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LA SABIDURÍA CISTERCIENSE
           SEGÚN SAN BERNARDO
TEMA IX. –
                          EL AMOR EXTRAVIADO
   En        su        descripción
fenomenológica de la situación de
la conciencia frente a Dios en el
dominio del amor, san Bernardo
procede a una reflexión paralela
a la que sigue en el campo de la
libertad y de la verdad. Para él se
trata de un movimiento del
espíritu,   que    recupera     su
orientación hacia Dios partiendo
de la experiencia concreta de su miseria, seguida del recurso a un Salvador que dicha
experiencia hace brotar en él. Es el primero de los cuatro grados del amor, que san
Bernardo expone por dos veces en el tratado Sobre el amor a Dios: un ser dotado de
voluntad debe percibir la necesidad concreta que tiene de amar a Dios, pues de otro
modo su facultad de amar le parecerá vana e ilusoria. El desarrollo del pensamiento en
este primer grado, el amor de sí mismo, no es fácil de seguir. Llega a una especie de
evidencia de la necesidad de amar a Dios. Dios busca al alma y quiere hacerse amar de
ella. He aquí cómo: ha establecido como ley que, por ser Creador y providencia de la
naturaleza, sea reconocido y amado como tal. La criatura que debería amarle
naturalmente, está en peligro de olvidarle y querer vivir de sí misma y de lo que posee.
Para evitar semejante ignorancia y arrogancia, que le resultaría fatal y sería su propia
desgracia, el Creador ha querido, en un designio saludable porque desea la dicha de su
criatura, que se sienta inquietada por dolorosas dificultades que le hagan pensar y
reflexionar. Al verse impotente y al brotar de su corazón el grito de la plegaria, y
sentirse liberada de la angustia, dará a Dios el amor que le es debido. Una vez más, san
Bernardo resume esta experiencia en un verso del salmo: Invócame en el día de la
prueba, yo te libraré y tú me darás gloria (Sal 49, 15). Y de este modo, sigue diciendo, el
2

hombre animal y carnal que no había podido amar a nadie fuera de sí mismo, ahora
comienza a amar a Dios, precisamente por su propio interés, porque sabe por
experiencia que en Dios lo puede todo y sin él nada. Al querer amarse a sí mismo intenta
compartir con otros, por una especie de sentimiento natural de filantropía, pero no lo
consigue. De hecho, para amar bien al otro es preciso amar antes a Dios. El alma va,
pues, a pasar por una suerte de lógica al segundo grado del amor, que consiste en amar
a Dios porque es provechoso para ella 1.
    Gabriel Marcel habla de “la vida como prueba”, y en ese mismo sentido la concibe
san Bernardo en su primer grado del amor. Aunque es imprudente justificar el
sufrimiento ante el que sufre, esta visión del dolor no deja de ser válida, si no como
explicación -no existe ninguna- sí al menos como reflexión que facilite la aceptación
humilde y saludable. Misteriosamente, Dios sabe muy bien lo que finalmente me hará
feliz. “Cuando Dios ama, no desea otra cosa que ser amado; porque no ama con otro fin
que ser amado, sabiendo          que con ese amor hace felices a los que le aman” 2. La
experiencia repetida de acudir a Dios hace crecer nuestro amor. El paso del segundo al
tercer grado, como veremos más adelante (c. V, 2), se realiza sobre todo con la práctica
de la ascesis cisterciense. El tema tan frecuente en san Bernardo de la misericordia que
viene en ayuda de la miseria humana (miseria-misericordia) debe tomarse en sentido
absoluto, todo o nada. El abismo llama al abismo (Sal 41, 9): el corazón del hombre es
profundo (Jer 17, 9), la misericordia divina es inmensa y en ella encuentra aliento el
alma. Toda clase de ligereza o despreocupación significa miedo a la realidad 3. A quienes
oran con una audacia excesiva es preciso decirles que buscan al Señor antes de haberse
hallado a sí mismos. Ignorantes de sí, no oran como el publicano que implora
misericordia por verse pecador, y se hallan en gran peligro4. Esta distancia infinita del
Misericordioso con la criatura en peligro, no debe reducirse a las observaciones de una
sicología que ella trasciende con sus propios medios. Es necesaria cierta desolación que
vaya hasta el sentimiento de desamparo, para que la experiencia sea auténtica y
profunda5.




