Este fragmento describe el momento en que el Cid es desterrado de sus tierras por el rey. Al abandonar su casa, Rodrigo siente un gran dolor y llora amargamente. Sus primeras palabras expresan su resignación ante la voluntad de Dios y su deseo de honra. La gente de Burgos lo recibe con lágrimas y elogios, reconociendo lo buen vasallo que es.