no un nombre y
una cosa, sino un concepto y una imagen acústica –secuencia de sonidos o de letras-“.

2
    GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, Salvador, Introducción a la Semántica Funcional, Madrid, Síntesis, 1996.

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Ambos planos del signo lingüístico mantienen una relación arbitraria de significación, ya
que no existe motivación natural alguna para la unión de ambos planos. El mismo lingüista
define “la significación” como “un conjunto de notas semánticas que definen las propiedades de
la clase de objetos a los que ese signo puede ser aplicado”.
        Pero es la secundaridad lo que diferencia el lenguaje verbal de los lenguajes no verbales.
Esta cualidad diferencial viene a señalar la propiedad metalingüística, la capacidad de producir
frases que rechazan tanto la denotación como la representación (mentiras, perífrasis, repeticiones
de palabras anteriores), y la utilización de palabras en un sentido distinto al adquirido.

       Además, otra peculiaridad del lenguaje verbal es su doble articulación. A. Martinet ha
defendido:
    a) que las lenguas naturales están doblemente articuladas, que conocen una organización en
       dos niveles autónomos. Es decir, que las unidades del primer proceso articulador son
       también analizables en elementos menores, constantes y reutilizables en la formación de
       otros segmentos lingüísticos complejos.
    b) Que este análisis es funcional: la primera articulación se fundamenta en la función
       significativa, mientras que la organización de la segunda articulación es la función
       distintiva.
    c) Que cada articulación posee una unidad: el monema (unidad que posee significado
       léxico) para la primera articulación, y el fonema para la segunda, que es la unidad
       lingüística que no posee significado léxico, pero cuya combinación permite y diferencia
       palabras y significados. Es aquí donde hay que destacar lo que se ha denominado
       “economía lingüística”, cuya denominación se refiere a las infinitas posibilidades
       expresivas que posee la lengua con un conjunto delimitado de unidades –los fonemas-
       sobre las que opera un conjunto de elecciones.

    Aunque, otros lingüistas como Alarcos subrayan la existencia de una tercera articulación, de
“unidades distinguidas”, es decir, de los rasgos de significación que integran el significado de los
monemas. Ejemplo: para formar el significante de niño hemos articulado cuatro fonemas (/n/ /i/ /
ñ/ /o/), componiendo con ellos dos sílabas (ni-ño); pero además, en el texto, unimos este signo
con otros para crear un sintagma (un + niño + prodigio) y uniendo sintagmas formamos
oraciones y enunciados, es decir, mensajes completos (Milton Estomba había sido un niño
prodigio).

Por último, destacar que en “El puesto del hombre en la naturaleza” en Curso de Lingüística
general (1979) Hockett establece una serie de propiedades que sólo se dan de forma simultánea
en el lenguaje humano y en el resto de sistemas de comunicación se dan unas u otras
separadamente.
        Tales propiedades son: vía vocal-auditiva, transmisión irradiada y recepción dirigida,
“fáding rápido”, intercambiabilidad, retroalimentación total, especialización, semanticidad,
arbitrariedad, carácter discreto, desplazamiento, dualidad de pauta, productividad, transmisión
cultural o tradicional, prevaricación y reflexividad.

       En primer lugar, la propiedad vía vodal-auditiva se refiere a la emisión de la
comunicación en pautas de sonido, mediante el aparato respiratorio. Esto es, por la vía vocal-
auditiva se dan la producción y la percepción del sonido respectivamente. Y es distintivo del
lenguaje humano el que éste haga uso del timbre vocálico.

        En segundo lugar, la información se transmite por vía sonora en forma de ondas sonoras,
y la audición suele estar razonablemente orientada respecto de la localización de la fuente
sonora.


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En tercer lugar, el fading rápido, que se refiere a la captación de la información
comunicativa en el mismo momento de su emisión, ya que el sonido es evanescente. Para
compensar esta propiedad, el hombre ha creado diversos sistemas de registro: la escritura fue el
primero de ellos.

        En cuarto lugar, la propiedad de la intercambiabilidad es la capacitación de los
participantes de la comunicación tanto para transmitir como para recibir mensajes.

       En quinto lugar, la retroalimentación total está conformada por la retroalimentación
auditiva (el hecho de oír todo lo que se dice en el momento de decirlo) y por la retroalimentación
cinestésica de los movimientos articulatorios.

        En sexto lugar, un hecho de comunicación está especializado cuando la enunciación del
mismo no implica una actitud biológica, como por ejemplo acudir a una mesa cuando se oye la
frase “la comida está lista” tiene importancia biológica porque supone un desplazamiento.

        En séptimo lugar, se habla de semanticidad cuando los elementos de un sistema de
comunicación tienen denotaciones del entorno de quienes lo utilizan y cuando el funcionamiento
del sistema reposa sobre estos lazos.

        En octavo lugar, es la arbitrariedad del signo lingüístico, que no mantiene similitud con
los objetos, sino que es producto de una convención social.

       En noveno lugar, el carácter discreto del signo. Los fonemas de una lengua no son
sonidos sino rasgos de sonido perfectamente discernibles unos de otros. Cada lengua produce
diferentes repertorios discretos de fonemas.
       En décimo lugar, la comunicación puede estar alejada en tiempo y espacio del momento y
lugar en que se establece la comunicación (desplazamiento). Esta propiedad está en la escritura.

        En undécimo lugar, la propiedad de la dualidad de pauta; esto es, el sistema formado por
elementos mínimos con significado o pleuremas, y por elementos mínimos sin significado propio
pero diferenciadores de mensajes, o cenemas, es sumamente económico y eficaz (doble
articulación de Martinet).

      En duodécimo lugar, el lenguaje verbal humano es productivo, ya que es un sistema de
comunicación en el que es posible crear y comprender sin dificultad mensajes nuevos.

      En décimo tercero lugar, el lenguaje se transmite por tradición, por el intercambio
comunicativo de la sociedad. (transmisión cultural o tradicioal)

        En décimo cuarto lugar, la prevaricación es la propiedad según la cual los mensajes
lingüísticos pueden ser falsos y pueden no tener ningún significado en el sentido lógico.

       Y, por último, la reflexividad es una propiedad exclusivamente lingüística: en una lengua
es posible comunicarse acerca de la comunicación mixta. Tiene su correspondencia con la
funciónmetalingüística descrita por Jakobson.

    En síntesis, son exclusivas del lenguaje humano las propiedades de dualidad de pauta,
transmisión cultural, prevaricación y reflexividad.


3.- La Comunicación y las funciones del lenguaje.

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3.1.- Concepto y definición desde distintas perspectivas.

El concepto de comunicación también ha sido objeto de diversas disciplinas como la Semiótica o
la Teoría de la Comunicación y de la Información, la Lingüística o la Psicolingüística.

        La Teoría de la Comunicación, fundada en 1948 por Claude Shannon y Warren Weaber,
la define como el paso de una determinada información de un punto a otro que se hallan distantes
en el espacio y/o en el tiempo. En dicha transmisión de informaciones se utiliza un código
específico, “codificado” por el emisor y “descodificado” por el receptor.

        La Lingüística, por otro lado, se centra en el estudio del código. Aunque una corriente
lingüística, como la Lingüística del Texto, estudia el proceso global de la Comunicación humana
mediante el lenguaje, en su integridad, considerando todos y cada uno de los elementos del
proceso sin privilegiar ninguno de ellos, en el marco de la realidad superior del texto.
        Así, Enrique Bernárdez entiende el proceso de comunicación como una forma de
actividad. De esta manera, el lenguaje ya no se considera primariamente como sistema de signos,
denotativo, sino como sistema de actividad o de operaciones ordenadas, a fin de conseguir un
determinado objetivo que es información, comunicación, establecimiento de contacto, auto-
manifestación, expresión y performación de la actividad.

        Desde la Psicolingüística, Juan Mayor, en Psicología del Pensamiento y del lenguaje
(1979), define la comunicación como un “fenómeno (acto y/o proceso) de paso de información
(transmisión y/o recepción) a través de mensajes (lingüísticos y/o no) significativos (icónicos y/o
simbólicos) entre sistemas (fuentes y/o destinatarios) en interacción (unidireccional o
transactiva) que, partiendo de algo en común (código y/o contexto) y usando medios adecuados
(uni o multicanales) alcanza el efecto (intencional o no) de afectar dinámicamente (haciendo
partícipes y/o unificando) sus respectivos estados (respuestas internas y/o conductas) de forma
variable (en mayor o menor medida).

3.2.- El lenguaje verbal como acto de comunicación.

        La actividad verbal (acto verbal) forma parte de otra actividad mayor, la comunicación.
Toda comunicación se articula en tres aspectos: motivación, finalidad y realización. Este último
aspecto es el conjunto de acciones y operaciones concretas dirigidas a esa meta.
        Leontev afirma que cada acto de actividad es la unidad de los tres aspectos anteriores. No
obstante, el lenguaje entendido como actividad verbal abarca la determinación social, y ésta
influye en la elección más adecuada a la situación comunicativa, a su intencionalidad y
motivación.
        Existe, pues, una dependencia constante de la situación en que se lleva a cabo la
actividad, tanto para la planificación general como para la realización de acciones y la posible
modificación del proceso en el transcurso de la actividad, esto es, el cambio de las acciones
previstas por otras de acuerdo con las exigencias de los cambios que se produzcan en la
situación.

        Finalmente, existen diversos factores que afectan, por una parte, a la intención verbal, y,
por otra parte, a su realización.
        En cuanto a los que afectan la intención verbal, se identifican en Lingüística del texto con
la estructura profunda del texto o plan general del texto: primero, motivación, ya que
generalmente existe un conjunto de motivos con uno dominante; segundo, prueba de
probabilidades, que determina cuáles de entre las acciones posibles tienen más posibilidades; y,
tercero, “tarea de la acción”, en la que se selecciona la acción con más probabilidades de éxito.


