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Robert BONNAFOUS



LUIS QUERBES
               (1793-1859)



 Y LOS CATEQUISTAS DE SAN VIATOR




          Prefacio de Jean Comby
PREFACIO
Se puede pensar que las conmemoraciones son muy artificiales ¿Qué es lo que cien,
doscientos..., mil años pueden añadir a un acontecimiento pasado? ¿Cómo conmemoran sus
aniversarios las culturas que carecen del sistema decimal? Desde luego, lo importante no son
las cifras redondas, sino un cierto espesor de tiempo que nos separa de un fundador o de los
comienzos de una institución. Los que conmemoran releen el pasado en función de cuestiones
que se plantean hoy. Quieren coger a la vez las continuidades entre el acontecimiento
fundador y la institución actual, pero también las discontinuidades. Una institución nacida
hace un siglo o más ¿puede mantenerse idéntica cuando el mundo que le rodea ha cambiado
de fondo completamente? Por eso, el interés de una conmemoración es doble. Además de la
evocación de los orígenes despierta nuestra curiosidad sobrepasándonos un poco, ella puede
ayudarnos a evaluar el momento presente. Esta es la intención del Hermano Robert
Bonnafous al proponernos esta Vida del P. Querbes, dos siglos después de su nacimiento.
 El cura Querbes es sacerdote durante la Restauración, cuando la Iglesia de Francia se
esfuerza en borrar este cuarto de siglo de la Revolución y del Imperio considerado como un
desgraciado paréntesis. Los católicos trabajan a marchas forzadas en pro de una "nueva
evangelización" antes de que sonara esta expresión. Hay que rehacer el tejido cristiano de la
sociedad. No solamente los seminarios mayores y menores multiplican sus efectivos, sino que
también surgen en todos los rincones de Francia congregaciones de hombres y de mujeres que
desean trabajar en esta recristianización, especialmente en el campo de la enseñanza y de la
educación religiosa. El tiempo urge; ¡surge una fuerte competencia amenazante, como los
propagandistas de la "escuela mutua" con sus reminiscencias protestantes! El Hermano
Bonnafous nos hace entrever, a veces de una forma divertida, este prurito de fundación que
sienten tantos obispos y sacerdotes. Cada uno quiere tener un pequeño grupo de personal
propio bajo sus órdenes y no depender de nadie.
 En cierto modo, se podría decir que el cura Querbes realiza en Vourles lo que Marcellin
Champagnat, Jean-Marie de Lamennais y muchos otros hicieron en otra parte. Pero no
exactamente. El cura Querbes aparece un poco como un Bourdoise (sacerdote francés muy
celoso del siglo XVII) de las aldeas en el siglo XIX. Vourles es una "parroquia que se debe
rehacer" entre otras muchas. Los párrocos, aislados, no se bastan cada uno en su rincón, para
el mantenimiento de la iglesia, para una liturgia digna, para la enseñanza del catecismo y la
dirección de la pequeña escuela para los pobres. El P. Querbes desea asociar en la misma
organización todas las buenas voluntades, pero dándoles una formación adecuada. Esta
asociación podría ser una cofradía bajo el patronazgo de San Viator, un clérigo-lector al
servicio de San Justo, obispo de Lyon en el siglo IV; en ella se agruparían clérigos tonsurados
al mismo tiempo que seglares célibes o casados. Esta es la intuición original. Pero existe una
quasi-ley de sociología religiosa según la cual, mientras en el protestantismo, las iniciativas y
las renovaciones dan origen a nuevas denominaciones confesionales separadas del tronco
principal, en el catolicismo, las intuiciones originales hacen nacer nuevas congregaciones
pues la Iglesia no puede tolerar la anarquía. Hablar de congregación es hacer referencia a un
molde-standar conservado en Roma. Lo que no entra en la norma oficial, no puede admitirse.
Por eso el proyecto del cura Querbes culmina en el nacimiento de una congregación de
hermanos enseñantes algunos de los cuales serán sacristanes y un pequeño número accederá al
sacerdocio. Ya no se habla de tonsura o de órdenes menores para los que no son sacerdotes.
¡Los Clérigos de San Viator no son clérigos en el sentido canónico del término, del mismo
que las Visitandinas de Francisco de Sales no visitan a nadie! Hay una cierta originalidad
respecto a otras congregaciones en la polivalencia del hermano que puede ejercer su función
sólo, en una pequeña parroquia de aldea, aminorando la soledad del párroco al vivir en la casa
cural con él, y en las denominaciones variadas que el P. Querbes da a sus hermanos: "Clérigos
de San Viator", "Catequistas parroquiales", cuando no son "Clérigos parroquiales" o incluso
"Clérigos-laicos".
Con el hermano Bonnafous revivimos las múltiples peripecias de las balbucientes tentativas
para instituir la congregación: hay que discutir con el arzobispo de Lyon, la administración
real y la administración romana. Para conseguirlo, el P. Querbes se lanza a recorrer caminos,
ríos, el mar... El lector sabrá, gracias al hermano Bonnafous que no nos ha ocultado nada de
los comienzos a veces un tanto dificultosos de la congregación donde, por otra parte, hay más
materia para sonreír que para indignarse: problemas de dinero, susceptibilidades eclesiásticas,
incompatibilidad de caracteres, inestabilidad de cierto número de hermanos y de padres,
improvisación de varias fundaciones en el extranjero en la India o en estados Unidos, éxito en
la implantación en Canadá como consecuencia de una larga estancia en Vourles del obispo de
Montréal, Monseñor Bourget. A medida que avanzamos, descubrimos en el fundador y en los
primeros miembros una santidad constituida de discreción y de buen sentido práctico.
 Una rápida ojeada a la historia de los Clérigos de San Viator, desde la muerte del P. Querbes
hasta nuestros días, induce finalmente al hermano Bonnafous a volver a las primeras
intuiciones del fundador. Respondiendo a la llamada del Vaticano II, que invita a los
religiosos a refrescarse en las fuentes del carisma de sus orígenes, los Clérigos de San Viator
han redescubierto a los asociados-laicos cuya perspectiva tuvo que abandonar el P. Querbes.
La historia no se repite de la misma manera, pero las ideas del pasado pueden ser todavía
válidas. Los herederos intentan realizar lo que no pudo hacer el Fundador. Por eso, no hay
duda de que la obra del hermano Bonnafous en el marco de esta conmemoración, ayudará a
redescubrir tesoros perdidos que estimularán la imaginación de los Clérigos de San Viator y
de los cristianos de hoy.


                                                                               Jean COMBY
                                                        Profesor de Historia de la Iglesia en la
                                                               Facultad de Teología de Lyon.
Yo creo que hay una santidad lionesa y a menudo he soñado en una especie de canonización
colectiva que agrupe al Padre Chevrier, a Paulina Jaricot. Al Padre Colin, fundador de los
Maristas, al P. Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas, al Padre Querbes, fundador
de los Clérigos de San Viator, al cura de Ars (ya lo es, pero también él entra en este
movimiento) y a Marius Gonin.
Por consiguiente hay una pléyade de santos y se impondría una especie de canonización de la
humildad lionesa pues todos estos hombres fueron de una modestia extrema.


                                                                   François Varillon, s.j.
                                         Hermosura del mundo y sufrimiento de los hombres
                                                                            Le Centurion.




Una última señal de predestinación tan segura como las demás: el cambio de rumbo de las
intenciones del fundador. Un fundador sufre siempre, al menos un cambio de rumbo, no en el
sentido de que es cogido por sorpresa, sino porque los caminos a los que Dios le lleva no son
los que él había emprendido al comenzar. Ignacio de Loyola parte en peregrinación a
Jerusalén y, finalmente, se quedará en Roma, con sus jesuitas; Francisco de Asís parte hacia
un destino desconocido y acaba por fundar las órdenes franciscanas. El Padre Querbes
alimentaba proyectos que no se realizaron siempre y llegó a las actuales fundaciones en las
que no había pensado en absoluto.
                                                                              Joseph Folliet

                                                                   Testimonio de un Lionés,

                                                                    5 de septiembre de 1959
PRÓLOGO


Esta biografía ha sido escrita con ocasión del bicentenario del nacimiento de Luis Querbes.
Intenta en primer lugar situar su actuación como fundador, insiste más en que puso en
movimiento que en el conjunto de sus hechos y sus actos memorables. También intentaría
estudiar cómo, habiendo partido por un camino que le parecía nuevo, innovador, adaptado a
las necesidades que había percibido se encontró, un poco contra su voluntad en otro camino,
el de fundador de una congregación religiosa.
El texto conlleva numerosas citas de documentos escritos por el P. Querbes, por testigos o
corresponsales; ¿Por qué arriesgarse a decir peor, con palabras de hoy, lo que se decía muy
bien, ayer, con palabras y frases muy precisas, aunque algunos giros hayan envejecido un
poco?
Sin embargo, para no recargar el libro de referencias, no habrá una nota para las citas de
escritos del P. Querbes que llevan fecha en el texto. En cuanto a los testimonios de sus
contemporáneos, todos se encuentran en los archivos de la Dirección general de la
Congregación *.
Muchas gracias a todos los que han colaborado en la redacción de esta obra, la han
acompañado con sus consejos, con su paciente lectura y, en primer lugar al P. Léon Desbos,
superior provincial de los Clérigos de San Viator de Francia, que está en el origen de este
proyecto. Un gracias especial al H. Élie Salesses por su colaboración técnica.
                                                                                      R.B.




* Las notas que llevan referencia están al final del volumen, p. 175.




                                              1
NACER EN LYÓN BAJO EL TERROR


JOSÉ Y JUANA, LOS SASTRES
Los Querbes se iban trasmitiendo el oficio de sastre de padre a hijo, ¿qué se podía hacer en el
altiplano de Lévezou cuando no se poseían tierras? Se podía ser carretero, herrero, tejedor,
sastre. Se iba de feria en feria, esperando que los clientes vinieran a entregar los paños que las
ruecas y el trabajo de las mujeres habían hilado y tejido, y en la próxima feria se entregaría el
traje ya terminado.
Los productos de la región serían de lana, hilo o cáñamo. El cáñamo ha dado su nombre al
pueblecito donde habitó la familia: Les Canabières (país de cáñamo), una parroquia situada a
más de 900 metros de altitud y a unos 30 kilómetros de Rodez, en esta región de Rouergue tan
apartada de las grandes vías de comunicación y que permanecía un poco replegada sobre sí
misma.
José Querbes, hijo de Pedro y de María Soulier, había nacido allí el 3 de julio de 1763, sus
cuatro hermanos más jóvenes también fueron sastres. Sin embargo parece que dos de ellos
lograron comprar algunas tierras ya que, a su muerte, fueron inscritos como "propietarios" (1).
José, provisto de un certificado proporcionado por el Párroco y el Cónsul de la comunidad de
Cannabières(2), abandonó el pueblo en 1784. ¿Por qué él, el mayor de los hijos varones, no se
quedó en el pueblo? quizá para comenzar la vuelta de Francia como aprendiz. Finalmente, se
estableció en Lyon. En 1792, su contrato de matrimonio precisará que "ejerce desde hace
varios años el oficio de sastre, en esta ciudad"(3).
Los Brebant trabajaban cerca de Trévoux, a varias leguas del río Saona, en la provincia de
Dombes. Benito Brebant, viudo, volvió a casarse con Philippine Lambert, también viuda (4).
Él tenía dos hijos y ella cuatro. Luego tuvieron otros cuatro. Su tercer hijo, una niña, Juana,
nació el 11 de mayo de 1766 y fue bautizada en la iglesia de Santa Eufemia. Más tarde, en el
acta de matrimonio, dirá haber nacido en el pueblo vecino, Saint-Didier de Formans.
También ella vino a Lyon. El contrato de matrimonio precisará que "ejerce desde hace varios
años el oficio de modista para mujeres, en esta ciudad".
José y Juana se conocieron y se casaron el 18 de diciembre de 1792 (5). Él tenía 29 años, ella
26. Juana llevó como dote "la suma de 2.000 libras compuesta parte en especie, parte en el
valor de su ropa blanca, vestuario y joyas, muebles y efectos que adornan el apartamento que
ocupa en esta ciudad". Una suma que debía permitir un correcto comienzo de vida en común,
pero el clima político de la época no se prestaba demasiado a las alegrías ni a una vida
apacible destinada a coser tranquilamente detrás de un mostrador.
LYON DURANTE LA REVOLUCIÓN
José Querbes y Juana Brevant habitaban en la calle de l'Enfant-qui-Pisse, en el barrio del
ayuntamiento. La calle es prolongación de la calle Lanterne y tomará este nombre en 846 (6).
Con sus 150.000 habitantes, Lyon era entonces la segunda ciudad del reino. Tenía una larga
tradición manufacturera especializada en el trabajo de la seda. La "Fábrica" hacía trabajar a
unos 15.000 telares. Esto había desarrollado una población emprendedora y comercial, y
también una burguesía, uno de cuyos rasgos característicos, según decían, era su avidez por
las ganancias (7).
Los años que habían precedido a la revolución se caracterizaron por una profunda crisis
económica que redujo mucho la demanda de la seda. En 1789 había 9.000 familias indigentes
(8).
La práctica religiosa, estaba un poco adormecida y la ciudad no se distinguía demasiado por
un cristianismo vigoroso (9).
Lyon había entrado sin grandes problemas en la Revolución. Había sido contagiada, como
otras ciudades de Francia, por la fiebre de la palabra. Se multiplicaban los clubs y las
manifestaciones. El Terror no tardó en llegar, proveniente de París. Joseph Chalier, el
Robespierre local estimaba que la ciudad necesitaba ser purgada y que era necesario
"exterminar en Lyon todo lo que pudiera llamarse aristócrata moderado, especulador,
acaparador, usurero, lo mismo que la fanática casta sacerdotal" (10). La guillotina se alzó en
la plaza des Terreaux, la plaza del ayuntamiento.
Pero Lyon era una ciudad de negocios y los negocios suponen un clima de paz o, al menos, de
orden. Como muchas otras ciudades francesas, ya no soportaba los excesos del centralismo
jacobino. Al contrario, deseaba una Francia federal, como lo preconizaba el partido girondino
= federalista. El día en que la Revolución tocó a sus Bancos, a su economía, a sus sacerdotes,
a su autonomía, Lyón no pudo hacer otra cosa que sublevarse.
 Es lo que hizo a últimos de mayo de 1793. Días y noches de tumultos que acabaron con la
detención de Chalier y sus secuaces. Fue juzgado y guillotinado pero, antes de conducirlo al
patíbulo, el condenado fue exhibido por las calles y callejuelas del barrio de Terreaux en
medio de una muchedumbre excitadísima. Pasó justo por delante de la casa donde habitaban
José y Juana.
La sublevación estaba animada por federalistas y republicanos moderados, crispados por el
extremismo parisino. También los partidarios de la realeza, que encontraban en esto una
buena ocasión de revancha, apoyaban el movimiento. En resumen, éste aglutinaba varias
corrientes detestadas por París. Era un desafío al poder central. La capital no podía tolerarlo.
Robespierre y el comité de Salvación pública ordenaron al general Kellermann y al ejército de
los Alpes atacar a Lyon. Guardias nacionales venidos de Auvernia y capitaneados por Dubois-
Grancé participaron en el sitio de la ciudad que se hizo con cierta lentitud: hubo, en vano,
varios intentos de reconciliación. Lyón estaba mal defendida y mal equipada para resistir.
Dominada de Norte a Oeste por las alturas, estaba al alcance del fuego de los sitiadores. Los
8.000 voluntarios que cogieron las armas para defender la ciudad procedían de todas las clases
sociales. El municipio no encontró para capitanearlos más que un realista, el Conde de Précy.
El 8 de agosto, el bloqueo es total. Los Lioneses, que se preparan a padecer los rigores del
sitio, no saben que durará dos meses y que les va a tocar vivir uno de los episodios más
trágicos de toda la Revolución.
21 DE AGOSTO, EL NACIMIENTO DE JUAN LUIS JOSÉ MARÍA
El bombardeo comienza el 10 de agosto. Las fases de intensos ataques se van alternando con
días y noches más tranquilos; quizá para intentar un arreglo o, sencillamente, porque se han
agotado las municiones. ¡Es lo que falta! La república que se ha puesto a sacar las cuentas,
anotará 44.000 balas de cañón. Estos proyectiles, calentados al rojo blanco, pueden ser
devastadores. De hecho, fueron destruidas 1.600 casas.
El 15 de agosto se intensifican los bombardeos. Tras un poco de calma, recomienzan el 22 de
agosto. "fue el fuego del infierno, dice un testigo, durante esta noche murieron 2.000
personas".
La víspera, el 21 de agosto de 1793, a las tres de la tarde, Juana Brebant dio a luz a su
primogénito Juan, Luis, José, María. Se llamó Juan, como su madre; José, como su padre;
María, sin duda a causa de la devoción mariana de sus padres. ¿Y Luis?, nadie lleva este
nombre en la familia de los Querbes ni en la familia de los Brebant. Pero siete meses antes,
había sido guillotinado Luis XIV y, los católicos, desean recordar a un rey mártir. El niño fue
bautizado ese mismo día en San Pedro, muy cerca de allí. Se ha perdido el registro. Doce años
más tarde, los padres lo inscribieron en los registros de catolicidad de la parroquia de Saint-
Nizier de la que dependían entonces. Testificaron que su hijo había sido bautizado en San
Pedro. No se menciona el nombre del sacerdote que lo bautizó.
Al día siguiente de su nacimiento, Joseph Querbes apuntó a su hijo en el registro civil. Los
testigos fueron Luis Blanc y Martín José Chaze, ambos sastres.(14)
¡Lúgubre atmósfera para celebrar el nacimiento de un primer hijo! Durante los días siguientes
el sitio se recrudeció. Según un relato, Juana Brebant tuvo que huir de su casa, donde había
caído una bomba, llevando al niño en sus brazos. La anécdota se debe a uno de los primeros
compañeros de Luis Querbes, Hugo Favre. Esto ilustra bien los horribles días del verano de
1793.
El 8 de octubre, las tropas de la revolución entraron en la ciudad. El poder central, enfrentado
a otras tendencias secesionistas, quiso dar un ejemplo para todos y decretó una represión sin
piedad: "Lyon ha luchado contra la Libertad, Lyon no existe". La ciudad debía ser arrasada.
Se crean tres tribunales. Procesos expeditivos, juicios sumarios y condenaciones sin
apelación. En pocos meses son guillotinadas más de 800 personas y fusiladas más de 1.200.
Para acelerar las ejecuciones, se ametrallaba a los condenados por grupos, en la llanura de
Broteaux. Chalier fue deificado en una mascarada en la que pasearon un asno cubierto con
una capa litúrgica, con una mitra en la cabeza y un leccionario litúrgico atado al rabo.
El sitio de la ciudad, este clima de violencia, esta represión salvaje debían marcar
profundamente la memoria colectiva de varias generaciones de Lionesas.
No se sabe con precisión cómo José y Juana vivieron este duro período. Juan Bautista Clavel,
el primer biógrafo de Luis Querbes, precisa que José combatió al lado de los sitiados, lo cual
resulta muy verosímil ya que todo el que podía sujetar un arma u ofrecer algún servicio a los
defensores participó en la defensa de la ciudad. Añade que José se vio obligado a esconderse
para escapar de las represalias y no reapareció entre los suyos hasta después de la caída de
Robespierre (julio de 1794). También es muy verosímil.




JACQUES LINSOLAS Y EL CULTO ESCONDIDO
Antes de la Revolución, la diócesis de Lyon abarcaba casi todos los departamentos del
Ródano, del Loira y la mitad de los departamentos del Ain. Contaba con más de 2.000
sacerdotes y religiosos y un número aún mayor de religiosas. La mayor parte de la población
se decía cristiana, aunque su cristianismo se manifestara con evidentes señales de agotamiento
(15). El número de ordenaciones y de profesiones religiosas había ido descendiendo
regularmente durante los 30 años que precedieron a 1789. Los conventos, que en este lapso de
tiempo perdieron el 40% de sus religiosos eran frecuentemente criticados y tenían fama de
albergar, se decía, a "piadosos holgazanes".
En la primavera de 1791, una gran mayoría de los sacerdotes de las parroquias (85%) había
prestado el juramento constitucional (16). Pero la diócesis conoció pronto, como las demás
diócesis de Francia, la ruptura y las tensiones entre los "juramentados" y los "no
juramentados", así como el desconcierto de los fieles. Con las medidas de control, de
persecución y finalmente de descristianización tomadas por la Convención y el Comité de
salvación pública, los sacerdotes, juramentados o no, fueron perseguidos, el culto, suprimido
y las iglesias, cerradas.
Poco a poco se organizó una Iglesia de catacumbas con una red de comunicaciones, de
lugares de culto clandestinos y de sacerdotes que, con peligro de sus vidas, aseguraban un
servicio pastoral a los cristianos. La diócesis de Lyon fue sin duda la diócesis de Francia
dotada de la organización más "eficaz". Fue el "culto escondido" organizado y animado por
Jacques Linsolas, vicario general del obispo de Lyon en el destierro.
Jacques Linsolas tenía entonces 40 años. Había nacido en Lyon, en la parroquia de San
Nicecio. Había intentado ir a las misiones extranjeras, su salud se lo impidió y se vio obligado
a ejercer el sacerdocio en San Nicecio, primero como coadjutor y luego como canónigo de la
iglesia. Era el encargado del catecismo de perseverancia.
Se reveló como un organizador y un animador extraordinario. Dividió la diócesis en zonas de
misión. Puso al frente de cada misión a un sacerdote, jefe de misión, al que concedió poderes
especiales. El jefe de misión animaba a los misioneros que dependían de él. Estos, con gran
riesgo y peligro, visitaban el sector que les habían encomendado desplazándose, con
frecuencia durante la noche. Eran ayudados por seglares, jefes de pueblo y por catequistas. El
catequista era el hombre responsable de un pequeño grupo de fieles, presidía las reuniones
clandestinas, animaba a unos y otros en ausencia del misionero. Además de los catequistas
estables, había unos catequistas "ambulantes" que acompañaban al sacerdote y unos
catequistas "precursores" que preparaban la visita del misionero. En "el culto escondido"
participaban 700 sacerdotes; 130 fueron capturados y ejecutados. No se sabe el número de
catequistas que corrieron la misma suerte.
Linsolas desarrollaba una actividad desbordante. Regía la diócesis con intransigente firmeza.
Para él, la revolución era "la calamidad" que tenía su origen en la debilitación de la fe y de la
práctica religiosa, en la ignorancia de la religión y en la relajación de las costumbres. Y esto
no lo pensaba solamente él, sino muchos de los cristianos que pasaron esta prueba.
Aunque no se puedan detectar los caminos de la gracia, se puede decir que todos estos años de
"culto escondido" fueron el comienzo de un profundo despertar de la fe en toda la diócesis:
gracias a esta red compleja los cristianos iban responsabilizándose y realizaban gestos
comprometedores. Muchos sacerdotes y también seglares confesaron, en el patíbulo, su fe.
Durante todos estos años se preparaba una germinación, se echaban raíces. Unos años más
tarde la renovación espiritual explotaría a la luz del día y haría de Lyon un lugar privilegiado
de cristianismo en Francia.
No tenemos ningún testimonio serio que nos permita decir cómo José y Juana vivieron este
período. Juana participaría probablemente en un grupo de cristianos que asistía a la misa
celebrada a escondidas por el sacerdote Recobert, un sacerdote refractario, con las
consecuencias que podían derivarse. Sin duda conoció a Francisca Michallet, que habitaba
muy cerca, y que fue guillotinada en febrero de 1794 por acoger a los sacerdotes. Francisca
era la animadora de un grupo de mujeres creado por Linsolas. Tenía treinta y cuatro años.
2
       CRECER A LA SOMBRA DE SAN NICECIO


