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Distribuye: 
• ~an Pablo, distribución 
Ferrenquín a la Cruz de Candelaria 
Edif. Doral Plaza, Local 1 
Apartado de Candelaria 14.034, Caracas 1 O 1 I -A 
Telfs .: (02) 573.63.46-576.76.62-573.64.75 
Fax: (02) 576.93.34 
© SAN PABLO, 1999 
Ferrenquín a la Cruz de Candelaria 
Edif. Doral Plaza, Local 1 
Apartado I 4.034, Caracas 101 I -A, Venezuela 
Telfs.: (02) 573.63.46- 576.76.62- 573.64.75 
. Fax: (02) 576.93.34 
E-mail: spediciones@eldish.net 
Web site: http/www.stpauls.it/ven/ 
Impresión: SAN PABLO 
Impreso en Venezuela 
Depósito legal Nº If5621999370 !699 
1 
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PRESENTACIÓN 
Se ha convertido ya en un Jugar común el afirmar, ante la velo­cidad 
y profundidad con que hoy se producen Jos cambios en los 
ámbitos más diversos, que vivimos un Cambio de Epoca más que 
una Epoca de cambios. Es verdad que, en la historia humana, siem­pre 
ha habido cambios. La novedad consiste en la rapidez e intensi­dad 
de dichos cambios. Hoy todos somos hijos de nuestra época más 
que de nuestros padres. Las mutaciones políticas, técnicas, científicas, 
culturales y sociales se van incorporando a un ritmo tan vertiginoso . 
que, en palabras de Carande/1 (en Pérez Gómez, 1997, 50) "ni siquiera 
nos deja tiempo de asumir nuestras perplejidades". Es/o que expresa­ba 
con contundencia lacónica aquel grafjiti del mayo francés: Cuan­do 
me había aprendido las respuestas, me cambiaron las 
preguntas. Hasta tal punto es esto derto, que el propio cambio, es 
decir, lo novedoso y original se convierten en el valor fundamental. La 
vida económica y profesional contemporánea exige no sólo adaptar­se 
a la nueva situación, sino prepararse para vivir permanentemente 
adaptándose a las exigencias del proceso de cambio continuo . 
Si las generaciones anteriores nacían y vivían en un mundo de 
certidumbres y valores absolutos en el que los cambios eran a un rit­mo 
tal que podían asimilarlos con naturalidad, hoy sentimos que el 
vértigo de los cambios recientes nos asoman a un mundo desconoci­do, 
misterioso, extremadamente complejo, y que, en consecuencia, 
se hunden bajo nuestros pies muchas de nuestras viejas certidumbres 
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y seguridades. De ahí quE~ como plantea José María Moretones (1998, 
8): TI apellído que acompaña a toda fa realidad actual es el de com­plejidad. 
La realidad se nos presenta significativamente muy plural y 
entrelazada como una maraña con muchos cabos. Frente a otros 
momentos hÍstóricos y culturales, las explicaciones actuales han per­dido 
la simplicidad. Hoy, en nuestro mundo tardomoderno, nada es 
simple ni unívoco ni unilíneal, ni responde a una única causa. Esta­mos 
rodeados por la complejidad". Y la complejidad conduce a la 
inestabilidad, a la ausencia de claridad, a la incertidumbre. Hoy nin­guno 
de nosotros podemos imaginar el futuro cercano, no somos ca­paces 
de responder y por ello cada vez nos atrevemos menos a plan­tear 
la pregunta fundamental de "¿a dónde vamos ?"y nos asoma­mos 
con temor y temblor al horizonte insospechado que nos presenta 
la revolución de la informática, las nuevas biotecnologías, la clonación 
el genoma humano, la proliferación de las armas nucleares, las nue­vas 
enfermedades, la acumulación de desechos tóxicos, el recalenta­miento 
del planeta y efecto invernadero, y en general, el deterioro 
ecológico que pone en peligro real/a desaparición de la especie hu­mana 
o incluso la vida sobre la Tierra. 
Nunca, en verdad, hemos ido tan rápido a ningún lado. 
De ahí que, y como ya anotamos más arriba, los tiempos ac­tuales 
se nos presentan cargados de incertidumbre. Nos vemos "sin 
rÚmbo" {l. Ramonet) y 'sin proyecto" (S. Nora). Edgar Morin propone 
que debemos "movernos en medio del azar y del ruido'~ Odavio Paz 
plantea que "estamos condenados a buscar la razóá de la sinrazón'~ 
y Salvador Pániker nos advierte la necesidad de aprender a vivir en la 
oscuridad. 