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Por lo que se refiere a los que afectan la realización de la intención verbal se encuentran
los siguientes:
    a) la lengua específica en la que se realiza el enunciado.
    b) El grado de dominio de la lengua.
    c) El factor funcional-estilístico que determina la elección de medios lingüísticos más
        adecuados.
    d) Factor expresivo, afectivo.
    e) Diferencias individuales en experiencia verbal entre hablante y oyente.
    f) Contexto verbal.
    g) Situación verbal.

       Las corrientes científicas que atienden el proceso de la comunicación son diversas y
variadas. La explicación más elemental es la que se ofrece en el siguiente esquema:

Emisor                              Mensaje                        Receptor
                                    Código
                                    Canal
                                    Contexto

        Raymond B. Nixon sintetiza el proceso de comunicación como el resultado de una
relación entre un sujeto activo y otro pasivo. El sujeto activo (quién) dice un mensaje (qué) a
través de un medio (qué canal) al sujeto pasivo (a quién) con unas consecuencias (que efectos).

       Según Platón, el lenguaje es un órganon para comunicar a otro algo sobre las cosas. No
obstante, el signo representa la esencia de la cosa, pero no la cosa misma.
       En el siglo XIX, Karl Bühler retoma esta idea / concepto y define el lenguaje como un
conjunto de relaciones que componen un todo coherente. La comunicación sobre las cosas se
establece por medio de la enunciación o emisión lingüística, y que tiene tres funciones
semánticas:
    1) expresiva, que se produce por la relación entre signo y emisor, y en ella el emisor
        manifiesta su interioridad, realiza una interpretación subjetiva de las cosas.
    2) La función apelativa, que se produce por la relación entre el signo y el receptor y se
        manifiesta por el intento de actuar sobre la voluntad del otro.
    3) La función de representación se produce por la relación entre el signo y la cosa que
        nombra.

    Si bien esta clasificación desde las funciones es insuficiente para ser aplicada a todo tipo de
texto, sentó las bases para la lingüística posterior y postuló que las funciones del lenguaje
aparecen ordenadas jerárquicamente dominando una a las otras, pues difícilmente aparece una
sola.
        Estos estudios serán retomados por Roman Jakobson, uno de los fundadores del Círculo
de Praga y que en Estados Unidos en 1941 tomó contacto con estudios sobre cibernética y teoría
de la información.
        En 1950 Claude Shannon realiza una representación esquemática de un modelo de
comunicación:
Fuente           de       mensaje        Señal               Señal recibida      mensaje
información                              transmitida

Emisor              Transmisor           Canal              Receptor            destinatario
                    (codificador)                           (decodificador)
                                         ruido
                                         código

                                                                                                 8
En este esquema observamos una fuente de información (la totalidad de los mensajes entre los
que se puede seleccionarse uno), el código (sistema de convenciones por el cual se transmuta la
forma de un mensaje), el canal (el medio físico por donde circula la señal) y un elemento
importante como es el ruido, que es una alteración de la señal. Sin dudar, el objetivo era
conseguir una transmisión veloz con costos e interferencias mínimas.

        A partir de Shannon, Roman Jakobson configura su circuito de la comunicación verbal en
seis elementos:
    a) un destinador (emisor) que emite un mensaje que llega a un destinatario (receptor).
    b) El mensaje, que es aquello de lo cual se habla.
    c) El código, que es el idioma común a destinador y destinatario, y que asegura la
        comunicación permitiendo que emisor y receptor puedan comprenderse.
    d) El contacto es el canal o medio físico por el cual transita el mensaje, pero es, además, el
        contacto psíquico que se produce entre el destinador y el destinatario.

    A pesar de la propuesta de Jakobson, este circuito es eminentemente unidireccional, y no
contempla el efecto de feed back (de ida y vuelta del emisor al receptor y viceversa).
    Por otro lado, Jakobson rearmó el esquema de funciones de Bühler en el cual cada factor
determina una función, ninguna función existe en estado puro y hay un orden jerárquico o de
dominancia entre las diversas funciones que leemos en un mensaje.

                                           Referencial

           Emotiva                           Poética                         Conativa

                                             Fática

                                         Metalingüística

    Cada uno de los elementos del circuito de comunicación verbal determina una función
diferente del lenguaje según la relación que entabla con ellos el mensaje. Así, si éste está
orientado hacia el destinador o emisor se produce una función emotiva, que tiene como marcas la
primera persona, las interjecciones, la abundancia de adjetivos.
    Si el mensaje está orientado hacia el contexto se produce una función referencial, que
presenta como marcas la tercera persona y la preeminencia de sustantivos.
    Cuando el mensaje se orienta hacia el destinatario se produce una función conativa. Son
marcas de ella la segunda persona y la marcada importancia de los verbos.
    Cuando el mensaje está orientado hacia el canal o contacto se produce la función fática que
tiene como objeto comprobar si el canal funciona correctamente, abrirlo o mantenerlo abierto.
    Cuando el mensaje está orientado hacia el código se produce una función metalingüística, es
decir, se habla del código mismo.
    Y, por último, cuando el mensaje se orienta hacia sí mismo se produce una función poética,
es decir, el mensaje mismo es puesto de relieve.

    También Halliday habla de las funciones del lenguaje, pero este autor prefiere considerar la
existencia de tres grandes metafunciones:
    a) la función ideativa, que representa la relación entre el hablante y el mundo real que lo
       rodea incluyendo el propio ser como parte de él. Expresa la experiencia del hablante y
       determina la forma en que vemos el mundo. Se codifica mediante el modelo de la
       transitividad (el esquema sintáctico SVO) que constituye la expresión lingüística de los
       procesos, los participantes en el proceso y las circunstancias asociadas.


                                                                                                9
b) La función interpersonal, que permite el establecimiento y mantenimiento de relaciones
      sociales. Se codifica mediante el sistema de modalidad, que refleja la actitud del hablante
      respecto a lo que dice y a quién se lo dice. Se manifiesta mediante una gran variedad de
      medios: léxicos, gramaticales, fonético-fonológico (entonación).
   c) La función textual, a través de la cual la lengua establece correspondencia entre ella
      misma y la situación en la cual se emplea. Esta función permite establecer las relaciones
      de cohesión entre las partes de un texto y su adecuación a la situación concreta en que
      concurre. El principal recurso de codificación de la función textual es la tematización, es
      decir, la organización de la cláusula en forma de Tema y Rema. Mediante esta, se conecta
      la cláusula con el texto del que forma parte y le da cohesión. El Tema le permite al
      interlocutor seguir el hilo de lo que se le está diciendo y el Rema le proporciona nueva
      información sobre el primero.

La transitividad, la modalidad y la tematización reflejan las tres metafunciones del lenguaje y
representan el conjunto de opciones al cual el hablante recurre para construir su discurso y
representar el mundo. Halliday (1975) señala que en cada acto de habla están presentes las
funciones del lenguaje y existe una planificación continua y simultánea de todas ellas. De ahí
resulta que los diversos roles estructurales se solapan y una sola palabra puede representar
diferentes significados.

3.- Competencia lingüística y competencia comunicativa.

       El término “competencia” procede de “competence”, término incluido en los primeros
trabajos de Noam Chomsky sobre la “forma del lenguaje”, y viene a referirse a la habilidad
humana para aprender la primera lengua, cualquiera que ésta sea. Supone, pues, el conocimiento
de la lengua como hablante-oyente ideal; un conocimiento abstracto o realidad mental que
respalda la ejecución (perfomance) o uso que el hablante hace de su lengua.
       Los conceptos de competencia y actuación están ligados al enfoque de la gramática
generativa. Ésta pretende describir los procesos mentales que configuran la competencia del
hablante. Desde entonces el término adquiere un amplio sentido de “conocimiento”, “saber”,
“capacidad”, referido no sólo al estrictamente lingüístico verbal, sino a los correspondientes a los
otros muchos códigos de comunicación.

       Hymes, en On Communicative Competence (1966), plantea su explicación desde otro
punto de vista que relegue el código lingüístico como centro de atención por la identificación
etnográfica, para cada comunidad, de los componentes y funciones de la actividad comunicativa.
       En su precisión del término, Hymes señala cuatro sectores:
    1) lo que es posible (gramaticalmente)
    2) lo que es factible
    3) lo que es apropiado
    4) lo que es hecho o realizado teniendo en cuenta su modelo contextual SPEAKING.

    Hasta finales de la década de los 80 del siglo XX, las consideraciones del término han sido
variadas. Canale y Swain (1980), Fundamentos teóricos de los enfoques comunicativos...,
proponen varios componentes que describen la competencia comunicativa: :
a.- La competencia lingüística (gramatical): se preocupa de la corrección formal, afecta tanto al
código verbal como al no verbal.
b.- La competencia sociolingüística: tiene en cuenta la adecuación del texto al contexto
(registros), así como las variedades de la lengua.
c.- La competencia discursiva (textual): se encarga de la coherencia y cohesión de los textos que
emitimos.
d.- La competencia estratégica: tienen que ver con la eficacia de la comunicación.

                                                                                                 10
e.- La competencia sociocultural.

       En 1972 Savignon relación el término competencia con el aprendizaje de las lenguas
extranjeras, y la definió como la habilidad del que aprende la lengua extranjera para interactuar y
negociar significados con otro hablante.

        Según Hymes, la eficacia de la comunicación lingüística se logra mediante el dominio de
la competencia comunicativa. Ésta refiere al conjunto de habilidades y conocimientos que
permiten interpretar y usar apropiadamente la lengua, en relación con las funciones, las
variedades lingüísticas y las suposiciones culturales en la situación de comunicación. Pero es
Fishman (1970) quien más acertadamente ofrece una definición en la que los elementos
pragmalingüísticos y psicológicos se involucran en la comunicación interpersonal. Así, considera
que todo acto comunicativo está regido por reglas de interacción social: las que considera a los
interlocutores, la variedad lingüística (variedad regional, variedad de edad, sexo o estrato social),
el escenario (lugar), tiempo, el tópico, el propósito y los resultados (consecuencias).

