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MODULO:


INVESTIGACIÓN Y ACCIÓN PARTICIPATIVA Y LA CARTOGRAFÍA
                        SOCIAL
La cartografía social

                                                                                José Darío Herrera1


Durante el siglo XX asistimos al desencanto respecto de que pudiese existir un método
singular que debiera ser aplicado a cualquier objeto de conocimiento. El escepticismo
frente a la validez y eficacia del método científico se apoderó de los debates en casi
todas las escuelas de pensamiento social al punto que fue un común denominador tanto
en Europa, como en norte y sur América la emergencia de nuevos métodos de
investigación más acordes con las prácticas concretas de las disciplinas científicas.
Desde la escuela de Chicago, pasando por la fenomenología husserliana y la aparición
de Verdad y Método de Hans-Georg Gadamer en 1962 hasta el surgimiento de los
modelos más cualitativos de investigación (etnografía, análisis de discurso, historias de
vida, grupos de discusión) las ciencias sociales se vieron invadidas por una avalancha
de herramientas teóricas y operativas que desbordaron en mucho su propia capacidad de
aprehensión y uso.

Los más escépticos (Feyerabend y Kuhn) mostraron cómo la ciencia y sus modos de
operar no se correspondían siempre con el seguimiento de reglas lógicas y precisas y
que si algo tenía de característico el indagar científico era el uso, a veces
indiscriminado, de varios métodos, técnicas e incluso cuerpos teóricos. Una explosión
de dispositivos, en el sentido Foucaultiano, caracterizó el campo metodológico de las
ciencias sociales durante todo el siglo XX y los debates en torno a la validez, la
racionalidad y la pertinencia de los mismos se puso sobre el tapete en casi todos los
escenarios académicos. La mayoría de las veces la controversia consistía en buscar en
los “nuevos” métodos la rigurosidad y positividad característica del método racionalista
con el que nació la ciencia moderna. La controversia ubicó, entonces, a los métodos más
allegados a la deducción trascendental propuesta por Kant en la esquina de lo
cuantitativo y a los métodos “alternativos” los agrupó en la esquina de lo cualitativo.
Cuantitativo y cualitativo sirvieron para designar aquellos modos de investigación o que
estaban muy cerca al racionalismo-positivismo o que eran próximos al naturalismo y a
la fenomenología interpretativa.

En casi todos los manuales y libros de investigación la metodología se agrupa en estos
dos conjuntos. Sin embargo en uno u otro caso los métodos aparecen como desprovistos
de enfoques teóricos o de sesgos filosóficos. La metodología, en el campo de la
investigación científica en ciencias sociales comúnmente se reduce al uso de ciertas
herramientas para conseguir información. Los métodos son entendidos entonces como
meras maneras de conseguir datos y en consecuencia son presentados y aprendidos por
las comunidades científicas como un arsenal técnico aséptico que deber ser usado de
acuerdo a los problemas, fuentes y disponibilidad de información. Hoy día, incluso, se
enseña metodología tanto cuantitativa como cualitativa, para ver cuál se ajusta mejor a
las necesidades de información de cada investigación. Pero la cosa tiene más fondo.

Como ha señalado la “escuela cualitativista de Madrid” desde los trabajos tempranos de
Tomas Ibáñez, el método supone y conlleva una reificación de lo social. Así, por

1
 En el presente trabajo se recogen varios apartes del texto escrito con Juan Carlos Garzón “La cartografía
social como referente para la cartografía pedagógica” Instituto para la Investigación y el Desarrollo
Pedagógica IDEP. 2005. Sin publicar
ejemplo, desde la emergencia de los estudios culturales o de las ciencias del lenguaje el
mundo ha sido comprendido como algo más que hechos en bruto que estén dispuestos a
ser dados al investigador. Más específicamente, la etnografía y los análisis del discurso
suponen que el mundo está configurado también por estructuras simbólicas, redes de
significación o juegos del lenguaje.

En este contexto adquieren relevancia los métodos que rescatan la información de los
contextos más locales. Métodos por ejemplo, centrados en recuperar el saber
profesional, el agregado o acumulado institucional, las historias barriales. Pero también
otros muy ligados a la acción social, particularmente aquellos que se proponen producir
un tipo de saber útil para la transformación de las condiciones sociales en las que vive la
mayoría de la población. Uno de ellos es la cartografía social que de la mano de la
Investigación-Acción-Participativa es en la actualidad uno de los enfoques más
prometedores para la producción de saber social.



       1. Horizonte cultural y teórico de la cartografía social

La cartografía social cobra sentido en el contexto de la reconfiguración del pensamiento
científico y social que caracteriza a la posmodernidad. Así Jameson2 sitúa el
surgimiento de la cartografía social o de los mapas cognitivos en las transformaciones
que supone la posmodernidad respecto de los modos de producción industrial y la
entrada de las culturas en un plano estético, en el cual la realidad social se vuelve más
fluida e inestable dada la recuperación de la temporalidad y de lo efímero en las formas
de experienciar el mundo. La realidad social, en este sentido, no se contrapone ya a lo
fragmentario. Al evidenciarse la imposibilidad de alcanzar un universo social estable la
realidad social empieza a articularse como un espacio-tiempo acotado, finito,
localizado, que se descompone y recompone más allá de cualquier criterio organizador
de la experiencia social.

En este contexto pueden comprenderse algunos planteamientos que proponen asumir el
espacio social como algo más que su localización. Para varios autores el espacio social
es, fundamentalmente, un espacio que se construye mentalmente desde el propio
recorrido que se hace a través de los distintos y variados entramados resultantes del
juego de interacciones sociales. El espacio social entonces, no es un espacio
homogéneo, un espacio objetivo, sino, ante todo, un campo de experiencia que se revela
desde la trayectoria de movimiento y no como representación universalmente dada. Con
relación a ese espacio, los mapas sociales no serían imitativos, esto es, no pretenderían
dar cuenta exacta o duplicar un territorio en la representación. Por el contrario, los
mapas sociales constituirían la reconstrucción de un todo irrepresentable a partir de un
mundo de vida que se encuentra en relación con ese todo irrepresentable, que lo
reconoce y plasma su reconocimiento en una manera de situarse frente a él. De aquí que
Jameson afirme que “una estética de la confección de mapas cognitivos -una cultura
política de carácter pedagógico tendría el sentido de devolver a los sujetos concretos
una representación renovada y superior de su lugar en el sistema global”3.

Así, los mapas sociales despejarían la relación entre el sistema global y la realidad local
2
    Jameson, Fredric: El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Paidós. 1991.
3
    Op. Cit. Sin página.
desde los recorridos que los sujetos configuran por el hecho mismo de estar atravesados
por lo global. En este sentido, dice Jameson

      (...) un nuevo arte político -si tal cosa fuera posible- tendría que arrostrar la
      posmodernidad en toda su verdad, es decir, tendría que conservar su objeto
      fundamental -el espacio mundial del capital multinacional- y forzar al
      mismo tiempo una ruptura con él, mediante una nueva manera de
      representarlo que todavía no podemos imaginar: una manera que nos
      permitiría recuperar nuestra capacidad de concebir nuestra situación como
      sujetos individuales y colectivos y nuestras posibilidades de acción y de
      lucha, hoy neutralizadas por nuestra doble confusión espacial y social. Si
      alguna vez llega a existir una forma política de posmodernismo, su vocación
      será la invención y el diseño de mapas cognitivos globales, tanto a escala
      social como espacial.

Según lo anterior, en el centro de la cartografía social puede leerse un desplazamiento
hacia nuevas formas de producción de lo político y de reconocimiento y construcción de
lo social más ligadas a la cultura y al mundo de la vida de los sujetos. Pero además, en
la medida en que este desplazamiento ha tenido como correlato la refiguración del
pensamiento científico y social la cartografía social aparece también determinada por un
horizonte epistemológico que la hace posible.

Este horizonte epistemológico tiene en Popper4, Wynch5, Habermas6, Luhmann7,
Deleuze y Guattari8 los principales autores que han allanado el camino hacia nuevas
formas de comprender la vida social y el saber que se produce sobre ella. Así Popper, al
proponer la falsación como criterio alterno para avanzar en la construcción de teorías
científicas y al desligar, de este modo, la legitimidad de la ciencia de la verificación
empírica de las teorías, ha permitido pensar en una ciencia que no se entienda a sí
misma como una suerte de copia del mundo, como una especie de duplicación de éste
en el discurso, sino como una construcción teórica sobre el mundo. Un conocimiento
científico, en este sentido, no es científico porque reproduzca de manera exacta el
mundo, sino porque posee una consistencia interna que le permite ser contrastado con la
realidad. La ciencia es, entonces, una construcción teórica, de modo que no cabe esperar
de ella, al hablar de la cartografía social, una reproducción exacta del territorio. De este
modo Popper aporta un primer elemento vital para la fundamentación científica de la
cartografía social.

Por otro lado, los desarrollos de Wynch sobre las ciencias sociales aportan un segundo
elemento, que tiene que ver con el hecho de asumir, en la investigación social, que la
comprensión de la sociedad sólo puede lograrse si se comprenden las reglas de juego a
partir de las cuales ella se articula como tal. Desde esta perspectiva se supera la visión
durkheimniana de la sociedad como estructura que determina lo individual, con la
contraposición entre lo colectivo y lo individual que subyace a ella y por tanto, el
desconocimiento que comporta de lo social como tejido de relaciones. Con Winch se
pasa de una metáfora que hace alusión a la sociedad como un conjunto de sujetos, a una
metáfora que piensa lo social como un sistema de relaciones. Desde el punto de vista de
4
  La lógica de la investigación científica. Madrid. Tecnos. 1973
5
  Ciencia social y filosofía
6
  Conocimiento e interés. Bogotá. Cinep. 1977
7
  Complejidad y modernidad. De la unidad a la diferencia. Editorial Trotta. Madrid. 1998
8
  Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia.
Wynch los sujetos construyen su mundo, construyen la realidad social que sin embargo
los trasciende. Así, en lo social existirían unas relaciones dadas que encarnan en sí
mismas una comprensión de lo social, frente a la cual las construcciones científicas de
las ciencias sociales se constituirían como construcciones de segundo orden.