SAN NICECIO
Aunque nacido con ayuda de forceps, el Concordato (1801) trajo la paz religiosa a Francia.
José Fech, tío de Napoleón llegó a ser arzobispo de Lyon y "quiso restaurar las cosas a la
antigua manera", según la expresión del señor Émery, superior de San Sulpicio. El culto dejó
de ser clandestino y comenzó a celebrarse públicamente en las iglesias abiertas de nuevo;
trajo consigo un despertar y una renovación espirituales indudables. Los dos pasos de Pío VII
por la ciudad (noviembre de 1804 y en abril de 1805) fueron ocasión de fiestas y de
ceremonias caracterizadas por grandes demostraciones de fervor popular.
La iglesia de San Nicecio es una de las grandes y hermosas iglesias de Lyon. Fue construida
en el siglo XIV y XV, en estilo gótico flamígero. Una amplia nave central, un presbiterio
despejado y un conjunto de ventanas altas crean un gran espacio abierto que favorece la
liturgia. El crucero derecho tiene la hermosa estatua de Nuestra Señora de las Gracias, obra de
Antoine Goyse-vox.
El edificio no sufrió muchos desperfectos durante la revolución. A partir de octubre de 1797
fue devuelto al culto y se convirtió en la catedral del obispo cismático. En 1802 se recomenzó
allí el culto católico.
La parroquia tenía unas 20.000 almas. El barrio conservaba todavía sus calles y sus callecillas
estrechas, y no siempre rectilíneas que el urbanismo del siglo XIX armonizará y ensanchará
construyendo largas y espaciosas avenidas orientadas de norte a sur.
La familia Querbes ya no habitaba en la calle de L'Enfant-qui-Pisse, sino en una casa situada
en la calle de la Gerbe. Allí es donde nació Josefa Magdalena el 27 de abril de 1797. Unos
años más tarde, la familia se estableció no lejos de allí, en la calle Vandran.
José Querbes seguía trabajando en su oficio de sastre. Parece que se había establecido por su
cuenta, puesto que tenía uno o varios obreros. Al acabar la Revolución y al instaurarse el
Consulado y el Imperio, recomenzaron los negocios y fue mejorando la situación económica
de la ciudad. Cuando José Querbes cesará su actividad podrá comprar una casa en el campo
para retirarse a ella con su mujer y su hija.
Luis asistió al catecismo en San Nicecio, recibió la primera comunión, preparado por el
sacerdote Rivier, el 13 de junio de 1805, día del Corpus Cristi. Sin duda es inútil especular
sobre los sentimientos que tuvo este día. No ha dejado filtrar confidencia alguna. Pero
conservó siempre la imagen-recuerdo (1) del acontecimiento, una imagen muy del gusto de la
época que representa un cordero que duerme tranquilamente sobre el libro de los siete sellos,
rodeado de diversos símbolos, entre los cuales un pelícano que abre su corazón e incluso,
parece, que hasta un fénix que se quema para luego renacer de sus cenizas.
¿Y la escuela? La Revolución había arruinado la organización de la enseñanza primaria.
Maestros, más o menos preparados, recibían algunos alumnos a los que formaban
individualmente. Los hermanos de las Escuelas Cristianas que regresaron del exilio en 1804,
introdujeron el método simultáneo que conocemos: la enseñanza es dada por un maestro a
todo un grupo de alumnos. No se sabe quién enseñó a leer y a escribir a Luis. Su madre, desde
luego no, pues era analfabeta (2). De todos modos aprendió, y aprendió bien.
En octubre de 1805 ingresó en la escuela clerical - o escolanía - de San Nicecio que se abría
este año. Ésta admitía a niños que ayudaban o cantaban durante las numerosas ceremonias de
la iglesia. Para ser admitidos, los niños debían tener "aptitudes para servir en la iglesia", pero
también "ofrecer alguna esperanza de vocación para el estado eclesiástico"(3).
Era una especie de seminario menor con otro nombre. En 1828 estas escuelas servirán muy
bien para poder aumentar el número de alumnos de los seminarios menores, fijado de forma
arbitraria por el gobierno. La asistencia a los oficios diarios, la formación en el canto y en las
ceremonias, la clase, el estudio, ocupaban largas jornadas. Un coadjutor de la parroquia se
encargaba especialmente del funcionamiento del establecimiento.
En este medio escolar y religioso, un poco especial, Luis realizará buenos estudios.




28 DE MARZO DE 1807, UN PRIMER PASO.
Él hizo más que aprender a escribir un francés perfecto. Encontró compañeros que le fueron
siempre fieles: Joseph-Fleury, Rabut y Antoine Steyert, y algunos sacerdotes que habían
sufrido las pruebas de la persecución: Los sacerdotes Ribier, Durosat, Marduel. Sobre todo
allí maduró su vocación. Fue confirmado el 2 de febrero de 1807. Algunas semanas más tarde,
el 28 de marzo de 1807, recibía la tonsura (4). La ceremonia tuvo lugar en la primacial de San
Juan. Oficiaba el cardenal Fesch.
Optar por el estado eclesiástico, llevar el hábito clerical cuando todavía no se tienen catorce
años puede despistarnos en nuestra época, en la que algunos psicólogos retrasan la
adolescencia casi hasta los treinta años. Pero a comienzos del siglo XIX, la adolescencia no
existía y la mayor parte de los muchachos de esta edad estaban ya comprometidos en lo que
debía ser su medio de sustento como hombre: trabajando como tejedor, en las varas de un
carro, en el fondo de un mina...
La vida de Luis se orienta. Y es sin duda en esta perspectiva y hacia esta época cuando él
toma un compromiso decisivo: Hace su voto de castidad. "Yo, Luis José María Querbes hago
voto de castidad para toda mi vida". El texto va escrito en un pequeño trozo de cartón. Está
recubierto por una imagen del mismo formato que representa la Anunciación. Todo ello,
protegido por un pergamino, se descubrió solamente después de la muerte de Luis Querbes.
La forma de la escritura y el recuadro dibujado, cuyo trazado oculta en parte la última cifra de
la fecha, no permite leer de manera segura el año en que se emitió este voto: "En Lyon, el 15
de octubre de 180..." se leyó 1803; más tarde, 1802, fundándose más en argumentos externos
(Luis Gonzaga hizo su voto de castidad hacia los 9 ó 10 años), que en el documento mismo.
Pero la escritura del trozo de cartón se parece a la de los cuadernos de apuntes de estudiante y
el dominio que se ve en la firma no es el de un niño.
Hugo Fabre, que fue el vicario y sucesor de Luis Querbes y que hizo el inventario de sus
papeles, sitúa el voto durante la tonsura (1807): "Fue sin duda con ocasión de esta ceremonia
cuando él hizo su voto de castidad cuya fórmula se ha encontrado en sus escritos".
Desde luego, no se puede leer "1807", pero se lee sin mucho problema "1808". La
interpretación de Hugo Fabre es probablemente exacta: No se trata de un compromiso tomado
por un niño en un movimiento de fervor sino de una decisión que acompaña a un proceso (la
primera comunión, la confirmación, la tonsura) y que oriente la vida de alguien que dejándose
agarrar por Dios hasta el fondo de su ser se entrega a Él. El pergamino que guardaba el
manuscrito está todo manoseado como si Luis Querbes lo hubiera llevado consigo mucho
tiempo.
Sin embargo sería un error colocar al muchacho en un pedestal: "Durante su juventud, cuenta
su contemporáneo Charles Saulin, era extraordinariamente travieso, le gustaba mucho tomar
el pelo; incluso a una edad más avanzada era todavía feliz cuando podía gastar una broma a
sus condiscípulos o a sus hermanos. "Las páginas de las libretas que se conservan con los
apuntes de Luis en esa época contienen, en los márgenes, junto a notas diversas, algunas
historias que pretendían ser chistosas y algunos juegos de palabras estudiantiles. "¿nombre del
peluquero de David? Amplius" (5). Esto debía provocar alguna sonrisa entre los monaguillos,
cuando oían el cuarto versículo del Miserere: "Amplius, láva me..."




GUY-MARIE DEPLACE, EL MAESTRO
Hacia 1809 ó 1810 Luis hubiera debido abandonar la escuela de canto para ir a uno de los
seminarios menores de la diócesis. El señor Besson, párroco de San Nicecio, lo confió,
juntamente con sus amigos Rabut y Steyert, a Guy- Marie Deplace. Hombre de una cultura
muy sólida, Deplace (1772-1843) publicaba artículos y opúsculos sobre temas tan variados
como las reglas de gramática, la defensa de los Mártires de Chateaubriand o la política de
Napoleón (6).
Era también un profesor de retórica y de filosofía, que hoy equivaldría a los dos cursos que
preceden al ingreso a la Universidad aunque no existen demasiados puntos comunes entre las
clases y los programas de entonces y los de ahora. No enseñaba en un colegio, sino que
recibía a los alumnos en su casa. "Sabio y educador de gente selecta", así lo definía Camille
Latreille, Deplace marcó a generaciones de jóvenes.
Luis encontró en él una enseñanza personalizada que le permitió desarrollar sus talentos. Juan
Pedro Blein, que no ha sido un testigo directo de estos años pero que, más tarde, llegó a
conocerle muy bien, dice que Luis estaba dotado de un memoria prodigiosa, de una gran
inteligencia y de una facilidad dialéctica excepcional, terminó pronto sus estudios literarios,
con un curso completo de lengua latina, así como de elementos griegos" (7). El 24 de julio de
1812 recibió el grado de bachiller. Este examen oral, creado en 1808, sancionaba unos buenos
estudios clásicos.
Las cartas que Luis Querbes ha conservado de Guy-Marie Deplace permiten adivinar algo
sobre la personalidad y la influencia que este maestro pudo ejercer sobre él. No vienen de un
"magister" sentencioso, sino de un hombre honesto y de gran corazón. No vienen solamente
del profesor, sino de un maestro de vida y de un cristiano.
Deplace pasaba los veranos en Roanne lo cual dio pie a una correspondencia entre él y sus
alumnos. Sus cartas, escritas en un tono familiar, parecen ignorar la diferencia de edad, de
cultura y de posición entre maestro y alumno. Es un amigo el que habla: "he recibido, querido
Querbes, las dos cartas que me has escrito. Una antes y la otra después del pequeño viaje que
acabas de hacer. Muchas gracias, te lo agradezco, pero permíteme que te diga al mismo
tiempo que cuando se escribe a una persona a quien se quiere no se suele ser tan breve como
tú: no basta limitarse a unas pocas líneas que parecen traicionar la impaciencia de llegar al le
saludo atentamente, etc... con esto no quiero decir que tú no me quieras, estoy bien persuadido
de lo contrario, pero precisamente porque yo creo en tú afecto no quiero que tus cartas
parezcan a cartas de negocios o de ceremonia.
"Tu buen amigo, nuestro querido Steyert, ha hecho todavía peor que tú; me ha enviado sus
profundos respetos al final de diez o doce líneas muy separadas, muy cortas y muy estudiadas
para que parezcan un poco largas. Es exactamente como yo suelo hacer cuando escribo a
algunas personas con las que quiero limitarme a guardar las apariencias (...)
"Rabut ha llegado a escribirme una vez, ¡quizá le duele la mano derecha!, ¡o a lo mejor no
tiene tinta ni papel!, ¡puede ser que una enfermedad del cerebro haya borrado de su memoria
el recuerdo de su maestro y de sus amigos! (...)
"Llevo aquí una vida que no vale gran cosa. Demasiado tiempo para dormir, demasiado
tiempo para comer, demasiado tiempo para correr, demasiado tiempo para hacer el loco y reír,
y demasiado poco tiempo para hacer el bien, para trabajar o para rezar. Heme aquí al final de
mis desórdenes. Dentro de doce o trece días estaré ya el Lyón, tendré que recomenzar el
trabajo: No tendré frecuentemente, creo, alumnos a los que mi corazón se vincule tan
fuertemente como a tres o cuatro ingratos con sotana que tú conoces bien y uno de los cuales
lleva tu nombre" (14 de octubre de 1813).
Deplace encarga a su alumno de pequeños recados: comprar un libro, traerle un tejido, llevar
un billete, contactar a una persona. Pide noticias de la parroquia, de lo que se dice en la
ciudad. Le cuenta cosas de su vida en Roanne, de sus negocios, de la enfermedad que padecen
sus hijos y que se lleva uno de ellos.
Le da ánimos y consejos amistosos: "Te felicito, querido hijo, por haber asegurado tu entrada
en el seminario. Trata de afirmarte cada vez más en el espíritu de tu vocación. Has elegido la
buena parte y no dudo de que el buen Dios bendecirá tus esfuerzos para asegurar tu salvación
trabajando en la de los demás. Mis deseos de felicidad hacia ti son como los de un padre hacia
su hijo" (13 de octubre de 1812).
"Respecto a tus proyectos, el mejor, querido amigo, es no hacerlos. Esfuérzate sobre todo en
fortalecerte en la piedad, en el amor de Dios, en liberarte de todo lo que te ata a la tierra;
Lleva al Seminario el deseo de instruirte por la Gloria de Dios y por tu salvación: no te
inquietes de lo demás" (19 de octubre de 1812).
"Dedica algunos momentos cada día al estudio de la Escritura Santa: trata, sobre todo, de
adquirir el conocimiento de los salmos que estás destinado a recitar un día y acuérdate de que
no hay espíritu, ni trabajo, ni conocimientos que puedan suplir lo que falta a un sacerdote que
no se ha familiarizado con los libros sagrados" (24 de septiembre de 1813).
La correspondencia sigue durante mucho tiempo, aún después de que el alumno ha dejado al
maestro. Luis ha conservado sus cartas. Quizá es lo que le hizo coger la costumbre de guardar
todas las cartas recibidas. A su muerte, tendrá casi 10.000...
3
         "AVANZAR HASTA EL ALTAR DE DIOS"



SAN IRENEO, EL SEMINARIO MAYOR
En septiembre de 1812, Luis formula de esta manera su petición para librarse del servicio
militar obligatorio: "yo, el que suscribe, clérigo de la iglesia de San Nicecio, declaro que mi
intención ha sido y será siempre la de consagrarme al estado eclesiástico"(1). La escritura
viva, de trazos seguros y la firma con adornos traducen esta fuerte seguridad:... ha sido y será
siempre.
El 31 de octubre de 1812, ingresó en el seminario de San Ireneo.
Situado en la Croix-Paquet, en la orilla derecha del Ródano, el seminario estaba formado por
varios edificios y constituía un espacio excesivamente reducido para el número de
seminaristas. Los seminarios menores de la diócesis tenían contingentes cada vez mayores de
alumnos. En 1816 se debió establecer, incluso, un año de teología en un seminario menor
porque San Ireneo estaba demasiado lleno. A comienzos de 1812, contaba con 262
seminaristas, de los cuales 108 en primer año (2).
Este reclutamiento sacerdotal intenso, que no era exclusivo de la diócesis de Lyon, permitía
rehacer las filas del clero que había pasado mal el período revolucionario. Incluso podía
permitirse el lujo de no aceptar a todos los candidatos. El señor Bochard, vicario general,
escribe al cardenal Fesch: "Acabamos de salir de la ordenación en la que hemos hecho 48
sacerdotes. Podíamos haber tenido algunos más, pero se ha pensado dejarlos para más
tarde"(3).
Tras la supresión de la Compañía de San Sulpicio por Napoleón (1811), los sacerdotes
diocesanos se encargaron del Seminario bajo la dirección del señor Filiberto Gardette.
Formados por los sulpicianos, continuaban con su espíritu y sus métodos. Tres de ellos tenían
apenas 24 años y sólo uno de sacerdocio: Simon Cattet (dogma), Jean Cholleton (moral) y
Jean-Marie Miolan.
La enseñanza en los seminarios de la época no se caracterizaba, en general, por la apertura a
la sociedad contemporánea ni por la investigación o la innovación. Se contentaban con
reeditar los manuales empleados en el siglo XVIII. Según Jean Soulcié, que ha hecho un
estudio sobre San Ireneo (4), lo esencial de los cursos en Lyon consistía en la enseñanza
cotidiana del dogma y de la moral, en dos lecciones de Sagrada Escritura por semana, sin
examen, y en clases de canto. Nada de Derecho Canónico ni de Historia: durante las comidas,
se solía leer un libro de historia. Durante el tercero y último año se daba una formación más
práctica acerca de la pastoral, la predicación, la liturgia.
Los ocho tomos del manual de base Theologia Dogmática et Moralis de Bailly), completados
por las notas dictadas en latín, exigían de los seminaristas un gran trabajo en el que la
memoria ocupaba un lugar importante.
La observancia rigurosa de los ejercicios de piedad era uno de los pilares de la formación, tan
importante como la enseñanza o, quizá, más. Oración, oficio, lectura espiritual, examen
particular, oraciones diversas, conducían a la práctica de una piedad muy reglamentada. El
seminario quería moldear buenos sacerdotes.




17 DE DICIEMBRE DE 1816, EL SACERDOCIO.
Luis debió sacar mucho provecho de sus capacidades: Las notas obtenidas fueron buenas. En
julio de 1813 en una escala que contaba sobre diez notas, él estaba clasificado en el cuarto
lugar superior "bene", con dieciséis de sus camaradas. Ciertamente nueve lo preceden con
mejores menciones, pero hay setenta y uno que vienen detrás de él (5).
Luis había ingresado en San Ireneo con sus amigos Steyert y Rabut, y allí conquistó otros
amigos: Vincent Pater, Jean-Claude Huet, Ferdinand Donnet, Dominique Dufêtre. Según las
cartas que conservamos, no parece haber mantenido vínculos particulares con Jean Claude
Colin o con Marcelino Champañat, fundadores de la Sociedad de María, Padres y Hermanos
Maristas. En cambio, sí mantiene vínculos con el gracioso Donnet, cuyos chistes o gracias
descritos en el diario del seminario fueron cuidadosamente tachados cuando llegó a ser
cardenal arzobispo de Bordeaux (6). Un antiguo compañero de habitación, Lavalette,
recordará a Luis: "quiero recordar contigo aquella ligera interrupción del silencio nocturno.
Cuando por la noche, en la cama, nos divertíamos a consta de algunos pobres diablos (...).
Escríbeme, querido amigo, cuéntame muchas cosas, no temas detalles minuciosos. Ya sabes
que tú eres muy perezoso para escribir (...). Tómate varios días y no escatimes. Tienes talento
para decir bien las cosas, aunque sea de paso" (1815). Digámoslo también de paso, se
comprende que la rígida disciplina hiciera saltar, de vez en cuando, algunas válvulas de
seguridad...
Hugues Favre, que le conoció bien, dice de Luis: "hizo con éxito brillante sus estudios
teológicos, a pesar de su mala salud, que lo condenaba cada año a frecuentes intervalos de
descanso en su familia".
El 6 de octubre de 1814, Guy-Marie Deplace escribe a su antiguo alumno: "Haces mal, amigo,
al pasar tus vacaciones en el aburrimiento y el mal humor. Estas dos cosas no son buenas para
nadie, pero menos aún para un joven. Me gustaría estar cerca de ti para darte un remedio
infalible; como me es imposible, te propongo uno que creo que servirá para algo, si lo acoges
con tanta solicitud como la que yo te lo ofrezco (...) Ven a pasar al menos una docena de días
con nosotros: te invitamos formalmente".
La proposición debió ser rechazada, ya que Deplace volvió a la carga el 10 de octubre: "no
falta en el mundo gente que tiene mal humor o que se aburre; aunque otros cien me hubieran
dicho esto, jamás habría yo pensado en invitarles a venir aquí. Me maravillo por lo menos
tanto como por las otras hermosas razones que dices tener para quedarte en Lyon. ¿Tú crees
que en Roanne no se puede repasar un tratado o incluso hacer un sermón?".
¿Experimentó Luis, durante el verano de 1814, "el aburrimiento y el mal humor" hasta el
punto de comunicárselo a su antiguo maestro?, ¿por qué no? Aunque, para explicarlo, no
podamos hacer otras cosas que avanzar conjeturas. Arriesguemos una. La caída del Imperio,
1814, marca un cambio político. También se va a imponer una nueva sensibilidad, el
romanticismo. ¿Cómo un joven sensible, cultivado, no iba a captar algo de estas evoluciones
completamente ignoradas en las clases del seminario? En una biografía de Luis Querbes,
publicada en 1922, Pierre Robert avanza otra explicación: "Era, creemos, el tormento de un
alma que teme no responder plenamente los planes divinos sobre ella, prueba bastante
frecuente en los caracteres mejor templados, en las naturalezas más fuertes"(7).
Hacia esta época se había creado, entre los sacerdotes y los seminaristas de la diócesis, una
corriente hacia la Compañía de Jesús cuyo noviciado se abrió en París en julio de 1814.
Parece que también Luis fue sensible a esta corriente. El 22 de septiembre de 1815, Deplace
le escribe estas palabras: ¿en qué punto está tu asunto?, ¿va adelante? Mi hermano Esteban ha
obtenido su libertad (para ingresar en los jesuitas) y probablemente tú lo sabes ya. Nos lo ha
escrito sin decirnos que se ha decidido por Belley".
Existía un proyecto de abrir en Belley un colegio dirigido por los jesuitas. Un diácono, un tal
Soviche, que había entrado en la compañía, escribía a Luis tratándole como "mi querido
amigo y hermano en J.C. y en San Ignacio" (29 de octubre de 1815).
Hugo Favre, en sus recuerdos, cuenta que Luis "debió renunciar al designio que tenía y que ya
había comenzado a ejecutar por su parte. Porque había ido al noviciado recientemente abierto
por los jesuitas en Montrouge (París)" es posible que aquí haya una confusión y que, en lugar
de leer Montrouge, haya que leer Belley. Los Vicarios generales habían tomado las
precauciones para evitar la migración de sus sujetos. Parece más razonable que fuera a Belley,
que entonces formaba parte de la diócesis, que a la capital.
En las vacaciones de 1814 tuvo que componer un sermón (8), ejercicio que se pedía a los
seminaristas que comenzaban el tercer año. Se trataba para él de comentar un versículo de la
epístola a los romanos (1, 22): "considerándose sabios los hombres se han vuelto locos".
Este trabajo, 30 páginas manuscritas, trata de los espíritus fuertes" de los "espíritus
soberbios", de los "nuevos filósofos" y examina "el fin que se proponen, los motivos que les
animan y los medios que emplean: Según el gusto de la época, el texto está lleno de
testimonios y de referencias históricas y bíblicas así como de abundantes citas latinas. De
pronto, se tiene la sorpresa de oír un vibrante alegato en defensa de la compañía de Jesús "que
ofrece a la vez inmensos y numerosos servicios a la religión, a la patria, a las letras y a la
humanidad". Y la página acaba con estas palabras: "¡Ah!, que mi lengua helada se pegue a mi
paladar, que mi débil voluntad mande inútilmente a mi brazo y que una obscuridad espesa
eclipse a mis ojos la claridad del astro del día, si tú no eres, siempre, Compañía de Jesús, el
principal sujeto de mi alegría y el fundamento de mi esperanza". Declamada en público, la
frase debió producir su pequeño efecto.
El tiempo corría. Luis había recibido las órdenes menores el 18 de diciembre de 1812, recibió
el subdiaconado, el 23 de junio de 1815, de manos de Monseñor Simon, obispo de Grenoble.
En la misma ceremonia, Jean-Claude Colin, Marcellin Champañat y Jean-Marie Vianney
fueron ordenados diáconos. Como había terminado la teología pero todavía no tenía la edad
requerida para recibir el diaconado dejó el seminario para ir a San Nicecio, a la escuela
clerical, pero esta vez del lado de los profesores. Era corriente que algunos seminaristas
mientras esperaban sus órdenes fueran empleados en una institución de enseñanza. En el siglo
XVII, un sacerdote de Lyón, Charles Démia, había creado las pequeñas escuelas de los curas
donde enseñaban los seminaristas. Estas escuelas duraron hasta la revolución.
El 20 de junio de 1816, el superior del seminario le informó que debía presentarse al
diaconado y al retiro preparatorio. La ceremonia tuvo lugar el 21 de julio de 1816. Oficiaba
Monseñor Dubourg, obispo de Louisiana, que estaba de paso en Lyón. La víspera de la
ordenación para obedecer al consejo de su director, Luis redactó "sus sentimientos y sus
resoluciones". Después de haber expresado su temor ante la dignidad que le va a revestir y la
indignidad que él se reconoce a causa de sus "iniquidades pasadas" y a sus "defectos presentes
y especialmente una gran sensibilidad y una vinculación demasiado viva" que tiene hacia sus
familiares, detalla sus resoluciones. Se refieren sobre todo a sus ocupaciones y a los ejercicios
de piedad diarios. Formula también las gracias que desearía recibir: "Pido al Espíritu Santo
que haga descender sobre mí, sobre todo, el espíritu de fortaleza y de vigor, que son las
gracias principales del diácono; el espíritu de recogimiento y oración para preservarme de los
peligros de la disipación hacia la que me arrastra la excesiva libertad que tengo; el espíritu de
humildad y de dulzura para comportarme como conviene con mis superiores y con mis
semejantes, para reprimir mi acritud, para alegrar mi semblante sombrío y monótono, para
alejar las ideas tristes que me persiguen".
Fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1816 por Monseñor Dubourg. Entre los 9
nuevos sacerdotes se encontraban sus amigos Huet y Steyert. Es una pena que no haya ningún
documento que nos recuerde los sentimientos que tuvo ese día.