      En definitiva, la competencia comunicativa incluye otras competencias, que a su vez se
componen de “subcompetencias” (dominio): la competencia lingüística, sociolingüística,
pragmática y psicolingüística.

        La competencia lingüística consiste en dominar la gramática tradicional con sus planos
del lenguaje: morfología, sintaxis, fonética y fonología, y semántica. A continuación
realizaremos algunas consideraciones sobre esta competencia.
        Coseriu considera que la lengua es una actividad humana universal que los individuos
llevan a la práctica individualmente y que la actividad del hablar puede ser considerada como el
saber en el que se basa esa actividad y como el producto de esa actividad. Este autor observa que
el contenido del saber lingüístico tendrá tres grados y cada uno de estos saberes implica distintos
grados de semanticidad:
        En primer lugar, el saber hablar en general o saber elocucional, que son los principios de
congruencia del pensamiento consigo mismo y con el conocimiento general de las cosas. La
norma de la congruencia también se manifiesta en la norma de la conducta de tolerancia: todo
hablante espera de los otros emisores mensajes con sentido, que, a su vez, los otros lo interpreten
con tolerancia. A este saber le corresponde el grado de la designación.
        En segundo lugar, el saber idiomático o competencia lingüística particular incluye tanto
los signos dotados de forma y contenido, como los procedimientos para que a partir de lo dado se
realice la actividad lingüística. El grado de semanticidad que le corresponde es el de significado.
        Y, en tercer lugar, el saber expresivo o competencia textual, referido al plano del discurso
o del texto, consiste en procedimientos con normas inherentes. Las normas se manifiestan porque
el hablante asigna a los textos el juicio de lo apropiado según el contexto y la situación concreta.
El grado de semanticidad de este saber es el sentido.

        La competencia sociolingüística incluye, al menos, las reglas de interacción social, el
modelo speaking de Hymes, la competencia interaccional y la competencia cultural, que
desglosaremos a continuación.
        Al referirnos a las reglas de interacción social, nos ocupamos de las siguientes
cuestiones:
        En primer lugar, los recursos sociolingüísticos de una comunidad particular, en el que
incluimos no solamente los gramaticales sino también un conjunto de potenciales lingüísticos
para el uso y significado social.
        En segundo lugar, las interrelaciones y organizaciones pautadas de los diversos tipos de
discurso e interacción social en la comunidad.


                                                                                                  11
En tercer lugar, las relaciones de dichas pautas de habla con otros aspectos de la cultura
de la comunidad tales como la organización social, religión...
        En cuarto lugar, el uso y explotación de los recursos en el discurso: situación de habla,
evento de habla y acto de habla. Las situaciones de habla se asocian con el uso del lenguaje o
están marcadas por su ausencia; un evento de habla, según Hymes, es la actividad o aspectos de
la misma que está regido por reglas o normas para el uso lingüístico. Cuando los eventos de
habla son analizados en segmentos de discurso más pequeños constituyen un acto de habla, tales
como una pregunta... Así como un mismo tipo de acto de habla puede ocurrir en diferentes
eventos de habla, también un mismo tipo de evento de habla puede verificarse en distintas
situaciones de habla.

        Otro modo de explicación de la competencia sociolingüística es el modelo SPEAKING
de Hymes, que pone de relieve el concepto de la situación social. Cada letra representa un
concepto de análisis y todos ellos corresponden a las reglas de interacción social, que detallamos
a continuación:
        S: Situación, comprende la situación de habla: lugar, tiempo y todo lo que la caracteriza
desde un punto de vista material. También incluye el evento de habla como parte menor de la
situación de habla.
        P: Participantes, que incluye a las personas que interactúan lingüísticamente: emisor e
interlocutor, como asimismo a las personas que participan en el evento de habla e influyen en su
desarrollo debido a su presencia.
        E: Finalidades, que tiene que ver con las intenciones del hablante al decir algo y con los
resultados que espera obtener como consecuencia de ese “decir algo”.
        A: Actos, que se expresa a la vez como contenido del mensaje (tópico o tema abordado) y
su forma, esto es, el estilo de expresión.
        K: Tono. Expresa la forma o espíritu con que se ejecuta el acto. Un mismo enunciado,
desde el punto de vista gramatical, puede variar su significado si se lo quiere expresar en serio,
como una broma o como un sarcasmo.
        I: Instrumentos. Nos referimos a dos componentes: los canales y las formas de las
palabras. El canal puede ser oral, la escritura, el lenguaje no verbal. En cuanto a la forma de las
palabras, toma en consideración su diacronía, su especialización o uso.
        N: Normas, que comprende las normas de interacción y las de interpretación. Las
primeras tienen que ver con los mecanismos de regulación interaccional o rituales. Las segundas
involucran todo el sistema de creencias de una comunidad, que son transmitidas y recibidas
ajustándose al sistema de representaciones y costumbre socioculturales.
        G: Género. Se refiere al tipo de discurso, y se aplica a categorías tales como poemas,
proverbios, mitos, discurso solemne, rezos...

        En cuanto a la Competencia interaccional, ésta involucra el conocimiento y el uso de
reglas no escritas de interacción en diversas situaciones de comunicación en una comunidad
sociolcultural-lingüística dada: continuar y manejar las conversaciones y negociar el significado
con otras personas; el tipo de lenguaje corporal apropiado; el contacto visual y la proximidad
entre los hablantes y el actuar en consonancia con esas reglas.

       Por lo que se refiere a la competencia cultural, es la comprensión de todos los aspectos
de la cultura de una comunidad: la estructura social, los valores y creencias de la gente y las
normas de comportamiento del grupo.

       Por otro lado, mientras que la sociolingüística se centraba en la variación lingüística y el
contexto social, Austin, Searle y Grice consideraban los enunciados verbales como formas
específicas de acción social, en la que intervienen la competencia funcional (actos de habla
incluidos), la implicatura y la presuposición.

                                                                                                12
El primer aspecto, la competencia funcional, refiere a la capacidad para lograr los
propósitos de comunicación en una lengua. No obstante, advertimos que los actos de habla
pueden variar de una cultura a otra ya que son el reflejo de diferentes sistemas de valores.

        Con el término implicatura, Grice (1975) refiere a la distinción entre lo que se dice y lo
que se implica al decir lo que se dice, o lo que no se dice. Grice distingue dos tipos de
implicatura: la convencional, que depende de algo adicional al significado normal de las
palabras, y la conversacional, que deriva de condiciones más generales que determinan la
conducta adecuada en la conversación, y que según él contempla las siguientes máximas:
        Calidad: trate de que su contribución sea verdadera.
        Cantidad: haga que su contribución sea lo más informativa posible en cuanto se requiera
para los propósitos del intercambio.
        Relevancia: haga que su contribución sea “relevante”.
        Modo: evite la oscuridad, la ambigüedad; sea breve y ordenado.

       Otro tipo de inferencia pragmática es la presuposición, que, aunque parece estar unida
más estrechamente con la estructura lingüística de las oraciones, no pueden considerarse como
semánticas, sino que vienen influidas por factores contextuales. Por ejemplo: “Acaba de
terminar el partido” presupone que el partido ya no se está jugando.

        Por último, considerar que estos autores aportaron una nueva orientación del lenguaje
como acto de habla distinguiendo, como es el caso de Austin, dos tipos de enunciados:
performativos (cuando describe una determinada acción de su locutor o si su enunciación
equivale al cumplimiento de la acción), y constatativos (cuando sólo tienden a describir un
acontecimiento).
        Asimismo, Austin consideró que al enunciar una frase cualquiera se cumplen tres actos
simultáneamente. En primer lugar, el acto locutivo, en la medida en que se articulan y combinan
sonidos, en la manera en que se evocan y combinan sintácticamente las nociones representadas.
        En segundo lugar, un acto ilocutorio, en la medida en que la frase constituye de por sí un
determinado acto. Estos actos se definen por un conjunto de condiciones y reglas que determinan
su naturaleza. De las condiciones, destaca la sinceridad.
        Existe una dimensión básica en los actos ilocutivos: el ajuste entre las palabras y el
mundo. Algunas ilocuciones tratan de lograr que el mundo se ajuste a lo que en ellas se dice,
mientras que otras intentan ajustarse al estado del mundo. Por ejemplo, cuando se ordena algo, lo
que se intenta es que la realidad cambie, por el contrario al aseverarse pretende que lo dicho se
corresponda con el mundo.
        El acto ilocutivo no siempre aparece con sus marcadores específicos en los usos
cotidianos, porque los usuarios conocen los usos sociales del lenguaje y la fuerza ilocutiva es
inferida al relacionar emisiones con contextos.
        En tercer lugar, un acto perlocutorio, en la medida en que la enunciación sirve a fines más
lejanos que interlocutor puede no comprender aunque domine perfectamente la lengua.

        De otro lado, Searle, en Actos de habla (1986), propone la siguiente clasificación de los
actos ilocutivos:
    1) representativos, que comprometen al hablante con la verdad de la proposición expresada,
        y para ello se utilizan verbos como: afirmar declarar, sostener...
    2) directivos, que pretenden lograr que el oyente lleve a cabo alguna acción, mediante
        verbos como ordenar, mandar, pedir, insistir, preguntar...
    3) conmisivos, comprometen al hablante con algún futuro curso de acción, a través del
        verbo prometer y verbos usados en futuro como hacer, intentar o favorecer.


                                                                                                13
4) Expresivos, transmiten un estado psicológico del hablante acerca del estado de cosas
      expresado en el mismo enunciado, con verbos como agradecer, congratularse,
      disculparse...
   5) Declaraciones, se refieren a la correspondencia entre el contenido del enunciado y el
      estado de cosas en la realidad con verbos como declarar.

    No obstante esta taxonomía, en el castellano se han especializado palabras, expresiones y
otros recursos para representar las variedades de ilocución de tal modo que esa representación se
ha vuelto compleja.