Para Wynch la explicación de la conducta social debe servirse entonces del entramado
conceptual a partir del cual los agentes sociales comprenden el mundo social. Las
ciencias sociales, entonces, tendrían que estudiar lo social allí donde este emerge como
lenguaje, como discurso, como prácticas y tendrían que hacerlo sirviéndose de los
repertorios discursivos y entramados conceptuales que utiliza la sociedad para
explicarse a sí misma. Puede decirse que las ciencias sociales trascienden al sujeto
social como su objeto de estudio para configurar como nuevo objeto de estudio las
reglas de juego, las representaciones y los juegos del lenguaje social que trascienden al
sujeto.

Sólo con este giro en las ciencias sociales puede pensarse en los mapas sociales.
Primero, porque se busca hacer visibles las categorías sociales y el espacio social que se
entreteje en torno a ellas (y no simplemente las relaciones entre los sujetos) y, segundo,
porque lo social se piensa más allá de una entidad estable o permanente, a lo cual remite
la noción de sujeto social. Con los mapas sociales se pasa de la metáfora del
determinismo durkheimniano a un enfoque dinámico y crítico que permite entenderla
como una etnografía radical9. De este modo puede decirse que,

       a) El criterio de cientificidad de un mapa no se debe buscar en la
          correspondencia con un objeto
       b) El análisis que conduzca a la elaboración de los mapas no puede ser un
          análisis de comportamientos sociales. Hay que hacer visibles las reglas de
          juego, las relaciones de poder que articulan la vida social y que se encuentran
          inscritas en la explicación que la vida social da de sí misma
       c) la vida social tiene su propia forma de comprenderse, esto es de analizarse,
          entonces también posee sus propios métodos para hacerlo. Estos métodos
          tendrían que ser cartografiados, visibilizados por los mapas sociales con el fin
          de determinar lo que se puede fortalecer y potenciar de las prácticas sociales.

En este contexto, se puede asumir como un referente teórico para la cartografía social la
teoría de la vida social sin sujetos. Sin el referente del sujeto y sus implicaciones en
términos de identidad, estabilidad, autoconciencia, la vida social puede aparecer como
un movimiento en sí misma. En esta perspectiva Luhmann, Deleuze y otros autores han
pensado lo social en términos de rizomas, flujos, prácticas de sí, sistemas de relaciones,
de líneas, de circulaciones, de trayectorias, de tejidos.

Lo radical de esta perspectiva debe ser considerado con detenimiento. Pues la teoría de
la vida social sin sujeto no simplemente propone un reemplazo del “objeto” de estudio
sino que conlleva una dislocación de la relación sujeto-objeto en el análisis de lo social,
y por tanto, una disolución del sujeto como categoría fuerte de la modernidad. Debe
percibirse aquí un desprendimiento, por parte de la teoría de la noción misma de sujeto
9
 Por esta vía, y retomando a Habermas cuando afirma en que todo conocimiento tiene un interés, esto es,
que toda construcción teórica posee un horizonte frente al cual se define como tal, podría decirse que la
cartografía social tendrían un interés emancipador, lo cual implicaría visibilizar de las prácticas sociales
aquello que se considera que puede potenciar la transformación de lo social. En lo mapas sociales no hay
por qué visibilizarlo todo. Hay que representar aquello que tiene un potencial emancipador.
asumiendo a los agentes sociales a partir de otras categorías, que tendrían que hacerse
relevantes con la cartografía social.

La disolución del sujeto como categoría teórica posibilita que se piense la realidad
social no a partir de la separación entre lo colectivo y lo individual, sino como una
especie de fractal, un todo que se encuentra en las partes, pero que es más que ellas y
unas partes que encarnan el todo, pero que no lo constituyen por una sumatoria. Plantear
la pérdida de la categoría de sujeto como fundamento del análisis social implica abrirle
paso a la tensión que se da entre los procesos de subjetivación y los procesos de
objetivación.

Así, la obra de Niklas Luhmann, al proponer como un elemento estructural de una teoría
de la sociedad no una unidad de principio, sino una diferencia, permite ir más allá del
individualismo metodológico, que centra la acción social en los sujetos, y de una
sociología demasiado enfocada en determinar la unidad de lo social. La diferencia, en
este contexto, puede ser entendida como diferencia entre sistema y entorno, lo que
implica, desde esta perspectiva, no suponer su interacción a partir de una unidad mayor
dada. Luhmann teoriza así la sociedad como un sistema, apartándose sin embargo del
funcionalismo que considera que los sistemas intentan mantener siempre su equilibrio.
Para Luhmann los desequilibrios no son eventos disfuncionales sino perturbaciones
cuya función debe ser explicada por una teoría que no debe presuponer el control, la
planificación y la estabilidad estructural, sino que debe pensar en términos de
sensibilidad ambiental, evolución y estabilidad dinámica.

Existiría entonces una combinación de independencia y dependencia entre el sistema y
su entorno, que implica dos cosas. Primero, que se debe distinguir entre operación y
causalidad, pues el hecho de que las operaciones del sistema sólo sean posibles en su
continua autorreferencialidad no significa su aislamiento respecto del entorno. Segundo,
significa comprender que cada sistema sigue sus propias distinciones. Y aquí se deriva
algo importante para la cartografía social: la elección de una u otra distinción definida
por un observador, nunca viene determinada por el entorno sino que siempre es
construcción del sistema. Es decir, que los mapas sociales no simplemente representan a
un sistema, sino que lo producen en la medida en que dicho sistema produce el mapa.
Los mapas sociales constituirían, pues, un recurso metodológico de diferenciación del
sistema frente a sí mismo.

Solo desde las operaciones del sistema, va a decir Luhmann, puede decirse lo que es
relevante para él. Por esta razón un sistema no estaría determinado a responder a todo
estímulo que venga del entorno y cuando lo hace, no podría afirmarse que los cambios
en el sistema, si bien son desencadenados por dicho estímulo, están determinados por la
estructura del sistema. Para Luhmann, en el fondo lo social puede ser pensado como un
proceso continuo de autopoiesis, esto es, como un proceso en el cual los elementos
constitutivos del sistema social se autorreferencian, se autorreproducen y se
autoconstruyen.

Finalmente puede mencionarse a Deleuze y Guattari, para quienes un mapa no es un
calco que reproduzca una estructura profunda o una realidad objetiva, sino ante todo, un
quiebre sobre la representación que está orientado hacia una experimentación que actúa
sobre lo real. La cartografía social, en este sentido, no reproduce un territorio cerrado
sobre sí mismo, sino que lo construye, contribuyendo a la conexión de campos, a una
apertura máxima dentro de un plan de consistencia. El mapa, dicen los autores, es
abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de
recibir constantemente modificaciones. Tiene múltiples entradas.

Los mapas sociales, según lo expuesto hasta el momento, emergen como consecuencia
de los desplazamientos teóricos y metodológicos de las ciencias sociales y de la
conciencia que se ha venido forjando sobre la necesidad de que las teorías den cuenta de
la complejidad del mundo. Los esquemas simples de explicación, tal y como lo han
mostrado Luhmann y Morin, no corresponden con el mundo social. El territorio social,
como tal, es complejo. En este sentido, la cartografía social conlleva el reconocimiento
de que lo social no sólo no es lineal, sino que está compuesto por elementos dinámicos,
que fluyen, que se retrotraen mutuamente. La cartografía social, en consecuencia, puede
ser entendida como un modo de teorizar no deductivo, sino paralógico, que deja atrás
una representación bidimensional de lo social para entrar a considerarlo como un
espacio de múltiples dimensiones que conlleva, para su estudio, una complejidad de los
métodos.


   2. La cartografía social y su objeto: el espacio social como espacio semántico
      inacabable

La cartografía social conlleva el reconocimiento del espacio social como un espacio que
se hace y rehace semiótico-materialmente. El espacio social hacia el cual se dirige la
cartografía social, de este modo, se temporaliza, esto es, se muestra como un territorio
definido por su propia historicidad, que lo acota y lo lleva a fluctuar entre lo simbólico y
lo material. Paradójicamente, si algo le da consistencia a la realidad social es su carácter
histórico o episódico, es decir, el hecho de constituirse como un espacio-tiempo variable
que, a la hora de representarse a sí mismo, lo hace dentro de los límites que le plantea su
propia historicidad.

La cartografía social, entonces, intenta captar la fluidificación de los principales
componentes de la realidad social. Por ello intenta hacer aparecer los flujos que, al
modo de una materia prima, configuran las ordenaciones espacio temporales,
determinando las experiencias sociales y la construcción de las identidades individuales
y colectivas. Puede decirse, así, que la cartografía social responde a una nueva ontología
social, una ontología de la fluidez social.

Para la cartografía social el espacio, el tiempo y la acción social se presentan como
elementos evanescentes, sin rasgo de discontinuidad entre uno y los otros. Estos tres
elementos básicos del mundo social, son ahora reconfigurados localmente, no son
universales dados a la experiencia y a la investigación científica, sino que emergen en el
devenir de la vida social misma. Hablar de cartografía social conlleva entonces
constatar que el espacio se ha venido posicionando como una categoría central para la
comprensión de la vida social. Si en algún momento la modernidad propuso como
categorías centrales de la comprensión de lo social categorías atadas a una noción de lo
temporal vinculada a un transcurrir homogéneo y teleológico, como desarrollo,
revolución, transformación, cambio/estructura, en el actual momento las categorías de
análisis de lo social geometrizan la realidad social, es decir, la delimitan, no tanto por el
momento en el cual se está en una línea de avance, sino por la posición que se ocupa en
pares espaciales no necesariamente opuestos como local/global o centro/periferia. De
este modo, tal y como lo afirma García Selgas10

      (...) es básicamente la ubicación en el ESPACIO-tiempo social lo que otorga
      y cualifica hoy la existencia social, tanto la “real” como la “posible” o,
      mejor dicho, lo que otorga una posición en la (dis)continuidad,
      políticamente disputada, que dibuja el par real/posible. Al ser la
      contingencia un rasgo existencial común a todo lo fluido y, por tanto, a la
      fluidez social, el arco que marca la modalidad de la existencia ya no es el
      que tiene a los extremos la necesidad y la contingencia, que son
      modalidades fundamentalmente temporales (el “siempre” o la “eternidad”
      de la necesidad y el “a veces” de la contingencia), sino el que se dibuja, de
      manera inestable, cambiante y disputada, por la relación entre lo posible y lo
      real. La implicación inmediata de todo esta “espacialización de la existencia
      social”, reflejada y manifestada en la espacialización de la fluidez como
      rasgo tendencialmente dominante de la ontología política de lo social, es
      que a la hora de perfilar nuestro aparato óptico para poder percibir y calibrar
      esa fluidez es de la máxima importancia resaltar y aclarar, aunque sea breve
      y un tanto simplificadamente, la cartografía y la topología de lo social.