La incertidumbre crea inseguridad y angustia, resulta difícil ha­cer 
planes, pero también ofrece la posíbílídad de crea0 de propone!'¡ 
de inventa0 de nacer ele nuevo. La incertidumbre es compañera de la 
libertad y cómplice de la creación. Sí bien suele asociarse al miedo, 
podemos, con un simple cambio de las vocales, convertirla en medio 
ele creación y proposición, transformar la tensión en tesón para asu­mir 
con vigor y contundencia nuestra vocación de sujetos históricos. 
Por todo esto, a los genuinos educadores, que somos militantes de la · 
6 
esperanza, ios tiempos actuales se nos presentan preñados ele posibi­lidades, 
convocan nuestra osadía y nuestra vocación de entrega y de 
servicio. Nunca como hoy se ha evidenciado con mayor radicalidad 
el poder transformador y creativo del ser humano, que si bien es ca­paz 
de ocasionar un holocausto cósmico, también es capaz de lograr 
una vida digna y plena para todos. Nunca como hoy hubo mayor 
conciencia de los derechos humanos ni se le dio tanta importancia a 
la educación. Si la humanidad avanzó larga y penosamente de la 
Epoca muscular a la Epoca de la energía, hoy nos estamos 
adentrando con pasos cada vez más firmes en la Epoca del Conoci­miento. 
Pero sólo podremos desempeñar apropiadamente nuestra 
misión de educadores, si nos adentramos con valor en nuestro mun­do 
y tratamos de comprender las fuerzas, movimientos y tensiones 
que lo sesgan y configuran. Sólo si conocemos bien, poclremos ayu­dar, 
cambia( orientar desde nuestra visión de educadores compro­metidos 
con la genuina humanización de todos, el rumbo necesario. 
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El FENÓMENO DE LA GlOBAUZACIÓN: 
CIUDADANOS DEl MUNDO E HIJOS DE lA ALDEA 
La globalización es una metáfora que expresa la ruptura 
de lo local y la mundialización de todas las esferas de la activi­dad 
~lUmana. Hoy somos todos corresponsables e interdepen­dientes 
y es imposible el aislamiento y la verdadera autonomía. 
Todo lo que sucede en cualquier rincón del planeta de algún 
modo nos atañe. Nos hemos convertido en ciudadanos del mun­do, 
sin dejar de ser hijos de la aldea. Los procesos sociales se ·. 
imponen desde una perspectiva global y traen consigo cambios 
vertiginosos en las relaciones económicas, políticas y culturales. 
De ahí que no sólo se han derrumbado las fronteras financieras 
y se ha globalizado la economía, sino que hay una planeta­rización 
de la información, la cultura, los problemas, las costum­bres 
y modas. Las fluctuaciones de la bolsa en los países asiáti­cos 
arrastran la seguridad de las economías mundiales, los capi­tales 
financieros golondrinas pueden hundir en cuestión de mi­nutos 
la recuperación financiera de algunos países y las velei­dades 
amatorias de Clinton o la intransigencia de Sadam Husein 
o Milosevic pueden provocar una subida o una bajada impre­sionante 
en los precios del petróleo. o incluso ponernos al filo 
de una terrible confrontación bélica. El mismo día se ven las 
mismas noticias (desde la perspectiva e intereses de los países 
del Norte: los países del Sur sólo son noticia sin son devastados 
por un huracán o sucede alguna calamidad mayúscula} y los 
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mismos videoclips en todos los rincones del mundo, se ext1iben 
los mismos ídolos del deporte o la moda, se consumen las mis­mas 
llamburguesas y refrescos, se nos induce a comprar deter~ 
minados jeans o a distinguirnos con cierta tarjeta de credito. La 
globalización representa, en defin itiva, el triunfo del capitalismo 
norteamericano y la imposición de su modo de vida. Se ha 
globalizado la hamburguesa, impera la dictadura del fast toad, 
de las bebidas Jight. El mundo se ha cocafizado, se ha macdo­nalizado, 
se ha convertido, en breve, en una aldea global, don­de 
todos en cierta forma nos conocemos, pensamos de un modo 
semejante y aspiramos a lo mismo. E! viejo sueño de unificar el 
mundo, que ya lo intentara Alejandro Magno, parece estarse 
realizando. En esta aldea planetaria, la mundialización de todas 
las esferas de la actividad humana adquiere dimensiones nun­ca 
vistas. La caída de los muros, la supresión de las barreras 
económicas y financieras, los avances de la ciencia y la tecnolo­gía, 
las increíbles perspectivas abiertas por la información y la 
comunicación universal, nos lanzan a un universo prodigioso y 
desconocido. "Los massmedia o multimedia nos están haciendo 
real y verdaderamente coetáneos de nuestro mundo. Por fin 
. tenemos conciencia de lo que sucede en cualquier rincón de ,(" 
7J nuestro globo, y de que éste es uno" (Mardones, 1998), sin im-portar 
que los destinatarios de esta invasión cultural vivan en 
una residencia de lujo o en un rancho miserable. 