        En cuanto a la Competencia psicolingüística, ésta incluye la personalidad del hablante,
la sociocognición y el condicionamiento afectivo.
        En primer lugar, advertimos que en el acto comunicativo intercambiamos significaciones
teñidas de nuestro ánimo. De ese modo, se tiene en cuenta la personalidad de los interlocutores,
integrada ésta por todos aquellos elementos que constituyen su identidad: nivel intelectual y
cultural, motivaciones, sexo, entre otras condiciones.
        Pero además de esto se incluye la sociocognición, que refiere a los esquemas mentales, la
actitud y los valores de una comunidad (esto es, su ideología) que inciden en el desarrollo
discursivo, puesto que constituyen la base común para conceptuar situaciones, eventos y actos de
habla, e interpretar en la ausencia de los mismos.

       No obstante, esta sociocognición no anula la individualidad, la cual afecta a la cantidad y
calidad de la interacción en los eventos específicos, y al ambiente en que se enmarca la situación,
el evento de habla y el acto de habla.

        Resumiendo, la competencia comunicativa es un conjunto de habilidades y
conocimientos que poseen los hablantes de una lengua, que les permiten comunicarse en ésta,
pudiendo hacer uso de dicha lengua en situaciones de habla, eventos de habla y actos de habla.
Lo que decimos y hacemos tiene significado dentro de un marco de conocimiento cultural. El
modo en que usamos la lengua está enraizado en la sociocognición colectiva, por medio de la
cual le damos sentido a nuestra experiencia.

        La competencia comunicativa está formada, pues, por las competencias lingüística,
sociolingüística, pragmática y psicolingüística, con sus respectivas estructuras y funciones. Es
precisamente el dominio de estas estructuras y funciones lo que constituye nuestro conocimiento
de la lengua.

       La competencia comunicativa ha permitido entender que sólo puede existir el análisis del
discurso con un corpus obtenido a partir de datos empíricos, ya que el uso lingüístico se da en un
contexto, es parte del contexto y, además, crea contexto.

        Prosiguiendo con la evolución del concepto que nos ocupa, recientemente se han añadido
varias dimensiones en su definición.
        Según Pulido (2004), es la habilidad del que aprende la lengua para expresar, interpretar
y negociar significados socioculturales en la interacción entre dos o más personas, o entre una
persona y un texto oral o escrito, de forma tal que el proceso de comunicación sea eficiente y
esté matizado por modos de actuación apropiados.
        La competencia comunicativa integral comprende diferentes dimensiones: la competencia
cognitiva, la competencia lingüística, la competencia discursiva, la competencia estratégica, la
competencia sociolingüística, la competencia de aprendizaje, la competencia sociocultural, la
competencia afectiva y la competencia comportamental.


                                                                                                14
La inclusión de la competencia de aprendizaje se debe a que la competencia comunicativa
se sostiene sobre el fin de la enseñanza de lenguas. De este modo, esta dimensión refiere a la
autonomía del alumno para organizar su propio aprendizaje.

        Unido a esto, la influencia de las teorías humanistas y cognitivistas y de conceptos claves
vomo valores, aprendizaje, cultura, multiculturalidad, interculturalidad, pluralidad y diversidad
en ámbitos que cubren la totalidad de las experiencias vitales del ser humano, justifica la
inclusión de la dimensión cognitiva, la competencia afectiva y la dimensión comportamental o
conductual.

        La competencia cognitiva es la habilidad de construir o reconstruir conocimientos a
través de la lengua.
        La competencia afectiva es la habilidad para reconocer, expresar y canalizar la vida
emocional, así como la capacidad para conocer y gobernar los sentimientos que provocan los
fenómenos afectivos.
        Y la competencia comportamental son las habilidades verbales y no verbales que
evidencian una adaptación de la conducta a la situación y al contexto que favorezca comunicarse
de forma efectiva.