EL SEÑOR QUERBES, COADJUTOR
A petición del señor Besson, párroco de San Nicecio, el cura Querbes, señor Querbes como se
decía entonces, fue nombrado como coadjutor a esta parroquia. No era raro ver un coadjutor
nombrado a su parroquia de origen. Antes que él lo habían sido los señores Ribier y Linsolas.
Lo que era más sorprendente, era ver un coadjutor tan joven en una parroquia urbana. Parece
que el cura Querbes no deseó este nombramiento. Fue necesario que Guy-Marie Deplace le
obligara amistosamente a aceptarlo: "Me han dicho que estás pensando librarte de ese peso.
Entiendo todas tus razones; incluso me atrevo a decir que nadie las sabrá apreciar en el grado
en que yo lo hago, y sin embargo, amigo mío, me parece que debieras intentarlo (...) El señor
Besson ha hablado al señor Courbon (vicario general) de usted como de alguien sobre quien
tiene ciertos derechos (...) Reflexione bien, medite bien los pasos que va a dar, pese bien las
consecuencias a los pies de la cruz" (5 de diciembre de 1816).
San Nicecio no era un medio banal. Esta gran parroquia del centro de la ciudad estaba dirigida
desde 1805 por una personalidad muy fuerte, el señor Jacques-François Besson (1756-1842).
Éste había sido muy activo durante la revolución, siendo vicario general en Ginebra y
encargado del país de Gex. En 1823 fue nombrado obispo de Metz donde, a pesar de su edad,
dedicó mucho ardor a una buena administración de la diócesis.
En 1817 había cuatro coadjutores en la parroquia: los señores Marduel, Huet (tío del
condiscípulo de Luis), Würtz y Querbes, y algunos sacerdotes que ayudaban habitualmente.
Entre estos últimos Jacques Linsolas. Aunque un poco sordo y demasiado puntilloso, Linsolas
desempeñaba una función en la parroquia, especialmente en la escuela clerical. Por
consiguiente, era un medio caracterizado por el recuerdo del pasado y de los años, un lugar
donde se había vivido el sacerdocio lejos del incienso y de los salones dorados. Al adquirir
cierta edad se va cogiendo la manía de repetir los recuerdos. Jean-Claude Huet, que conocía
bien el ambiente, escribía a Luis: "Por la casa cural las cosas seguirán como siempre, no lo
dudo. El señor Marduel seguirá diciendo tonterías, el señor Würtz seguirá profetizando" (7 de
febrero de 1818). La juventud era (ya entonces) despiadada ¡Es verdad que el señor Würtz
"profetizaba" más de lo conveniente: pretendía demostrar que la revolución y el imperio
estaban ya anunciados en el apocalipsis. El consejo episcopal le prohibió predicar "viendo las
locas declamaciones que hacía" (9). Pero el señor Würtz también fue el apreciado padre
espiritual de una feligresa, Pauline Jaricot y, aunque no fuera más que por esto, valen la pena
sus fogosos discursos...
Los sacerdotes de San Nicecio ocupaban un lugar un poco especial en la diócesis. No por sus
opiniones políticas, la mayoría de los eclesiásticos eran favorables al restablecimiento de los
Borbones y a la vinculación estrecha entre el trono y el altar, sino más bien por el punto
sensible de las relaciones entre la Iglesia de Francia y el Papado. Una buena parte del clero
formado antes de 1789 era galicano, es decir, partidario de un reconocimiento por Roma de
algunos derechos de la Iglesia de Francia. El manual de teología que se utilizaba en San
Ireneo era galicano; por esto fue puesto en el índice en 1852 (10). Con el señor Besson, San
Nicecio había tomado una postura contraria. Él sostenía que la intervención del Papa en la
administración de la diócesis era legítima cuando el Cardenal Fesch exiliado en Roma a la
caída de Napoleón no quería dimitir de su sede (11).
El señor Besson fue encargado de la edición de la obra de José de Maistre, Du Pape (12).
Habiendo constatado algunos fallos en el manuscrito puso al autor en contacto con Deplace.
De los diálogos y la colaboración que se siguieron nació la obra en 1819. El libro tuvo una
gran difusión. Su tesis es muy sencilla: la revolución ha arruinado a los tronos y ha
engendrado la desgracia de los pueblos. Un trono ha quedado en pie: el del Papa. Por
consiguiente alrededor de él es donde se restablecerán la religión, la moral, la sociedad, las
naciones. Por consiguiente, la supremacía del Papa se impone a las iglesias locales y a los
estados. Es el comienzo del ultramontanismo, la postura de los que miran más allá de las
montañas, hacia Roma. El ultramontanismo se opone al galicanismo. Moviliza a los jóvenes
sacerdotes, pero también a los menos jóvenes, como a Lamennais. ¡Ser moderno, en aquel
tiempo, era estar con Roma!
No se trata solamente de una discusión teológica a la vista de todos. Los progresos del
ultramontanismo aportarán, en la religión tal como se practicaba en Francia, una piedad más
ferviente, los comienzos de "la comunión frecuente", menos rigorismo. La teología moral de
Alfonso de Ligorio va a deshelar lo que queda de jansenismo en Francia, pero hará falta
mucho tiempo...
En San Nicecio, con las personalidades que se encontraban allí, el cura Querbes completaba
felizmente la formación recibida en el seminario. Durante toda su vida fue un ultramontano
convencido.
El joven coadjutor era responsable de la escuela clerical, o más bien según dice el señor
Besson "de la alta vigilancia" (13) de la escuela. Las tareas ordinarias se confiaban
normalmente a maestros o a seminaristas que esperaban su ordenación.
Lo esencial de su tarea era "el santo ministerio": catecismo, predicación, administración de los
sacramentos, visitas a los enfermos, entierros (era necesario "subir a Loyasse", el cementerio
que está lejos de la iglesia), confesionario, dirección espiritual, participación en las
ceremonias de algunas de las hermandades, etc. Los oficios eran numerosos, variados,
repetidos y, con frecuencia, largos. En el libro de los usos de San Nicecio leemos: "es también
costumbre tener dos misas privadas durante la misa mayor, una comienza al mismo tiempo y,
la otra, en el Credo o en el ofertorio. De este modo muchos feligreses que no podrían
permanecer en la iglesia durante hora y media para asistir a toda la misa mayor y a la
predicación que se hace después del Evangelio, aprovechan de la instrucción asistiendo a otra
misa privada". Curiosa costumbre.
El P. Querbes predicaba, lo hacía con voz fuerte y, según el gusto de la época, largamente. Ha
conservado sus textos. Al principio completamente redactados, se convertirán más tarde en
esquemas detallados. Cada sermón redactado ocupa, en la transcripción dactilografiada
realizada en el Siglo XX, una media de 6 páginas completas y, a veces, mucho más.
Los temas son los que se trataban habitualmente en esta época: la religión, la dignidad y los
deberes del cristiano, la perseverancia, la frecuencia de los sacramentos, los peligros del
mundo, el fin último, la devoción a la Santísima Virgen, a la pasión de Cristo, etc. He aquí, a
título de ejemplo, los temas de los sermones del último trimestre de 1817: "Pruebas y
condiciones de la confesión" (28 de setiembre), "Cuidados del cuerpo y del alma; deberes de
los padres" (12 de octubre), "Oración por los difuntos" (2 de noviembre) "Tres advenimientos
de Jesucristo y formas de aprovecharlos" (7 de diciembre).
La doctrina es clásica, el estilo trabajado y los apóstrofes frecuentes. Por su elocuencia, un
poco estudiada, el sacerdote Querbes se esforzaba en convencer y en tocar los corazones. En
el sermón del 12 de octubre de 1817 sobre los deberes de los padres, después de haber
hablado de la necesidad de enviar a sus hijos al catecismo sigue: "Pero ¿no basta con
enviarlos al catecismo? ¿Estáis seguros de que los enviáis? ¿No van en último extremo? ¿No
desaparecen tan pronto como quedan libres? Pero yo supongo que vienen realmente. Pues no,
no es suficiente. Jefes de familia. Vosotros sois los pastores, estas palabras de san Pablo se os
aplican directamente Educate filios vestros in disciplina Domini: educad a vuestros hijos en la
ley del Señor. Para educarlos en esto hay que enseñarles. "Pero es que yo no tengo tiempo"
¡Ah! tú tienes tiempo para enseñar a tus hijos a hacer fortuna, a formarse según los usos del
mundo y tú, madre, a esta joven persona, a tomar un aire y unas maneras capaces de agradar".
"Pero, yo no estoy habituado a estas materias y confieso que las he olvidado un poco".
Decidlo, y esto será lo que os condenará, padres y madres ignorantes que habéis entrado en el
santo estado del matrimonio sin conocer sus obligaciones. ¿Qué medio os queda? el de
instruiros vosotros mismos en vuestras creencias para ser capaces de poder explicarlo en
vuestra casa. ¿Tan difícil es soltar la lengua de estos niños haciéndoles pronunciar el dulce
nombre de Jesús y de María, elevar de vez en cuando sus ojos al cielo, formar sus tiernas
manos a hacer el signo augusto del cristiano, aprovechar los primeros albores de su razón para
grabar en su memoria las verdades fundamentales?".
Se puede imaginar a Juana feliz de escuchar predicar a su hijo...
Por causa de este talento era llamado a predicar fuera de la parroquia, por ejemplo en San
Lorenzo de Chamousete donde levanta la voz contra la fiesta bailadora (la fiesta votiva
ocasión de bailes); en Irigni donde participa en una de estas misiones que la restauración
había generalizado. Quizá participó también en otras: un relato de su propia mano podría
dejarlo entender (14).
Todos los testimonios y la correspondencia de la época concuerdan en afirmar la acogida que
el P. Querbes reservaba a los que estaban en la penuria, a los que necesitaban una ayuda o un
servicio de él. Se le escribía para pedirle un consejo, una intervención, para recomendarle una
viuda sin recursos, una joven en peligro, un seminarista pobre. Intervenía y sacaba de su
bolsa, que no debía ser demasiado grande: en San Nicecio, cada coadjutor percibía 30 francos
al mes...
Este dinamismo, esta abnegación pastoral, habrían podido conducirle a puestos de mucho
mayor responsabilidad. Durante el verano de 1818 fue recibido en Issy, cerca de París, en la
casa de los sulpicianos. Sin embargo, no entró en la Compañía. En 1822, recibió del
arzobispado una proposición halagadora: en Tours se deseaba implantar una rama de los
misioneros diocesanos que existían en Lyon (los cartujos). Se proponía al P. Querbes para
tomar la dirección de estos misioneros. Hugo Favre cuenta su reacción:
- "¿Es una orden la que me dan?
- No, se ha pensando en Vd. porque Vd. es capaz de este ministerio; pero Vd. es libre de
aceptar o de rehusar.
- En este caso, le suplico que nombre a otro y que me permita quedarme en mi diócesis".
El señor Donnet aceptó la misión con el señor Dufêtre. Ellos comenzaron allí su camino hacia
el episcopado. No faltarían, un día u otro, al coadjutor de San Nicecio, la posibilidad de subir
los grados de una hermosa carrera que sus capacidades y su celo le harían merecer. El 25 de
octubre de 1822 fue nombrado a la parroquia-sucursal de Vourles.
4
    RESTAURAR LA PARROQUIA DE VOURLES.


VOURLES, UNA PARROQUIA QUE DEBE REHACERSE
Vourles está situado a 12 Km. al sur de Lyon, en las primeras colinas que bordean la orilla
derecha del Ródano. El terreno está constituido por depósitos de morrenas donde los guijarros
gruesos y pulidos, con los cuales construían las casas en otro tiempo, son abundantes.
En aquel tiempo era un pueblo de viticultores. El viñedo, destruido por la filoxera en la
segunda mitad del siglo XIX, no fue replantado y en su lugar se plantaron árboles frutales.
Como todos los pueblos de los alrededores de Lyon, Vourles contaba también con algunas
casas burguesas propiedad de algunos lioneses que venían a pasar allí los días agradables. En
aquella época, las propiedades estaban a menudo cercadas por altos muros construidos
ordinariamente en adobe.
En 1822, Vourles era una sucursal. Bajo el régimen concordatario se distinguían netamente
las parroquias de las sucursales y los párrocos de los sucursalistas o curas de sucursal. El
Concordato atribuía un sueldo a los párrocos de parroquia. Napoleón había encontrado esta
sutileza para hacer ahorrar dinero al estado: solamente tenían el título de párrocos los tres mil
sacerdotes, poco más o menos, responsables de un partido judicial, de una capital de región o
de una gran parroquia urbana. Estos eran inamovibles y recibían 1500 francos al año. Los
otros pueblos o las demás parroquias de ciudad no eran más que sucursales. Hasta 1807, no se
había previsto nada del sueldo de un cura de sucursal. Sin embargo, estos sacerdotes tenían la
responsabilidad completa de una comunidad cristiana y podían ser desplazados con pleno
derecho por el obispo. A partir de 1807, el estado daba un pequeño sueldo: 750 francos al año
(1822). Era lo equivalente al salario de un obrero poco cualificado, una especie de salario
mínimo. Esta desigualdad de condiciones fue el motivo del descontento del "clero inferior".
En adelante hablaremos simplemente del párroco de la parroquia de Vourles, sin hacer caso
de estos términos concordatarios.
La parroquia contaba con algo menos de mil habitantes. Durante el sitio de Lyon un
contingente de jóvenes de Vourles se había unido a las tropas revolucionarias. El pueblo ganó
con ello el sobrenombre de "Vourles el valeroso". Y unos cuantos ciudadanos adquirieron un
certificado que les reconocía un buen espíritu republicano (1). El párroco había entregado sus
"títulos de ordenación" (certificado de órdenes) y, con sus más de cincuenta años, se había
comprometido en la intendencia de los ejércitos de la república, una situación más lucrativa
(2).
¿Se puede saber por qué un pueblo vota blanco mientras el pueblo vecino vota azul? ¿Por qué
una "buena" parroquia tiene como vecina a otra que hace desesperar a un párroco? ¿Hasta
dónde hay que remontarse en el tiempo para comprender el origen de estas fronteras que
ningún límite materializa? Es un hecho, Vourles, más que los pueblos vecinos, había tomado
partido por la revolución y, una vez pasada ésta, quedaba algo en los espíritus y en las
costumbres.
Tras el Concordato, se habían sucedido en Vourles cinco sacerdotes y no habían conseguido
darle un impulso cristiano. La práctica religiosa era escasa, sobre todo entre los hombres, la
iglesia estaba destrozada y la casa cural no valía mucho más. Hugues Favre que ha conocido
bien la parroquia en esta época, ya que él había nacido en ella, en 1809, dice claramente:
"reinaba una gran indiferencia religiosa, en la mayor parte, y hostilidad, en algunos. Hay que
añadir que la negligencia y la conducta poco edificante de algunos de sus últimos pastores no
habían ayudado a mejorarla. "No era buena ni tenía buena fama". Juan Bautista Clavel
resume: "era una parroquia que había que rehacer".




25 DE OCTUBRE DE 1822, PÁRROCO DE VOURLES
El consejo episcopal nombró al cura Querbes párroco de Vourles el 25 de octubre de 1822; se
instaló en la parroquia el 31 de octubre. A los dos días, con ocasión de su primer bautismo,
ponía su primera firma en el registro de la catolicidad. La parroquia contaba, anualmente, con
una media de unos veinte de bautismos, algo menos de diez matrimonios y unos veinticinco
entierros. Todo esto ofrecía el escaso rendimiento económico de un centenar de francos, que
se añadía al sueldo recibido del estado.
¡Qué lejos estaba esto de San Nicecio, de sus burgueses, de sus intelectuales y de su
escolanía! El cura Querbes tenía ante sí a gente de pueblo, más propensa a interesarse por los
riesgos del granizo o del hielo de primavera que por problemas teológicos. Durante los años
siguientes evocará varias veces la "soledad" de los párrocos de pueblo y la necesidad de
encontrar un compañero para ellos. ¿En qué medida no ha sentido él también este aislamiento,
este contraste entre un medio de ferviente práctica religiosa y una parroquia glacial?
La restauración de la iglesia parroquial llevaba varios años en el orden del día del Consejo
Municipal. El presupuesto había sido votado antes de la llegada del sacerdote Querbes. Era
imposible restaurar la vieja construcción. Una vez demolida, fue reemplazada por la iglesia
más amplia que existe hoy con un estilo poco corriente para la época: una nave central con
techo llano, separada de las naves laterales por cuatro columnas, con un presbiterio en ábside.
Guardando las debidas proporciones, algo parecido a una basílica romana. Los proyectos se
demoraron más tiempo aún pero, una vez puesta la primera piedra en abril de 1826, la
construcción se concluyó rápidamente, ya que la iglesia fue bendecida el 5 de mayo de 1828.
Para fundamentar más sólidamente el edificio, el ayuntamiento había comprado una casa y un
jardín contiguos. Esto permitió abrir una plaza y construir una nueva casa cural.
Se comenzó la restauración de la parroquia con los métodos pastorales del tiempo: la
predicación, la incitación a la práctica de los sacramentos, el desarrollo de cofradías piadosas,
etc. La primera cofradía fue la del Santo Rosario (diciembre 1822). Otras vinieron más tarde.
El cura decano de Saint-Genis visitó la parroquia en 1827. En su informe hace notar, entre
otras observaciones: "hora en la que se abandona el confesionario por la noche: cuando se ha
terminado".
En Vourles, como en San Nicecio, el cura Querbes utilizó sus talentos de predicador para
conmover los espíritus y los corazones. Preparó una serie de instrucciones para la cuaresma
de 1823 (3). Trataban de las gracias de este período litúrgico, la necesidad de emplearlo bien
y los motivos de la conversión: Dios, considerado en sí mismo, Dios creador, Dios motor de
todo, Dios redentor, Dios santificador; al final, el tema de la muerte es objeto de dos
instrucciones.
Era entonces el gran período de las misiones internas. Éstas conmovieron a la mayor parte de
las diócesis de Francia y a muchas parroquias. Sus métodos, a veces muy llamativos y no
siempre imbuidos de sencillez evangélica, impresionaban fuertemente la imaginación y la
sensibilidad populares pero su efecto no era muy duradero. Estas especies de "maratones
espirituales" duraban dos o tres semanas con dos pláticas diarias. "Las pláticas eran de cinco
cuartos de hora" y los ejercicios de piedad, variados y adaptados a las categorías de fieles. Se
sabe que el cura Querbes, coadjutor, había participado en estas misiones. Predicó el jubileo en
una parroquia vecina (Charly, 1826) (4), y una misión en el mismo Vourles (1827).
Después de las primeras fiestas de Pascua, el alcalde de Vourles, el señor Magneval, que
habitaba en Lyon, le escribió para anunciarle su visita. Decía en su carta: "Será muy agradable
para mí pasar unos momentos con usted y felicitarle por los buenos sentimientos que me
expresan todos los que han sido testigos de la Pascua en su parroquia" (31 de marzo de 1823).
Aunque siempre guste oír un cumplido, una alabanza, el cura Querbes no se dejó engañar: la
práctica religiosa no podía haberse restablecido en pocos meses. Aún quedaba mucho por
hacer.
Y se lo hicieron saber. Hugues Favre cuenta una escena de la que pudo ser testigo directo; "el
verdadero celo no puede actuar demasiado sin producir descontentos (...) El nuevo párroco no
podía dejar de experimentarlo de alguna manera. Recibió quejas y murmuraciones de las que
no hizo ningún caso (...). Los descontentos, no atreviéndose a atacarlo de frente, tomaron la
táctica de dirigirle cartas con insultos y amenazas que le enviaban clandestinamente a la casa
cural, lanzándolas, a veces, por encima de los muros del jardín ¿Cómo responder a ataques y a
injurias cuyos autores permanecen ocultos en el anonimato? Varios escritos de este tipo le han
llegado ya de esta manera. He aquí que llega otro. Será el último.
"El domingo siguiente aparece en el púlpito con la carta en la mano y dice a su auditorio (que
probablemente sabía ya algo) que desde hace algún tiempo encuentra, de vez en cuando, por
la mañana, en su huerto, cartas que han sido arrojadas allí durante la noche, que él ignora de
quién vienen dado que no llevan firma, pero que lo siente mucho porque esto le priva del
placer de responder a los que le honran dirigiéndole sus cartas; que también esta semana ha
recogido una, como de ordinario, entre las berzas de su huerto y que, al igual que las
precedentes, tampoco lleva el nombre de su autor; pero dado que éste se encuentra sin duda en
el auditorio le ruega que comprenda que, ya que no puede responder de otra manera, le
responda públicamente; y aquí lee solemnemente la carta que va comentando y de la que
subraya con sutileza todo lo que contiene de falso, de malo, de grosero, de ridículo... La gente
se ríe; si el autor de la carta estaba presente, no hay duda de tuvo que esforzarse para evitar el
ponerse colorado. Lo que sí es cierto es que esta persona no tuvo ganas de volver a lanzar
anónimos. Se acabaron las cartas anónimas".
El rasgo es muy verosímil: el carácter del cura Querbes, lo veremos, se acomodaba bien a
estas situaciones y las palabras cáusticas no le costaban demasiado. Pero, aunque no hubiera
más cartas anónimas, todavía hizo falta mucho tiempo para que la parroquia se animara. ¿Se
animó realmente? El mismo Hugues Favre lamenta que la parroquia "respondió demasiado
imperfectamente a los esfuerzos y a los trabajos" de su párroco. Al fin del siglo XIX los
sacerdotes encontraban a los habitantes de Vourles poco religiosos y nota uno de ellos "lo que
les retiene es la cantidad de ricas familias burguesas" que tenían una residencia en Vourles
(5).
En 1825 apareció en Lyon un libro titulado Cantiques tirés des meilleurs recueils à l'usage des
paroisses (Cánticos sacados de las mejores colecciones al uso de las parroquias). Contenía la
letra de más de trescientos cánticos. El cura Querbes había reunido, corregido y clasificado
estos textos para facilitar su utilización. Esta obra, seguida del Airs notés en plainchant
mesuré (Cánticos con música gregoriana medida), tuvo un rápido éxito: hasta 1861 se
hicieron trece reediciones. Para el autor no fue, ciertamente, un negocio lucrativo. Lo esencial
no era esto, sino poner al servicio de las parroquias, de las catequesis, de los retiros, de las
casas de educación un buen instrumento para una mejor y mayor participación en los oficios.
El párroco de Vourles era consciente de que la educación de los niños era primordial para
rehacer duraderamente una mentalidad cristiana. Solamente gracias a la formación de varias
generaciones sucesivas se crea o se recrea un espíritu, una mentalidad, una vida. El catecismo
se enseñaba con mucha regularidad "desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Pascua, todos
los días, a las once; durante el resto del año, todos los domingos, antes de vísperas". (Informe
de 1527).
Llamó a las Hermanas de San Carlos para dirigir una escuela de niñas que se abrió en 1823
(6). En todo el cantón era la única escuela de chicas dirigida por religiosas. Pero quedaba la
escuela de niños. El P. Querbes dirá más tarde que quería "desembarazarse de dos maestros de
escuela indignos de su profesión" (7). Maestros que imaginamos sin problema cuando se sabe
la poca competencia de los institutores de aquella época. Se dirigió a la Congregación
recientemente fundada de los Hermanos de María, los Hermanos Maristas (8). Charles Solin,
que conoció bien al cura Querbes, cuenta: "se dirigió a las Congregaciones de enseñanza
entonces existentes para solicitar un religioso. Todas les respondieron que ellas no podían
darle menos de tres de sus miembros. La parroquia de Vourles era demasiado pobre para
pagar el sueldo de tres hermanos. A disgusto, deplorando la laguna que dejaban estas
instituciones, laguna que privaba de la educación cristiana a los niños de los pueblos
pequeños, no le vino por el momento otro pensamiento que el de hacer lo posible para educar
cristianamente a los niños dando la mejor dirección posible a su escuela parroquial, dirigida
entonces por un institutor, un maestro laico". "Hacer lo mejor posible", es decir, espabilarse.
Pero él hizo más que esto.
PIERRE MAGAUD: CANTOR, SACRISTÁN, CATEQUISTA,
COMENSAL Y COMPAÑERO
Cuando todavía está mortificado por el rechazo que acaba de experimentar, el P. Querbes
tiene una experiencia que cambiará su vida. El sobrino del señor Magaud, que era alcalde
desde mayo de 1823, había hecho una tontería. El joven, que se llamaba como su tío y
padrino, Pierre Magaud, era también hermano de una religiosa de la escuela femenina de
Vourles.
Había nacido en 1800 en Montuel (Ain). Había ingresado en los Hermanos de las Escuelas
Cristianas donde le pusieron el nombre de Sulpicio Severo. Ya llevaba seis años con ellos y,
actualmente, enseñaba en su escuela de San Medardo, en París. Pero, a mediados de
Septiembre de 1824, se escapó del Instituto para ir a llamar a la puerta del Seminario de
Belley. Sentía, según habría confesado él mismo dicho a su superior, "una inclinación hacia el
estado eclesiástico" (9). Su decisión y su gesto habrían recibido la aprobación de su confesor,
pero para el instituto era una falta grave. Por otra parte, teniendo en cuenta esta situación, el
obispo de Belley no lo aceptó en el Seminario.
El sacerdote Querbes intervino en favor del joven. El obispo confirmó el rechazo. Esperando
que la situación se aclarara, Pierre Magaud fue alojado en la casa cural de Vourles y el
párroco comenzó los trámites para obtener de Roma la dispensa de sus votos. El indulto fue
concedido en noviembre de 1824 (10). Por su parte, Pierre Magaud se mostró útil: abrió la
escuela de niños, secundó al cura Querbes en la iglesia, en la sacristía y con los niños, como
catequista.
Los resultados fueron buenos. Con satisfacción por las dos partes. Para el cura Querbes,
Pierre Magaud se había convertido en su "cantor, sacristán, catequista, comensal y
compañero"(11). Incluso, en marzo de 1827, llegó a firmar un contrato con él (12). Pierre
Magaud se comprometía a continuar las funciones de maestro. Por su parte el párroco se
obligaba a mantenerlo "en sus funciones de sacristán y de maestro de escuela (...) y a darle
clases de latín y de humanidades". Lo alojaba, le daba de comer y le pagaba... muy poco:
sesenta francos anuales.
Pierre Magaud recibió cursos de latín y sin duda una formación básica: él no tenía todavía el
permiso de enseñanza y no lo obtuvo hasta 1829. También debía necesitar lecciones de
pedagogía: en 1833, un inspector lo juzgará como "poco capaz" y hará notar que los
habitantes "se quejaban de su lentitud en instruir" (13).
El cura Querbes era un hombre activo, práctico. Ya que formaba al maestro del pueblo, ¿por
qué no podrían beneficiarse también de esta formación otros maestros de las parroquias
vecinas? En enero de 1826, el institutor de Brignais, un pueblo muy cercano a Vourles y cuyo
párroco era Vicente Pater, amigo del seminario de Querbes, era un tal Tomás Nogier. Tenía
apenas 20 años. Aprovechó esta formación. Mucho tiempo más tarde Pierre Magaud
recordaba su expresión un poco alambicada: "el señor Querbes (...) intentó como sabéis crear
una sociedad entre los maestros seglares que serían los amigos de la religión y de los curas,
que son los ministros. Con este fin quería reunir tres o cuatro maestros en conferencias
pedagógicas que, presididas por uno de ellos o por el señor cura de uno de los maestros, se
animarían (sic) mutuamente a hacer bien todas las cosas. El señor Nogier y yo habíamos
comenzado a secundar las intenciones del señor Querbes que presidía nuestras reuniones" (31
de mayo de 1860).
Eran reuniones pedagógicas, pero en ellas se abordaba la formación moral y espiritual. El
párroco de Vourles elaboró un método de lectura. Existe en forma de un rollo de tela de tres
metros de largo por 40 cm. de ancho y en forma de un folleto impreso titulado A B C de las
pequeñas escuelas. Más tarde vendrá el Cálculo de las pequeñas escuelas.
El cura Querbes estaba lanzado: "también, escribe, me sorprendía en pensar lo ventajoso que
sería procurar a mis hermanos, maestros y compañeros parecidos al que yo había tenido la
dicha de tener entonces"(14). Pierre Magaud, aunque su personalidad no fue muy brillante,
ocupó tal posición cerca de su párroco que permitió a éste imaginar el papel que podrían tener
estas personas en las pequeñas parroquias como Vourles, desprovistas de recursos para poder
pagar a los hermanos. El proyecto condujo a Luis Querbes en direcciones inesperadas y hacia
una carrera que no había imaginado... Pierre Magaud, por su parte, siguió su propio camino:
acabó por entrar en el seminario de la diócesis de Belley y fue ordenado sacerdote en 1841.
Ejerció su ministerio sacerdotal como coadjutor en varias parroquias de la región de Ain.
5
 IMAGINAR LOS CATEQUISTAS DE SAN VIATOR