Como nos ha planteado el P. General de los Jesuitas, Peter 
Hans Kolvenbach (1998), "la globalización como tal no implica 
una connotación negativa; más bien ofrece inmensas posibilida­des 
para el desarrollo de la humanidad. Pero cuando no se respe­tan 
los valores más fundamentales de la persona humana -como 
ocurre en el campo económico con la absolutización del libre 
mercado-, la globalización resulta verdaderamente nefasta". 
A continuación, vamos a tratar de adentrarnos críticamente 
en el proceso de la globalización para desentrañar sus basa­mentos 
económicos, políticos y culturales, con la idea de ir 
gestando desde la educación, una cultura que globalice tam- 
10 
lllén la justicia, la solidaridad, la verdmiera t1ermanclad. Es evi­dente 
que, como educadores, no podemos vivir de espaldas a 
la realidad. La educación (Kolvenbach, 1998) no puede sustraer­se 
a la g!oballzación y al fenómeno ele! mercado. Más aún, la 
educación corre el riesgo de reproducir en su ámbito los mis­mos 
efectos perversos que se están produciendo en el terreno 
{- -< económico: concentración del saber y del poder en unos pocos, 
exclusión de los débiles, aumento de las diferencias, inversión 
de valores. El discurso de la calidad, la competencia y la eficien­cia 
- insoslayables en nuestros clías- , puede de hecho lograr 
efectos contrarios a los pretendidos, en beneficio de unos y per- 
/ juicio de otros. En la nueva sociedad del conocimiento, el abis­mo 
entre quienes saben y quienes no saben, se acentúa cada 
día más. Los pobres siempre pierden en la carrera del libre mer­cado. 
Y como planteara hace ya años su santidad Juan Pablo 11 
(Encíclica Centesimus Annus, 33}. "para los pobres, a la falta de 
bienes materiales se ha añadido la del saber y la del conoci­miento". 
De aquí el deber que tenemos los ~q_l:f_~ad~res C<2__mpr~~e­tiqg_~~ 
QD_kl_ demo_c:racia, la justicia y_la frat~rnLq~Sl_9~_ co_no_cer 
nue~!ro actua_!_ m~Qdo p_ara 12_Q_sl~~ont ciQ_!:i_!!_-ª-._ transfo!_marlo. El 
víe]o discurso revolucionario, nacido de una realidad que ya no 
existe, puede resultar hoy tremendamente reaccionario. Como 
también lo es la resistencia al cambio. Es cierto que asumir el 
cambio conlleva la posibilidad de equivocarse, pero es igual­mente 
cierto que, si no cambiamos y seguimos haciendo las 
cosas del mismo modo, viviremos equivocados. Si no somos 
capaces de entender las exigencias actuales de un nuevo mo­delo 
educativo y no leemos críticamente las reformas educati- 
-vas que a nivel mundial se vienen adelantando porque la es- 
( 
cuela actual no sirve ya a las exigencias de la economía 
 globalizada, no será mucho lo nuevo que podremos aportar. ' · 
,, Voceando nuestra fidelidad al pueblo pobre y excluido, pode-rnos 
con nuestra buena voluntad y nuestra entrega generosa 
seguir contribuyendo a mantenerlo en su situación. En nuestros 
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tiempos actuales donde ya se adentra con pasos firmes el nue· 
vo milenio, los genuinos educadores necesitamos, además de 
voluntad y capacidad de servicio, una nueva teoría crítica que 
nos posibilite, desde la comprensión de la actual, la gestación 
de una democracia integral y de una nueva escuela abocada a 
su gestación. 
