1. historiadelmundocontemporáneo|1ºBachillerato|I.E.S.“iCudadJardín”|Badajoz|curso13/14
1 la crisis del Antiguo Régimen
1.El Antiguo Régimen:
una sociedad rural y tradicional.
— La población
Hacia 1780 el mundo estaba mucho menos
poblado que hoy día. Se calcula que, aproximadamen-
te, la población mundial ascendía a unos 1.000 millones
de personas (menos de 1/6 de la actual).
La dinámica demográfica estaba marcada por
el ciclo demográfico antiguo, consistente en una tasa
de natalidad muy elevada dado que sobre ella no existía
ningún mecanismo de control. A la vez, la mortalidad era
igualmente elevada, especialmente entre los grupos
sociales más desfavorecidos (la mayoría de la pobla-
ción: malas condiciones sanitarias, ausencia generaliza-
da de higiene, abundancia de enfermedades epidémicas
(paludismo, fiebre amarilla, viruela, peste…), alimenta-
ción escasa y poco variada.
Como consecuencia de ello, el crecimiento ve-
getativo era escaso. Las hambrunas eran frecuentes
y, en determinadas épocas del año (el temible invierno)
o en períodos de malas cosechas podían afectar a am-
plias zonas del continente. La deficiente alimentación
deja su mella en la constitución física (eran más delga-
dos y de menor estatura que ahora).
La mayoría de la población era analfabeta y
desconocía otras culturas. Los medios de transporte
eran escasos, lentos e inseguros. El más rápido era el
que se realizaba por mar o por río y las zonas mejor
comunicadas eran, por tanto, las costeras. Esta profun-
da incomunicación entre áreas geográficas distantes
trae consigo una total falta de información y alimentaba
un mundo social estable y tradicional, con unas formas
de vida rígidas y apoyadas en cultos o creencias ances-
trales, mezclados con supersticiones.
En definitiva, la sociedad del siglo XVIII (como
la de siglos anteriores), era, en casi todo el planeta,
rural y estática (poco amiga de los cambios).
— Una economía de subsistencia
Todavía en la segunda mitad del siglo XVIII la
población habitaba en aldeas o en pequeñas ciudades
situadas en áreas rurales. La economía del Antiguo
Régimen era, por tanto, básicamente rural: más del
80% de la población se empleaba en una agricultura de
subsistencia y autoconsumo. Las posibilidades de acce-
der a la propiedad de una parcela eran muy escasas ya
que la nobleza y la Iglesia acaparaban la mayor parte
de la tierra que solían ceder para su explotación me-
diante contratos de arrendamiento. La mayoría de las
familias producían lo que necesitaban para su sub-
sistencia.
Las técnicas agrícolas habían variado poco
en dos mil años. En Europa predominaba el cultivo de
los cereales en campos abiertos (open fields) mediante
la rotación de cultivos. Al dejar una parte en barbecho
se desaprovechaba una buena parte del terreno cultiva-
ble. El abono era fundamentalmente orgánico.
La agricultura de plantaciones era una excep-
ción. Se desarrollaba en las colonias de ultramar (Indias
Occidentales u Orientales, América y Asia, respectiva-
mente). Esta agricultura suministraba productos destina-
dos a la exportación (algodón, azúcar, tabaco, café,
cacao…), la mayor parte de los cuales se consideraban
de lujo. La mano de obra empleada no era libre y pro-
cedían de la esclavitud en su mayor parte (negros afri-
canos en América o semiesclavos reclutados entre la
población indígena de Asia).
Las doctrinas económicas eran muy básicas:
el mercantilismo, que consideraba la acumulación de
metales preciosos (oro y plata) como la principal fuente
de riqueza y, para los monarcas, de poder. Como los
metales preciosos eran limitados, los países debían
rivalizar entre ellos para obtener la mayor cantidad posi-
ble. Además de la guerra y el saqueo, el mercantilismo
defendía medidas como fomentar las exportaciones,
obstaculizar las importaciones, monopolizar el comercio,
etc.