                                                                                                15

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Tema 1

  • 1. Tema 1.- Lenguaje y comunicación. Competencia lingüística y comunicativa. 1.- La comunicación. La semiología. El hombre transmite contenidos significativos (mensajes) a los individuos, ya sea en la vida cotidiana como en los estudios científicos. No obstante, destacamos que el pensamiento humano no se puede formalizar sin objetivarse en signos, los cuales actúan, como elemento mediatizador entre la realidad y el hombre, así como instrumento capaz de una cultura y una civilización, ya que, según Humberto Eco, toda cultura se ha de estudiar como un fenómeno de comunicación. Diversas son las disciplinas que estudian el lenguaje y el proceso de comunicación. En primer lugar, nos referimos a la Semiótica, considera como la ciencia de los signos en general. Frente a la Semiótica, Saussure propone la Semiología como disciplina que estudia los signos tanto verbales como no verbales dentro de una sociedad, y que, por tanto, tienen sentido a partir de la concepción del hombre. Pues, sin esta convención social no sería explicable la interpretación que hacemos de los signos en iconos, indicios y símbolos. Asimismo, la Lingüística, que estudia el signo lingüístico y las relaciones que éste mantiene con el resto de signos dentro del sistema, debe concebirse como una parte de esa Semiología. La Lingüística se centra en el código a través de tres vertientes de estudio: la semántica, que estudia las relaciones de significado que mantienen las palabras; la sintaxis, que determina el valor funcional de los signos en relación con el resto; y la pragmática, que Morris define como “la ciencia de los signos en relación con sus intérpretes”. Ésta última será una de las más importantes disciplinas lingüísticas que mayor repercusión ha tenido sobre el estudio del lenguaje, sobre todo a partir de los “actos de habla” de Austin y Searle. Sin ella, quedaría fuera el planteamiento de la segunda parte del tema que nos ocupa: la competencia lingüística y la competencia comunicativa. Por otro lado, la diversidad de interpretaciones del hecho lingüístico se debe, como expresa Enrique Bernárdez en Introducción a la Lingüística del texto (1982), a fundamentar la explicación de todo el fenómeno sobre un aspecto determinado del lenguaje. Lo observaremos a continuación en el concepto tanto del lenguaje como de la comunicación. 2.- Lenguaje. 2.1.- Concepto y criterios para la definición del lenguaje. Los conceptos de lenguaje y de comunicación resultan de difícil precisión en cuanto a su definición se refiere. A la complejidad que entraña el lenguaje por sus usos múltiples en campos tan alejados como la comunicación animal o la humana, la de los ordenadores o la escritura de ciegos o incluso en la propia distinción entre el lenguaje coloquial y el lenguaje científico; se añade la polisemia del término “lenguaje”, originada por el análisis de disciplinas con orientaciones totalmente divergentes que ofrecen distintos puntos de vista, ocasionados principalmente por su interés en una parcela del objeto de estudio, el lenguaje. De este modo encontraremos variedades de definiciones, como las que se señalan a continuación, y que podemos agrupar desde dos perspectivas: una amplia y otra más estricta. Desde una perspectiva amplia, y el intento de explicar esta polisemia, Metz en La semiología, considera que “la palabra lenguaje tiene numerosas acepciones más o menos estrictas, y todas hasta cierto punto justificadas. Esta abundancia polisémica se opera ante 1
  • 2. nuestros ojos en dos direcciones: por una parte, determinados sistemas (incluso los más inhumanos) recibirán el nombre de “lenguajes” si su estructura formal se asemeja a la de nuestros lenguajes. Por otra parte, todo lo que habla al hombre del hombre (aunque sea del modo menos organizado y lingüístico) es sentido como lenguaje: se habla del lenguaje de las flores, de la pintura o incluso del silencio.” Desde la postura semiótica, Ch. Morris define el concepto de lenguaje incluyendo en él las tres tendencias de la Lingüística: los formalistas, que consideran el lenguaje como un sistema axiomático; los empiristas, que observan una relación de los signos con los objetos denotados, y en cuya relación los signos pueden ser una señal, un símbolo o un indicio; y los pragmatistas, que consideran el lenguaje como una actividad comunicativa, de origen y naturaleza sociales, con lo que se destaca la especificidad del lenguaje humano verbal. Según Morris, todas estas tendencias resultan parciales y el concepto lenguaje sólo quedará definido si lo expresamos en una descripción globalizadora en la que se incluyan los tres criterios: sintaxis, semántica y pragmática. De este modo, “el concepto de lenguaje es igual a la suma de un componente sintáctico con un componente semántico y otro pragmático”. En la consideración como lenguaje a cualquier sistema de signos, Morris ofrece las características del mismo: “un lenguaje está compuesto de una pluralidad de signos, susceptibles de ser producidos por varios sujetos con un significado convencionalizado para todos ellos. Estos signos se hallan interrelacionados, capaces de combinarse de acuerdo con las posibilidades semióticas de la paradigmática del sistema, con el fin de poder formar parte de una gran variedad de mensajes, y poseedores de una relativa constancia significativa en cualquier situación o contexto en el que aparezcan. Desde una perspectiva estrictamente lingüística, E. Coseriu afirma que “el lenguaje es una actividad humana universal que se realiza individualmente, pero siempre según técnicas históricamente determinadas”. De ahí, que en Lecciones de lingüística general1distingue en el lenguaje tres niveles, en cierto modo autónomos y con sus normas propias: universal, histórico e individual. El primero de ellos, el universal, está relacionado con el saber elocucional (el hablar en general); el nivel histórico consiste en el dominio de una técnica idiomática o lengua concreta; y el nivel individual es el saber expresivo o la realización individual que se hace de la lengua o saber idiomático. En Introducción a la Lingüística del texto (1982), Enrique Bernárdez define el lenguaje como un sistema de signos nacido de las necesidades sociales, especialmente de la actividad productiva, impulsado fundamentalmente por el trabajo, que surge y se desarrolla históricamente, estructurado en base al material de los sonidos articulados, que sirve como medio fundamental de comunicación en la sociedad y como medio en la formación y la expresión de los pensamientos y los contenidos de la conciencia en el proceso del conocimiento. Vistas en conjunto estas definiciones, muchas de ellas comparten dos criterios: lenguaje como medio de comunicación social y lenguaje como sistema de signos o símbolos. Las distintas tendencias lingüísticas no han contribuido al acuerdo: las tendencias estructuralistas y generativistas se han centrado en el segundo de los criterios; la Lingüística del texto y otras disciplinas como la Sociolingüística o la Teoría de la Comunicación se basan en el primero. La indefinición o la falta de acuerdo respecto de los criterios fundamentales y de lo que entendemos por lenguaje, lleva también a cuestionamientos sobre la inclusión de otros lenguajes 1 COSERIU, Eugenio, Lecciones de lingüística general, Madrid, Gredos, 1981. 2
  • 3. distintos al verbal, tan variados como el lenguaje de comunicación entre animales, los sistemas visuales, etc. El mayor o menor alcance del término lenguaje dependerá también de la mayor o menor amplitud del criterio de sistema que se siga: “... si en este concepto se engloban los sistemas sincréticos de comunicación o no, lo que equivale a cuestionarse si la definición del concepto lenguaje se restringe a la codificación verbal, campo donde se ha utilizado con más frecuencia o la sobrepasa”. (J.A. GONZÁLEZ MARTÍN, Fundamentos para la teoría del mensaje literario, Madrid, Forja, 1982). A continuación, debemos hablar del elemento básico del lenguaje y la comunicación: el signo. Lo evidente es que el signo abarca elementos sumamente heterogéneos, que tienen en común el ser portadores de una información o de un valor significativo, o como considera Reznikov, soporte de una información con respecto a un objeto determinado. Esta relación entre signo y objeto o idea designada se muestra relativamente constante, aunque pueda ser completamente arbitraria o inmotivada. De ahí que destaquemos que vivimos rodeados de signos naturales y artificiales. Éstos últimos son creados por el hombre y resultan importantes en la historia de la cultura y la civilización de los pueblos. Por otro lado, en la creación de todos los sistemas sígnicos se persigue un alto rendimiento económico, esto es, que transmite la mayor cantidad de información con un mínimo de unidades. En un intento de sistematizar los sistemas sígnicos, Humberto Eco, en su obra La structure assente, habla de diversas semiologías: una semiología animal, que estudia la comunicación entre los diferentes animales; olfativa, el valor denotativo y connotativo de los olores, ya sean éstos naturales o artificiales (perfume); táctil, como sistema de comunicación afectiva en animales, y como signo externo social o de cortesía entre las personas adultas; una semiología del gusto, que se centra en las diferencias de gusto denotadas en una comunidad o grupo humano; semiología del gesto o kinésica, que estudia los gestos o movimientos corporales con valor significativo; semiología paralingüística, centrada en los rasgos suprasegmentales (tono, timbre de voz, vocalización e intensidad), en los que se incluirían también las onomatopeyas y las interjecciones; semiología del silbido, en la que los silbidos son un sistema de contacto, sobre todo en los pueblos primitivos; semiología de los indicios naturales (humo, lágrimas...); semiología musical, cuyos fenómenos están a caballo entre la imagen y el sonido. La semiología de las lenguas naturales, en la que además de los diferentes códigos lingüísticos, podrían estudiarse subcódigos particulares como léxico político, técnico o jurídico... La semiología de los lenguajes formalizados como las lenguas artificiales: el Esperanto, el alfabeto Morse o el sistema Braille para ciegos, el lenguaje escrito. El sistema verbo-icónico, en el que entran a formar parte los sistemas de comunicación masivos: cine, televisión, cómic, publicidad, etc. Los sistemas señalactivos, y también los sistemas cromáticos, en éstos sobre todo el valor connotativo que tienen los colores en las sociedades occidentales. Por último, el vestuario, que forma parte de los códigos culturales. Así pues, diremos que la semiología es la ciencia que estudia todos los procesos culturales, los cuales, como considera Humberto Eco, constituyen procesos de comunicación. Por otro lado, Peirce (el fundador de la semiótica) distingue diversas clases de signo según el tipo de vínculo que lo une con su referente. Así, habla, en primer lugar, de índices, que mantienen una conexión física real con el referente, puede basarse en la proximidad, en la relación causa-objeto o en cualquier tipo o conexión. En segundo lugar, habla de iconos, los cuales tienen semejanza de algún tipo con el referente. 3