Como aporte a esa necesaria comprensión, vamos a pre­sentar 
algunos elementos que nos ayuden a entender la nueva 
realidad. En primer lugar presentaremos del modo más claro 
posible, el proceso económico y político de la globalización, para 
posteriormente desarrollar con más detalle el proceso cultural 
de la postmodernidad que como educadores nos atañe directa­mente. 
1.1. Análisis económico de la globalización: 
la productividad, eje de la economía globalizada 
La nueva economía se orienta fundamentalmente a 
maximizar la producción, la rentabilidad y la ganancia. De ahí 
el énfasis en lo pragmático y utilitario. Todo aquello que no pro­duzca 
un beneficio inmediato no tiene ningún sentido ni valor. 
Actividades como la solidaridad, el servicio, la reflexión, el silen­cio 
... , aparecen como desprovistas de sentido, trasnochadas, 
demodés. Son buenas tal vez para la retórica humanista, algo 
que es conveniente decir en ciertos discursos, pero que no hay 
que tomar demasiado en serio, ni organizar la vida sobre ellas si 
uno quiere triunfar y tener éxito. 
La productividad a su vez, se fundamenta sobre todo en la 
competitividad, palabrita muy de moda que resume la vieja moral 
.. purÚari'a del'b~raén, la disciplina y el individualismo. "Ser compe­titivo 
-y estas son palabras de Mardones (1998)- significa tra­bajar 
duro, meter los codos y hacerse con un puesto en esta 
sociedad. Es el slogan que resume el evangelio del neoli­beralismo", 
la buena noticia, la verdad suprema que hay que 
buscar y defender a toda costa. 
12 
La competitividacl extrema lleva a un tomento y alabanza 
el el individualismo. Hoy día el egoísmo que triunfa aparece como 
el valor absoluto, como la virtud principal que hay que cultivar 
para ganar el cielo de las sensaciones infi nitas. El modelo actual 
de desarrollo, lo que más desarrolla es el egoísmo. No importa 
que en esta sociedad de la competencia extrema, sólo sobrevi­van 
los más fuertes. Los perdedores lo hacen por su culpa: por 
su falta de formación, de empuje o de disciplina. Los pobres son 
pobres porque son flojos y no les gusta trabajar. Cada uno vive 
como se merece. Todo el mundo, -se dice y se repite sin el me­nor 
pudor-, tiene las mismas oportunidades para competir en 
el mercado, ignorando por completo las diferentes realidades 
sociales, económicas y culturales, lo que equivale a poner en el 
mismo ring a un superpoderoso peso completo con un peso 
mosca debilucllo y enfermo. De este modo, la actual sociedad 
apoya y fomenta una especie de selectividad de los más fuertes 
o de los que están en capacidad de adaptarse mejor a las reali­dades 
del mercado, con lo que estamos implantando una espe­cie 
de darwinismo social y moral, abandono total del hombre 
como compañero y hermano y seguimiento de la filosofía del 
hamo homíní lupus de Hobbes, el hombre un lobo para el hombre. El 
hombre meramente oeconomícus, prototipo de esta sociedad de 
la productividad y de la competitividad extremas es un ser asocial, 
que ve al otro como enemigo, como rival, como lobo. 
Sí antes decíamos que todo aquello que no se puede tra­ducir 
en beneficio económico no tiene ningún sentido ni valor 
("sólo vale", lo que genera productividad y ganancia), al mismo 
tiempo todo se permite con tal de obtener el beneficio econó­mico. 
Entramos así en el relativismo moral del todo vale si, en 
definitiva, sirve al objetivo de la rentabilidad personal, grupal o 
nacional, sin importar las consecuencias, la deshumanización 
que provoca, la esclavitud que ocasiona. El precio de una frane­la 
(Galeano,1998, 180) con la imagen de la princesa Pocahontas, 
vendida por la casa Disney, equivale al salario de toda una se­mana 
del obrero que ha cosido esa camiseta en Haití a un ritmo 
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de 375 camisetas por hora. La cadena McDonaicrs (que, por 
cierto, en todo el mundo les tiene prohibido a sus trabajadores 
sindicalizarse), regala juguetes a sus clientes infantiles. Esos ju­guetes 
se fabrican en Vietnam, donde ios obreros trabajan diez 
horas seguidas, en galpones cerrados a cal y canto, por un suel­do 
de 80 centavos de dólar. En 1995, la cadena de tiendas GAP 
vendía en Estados Unidos camisas made in El Salvador. Por cada 
camisa vendida en 20 dólares, los obreros salvadoreños reci­bían 
18 centavos. 