La cartografía social es pues el correlato de un modelo próximo y performativo del
espacio, que permite pensarlo como algo que emerge de las acciones mismas de los
actores sociales y no simplemente como un continente de las mismas. El pasado, el
presente y el futuro son así espacio social que fluye. Por esta razón, la cartografía social
no mapea a los sujetos individuales en el marco de una totalidad predeterminada, como
una especie de habitantes de un espacio o tiempo abstracto, sino que permite que los
sujetos mismos reconstituyan su espacio social y señalen su inscripción en él. No se
mapea pues al sujeto individual, sino al entramado de relaciones en las cuales los
sujetos se inscriben, lo cual significa que la vida social es considerada, desde esta
perspectiva, como una realidad que trasciende a los sujetos individuales y que conlleva
sus sucesivas redescripciones, esto es, su subjetivación constante.

El paso del sujeto a la subjetivación como práctica social abre entonces la posibilidad de
pensar que la vida social se encuentra atravesada por diversas prácticas de
subjetivación, que no se remiten a un modelo de sujeto, sino que resguardan sus propias
lógicas y su propia consistencia. Con la cartografía social se expresa entonces una nueva
mirada a los espacios sociales que tiene el propósito de rescatar lo múltiple de esas
subjetivaciones, que intenta rescatar lo plural y que, por tanto, busca rescatar el saber
que los mismos actores sociales poseen sobre su propia cotidianidad. La cartografía
social realza así el entramado de relaciones a partir del cual se producen las diversas
subjetividades. La cartografía social constituye, en sí misma, una posibilidad diferente
de analizar la realidad local como parte de un sistema más amplio, como una realidad
atravesada por discursos que fluyen, por unas racionalidades que no son unívocas, como
una tensión entre lo hegemónico y las reconfiguraciones que sufre en el mundo de la
vida.

En este contexto, la visión de la cartografía social tiene implicaciones políticas

10
  Las encrucijadas de la diversidad cultural. Sesión 3: Relativismo-Universalismo: Global-Local. Para
una perspectiva glocal: la cartografía cronotópica. Fernando García Selgas. Departamento de Teoría
Sociológica. Sociología V. Universidad Complutense de Madrid.
importantes, pues al resaltar aquello que configura subjetividades, la cartografía revela
las diversas maneras como lo social es percibido y construido por aquellos que son
configurados a su interior. De este modo, la cartografía social abre toda la gama de
pluralidades que se inscriben en una realidad determinada. La cartografía social
comporta un giro que va de la mera ausencia que constatan los referentes teóricos de
una realidad que aún no se ajusta a lo que se espera de ella a un modo de
reconocimiento de las diversas formas en que lo social se encarga de sí mismo, se
construye a sí mismo, sin la mediación de los expertos.

Ahora bien, esto no significa que simplemente la cartografía social registre las
diferentes formas que adopta una realidad social. Por el contrario, la cartografía social
busca entender como esa multiplicidad de prácticas, discursos, etc. se configura en
referencia a un contexto dado y a partir de unas reglas de producción. La comprensión
de estas reglas por parte de los actores sociales permite entonces la comprensión y
transformación de lo social desde sus propios referentes.

Dejar de identificar el mapa con el territorio y comprenderlo más como una producción
política y cultural del territorio abre un principio de complejidad en la construcción de
la realidad social que, al perder el lastre que significó para la modernidad la obsesión
por remitir la diversidad a una totalidad omniabarcante, posibilita la coexistencia de
múltiples perspectivas, que se construyen a sí mismas en la medida en que construyen
su representación en relación con las otras.


   3. La construcción de los mapas sociales

Cómo principio de participación, los mapas sociales pueden ser considerados como
metodologías para la planeación participativa. Pero los mapas sociales también pueden
ser realizados con fines de producción de conocimiento sobre una realidad social
específica. En uno u otro marco, los mapas sociales deben ser elaborados por las
personas que hacen parte de la realidad que se busca comprender y transformar. Los
mapas sociales se encuentran asociados a la Investigación Acción Participativa que,
como metodología, se constituye en una espiral en la cual las acciones en un contexto
suscitan reflexiones, las cuales provocan nuevas acciones que, a su vez, generan nuevas
reflexiones. Sin embargo la cartografía social también se asocia a los hallazgos de la
cibernética de segundo orden, que propone una metáfora del territorio como fluido de
información y de energía.

Para estas dos perspectivas la elaboración de mapas cartográficos se constituye antes
que nada como un proceso de construcción del mundo social y no como una copia del
mismo. Esta construcción puede darse en cuatro niveles que pueden irse superponiendo
los unos con los otros: a) itinerarios, b) diagramas, c) representaciones, d) posiciones.
Los itinerarios constituyen los recorridos físicos que realizan los habitantes del
territorio. Estos recorridos aún no constituyen un mapa social Pueden corresponder con
diagramas precartográficos, pero aún les falta un elemento esencial para la cartografía:
su inscripción en los espacios objetivos, físicos, empíricos de la realidad social. En la
construcción de mapas cartográficos, el referente empírico se hace posible por el hecho
de que se habitan campos referenciales compartidos.
Por esta razón en el segundo nivel, de diagramación, se busca la construcción de una
geografía abstracta referida a esos itinerarios, destacando tendencias, clases de rutinas,
etc., lo cual desde Bourdieu podría ser llamado como las topologías en los itinerarios
que permiten dar el paso hacia la elaboración de mapas objetivos.

En el tercer nivel, el de las representaciones, aparecen los diversos imaginarios que
constituyen el territorio y que definen y agrupan la manera cómo este es comprendido
desde el mundo de la vida de quienes lo habitan. Las representaciones conforman así un
espacio semiótico, que además de poseer un referente empírico y constituirse como un
campo representacional, se encuentra atravesado por reglas de poder que la cartografía
debe hacer visibles destacándolas en un cuarto nivel: el de las posiciones que convergen
en el espacio social. En este cuarto nivel emergen las diversas formas de ubicación que
el mismo espacio social convoca como modos posibles de habitar el territorio. Aquí
aparecen entonces las tensiones, las concentraciones de energía, las fronteras, fisuras y
posiciones dominantes y marginales en el territorio.

La superposición de estos cuatro niveles arroja como resultado un mapa social en el
cual es de mucha importancia el manejo de líneas, energías, nodos. En este sentido
puede hablarse de tres tipos de líneas que definen el mapeado de un territorio: líneas de
comunicación, líneas de deseo y líneas que destacan las tensiones que se dan al interior
del territorio, o líneas de poder.

Entre las líneas de comunicación pueden distinguirse tres tipos de líneas. Las líneas de
comunicación fluida, que no necesariamente implican una comunicación a un nivel
profundo, sino que representan la manera como circula la comunicación en un contexto
dado. Las líneas de indiferencia, que hacen visibles los diversos entramados sociales
que comparten un mismo espacio y que sin embargo pueden no estar en contacto unos
con otros. Y las líneas de conflicto, que evidencian las tensiones que se presentan en el
territorio. Estas tres líneas tienen un potencial transformador en la medida en que
implican una visión más amplia del espacio social que aquella que se circunscribe a sus
sectores o grupos, posibilitando nuevas relaciones entre actores.

Las líneas de deseo permiten identificar lo que moviliza o podría movilizar la acción en
el territorio. El deseo, sin embargo, no debe ser confundido con la necesidad. Mientras
que la necesidad es percibida como algo exterior a un sistema, que lo condiciona y
determina, el deseo permite pensar en un sistema que se autoproduce, que produce su
propia energía para sustentarse, pero siempre en relación con otros sistemas. Esa energía
que produce un sistema para su autorreproducción, en el caso de los sistemas sociales
puede ser capturada a través del deseo. El caso es que lo que desean las personas y las
comunidades, es justo en lo que ellos están dispuestos a invertir su energía, y no tanto
en sus necesidades. El deseo tiene que ver así con la autopoiesis y no con una
dependencia frente a otro sistema.

Las líneas de tensión o de poder muestran las posiciones encontradas que estructuran el
territorio, las prácticas de poder y las relaciones entre ellas, las alianzas, los
desencuentros, las resistencias que convergen en un mismo territorio.

A cada una de las líneas se le asignan componentes que posibiliten diversidad de
conexiones. Las líneas tienen dirección y polo. A partir de estos tres tipos de líneas,
ubicadas en el mapa del territorio, se hacen evidentes los nodos o lugares de confluencia
de las líneas, en los cuales pueden encontrarse los puntos de articulación que jalonen
transformaciones en el territorio. El mapa fundamentalmente hace visibles tendencias y
como tal es una escenificación de un territorio simbólico que al representarlo lo
construye, que al asignar tendencias, configura formas de ser y existir en el territorio.
Así, el mapa debe permitir apreciar dónde se diluyen las líneas, dónde cobran más
fuerza, dónde tienen más poder, qué ponen en relación, dónde tienen más tensión.

El mapa es pues una red que hace visible lo invisible del territorio, que muestra
tensiones y que no simplemente fija entidades sociales disponiéndolas unas con otras en
un mismo espacio de representación. En este sentido puede afirmarse que el mapa no
tiene un objeto definido a mapear, sino que lo va construyendo con el proceso mismo
del mapeado, desde aquello a lo que los habitantes del territorio van dando forma en el
hecho de narrarse como territorio. Cuando se traza una línea, cuando se registra un
discurso, se empieza a construir teóricamente la realidad social.

Los mapas sociales pueden representarse también a partir de fractales, rizomas, líneas
de fuga. Cada campo que asume la labor de generar un mapa cartográfico adopta su
propia simbología, y no sería pertinente concentrarse en las convenciones sino en que
cada comunidad se vea representada en su mapa, que el mapa se construya con los
habitantes del territorio desde su propio universo de significación.