LA INTUICIÓN FUNDADORA
El cura Querbes confesará más tarde haber concebido el primer designio de la sociedad que va
a crear "hacia el fin del año 1826" (1). En otoño de 1828 escribía así al arzobispo: "Después
de haber examinado delante de Dios, durante varios años, una idea que primeramente le vino
en su presencia, uno de vuestros sacerdotes se siente impelido a exponerla a Su Ilustrísima...".
En otro texto de la misma época dice que esta idea "le ocupa completamente, le sigue incluso
hasta el altar".
Esta idea que le ocupa es la creación de un "seminario menor destinado a proporcionar a las
pequeñas parroquias de las aldeas, buenos maestros de escuela que, durante dos años de
permanencia en el mismo, para estudios y noviciado, hallarían tiempo suficiente para
formarse en la virtud, en los métodos y en los conocimientos necesarios, y después, revestidos
de la tonsura, serían enviados a los párrocos que los solicitaran para quienes serían fieles
compañeros y les servirían como sacristanes, salmistas y clérigos en la administración de los
sacramentos. Podrían ser trasladados, lo mismo que se hace con los coadjutores, cuando fuera
necesario."
Se trataría, por consiguiente, de crear un centro de formación y una sociedad de maestros para
las escuelas parroquiales. Este centro reuniría periódicamente a estos maestros para "dedicarse
a los Ejercicios Espirituales y renovarse en el espíritu del cristianismo y en el espíritu propio
de su estado". Recibirían allí una formación pedagógica ("enseñar a educar a los niños...
dirigir las escuelas") y una formación para la pastoral parroquial ("secundar a los curas
encargados de las parroquias"). La casa serviría también como centro de acogida para los
maestros retirados de la sociedad.
En un borrador de carta al señor Cattet, vicario General, el cura Querbes precisa su objetivo:
el proyecto es formar una escuela normal de verdad, que sea para la diócesis un semillero de
maestros para las escuelas parroquiales y piadosas, cuyos alumnos sean, en nuestras
parroquias de los pueblos, acólitos y sacristanes de los párrocos, siempre a sus órdenes, como
también a las del Ordinario (el obispo), ya sean célibes o casados" (1828).
En una carta a un Consejero de Estado manifiesta la preocupación de formar y de promover a
los maestros de escuela "que ejercen las funciones, tan despreciadas y sin embargo tan
hermosas, de institutores de los niños del pueblo". Bien dirigidas, las escuelas que tendrán
podrán "rivalizar con (aquellas) donde la religión no es más que parte y no la base de la
enseñanza y de la educación" (30 de marzo de 1829).
En 1838 en un informe presentado a un cardenal de la curia romana recuerda lo que había sido
la idea fundadora de la sociedad: "una sociedad de catequistas que, enviados de uno en uno si
fuera necesario, llenarían el vacío dejado por otras sociedades religiosas y podrían ser:
1º los compañeros de muchos párrocos en su soledad;
2º sus clérigos y ministros en el servicio de los altares;
3º los maestros piadosos cuyo deber sería el de vivificar toda la enseñanza elemental por
medio de la doctrina cristiana, y que se opondrían a los maestros del indiferentismo."
Más tarde, en marzo de 1841, vuelve a hablar del "pensamiento que predominó al principio de
la Sociedad (...). Se trataría sobre todo de aprovechar el impulso dado a la instrucción popular
para colocar al lado de los pastores un ministro inferior como se reclamaba en la antigua
disciplina de la iglesia, un catequista compañero de sus funciones, y encargado especialmente
de la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y del cuidado de los santos altares, de
llenar así un vacío dejado por las demás instituciones religiosas y de anular o al menos
amortiguar los funestos efectos de la invasión del campo por los institutores salidos de las
escuelas donde todavía se oyen las demasiado famosas palabras: "estáis asistiendo a los
funerales de un gran culto". Esta última frase es de un inspector general de la universidad.
Estos textos escalonados en una docena de años permiten darse cuenta de cual fue la intuición
fundadora del cura Querbes y los males que intentó remediar.
Quiere comprometer y formar a hombres que serán los catequistas de los niños. Estos
catequistas tendrán también una función cerca de los párrocos aislados del campo,
especialmente en la preparación y en el desarrollo de la liturgia que puede ser percibida como
una especie de catequesis para adultos. Su presencia permitiría a estos sacerdotes salir del
aislamiento.
Como la catequesis y las ceremonias religiosas no ocupan a una persona durante todo el día y
además el catequista necesita un salario, sería también el maestro de la escuela. Por otra parte,
los primeros que el cura de Vourles ha comenzado a reclutar a formar y a promover: Magaud,
Nogier, Liauthaud, Damoisel, Bachoud...son maestros en ejercicio.
Este hombre, que es catequista, que participa en la acción litúrgica, que es maestro de escuela
necesita un nombre. El cura Querbes utiliza dos, que para él son sinónimos: catequista y
clérigo parroquial. No es clérigo a secas, sino clérigo parroquial. Es más que un matiz,
también emplea alguna vez la expresión "clérigo laico".
Este catequista está colocado bajo el nombre de San Viator, un santo de la iglesia de Lyon,
del siglo IV. Era lector, por consiguiente, encargado de anunciar y proclamar la palabra y fue
también fiel hasta el final a su obispo san Justo.
Este clérigo parroquial o catequista de San Viator está destinado a las pequeñas parroquias de
los pueblos que no tienen medios suficientes para pagar a una comunidad de dos o tres
religiosos, las "aldeas atrasadas", las que están apartadas, no solamente de las grandes rutas,
sino también del progreso. El cura Querbes imagina, incluso, catequistas "enviados a las
parroquias un poco como se hace con los coadjutores" (2).
LAS DISPOSICIONES PRÁCTICAS
Está muy bien responder lo mejor posible a las necesidades observadas, pero hace falta un
mínimo de organización para que estos catequistas tengan entre sí un poco de cohesión y un
espíritu común. El cura Querbes precisa: "no es una nueva congregación religiosa la que me
parece necesario establecer; es sólo una sencilla cofradía de maestros piadosos y cristianos
que pueda responder a las necesidades del momento. Estos institutores seglares, unidos por
los vínculos de la caridad, podrían ser célibes o incluso comprometerse con los vínculos del
matrimonio sin dejar de formar parte de la cofradía" (3). Por consiguiente, una cofradía; se
decía también una asociación piadosa. Este grupo de personas tenía sus estatutos aprobados
por el obispo que nombraba a un sacerdote para dirigirlos. Las modalidades de admisión eran
flexibles y no exigían una gran preparación.
Sin embargo parecería que el cura Querbes pensó primeramente en una estructura más
compleja. En un borrador redactado a comienzos de 1827, texto que según toda verosimilitud
es el primero que evoca a los futuros catequistas, él piensa en una "Congregación de maestros
de escuela". Estaría compuesta de tres grupos de personas: de "hermanos vinculados por votos
simples a la edad de 33 años". "De hermanos, célibes o no, que habrían sido formados por la
sociedad", y finalmente de los "asociados", que sin haber sido formados por la sociedad se
habrían adherido a ella sin beneficiarse, desde luego, de las mismas ventajas que los cofrades.
El término de "congregación" no debemos tomarlo en el sentido actual de la palabra: ¿cómo
un congregación podría tener a la vez religiosos y personas casadas? aquí se emplea en uno de
los sentidos que tenía en la época: asociación de personas religiosas o seglares que siguen una
regla común (4); por ejemplo, la Congregación del Rosario no era una congregación religiosa.
No se volverá a hablar de este proyecto de organización. Los proyectos ulteriores no evocan
ya a estos hermanos que habrían pronunciado votos a los 33 años. Al menos hasta 1833 el
cura Querbes intentará crear una cofradía de maestros laicos, casados o no, de la cual él sería
el director.
El celibato no habría sido el único elemento de distinción de los cofrades entre sí. Dado que
los catequistas hubieran debido ejercer un servicio cerca de los sacerdotes, una especie de
ministerio, diríamos hoy, ¿no podrían beneficiarse, algunos, de una disposición del Concilio
de Trento (sesión 23. Capítulo 17) (5), que preveía que, en ausencia de clérigos, algunos
seglares, incluso casados, podrían ejercer las funciones de las "órdenes menores" lo que hoy
llamaríamos "ministerios instituidos"? El catequista hubiera sido este "ministro inferior que
reclama la antigua disciplina de la iglesia".
Finalmente, y siempre con la preocupación de responder del mejor modo posible a las
necesidades de las pequeñas parroquias, los catequistas serían enviados de uno en uno, si
fuera necesario. En este caso, podrían alojarse en el presbiterio pero también podrían
encontrarse en parroquias vecinas. Podrían reunirse los jueves, día de vacación, para una
conferencia semanal bajo la autoridad de uno de ellos, el regente.
Estas modalidades pretendían ser prácticas, flexibles. En algunos puntos necesitaban ser más
concretas. Desde luego, no iba a faltar quien se lo haría saber a su autor.




EL AMBIENTE DEL MOMENTO
El proyecto del cura Querbes se inscribe en la perspectiva de la recristianización que
caracteriza a la Iglesia durante la primera mitad del siglo XIX, especialmente bajo la
Restauración (1815-1830). La Iglesia intenta recuperar el terreno perdido combatiendo el
espíritu liberal o, como se decía entonces, el espíritu volteriano. Rechaza las novedades antes
de condenarlas en 1864 en el Syllabus. Se apoya sobre lo que, en la sociedad, ha quedado más
apartado de las corrientes peligrosas. La recristianización se hace por el medio que parece más
apropiado, la enseñanza de la doctrina cristiana.
"La revolución había hecho desaparecer, escribe el cura Querbes, hasta las huellas de los
elementos que proporcionaba la educación cristiana de los pobres en las parroquias" (otoño de
1828). Y en un texto más tardío: "hacía tiempo que todos los buenos espíritus se daban cuenta
de la necesidad de hacer penetrar la enseñanza religiosa en el seno de los pueblos más
apartados y de renovar de esta manera, en ellos, las costumbres patriarcales, el único
fundamento de la paz y de la seguridad pública (...) es en el campo y en las aldeas donde la
semilla religiosa puede echar profundas raíces y producir frutos seguros" (Febrero 1840).
Por aquel tiempo de produjo en Francia un importante movimiento de escolarización. En
1815, institutos y colegios daban una enseñanza bastante satisfactoria en general. Pero
solamente a unos 50.000 alumnos (6). La enseñanza primaria, las pequeñas escuelas vinieron
con retraso: escolarizaban menos de un millón de niños (7). La mitad de los ayuntamientos no
tenían escuela. En 1830, el número de alumnos de enseñanza primaria era ya el doble; en
1840, será de cuatro millones. De 1820 a 1840, se crean más de 27.000 escuelas. Esta ola de
escolarización viene acompañada de la implantación de un sistema de formación de maestros.
¡Y no sin necesidad!. En 1833, en el departamento del Ródano, casi la mitad de los
institutores carecían de la instrucción mínima que les permitiera ser maestros aceptables...(8).
Este desarrollo de la enseñanza lleva consigo una lucha entre dos corrientes que se enfrentan
en lo que será la primera batalla sobre la enseñanza: la querella llamada de la enseñanza
mutua. La iglesia confía en esta ola de enseñanza para educar a las nuevas generaciones. Pero
los liberales, por su parte, quieren sacar provecho de esta fuerza para desarrollar una escuela
neutra, abierta (el término de "laica" todavía no se usaba para caracterizar una escuela).
Piensan haber encontrado el medio favorable al generalizar un sistema de enseñanza que se
llamaba mutua en el que el maestro daba la lección a unos monitores que iban a transmitirla a
sus compañeros. El sistema es fuertemente combatido por la iglesia que favorece las escuelas
parroquiales, las congregaciones dedicadas a la enseñanza y el control del clero sobre los
maestros. Durante algunos años, un obispo llegó a ser incluso gran maestre de la universidad,
es decir, ministro de educación.
También el cura Querbes estima que hay que aprovechar el impulso dado a la instrucción
popular (9) y "rivalizar con las escuelas donde la religión no es más que parte y no la base de
la enseñanza y de la educación"(10). Construye su proyecto cuando "la muchedumbre de
escritores liberales iba aireando las escuelas de Lancaster (las escuelas mutuas) y amenazando
con introducirlas en todos los ayuntamientos de los pueblos" (11).
Finalmente, el proyecto de los catequistas de San Viator se inserta en el gran hervidero que ha
marcado el catolicismo lionés del siglo XIX. La fuerza, la diversidad, la originalidad de las
iniciativas dan a esta diócesis un relieve muy especial. Dinamismo del clero que envía
sacerdotes y obispos a las misiones extranjeras: en 1839 la diócesis cuenta con un millar de
sacerdotes seculares. Dinamismo de las vocaciones y de las congregaciones religiosas: de
1816 a 1830 nacieron ocho congregaciones de hombres y de mujeres y, en 1830, 1400
religiosas y 200 religiosos están al servicio de la diócesis (12). Dinamismo de los seglares:
Pauline Jaricot y Frédéric Ozanam son los más conocidos, pero no fueron los únicos. Muchos
seglares animaban a las numerosas cofradías y asociaciones de todo tipo. El medio católico
lionés es muy estimulante.
Por consiguiente el proyecto del cura Querbes se inscribe en medio de una fermentación de
ideas y de realizaciones. En el ambiente del tiempo no es el único que intenta ensayar ideas
nuevas.
En Amiens, en 1824, se funda la congregación de los Hermanos de San José. Se trata de
"maestros de enseñanza primaria", pero también de "clérigos laicos" que "asistían a los curas
en la administración de los sacramentos, el catecismo, el canto de los oficios, el
mantenimiento de la sacristía y de la iglesia"(13).
En Nancy, hacia la misma época, toma cuerpo un proyecto de, "Magisterio" para formar
maestros cristianos. Esta asociación agruparía a maestros casados y otros con votos religiosos
(14).
En la Sarthe, en Ruillé-sur-Loire, el cura Dujarié quiere formar "hermanos maestros de
escuela-sacristanes, instruidos en el canto y en las ceremonias de la iglesia" para que ayudar a
las parroquias pobres. Estos hermanos podían ser nombrados por el obispo (15).
Hacia 1825, en la región de París, el cura Poirier crea a los Hermanos de la Cruz, maestros
colocados bajo la autoridad de los párrocos y que deberían ser también "cantores, clérigos y
sacristanes". Podían ir solos, en caso de necesidad, o formarían una comunidad cuyos
miembros se dispersarían cada mañana para ir a su escuela (16).
Bajo la Restauración se intensifica la búsqueda de fórmulas posibles. Algunas se
experimentan para poder responder de la mejor manera a las necesidades concretas y
urgentes. Se es inventivo, quizás un poco utópico. Aunque no todos los intentos tuvieron
éxito, al menos algunos llegaron a echar buenas raíces y llegaron a convertirse en
congregaciones que existen todavía. El párroco de Vourles, para dar catequesis, para
participar en el servicio de la parroquia y para ayudar a las parroquias más pobres, confiaba en
los seglares a quienes juzgaba aptos para cumplir estas funciones. ¿No era demasiado
optimista para la sociedad y la Iglesia de aquel tiempo?
6
    ASENTAR LOS FUNDAMENTOS DE LA SOCIEDAD.