1
  AmD 23-25.
2
  SC 83, 4. Ver JueS 5, donde nuestras faltas leves nos obligan a recurrir a la gracia; Ver también lo
que decimos en el cap. VI, 2 (Etiam peccata).
3
  “La despreocupación en el peligro no es signo de seguridad sino de desesperanza” SLXC, X, 4.
4
  Cuar IV, 3-4.
5
  Epf I, 1.
3

    San Bernardo conoce las manifestaciones de la insatisfacción humana, porque las ha
observado de modo admirable. El deseo está en el fondo de la voluntad, y ésta es el fondo
del ser.
    “Todos los seres dotados de razón -dice-, por aprecio y tendencia natural, aspiran
    siempre a lo que les parece mejor, y no están satisfechos si les falta algo que consideran
    mejor. Por ejemplo, a quien tiene una esposa bella se le van los ojos y el corazón tras
    otra más hermosa; quien viste buenas ropas, quiere otras mejores, etc”6.
    Ante esta observación se ha podido afirmar que “parece que para Bernardo el deseo
existente en el hombre es en cierto modo <un deseo implícito de Dios>, en el sentido de
que a partir de la experiencia de la insatisfacción del deseo y del impulso continuo que
implica, es como el hombre se abre al Bien supremo... El deseo de Dios está, pues, en la
prolongación de nuestras experiencias del deseo a nivel humano” 7. Este deseo se inscribe
en la perspectiva de la doctrina de la imagen, y va al infinito, porque concluye san
Bernardo en este párrafo magnífico:
    “Todo lo devora con ansiedad, y le parece nada en comparación con lo que quiere
    conseguir. Se atormenta sin cesar por lo que no tiene, en vez de disfrutar en paz de lo
    que posee”.
    Sería posible llegar a desear a Dios si fuera posible probarlo todo; pero como la vida
es breve, nuestra naturaleza limitada y son muchas las cosas que la solicitan, gira sin
cesar tras los apetitos. Sólo hay una salida, romper el círculo y tomar el camino recto,
breve y estrecho, trazado por el evangelio 8.
    Si es indispensable       amar a Dios para la felicidad de la conciencia, y si la
desesperación amenaza al que se aparta voluntariamente de él, el amor humano es algo
necesario para la felicidad. Dom Anselmo Le Bail ha escrito con razón:
    “No es una paradoja afirmar que san Bernardo ha escrito solamente un tratado de
    espiritualidad...el de las relaciones del alma con Dios: amor... El tema del amor es (para
    él) un drama, el drama del ser que se siente condenado infaliblemente a amar. Es la ley



6
  AmD 18.
7
   J. BLANPAIN, Langage mystique, expression du desir, en Collectanea Cisterciensia 36, 1974, p.
49. “El amor de Dios llama en nosotros a la misma facultad que el amor de las criaturas, a ese
sentimiento de que por nosotros mismos no somos completos, y que el Bien supremo en que nos
realizaremos es un Alguien fuera de nosotros. Pero sólo Dios es esa realidad de la que las criaturas no
son más que la imagen, una imagen y no un fantasma, porque tienen su belleza personal y su
existencia propia”, P. CLAUDEL, Introduction à un poème sur Dante, en Positions et propositions I,
Obras completas, tomo XV, París, Gallimard, 1959, p. 102-103.
8
  AmD 18-19.
4

     eterna, según la cual todo ha sido creado y por la que se ha hecho el universo 9. También
     se coloca ante la ley necesaria de la salvación. Lleno de perplejidad, sale de ella con
     una acomodación del amor humano, que se ordena bajo el amor divino, único sosiego y
     felicidad única del corazón. ¿No es por ello por lo que Dante ha elegido a san Bernardo
     como guía en los círculos del cielo? La Divina Comedia y el Sobre el amor a Dios son
     dos epopeyas del amor”10.
     No solamente está suspendido el universo de la ley del amor, sino que el mismo Dios
vive de él. Apoyándose en el salmo 18: La ley del Señor es pura, dice san Bernardo que es
pura porque es la de un amor desinteresado, el único que puede convertir al alma,
volviéndola enteramente hacia el otro en el don total y en el olvido de sí misma. No es
pues absurdo afirmar, según él, que esa es también la ley de la que vive Dios. Porque
¿qué es lo que mantiene la inimaginable unidad en la Trinidad de Personas sino el
amor? ¿Y no es este Dios la caridad sustancial, que es la fuente del amor humano? 11.
Cuando en su sermón más hermoso sobre el amor, san Bernardo grita: “¡Qué gran cosa
es el amor!”12, habla de la ley universal; pero conviene añadir que este amor sólo es algo
grande si retorna sin cesar a su fuente para volver a fluir sin fin. La integración del
amor humano en el misterio del amor divino es obra de la relación comunitaria, de la
amistad fraterna y de todas las formas de caridad. Antes que Dante, san Bernardo ha
visto con claridad que aquí se situaba sobre todo la restauración de la imagen de Dios,
que es Amor en su criatura espiritual, ese ser de deseo.