En la elaboración de los mapas sociales pueden seguirse tres etapas básicas. En una
primera etapa se selecciona el territorio que se desea mapear: un espacio físico,
geográfico, ligado a procesos de construcción de identidades colectivas. En este punto
es preciso tener presente que seleccionar una unidad territorial no significa seleccionar
un tema de trabajo desde una postura disciplinar, toda vez que no se trata de observar y
documentar el comportamiento de un fenómeno social predeterminado en un territorio
específico. En esta etapa es clave que el investigador comparta con los habitantes de un
territorio sus itinerarios, sus rutinas, sus ritmos, de tal forma que aprenda a escuchar el
modo en que el territorio habita a las personas. Esta primera etapa arroja para el
investigador dos resultados. En primer lugar, permite la ampliación del campo de visión
y de escucha con relación al territorio, lo que permite ir delineando los mapas. En
segundo lugar se identifican los diversos grupos que confluyen en el territorio. Es
importante destacar aquí que no sólo es clave identificar los grupos formales que
atraviesan el territorio, sino sobre todo los grupos informales, pues éstos también
generan tensiones y pueden poseer un mayor potencial de transformación.

En una segunda etapa se empieza a construir el mapa con los habitantes del territorio.
Después de ubicar los grupos y sectores que conforman el territorio y de haberse
dispuesto en una relación de escucha para con el territorio, el investigador convoca las
diversas narrativas sobre el territorio que confluyen en el espacio social. Se trata aquí de
favorecer las voces de las diversas formas de habitar el territorio, de modo que a partir
de estas voces pueda irse construyendo el mapa social.

Un taller tipo en esta etapa puede comenzar con la selección de un participante para
poner su experiencia de trabajo educativo o comunitario como material de análisis del
taller. El participante relata la unidad territorial en donde trabaja. Lo importante, más
que relatar el trabajo que realiza o lo que hace su institución es la descripción -lo más
detallada posible- del territorio donde trabaja. Por ejemplo, describir el barrio, la
localidad o la escuela.
Simultáneamente en una o dos carteleras se va dibujando el mapa del territorio, para lo
cual es aconsejable que se pinte primero el mapa topográfico, hasta donde se pueda, y
sobre él ir ubicando las instituciones, los lugares más significativos y la ubicación de los
distintos grupos humanos (formales o informales) que “hacen cosas” en el territorio. A
la vez es clave ir armando una tabla de convenciones para el mapa. Luego, con ayuda de
todos los participantes en cada grupo de trabajo, se van identificando líneas de
comunicación (qué grupos o sectores se comunican entre sí), líneas de poder (sobre que
grupos o sectores otros grupos o sectores tienen influencia) y líneas de deseo (hacia que
grupos o sectores otros grupos o sectores quisieran desarrollar algún tipo de trabajo o
influencia).

En esta etapa los instrumentos para la recolección de información deben ser lo más
abiertos posibles: entrevistas abiertas, conversatorios, historias de vida, etc. Aquí
empiezan a cobrar vida las líneas de comunicación, deseo y poder, con lo cual el
espacio físico empieza a dar paso, por obra del mapeado, al espacio social. En la medida
en que los mismos habitantes del territorio han intervenido en la construcción del mapa,
esta etapa puede considerarse como una etapa de autodiagnóstico, ya que permite que
con cierta rigurosidad las personas puedan detectar sus problemáticas, sus iniciativas y
sus voluntades. Como resultado de esta etapa se tiene el mapa social del territorio.

Una vez mapeado el territorio, en una tercera etapa de análisis, es clave preguntarse por
aquello que aparece como lo más relevante del autodiagnóstico. De este ejercicio puede
emerger un segundo mapa. Mientras que el primer mapa define el territorio,
delimitándolo y configurándolo, el segundo mapa comporta unas preguntas y puede ser
útil para definir un derrotero de acción de los habitantes del territorio. Desde este
segundo mapa se abre un espacio de enunciación para los habitantes del territorio que es
fundamentalmente un espacio de construcción de propuestas.

En caso de poder continuar con el ejercicio dos o tres meses después se puede hacer lo
siguiente: con los registros que han acumulado los investigadores y aquellos
participantes enganchados al trabajo de mapeo se trazan nuevamente los sectores,
grupos o tendencias reconocidas. Así mismo se hace con las líneas de comunicación,
poder y deseo. Las convenciones y múltiples dimensiones de los distintos lugares de
enunciación pueden verterse en varios mapas. Sobre los distintos mapas sociales el
investigador con su equipo (ojalá con participantes del territorio) ubica estrategias de
dibujo pertinentes para poder expresar lo encontrado. Pueden intentar varias
posibilidades: fractales, rizomas, tejidos, redes, círculos concéntricos, nodos, etc.


   4. Los mapas sociales y la constitución de nuevas subjetividades

La cartografía social, según se ha venido indicando a lo largo del texto, constituye a la
vez una metodología de trabajo para la planeación participativa y la transformación
social y una propuesta de construcción de conocimiento que hace suyas las
consecuencias de la disolución del sujeto moderno. De este modo la cartografía social
comporta una renovación de las formas de subjetividad ligadas a un territorio. En
primer lugar, porque un mapa social siempre se construye desde abajo y es una apuesta
por lo complejo y lo múltiple y por la transformación de campos relacionales en lo
social. En segundo lugar, porque hace visibles formas y procesos de subjetivación que
la noción de sujeto moderno ha invisibilizado dada su connotación fuertemente
restrictiva.

Al ser una construcción desde abajo, que realizan los habitantes de un territorio, un
mapa implica, de entrada, que se reconozca la idea de la territorialidad. Esto es, la idea
de un campo relacional ligado a un territorio. El territorio tiene historia, memoria,
geografía; y la cartografía social es una forma de aproximarse a la comprensión de las
realidades territoriales, de las realidades que han surgido de la relación de los actores
sociales con el territorio.

Con los mapas se hace explícito lo implícito y, de este modo, se reinterpreta el
territorio. Y en la reinterpretación se construyen nuevos sentidos políticos, nuevas
prácticas, nuevas subjetividades. Los mapas son pues, un elemento de apropiación
territorial. Son una especie de escritura que recoge el saber de los actores sociales, que
permite construir conocimiento colectivo a partir del modo en que las personas han
construido y construyen sus historias siempre en relación con el territorio que habitan.

La elaboración de los mapas sociales implica entonces una reorientación constante del
espacio social por obra del mapeo mismo. En este sentido, los mapas sociales no
constituyen tanto una apelación a un experto que aporta soluciones, sino a un estratega
que puede hacer surgir elementos organizadores para un campo social dado. La
oportunidad de representarse a partir de un mapa es a la vez una oportunidad de
reorientarse, de cambiar las rutinas. En el espacio globalizado esto significa evidenciar
fracturas, fisuras, líneas de fuga. El mapa es pues un instrumento para el
empoderamiento a partir de la conciencia del territorio. Este proceso permite un cambio
de orientación en el territorio, así como la negociación desde una perspectiva territorial,
esto es, una perspectiva social.

La cartografía social posibilita entonces la construcción de procesos pedagógicos
ligados a la construcción del espacio como espacio público, atravesado por tensiones,
atravesado por juegos de poder que lo estructuran. No se trata entonces de ver el
territorio como algo desnudo, sino precisamente de entender su génesis y consistencia a
partir de las tensiones que lo articulan.

Al ser construido desde la perspectiva de quienes habitan el territorio, un mapa social
rompe con la idea de una racionalidad única. Así, la cartografía social restituye otras
posibilidades de pensar y sentir, diferentes al estrecho margen de miras que está
reservado a los expertos, que siempre proyectan sus intervenciones en el mundo social
desde discursos enmarcados en lógicas académicas.

En la medida en que la cartografía hace visibles las diferentes formas en que un
territorio es interpretado, necesariamente esas diferencias conllevan entre sí tensiones y
la yuxtaposición de diversas formas de ver el territorio, atravesadas por prácticas de
poder y por formas de disciplinamiento y de sujeción al entramado social. En este
sentido, la cartografía social, como metodología de trabajo en los contextos sociales,
debe permitir que esas tensiones aparezcan, pero además debe permitir que se articulen,
de tal manera que el horizonte del mapeado no se pierda en una pluralidad de
percepciones que resulten irreconciliables entre sí, esto es que desagreguen el territorio
al punto que este se pierda de vista. El mapa debe reivindicar las tensiones como algo
inherente al territorio mismo y no como atributos de sujetos o de grupos sociales.
En este sentido es clave comprender que a través de la cartografía social se pueden
abarcar los fenómenos sociales con un referente de subjetividad que va más allá de lo
individual. De este modo, la disolución del sujeto como noción teórica y su reemplazo
por una metáfora que mire más allá puede darle a lo social un sentido más político: no
se trata ya de recurrir a un sujeto crítico, a un sujeto que se emancipa o que hay que
emancipar, se trata de pensar en que la misma sociedad se critica, que la misma
sociedad puede constituirse en movimiento de emancipación.
Bibliografía sobre IAP y cartografía social

Salazar, M.C. La investigación acción participativa. Inicios y desarrollos, Bogotá,
Magisterio, 1992.

Fals Borda, O. Ciencia propia y colonialismo cultural, Bogotá, Carlos Valencia, 1982.

Gutiérrez, Juan; Delgado, Juan (Coordinadores). Métodos y técnicas cualitativas de
investigación en ciencias sociales. Madrid, Síntesis, 1999.

Torres, Alfonso. Aprender a investigar en comunidad. Vol. 1, 2 y 3. Bogotá, UNAD,
1995

García Selgas, Fernando: Las encrucijadas de la diversidad cultural. Sesión 3:
Relativismo-Universalismo: Global-Local. Para una perspectiva glocal: la cartografía
cronotópica. Departamento de Teoría Sociológica. Sociología V. Universidad
Complutense de Madrid. En: www.uv.es/~viherma/documents/folleto.pdf

Jameson, Frederic: el posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado.
Barcelona. Paidós. 1991.

Deleuze, Gilles; Guattari, Félix: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia.
Pre-textos. 1988.

Luhmann, Niklas: Complejidad y modernidad. De la unidad a la diferencia. Editorial
Trotta. Madrid. 1998

Huergo, Jorge Alberto: Espacios educativos: de la arquitectura escolar a la cartografía
cultural. En: Cultura escolar, cultura mediática/intersecciones. Bogotá. Universidad
Pedagógica Nacional. 1999

Bertely Busquets, María: Conociendo nuestras escuelas: una acercamiento etnográfico a
la cultura escolar. México. Paidós. 2000.