MONSEÑOR DE PINS Y SUS VICARIOS GENERALES.
Para poder existir, la cofradía de los catequistas debía ser aprobada por el consejo episcopal
de Lyon pero, como se trataba al mismo tiempo de una asociación de maestros de escuela,
también necesitaba la autorización de los poderes públicos.
La diócesis de Lyon vivía, desde 1815, en una situación especial. El cardenal Fesch tuvo que
abandonar Francia a la caída de Napoleón, pero no renunció a su cargo de arzobispo. Fueron
los vicarios generales los que gobernaron la diócesis hasta 1823 dando fielmente cuenta de
todo al Cardenal. En esta fecha y para hacer evolucionar la situación, la Santa Sede nombró a
monseñor De Pins administrador apostólico de la diócesis. Como no podía llevar el título que
Fesch conservaba para sí, se le encontró el título de un arzobispado in partibus, Amasia en
Asia Menor. Se llamó Obispo de Amasia. Sin duda él hubiera preferido Llamarse Obispo de
Lyon.
En Juan Pablo Gaston de Pins, (1766-1850) se reconocía la sensibilidad, la prudencia, una
gran bondad y una conducta irreprochable, caracterizada por una austeridad casi jansenista.
Pero tanto en política, como en religión, su intransigencia no aceptaba componendas. Aunque
no fue un arzobispo brillante supo ser, silenciosamente, un buen pastor en una época difícil
(1). De salud frágil, dejaba muchos asuntos en manos de sus tres vicarios generales, los
grandes vicarios, como se les llamaba en aquel tiempo: el señor Barou, considerado como un
santo, el señor Cattet y el señor Cholleton que había conocido a Luis Querbes en el seminario
de san Ireneo cuando ambos enseñaban allí. Jóvenes activos, un poco autoritarios,
especialmente el primero, pero muy capaces, supieron secundar muy bien al arzobispo que les
daba confianza. Pero muchos sacerdotes no les querían demasiado.
Este es el consejo episcopal con quien tratará el cura Querbes en múltiples ocasiones. Al
principio, un poco más con el señor Cattet, encargado de las comunidades religiosas, más
tarde, con el señor Cholleton, encargado de ocuparse de la Sociedad.
Fue el señor Cattet quien respondió al proyecto que el cura de Vourles había sometido (2). En
lugar de animarle a precisar más el bosquejo que había hecho, le propuso la dirección del
seminario menor de San Jodard o de ir a secundar al cura Vicente Coindre, que se encontraba
por casualidad al frente de los hermanos del Sagrado Corazón tras la muerte del fundador de
esta congregación naciente. El cura Querbes estudia las dos proposiciones y madura su
respuesta. Desea comprometerse en una tarea apostólica más intensa. Está dispuesto a
desenraizarse: "sin embargo, señor vicario general, no le diría todo si dejara de confesar que
me cuesta mucho liberarme del bienestar en que me encuentro. Los feligreses me llenan de
atenciones, pero su simpatía me resulta cada vez más gravosa pues me doy cuenta de que mis
cadenas se hacen más fuertes. Mis familiares demasiado cercanos (José y Juana se habían
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Luis Querbes y los Catequistas de San Viator