Este comercio de productos ultramarinos y de
otros artículos de elevado precio (sedas y porcelana
chinas, marfil africano, oro y plata de América…) estaba
encabezado por Gran Bretaña y, en menor medida,
Holanda, Francia y España. La actividad comercial no
dejó de aumentar a lo largo del siglo XVIII. Como conse-
cuencia de ello, se enriquecieron los mercaderes, ban-
queros y traficantes de esclavos. Al aumentar las mate-
rias primas procedentes de ultramar creció la actividad
industrial en Europa.
— La sociedad estamental
Pese a la expansión del comercio y la industria,
durante el A. Régimen la propiedad y la explotación
de la tierra seguían siendo la fuente de riqueza y
poder.
El mundo contemporáneo hunde sus raíces en
una serie de transformaciones económicas, sociales y
políticas que se fueron gestando en Europa durante
la etapa conocida como Antiguo Régimen (siglos XVI
a XVIII). A finales de este período los cambios salie-
ron a la luz en Europa occidental y en sus colonias de
ultramar. Estas transformaciones recibieron el apo-
yo de un movimiento intelectual, la Ilustración, cu-
yas ideas alentaron una serie de reformas e inspira-
ron las revoluciones con las que se iniciaría el siglo
XIX.
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La diferenciación social en el Antiguo Régimen
estaba determinada, desde la Edad Media, por la per-
tenencia a un estamento. Y a ellos se pertenecía, en
general, por la sangre. La nobleza y el clero eran los
estamentos privilegiados y, como tales, disfrutaban de
privilegios honoríficos, económicos y fiscales de los que
carecía el llamado Tercer Estamento o Tercer Estado
(en ocasiones, también plebeyos).
El Tercer Estado reunía a sectores sociales
muy diferentes: campesinos, burgueses y asalariados
urbanos) que tenían en común la obligación de satisfa-
cer los impuesto reales, señoriales y eclesiásticos
(diezmo).
Por otra parte, los estamentos se fragmenta-
ron en varios grupos en función de la riqueza: alto y
bajo clero, alta nobleza rentista y pequeña noble rural,
burguesía financiera, rentista, industrial y pequeña bur-
guesía (artesanos, profesionales liberales y pequeño
comercio), labradores, pequeños propietarios, aparece-
ros y jornaleros.
2. El Estado absoluto: las monar-
quías de derecho divino.
Una sociedad tan jerarquizada como la del A.
Régimen tenía que contar con un poderoso apoyo políti-
co y religioso. El régimen político dominante en la
mayoría de los grandes estados europeos y asiáticos
era la monarquía absoluta, ligada de forma hereditaria
a una dinastía.
El monarca absoluto presenta los siguientes ras-
gos:
−Encarnaba la integridad del Estado y concentraba
todo el poder político en su persona. A través de sus
representantes y administradores creaba, aplicaba y
ejecutaba las leyes.
−Era un aristócrata, por lo que dentro de la nobleza era
un primus inter pares, es decir, “el primero entre los
iguales”.
−Contaba con un fuerte respaldo religioso, ya que se
consideraba que Dios era el origen el poder del rey
(monarquía de derecho divino). En ocasiones, el sobera-
no se identificaba con el mismo Dios (como en el Impe-
rio japonés), ejercía el poder político y religioso (Imperio
chino, otomano o los Estados Pontificios) o dirigía con
mano férrea a las iglesias (regalismo).
−Su poder no tenía límites legales. En Europa existían
aún asambleas (Cortes o Estados Generales) donde se
reunían los estamentos. En teoría, los Estados Genera-
les autorizaban determinadas decisiones del monarca;
de ahí que este los convocara para establecer nuevos
impuestos o reclutar tropas. Sin embargo, a medida que
el poder de los reyes aumentaba, la convocatoria de los
Estados Generales iba siendo cada vez menos frecuen-
te.