Villasante, Tomás R.; Montañés, Manuel; Martin, Pedro (Coordinadores). Prácticas
locales de creatividad social. Madrid, El viejo Topo. 2001

Martín, Pedro. “Mapas sociales: método y ejemplos prácticos” En: Villasante, Tomás
R.; Montañés, Manuel; Martín, Pedro (Coordinadores). Prácticas locales de creatividad
social. Madrid, El viejo Topo. 2001

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  • 1. MODULO: INVESTIGACIÓN Y ACCIÓN PARTICIPATIVA Y LA CARTOGRAFÍA SOCIAL
  • 2. La cartografía social José Darío Herrera1 Durante el siglo XX asistimos al desencanto respecto de que pudiese existir un método singular que debiera ser aplicado a cualquier objeto de conocimiento. El escepticismo frente a la validez y eficacia del método científico se apoderó de los debates en casi todas las escuelas de pensamiento social al punto que fue un común denominador tanto en Europa, como en norte y sur América la emergencia de nuevos métodos de investigación más acordes con las prácticas concretas de las disciplinas científicas. Desde la escuela de Chicago, pasando por la fenomenología husserliana y la aparición de Verdad y Método de Hans-Georg Gadamer en 1962 hasta el surgimiento de los modelos más cualitativos de investigación (etnografía, análisis de discurso, historias de vida, grupos de discusión) las ciencias sociales se vieron invadidas por una avalancha de herramientas teóricas y operativas que desbordaron en mucho su propia capacidad de aprehensión y uso. Los más escépticos (Feyerabend y Kuhn) mostraron cómo la ciencia y sus modos de operar no se correspondían siempre con el seguimiento de reglas lógicas y precisas y que si algo tenía de característico el indagar científico era el uso, a veces indiscriminado, de varios métodos, técnicas e incluso cuerpos teóricos. Una explosión de dispositivos, en el sentido Foucaultiano, caracterizó el campo metodológico de las ciencias sociales durante todo el siglo XX y los debates en torno a la validez, la racionalidad y la pertinencia de los mismos se puso sobre el tapete en casi todos los escenarios académicos. La mayoría de las veces la controversia consistía en buscar en los “nuevos” métodos la rigurosidad y positividad característica del método racionalista con el que nació la ciencia moderna. La controversia ubicó, entonces, a los métodos más allegados a la deducción trascendental propuesta por Kant en la esquina de lo cuantitativo y a los métodos “alternativos” los agrupó en la esquina de lo cualitativo. Cuantitativo y cualitativo sirvieron para designar aquellos modos de investigación o que estaban muy cerca al racionalismo-positivismo o que eran próximos al naturalismo y a la fenomenología interpretativa. En casi todos los manuales y libros de investigación la metodología se agrupa en estos dos conjuntos. Sin embargo en uno u otro caso los métodos aparecen como desprovistos de enfoques teóricos o de sesgos filosóficos. La metodología, en el campo de la investigación científica en ciencias sociales comúnmente se reduce al uso de ciertas herramientas para conseguir información. Los métodos son entendidos entonces como meras maneras de conseguir datos y en consecuencia son presentados y aprendidos por las comunidades científicas como un arsenal técnico aséptico que deber ser usado de acuerdo a los problemas, fuentes y disponibilidad de información. Hoy día, incluso, se enseña metodología tanto cuantitativa como cualitativa, para ver cuál se ajusta mejor a las necesidades de información de cada investigación. Pero la cosa tiene más fondo. Como ha señalado la “escuela cualitativista de Madrid” desde los trabajos tempranos de Tomas Ibáñez, el método supone y conlleva una reificación de lo social. Así, por 1 En el presente trabajo se recogen varios apartes del texto escrito con Juan Carlos Garzón “La cartografía social como referente para la cartografía pedagógica” Instituto para la Investigación y el Desarrollo Pedagógica IDEP. 2005. Sin publicar
  • 3. ejemplo, desde la emergencia de los estudios culturales o de las ciencias del lenguaje el mundo ha sido comprendido como algo más que hechos en bruto que estén dispuestos a ser dados al investigador. Más específicamente, la etnografía y los análisis del discurso suponen que el mundo está configurado también por estructuras simbólicas, redes de significación o juegos del lenguaje. En este contexto adquieren relevancia los métodos que rescatan la información de los contextos más locales. Métodos por ejemplo, centrados en recuperar el saber profesional, el agregado o acumulado institucional, las historias barriales. Pero también otros muy ligados a la acción social, particularmente aquellos que se proponen producir un tipo de saber útil para la transformación de las condiciones sociales en las que vive la mayoría de la población. Uno de ellos es la cartografía social que de la mano de la Investigación-Acción-Participativa es en la actualidad uno de los enfoques más prometedores para la producción de saber social. 1. Horizonte cultural y teórico de la cartografía social La cartografía social cobra sentido en el contexto de la reconfiguración del pensamiento científico y social que caracteriza a la posmodernidad. Así Jameson2 sitúa el surgimiento de la cartografía social o de los mapas cognitivos en las transformaciones que supone la posmodernidad respecto de los modos de producción industrial y la entrada de las culturas en un plano estético, en el cual la realidad social se vuelve más fluida e inestable dada la recuperación de la temporalidad y de lo efímero en las formas de experienciar el mundo. La realidad social, en este sentido, no se contrapone ya a lo fragmentario. Al evidenciarse la imposibilidad de alcanzar un universo social estable la realidad social empieza a articularse como un espacio-tiempo acotado, finito, localizado, que se descompone y recompone más allá de cualquier criterio organizador de la experiencia social. En este contexto pueden comprenderse algunos planteamientos que proponen asumir el espacio social como algo más que su localización. Para varios autores el espacio social es, fundamentalmente, un espacio que se construye mentalmente desde el propio recorrido que se hace a través de los distintos y variados entramados resultantes del juego de interacciones sociales. El espacio social entonces, no es un espacio homogéneo, un espacio objetivo, sino, ante todo, un campo de experiencia que se revela desde la trayectoria de movimiento y no como representación universalmente dada. Con relación a ese espacio, los mapas sociales no serían imitativos, esto es, no pretenderían dar cuenta exacta o duplicar un territorio en la representación. Por el contrario, los mapas sociales constituirían la reconstrucción de un todo irrepresentable a partir de un mundo de vida que se encuentra en relación con ese todo irrepresentable, que lo reconoce y plasma su reconocimiento en una manera de situarse frente a él. De aquí que Jameson afirme que “una estética de la confección de mapas cognitivos -una cultura política de carácter pedagógico tendría el sentido de devolver a los sujetos concretos una representación renovada y superior de su lugar en el sistema global”3. Así, los mapas sociales despejarían la relación entre el sistema global y la realidad local 2 Jameson, Fredric: El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Paidós. 1991. 3 Op. Cit. Sin página.
  • 4. desde los recorridos que los sujetos configuran por el hecho mismo de estar atravesados por lo global. En este sentido, dice Jameson (...) un nuevo arte político -si tal cosa fuera posible- tendría que arrostrar la posmodernidad en toda su verdad, es decir, tendría que conservar su objeto fundamental -el espacio mundial del capital multinacional- y forzar al mismo tiempo una ruptura con él, mediante una nueva manera de representarlo que todavía no podemos imaginar: una manera que nos permitiría recuperar nuestra capacidad de concebir nuestra situación como sujetos individuales y colectivos y nuestras posibilidades de acción y de lucha, hoy neutralizadas por nuestra doble confusión espacial y social. Si alguna vez llega a existir una forma política de posmodernismo, su vocación será la invención y el diseño de mapas cognitivos globales, tanto a escala social como espacial. Según lo anterior, en el centro de la cartografía social puede leerse un desplazamiento hacia nuevas formas de producción de lo político y de reconocimiento y construcción de lo social más ligadas a la cultura y al mundo de la vida de los sujetos. Pero además, en la medida en que este desplazamiento ha tenido como correlato la refiguración del pensamiento científico y social la cartografía social aparece también determinada por un horizonte epistemológico que la hace posible. Este horizonte epistemológico tiene en Popper4, Wynch5, Habermas6, Luhmann7, Deleuze y Guattari8 los principales autores que han allanado el camino hacia nuevas formas de comprender la vida social y el saber que se produce sobre ella. Así Popper, al proponer la falsación como criterio alterno para avanzar en la construcción de teorías científicas y al desligar, de este modo, la legitimidad de la ciencia de la verificación empírica de las teorías, ha permitido pensar en una ciencia que no se entienda a sí misma como una suerte de copia del mundo, como una especie de duplicación de éste en el discurso, sino como una construcción teórica sobre el mundo. Un conocimiento científico, en este sentido, no es científico porque reproduzca de manera exacta el mundo, sino porque posee una consistencia interna que le permite ser contrastado con la realidad. La ciencia es, entonces, una construcción teórica, de modo que no cabe esperar de ella, al hablar de la cartografía social, una reproducción exacta del territorio. De este modo Popper aporta un primer elemento vital para la fundamentación científica de la cartografía social. Por otro lado, los desarrollos de Wynch sobre las ciencias sociales aportan un segundo elemento, que tiene que ver con el hecho de asumir, en la investigación social, que la comprensión de la sociedad sólo puede lograrse si se comprenden las reglas de juego a partir de las cuales ella se articula como tal. Desde esta perspectiva se supera la visión durkheimniana de la sociedad como estructura que determina lo individual, con la contraposición entre lo colectivo y lo individual que subyace a ella y por tanto, el desconocimiento que comporta de lo social como tejido de relaciones. Con Winch se pasa de una metáfora que hace alusión a la sociedad como un conjunto de sujetos, a una metáfora que piensa lo social como un sistema de relaciones. Desde el punto de vista de 4 La lógica de la investigación científica. Madrid. Tecnos. 1973 5 Ciencia social y filosofía 6 Conocimiento e interés. Bogotá. Cinep. 1977 7 Complejidad y modernidad. De la unidad a la diferencia. Editorial Trotta. Madrid. 1998 8 Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia.