  • 1.
  • 2. Robert BONNAFOUS LUIS QUERBES (1793-1859) Y LOS CATEQUISTAS DE SAN VIATOR Prefacio de Jean Comby
  • 3. PREFACIO Se puede pensar que las conmemoraciones son muy artificiales ¿Qué es lo que cien, doscientos..., mil años pueden añadir a un acontecimiento pasado? ¿Cómo conmemoran sus aniversarios las culturas que carecen del sistema decimal? Desde luego, lo importante no son las cifras redondas, sino un cierto espesor de tiempo que nos separa de un fundador o de los comienzos de una institución. Los que conmemoran releen el pasado en función de cuestiones que se plantean hoy. Quieren coger a la vez las continuidades entre el acontecimiento fundador y la institución actual, pero también las discontinuidades. Una institución nacida hace un siglo o más ¿puede mantenerse idéntica cuando el mundo que le rodea ha cambiado de fondo completamente? Por eso, el interés de una conmemoración es doble. Además de la evocación de los orígenes despierta nuestra curiosidad sobrepasándonos un poco, ella puede ayudarnos a evaluar el momento presente. Esta es la intención del Hermano Robert Bonnafous al proponernos esta Vida del P. Querbes, dos siglos después de su nacimiento. El cura Querbes es sacerdote durante la Restauración, cuando la Iglesia de Francia se esfuerza en borrar este cuarto de siglo de la Revolución y del Imperio considerado como un desgraciado paréntesis. Los católicos trabajan a marchas forzadas en pro de una "nueva evangelización" antes de que sonara esta expresión. Hay que rehacer el tejido cristiano de la sociedad. No solamente los seminarios mayores y menores multiplican sus efectivos, sino que también surgen en todos los rincones de Francia congregaciones de hombres y de mujeres que desean trabajar en esta recristianización, especialmente en el campo de la enseñanza y de la educación religiosa. El tiempo urge; ¡surge una fuerte competencia amenazante, como los propagandistas de la "escuela mutua" con sus reminiscencias protestantes! El Hermano Bonnafous nos hace entrever, a veces de una forma divertida, este prurito de fundación que sienten tantos obispos y sacerdotes. Cada uno quiere tener un pequeño grupo de personal propio bajo sus órdenes y no depender de nadie. En cierto modo, se podría decir que el cura Querbes realiza en Vourles lo que Marcellin Champagnat, Jean-Marie de Lamennais y muchos otros hicieron en otra parte. Pero no exactamente. El cura Querbes aparece un poco como un Bourdoise (sacerdote francés muy celoso del siglo XVII) de las aldeas en el siglo XIX. Vourles es una "parroquia que se debe rehacer" entre otras muchas. Los párrocos, aislados, no se bastan cada uno en su rincón, para el mantenimiento de la iglesia, para una liturgia digna, para la enseñanza del catecismo y la dirección de la pequeña escuela para los pobres. El P. Querbes desea asociar en la misma organización todas las buenas voluntades, pero dándoles una formación adecuada. Esta asociación podría ser una cofradía bajo el patronazgo de San Viator, un clérigo-lector al servicio de San Justo, obispo de Lyon en el siglo IV; en ella se agruparían clérigos tonsurados al mismo tiempo que seglares célibes o casados. Esta es la intuición original. Pero existe una quasi-ley de sociología religiosa según la cual, mientras en el protestantismo, las iniciativas y las renovaciones dan origen a nuevas denominaciones confesionales separadas del tronco principal, en el catolicismo, las intuiciones originales hacen nacer nuevas congregaciones pues la Iglesia no puede tolerar la anarquía. Hablar de congregación es hacer referencia a un molde-standar conservado en Roma. Lo que no entra en la norma oficial, no puede admitirse. Por eso el proyecto del cura Querbes culmina en el nacimiento de una congregación de
  • 4. hermanos enseñantes algunos de los cuales serán sacristanes y un pequeño número accederá al sacerdocio. Ya no se habla de tonsura o de órdenes menores para los que no son sacerdotes. ¡Los Clérigos de San Viator no son clérigos en el sentido canónico del término, del mismo que las Visitandinas de Francisco de Sales no visitan a nadie! Hay una cierta originalidad respecto a otras congregaciones en la polivalencia del hermano que puede ejercer su función sólo, en una pequeña parroquia de aldea, aminorando la soledad del párroco al vivir en la casa cural con él, y en las denominaciones variadas que el P. Querbes da a sus hermanos: "Clérigos de San Viator", "Catequistas parroquiales", cuando no son "Clérigos parroquiales" o incluso "Clérigos-laicos". Con el hermano Bonnafous revivimos las múltiples peripecias de las balbucientes tentativas para instituir la congregación: hay que discutir con el arzobispo de Lyon, la administración real y la administración romana. Para conseguirlo, el P. Querbes se lanza a recorrer caminos, ríos, el mar... El lector sabrá, gracias al hermano Bonnafous que no nos ha ocultado nada de los comienzos a veces un tanto dificultosos de la congregación donde, por otra parte, hay más materia para sonreír que para indignarse: problemas de dinero, susceptibilidades eclesiásticas, incompatibilidad de caracteres, inestabilidad de cierto número de hermanos y de padres, improvisación de varias fundaciones en el extranjero en la India o en estados Unidos, éxito en la implantación en Canadá como consecuencia de una larga estancia en Vourles del obispo de Montréal, Monseñor Bourget. A medida que avanzamos, descubrimos en el fundador y en los primeros miembros una santidad constituida de discreción y de buen sentido práctico. Una rápida ojeada a la historia de los Clérigos de San Viator, desde la muerte del P. Querbes hasta nuestros días, induce finalmente al hermano Bonnafous a volver a las primeras intuiciones del fundador. Respondiendo a la llamada del Vaticano II, que invita a los religiosos a refrescarse en las fuentes del carisma de sus orígenes, los Clérigos de San Viator han redescubierto a los asociados-laicos cuya perspectiva tuvo que abandonar el P. Querbes. La historia no se repite de la misma manera, pero las ideas del pasado pueden ser todavía válidas. Los herederos intentan realizar lo que no pudo hacer el Fundador. Por eso, no hay duda de que la obra del hermano Bonnafous en el marco de esta conmemoración, ayudará a redescubrir tesoros perdidos que estimularán la imaginación de los Clérigos de San Viator y de los cristianos de hoy. Jean COMBY Profesor de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de Lyon.
  • 5. Yo creo que hay una santidad lionesa y a menudo he soñado en una especie de canonización colectiva que agrupe al Padre Chevrier, a Paulina Jaricot. Al Padre Colin, fundador de los Maristas, al P. Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas, al Padre Querbes, fundador de los Clérigos de San Viator, al cura de Ars (ya lo es, pero también él entra en este movimiento) y a Marius Gonin. Por consiguiente hay una pléyade de santos y se impondría una especie de canonización de la humildad lionesa pues todos estos hombres fueron de una modestia extrema. François Varillon, s.j. Hermosura del mundo y sufrimiento de los hombres Le Centurion. Una última señal de predestinación tan segura como las demás: el cambio de rumbo de las intenciones del fundador. Un fundador sufre siempre, al menos un cambio de rumbo, no en el sentido de que es cogido por sorpresa, sino porque los caminos a los que Dios le lleva no son los que él había emprendido al comenzar. Ignacio de Loyola parte en peregrinación a Jerusalén y, finalmente, se quedará en Roma, con sus jesuitas; Francisco de Asís parte hacia un destino desconocido y acaba por fundar las órdenes franciscanas. El Padre Querbes alimentaba proyectos que no se realizaron siempre y llegó a las actuales fundaciones en las que no había pensado en absoluto. Joseph Folliet Testimonio de un Lionés, 5 de septiembre de 1959
  • 6.
  • 7. PRÓLOGO Esta biografía ha sido escrita con ocasión del bicentenario del nacimiento de Luis Querbes. Intenta en primer lugar situar su actuación como fundador, insiste más en que puso en movimiento que en el conjunto de sus hechos y sus actos memorables. También intentaría estudiar cómo, habiendo partido por un camino que le parecía nuevo, innovador, adaptado a las necesidades que había percibido se encontró, un poco contra su voluntad en otro camino, el de fundador de una congregación religiosa. El texto conlleva numerosas citas de documentos escritos por el P. Querbes, por testigos o corresponsales; ¿Por qué arriesgarse a decir peor, con palabras de hoy, lo que se decía muy bien, ayer, con palabras y frases muy precisas, aunque algunos giros hayan envejecido un poco? Sin embargo, para no recargar el libro de referencias, no habrá una nota para las citas de escritos del P. Querbes que llevan fecha en el texto. En cuanto a los testimonios de sus contemporáneos, todos se encuentran en los archivos de la Dirección general de la Congregación *. Muchas gracias a todos los que han colaborado en la redacción de esta obra, la han acompañado con sus consejos, con su paciente lectura y, en primer lugar al P. Léon Desbos, superior provincial de los Clérigos de San Viator de Francia, que está en el origen de este proyecto. Un gracias especial al H. Élie Salesses por su colaboración técnica. R.B. * Las notas que llevan referencia están al final del volumen, p. 175. 1
  • 8. NACER EN LYÓN BAJO EL TERROR JOSÉ Y JUANA, LOS SASTRES Los Querbes se iban trasmitiendo el oficio de sastre de padre a hijo, ¿qué se podía hacer en el altiplano de Lévezou cuando no se poseían tierras? Se podía ser carretero, herrero, tejedor, sastre. Se iba de feria en feria, esperando que los clientes vinieran a entregar los paños que las ruecas y el trabajo de las mujeres habían hilado y tejido, y en la próxima feria se entregaría el traje ya terminado. Los productos de la región serían de lana, hilo o cáñamo. El cáñamo ha dado su nombre al pueblecito donde habitó la familia: Les Canabières (país de cáñamo), una parroquia situada a más de 900 metros de altitud y a unos 30 kilómetros de Rodez, en esta región de Rouergue tan apartada de las grandes vías de comunicación y que permanecía un poco replegada sobre sí misma. José Querbes, hijo de Pedro y de María Soulier, había nacido allí el 3 de julio de 1763, sus cuatro hermanos más jóvenes también fueron sastres. Sin embargo parece que dos de ellos lograron comprar algunas tierras ya que, a su muerte, fueron inscritos como "propietarios" (1). José, provisto de un certificado proporcionado por el Párroco y el Cónsul de la comunidad de Cannabières(2), abandonó el pueblo en 1784. ¿Por qué él, el mayor de los hijos varones, no se quedó en el pueblo? quizá para comenzar la vuelta de Francia como aprendiz. Finalmente, se estableció en Lyon. En 1792, su contrato de matrimonio precisará que "ejerce desde hace varios años el oficio de sastre, en esta ciudad"(3). Los Brebant trabajaban cerca de Trévoux, a varias leguas del río Saona, en la provincia de Dombes. Benito Brebant, viudo, volvió a casarse con Philippine Lambert, también viuda (4). Él tenía dos hijos y ella cuatro. Luego tuvieron otros cuatro. Su tercer hijo, una niña, Juana, nació el 11 de mayo de 1766 y fue bautizada en la iglesia de Santa Eufemia. Más tarde, en el acta de matrimonio, dirá haber nacido en el pueblo vecino, Saint-Didier de Formans. También ella vino a Lyon. El contrato de matrimonio precisará que "ejerce desde hace varios años el oficio de modista para mujeres, en esta ciudad". José y Juana se conocieron y se casaron el 18 de diciembre de 1792 (5). Él tenía 29 años, ella 26. Juana llevó como dote "la suma de 2.000 libras compuesta parte en especie, parte en el valor de su ropa blanca, vestuario y joyas, muebles y efectos que adornan el apartamento que ocupa en esta ciudad". Una suma que debía permitir un correcto comienzo de vida en común, pero el clima político de la época no se prestaba demasiado a las alegrías ni a una vida apacible destinada a coser tranquilamente detrás de un mostrador. LYON DURANTE LA REVOLUCIÓN José Querbes y Juana Brevant habitaban en la calle de l'Enfant-qui-Pisse, en el barrio del ayuntamiento. La calle es prolongación de la calle Lanterne y tomará este nombre en 846 (6).
  • 9. Con sus 150.000 habitantes, Lyon era entonces la segunda ciudad del reino. Tenía una larga tradición manufacturera especializada en el trabajo de la seda. La "Fábrica" hacía trabajar a unos 15.000 telares. Esto había desarrollado una población emprendedora y comercial, y también una burguesía, uno de cuyos rasgos característicos, según decían, era su avidez por las ganancias (7). Los años que habían precedido a la revolución se caracterizaron por una profunda crisis económica que redujo mucho la demanda de la seda. En 1789 había 9.000 familias indigentes (8). La práctica religiosa, estaba un poco adormecida y la ciudad no se distinguía demasiado por un cristianismo vigoroso (9). Lyon había entrado sin grandes problemas en la Revolución. Había sido contagiada, como otras ciudades de Francia, por la fiebre de la palabra. Se multiplicaban los clubs y las manifestaciones. El Terror no tardó en llegar, proveniente de París. Joseph Chalier, el Robespierre local estimaba que la ciudad necesitaba ser purgada y que era necesario "exterminar en Lyon todo lo que pudiera llamarse aristócrata moderado, especulador, acaparador, usurero, lo mismo que la fanática casta sacerdotal" (10). La guillotina se alzó en la plaza des Terreaux, la plaza del ayuntamiento. Pero Lyon era una ciudad de negocios y los negocios suponen un clima de paz o, al menos, de orden. Como muchas otras ciudades francesas, ya no soportaba los excesos del centralismo jacobino. Al contrario, deseaba una Francia federal, como lo preconizaba el partido girondino = federalista. El día en que la Revolución tocó a sus Bancos, a su economía, a sus sacerdotes, a su autonomía, Lyón no pudo hacer otra cosa que sublevarse. Es lo que hizo a últimos de mayo de 1793. Días y noches de tumultos que acabaron con la detención de Chalier y sus secuaces. Fue juzgado y guillotinado pero, antes de conducirlo al patíbulo, el condenado fue exhibido por las calles y callejuelas del barrio de Terreaux en medio de una muchedumbre excitadísima. Pasó justo por delante de la casa donde habitaban José y Juana. La sublevación estaba animada por federalistas y republicanos moderados, crispados por el extremismo parisino. También los partidarios de la realeza, que encontraban en esto una buena ocasión de revancha, apoyaban el movimiento. En resumen, éste aglutinaba varias corrientes detestadas por París. Era un desafío al poder central. La capital no podía tolerarlo. Robespierre y el comité de Salvación pública ordenaron al general Kellermann y al ejército de los Alpes atacar a Lyon. Guardias nacionales venidos de Auvernia y capitaneados por Dubois- Grancé participaron en el sitio de la ciudad que se hizo con cierta lentitud: hubo, en vano, varios intentos de reconciliación. Lyón estaba mal defendida y mal equipada para resistir. Dominada de Norte a Oeste por las alturas, estaba al alcance del fuego de los sitiadores. Los 8.000 voluntarios que cogieron las armas para defender la ciudad procedían de todas las clases sociales. El municipio no encontró para capitanearlos más que un realista, el Conde de Précy. El 8 de agosto, el bloqueo es total. Los Lioneses, que se preparan a padecer los rigores del sitio, no saben que durará dos meses y que les va a tocar vivir uno de los episodios más trágicos de toda la Revolución.
  • 10. 21 DE AGOSTO, EL NACIMIENTO DE JUAN LUIS JOSÉ MARÍA El bombardeo comienza el 10 de agosto. Las fases de intensos ataques se van alternando con días y noches más tranquilos; quizá para intentar un arreglo o, sencillamente, porque se han agotado las municiones. ¡Es lo que falta! La república que se ha puesto a sacar las cuentas, anotará 44.000 balas de cañón. Estos proyectiles, calentados al rojo blanco, pueden ser devastadores. De hecho, fueron destruidas 1.600 casas. El 15 de agosto se intensifican los bombardeos. Tras un poco de calma, recomienzan el 22 de agosto. "fue el fuego del infierno, dice un testigo, durante esta noche murieron 2.000 personas". La víspera, el 21 de agosto de 1793, a las tres de la tarde, Juana Brebant dio a luz a su primogénito Juan, Luis, José, María. Se llamó Juan, como su madre; José, como su padre; María, sin duda a causa de la devoción mariana de sus padres. ¿Y Luis?, nadie lleva este nombre en la familia de los Querbes ni en la familia de los Brebant. Pero siete meses antes, había sido guillotinado Luis XIV y, los católicos, desean recordar a un rey mártir. El niño fue bautizado ese mismo día en San Pedro, muy cerca de allí. Se ha perdido el registro. Doce años más tarde, los padres lo inscribieron en los registros de catolicidad de la parroquia de Saint- Nizier de la que dependían entonces. Testificaron que su hijo había sido bautizado en San Pedro. No se menciona el nombre del sacerdote que lo bautizó. Al día siguiente de su nacimiento, Joseph Querbes apuntó a su hijo en el registro civil. Los testigos fueron Luis Blanc y Martín José Chaze, ambos sastres.(14) ¡Lúgubre atmósfera para celebrar el nacimiento de un primer hijo! Durante los días siguientes el sitio se recrudeció. Según un relato, Juana Brebant tuvo que huir de su casa, donde había caído una bomba, llevando al niño en sus brazos. La anécdota se debe a uno de los primeros compañeros de Luis Querbes, Hugo Favre. Esto ilustra bien los horribles días del verano de 1793. El 8 de octubre, las tropas de la revolución entraron en la ciudad. El poder central, enfrentado a otras tendencias secesionistas, quiso dar un ejemplo para todos y decretó una represión sin piedad: "Lyon ha luchado contra la Libertad, Lyon no existe". La ciudad debía ser arrasada. Se crean tres tribunales. Procesos expeditivos, juicios sumarios y condenaciones sin apelación. En pocos meses son guillotinadas más de 800 personas y fusiladas más de 1.200. Para acelerar las ejecuciones, se ametrallaba a los condenados por grupos, en la llanura de Broteaux. Chalier fue deificado en una mascarada en la que pasearon un asno cubierto con una capa litúrgica, con una mitra en la cabeza y un leccionario litúrgico atado al rabo. El sitio de la ciudad, este clima de violencia, esta represión salvaje debían marcar profundamente la memoria colectiva de varias generaciones de Lionesas. No se sabe con precisión cómo José y Juana vivieron este duro período. Juan Bautista Clavel, el primer biógrafo de Luis Querbes, precisa que José combatió al lado de los sitiados, lo cual
  • 11. resulta muy verosímil ya que todo el que podía sujetar un arma u ofrecer algún servicio a los defensores participó en la defensa de la ciudad. Añade que José se vio obligado a esconderse para escapar de las represalias y no reapareció entre los suyos hasta después de la caída de Robespierre (julio de 1794). También es muy verosímil. JACQUES LINSOLAS Y EL CULTO ESCONDIDO Antes de la Revolución, la diócesis de Lyon abarcaba casi todos los departamentos del Ródano, del Loira y la mitad de los departamentos del Ain. Contaba con más de 2.000 sacerdotes y religiosos y un número aún mayor de religiosas. La mayor parte de la población se decía cristiana, aunque su cristianismo se manifestara con evidentes señales de agotamiento (15). El número de ordenaciones y de profesiones religiosas había ido descendiendo regularmente durante los 30 años que precedieron a 1789. Los conventos, que en este lapso de tiempo perdieron el 40% de sus religiosos eran frecuentemente criticados y tenían fama de albergar, se decía, a "piadosos holgazanes". En la primavera de 1791, una gran mayoría de los sacerdotes de las parroquias (85%) había prestado el juramento constitucional (16). Pero la diócesis conoció pronto, como las demás diócesis de Francia, la ruptura y las tensiones entre los "juramentados" y los "no juramentados", así como el desconcierto de los fieles. Con las medidas de control, de persecución y finalmente de descristianización tomadas por la Convención y el Comité de salvación pública, los sacerdotes, juramentados o no, fueron perseguidos, el culto, suprimido y las iglesias, cerradas. Poco a poco se organizó una Iglesia de catacumbas con una red de comunicaciones, de lugares de culto clandestinos y de sacerdotes que, con peligro de sus vidas, aseguraban un servicio pastoral a los cristianos. La diócesis de Lyon fue sin duda la diócesis de Francia dotada de la organización más "eficaz". Fue el "culto escondido" organizado y animado por Jacques Linsolas, vicario general del obispo de Lyon en el destierro. Jacques Linsolas tenía entonces 40 años. Había nacido en Lyon, en la parroquia de San Nicecio. Había intentado ir a las misiones extranjeras, su salud se lo impidió y se vio obligado a ejercer el sacerdocio en San Nicecio, primero como coadjutor y luego como canónigo de la iglesia. Era el encargado del catecismo de perseverancia. Se reveló como un organizador y un animador extraordinario. Dividió la diócesis en zonas de misión. Puso al frente de cada misión a un sacerdote, jefe de misión, al que concedió poderes especiales. El jefe de misión animaba a los misioneros que dependían de él. Estos, con gran riesgo y peligro, visitaban el sector que les habían encomendado desplazándose, con frecuencia durante la noche. Eran ayudados por seglares, jefes de pueblo y por catequistas. El catequista era el hombre responsable de un pequeño grupo de fieles, presidía las reuniones clandestinas, animaba a unos y otros en ausencia del misionero. Además de los catequistas estables, había unos catequistas "ambulantes" que acompañaban al sacerdote y unos catequistas "precursores" que preparaban la visita del misionero. En "el culto escondido"
  • 12. participaban 700 sacerdotes; 130 fueron capturados y ejecutados. No se sabe el número de catequistas que corrieron la misma suerte. Linsolas desarrollaba una actividad desbordante. Regía la diócesis con intransigente firmeza. Para él, la revolución era "la calamidad" que tenía su origen en la debilitación de la fe y de la práctica religiosa, en la ignorancia de la religión y en la relajación de las costumbres. Y esto no lo pensaba solamente él, sino muchos de los cristianos que pasaron esta prueba. Aunque no se puedan detectar los caminos de la gracia, se puede decir que todos estos años de "culto escondido" fueron el comienzo de un profundo despertar de la fe en toda la diócesis: gracias a esta red compleja los cristianos iban responsabilizándose y realizaban gestos comprometedores. Muchos sacerdotes y también seglares confesaron, en el patíbulo, su fe. Durante todos estos años se preparaba una germinación, se echaban raíces. Unos años más tarde la renovación espiritual explotaría a la luz del día y haría de Lyon un lugar privilegiado de cristianismo en Francia. No tenemos ningún testimonio serio que nos permita decir cómo José y Juana vivieron este período. Juana participaría probablemente en un grupo de cristianos que asistía a la misa celebrada a escondidas por el sacerdote Recobert, un sacerdote refractario, con las consecuencias que podían derivarse. Sin duda conoció a Francisca Michallet, que habitaba muy cerca, y que fue guillotinada en febrero de 1794 por acoger a los sacerdotes. Francisca era la animadora de un grupo de mujeres creado por Linsolas. Tenía treinta y cuatro años.
  • 13. 2 CRECER A LA SOMBRA DE SAN NICECIO SAN NICECIO Aunque nacido con ayuda de forceps, el Concordato (1801) trajo la paz religiosa a Francia. José Fech, tío de Napoleón llegó a ser arzobispo de Lyon y "quiso restaurar las cosas a la antigua manera", según la expresión del señor Émery, superior de San Sulpicio. El culto dejó de ser clandestino y comenzó a celebrarse públicamente en las iglesias abiertas de nuevo; trajo consigo un despertar y una renovación espirituales indudables. Los dos pasos de Pío VII por la ciudad (noviembre de 1804 y en abril de 1805) fueron ocasión de fiestas y de ceremonias caracterizadas por grandes demostraciones de fervor popular. La iglesia de San Nicecio es una de las grandes y hermosas iglesias de Lyon. Fue construida en el siglo XIV y XV, en estilo gótico flamígero. Una amplia nave central, un presbiterio despejado y un conjunto de ventanas altas crean un gran espacio abierto que favorece la liturgia. El crucero derecho tiene la hermosa estatua de Nuestra Señora de las Gracias, obra de Antoine Goyse-vox. El edificio no sufrió muchos desperfectos durante la revolución. A partir de octubre de 1797 fue devuelto al culto y se convirtió en la catedral del obispo cismático. En 1802 se recomenzó allí el culto católico. La parroquia tenía unas 20.000 almas. El barrio conservaba todavía sus calles y sus callecillas estrechas, y no siempre rectilíneas que el urbanismo del siglo XIX armonizará y ensanchará construyendo largas y espaciosas avenidas orientadas de norte a sur. La familia Querbes ya no habitaba en la calle de L'Enfant-qui-Pisse, sino en una casa situada en la calle de la Gerbe. Allí es donde nació Josefa Magdalena el 27 de abril de 1797. Unos años más tarde, la familia se estableció no lejos de allí, en la calle Vandran. José Querbes seguía trabajando en su oficio de sastre. Parece que se había establecido por su cuenta, puesto que tenía uno o varios obreros. Al acabar la Revolución y al instaurarse el Consulado y el Imperio, recomenzaron los negocios y fue mejorando la situación económica de la ciudad. Cuando José Querbes cesará su actividad podrá comprar una casa en el campo para retirarse a ella con su mujer y su hija. Luis asistió al catecismo en San Nicecio, recibió la primera comunión, preparado por el sacerdote Rivier, el 13 de junio de 1805, día del Corpus Cristi. Sin duda es inútil especular sobre los sentimientos que tuvo este día. No ha dejado filtrar confidencia alguna. Pero conservó siempre la imagen-recuerdo (1) del acontecimiento, una imagen muy del gusto de la época que representa un cordero que duerme tranquilamente sobre el libro de los siete sellos, rodeado de diversos símbolos, entre los cuales un pelícano que abre su corazón e incluso, parece, que hasta un fénix que se quema para luego renacer de sus cenizas.
  • 14. ¿Y la escuela? La Revolución había arruinado la organización de la enseñanza primaria. Maestros, más o menos preparados, recibían algunos alumnos a los que formaban individualmente. Los hermanos de las Escuelas Cristianas que regresaron del exilio en 1804, introdujeron el método simultáneo que conocemos: la enseñanza es dada por un maestro a todo un grupo de alumnos. No se sabe quién enseñó a leer y a escribir a Luis. Su madre, desde luego no, pues era analfabeta (2). De todos modos aprendió, y aprendió bien. En octubre de 1805 ingresó en la escuela clerical - o escolanía - de San Nicecio que se abría este año. Ésta admitía a niños que ayudaban o cantaban durante las numerosas ceremonias de la iglesia. Para ser admitidos, los niños debían tener "aptitudes para servir en la iglesia", pero también "ofrecer alguna esperanza de vocación para el estado eclesiástico"(3). Era una especie de seminario menor con otro nombre. En 1828 estas escuelas servirán muy bien para poder aumentar el número de alumnos de los seminarios menores, fijado de forma arbitraria por el gobierno. La asistencia a los oficios diarios, la formación en el canto y en las ceremonias, la clase, el estudio, ocupaban largas jornadas. Un coadjutor de la parroquia se encargaba especialmente del funcionamiento del establecimiento. En este medio escolar y religioso, un poco especial, Luis realizará buenos estudios. 28 DE MARZO DE 1807, UN PRIMER PASO. Él hizo más que aprender a escribir un francés perfecto. Encontró compañeros que le fueron siempre fieles: Joseph-Fleury, Rabut y Antoine Steyert, y algunos sacerdotes que habían sufrido las pruebas de la persecución: Los sacerdotes Ribier, Durosat, Marduel. Sobre todo allí maduró su vocación. Fue confirmado el 2 de febrero de 1807. Algunas semanas más tarde, el 28 de marzo de 1807, recibía la tonsura (4). La ceremonia tuvo lugar en la primacial de San Juan. Oficiaba el cardenal Fesch. Optar por el estado eclesiástico, llevar el hábito clerical cuando todavía no se tienen catorce años puede despistarnos en nuestra época, en la que algunos psicólogos retrasan la adolescencia casi hasta los treinta años. Pero a comienzos del siglo XIX, la adolescencia no existía y la mayor parte de los muchachos de esta edad estaban ya comprometidos en lo que debía ser su medio de sustento como hombre: trabajando como tejedor, en las varas de un carro, en el fondo de un mina... La vida de Luis se orienta. Y es sin duda en esta perspectiva y hacia esta época cuando él toma un compromiso decisivo: Hace su voto de castidad. "Yo, Luis José María Querbes hago voto de castidad para toda mi vida". El texto va escrito en un pequeño trozo de cartón. Está recubierto por una imagen del mismo formato que representa la Anunciación. Todo ello, protegido por un pergamino, se descubrió solamente después de la muerte de Luis Querbes. La forma de la escritura y el recuadro dibujado, cuyo trazado oculta en parte la última cifra de la fecha, no permite leer de manera segura el año en que se emitió este voto: "En Lyon, el 15 de octubre de 180..." se leyó 1803; más tarde, 1802, fundándose más en argumentos externos
  • 15. (Luis Gonzaga hizo su voto de castidad hacia los 9 ó 10 años), que en el documento mismo. Pero la escritura del trozo de cartón se parece a la de los cuadernos de apuntes de estudiante y el dominio que se ve en la firma no es el de un niño. Hugo Fabre, que fue el vicario y sucesor de Luis Querbes y que hizo el inventario de sus papeles, sitúa el voto durante la tonsura (1807): "Fue sin duda con ocasión de esta ceremonia cuando él hizo su voto de castidad cuya fórmula se ha encontrado en sus escritos". Desde luego, no se puede leer "1807", pero se lee sin mucho problema "1808". La interpretación de Hugo Fabre es probablemente exacta: No se trata de un compromiso tomado por un niño en un movimiento de fervor sino de una decisión que acompaña a un proceso (la primera comunión, la confirmación, la tonsura) y que oriente la vida de alguien que dejándose agarrar por Dios hasta el fondo de su ser se entrega a Él. El pergamino que guardaba el manuscrito está todo manoseado como si Luis Querbes lo hubiera llevado consigo mucho tiempo. Sin embargo sería un error colocar al muchacho en un pedestal: "Durante su juventud, cuenta su contemporáneo Charles Saulin, era extraordinariamente travieso, le gustaba mucho tomar el pelo; incluso a una edad más avanzada era todavía feliz cuando podía gastar una broma a sus condiscípulos o a sus hermanos. "Las páginas de las libretas que se conservan con los apuntes de Luis en esa época contienen, en los márgenes, junto a notas diversas, algunas historias que pretendían ser chistosas y algunos juegos de palabras estudiantiles. "¿nombre del peluquero de David? Amplius" (5). Esto debía provocar alguna sonrisa entre los monaguillos, cuando oían el cuarto versículo del Miserere: "Amplius, láva me..." GUY-MARIE DEPLACE, EL MAESTRO Hacia 1809 ó 1810 Luis hubiera debido abandonar la escuela de canto para ir a uno de los seminarios menores de la diócesis. El señor Besson, párroco de San Nicecio, lo confió, juntamente con sus amigos Rabut y Steyert, a Guy- Marie Deplace. Hombre de una cultura muy sólida, Deplace (1772-1843) publicaba artículos y opúsculos sobre temas tan variados como las reglas de gramática, la defensa de los Mártires de Chateaubriand o la política de Napoleón (6). Era también un profesor de retórica y de filosofía, que hoy equivaldría a los dos cursos que preceden al ingreso a la Universidad aunque no existen demasiados puntos comunes entre las clases y los programas de entonces y los de ahora. No enseñaba en un colegio, sino que recibía a los alumnos en su casa. "Sabio y educador de gente selecta", así lo definía Camille Latreille, Deplace marcó a generaciones de jóvenes. Luis encontró en él una enseñanza personalizada que le permitió desarrollar sus talentos. Juan Pedro Blein, que no ha sido un testigo directo de estos años pero que, más tarde, llegó a conocerle muy bien, dice que Luis estaba dotado de un memoria prodigiosa, de una gran inteligencia y de una facilidad dialéctica excepcional, terminó pronto sus estudios literarios,