  • 4. Y, en tercer lugar, los símbolos son signos arbitrarios cuya relación con el objeto se basa exclusivamente en una convención. A esta categoría pertenece el signo lingüístico. Por último, Peirce destaca que esta clasificación no es excluyente, y que un signo puede pertenecer a la vez a más de una de estas categorías. Por ejemplo: la yema dactilar puede observarse como índice e icono. Al margen de la clasificación de Peirce, un signo puede ser motivado (hay una relación objetiva entre signo y referente) o puede ser inmotivado (no existe tal relación objetiva). En este último se incluye el signo lingüístico, del cual trataremos a continuación. Existen dos formas de representar convencionalmente el signo, que, sin ser contradictorias, corresponden a enfoques diferentes: La discrepancia entre ellas en la inclusión o exclusión del referente en el concepto de signo. El referente abarca no solo el mundo real “sino cualquier universo posible”, por ello llegamos a diferenciar dos clases de signos, los que se refieren a cosas, y los que se refieren a relaciones. Es en este último caso en el que se aplica el referente. Su inclusión en el concepto de signo es defendida por Ogden, Richards y Pierce. No obstante, a continuación remitimos la definición de Saussure, el cual no incluye el referente en su definición de signo lingüístico. Según el mismo autor, el signo lingüístico consta de dos partes que se relacionan mutuamente: el significante, constituido por una sucesión inmutable de sonidos (fonemas), y el significado, que es lo que evoca el significante en nuestra mente cuando lo oímos o leemos. Generalmente, se considera que el signo lingüístico es arbitrario, ya que la relación entre significante y significado es inmotivada y convencional (fruto del acuerdo tácito entre los hablantes de una misma lengua). De ahí que desde un punto de vista sincrónico, el signo sea inmutable, pero, por el contrario, desde la diacronía evolucione hacia el cambio o hacia su desaparición. Si nos centramos en el significante, éste se desarrolla en el tiempo y en el espacio, es decir, que los fonemas se presentan uno tras otro formando una cadena. Asimismo, el signo se descompone en una doble articulación. La primera articulación la constituyen los monemas, unidades mínimas que poseen significante y significado. Y la segunda la forman los fonemas, es decir, las unidades mínimas que no poseen significado. Como conclusión a este apartado, Ducrot y Todorov destacan que la especificidad del lenguaje verbal humano se encuentra en la confluencia de tres criterios: sistematicidad, significación y secundaridad. La sistematicidad se refiere al aislamiento del signo dentro del sistema. Ya Ferdinand de Saussure había definido la lengua como un sistema semiótico que presenta una estructura, dentro de la cual los elementos lingüísticos se hallan interrelacionados, de tal modo que al alterarse un elemento se modifican las relaciones entre las unidades. Pues, cada signo lingüístico tiene un valor dentro de las relaciones formales que mantienen todos ellos entre sí; una relación opositiva del cual se obtiene su valor, y, por eso, se les considera como entidades opositivas, relativas. Este sistema, al que denominamos lengua, está formado por un conjunto de signos lingüísticos. Éstos son, según Saussure, una entidad formada por un significado (concepto) y un significante (imagen acústica), ambos psíquicos, pues, como apunta Salvador Gutiérrez Ordóñez2, son externos al propio proceso significativo: “el signo lingüístico une, no un nombre y una cosa, sino un concepto y una imagen acústica –secuencia de sonidos o de letras-“. 2 GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, Salvador, Introducción a la Semántica Funcional, Madrid, Síntesis, 1996. 4
  • 5. Ambos planos del signo lingüístico mantienen una relación arbitraria de significación, ya que no existe motivación natural alguna para la unión de ambos planos. El mismo lingüista define “la significación” como “un conjunto de notas semánticas que definen las propiedades de la clase de objetos a los que ese signo puede ser aplicado”. Pero es la secundaridad lo que diferencia el lenguaje verbal de los lenguajes no verbales. Esta cualidad diferencial viene a señalar la propiedad metalingüística, la capacidad de producir frases que rechazan tanto la denotación como la representación (mentiras, perífrasis, repeticiones de palabras anteriores), y la utilización de palabras en un sentido distinto al adquirido. Además, otra peculiaridad del lenguaje verbal es su doble articulación. A. Martinet ha defendido: a) que las lenguas naturales están doblemente articuladas, que conocen una organización en dos niveles autónomos. Es decir, que las unidades del primer proceso articulador son también analizables en elementos menores, constantes y reutilizables en la formación de otros segmentos lingüísticos complejos. b) Que este análisis es funcional: la primera articulación se fundamenta en la función significativa, mientras que la organización de la segunda articulación es la función distintiva. c) Que cada articulación posee una unidad: el monema (unidad que posee significado léxico) para la primera articulación, y el fonema para la segunda, que es la unidad lingüística que no posee significado léxico, pero cuya combinación permite y diferencia palabras y significados. Es aquí donde hay que destacar lo que se ha denominado “economía lingüística”, cuya denominación se refiere a las infinitas posibilidades expresivas que posee la lengua con un conjunto delimitado de unidades –los fonemas- sobre las que opera un conjunto de elecciones. Aunque, otros lingüistas como Alarcos subrayan la existencia de una tercera articulación, de “unidades distinguidas”, es decir, de los rasgos de significación que integran el significado de los monemas. Ejemplo: para formar el significante de niño hemos articulado cuatro fonemas (/n/ /i/ / ñ/ /o/), componiendo con ellos dos sílabas (ni-ño); pero además, en el texto, unimos este signo con otros para crear un sintagma (un + niño + prodigio) y uniendo sintagmas formamos oraciones y enunciados, es decir, mensajes completos (Milton Estomba había sido un niño prodigio). Por último, destacar que en “El puesto del hombre en la naturaleza” en Curso de Lingüística general (1979) Hockett establece una serie de propiedades que sólo se dan de forma simultánea en el lenguaje humano y en el resto de sistemas de comunicación se dan unas u otras separadamente. Tales propiedades son: vía vocal-auditiva, transmisión irradiada y recepción dirigida, “fáding rápido”, intercambiabilidad, retroalimentación total, especialización, semanticidad, arbitrariedad, carácter discreto, desplazamiento, dualidad de pauta, productividad, transmisión cultural o tradicional, prevaricación y reflexividad. En primer lugar, la propiedad vía vodal-auditiva se refiere a la emisión de la comunicación en pautas de sonido, mediante el aparato respiratorio. Esto es, por la vía vocal- auditiva se dan la producción y la percepción del sonido respectivamente. Y es distintivo del lenguaje humano el que éste haga uso del timbre vocálico. En segundo lugar, la información se transmite por vía sonora en forma de ondas sonoras, y la audición suele estar razonablemente orientada respecto de la localización de la fuente sonora. 5
  • 6. En tercer lugar, el fading rápido, que se refiere a la captación de la información comunicativa en el mismo momento de su emisión, ya que el sonido es evanescente. Para compensar esta propiedad, el hombre ha creado diversos sistemas de registro: la escritura fue el primero de ellos. En cuarto lugar, la propiedad de la intercambiabilidad es la capacitación de los participantes de la comunicación tanto para transmitir como para recibir mensajes. En quinto lugar, la retroalimentación total está conformada por la retroalimentación auditiva (el hecho de oír todo lo que se dice en el momento de decirlo) y por la retroalimentación cinestésica de los movimientos articulatorios. En sexto lugar, un hecho de comunicación está especializado cuando la enunciación del mismo no implica una actitud biológica, como por ejemplo acudir a una mesa cuando se oye la frase “la comida está lista” tiene importancia biológica porque supone un desplazamiento. En séptimo lugar, se habla de semanticidad cuando los elementos de un sistema de comunicación tienen denotaciones del entorno de quienes lo utilizan y cuando el funcionamiento del sistema reposa sobre estos lazos. En octavo lugar, es la arbitrariedad del signo lingüístico, que no mantiene similitud con los objetos, sino que es producto de una convención social. En noveno lugar, el carácter discreto del signo. Los fonemas de una lengua no son sonidos sino rasgos de sonido perfectamente discernibles unos de otros. Cada lengua produce diferentes repertorios discretos de fonemas. En décimo lugar, la comunicación puede estar alejada en tiempo y espacio del momento y lugar en que se establece la comunicación (desplazamiento). Esta propiedad está en la escritura. En undécimo lugar, la propiedad de la dualidad de pauta; esto es, el sistema formado por elementos mínimos con significado o pleuremas, y por elementos mínimos sin significado propio pero diferenciadores de mensajes, o cenemas, es sumamente económico y eficaz (doble articulación de Martinet). En duodécimo lugar, el lenguaje verbal humano es productivo, ya que es un sistema de comunicación en el que es posible crear y comprender sin dificultad mensajes nuevos. En décimo tercero lugar, el lenguaje se transmite por tradición, por el intercambio comunicativo de la sociedad. (transmisión cultural o tradicioal) En décimo cuarto lugar, la prevaricación es la propiedad según la cual los mensajes lingüísticos pueden ser falsos y pueden no tener ningún significado en el sentido lógico. Y, por último, la reflexividad es una propiedad exclusivamente lingüística: en una lengua es posible comunicarse acerca de la comunicación mixta. Tiene su correspondencia con la funciónmetalingüística descrita por Jakobson. En síntesis, son exclusivas del lenguaje humano las propiedades de dualidad de pauta, transmisión cultural, prevaricación y reflexividad. 3.- La Comunicación y las funciones del lenguaje. 6
  • 7. 3.1.- Concepto y definición desde distintas perspectivas. El concepto de comunicación también ha sido objeto de diversas disciplinas como la Semiótica o la Teoría de la Comunicación y de la Información, la Lingüística o la Psicolingüística. La Teoría de la Comunicación, fundada en 1948 por Claude Shannon y Warren Weaber, la define como el paso de una determinada información de un punto a otro que se hallan distantes en el espacio y/o en el tiempo. En dicha transmisión de informaciones se utiliza un código específico, “codificado” por el emisor y “descodificado” por el receptor. La Lingüística, por otro lado, se centra en el estudio del código. Aunque una corriente lingüística, como la Lingüística del Texto, estudia el proceso global de la Comunicación humana mediante el lenguaje, en su integridad, considerando todos y cada uno de los elementos del proceso sin privilegiar ninguno de ellos, en el marco de la realidad superior del texto. Así, Enrique Bernárdez entiende el proceso de comunicación como una forma de actividad. De esta manera, el lenguaje ya no se considera primariamente como sistema de signos, denotativo, sino como sistema de actividad o de operaciones ordenadas, a fin de conseguir un determinado objetivo que es información, comunicación, establecimiento de contacto, auto- manifestación, expresión y performación de la actividad. Desde la Psicolingüística, Juan Mayor, en Psicología del Pensamiento y del lenguaje (1979), define la comunicación como un “fenómeno (acto y/o proceso) de paso de información (transmisión y/o recepción) a través de mensajes (lingüísticos y/o no) significativos (icónicos y/o simbólicos) entre sistemas (fuentes y/o destinatarios) en interacción (unidireccional o transactiva) que, partiendo de algo en común (código y/o contexto) y usando medios adecuados (uni o multicanales) alcanza el efecto (intencional o no) de afectar dinámicamente (haciendo partícipes y/o unificando) sus respectivos estados (respuestas internas y/o conductas) de forma variable (en mayor o menor medida). 3.2.- El lenguaje verbal como acto de comunicación. La actividad verbal (acto verbal) forma parte de otra actividad mayor, la comunicación. Toda comunicación se articula en tres aspectos: motivación, finalidad y realización. Este último aspecto es el conjunto de acciones y operaciones concretas dirigidas a esa meta. Leontev afirma que cada acto de actividad es la unidad de los tres aspectos anteriores. No obstante, el lenguaje entendido como actividad verbal abarca la determinación social, y ésta influye en la elección más adecuada a la situación comunicativa, a su intencionalidad y motivación. Existe, pues, una dependencia constante de la situación en que se lleva a cabo la actividad, tanto para la planificación general como para la realización de acciones y la posible modificación del proceso en el transcurso de la actividad, esto es, el cambio de las acciones previstas por otras de acuerdo con las exigencias de los cambios que se produzcan en la situación. Finalmente, existen diversos factores que afectan, por una parte, a la intención verbal, y, por otra parte, a su realización. En cuanto a los que afectan la intención verbal, se identifican en Lingüística del texto con la estructura profunda del texto o plan general del texto: primero, motivación, ya que generalmente existe un conjunto de motivos con uno dominante; segundo, prueba de probabilidades, que determina cuáles de entre las acciones posibles tienen más posibilidades; y, tercero, “tarea de la acción”, en la que se selecciona la acción con más probabilidades de éxito. 7