  • 5. Wynch los sujetos construyen su mundo, construyen la realidad social que sin embargo los trasciende. Así, en lo social existirían unas relaciones dadas que encarnan en sí mismas una comprensión de lo social, frente a la cual las construcciones científicas de las ciencias sociales se constituirían como construcciones de segundo orden. Para Wynch la explicación de la conducta social debe servirse entonces del entramado conceptual a partir del cual los agentes sociales comprenden el mundo social. Las ciencias sociales, entonces, tendrían que estudiar lo social allí donde este emerge como lenguaje, como discurso, como prácticas y tendrían que hacerlo sirviéndose de los repertorios discursivos y entramados conceptuales que utiliza la sociedad para explicarse a sí misma. Puede decirse que las ciencias sociales trascienden al sujeto social como su objeto de estudio para configurar como nuevo objeto de estudio las reglas de juego, las representaciones y los juegos del lenguaje social que trascienden al sujeto. Sólo con este giro en las ciencias sociales puede pensarse en los mapas sociales. Primero, porque se busca hacer visibles las categorías sociales y el espacio social que se entreteje en torno a ellas (y no simplemente las relaciones entre los sujetos) y, segundo, porque lo social se piensa más allá de una entidad estable o permanente, a lo cual remite la noción de sujeto social. Con los mapas sociales se pasa de la metáfora del determinismo durkheimniano a un enfoque dinámico y crítico que permite entenderla como una etnografía radical9. De este modo puede decirse que, a) El criterio de cientificidad de un mapa no se debe buscar en la correspondencia con un objeto b) El análisis que conduzca a la elaboración de los mapas no puede ser un análisis de comportamientos sociales. Hay que hacer visibles las reglas de juego, las relaciones de poder que articulan la vida social y que se encuentran inscritas en la explicación que la vida social da de sí misma c) la vida social tiene su propia forma de comprenderse, esto es de analizarse, entonces también posee sus propios métodos para hacerlo. Estos métodos tendrían que ser cartografiados, visibilizados por los mapas sociales con el fin de determinar lo que se puede fortalecer y potenciar de las prácticas sociales. En este contexto, se puede asumir como un referente teórico para la cartografía social la teoría de la vida social sin sujetos. Sin el referente del sujeto y sus implicaciones en términos de identidad, estabilidad, autoconciencia, la vida social puede aparecer como un movimiento en sí misma. En esta perspectiva Luhmann, Deleuze y otros autores han pensado lo social en términos de rizomas, flujos, prácticas de sí, sistemas de relaciones, de líneas, de circulaciones, de trayectorias, de tejidos. Lo radical de esta perspectiva debe ser considerado con detenimiento. Pues la teoría de la vida social sin sujeto no simplemente propone un reemplazo del “objeto” de estudio sino que conlleva una dislocación de la relación sujeto-objeto en el análisis de lo social, y por tanto, una disolución del sujeto como categoría fuerte de la modernidad. Debe percibirse aquí un desprendimiento, por parte de la teoría de la noción misma de sujeto 9 Por esta vía, y retomando a Habermas cuando afirma en que todo conocimiento tiene un interés, esto es, que toda construcción teórica posee un horizonte frente al cual se define como tal, podría decirse que la cartografía social tendrían un interés emancipador, lo cual implicaría visibilizar de las prácticas sociales aquello que se considera que puede potenciar la transformación de lo social. En lo mapas sociales no hay por qué visibilizarlo todo. Hay que representar aquello que tiene un potencial emancipador.
  • 6. asumiendo a los agentes sociales a partir de otras categorías, que tendrían que hacerse relevantes con la cartografía social. La disolución del sujeto como categoría teórica posibilita que se piense la realidad social no a partir de la separación entre lo colectivo y lo individual, sino como una especie de fractal, un todo que se encuentra en las partes, pero que es más que ellas y unas partes que encarnan el todo, pero que no lo constituyen por una sumatoria. Plantear la pérdida de la categoría de sujeto como fundamento del análisis social implica abrirle paso a la tensión que se da entre los procesos de subjetivación y los procesos de objetivación. Así, la obra de Niklas Luhmann, al proponer como un elemento estructural de una teoría de la sociedad no una unidad de principio, sino una diferencia, permite ir más allá del individualismo metodológico, que centra la acción social en los sujetos, y de una sociología demasiado enfocada en determinar la unidad de lo social. La diferencia, en este contexto, puede ser entendida como diferencia entre sistema y entorno, lo que implica, desde esta perspectiva, no suponer su interacción a partir de una unidad mayor dada. Luhmann teoriza así la sociedad como un sistema, apartándose sin embargo del funcionalismo que considera que los sistemas intentan mantener siempre su equilibrio. Para Luhmann los desequilibrios no son eventos disfuncionales sino perturbaciones cuya función debe ser explicada por una teoría que no debe presuponer el control, la planificación y la estabilidad estructural, sino que debe pensar en términos de sensibilidad ambiental, evolución y estabilidad dinámica. Existiría entonces una combinación de independencia y dependencia entre el sistema y su entorno, que implica dos cosas. Primero, que se debe distinguir entre operación y causalidad, pues el hecho de que las operaciones del sistema sólo sean posibles en su continua autorreferencialidad no significa su aislamiento respecto del entorno. Segundo, significa comprender que cada sistema sigue sus propias distinciones. Y aquí se deriva algo importante para la cartografía social: la elección de una u otra distinción definida por un observador, nunca viene determinada por el entorno sino que siempre es construcción del sistema. Es decir, que los mapas sociales no simplemente representan a un sistema, sino que lo producen en la medida en que dicho sistema produce el mapa. Los mapas sociales constituirían, pues, un recurso metodológico de diferenciación del sistema frente a sí mismo. Solo desde las operaciones del sistema, va a decir Luhmann, puede decirse lo que es relevante para él. Por esta razón un sistema no estaría determinado a responder a todo estímulo que venga del entorno y cuando lo hace, no podría afirmarse que los cambios en el sistema, si bien son desencadenados por dicho estímulo, están determinados por la estructura del sistema. Para Luhmann, en el fondo lo social puede ser pensado como un proceso continuo de autopoiesis, esto es, como un proceso en el cual los elementos constitutivos del sistema social se autorreferencian, se autorreproducen y se autoconstruyen. Finalmente puede mencionarse a Deleuze y Guattari, para quienes un mapa no es un calco que reproduzca una estructura profunda o una realidad objetiva, sino ante todo, un quiebre sobre la representación que está orientado hacia una experimentación que actúa sobre lo real. La cartografía social, en este sentido, no reproduce un territorio cerrado sobre sí mismo, sino que lo construye, contribuyendo a la conexión de campos, a una
  • 7. apertura máxima dentro de un plan de consistencia. El mapa, dicen los autores, es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Tiene múltiples entradas. Los mapas sociales, según lo expuesto hasta el momento, emergen como consecuencia de los desplazamientos teóricos y metodológicos de las ciencias sociales y de la conciencia que se ha venido forjando sobre la necesidad de que las teorías den cuenta de la complejidad del mundo. Los esquemas simples de explicación, tal y como lo han mostrado Luhmann y Morin, no corresponden con el mundo social. El territorio social, como tal, es complejo. En este sentido, la cartografía social conlleva el reconocimiento de que lo social no sólo no es lineal, sino que está compuesto por elementos dinámicos, que fluyen, que se retrotraen mutuamente. La cartografía social, en consecuencia, puede ser entendida como un modo de teorizar no deductivo, sino paralógico, que deja atrás una representación bidimensional de lo social para entrar a considerarlo como un espacio de múltiples dimensiones que conlleva, para su estudio, una complejidad de los métodos. 2. La cartografía social y su objeto: el espacio social como espacio semántico inacabable La cartografía social conlleva el reconocimiento del espacio social como un espacio que se hace y rehace semiótico-materialmente. El espacio social hacia el cual se dirige la cartografía social, de este modo, se temporaliza, esto es, se muestra como un territorio definido por su propia historicidad, que lo acota y lo lleva a fluctuar entre lo simbólico y lo material. Paradójicamente, si algo le da consistencia a la realidad social es su carácter histórico o episódico, es decir, el hecho de constituirse como un espacio-tiempo variable que, a la hora de representarse a sí mismo, lo hace dentro de los límites que le plantea su propia historicidad. La cartografía social, entonces, intenta captar la fluidificación de los principales componentes de la realidad social. Por ello intenta hacer aparecer los flujos que, al modo de una materia prima, configuran las ordenaciones espacio temporales, determinando las experiencias sociales y la construcción de las identidades individuales y colectivas. Puede decirse, así, que la cartografía social responde a una nueva ontología social, una ontología de la fluidez social. Para la cartografía social el espacio, el tiempo y la acción social se presentan como elementos evanescentes, sin rasgo de discontinuidad entre uno y los otros. Estos tres elementos básicos del mundo social, son ahora reconfigurados localmente, no son universales dados a la experiencia y a la investigación científica, sino que emergen en el devenir de la vida social misma. Hablar de cartografía social conlleva entonces constatar que el espacio se ha venido posicionando como una categoría central para la comprensión de la vida social. Si en algún momento la modernidad propuso como categorías centrales de la comprensión de lo social categorías atadas a una noción de lo temporal vinculada a un transcurrir homogéneo y teleológico, como desarrollo, revolución, transformación, cambio/estructura, en el actual momento las categorías de análisis de lo social geometrizan la realidad social, es decir, la delimitan, no tanto por el momento en el cual se está en una línea de avance, sino por la posición que se ocupa en