−Contaba con un ejército y una administración cada
vez más costosos, profesionales y permanentes; estos
servicios eran financiados por la propia corona y esta-
ban, por tanto, fuera del control de la nobleza y el clero.
Para obtener financiación, el monarca creaba nuevos
tributos o impuestos (lo que solía provocar el desconten-
to y la oposición de sus súbditos) o pedía préstamos a
determinadas personas (se endeudaba y aumentaba los
problemas de la Hacienda).
— Una excepción: el caso de la monarquía
británica.
En la Europa del A. Régimen, el sistema político
del Reino Unido de Gran Bretaña (formada por los anti-
guos reinos de Escocia y Gran Bretaña) constituía una
excepción. Se trataba de una monarquía limitada,
establecida desde una revolución producida en el siglo
XVII. El Parlamento limitaba los poderes de la corona.
Este sistema derivaría hacia un parlamentarismo en
siglo XIX y triunfaría en casi toda Europa.
En el parlamentarismo una asamblea o parla-
mento representativo (es decir, sus miembros habían
sido elegidos de alguna forma más o menos democráti-
ca) puede derrocar a un gobierno mediante una vota-
ción. El gobierno es, por tanto, responsable ante el Par-
lamento, que controla sus actos. No debe confundirse
con la verdadera democracia: un sistema puede ser
parlamentario sin ser democrático si el derecho al voto
es muy restringido (por ejemplo: tener una renta supe-
rior a determinado dinero o ser propietarios de tierras,
etc.).
El Parlamento británico se compone de dos
cámaras: la Alta o de los Lores (representaban al clero
y la nobleza) y la Baja o de los Comunes
(representaba al Tercer Estado). Además, existían dos
grupos políticos dominantes: los tories (conservadores:
representaban a la Iglesia y a los propietarios rurales) y
los whigs (liberales: representaban a los grupos urba-
nos y las iglesias minoritarias).
3. Los grandes estados a finales
del siglo XVIII.
— En Europa
Existían grandes potencias como Gran Bretaña,
Francia y España que poseían enormes imperios en
ultramar. De ellas, G. Bretaña era la más desarrollada
al poseer un sistema parlamentario, así como un
próspero comercio que era fruto de su poderosa arma-
da. La industria se había desarrollado de forma más
intensa que en el resto del continente.
Francia, que era la gran potencia continental, era
el modelo político, económico y cultural para el resto de
Europa. Atravesaba, no obstante, problemas financieros
por sus constantes guerras, especialmente contra G.
Bretaña.
España, gobernada por la dinastía de los Borbo-
nes, al igual que Francia, era su aliada en contra de los
británicos que solían realizar acciones estratégicas con-
tra los intereses españoles en América, donde poseía
un gran imperio desde el siglo XVI. Portugal solía ser
aliado de los intereses británicos.
Europa Central era un mosaico de pequeños
estados (ducados, condados, principados, pequeños
reinos e incluso repúblicas). Teóricamente se encontra-
ban unificados en el conocido como Sacro Imperio Ro-
mano Germánico, de origen medieval, que solía ser
controlado por la dinastía de los Habsburgo de Aus-
tria. El reino de Prusia comenzó a rivalizar con los do-
minios austríacos por el control del Imperio.
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Italia no existía como país. Se trataba en reali-
dad de una multitud de estados independientes y rivales
entre sí. Existían reinos bajo influencia borbónica
(Nápoles), austriaca (el norte), así como otros como los
Estados Pontificios y las repúblicas independientes de
Génova y Venecia.
En Europa Oriental existían dos grandes impe-
rios: el Ruso, que estaba en pleno proceso de expan-
sión, y el Otomano o Turco que, al contrario, estaba en
claro retroceso.
— El mundo no europeo
En Asia sobresalían dos grandes imperios mile-
narios: China y Japón, gobernados por monarquías muy
tradicionales y autoritarias. Generalmente despreciaban
las influencias extranjeras y mantenían un sistema feu-
dal de escaso desarrollo tecnológico.