  • 16. con un curso completo de lengua latina, así como de elementos griegos" (7). El 24 de julio de 1812 recibió el grado de bachiller. Este examen oral, creado en 1808, sancionaba unos buenos estudios clásicos. Las cartas que Luis Querbes ha conservado de Guy-Marie Deplace permiten adivinar algo sobre la personalidad y la influencia que este maestro pudo ejercer sobre él. No vienen de un "magister" sentencioso, sino de un hombre honesto y de gran corazón. No vienen solamente del profesor, sino de un maestro de vida y de un cristiano. Deplace pasaba los veranos en Roanne lo cual dio pie a una correspondencia entre él y sus alumnos. Sus cartas, escritas en un tono familiar, parecen ignorar la diferencia de edad, de cultura y de posición entre maestro y alumno. Es un amigo el que habla: "he recibido, querido Querbes, las dos cartas que me has escrito. Una antes y la otra después del pequeño viaje que acabas de hacer. Muchas gracias, te lo agradezco, pero permíteme que te diga al mismo tiempo que cuando se escribe a una persona a quien se quiere no se suele ser tan breve como tú: no basta limitarse a unas pocas líneas que parecen traicionar la impaciencia de llegar al le saludo atentamente, etc... con esto no quiero decir que tú no me quieras, estoy bien persuadido de lo contrario, pero precisamente porque yo creo en tú afecto no quiero que tus cartas parezcan a cartas de negocios o de ceremonia. "Tu buen amigo, nuestro querido Steyert, ha hecho todavía peor que tú; me ha enviado sus profundos respetos al final de diez o doce líneas muy separadas, muy cortas y muy estudiadas para que parezcan un poco largas. Es exactamente como yo suelo hacer cuando escribo a algunas personas con las que quiero limitarme a guardar las apariencias (...) "Rabut ha llegado a escribirme una vez, ¡quizá le duele la mano derecha!, ¡o a lo mejor no tiene tinta ni papel!, ¡puede ser que una enfermedad del cerebro haya borrado de su memoria el recuerdo de su maestro y de sus amigos! (...) "Llevo aquí una vida que no vale gran cosa. Demasiado tiempo para dormir, demasiado tiempo para comer, demasiado tiempo para correr, demasiado tiempo para hacer el loco y reír, y demasiado poco tiempo para hacer el bien, para trabajar o para rezar. Heme aquí al final de mis desórdenes. Dentro de doce o trece días estaré ya el Lyón, tendré que recomenzar el trabajo: No tendré frecuentemente, creo, alumnos a los que mi corazón se vincule tan fuertemente como a tres o cuatro ingratos con sotana que tú conoces bien y uno de los cuales lleva tu nombre" (14 de octubre de 1813). Deplace encarga a su alumno de pequeños recados: comprar un libro, traerle un tejido, llevar un billete, contactar a una persona. Pide noticias de la parroquia, de lo que se dice en la ciudad. Le cuenta cosas de su vida en Roanne, de sus negocios, de la enfermedad que padecen sus hijos y que se lleva uno de ellos. Le da ánimos y consejos amistosos: "Te felicito, querido hijo, por haber asegurado tu entrada en el seminario. Trata de afirmarte cada vez más en el espíritu de tu vocación. Has elegido la buena parte y no dudo de que el buen Dios bendecirá tus esfuerzos para asegurar tu salvación trabajando en la de los demás. Mis deseos de felicidad hacia ti son como los de un padre hacia su hijo" (13 de octubre de 1812).
  • 17. "Respecto a tus proyectos, el mejor, querido amigo, es no hacerlos. Esfuérzate sobre todo en fortalecerte en la piedad, en el amor de Dios, en liberarte de todo lo que te ata a la tierra; Lleva al Seminario el deseo de instruirte por la Gloria de Dios y por tu salvación: no te inquietes de lo demás" (19 de octubre de 1812). "Dedica algunos momentos cada día al estudio de la Escritura Santa: trata, sobre todo, de adquirir el conocimiento de los salmos que estás destinado a recitar un día y acuérdate de que no hay espíritu, ni trabajo, ni conocimientos que puedan suplir lo que falta a un sacerdote que no se ha familiarizado con los libros sagrados" (24 de septiembre de 1813). La correspondencia sigue durante mucho tiempo, aún después de que el alumno ha dejado al maestro. Luis ha conservado sus cartas. Quizá es lo que le hizo coger la costumbre de guardar todas las cartas recibidas. A su muerte, tendrá casi 10.000...
  • 18. 3 "AVANZAR HASTA EL ALTAR DE DIOS" SAN IRENEO, EL SEMINARIO MAYOR En septiembre de 1812, Luis formula de esta manera su petición para librarse del servicio militar obligatorio: "yo, el que suscribe, clérigo de la iglesia de San Nicecio, declaro que mi intención ha sido y será siempre la de consagrarme al estado eclesiástico"(1). La escritura viva, de trazos seguros y la firma con adornos traducen esta fuerte seguridad:... ha sido y será siempre. El 31 de octubre de 1812, ingresó en el seminario de San Ireneo. Situado en la Croix-Paquet, en la orilla derecha del Ródano, el seminario estaba formado por varios edificios y constituía un espacio excesivamente reducido para el número de seminaristas. Los seminarios menores de la diócesis tenían contingentes cada vez mayores de alumnos. En 1816 se debió establecer, incluso, un año de teología en un seminario menor porque San Ireneo estaba demasiado lleno. A comienzos de 1812, contaba con 262 seminaristas, de los cuales 108 en primer año (2). Este reclutamiento sacerdotal intenso, que no era exclusivo de la diócesis de Lyon, permitía rehacer las filas del clero que había pasado mal el período revolucionario. Incluso podía permitirse el lujo de no aceptar a todos los candidatos. El señor Bochard, vicario general, escribe al cardenal Fesch: "Acabamos de salir de la ordenación en la que hemos hecho 48 sacerdotes. Podíamos haber tenido algunos más, pero se ha pensado dejarlos para más tarde"(3). Tras la supresión de la Compañía de San Sulpicio por Napoleón (1811), los sacerdotes diocesanos se encargaron del Seminario bajo la dirección del señor Filiberto Gardette. Formados por los sulpicianos, continuaban con su espíritu y sus métodos. Tres de ellos tenían apenas 24 años y sólo uno de sacerdocio: Simon Cattet (dogma), Jean Cholleton (moral) y Jean-Marie Miolan. La enseñanza en los seminarios de la época no se caracterizaba, en general, por la apertura a la sociedad contemporánea ni por la investigación o la innovación. Se contentaban con reeditar los manuales empleados en el siglo XVIII. Según Jean Soulcié, que ha hecho un estudio sobre San Ireneo (4), lo esencial de los cursos en Lyon consistía en la enseñanza cotidiana del dogma y de la moral, en dos lecciones de Sagrada Escritura por semana, sin examen, y en clases de canto. Nada de Derecho Canónico ni de Historia: durante las comidas, se solía leer un libro de historia. Durante el tercero y último año se daba una formación más práctica acerca de la pastoral, la predicación, la liturgia.
  • 19. Los ocho tomos del manual de base Theologia Dogmática et Moralis de Bailly), completados por las notas dictadas en latín, exigían de los seminaristas un gran trabajo en el que la memoria ocupaba un lugar importante. La observancia rigurosa de los ejercicios de piedad era uno de los pilares de la formación, tan importante como la enseñanza o, quizá, más. Oración, oficio, lectura espiritual, examen particular, oraciones diversas, conducían a la práctica de una piedad muy reglamentada. El seminario quería moldear buenos sacerdotes. 17 DE DICIEMBRE DE 1816, EL SACERDOCIO. Luis debió sacar mucho provecho de sus capacidades: Las notas obtenidas fueron buenas. En julio de 1813 en una escala que contaba sobre diez notas, él estaba clasificado en el cuarto lugar superior "bene", con dieciséis de sus camaradas. Ciertamente nueve lo preceden con mejores menciones, pero hay setenta y uno que vienen detrás de él (5). Luis había ingresado en San Ireneo con sus amigos Steyert y Rabut, y allí conquistó otros amigos: Vincent Pater, Jean-Claude Huet, Ferdinand Donnet, Dominique Dufêtre. Según las cartas que conservamos, no parece haber mantenido vínculos particulares con Jean Claude Colin o con Marcelino Champañat, fundadores de la Sociedad de María, Padres y Hermanos Maristas. En cambio, sí mantiene vínculos con el gracioso Donnet, cuyos chistes o gracias descritos en el diario del seminario fueron cuidadosamente tachados cuando llegó a ser cardenal arzobispo de Bordeaux (6). Un antiguo compañero de habitación, Lavalette, recordará a Luis: "quiero recordar contigo aquella ligera interrupción del silencio nocturno. Cuando por la noche, en la cama, nos divertíamos a consta de algunos pobres diablos (...). Escríbeme, querido amigo, cuéntame muchas cosas, no temas detalles minuciosos. Ya sabes que tú eres muy perezoso para escribir (...). Tómate varios días y no escatimes. Tienes talento para decir bien las cosas, aunque sea de paso" (1815). Digámoslo también de paso, se comprende que la rígida disciplina hiciera saltar, de vez en cuando, algunas válvulas de seguridad... Hugues Favre, que le conoció bien, dice de Luis: "hizo con éxito brillante sus estudios teológicos, a pesar de su mala salud, que lo condenaba cada año a frecuentes intervalos de descanso en su familia". El 6 de octubre de 1814, Guy-Marie Deplace escribe a su antiguo alumno: "Haces mal, amigo, al pasar tus vacaciones en el aburrimiento y el mal humor. Estas dos cosas no son buenas para nadie, pero menos aún para un joven. Me gustaría estar cerca de ti para darte un remedio infalible; como me es imposible, te propongo uno que creo que servirá para algo, si lo acoges con tanta solicitud como la que yo te lo ofrezco (...) Ven a pasar al menos una docena de días con nosotros: te invitamos formalmente". La proposición debió ser rechazada, ya que Deplace volvió a la carga el 10 de octubre: "no falta en el mundo gente que tiene mal humor o que se aburre; aunque otros cien me hubieran
  • 20. dicho esto, jamás habría yo pensado en invitarles a venir aquí. Me maravillo por lo menos tanto como por las otras hermosas razones que dices tener para quedarte en Lyon. ¿Tú crees que en Roanne no se puede repasar un tratado o incluso hacer un sermón?". ¿Experimentó Luis, durante el verano de 1814, "el aburrimiento y el mal humor" hasta el punto de comunicárselo a su antiguo maestro?, ¿por qué no? Aunque, para explicarlo, no podamos hacer otras cosas que avanzar conjeturas. Arriesguemos una. La caída del Imperio, 1814, marca un cambio político. También se va a imponer una nueva sensibilidad, el romanticismo. ¿Cómo un joven sensible, cultivado, no iba a captar algo de estas evoluciones completamente ignoradas en las clases del seminario? En una biografía de Luis Querbes, publicada en 1922, Pierre Robert avanza otra explicación: "Era, creemos, el tormento de un alma que teme no responder plenamente los planes divinos sobre ella, prueba bastante frecuente en los caracteres mejor templados, en las naturalezas más fuertes"(7). Hacia esta época se había creado, entre los sacerdotes y los seminaristas de la diócesis, una corriente hacia la Compañía de Jesús cuyo noviciado se abrió en París en julio de 1814. Parece que también Luis fue sensible a esta corriente. El 22 de septiembre de 1815, Deplace le escribe estas palabras: ¿en qué punto está tu asunto?, ¿va adelante? Mi hermano Esteban ha obtenido su libertad (para ingresar en los jesuitas) y probablemente tú lo sabes ya. Nos lo ha escrito sin decirnos que se ha decidido por Belley". Existía un proyecto de abrir en Belley un colegio dirigido por los jesuitas. Un diácono, un tal Soviche, que había entrado en la compañía, escribía a Luis tratándole como "mi querido amigo y hermano en J.C. y en San Ignacio" (29 de octubre de 1815). Hugo Favre, en sus recuerdos, cuenta que Luis "debió renunciar al designio que tenía y que ya había comenzado a ejecutar por su parte. Porque había ido al noviciado recientemente abierto por los jesuitas en Montrouge (París)" es posible que aquí haya una confusión y que, en lugar de leer Montrouge, haya que leer Belley. Los Vicarios generales habían tomado las precauciones para evitar la migración de sus sujetos. Parece más razonable que fuera a Belley, que entonces formaba parte de la diócesis, que a la capital. En las vacaciones de 1814 tuvo que componer un sermón (8), ejercicio que se pedía a los seminaristas que comenzaban el tercer año. Se trataba para él de comentar un versículo de la epístola a los romanos (1, 22): "considerándose sabios los hombres se han vuelto locos". Este trabajo, 30 páginas manuscritas, trata de los espíritus fuertes" de los "espíritus soberbios", de los "nuevos filósofos" y examina "el fin que se proponen, los motivos que les animan y los medios que emplean: Según el gusto de la época, el texto está lleno de testimonios y de referencias históricas y bíblicas así como de abundantes citas latinas. De pronto, se tiene la sorpresa de oír un vibrante alegato en defensa de la compañía de Jesús "que ofrece a la vez inmensos y numerosos servicios a la religión, a la patria, a las letras y a la humanidad". Y la página acaba con estas palabras: "¡Ah!, que mi lengua helada se pegue a mi paladar, que mi débil voluntad mande inútilmente a mi brazo y que una obscuridad espesa eclipse a mis ojos la claridad del astro del día, si tú no eres, siempre, Compañía de Jesús, el principal sujeto de mi alegría y el fundamento de mi esperanza". Declamada en público, la frase debió producir su pequeño efecto.
  • 21. El tiempo corría. Luis había recibido las órdenes menores el 18 de diciembre de 1812, recibió el subdiaconado, el 23 de junio de 1815, de manos de Monseñor Simon, obispo de Grenoble. En la misma ceremonia, Jean-Claude Colin, Marcellin Champañat y Jean-Marie Vianney fueron ordenados diáconos. Como había terminado la teología pero todavía no tenía la edad requerida para recibir el diaconado dejó el seminario para ir a San Nicecio, a la escuela clerical, pero esta vez del lado de los profesores. Era corriente que algunos seminaristas mientras esperaban sus órdenes fueran empleados en una institución de enseñanza. En el siglo XVII, un sacerdote de Lyón, Charles Démia, había creado las pequeñas escuelas de los curas donde enseñaban los seminaristas. Estas escuelas duraron hasta la revolución. El 20 de junio de 1816, el superior del seminario le informó que debía presentarse al diaconado y al retiro preparatorio. La ceremonia tuvo lugar el 21 de julio de 1816. Oficiaba Monseñor Dubourg, obispo de Louisiana, que estaba de paso en Lyón. La víspera de la ordenación para obedecer al consejo de su director, Luis redactó "sus sentimientos y sus resoluciones". Después de haber expresado su temor ante la dignidad que le va a revestir y la indignidad que él se reconoce a causa de sus "iniquidades pasadas" y a sus "defectos presentes y especialmente una gran sensibilidad y una vinculación demasiado viva" que tiene hacia sus familiares, detalla sus resoluciones. Se refieren sobre todo a sus ocupaciones y a los ejercicios de piedad diarios. Formula también las gracias que desearía recibir: "Pido al Espíritu Santo que haga descender sobre mí, sobre todo, el espíritu de fortaleza y de vigor, que son las gracias principales del diácono; el espíritu de recogimiento y oración para preservarme de los peligros de la disipación hacia la que me arrastra la excesiva libertad que tengo; el espíritu de humildad y de dulzura para comportarme como conviene con mis superiores y con mis semejantes, para reprimir mi acritud, para alegrar mi semblante sombrío y monótono, para alejar las ideas tristes que me persiguen". Fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1816 por Monseñor Dubourg. Entre los 9 nuevos sacerdotes se encontraban sus amigos Huet y Steyert. Es una pena que no haya ningún documento que nos recuerde los sentimientos que tuvo ese día. EL SEÑOR QUERBES, COADJUTOR A petición del señor Besson, párroco de San Nicecio, el cura Querbes, señor Querbes como se decía entonces, fue nombrado como coadjutor a esta parroquia. No era raro ver un coadjutor nombrado a su parroquia de origen. Antes que él lo habían sido los señores Ribier y Linsolas. Lo que era más sorprendente, era ver un coadjutor tan joven en una parroquia urbana. Parece que el cura Querbes no deseó este nombramiento. Fue necesario que Guy-Marie Deplace le obligara amistosamente a aceptarlo: "Me han dicho que estás pensando librarte de ese peso. Entiendo todas tus razones; incluso me atrevo a decir que nadie las sabrá apreciar en el grado en que yo lo hago, y sin embargo, amigo mío, me parece que debieras intentarlo (...) El señor Besson ha hablado al señor Courbon (vicario general) de usted como de alguien sobre quien tiene ciertos derechos (...) Reflexione bien, medite bien los pasos que va a dar, pese bien las consecuencias a los pies de la cruz" (5 de diciembre de 1816).
  • 22. San Nicecio no era un medio banal. Esta gran parroquia del centro de la ciudad estaba dirigida desde 1805 por una personalidad muy fuerte, el señor Jacques-François Besson (1756-1842). Éste había sido muy activo durante la revolución, siendo vicario general en Ginebra y encargado del país de Gex. En 1823 fue nombrado obispo de Metz donde, a pesar de su edad, dedicó mucho ardor a una buena administración de la diócesis. En 1817 había cuatro coadjutores en la parroquia: los señores Marduel, Huet (tío del condiscípulo de Luis), Würtz y Querbes, y algunos sacerdotes que ayudaban habitualmente. Entre estos últimos Jacques Linsolas. Aunque un poco sordo y demasiado puntilloso, Linsolas desempeñaba una función en la parroquia, especialmente en la escuela clerical. Por consiguiente, era un medio caracterizado por el recuerdo del pasado y de los años, un lugar donde se había vivido el sacerdocio lejos del incienso y de los salones dorados. Al adquirir cierta edad se va cogiendo la manía de repetir los recuerdos. Jean-Claude Huet, que conocía bien el ambiente, escribía a Luis: "Por la casa cural las cosas seguirán como siempre, no lo dudo. El señor Marduel seguirá diciendo tonterías, el señor Würtz seguirá profetizando" (7 de febrero de 1818). La juventud era (ya entonces) despiadada ¡Es verdad que el señor Würtz "profetizaba" más de lo conveniente: pretendía demostrar que la revolución y el imperio estaban ya anunciados en el apocalipsis. El consejo episcopal le prohibió predicar "viendo las locas declamaciones que hacía" (9). Pero el señor Würtz también fue el apreciado padre espiritual de una feligresa, Pauline Jaricot y, aunque no fuera más que por esto, valen la pena sus fogosos discursos... Los sacerdotes de San Nicecio ocupaban un lugar un poco especial en la diócesis. No por sus opiniones políticas, la mayoría de los eclesiásticos eran favorables al restablecimiento de los Borbones y a la vinculación estrecha entre el trono y el altar, sino más bien por el punto sensible de las relaciones entre la Iglesia de Francia y el Papado. Una buena parte del clero formado antes de 1789 era galicano, es decir, partidario de un reconocimiento por Roma de algunos derechos de la Iglesia de Francia. El manual de teología que se utilizaba en San Ireneo era galicano; por esto fue puesto en el índice en 1852 (10). Con el señor Besson, San Nicecio había tomado una postura contraria. Él sostenía que la intervención del Papa en la administración de la diócesis era legítima cuando el Cardenal Fesch exiliado en Roma a la caída de Napoleón no quería dimitir de su sede (11). El señor Besson fue encargado de la edición de la obra de José de Maistre, Du Pape (12). Habiendo constatado algunos fallos en el manuscrito puso al autor en contacto con Deplace. De los diálogos y la colaboración que se siguieron nació la obra en 1819. El libro tuvo una gran difusión. Su tesis es muy sencilla: la revolución ha arruinado a los tronos y ha engendrado la desgracia de los pueblos. Un trono ha quedado en pie: el del Papa. Por consiguiente alrededor de él es donde se restablecerán la religión, la moral, la sociedad, las naciones. Por consiguiente, la supremacía del Papa se impone a las iglesias locales y a los estados. Es el comienzo del ultramontanismo, la postura de los que miran más allá de las montañas, hacia Roma. El ultramontanismo se opone al galicanismo. Moviliza a los jóvenes sacerdotes, pero también a los menos jóvenes, como a Lamennais. ¡Ser moderno, en aquel tiempo, era estar con Roma!
  • 23. No se trata solamente de una discusión teológica a la vista de todos. Los progresos del ultramontanismo aportarán, en la religión tal como se practicaba en Francia, una piedad más ferviente, los comienzos de "la comunión frecuente", menos rigorismo. La teología moral de Alfonso de Ligorio va a deshelar lo que queda de jansenismo en Francia, pero hará falta mucho tiempo... En San Nicecio, con las personalidades que se encontraban allí, el cura Querbes completaba felizmente la formación recibida en el seminario. Durante toda su vida fue un ultramontano convencido. El joven coadjutor era responsable de la escuela clerical, o más bien según dice el señor Besson "de la alta vigilancia" (13) de la escuela. Las tareas ordinarias se confiaban normalmente a maestros o a seminaristas que esperaban su ordenación. Lo esencial de su tarea era "el santo ministerio": catecismo, predicación, administración de los sacramentos, visitas a los enfermos, entierros (era necesario "subir a Loyasse", el cementerio que está lejos de la iglesia), confesionario, dirección espiritual, participación en las ceremonias de algunas de las hermandades, etc. Los oficios eran numerosos, variados, repetidos y, con frecuencia, largos. En el libro de los usos de San Nicecio leemos: "es también costumbre tener dos misas privadas durante la misa mayor, una comienza al mismo tiempo y, la otra, en el Credo o en el ofertorio. De este modo muchos feligreses que no podrían permanecer en la iglesia durante hora y media para asistir a toda la misa mayor y a la predicación que se hace después del Evangelio, aprovechan de la instrucción asistiendo a otra misa privada". Curiosa costumbre. El P. Querbes predicaba, lo hacía con voz fuerte y, según el gusto de la época, largamente. Ha conservado sus textos. Al principio completamente redactados, se convertirán más tarde en esquemas detallados. Cada sermón redactado ocupa, en la transcripción dactilografiada realizada en el Siglo XX, una media de 6 páginas completas y, a veces, mucho más. Los temas son los que se trataban habitualmente en esta época: la religión, la dignidad y los deberes del cristiano, la perseverancia, la frecuencia de los sacramentos, los peligros del mundo, el fin último, la devoción a la Santísima Virgen, a la pasión de Cristo, etc. He aquí, a título de ejemplo, los temas de los sermones del último trimestre de 1817: "Pruebas y condiciones de la confesión" (28 de setiembre), "Cuidados del cuerpo y del alma; deberes de los padres" (12 de octubre), "Oración por los difuntos" (2 de noviembre) "Tres advenimientos de Jesucristo y formas de aprovecharlos" (7 de diciembre). La doctrina es clásica, el estilo trabajado y los apóstrofes frecuentes. Por su elocuencia, un poco estudiada, el sacerdote Querbes se esforzaba en convencer y en tocar los corazones. En el sermón del 12 de octubre de 1817 sobre los deberes de los padres, después de haber hablado de la necesidad de enviar a sus hijos al catecismo sigue: "Pero ¿no basta con enviarlos al catecismo? ¿Estáis seguros de que los enviáis? ¿No van en último extremo? ¿No desaparecen tan pronto como quedan libres? Pero yo supongo que vienen realmente. Pues no, no es suficiente. Jefes de familia. Vosotros sois los pastores, estas palabras de san Pablo se os aplican directamente Educate filios vestros in disciplina Domini: educad a vuestros hijos en la ley del Señor. Para educarlos en esto hay que enseñarles. "Pero es que yo no tengo tiempo"
  • 24. ¡Ah! tú tienes tiempo para enseñar a tus hijos a hacer fortuna, a formarse según los usos del mundo y tú, madre, a esta joven persona, a tomar un aire y unas maneras capaces de agradar". "Pero, yo no estoy habituado a estas materias y confieso que las he olvidado un poco". Decidlo, y esto será lo que os condenará, padres y madres ignorantes que habéis entrado en el santo estado del matrimonio sin conocer sus obligaciones. ¿Qué medio os queda? el de instruiros vosotros mismos en vuestras creencias para ser capaces de poder explicarlo en vuestra casa. ¿Tan difícil es soltar la lengua de estos niños haciéndoles pronunciar el dulce nombre de Jesús y de María, elevar de vez en cuando sus ojos al cielo, formar sus tiernas manos a hacer el signo augusto del cristiano, aprovechar los primeros albores de su razón para grabar en su memoria las verdades fundamentales?". Se puede imaginar a Juana feliz de escuchar predicar a su hijo... Por causa de este talento era llamado a predicar fuera de la parroquia, por ejemplo en San Lorenzo de Chamousete donde levanta la voz contra la fiesta bailadora (la fiesta votiva ocasión de bailes); en Irigni donde participa en una de estas misiones que la restauración había generalizado. Quizá participó también en otras: un relato de su propia mano podría dejarlo entender (14). Todos los testimonios y la correspondencia de la época concuerdan en afirmar la acogida que el P. Querbes reservaba a los que estaban en la penuria, a los que necesitaban una ayuda o un servicio de él. Se le escribía para pedirle un consejo, una intervención, para recomendarle una viuda sin recursos, una joven en peligro, un seminarista pobre. Intervenía y sacaba de su bolsa, que no debía ser demasiado grande: en San Nicecio, cada coadjutor percibía 30 francos al mes... Este dinamismo, esta abnegación pastoral, habrían podido conducirle a puestos de mucho mayor responsabilidad. Durante el verano de 1818 fue recibido en Issy, cerca de París, en la casa de los sulpicianos. Sin embargo, no entró en la Compañía. En 1822, recibió del arzobispado una proposición halagadora: en Tours se deseaba implantar una rama de los misioneros diocesanos que existían en Lyon (los cartujos). Se proponía al P. Querbes para tomar la dirección de estos misioneros. Hugo Favre cuenta su reacción: - "¿Es una orden la que me dan? - No, se ha pensando en Vd. porque Vd. es capaz de este ministerio; pero Vd. es libre de aceptar o de rehusar. - En este caso, le suplico que nombre a otro y que me permita quedarme en mi diócesis". El señor Donnet aceptó la misión con el señor Dufêtre. Ellos comenzaron allí su camino hacia el episcopado. No faltarían, un día u otro, al coadjutor de San Nicecio, la posibilidad de subir los grados de una hermosa carrera que sus capacidades y su celo le harían merecer. El 25 de octubre de 1822 fue nombrado a la parroquia-sucursal de Vourles.
  • 25. 4 RESTAURAR LA PARROQUIA DE VOURLES. VOURLES, UNA PARROQUIA QUE DEBE REHACERSE Vourles está situado a 12 Km. al sur de Lyon, en las primeras colinas que bordean la orilla derecha del Ródano. El terreno está constituido por depósitos de morrenas donde los guijarros gruesos y pulidos, con los cuales construían las casas en otro tiempo, son abundantes. En aquel tiempo era un pueblo de viticultores. El viñedo, destruido por la filoxera en la segunda mitad del siglo XIX, no fue replantado y en su lugar se plantaron árboles frutales. Como todos los pueblos de los alrededores de Lyon, Vourles contaba también con algunas casas burguesas propiedad de algunos lioneses que venían a pasar allí los días agradables. En aquella época, las propiedades estaban a menudo cercadas por altos muros construidos ordinariamente en adobe. En 1822, Vourles era una sucursal. Bajo el régimen concordatario se distinguían netamente las parroquias de las sucursales y los párrocos de los sucursalistas o curas de sucursal. El Concordato atribuía un sueldo a los párrocos de parroquia. Napoleón había encontrado esta sutileza para hacer ahorrar dinero al estado: solamente tenían el título de párrocos los tres mil sacerdotes, poco más o menos, responsables de un partido judicial, de una capital de región o de una gran parroquia urbana. Estos eran inamovibles y recibían 1500 francos al año. Los otros pueblos o las demás parroquias de ciudad no eran más que sucursales. Hasta 1807, no se había previsto nada del sueldo de un cura de sucursal. Sin embargo, estos sacerdotes tenían la responsabilidad completa de una comunidad cristiana y podían ser desplazados con pleno derecho por el obispo. A partir de 1807, el estado daba un pequeño sueldo: 750 francos al año (1822). Era lo equivalente al salario de un obrero poco cualificado, una especie de salario mínimo. Esta desigualdad de condiciones fue el motivo del descontento del "clero inferior". En adelante hablaremos simplemente del párroco de la parroquia de Vourles, sin hacer caso de estos términos concordatarios. La parroquia contaba con algo menos de mil habitantes. Durante el sitio de Lyon un contingente de jóvenes de Vourles se había unido a las tropas revolucionarias. El pueblo ganó con ello el sobrenombre de "Vourles el valeroso". Y unos cuantos ciudadanos adquirieron un certificado que les reconocía un buen espíritu republicano (1). El párroco había entregado sus "títulos de ordenación" (certificado de órdenes) y, con sus más de cincuenta años, se había comprometido en la intendencia de los ejércitos de la república, una situación más lucrativa (2). ¿Se puede saber por qué un pueblo vota blanco mientras el pueblo vecino vota azul? ¿Por qué una "buena" parroquia tiene como vecina a otra que hace desesperar a un párroco? ¿Hasta dónde hay que remontarse en el tiempo para comprender el origen de estas fronteras que ningún límite materializa? Es un hecho, Vourles, más que los pueblos vecinos, había tomado
  • 26. partido por la revolución y, una vez pasada ésta, quedaba algo en los espíritus y en las costumbres. Tras el Concordato, se habían sucedido en Vourles cinco sacerdotes y no habían conseguido darle un impulso cristiano. La práctica religiosa era escasa, sobre todo entre los hombres, la iglesia estaba destrozada y la casa cural no valía mucho más. Hugues Favre que ha conocido bien la parroquia en esta época, ya que él había nacido en ella, en 1809, dice claramente: "reinaba una gran indiferencia religiosa, en la mayor parte, y hostilidad, en algunos. Hay que añadir que la negligencia y la conducta poco edificante de algunos de sus últimos pastores no habían ayudado a mejorarla. "No era buena ni tenía buena fama". Juan Bautista Clavel resume: "era una parroquia que había que rehacer". 25 DE OCTUBRE DE 1822, PÁRROCO DE VOURLES El consejo episcopal nombró al cura Querbes párroco de Vourles el 25 de octubre de 1822; se instaló en la parroquia el 31 de octubre. A los dos días, con ocasión de su primer bautismo, ponía su primera firma en el registro de la catolicidad. La parroquia contaba, anualmente, con una media de unos veinte de bautismos, algo menos de diez matrimonios y unos veinticinco entierros. Todo esto ofrecía el escaso rendimiento económico de un centenar de francos, que se añadía al sueldo recibido del estado. ¡Qué lejos estaba esto de San Nicecio, de sus burgueses, de sus intelectuales y de su escolanía! El cura Querbes tenía ante sí a gente de pueblo, más propensa a interesarse por los riesgos del granizo o del hielo de primavera que por problemas teológicos. Durante los años siguientes evocará varias veces la "soledad" de los párrocos de pueblo y la necesidad de encontrar un compañero para ellos. ¿En qué medida no ha sentido él también este aislamiento, este contraste entre un medio de ferviente práctica religiosa y una parroquia glacial? La restauración de la iglesia parroquial llevaba varios años en el orden del día del Consejo Municipal. El presupuesto había sido votado antes de la llegada del sacerdote Querbes. Era imposible restaurar la vieja construcción. Una vez demolida, fue reemplazada por la iglesia más amplia que existe hoy con un estilo poco corriente para la época: una nave central con techo llano, separada de las naves laterales por cuatro columnas, con un presbiterio en ábside. Guardando las debidas proporciones, algo parecido a una basílica romana. Los proyectos se demoraron más tiempo aún pero, una vez puesta la primera piedra en abril de 1826, la construcción se concluyó rápidamente, ya que la iglesia fue bendecida el 5 de mayo de 1828. Para fundamentar más sólidamente el edificio, el ayuntamiento había comprado una casa y un jardín contiguos. Esto permitió abrir una plaza y construir una nueva casa cural. Se comenzó la restauración de la parroquia con los métodos pastorales del tiempo: la predicación, la incitación a la práctica de los sacramentos, el desarrollo de cofradías piadosas, etc. La primera cofradía fue la del Santo Rosario (diciembre 1822). Otras vinieron más tarde.