  • 8. Por lo que se refiere a los que afectan la realización de la intención verbal se encuentran los siguientes: a) la lengua específica en la que se realiza el enunciado. b) El grado de dominio de la lengua. c) El factor funcional-estilístico que determina la elección de medios lingüísticos más adecuados. d) Factor expresivo, afectivo. e) Diferencias individuales en experiencia verbal entre hablante y oyente. f) Contexto verbal. g) Situación verbal. Las corrientes científicas que atienden el proceso de la comunicación son diversas y variadas. La explicación más elemental es la que se ofrece en el siguiente esquema: Emisor Mensaje Receptor Código Canal Contexto Raymond B. Nixon sintetiza el proceso de comunicación como el resultado de una relación entre un sujeto activo y otro pasivo. El sujeto activo (quién) dice un mensaje (qué) a través de un medio (qué canal) al sujeto pasivo (a quién) con unas consecuencias (que efectos). Según Platón, el lenguaje es un órganon para comunicar a otro algo sobre las cosas. No obstante, el signo representa la esencia de la cosa, pero no la cosa misma. En el siglo XIX, Karl Bühler retoma esta idea / concepto y define el lenguaje como un conjunto de relaciones que componen un todo coherente. La comunicación sobre las cosas se establece por medio de la enunciación o emisión lingüística, y que tiene tres funciones semánticas: 1) expresiva, que se produce por la relación entre signo y emisor, y en ella el emisor manifiesta su interioridad, realiza una interpretación subjetiva de las cosas. 2) La función apelativa, que se produce por la relación entre el signo y el receptor y se manifiesta por el intento de actuar sobre la voluntad del otro. 3) La función de representación se produce por la relación entre el signo y la cosa que nombra. Si bien esta clasificación desde las funciones es insuficiente para ser aplicada a todo tipo de texto, sentó las bases para la lingüística posterior y postuló que las funciones del lenguaje aparecen ordenadas jerárquicamente dominando una a las otras, pues difícilmente aparece una sola. Estos estudios serán retomados por Roman Jakobson, uno de los fundadores del Círculo de Praga y que en Estados Unidos en 1941 tomó contacto con estudios sobre cibernética y teoría de la información. En 1950 Claude Shannon realiza una representación esquemática de un modelo de comunicación: Fuente de mensaje Señal Señal recibida mensaje información transmitida Emisor Transmisor Canal Receptor destinatario (codificador) (decodificador) ruido código 8
  • 9. En este esquema observamos una fuente de información (la totalidad de los mensajes entre los que se puede seleccionarse uno), el código (sistema de convenciones por el cual se transmuta la forma de un mensaje), el canal (el medio físico por donde circula la señal) y un elemento importante como es el ruido, que es una alteración de la señal. Sin dudar, el objetivo era conseguir una transmisión veloz con costos e interferencias mínimas. A partir de Shannon, Roman Jakobson configura su circuito de la comunicación verbal en seis elementos: a) un destinador (emisor) que emite un mensaje que llega a un destinatario (receptor). b) El mensaje, que es aquello de lo cual se habla. c) El código, que es el idioma común a destinador y destinatario, y que asegura la comunicación permitiendo que emisor y receptor puedan comprenderse. d) El contacto es el canal o medio físico por el cual transita el mensaje, pero es, además, el contacto psíquico que se produce entre el destinador y el destinatario. A pesar de la propuesta de Jakobson, este circuito es eminentemente unidireccional, y no contempla el efecto de feed back (de ida y vuelta del emisor al receptor y viceversa). Por otro lado, Jakobson rearmó el esquema de funciones de Bühler en el cual cada factor determina una función, ninguna función existe en estado puro y hay un orden jerárquico o de dominancia entre las diversas funciones que leemos en un mensaje. Referencial Emotiva Poética Conativa Fática Metalingüística Cada uno de los elementos del circuito de comunicación verbal determina una función diferente del lenguaje según la relación que entabla con ellos el mensaje. Así, si éste está orientado hacia el destinador o emisor se produce una función emotiva, que tiene como marcas la primera persona, las interjecciones, la abundancia de adjetivos. Si el mensaje está orientado hacia el contexto se produce una función referencial, que presenta como marcas la tercera persona y la preeminencia de sustantivos. Cuando el mensaje se orienta hacia el destinatario se produce una función conativa. Son marcas de ella la segunda persona y la marcada importancia de los verbos. Cuando el mensaje está orientado hacia el canal o contacto se produce la función fática que tiene como objeto comprobar si el canal funciona correctamente, abrirlo o mantenerlo abierto. Cuando el mensaje está orientado hacia el código se produce una función metalingüística, es decir, se habla del código mismo. Y, por último, cuando el mensaje se orienta hacia sí mismo se produce una función poética, es decir, el mensaje mismo es puesto de relieve. También Halliday habla de las funciones del lenguaje, pero este autor prefiere considerar la existencia de tres grandes metafunciones: a) la función ideativa, que representa la relación entre el hablante y el mundo real que lo rodea incluyendo el propio ser como parte de él. Expresa la experiencia del hablante y determina la forma en que vemos el mundo. Se codifica mediante el modelo de la transitividad (el esquema sintáctico SVO) que constituye la expresión lingüística de los procesos, los participantes en el proceso y las circunstancias asociadas. 9
  • 10. b) La función interpersonal, que permite el establecimiento y mantenimiento de relaciones sociales. Se codifica mediante el sistema de modalidad, que refleja la actitud del hablante respecto a lo que dice y a quién se lo dice. Se manifiesta mediante una gran variedad de medios: léxicos, gramaticales, fonético-fonológico (entonación). c) La función textual, a través de la cual la lengua establece correspondencia entre ella misma y la situación en la cual se emplea. Esta función permite establecer las relaciones de cohesión entre las partes de un texto y su adecuación a la situación concreta en que concurre. El principal recurso de codificación de la función textual es la tematización, es decir, la organización de la cláusula en forma de Tema y Rema. Mediante esta, se conecta la cláusula con el texto del que forma parte y le da cohesión. El Tema le permite al interlocutor seguir el hilo de lo que se le está diciendo y el Rema le proporciona nueva información sobre el primero. La transitividad, la modalidad y la tematización reflejan las tres metafunciones del lenguaje y representan el conjunto de opciones al cual el hablante recurre para construir su discurso y representar el mundo. Halliday (1975) señala que en cada acto de habla están presentes las funciones del lenguaje y existe una planificación continua y simultánea de todas ellas. De ahí resulta que los diversos roles estructurales se solapan y una sola palabra puede representar diferentes significados. 3.- Competencia lingüística y competencia comunicativa. El término “competencia” procede de “competence”, término incluido en los primeros trabajos de Noam Chomsky sobre la “forma del lenguaje”, y viene a referirse a la habilidad humana para aprender la primera lengua, cualquiera que ésta sea. Supone, pues, el conocimiento de la lengua como hablante-oyente ideal; un conocimiento abstracto o realidad mental que respalda la ejecución (perfomance) o uso que el hablante hace de su lengua. Los conceptos de competencia y actuación están ligados al enfoque de la gramática generativa. Ésta pretende describir los procesos mentales que configuran la competencia del hablante. Desde entonces el término adquiere un amplio sentido de “conocimiento”, “saber”, “capacidad”, referido no sólo al estrictamente lingüístico verbal, sino a los correspondientes a los otros muchos códigos de comunicación. Hymes, en On Communicative Competence (1966), plantea su explicación desde otro punto de vista que relegue el código lingüístico como centro de atención por la identificación etnográfica, para cada comunidad, de los componentes y funciones de la actividad comunicativa. En su precisión del término, Hymes señala cuatro sectores: 1) lo que es posible (gramaticalmente) 2) lo que es factible 3) lo que es apropiado 4) lo que es hecho o realizado teniendo en cuenta su modelo contextual SPEAKING. Hasta finales de la década de los 80 del siglo XX, las consideraciones del término han sido variadas. Canale y Swain (1980), Fundamentos teóricos de los enfoques comunicativos..., proponen varios componentes que describen la competencia comunicativa: : a.- La competencia lingüística (gramatical): se preocupa de la corrección formal, afecta tanto al código verbal como al no verbal. b.- La competencia sociolingüística: tiene en cuenta la adecuación del texto al contexto (registros), así como las variedades de la lengua. c.- La competencia discursiva (textual): se encarga de la coherencia y cohesión de los textos que emitimos. d.- La competencia estratégica: tienen que ver con la eficacia de la comunicación. 10
  • 11. e.- La competencia sociocultural. En 1972 Savignon relación el término competencia con el aprendizaje de las lenguas extranjeras, y la definió como la habilidad del que aprende la lengua extranjera para interactuar y negociar significados con otro hablante. Según Hymes, la eficacia de la comunicación lingüística se logra mediante el dominio de la competencia comunicativa. Ésta refiere al conjunto de habilidades y conocimientos que permiten interpretar y usar apropiadamente la lengua, en relación con las funciones, las variedades lingüísticas y las suposiciones culturales en la situación de comunicación. Pero es Fishman (1970) quien más acertadamente ofrece una definición en la que los elementos pragmalingüísticos y psicológicos se involucran en la comunicación interpersonal. Así, considera que todo acto comunicativo está regido por reglas de interacción social: las que considera a los interlocutores, la variedad lingüística (variedad regional, variedad de edad, sexo o estrato social), el escenario (lugar), tiempo, el tópico, el propósito y los resultados (consecuencias). En definitiva, la competencia comunicativa incluye otras competencias, que a su vez se componen de “subcompetencias” (dominio): la competencia lingüística, sociolingüística, pragmática y psicolingüística. La competencia lingüística consiste en dominar la gramática tradicional con sus planos del lenguaje: morfología, sintaxis, fonética y fonología, y semántica. A continuación realizaremos algunas consideraciones sobre esta competencia. Coseriu considera que la lengua es una actividad humana universal que los individuos llevan a la práctica individualmente y que la actividad del hablar puede ser considerada como el saber en el que se basa esa actividad y como el producto de esa actividad. Este autor observa que el contenido del saber lingüístico tendrá tres grados y cada uno de estos saberes implica distintos grados de semanticidad: En primer lugar, el saber hablar en general o saber elocucional, que son los principios de congruencia del pensamiento consigo mismo y con el conocimiento general de las cosas. La norma de la congruencia también se manifiesta en la norma de la conducta de tolerancia: todo hablante espera de los otros emisores mensajes con sentido, que, a su vez, los otros lo interpreten con tolerancia. A este saber le corresponde el grado de la designación. En segundo lugar, el saber idiomático o competencia lingüística particular incluye tanto los signos dotados de forma y contenido, como los procedimientos para que a partir de lo dado se realice la actividad lingüística. El grado de semanticidad que le corresponde es el de significado. Y, en tercer lugar, el saber expresivo o competencia textual, referido al plano del discurso o del texto, consiste en procedimientos con normas inherentes. Las normas se manifiestan porque el hablante asigna a los textos el juicio de lo apropiado según el contexto y la situación concreta. El grado de semanticidad de este saber es el sentido. La competencia sociolingüística incluye, al menos, las reglas de interacción social, el modelo speaking de Hymes, la competencia interaccional y la competencia cultural, que desglosaremos a continuación. Al referirnos a las reglas de interacción social, nos ocupamos de las siguientes cuestiones: En primer lugar, los recursos sociolingüísticos de una comunidad particular, en el que incluimos no solamente los gramaticales sino también un conjunto de potenciales lingüísticos para el uso y significado social. En segundo lugar, las interrelaciones y organizaciones pautadas de los diversos tipos de discurso e interacción social en la comunidad. 11