En ciertas zonas existían asentamientos europe-
os que eran controlados por su interés comercial: la
zona de Bengala, en la India, por los ingleses o Indone-
sia por los holandeses (Indias Orientales).
En América, Australia y África, las sociedades
aborígenes que todavía no estaba sometidas a los euro-
peos, no contaban con una administración estatal o mili-
tar que les permitiera defenderse de las agresiones ex-
teriores.
4. Las críticas al sistema:
la Ilustración.
— Concepto y pensamiento
Durante el siglo XVIII se desarrolló en Europa la
corriente de pensamiento que conocemos como Ilustra-
ción. Y surge en una Europa que, como hemos visto,
era todavía muy rural, agraria, jerárquica y tradicional.
Sin embargo, se estaban produciendo cambios: la Admi-
nistración y el Estado crecieron, a la par que lo hacía el
comercio y la industria y, con ellos, las ciudades.
Además, se produjo un notable avance técnico y
científico impulsado por grupos de pensadores y escrito-
res. Estos grupos eran minoritarios pero muy influyentes
y recibieron el nombre de ilustrados. Sus innovadoras
ideas reciben, en conjunto, el nombre de pensamiento
ilustrado o Ilustración.
Solían estar vinculados a los nuevos grupos
sociales: industriales, comerciantes, administradores,
funcionarios… es decir, eran fundamentalmente burgue-
ses, aunque no exclusivamente. Los más influyentes
desarrollaron su labor en Francia, extendiéndose rápida-
mente las ideas ilustradas al resto de Europa Occidental
y Central, así como a América.
El pensamiento ilustrado se centra en cinco gran-
des principios:
−Una visión crítica de la sociedad en la que vivían.
Deseaban cambios profundos. Discrepaban, no obstan-
te, sobre el modo de llevarlos a cabo.
−El único motor de los cambios debía ser la razón
humana, en la que confiaban de manera ilimitada. To-
dos los problemas podían resolverse mediante la razón.
−Rechazaban la revelación divina y la tradición co-
mo fuente de conocimiento. Lo consideraban signos
de atraso, superstición y oscurantismo opuestos a la
“luz” de la razón. Era frecuente, por tanto, que atacasen
a las costumbres e instituciones tradicionales (incluida la
Iglesia), la rígida jerarquía social, los obstáculos para el
progreso científico, etc.
−Para ellos la historia de la humanidad es la historia
del progreso humano que hacía a las sociedades cada
vez mejores.
−Para hacerse efectivo este progreso, la base de su
sistema social era el principio de que todos los seres
humanos nacen libres e iguales en derechos y su
objetivo debía ser la búsqueda de la felicidad.
A pesar de lo avanzadas que eran estas ideas,
los ilustrados eran, en general, reformistas moderados.
Algunos monarcas europeos accedieron a nom-
brar como asesores a ciertos ilustrados para poner en
práctica las ideas nuevas. Se realizaron, por tanto, tími-
das reformas de modernización que, en realidad, busca-
ban aumentar su poder a costa de la aristocracia, el
pueblo llano o los países rivales. Este espejismo de
cambio y modernización recibe el nombre de despotis-
mo ilustrado (que fue llevado a la práctica por reyes
como Carlos III en España, Catalina II en Rusia, Federi-
co el Grande en Prusia o Luis XVI en Francia).
Sin embargo, las ideas ilustradas podían ser
revolucionarias si se llevaban hasta sus últimos
consecuencias e inspiraron a una nueva generación de
ideólogos y reformistas que, ya a finales del siglo XVIII,
y especialmente durante el XIX, se atrevieron a desear
una verdadera transformación de la sociedad.
— Las raíces del pensamiento ilustrado
El origen de la Ilustración hay que buscarlo en
cierto pensadores británicos del siglo XVII. Lo más im-
portantes fueron Thomas Hobbes y John Locke. Am-
bos coinciden en las siguientes ideas:
−La sociedad era el resultado de un contrato volunta-
rio entre un gran número de individuos; los firmantes
de este contrato esperaban obtener bienestar y felicidad
personal y, a cambio, cedían voluntariamente parte de
su libertad natural.