  • 8. pares espaciales no necesariamente opuestos como local/global o centro/periferia. De este modo, tal y como lo afirma García Selgas10 (...) es básicamente la ubicación en el ESPACIO-tiempo social lo que otorga y cualifica hoy la existencia social, tanto la “real” como la “posible” o, mejor dicho, lo que otorga una posición en la (dis)continuidad, políticamente disputada, que dibuja el par real/posible. Al ser la contingencia un rasgo existencial común a todo lo fluido y, por tanto, a la fluidez social, el arco que marca la modalidad de la existencia ya no es el que tiene a los extremos la necesidad y la contingencia, que son modalidades fundamentalmente temporales (el “siempre” o la “eternidad” de la necesidad y el “a veces” de la contingencia), sino el que se dibuja, de manera inestable, cambiante y disputada, por la relación entre lo posible y lo real. La implicación inmediata de todo esta “espacialización de la existencia social”, reflejada y manifestada en la espacialización de la fluidez como rasgo tendencialmente dominante de la ontología política de lo social, es que a la hora de perfilar nuestro aparato óptico para poder percibir y calibrar esa fluidez es de la máxima importancia resaltar y aclarar, aunque sea breve y un tanto simplificadamente, la cartografía y la topología de lo social. La cartografía social es pues el correlato de un modelo próximo y performativo del espacio, que permite pensarlo como algo que emerge de las acciones mismas de los actores sociales y no simplemente como un continente de las mismas. El pasado, el presente y el futuro son así espacio social que fluye. Por esta razón, la cartografía social no mapea a los sujetos individuales en el marco de una totalidad predeterminada, como una especie de habitantes de un espacio o tiempo abstracto, sino que permite que los sujetos mismos reconstituyan su espacio social y señalen su inscripción en él. No se mapea pues al sujeto individual, sino al entramado de relaciones en las cuales los sujetos se inscriben, lo cual significa que la vida social es considerada, desde esta perspectiva, como una realidad que trasciende a los sujetos individuales y que conlleva sus sucesivas redescripciones, esto es, su subjetivación constante. El paso del sujeto a la subjetivación como práctica social abre entonces la posibilidad de pensar que la vida social se encuentra atravesada por diversas prácticas de subjetivación, que no se remiten a un modelo de sujeto, sino que resguardan sus propias lógicas y su propia consistencia. Con la cartografía social se expresa entonces una nueva mirada a los espacios sociales que tiene el propósito de rescatar lo múltiple de esas subjetivaciones, que intenta rescatar lo plural y que, por tanto, busca rescatar el saber que los mismos actores sociales poseen sobre su propia cotidianidad. La cartografía social realza así el entramado de relaciones a partir del cual se producen las diversas subjetividades. La cartografía social constituye, en sí misma, una posibilidad diferente de analizar la realidad local como parte de un sistema más amplio, como una realidad atravesada por discursos que fluyen, por unas racionalidades que no son unívocas, como una tensión entre lo hegemónico y las reconfiguraciones que sufre en el mundo de la vida. En este contexto, la visión de la cartografía social tiene implicaciones políticas 10 Las encrucijadas de la diversidad cultural. Sesión 3: Relativismo-Universalismo: Global-Local. Para una perspectiva glocal: la cartografía cronotópica. Fernando García Selgas. Departamento de Teoría Sociológica. Sociología V. Universidad Complutense de Madrid.
  • 9. importantes, pues al resaltar aquello que configura subjetividades, la cartografía revela las diversas maneras como lo social es percibido y construido por aquellos que son configurados a su interior. De este modo, la cartografía social abre toda la gama de pluralidades que se inscriben en una realidad determinada. La cartografía social comporta un giro que va de la mera ausencia que constatan los referentes teóricos de una realidad que aún no se ajusta a lo que se espera de ella a un modo de reconocimiento de las diversas formas en que lo social se encarga de sí mismo, se construye a sí mismo, sin la mediación de los expertos. Ahora bien, esto no significa que simplemente la cartografía social registre las diferentes formas que adopta una realidad social. Por el contrario, la cartografía social busca entender como esa multiplicidad de prácticas, discursos, etc. se configura en referencia a un contexto dado y a partir de unas reglas de producción. La comprensión de estas reglas por parte de los actores sociales permite entonces la comprensión y transformación de lo social desde sus propios referentes. Dejar de identificar el mapa con el territorio y comprenderlo más como una producción política y cultural del territorio abre un principio de complejidad en la construcción de la realidad social que, al perder el lastre que significó para la modernidad la obsesión por remitir la diversidad a una totalidad omniabarcante, posibilita la coexistencia de múltiples perspectivas, que se construyen a sí mismas en la medida en que construyen su representación en relación con las otras. 3. La construcción de los mapas sociales Cómo principio de participación, los mapas sociales pueden ser considerados como metodologías para la planeación participativa. Pero los mapas sociales también pueden ser realizados con fines de producción de conocimiento sobre una realidad social específica. En uno u otro marco, los mapas sociales deben ser elaborados por las personas que hacen parte de la realidad que se busca comprender y transformar. Los mapas sociales se encuentran asociados a la Investigación Acción Participativa que, como metodología, se constituye en una espiral en la cual las acciones en un contexto suscitan reflexiones, las cuales provocan nuevas acciones que, a su vez, generan nuevas reflexiones. Sin embargo la cartografía social también se asocia a los hallazgos de la cibernética de segundo orden, que propone una metáfora del territorio como fluido de información y de energía. Para estas dos perspectivas la elaboración de mapas cartográficos se constituye antes que nada como un proceso de construcción del mundo social y no como una copia del mismo. Esta construcción puede darse en cuatro niveles que pueden irse superponiendo los unos con los otros: a) itinerarios, b) diagramas, c) representaciones, d) posiciones. Los itinerarios constituyen los recorridos físicos que realizan los habitantes del territorio. Estos recorridos aún no constituyen un mapa social Pueden corresponder con diagramas precartográficos, pero aún les falta un elemento esencial para la cartografía: su inscripción en los espacios objetivos, físicos, empíricos de la realidad social. En la construcción de mapas cartográficos, el referente empírico se hace posible por el hecho de que se habitan campos referenciales compartidos.
  • 10. Por esta razón en el segundo nivel, de diagramación, se busca la construcción de una geografía abstracta referida a esos itinerarios, destacando tendencias, clases de rutinas, etc., lo cual desde Bourdieu podría ser llamado como las topologías en los itinerarios que permiten dar el paso hacia la elaboración de mapas objetivos. En el tercer nivel, el de las representaciones, aparecen los diversos imaginarios que constituyen el territorio y que definen y agrupan la manera cómo este es comprendido desde el mundo de la vida de quienes lo habitan. Las representaciones conforman así un espacio semiótico, que además de poseer un referente empírico y constituirse como un campo representacional, se encuentra atravesado por reglas de poder que la cartografía debe hacer visibles destacándolas en un cuarto nivel: el de las posiciones que convergen en el espacio social. En este cuarto nivel emergen las diversas formas de ubicación que el mismo espacio social convoca como modos posibles de habitar el territorio. Aquí aparecen entonces las tensiones, las concentraciones de energía, las fronteras, fisuras y posiciones dominantes y marginales en el territorio. La superposición de estos cuatro niveles arroja como resultado un mapa social en el cual es de mucha importancia el manejo de líneas, energías, nodos. En este sentido puede hablarse de tres tipos de líneas que definen el mapeado de un territorio: líneas de comunicación, líneas de deseo y líneas que destacan las tensiones que se dan al interior del territorio, o líneas de poder. Entre las líneas de comunicación pueden distinguirse tres tipos de líneas. Las líneas de comunicación fluida, que no necesariamente implican una comunicación a un nivel profundo, sino que representan la manera como circula la comunicación en un contexto dado. Las líneas de indiferencia, que hacen visibles los diversos entramados sociales que comparten un mismo espacio y que sin embargo pueden no estar en contacto unos con otros. Y las líneas de conflicto, que evidencian las tensiones que se presentan en el territorio. Estas tres líneas tienen un potencial transformador en la medida en que implican una visión más amplia del espacio social que aquella que se circunscribe a sus sectores o grupos, posibilitando nuevas relaciones entre actores. Las líneas de deseo permiten identificar lo que moviliza o podría movilizar la acción en el territorio. El deseo, sin embargo, no debe ser confundido con la necesidad. Mientras que la necesidad es percibida como algo exterior a un sistema, que lo condiciona y determina, el deseo permite pensar en un sistema que se autoproduce, que produce su propia energía para sustentarse, pero siempre en relación con otros sistemas. Esa energía que produce un sistema para su autorreproducción, en el caso de los sistemas sociales puede ser capturada a través del deseo. El caso es que lo que desean las personas y las comunidades, es justo en lo que ellos están dispuestos a invertir su energía, y no tanto en sus necesidades. El deseo tiene que ver así con la autopoiesis y no con una dependencia frente a otro sistema. Las líneas de tensión o de poder muestran las posiciones encontradas que estructuran el territorio, las prácticas de poder y las relaciones entre ellas, las alianzas, los desencuentros, las resistencias que convergen en un mismo territorio. A cada una de las líneas se le asignan componentes que posibiliten diversidad de conexiones. Las líneas tienen dirección y polo. A partir de estos tres tipos de líneas, ubicadas en el mapa del territorio, se hacen evidentes los nodos o lugares de confluencia
  • 11. de las líneas, en los cuales pueden encontrarse los puntos de articulación que jalonen transformaciones en el territorio. El mapa fundamentalmente hace visibles tendencias y como tal es una escenificación de un territorio simbólico que al representarlo lo construye, que al asignar tendencias, configura formas de ser y existir en el territorio. Así, el mapa debe permitir apreciar dónde se diluyen las líneas, dónde cobran más fuerza, dónde tienen más poder, qué ponen en relación, dónde tienen más tensión. El mapa es pues una red que hace visible lo invisible del territorio, que muestra tensiones y que no simplemente fija entidades sociales disponiéndolas unas con otras en un mismo espacio de representación. En este sentido puede afirmarse que el mapa no tiene un objeto definido a mapear, sino que lo va construyendo con el proceso mismo del mapeado, desde aquello a lo que los habitantes del territorio van dando forma en el hecho de narrarse como territorio. Cuando se traza una línea, cuando se registra un discurso, se empieza a construir teóricamente la realidad social. Los mapas sociales pueden representarse también a partir de fractales, rizomas, líneas de fuga. Cada campo que asume la labor de generar un mapa cartográfico adopta su propia simbología, y no sería pertinente concentrarse en las convenciones sino en que cada comunidad se vea representada en su mapa, que el mapa se construya con los habitantes del territorio desde su propio universo de significación. En la elaboración de los mapas sociales pueden seguirse tres etapas básicas. En una primera etapa se selecciona el territorio que se desea mapear: un espacio físico, geográfico, ligado a procesos de construcción de identidades colectivas. En este punto es preciso tener