  • 27. El cura decano de Saint-Genis visitó la parroquia en 1827. En su informe hace notar, entre otras observaciones: "hora en la que se abandona el confesionario por la noche: cuando se ha terminado". En Vourles, como en San Nicecio, el cura Querbes utilizó sus talentos de predicador para conmover los espíritus y los corazones. Preparó una serie de instrucciones para la cuaresma de 1823 (3). Trataban de las gracias de este período litúrgico, la necesidad de emplearlo bien y los motivos de la conversión: Dios, considerado en sí mismo, Dios creador, Dios motor de todo, Dios redentor, Dios santificador; al final, el tema de la muerte es objeto de dos instrucciones. Era entonces el gran período de las misiones internas. Éstas conmovieron a la mayor parte de las diócesis de Francia y a muchas parroquias. Sus métodos, a veces muy llamativos y no siempre imbuidos de sencillez evangélica, impresionaban fuertemente la imaginación y la sensibilidad populares pero su efecto no era muy duradero. Estas especies de "maratones espirituales" duraban dos o tres semanas con dos pláticas diarias. "Las pláticas eran de cinco cuartos de hora" y los ejercicios de piedad, variados y adaptados a las categorías de fieles. Se sabe que el cura Querbes, coadjutor, había participado en estas misiones. Predicó el jubileo en una parroquia vecina (Charly, 1826) (4), y una misión en el mismo Vourles (1827). Después de las primeras fiestas de Pascua, el alcalde de Vourles, el señor Magneval, que habitaba en Lyon, le escribió para anunciarle su visita. Decía en su carta: "Será muy agradable para mí pasar unos momentos con usted y felicitarle por los buenos sentimientos que me expresan todos los que han sido testigos de la Pascua en su parroquia" (31 de marzo de 1823). Aunque siempre guste oír un cumplido, una alabanza, el cura Querbes no se dejó engañar: la práctica religiosa no podía haberse restablecido en pocos meses. Aún quedaba mucho por hacer. Y se lo hicieron saber. Hugues Favre cuenta una escena de la que pudo ser testigo directo; "el verdadero celo no puede actuar demasiado sin producir descontentos (...) El nuevo párroco no podía dejar de experimentarlo de alguna manera. Recibió quejas y murmuraciones de las que no hizo ningún caso (...). Los descontentos, no atreviéndose a atacarlo de frente, tomaron la táctica de dirigirle cartas con insultos y amenazas que le enviaban clandestinamente a la casa cural, lanzándolas, a veces, por encima de los muros del jardín ¿Cómo responder a ataques y a injurias cuyos autores permanecen ocultos en el anonimato? Varios escritos de este tipo le han llegado ya de esta manera. He aquí que llega otro. Será el último. "El domingo siguiente aparece en el púlpito con la carta en la mano y dice a su auditorio (que probablemente sabía ya algo) que desde hace algún tiempo encuentra, de vez en cuando, por la mañana, en su huerto, cartas que han sido arrojadas allí durante la noche, que él ignora de quién vienen dado que no llevan firma, pero que lo siente mucho porque esto le priva del placer de responder a los que le honran dirigiéndole sus cartas; que también esta semana ha recogido una, como de ordinario, entre las berzas de su huerto y que, al igual que las precedentes, tampoco lleva el nombre de su autor; pero dado que éste se encuentra sin duda en el auditorio le ruega que comprenda que, ya que no puede responder de otra manera, le responda públicamente; y aquí lee solemnemente la carta que va comentando y de la que subraya con sutileza todo lo que contiene de falso, de malo, de grosero, de ridículo... La gente
  • 28. se ríe; si el autor de la carta estaba presente, no hay duda de tuvo que esforzarse para evitar el ponerse colorado. Lo que sí es cierto es que esta persona no tuvo ganas de volver a lanzar anónimos. Se acabaron las cartas anónimas". El rasgo es muy verosímil: el carácter del cura Querbes, lo veremos, se acomodaba bien a estas situaciones y las palabras cáusticas no le costaban demasiado. Pero, aunque no hubiera más cartas anónimas, todavía hizo falta mucho tiempo para que la parroquia se animara. ¿Se animó realmente? El mismo Hugues Favre lamenta que la parroquia "respondió demasiado imperfectamente a los esfuerzos y a los trabajos" de su párroco. Al fin del siglo XIX los sacerdotes encontraban a los habitantes de Vourles poco religiosos y nota uno de ellos "lo que les retiene es la cantidad de ricas familias burguesas" que tenían una residencia en Vourles (5). En 1825 apareció en Lyon un libro titulado Cantiques tirés des meilleurs recueils à l'usage des paroisses (Cánticos sacados de las mejores colecciones al uso de las parroquias). Contenía la letra de más de trescientos cánticos. El cura Querbes había reunido, corregido y clasificado estos textos para facilitar su utilización. Esta obra, seguida del Airs notés en plainchant mesuré (Cánticos con música gregoriana medida), tuvo un rápido éxito: hasta 1861 se hicieron trece reediciones. Para el autor no fue, ciertamente, un negocio lucrativo. Lo esencial no era esto, sino poner al servicio de las parroquias, de las catequesis, de los retiros, de las casas de educación un buen instrumento para una mejor y mayor participación en los oficios. El párroco de Vourles era consciente de que la educación de los niños era primordial para rehacer duraderamente una mentalidad cristiana. Solamente gracias a la formación de varias generaciones sucesivas se crea o se recrea un espíritu, una mentalidad, una vida. El catecismo se enseñaba con mucha regularidad "desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Pascua, todos los días, a las once; durante el resto del año, todos los domingos, antes de vísperas". (Informe de 1527). Llamó a las Hermanas de San Carlos para dirigir una escuela de niñas que se abrió en 1823 (6). En todo el cantón era la única escuela de chicas dirigida por religiosas. Pero quedaba la escuela de niños. El P. Querbes dirá más tarde que quería "desembarazarse de dos maestros de escuela indignos de su profesión" (7). Maestros que imaginamos sin problema cuando se sabe la poca competencia de los institutores de aquella época. Se dirigió a la Congregación recientemente fundada de los Hermanos de María, los Hermanos Maristas (8). Charles Solin, que conoció bien al cura Querbes, cuenta: "se dirigió a las Congregaciones de enseñanza entonces existentes para solicitar un religioso. Todas les respondieron que ellas no podían darle menos de tres de sus miembros. La parroquia de Vourles era demasiado pobre para pagar el sueldo de tres hermanos. A disgusto, deplorando la laguna que dejaban estas instituciones, laguna que privaba de la educación cristiana a los niños de los pueblos pequeños, no le vino por el momento otro pensamiento que el de hacer lo posible para educar cristianamente a los niños dando la mejor dirección posible a su escuela parroquial, dirigida entonces por un institutor, un maestro laico". "Hacer lo mejor posible", es decir, espabilarse. Pero él hizo más que esto.
  • 29. PIERRE MAGAUD: CANTOR, SACRISTÁN, CATEQUISTA, COMENSAL Y COMPAÑERO Cuando todavía está mortificado por el rechazo que acaba de experimentar, el P. Querbes tiene una experiencia que cambiará su vida. El sobrino del señor Magaud, que era alcalde desde mayo de 1823, había hecho una tontería. El joven, que se llamaba como su tío y padrino, Pierre Magaud, era también hermano de una religiosa de la escuela femenina de Vourles. Había nacido en 1800 en Montuel (Ain). Había ingresado en los Hermanos de las Escuelas Cristianas donde le pusieron el nombre de Sulpicio Severo. Ya llevaba seis años con ellos y, actualmente, enseñaba en su escuela de San Medardo, en París. Pero, a mediados de Septiembre de 1824, se escapó del Instituto para ir a llamar a la puerta del Seminario de Belley. Sentía, según habría confesado él mismo dicho a su superior, "una inclinación hacia el estado eclesiástico" (9). Su decisión y su gesto habrían recibido la aprobación de su confesor, pero para el instituto era una falta grave. Por otra parte, teniendo en cuenta esta situación, el obispo de Belley no lo aceptó en el Seminario. El sacerdote Querbes intervino en favor del joven. El obispo confirmó el rechazo. Esperando que la situación se aclarara, Pierre Magaud fue alojado en la casa cural de Vourles y el párroco comenzó los trámites para obtener de Roma la dispensa de sus votos. El indulto fue concedido en noviembre de 1824 (10). Por su parte, Pierre Magaud se mostró útil: abrió la escuela de niños, secundó al cura Querbes en la iglesia, en la sacristía y con los niños, como catequista. Los resultados fueron buenos. Con satisfacción por las dos partes. Para el cura Querbes, Pierre Magaud se había convertido en su "cantor, sacristán, catequista, comensal y compañero"(11). Incluso, en marzo de 1827, llegó a firmar un contrato con él (12). Pierre Magaud se comprometía a continuar las funciones de maestro. Por su parte el párroco se obligaba a mantenerlo "en sus funciones de sacristán y de maestro de escuela (...) y a darle clases de latín y de humanidades". Lo alojaba, le daba de comer y le pagaba... muy poco: sesenta francos anuales. Pierre Magaud recibió cursos de latín y sin duda una formación básica: él no tenía todavía el permiso de enseñanza y no lo obtuvo hasta 1829. También debía necesitar lecciones de pedagogía: en 1833, un inspector lo juzgará como "poco capaz" y hará notar que los habitantes "se quejaban de su lentitud en instruir" (13). El cura Querbes era un hombre activo, práctico. Ya que formaba al maestro del pueblo, ¿por qué no podrían beneficiarse también de esta formación otros maestros de las parroquias vecinas? En enero de 1826, el institutor de Brignais, un pueblo muy cercano a Vourles y cuyo párroco era Vicente Pater, amigo del seminario de Querbes, era un tal Tomás Nogier. Tenía apenas 20 años. Aprovechó esta formación. Mucho tiempo más tarde Pierre Magaud recordaba su expresión un poco alambicada: "el señor Querbes (...) intentó como sabéis crear una sociedad entre los maestros seglares que serían los amigos de la religión y de los curas,
  • 30. que son los ministros. Con este fin quería reunir tres o cuatro maestros en conferencias pedagógicas que, presididas por uno de ellos o por el señor cura de uno de los maestros, se animarían (sic) mutuamente a hacer bien todas las cosas. El señor Nogier y yo habíamos comenzado a secundar las intenciones del señor Querbes que presidía nuestras reuniones" (31 de mayo de 1860). Eran reuniones pedagógicas, pero en ellas se abordaba la formación moral y espiritual. El párroco de Vourles elaboró un método de lectura. Existe en forma de un rollo de tela de tres metros de largo por 40 cm. de ancho y en forma de un folleto impreso titulado A B C de las pequeñas escuelas. Más tarde vendrá el Cálculo de las pequeñas escuelas. El cura Querbes estaba lanzado: "también, escribe, me sorprendía en pensar lo ventajoso que sería procurar a mis hermanos, maestros y compañeros parecidos al que yo había tenido la dicha de tener entonces"(14). Pierre Magaud, aunque su personalidad no fue muy brillante, ocupó tal posición cerca de su párroco que permitió a éste imaginar el papel que podrían tener estas personas en las pequeñas parroquias como Vourles, desprovistas de recursos para poder pagar a los hermanos. El proyecto condujo a Luis Querbes en direcciones inesperadas y hacia una carrera que no había imaginado... Pierre Magaud, por su parte, siguió su propio camino: acabó por entrar en el seminario de la diócesis de Belley y fue ordenado sacerdote en 1841. Ejerció su ministerio sacerdotal como coadjutor en varias parroquias de la región de Ain.
  • 31. 5 IMAGINAR LOS CATEQUISTAS DE SAN VIATOR LA INTUICIÓN FUNDADORA El cura Querbes confesará más tarde haber concebido el primer designio de la sociedad que va a crear "hacia el fin del año 1826" (1). En otoño de 1828 escribía así al arzobispo: "Después de haber examinado delante de Dios, durante varios años, una idea que primeramente le vino en su presencia, uno de vuestros sacerdotes se siente impelido a exponerla a Su Ilustrísima...". En otro texto de la misma época dice que esta idea "le ocupa completamente, le sigue incluso hasta el altar". Esta idea que le ocupa es la creación de un "seminario menor destinado a proporcionar a las pequeñas parroquias de las aldeas, buenos maestros de escuela que, durante dos años de permanencia en el mismo, para estudios y noviciado, hallarían tiempo suficiente para formarse en la virtud, en los métodos y en los conocimientos necesarios, y después, revestidos de la tonsura, serían enviados a los párrocos que los solicitaran para quienes serían fieles compañeros y les servirían como sacristanes, salmistas y clérigos en la administración de los sacramentos. Podrían ser trasladados, lo mismo que se hace con los coadjutores, cuando fuera necesario." Se trataría, por consiguiente, de crear un centro de formación y una sociedad de maestros para las escuelas parroquiales. Este centro reuniría periódicamente a estos maestros para "dedicarse a los Ejercicios Espirituales y renovarse en el espíritu del cristianismo y en el espíritu propio de su estado". Recibirían allí una formación pedagógica ("enseñar a educar a los niños... dirigir las escuelas") y una formación para la pastoral parroquial ("secundar a los curas encargados de las parroquias"). La casa serviría también como centro de acogida para los maestros retirados de la sociedad. En un borrador de carta al señor Cattet, vicario General, el cura Querbes precisa su objetivo: el proyecto es formar una escuela normal de verdad, que sea para la diócesis un semillero de maestros para las escuelas parroquiales y piadosas, cuyos alumnos sean, en nuestras parroquias de los pueblos, acólitos y sacristanes de los párrocos, siempre a sus órdenes, como también a las del Ordinario (el obispo), ya sean célibes o casados" (1828). En una carta a un Consejero de Estado manifiesta la preocupación de formar y de promover a los maestros de escuela "que ejercen las funciones, tan despreciadas y sin embargo tan hermosas, de institutores de los niños del pueblo". Bien dirigidas, las escuelas que tendrán podrán "rivalizar con (aquellas) donde la religión no es más que parte y no la base de la enseñanza y de la educación" (30 de marzo de 1829).
  • 32. En 1838 en un informe presentado a un cardenal de la curia romana recuerda lo que había sido la idea fundadora de la sociedad: "una sociedad de catequistas que, enviados de uno en uno si fuera necesario, llenarían el vacío dejado por otras sociedades religiosas y podrían ser: 1º los compañeros de muchos párrocos en su soledad; 2º sus clérigos y ministros en el servicio de los altares; 3º los maestros piadosos cuyo deber sería el de vivificar toda la enseñanza elemental por medio de la doctrina cristiana, y que se opondrían a los maestros del indiferentismo." Más tarde, en marzo de 1841, vuelve a hablar del "pensamiento que predominó al principio de la Sociedad (...). Se trataría sobre todo de aprovechar el impulso dado a la instrucción popular para colocar al lado de los pastores un ministro inferior como se reclamaba en la antigua disciplina de la iglesia, un catequista compañero de sus funciones, y encargado especialmente de la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y del cuidado de los santos altares, de llenar así un vacío dejado por las demás instituciones religiosas y de anular o al menos amortiguar los funestos efectos de la invasión del campo por los institutores salidos de las escuelas donde todavía se oyen las demasiado famosas palabras: "estáis asistiendo a los funerales de un gran culto". Esta última frase es de un inspector general de la universidad. Estos textos escalonados en una docena de años permiten darse cuenta de cual fue la intuición fundadora del cura Querbes y los males que intentó remediar. Quiere comprometer y formar a hombres que serán los catequistas de los niños. Estos catequistas tendrán también una función cerca de los párrocos aislados del campo, especialmente en la preparación y en el desarrollo de la liturgia que puede ser percibida como una especie de catequesis para adultos. Su presencia permitiría a estos sacerdotes salir del aislamiento. Como la catequesis y las ceremonias religiosas no ocupan a una persona durante todo el día y además el catequista necesita un salario, sería también el maestro de la escuela. Por otra parte, los primeros que el cura de Vourles ha comenzado a reclutar a formar y a promover: Magaud, Nogier, Liauthaud, Damoisel, Bachoud...son maestros en ejercicio. Este hombre, que es catequista, que participa en la acción litúrgica, que es maestro de escuela necesita un nombre. El cura Querbes utiliza dos, que para él son sinónimos: catequista y clérigo parroquial. No es clérigo a secas, sino clérigo parroquial. Es más que un matiz, también emplea alguna vez la expresión "clérigo laico". Este catequista está colocado bajo el nombre de San Viator, un santo de la iglesia de Lyon, del siglo IV. Era lector, por consiguiente, encargado de anunciar y proclamar la palabra y fue también fiel hasta el final a su obispo san Justo. Este clérigo parroquial o catequista de San Viator está destinado a las pequeñas parroquias de los pueblos que no tienen medios suficientes para pagar a una comunidad de dos o tres religiosos, las "aldeas atrasadas", las que están apartadas, no solamente de las grandes rutas, sino también del progreso. El cura Querbes imagina, incluso, catequistas "enviados a las parroquias un poco como se hace con los coadjutores" (2).
  • 33. LAS DISPOSICIONES PRÁCTICAS Está muy bien responder lo mejor posible a las necesidades observadas, pero hace falta un mínimo de organización para que estos catequistas tengan entre sí un poco de cohesión y un espíritu común. El cura Querbes precisa: "no es una nueva congregación religiosa la que me parece necesario establecer; es sólo una sencilla cofradía de maestros piadosos y cristianos que pueda responder a las necesidades del momento. Estos institutores seglares, unidos por los vínculos de la caridad, podrían ser célibes o incluso comprometerse con los vínculos del matrimonio sin dejar de formar parte de la cofradía" (3). Por consiguiente, una cofradía; se decía también una asociación piadosa. Este grupo de personas tenía sus estatutos aprobados por el obispo que nombraba a un sacerdote para dirigirlos. Las modalidades de admisión eran flexibles y no exigían una gran preparación. Sin embargo parecería que el cura Querbes pensó primeramente en una estructura más compleja. En un borrador redactado a comienzos de 1827, texto que según toda verosimilitud es el primero que evoca a los futuros catequistas, él piensa en una "Congregación de maestros de escuela". Estaría compuesta de tres grupos de personas: de "hermanos vinculados por votos simples a la edad de 33 años". "De hermanos, célibes o no, que habrían sido formados por la sociedad", y finalmente de los "asociados", que sin haber sido formados por la sociedad se habrían adherido a ella sin beneficiarse, desde luego, de las mismas ventajas que los cofrades. El término de "congregación" no debemos tomarlo en el sentido actual de la palabra: ¿cómo un congregación podría tener a la vez religiosos y personas casadas? aquí se emplea en uno de los sentidos que tenía en la época: asociación de personas religiosas o seglares que siguen una regla común (4); por ejemplo, la Congregación del Rosario no era una congregación religiosa. No se volverá a hablar de este proyecto de organización. Los proyectos ulteriores no evocan ya a estos hermanos que habrían pronunciado votos a los 33 años. Al menos hasta 1833 el cura Querbes intentará crear una cofradía de maestros laicos, casados o no, de la cual él sería el director. El celibato no habría sido el único elemento de distinción de los cofrades entre sí. Dado que los catequistas hubieran debido ejercer un servicio cerca de los sacerdotes, una especie de ministerio, diríamos hoy, ¿no podrían beneficiarse, algunos, de una disposición del Concilio de Trento (sesión 23. Capítulo 17) (5), que preveía que, en ausencia de clérigos, algunos seglares, incluso casados, podrían ejercer las funciones de las "órdenes menores" lo que hoy llamaríamos "ministerios instituidos"? El catequista hubiera sido este "ministro inferior que reclama la antigua disciplina de la iglesia". Finalmente, y siempre con la preocupación de responder del mejor modo posible a las necesidades de las pequeñas parroquias, los catequistas serían enviados de uno en uno, si fuera necesario. En este caso, podrían alojarse en el presbiterio pero también podrían encontrarse en parroquias vecinas. Podrían reunirse los jueves, día de vacación, para una conferencia semanal bajo la autoridad de uno de ellos, el regente.
  • 34. Estas modalidades pretendían ser prácticas, flexibles. En algunos puntos necesitaban ser más concretas. Desde luego, no iba a faltar quien se lo haría saber a su autor. EL AMBIENTE DEL MOMENTO El proyecto del cura Querbes se inscribe en la perspectiva de la recristianización que caracteriza a la Iglesia durante la primera mitad del siglo XIX, especialmente bajo la Restauración (1815-1830). La Iglesia intenta recuperar el terreno perdido combatiendo el espíritu liberal o, como se decía entonces, el espíritu volteriano. Rechaza las novedades antes de condenarlas en 1864 en el Syllabus. Se apoya sobre lo que, en la sociedad, ha quedado más apartado de las corrientes peligrosas. La recristianización se hace por el medio que parece más apropiado, la enseñanza de la doctrina cristiana. "La revolución había hecho desaparecer, escribe el cura Querbes, hasta las huellas de los elementos que proporcionaba la educación cristiana de los pobres en las parroquias" (otoño de 1828). Y en un texto más tardío: "hacía tiempo que todos los buenos espíritus se daban cuenta de la necesidad de hacer penetrar la enseñanza religiosa en el seno de los pueblos más apartados y de renovar de esta manera, en ellos, las costumbres patriarcales, el único fundamento de la paz y de la seguridad pública (...) es en el campo y en las aldeas donde la semilla religiosa puede echar profundas raíces y producir frutos seguros" (Febrero 1840). Por aquel tiempo de produjo en Francia un importante movimiento de escolarización. En 1815, institutos y colegios daban una enseñanza bastante satisfactoria en general. Pero solamente a unos 50.000 alumnos (6). La enseñanza primaria, las pequeñas escuelas vinieron con retraso: escolarizaban menos de un millón de niños (7). La mitad de los ayuntamientos no tenían escuela. En 1830, el número de alumnos de enseñanza primaria era ya el doble; en 1840, será de cuatro millones. De 1820 a 1840, se crean más de 27.000 escuelas. Esta ola de escolarización viene acompañada de la implantación de un sistema de formación de maestros. ¡Y no sin necesidad!. En 1833, en el departamento del Ródano, casi la mitad de los institutores carecían de la instrucción mínima que les permitiera ser maestros aceptables...(8). Este desarrollo de la enseñanza lleva consigo una lucha entre dos corrientes que se enfrentan en lo que será la primera batalla sobre la enseñanza: la querella llamada de la enseñanza mutua. La iglesia confía en esta ola de enseñanza para educar a las nuevas generaciones. Pero los liberales, por su parte, quieren sacar provecho de esta fuerza para desarrollar una escuela neutra, abierta (el término de "laica" todavía no se usaba para caracterizar una escuela). Piensan haber encontrado el medio favorable al generalizar un sistema de enseñanza que se llamaba mutua en el que el maestro daba la lección a unos monitores que iban a transmitirla a sus compañeros. El sistema es fuertemente combatido por la iglesia que favorece las escuelas parroquiales, las congregaciones dedicadas a la enseñanza y el control del clero sobre los maestros. Durante algunos años, un obispo llegó a ser incluso gran maestre de la universidad, es decir, ministro de educación.
  • 35. También el cura Querbes estima que hay que aprovechar el impulso dado a la instrucción popular (9) y "rivalizar con las escuelas donde la religión no es más que parte y no la base de la enseñanza y de la educación"(10). Construye su proyecto cuando "la muchedumbre de escritores liberales iba aireando las escuelas de Lancaster (las escuelas mutuas) y amenazando con introducirlas en todos los ayuntamientos de los pueblos" (11). Finalmente, el proyecto de los catequistas de San Viator se inserta en el gran hervidero que ha marcado el catolicismo lionés del siglo XIX. La fuerza, la diversidad, la originalidad de las iniciativas dan a esta diócesis un relieve muy especial. Dinamismo del clero que envía sacerdotes y obispos a las misiones extranjeras: en 1839 la diócesis cuenta con un millar de sacerdotes seculares. Dinamismo de las vocaciones y de las congregaciones religiosas: de 1816 a 1830 nacieron ocho congregaciones de hombres y de mujeres y, en 1830, 1400 religiosas y 200 religiosos están al servicio de la diócesis (12). Dinamismo de los seglares: Pauline Jaricot y Frédéric Ozanam son los más conocidos, pero no fueron los únicos. Muchos seglares animaban a las numerosas cofradías y asociaciones de todo tipo. El medio católico lionés es muy estimulante. Por consiguiente el proyecto del cura Querbes se inscribe en medio de una fermentación de ideas y de realizaciones. En el ambiente del tiempo no es el único que intenta ensayar ideas nuevas. En Amiens, en 1824, se funda la congregación de los Hermanos de San José. Se trata de "maestros de enseñanza primaria", pero también de "clérigos laicos" que "asistían a los curas en la administración de los sacramentos, el catecismo, el canto de los oficios, el mantenimiento de la sacristía y de la iglesia"(13). En Nancy, hacia la misma época, toma cuerpo un proyecto de, "Magisterio" para formar maestros cristianos. Esta asociación agruparía a maestros casados y otros con votos religiosos (14). En la Sarthe, en Ruillé-sur-Loire, el cura Dujarié quiere formar "hermanos maestros de escuela-sacristanes, instruidos en el canto y en las ceremonias de la iglesia" para que ayudar a las parroquias pobres. Estos hermanos podían ser nombrados por el obispo (15). Hacia 1825, en la región de París, el cura Poirier crea a los Hermanos de la Cruz, maestros colocados bajo la autoridad de los párrocos y que deberían ser también "cantores, clérigos y sacristanes". Podían ir solos, en caso de necesidad, o formarían una comunidad cuyos miembros se dispersarían cada mañana para ir a su escuela (16). Bajo la Restauración se intensifica la búsqueda de fórmulas posibles. Algunas se experimentan para poder responder de la mejor manera a las necesidades concretas y urgentes. Se es inventivo, quizás un poco utópico. Aunque no todos los intentos tuvieron éxito, al menos algunos llegaron a echar buenas raíces y llegaron a convertirse en congregaciones que existen todavía. El párroco de Vourles, para dar catequesis, para participar en el servicio de la parroquia y para ayudar a las parroquias más pobres, confiaba en los seglares a quienes juzgaba aptos para cumplir estas funciones. ¿No era demasiado optimista para la sociedad y la Iglesia de aquel tiempo?
  • 36. 6 ASENTAR LOS FUNDAMENTOS DE LA SOCIEDAD. MONSEÑOR DE PINS Y SUS VICARIOS GENERALES. Para poder existir, la cofradía de los catequistas debía ser aprobada por el consejo episcopal de Lyon pero, como se trataba al mismo tiempo de una asociación de maestros de escuela, también necesitaba la autorización de los poderes públicos. La diócesis de Lyon vivía, desde 1815, en una situación especial. El cardenal Fesch tuvo que abandonar Francia a la caída de Napoleón, pero no renunció a su cargo de arzobispo. Fueron los vicarios generales los que gobernaron la diócesis hasta 1823 dando fielmente cuenta de todo al Cardenal. En esta fecha y para hacer evolucionar la situación, la Santa Sede nombró a monseñor De Pins administrador apostólico de la diócesis. Como no podía llevar el título que Fesch conservaba para sí, se le encontró el título de un arzobispado in partibus, Amasia en Asia Menor. Se llamó Obispo de Amasia. Sin duda él hubiera preferido Llamarse Obispo de Lyon. En Juan Pablo Gaston de Pins, (1766-1850) se reconocía la sensibilidad, la prudencia, una gran bondad y una conducta irreprochable, caracterizada por una austeridad casi jansenista. Pero tanto en política, como en religión, su intransigencia no aceptaba componendas. Aunque no fue un arzobispo brillante supo ser, silenciosamente, un buen pastor en una época difícil (1). De salud frágil, dejaba muchos asuntos en manos de sus tres vicarios generales, los grandes vicarios, como se les llamaba en aquel tiempo: el señor Barou, considerado como un santo, el señor Cattet y el señor Cholleton que había conocido a Luis Querbes en el seminario de san Ireneo cuando ambos enseñaban allí. Jóvenes activos, un poco autoritarios, especialmente el primero, pero muy capaces, supieron secundar muy bien al arzobispo que les daba confianza. Pero muchos sacerdotes no les querían demasiado. Este es el consejo episcopal con quien tratará el cura Querbes en múltiples ocasiones. Al principio, un poco más con el señor Cattet, encargado de las comunidades religiosas, más tarde, con el señor Cholleton, encargado de ocuparse de la Sociedad. Fue el señor Cattet quien respondió al proyecto que el cura de Vourles había sometido (2). En lugar de animarle a precisar más el bosquejo que había hecho, le propuso la dirección del seminario menor de San Jodard o de ir a secundar al cura Vicente Coindre, que se encontraba por casualidad al frente de los hermanos del Sagrado Corazón tras la muerte del fundador de esta congregación naciente. El cura Querbes estudia las dos proposiciones y madura su respuesta. Desea comprometerse en una tarea apostólica más intensa. Está dispuesto a desenraizarse: "sin embargo, señor vicario general, no le diría todo si dejara de confesar que me cuesta mucho liberarme del bienestar en que me encuentro. Los feligreses me llenan de atenciones, pero su simpatía me resulta cada vez más gravosa pues me doy cuenta de que mis cadenas se hacen más fuertes. Mis familiares demasiado cercanos (José y Juana se habían