9
   Id. 35.
10
    A. LE BAIL, Bernard (saint), en Dictionnaire de spiritualité, T. I, París, Beauchesne, 1937. Col.
1474.
11
    AmD 34-35.
12
    SC 83, 4.

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El amor extraviado la sabiduría cisterciense según san bernardo (9)

  • 1. LA SABIDURÍA CISTERCIENSE SEGÚN SAN BERNARDO TEMA IX. – EL AMOR EXTRAVIADO En su descripción fenomenológica de la situación de la conciencia frente a Dios en el dominio del amor, san Bernardo procede a una reflexión paralela a la que sigue en el campo de la libertad y de la verdad. Para él se trata de un movimiento del espíritu, que recupera su orientación hacia Dios partiendo de la experiencia concreta de su miseria, seguida del recurso a un Salvador que dicha experiencia hace brotar en él. Es el primero de los cuatro grados del amor, que san Bernardo expone por dos veces en el tratado Sobre el amor a Dios: un ser dotado de voluntad debe percibir la necesidad concreta que tiene de amar a Dios, pues de otro modo su facultad de amar le parecerá vana e ilusoria. El desarrollo del pensamiento en este primer grado, el amor de sí mismo, no es fácil de seguir. Llega a una especie de evidencia de la necesidad de amar a Dios. Dios busca al alma y quiere hacerse amar de ella. He aquí cómo: ha establecido como ley que, por ser Creador y providencia de la naturaleza, sea reconocido y amado como tal. La criatura que debería amarle naturalmente, está en peligro de olvidarle y querer vivir de sí misma y de lo que posee. Para evitar semejante ignorancia y arrogancia, que le resultaría fatal y sería su propia desgracia, el Creador ha querido, en un designio saludable porque desea la dicha de su criatura, que se sienta inquietada por dolorosas dificultades que le hagan pensar y reflexionar. Al verse impotente y al brotar de su corazón el grito de la plegaria, y sentirse liberada de la angustia, dará a Dios el amor que le es debido. Una vez más, san Bernardo resume esta experiencia en un verso del salmo: Invócame en el día de la prueba, yo te libraré y tú me darás gloria (Sal 49, 15). Y de este modo, sigue diciendo, el
  • 2. 2 hombre animal y carnal que no había podido amar a nadie fuera de sí mismo, ahora comienza a amar a Dios, precisamente por su propio interés, porque sabe por experiencia que en Dios lo puede todo y sin él nada. Al querer amarse a sí mismo intenta compartir con otros, por una especie de sentimiento natural de filantropía, pero no lo consigue. De hecho, para amar bien al otro es preciso amar antes a Dios. El alma va, pues, a pasar por una suerte de lógica al segundo grado del amor, que consiste en amar a Dios porque es provechoso para ella 1. Gabriel Marcel habla de “la vida como prueba”, y en ese mismo sentido la concibe san Bernardo en su primer grado del amor. Aunque es imprudente justificar el sufrimiento ante el que sufre, esta visión del dolor no deja de ser válida, si no como explicación -no existe ninguna- sí al menos como reflexión que facilite la aceptación humilde y saludable. Misteriosamente, Dios sabe muy bien lo que finalmente me hará feliz. “Cuando Dios ama, no desea otra cosa que ser amado; porque no ama con otro fin que ser amado, sabiendo que con ese amor hace felices a los que le aman” 2. La experiencia repetida de acudir a Dios hace crecer nuestro amor. El paso del segundo al tercer grado, como veremos más adelante (c. V, 2), se realiza sobre todo con la práctica de la ascesis cisterciense. El tema tan frecuente en san Bernardo de la misericordia que viene en ayuda de la miseria humana (miseria-misericordia) debe tomarse en sentido absoluto, todo o nada. El abismo llama al abismo (Sal 41, 9): el corazón del hombre es profundo (Jer 17, 9), la misericordia divina es inmensa y en ella encuentra aliento el alma. Toda clase de ligereza o despreocupación significa miedo a la realidad 3. A quienes oran con una audacia excesiva es preciso decirles que buscan al Señor antes de haberse hallado a sí mismos. Ignorantes de sí, no oran como el publicano que implora misericordia por verse pecador, y se hallan en gran peligro4. Esta distancia infinita del Misericordioso con la criatura en peligro, no debe reducirse a las observaciones de una sicología que ella trasciende con sus propios medios. Es necesaria cierta desolación que vaya hasta el sentimiento de desamparo, para que la experiencia sea auténtica y profunda5. 1 AmD 23-25. 2 SC 83, 4. Ver JueS 5, donde nuestras faltas leves nos obligan a recurrir a la gracia; Ver también lo que decimos en el cap. VI, 2 (Etiam peccata). 3 “La despreocupación en el peligro no es signo de seguridad sino de desesperanza” SLXC, X, 4. 4 Cuar IV, 3-4. 5 Epf I, 1.