  • 12. En tercer lugar, las relaciones de dichas pautas de habla con otros aspectos de la cultura de la comunidad tales como la organización social, religión... En cuarto lugar, el uso y explotación de los recursos en el discurso: situación de habla, evento de habla y acto de habla. Las situaciones de habla se asocian con el uso del lenguaje o están marcadas por su ausencia; un evento de habla, según Hymes, es la actividad o aspectos de la misma que está regido por reglas o normas para el uso lingüístico. Cuando los eventos de habla son analizados en segmentos de discurso más pequeños constituyen un acto de habla, tales como una pregunta... Así como un mismo tipo de acto de habla puede ocurrir en diferentes eventos de habla, también un mismo tipo de evento de habla puede verificarse en distintas situaciones de habla. Otro modo de explicación de la competencia sociolingüística es el modelo SPEAKING de Hymes, que pone de relieve el concepto de la situación social. Cada letra representa un concepto de análisis y todos ellos corresponden a las reglas de interacción social, que detallamos a continuación: S: Situación, comprende la situación de habla: lugar, tiempo y todo lo que la caracteriza desde un punto de vista material. También incluye el evento de habla como parte menor de la situación de habla. P: Participantes, que incluye a las personas que interactúan lingüísticamente: emisor e interlocutor, como asimismo a las personas que participan en el evento de habla e influyen en su desarrollo debido a su presencia. E: Finalidades, que tiene que ver con las intenciones del hablante al decir algo y con los resultados que espera obtener como consecuencia de ese “decir algo”. A: Actos, que se expresa a la vez como contenido del mensaje (tópico o tema abordado) y su forma, esto es, el estilo de expresión. K: Tono. Expresa la forma o espíritu con que se ejecuta el acto. Un mismo enunciado, desde el punto de vista gramatical, puede variar su significado si se lo quiere expresar en serio, como una broma o como un sarcasmo. I: Instrumentos. Nos referimos a dos componentes: los canales y las formas de las palabras. El canal puede ser oral, la escritura, el lenguaje no verbal. En cuanto a la forma de las palabras, toma en consideración su diacronía, su especialización o uso. N: Normas, que comprende las normas de interacción y las de interpretación. Las primeras tienen que ver con los mecanismos de regulación interaccional o rituales. Las segundas involucran todo el sistema de creencias de una comunidad, que son transmitidas y recibidas ajustándose al sistema de representaciones y costumbre socioculturales. G: Género. Se refiere al tipo de discurso, y se aplica a categorías tales como poemas, proverbios, mitos, discurso solemne, rezos... En cuanto a la Competencia interaccional, ésta involucra el conocimiento y el uso de reglas no escritas de interacción en diversas situaciones de comunicación en una comunidad sociolcultural-lingüística dada: continuar y manejar las conversaciones y negociar el significado con otras personas; el tipo de lenguaje corporal apropiado; el contacto visual y la proximidad entre los hablantes y el actuar en consonancia con esas reglas. Por lo que se refiere a la competencia cultural, es la comprensión de todos los aspectos de la cultura de una comunidad: la estructura social, los valores y creencias de la gente y las normas de comportamiento del grupo. Por otro lado, mientras que la sociolingüística se centraba en la variación lingüística y el contexto social, Austin, Searle y Grice consideraban los enunciados verbales como formas específicas de acción social, en la que intervienen la competencia funcional (actos de habla incluidos), la implicatura y la presuposición. 12
  • 13. El primer aspecto, la competencia funcional, refiere a la capacidad para lograr los propósitos de comunicación en una lengua. No obstante, advertimos que los actos de habla pueden variar de una cultura a otra ya que son el reflejo de diferentes sistemas de valores. Con el término implicatura, Grice (1975) refiere a la distinción entre lo que se dice y lo que se implica al decir lo que se dice, o lo que no se dice. Grice distingue dos tipos de implicatura: la convencional, que depende de algo adicional al significado normal de las palabras, y la conversacional, que deriva de condiciones más generales que determinan la conducta adecuada en la conversación, y que según él contempla las siguientes máximas: Calidad: trate de que su contribución sea verdadera. Cantidad: haga que su contribución sea lo más informativa posible en cuanto se requiera para los propósitos del intercambio. Relevancia: haga que su contribución sea “relevante”. Modo: evite la oscuridad, la ambigüedad; sea breve y ordenado. Otro tipo de inferencia pragmática es la presuposición, que, aunque parece estar unida más estrechamente con la estructura lingüística de las oraciones, no pueden considerarse como semánticas, sino que vienen influidas por factores contextuales. Por ejemplo: “Acaba de terminar el partido” presupone que el partido ya no se está jugando. Por último, considerar que estos autores aportaron una nueva orientación del lenguaje como acto de habla distinguiendo, como es el caso de Austin, dos tipos de enunciados: performativos (cuando describe una determinada acción de su locutor o si su enunciación equivale al cumplimiento de la acción), y constatativos (cuando sólo tienden a describir un acontecimiento). Asimismo, Austin consideró que al enunciar una frase cualquiera se cumplen tres actos simultáneamente. En primer lugar, el acto locutivo, en la medida en que se articulan y combinan sonidos, en la manera en que se evocan y combinan sintácticamente las nociones representadas. En segundo lugar, un acto ilocutorio, en la medida en que la frase constituye de por sí un determinado acto. Estos actos se definen por un conjunto de condiciones y reglas que determinan su naturaleza. De las condiciones, destaca la sinceridad. Existe una dimensión básica en los actos ilocutivos: el ajuste entre las palabras y el mundo. Algunas ilocuciones tratan de lograr que el mundo se ajuste a lo que en ellas se dice, mientras que otras intentan ajustarse al estado del mundo. Por ejemplo, cuando se ordena algo, lo que se intenta es que la realidad cambie, por el contrario al aseverarse pretende que lo dicho se corresponda con el mundo. El acto ilocutivo no siempre aparece con sus marcadores específicos en los usos cotidianos, porque los usuarios conocen los usos sociales del lenguaje y la fuerza ilocutiva es inferida al relacionar emisiones con contextos. En tercer lugar, un acto perlocutorio, en la medida en que la enunciación sirve a fines más lejanos que interlocutor puede no comprender aunque domine perfectamente la lengua. De otro lado, Searle, en Actos de habla (1986), propone la siguiente clasificación de los actos ilocutivos: 1) representativos, que comprometen al hablante con la verdad de la proposición expresada, y para ello se utilizan verbos como: afirmar declarar, sostener... 2) directivos, que pretenden lograr que el oyente lleve a cabo alguna acción, mediante verbos como ordenar, mandar, pedir, insistir, preguntar... 3) conmisivos, comprometen al hablante con algún futuro curso de acción, a través del verbo prometer y verbos usados en futuro como hacer, intentar o favorecer. 13
  • 14. 4) Expresivos, transmiten un estado psicológico del hablante acerca del estado de cosas expresado en el mismo enunciado, con verbos como agradecer, congratularse, disculparse... 5) Declaraciones, se refieren a la correspondencia entre el contenido del enunciado y el estado de cosas en la realidad con verbos como declarar. No obstante esta taxonomía, en el castellano se han especializado palabras, expresiones y otros recursos para representar las variedades de ilocución de tal modo que esa representación se ha vuelto compleja. En cuanto a la Competencia psicolingüística, ésta incluye la personalidad del hablante, la sociocognición y el condicionamiento afectivo. En primer lugar, advertimos que en el acto comunicativo intercambiamos significaciones teñidas de nuestro ánimo. De ese modo, se tiene en cuenta la personalidad de los interlocutores, integrada ésta por todos aquellos elementos que constituyen su identidad: nivel intelectual y cultural, motivaciones, sexo, entre otras condiciones. Pero además de esto se incluye la sociocognición, que refiere a los esquemas mentales, la actitud y los valores de una comunidad (esto es, su ideología) que inciden en el desarrollo discursivo, puesto que constituyen la base común para conceptuar situaciones, eventos y actos de habla, e interpretar en la ausencia de los mismos. No obstante, esta sociocognición no anula la individualidad, la cual afecta a la cantidad y calidad de la interacción en los eventos específicos, y al ambiente en que se enmarca la situación, el evento de habla y el acto de habla. Resumiendo, la competencia comunicativa es un conjunto de habilidades y conocimientos que poseen los hablantes de una lengua, que les permiten comunicarse en ésta, pudiendo hacer uso de dicha lengua en situaciones de habla, eventos de habla y actos de habla. Lo que decimos y hacemos tiene significado dentro de un marco de conocimiento cultural. El modo en que usamos la lengua está enraizado en la sociocognición colectiva, por medio de la cual le damos sentido a nuestra experiencia. La competencia comunicativa está formada, pues, por las competencias lingüística, sociolingüística, pragmática y psicolingüística, con sus respectivas estructuras y funciones. Es precisamente el dominio de estas estructuras y funciones lo que constituye nuestro conocimiento de la lengua. La competencia comunicativa ha permitido entender que sólo puede existir el análisis del discurso con un corpus obtenido a partir de datos empíricos, ya que el uso lingüístico se da en un contexto, es parte del contexto y, además, crea contexto. Prosiguiendo con la evolución del concepto que nos ocupa, recientemente se han añadido varias dimensiones en su definición. Según Pulido (2004), es la habilidad del que aprende la lengua para expresar, interpretar y negociar significados socioculturales en la interacción entre dos o más personas, o entre una persona y un texto oral o escrito, de forma tal que el proceso de comunicación sea eficiente y esté matizado por modos de actuación apropiados. La competencia comunicativa integral comprende diferentes dimensiones: la competencia cognitiva, la competencia lingüística, la competencia discursiva, la competencia estratégica, la competencia sociolingüística, la competencia de aprendizaje, la competencia sociocultural, la competencia afectiva y la competencia comportamental. 14
  • 15. La inclusión de la competencia de aprendizaje se debe a que la competencia comunicativa se sostiene sobre el fin de la enseñanza de lenguas. De este modo, esta dimensión refiere a la autonomía del alumno para organizar su propio aprendizaje. Unido a esto, la influencia de las teorías humanistas y cognitivistas y de conceptos claves vomo valores, aprendizaje, cultura, multiculturalidad, interculturalidad, pluralidad y diversidad en ámbitos que cubren la totalidad de las experiencias vitales del ser humano, justifica la inclusión de la dimensión cognitiva, la competencia afectiva y la dimensión comportamental o conductual. La competencia cognitiva es la habilidad de construir o reconstruir conocimientos a través de la lengua. La competencia afectiva es la habilidad para reconocer, expresar y canalizar la vida emocional, así como la capacidad para conocer y gobernar los sentimientos que provocan los fenómenos afectivos. Y la competencia comportamental son las habilidades verbales y no verbales que evidencian una adaptación de la conducta a la situación y al contexto que favorezca comunicarse de forma efectiva. 15