−El mejor sistema político y social sería, por tanto,
aquel que garantizase la felicidad, la seguridad y la
propiedad privada al mayor número de personas posi-
ble.
No obstante, Locke y Hobbes discrepaban sobre
cuál sería el mejor sistema de gobierno. Para Locke era
una monarquía limitada (similar a la ya existente en G.
Bretaña), mientras que para Hobbes lo era la monarquía
absoluta.
Locke avanzó a distinguir dos poderes: el legis-
lativo (que elabora leyes) y el ejecutivo (que las pone
en práctica). Para él, ambos poderes debían estar sepa-
rados para evitar abusos de poder.
— La Ilustración francesa
Los ilustrados franceses del siglo XVIII son consi-
derados los “clásicos” pues sus ideas son la base de
este movimiento. Aunque no formaron una escuela, casi
todos participaron en una obra conjunta: la Enciclope-
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dia, dirigida por Diderot y D'Alembert (1751-1772) y que
sirvió para difundir las nuevas ideas.
Además de Voltaire, destacan sobre todo dos por
sus planteamientos políticos:
- Montesquieu (El Espíritu de las leyes, 1748), de ori-
gen aristocrático. Propone un sistema de gobierno basa-
do en una monarquía constitucional. Debe existir una
separación de poderes: los dos ya enunciados por Loc-
ke, además de uno nuevo: el judicial, que vela por el
cumplimiento de las leyes. Para él, estos poderes deben
recaer en instituciones diferentes (ejecutivo=rey, legisla-
tivo=Parlamento y judicial=tribunales).
- Rousseau (El contrato social, 1762). De origen peque-
ño-burgués. Propone un sistema político democrático
puro y aclama la soberanía popular: sólo es legítimo
obedecer a las leyes que uno mismo ha aprobado. Por
ello, cree en la igualdad social y en la existencia de una
asamblea de ciudadanos que ostente el verdadero po-
der del Estado. Su pensamiento influyó notablemente en
la Revolución Francesa y en los socialistas y anarquis-
tas del siglo XIX).
— El pensamiento económico: de la fisio-
cracia al liberalismo
De forma paralela, aparecieron nuevas doctri-
nas económicas que superaban la simplicidad del
mercantilismo. Pensadores como Quesnay o Turgot,
abogaron por un cambio de rumbo de las políticas
económicas de los estados. Estas nuevas ideas reciben
el nombre de fisiocracia.
Para los fisiócratas, la riqueza proviene de la
naturaleza y, más concretamente, de la tierra.
Además, la economía tenía unas leyes naturales en las
que los estados no debían interferir: la mejor política
económica sería la que no pusiera trabas al libre desa-
rrollo del comercio y de la industria y permitiera la acu-
mulación de beneficios y el ejercicio de la propiedad
privada.
El lema de los fisiócratas fue: laissez faire, lais-
sez passer, le monde va de lui-même.
A partir de estos puntos de vista, se desarrolló el
Gran Bretaña el liberalismo clásico (o economía de
libre mercado), cuyo padre y fundador fue Adam Smith
(La riqueza de las naciones, 1776).
Smith propugnaba (al igual que otros teóricos de
la época, como David Ricardo) que la búsqueda del
interés de cada individuo conduciría de forma inevita-
ble al bienestar general y el aumento de la riqueza de
toda la sociedad. El trabajo era la fuente principal de
la riqueza.
Los estados debían favorecer la iniciativa privada
y generar las condiciones que la posibilitaran, estimulan-
do el mercado libre (librecambio) y el enriquecimiento
de los individuos a través del trabajo asalariado
(capitalismo).
Estas ideas destruían el fundamento mismo de
la sociedad del Antiguo Régimen pues mostraba a los
estamentos privilegiados como improductivos (no pro-
h