presente que seleccionar una unidad territorial no significa seleccionar un tema de trabajo desde una postura disciplinar, toda vez que no se trata de observar y documentar el comportamiento de un fenómeno social predeterminado en un territorio específico. En esta etapa es clave que el investigador comparta con los habitantes de un territorio sus itinerarios, sus rutinas, sus ritmos, de tal forma que aprenda a escuchar el modo en que el territorio habita a las personas. Esta primera etapa arroja para el investigador dos resultados. En primer lugar, permite la ampliación del campo de visión y de escucha con relación al territorio, lo que permite ir delineando los mapas. En segundo lugar se identifican los diversos grupos que confluyen en el territorio. Es importante destacar aquí que no sólo es clave identificar los grupos formales que atraviesan el territorio, sino sobre todo los grupos informales, pues éstos también generan tensiones y pueden poseer un mayor potencial de transformación. En una segunda etapa se empieza a construir el mapa con los habitantes del territorio. Después de ubicar los grupos y sectores que conforman el territorio y de haberse dispuesto en una relación de escucha para con el territorio, el investigador convoca las diversas narrativas sobre el territorio que confluyen en el espacio social. Se trata aquí de favorecer las voces de las diversas formas de habitar el territorio, de modo que a partir de estas voces pueda irse construyendo el mapa social. Un taller tipo en esta etapa puede comenzar con la selección de un participante para poner su experiencia de trabajo educativo o comunitario como material de análisis del taller. El participante relata la unidad territorial en donde trabaja. Lo importante, más que relatar el trabajo que realiza o lo que hace su institución es la descripción -lo más detallada posible- del territorio donde trabaja. Por ejemplo, describir el barrio, la localidad o la escuela.
  • 12. Simultáneamente en una o dos carteleras se va dibujando el mapa del territorio, para lo cual es aconsejable que se pinte primero el mapa topográfico, hasta donde se pueda, y sobre él ir ubicando las instituciones, los lugares más significativos y la ubicación de los distintos grupos humanos (formales o informales) que “hacen cosas” en el territorio. A la vez es clave ir armando una tabla de convenciones para el mapa. Luego, con ayuda de todos los participantes en cada grupo de trabajo, se van identificando líneas de comunicación (qué grupos o sectores se comunican entre sí), líneas de poder (sobre que grupos o sectores otros grupos o sectores tienen influencia) y líneas de deseo (hacia que grupos o sectores otros grupos o sectores quisieran desarrollar algún tipo de trabajo o influencia). En esta etapa los instrumentos para la recolección de información deben ser lo más abiertos posibles: entrevistas abiertas, conversatorios, historias de vida, etc. Aquí empiezan a cobrar vida las líneas de comunicación, deseo y poder, con lo cual el espacio físico empieza a dar paso, por obra del mapeado, al espacio social. En la medida en que los mismos habitantes del territorio han intervenido en la construcción del mapa, esta etapa puede considerarse como una etapa de autodiagnóstico, ya que permite que con cierta rigurosidad las personas puedan detectar sus problemáticas, sus iniciativas y sus voluntades. Como resultado de esta etapa se tiene el mapa social del territorio. Una vez mapeado el territorio, en una tercera etapa de análisis, es clave preguntarse por aquello que aparece como lo más relevante del autodiagnóstico. De este ejercicio puede emerger un segundo mapa. Mientras que el primer mapa define el territorio, delimitándolo y configurándolo, el segundo mapa comporta unas preguntas y puede ser útil para definir un derrotero de acción de los habitantes del territorio. Desde este segundo mapa se abre un espacio de enunciación para los habitantes del territorio que es fundamentalmente un espacio de construcción de propuestas. En caso de poder continuar con el ejercicio dos o tres meses después se puede hacer lo siguiente: con los registros que han acumulado los investigadores y aquellos participantes enganchados al trabajo de mapeo se trazan nuevamente los sectores, grupos o tendencias reconocidas. Así mismo se hace con las líneas de comunicación, poder y deseo. Las convenciones y múltiples dimensiones de los distintos lugares de enunciación pueden verterse en varios mapas. Sobre los distintos mapas sociales el investigador con su equipo (ojalá con participantes del territorio) ubica estrategias de dibujo pertinentes para poder expresar lo encontrado. Pueden intentar varias posibilidades: fractales, rizomas, tejidos, redes, círculos concéntricos, nodos, etc. 4. Los mapas sociales y la constitución de nuevas subjetividades La cartografía social, según se ha venido indicando a lo largo del texto, constituye a la vez una metodología de trabajo para la planeación participativa y la transformación social y una propuesta de construcción de conocimiento que hace suyas las consecuencias de la disolución del sujeto moderno. De este modo la cartografía social comporta una renovación de las formas de subjetividad ligadas a un territorio. En primer lugar, porque un mapa social siempre se construye desde abajo y es una apuesta por lo complejo y lo múltiple y por la transformación de campos relacionales en lo social. En segundo lugar, porque hace visibles formas y procesos de subjetivación que
  • 13. la noción de sujeto moderno ha invisibilizado dada su connotación fuertemente restrictiva. Al ser una construcción desde abajo, que realizan los habitantes de un territorio, un mapa implica, de entrada, que se reconozca la idea de la territorialidad. Esto es, la idea de un campo relacional ligado a un territorio. El territorio tiene historia, memoria, geografía; y la cartografía social es una forma de aproximarse a la comprensión de las realidades territoriales, de las realidades que han surgido de la relación de los actores sociales con el territorio. Con los mapas se hace explícito lo implícito y, de este modo, se reinterpreta el territorio. Y en la reinterpretación se construyen nuevos sentidos políticos, nuevas prácticas, nuevas subjetividades. Los mapas son pues, un elemento de apropiación territorial. Son una especie de escritura que recoge el saber de los actores sociales, que permite construir conocimiento colectivo a partir del modo en que las personas han construido y construyen sus historias siempre en relación con el territorio que habitan. La elaboración de los mapas sociales implica entonces una reorientación constante del espacio social por obra del mapeo mismo. En este sentido, los mapas sociales no constituyen tanto una apelación a un experto que aporta soluciones, sino a un estratega que puede hacer surgir elementos organizadores para un campo social dado. La oportunidad de representarse a partir de un mapa es a la vez una oportunidad de reorientarse, de cambiar las rutinas. En el espacio globalizado esto significa evidenciar fracturas, fisuras, líneas de fuga. El mapa es pues un instrumento para el empoderamiento a partir de la conciencia del territorio. Este proceso permite un cambio de orientación en el territorio, así como la negociación desde una perspectiva territorial, esto es, una perspectiva social. La cartografía social posibilita entonces la construcción de procesos pedagógicos ligados a la construcción del espacio como espacio público, atravesado por tensiones, atravesado por juegos de poder que lo estructuran. No se trata entonces de ver el territorio como algo desnudo, sino precisamente de entender su génesis y consistencia a partir de las tensiones que lo articulan. Al ser construido desde la perspectiva de quienes habitan el territorio, un mapa social rompe con la idea de una racionalidad única. Así, la cartografía social restituye otras posibilidades de pensar y sentir, diferentes al estrecho margen de miras que está reservado a los expertos, que siempre proyectan sus intervenciones en el mundo social desde discursos enmarcados en lógicas académicas. En la medida en que la cartografía hace visibles las diferentes formas en que un territorio es interpretado, necesariamente esas diferencias conllevan entre sí tensiones y la yuxtaposición de diversas formas de ver el territorio, atravesadas por prácticas de poder y por formas de disciplinamiento y de sujeción al entramado social. En este sentido, la cartografía social, como metodología de trabajo en los contextos sociales, debe permitir que esas tensiones aparezcan, pero además debe permitir que se articulen, de tal manera que el horizonte del mapeado no se pierda en una pluralidad de percepciones que resulten irreconciliables entre sí, esto es que desagreguen el territorio al punto que este se pierda de vista. El mapa debe reivindicar las tensiones como algo inherente al territorio mismo y no como atributos de sujetos o de grupos sociales.
  • 14. En este sentido es clave comprender que a través de la cartografía social se pueden abarcar los fenómenos sociales con un referente de subjetividad que va más allá de lo individual. De este modo, la disolución del sujeto como noción teórica y su reemplazo por una metáfora que mire más allá puede darle a lo social un sentido más político: no se trata ya de recurrir a un sujeto crítico, a un sujeto que se emancipa o que hay que emancipar, se trata de pensar en que la misma sociedad se critica, que la misma sociedad puede constituirse en movimiento de emancipación.
  • 15. Bibliografía sobre IAP y cartografía social Salazar, M.C. La investigación acción participativa. Inicios y desarrollos, Bogotá, Magisterio, 1992. Fals Borda, O. Ciencia propia y colonialismo cultural, Bogotá, Carlos Valencia, 1982. Gutiérrez, Juan; Delgado, Juan (Coordinadores). Métodos y técnicas cualitativas de investigación en ciencias sociales. Madrid, Síntesis, 1999. Torres, Alfonso. Aprender a investigar en comunidad. Vol. 1, 2 y 3. Bogotá, UNAD, 1995 García Selgas, Fernando: Las encrucijadas de la diversidad cultural. Sesión 3: Relativismo-Universalismo: Global-Local. Para una perspectiva glocal: la cartografía cronotópica. Departamento de Teoría Sociológica. Sociología V. Universidad Complutense de Madrid. En: www.uv.es/~viherma/documents/folleto.pdf Jameson, Frederic: el posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona. Paidós. 1991. Deleuze, Gilles; Guattari, Félix: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia. Pre-textos. 1988. Luhmann, Niklas: Complejidad y modernidad. De la unidad a la diferencia. Editorial Trotta. Madrid. 1998 Huergo, Jorge Alberto: Espacios educativos: de la arquitectura escolar a la cartografía cultural. En: Cultura escolar, cultura mediática/intersecciones. Bogotá. Universidad Pedagógica Nacional. 1999 Bertely Busquets, María: Conociendo nuestras escuelas: una acercamiento etnográfico a la cultura escolar. México. Paidós. 2000. Villasante, Tomás R.; Montañés, Manuel; Martin, Pedro (Coordinadores). Prácticas locales de creatividad social. Madrid, El viejo Topo. 2001 Martín, Pedro. “Mapas sociales: método y ejemplos prácticos” En: Villasante, Tomás R.; Montañés, Manuel; Martín, Pedro (Coordinadores). Prácticas locales de creatividad social. Madrid, El viejo Topo. 2001