  • 3. 3 San Bernardo conoce las manifestaciones de la insatisfacción humana, porque las ha observado de modo admirable. El deseo está en el fondo de la voluntad, y ésta es el fondo del ser. “Todos los seres dotados de razón -dice-, por aprecio y tendencia natural, aspiran siempre a lo que les parece mejor, y no están satisfechos si les falta algo que consideran mejor. Por ejemplo, a quien tiene una esposa bella se le van los ojos y el corazón tras otra más hermosa; quien viste buenas ropas, quiere otras mejores, etc”6. Ante esta observación se ha podido afirmar que “parece que para Bernardo el deseo existente en el hombre es en cierto modo <un deseo implícito de Dios>, en el sentido de que a partir de la experiencia de la insatisfacción del deseo y del impulso continuo que implica, es como el hombre se abre al Bien supremo... El deseo de Dios está, pues, en la prolongación de nuestras experiencias del deseo a nivel humano” 7. Este deseo se inscribe en la perspectiva de la doctrina de la imagen, y va al infinito, porque concluye san Bernardo en este párrafo magnífico: “Todo lo devora con ansiedad, y le parece nada en comparación con lo que quiere conseguir. Se atormenta sin cesar por lo que no tiene, en vez de disfrutar en paz de lo que posee”. Sería posible llegar a desear a Dios si fuera posible probarlo todo; pero como la vida es breve, nuestra naturaleza limitada y son muchas las cosas que la solicitan, gira sin cesar tras los apetitos. Sólo hay una salida, romper el círculo y tomar el camino recto, breve y estrecho, trazado por el evangelio 8. Si es indispensable amar a Dios para la felicidad de la conciencia, y si la desesperación amenaza al que se aparta voluntariamente de él, el amor humano es algo necesario para la felicidad. Dom Anselmo Le Bail ha escrito con razón: “No es una paradoja afirmar que san Bernardo ha escrito solamente un tratado de espiritualidad...el de las relaciones del alma con Dios: amor... El tema del amor es (para él) un drama, el drama del ser que se siente condenado infaliblemente a amar. Es la ley 6 AmD 18. 7 J. BLANPAIN, Langage mystique, expression du desir, en Collectanea Cisterciensia 36, 1974, p. 49. “El amor de Dios llama en nosotros a la misma facultad que el amor de las criaturas, a ese sentimiento de que por nosotros mismos no somos completos, y que el Bien supremo en que nos realizaremos es un Alguien fuera de nosotros. Pero sólo Dios es esa realidad de la que las criaturas no son más que la imagen, una imagen y no un fantasma, porque tienen su belleza personal y su existencia propia”, P. CLAUDEL, Introduction à un poème sur Dante, en Positions et propositions I, Obras completas, tomo XV, París, Gallimard, 1959, p. 102-103. 8 AmD 18-19.
  • 4. 4 eterna, según la cual todo ha sido creado y por la que se ha hecho el universo 9. También se coloca ante la ley necesaria de la salvación. Lleno de perplejidad, sale de ella con una acomodación del amor humano, que se ordena bajo el amor divino, único sosiego y felicidad única del corazón. ¿No es por ello por lo que Dante ha elegido a san Bernardo como guía en los círculos del cielo? La Divina Comedia y el Sobre el amor a Dios son dos epopeyas del amor”10. No solamente está suspendido el universo de la ley del amor, sino que el mismo Dios vive de él. Apoyándose en el salmo 18: La ley del Señor es pura, dice san Bernardo que es pura porque es la de un amor desinteresado, el único que puede convertir al alma, volviéndola enteramente hacia el otro en el don total y en el olvido de sí misma. No es pues absurdo afirmar, según él, que esa es también la ley de la que vive Dios. Porque ¿qué es lo que mantiene la inimaginable unidad en la Trinidad de Personas sino el amor? ¿Y no es este Dios la caridad sustancial, que es la fuente del amor humano? 11. Cuando en su sermón más hermoso sobre el amor, san Bernardo grita: “¡Qué gran cosa es el amor!”12, habla de la ley universal; pero conviene añadir que este amor sólo es algo grande si retorna sin cesar a su fuente para volver a fluir sin fin. La integración del amor humano en el misterio del amor divino es obra de la relación comunitaria, de la amistad fraterna y de todas las formas de caridad. Antes que Dante, san Bernardo ha visto con claridad que aquí se situaba sobre todo la restauración de la imagen de Dios, que es Amor en su criatura espiritual, ese ser de deseo. 9 Id. 35. 10 A. LE BAIL, Bernard (saint), en Dictionnaire de spiritualité, T. I, París, Beauchesne, 1937. Col. 1474. 11 AmD 34-35. 12 SC 83, 4.