Todo, en definitiva, incluyendo las personas, se convierte 
en mercancía que adquiere su valor de cambio en el trueque 
comercial. Como expresa Pérez Gómez (1998), el valor de cada 
objeto, comportamiento o idea depende fundamentalmente de 
su valor de cambio en el mercado. Por lo tanto, en principio, 
todo tiene cabida en el amplio territorio de los intercambios, 
do'nde se mezcla sin identidad al abrigo de la crítica intelectual 
o moral. En el mismo sentido se pronuncia Castoriadis al consi­derar 
que es imposible subestimar el crecimiento del eclecticis­mo, 
el collage, el sincretismo invertebrado y sobre todo la pérdi­da 
del objeto y del sentido. Los fines justifican los medios y cual­quier 
medio es aceptable y bueno si nos lleva a la consecución 
de los objetivos previstos. Los resultados pueden identificarse, 
medirse y evaluarse con rigor. Como nos recuerda Lyotard (1989), 
"en un universo donde el éxito consiste en ganar tiempo, pen­sar 
no tiene más que un solo defecto pero incorregible: hace 
perder el tiempo, no es eficiente". La obsesión por la eficacia se 
desliga incluso de la calidad de los resultados primando de 
manera indiscutible la rentabilidad sobre la productividad. La 
especulación financiera, la destrucción de productos agrícolas, 
la corrupción política son claros ejemplos de la extensión y legi­timación 
social de esta obsesiva búsqueda de la rentabilidad y 
el beneficio a corto plazo. La eficacia deviene pura eficiencia. 
Una economía orientada a maximizar la productividad y 
rentabilidad tiene que favorecer al mismo tiempo para su pro­pia 
sobrevivencia el consumo ilimitado. Consumo no tanto de 
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Jos productos orientados a cubrir las necesidades báslcas de la 
gente, -por primera vez en la historia, la humanidad podría, sí 
se lo propusiera, por su desarrollo tecnológico acabar con el 
hambre y satisfacer las necesidades primarias de toda la pobla­ción 
mundial-, sino u~¡_ consumo orientado a satisfacer los ca­prichos 
que la propia sociedad crea y recrea permanentemente 
en esta vorágine de cambio permanente, de trivial idad, de lo 
efímero, de hacernos consumidores de las nuevas necesidades 
que nos van creando una y otra vez. La televisión se encarga de 
convertir en necesidades reales las demandas artificiales que el 
mercado inventa sin descanso. La lógica del consumo es la de 
la droga. Cuanto más se consume, más se necesita consumir. 
Las cosas duran poco para que el hábito que producen dure 
mucho y el des-eo de comprar y volver a comprar permanezca. 
La cultura del consumo (Galeano, 1998, 272}, "cultura de lo efí­mero, 
condena todo al desuso inmediato. Todo cambia al ritmo 
vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de 
vender. Las cosas envejecen en un p~npadeo para ser reempla­zadas 
por otras cosas de vida fugaz". 
Es la cultu ra de lo desechable, del "use y bote", del cambio 
permanente, donde el envoltorio es mucho más importante que 
el contenido, la cultura de vivir en un ajetreo permanente para 
responder á las exigencias de una moda que, para su propia 
sobrevívencia, necesita renovarse sin cesar. Es la cultura de la 
imagen efímera, del video-clip, del zaping televisivo que, me­diante 
el control, nos permite cambiar permanentemente de 
canal y disfrutar de varios programas al mismo tiempo: un par­tido 
de pelota, un noticiero del éxodo y hambruna de un pueblo 
africano, un desfile de modas y una película dramática. Vivimos 
en permanente agite, estresados y agotados, sin atrevernos a 
plantear la pregunta fundamental de a dónde vamos. Nunca 
como hoy, como ya dijimos, la humanidad había viajado a tal 
velocidad hacia ninguna parte. 
Cada vez más el hombre se vuelve dependiente de los 
objetos que crea. Los objetos no son ya producidos para satisfa- 
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cer sus necesidades, sino que las necesidades son proclucilias 
para satisfacer los objetos. La ética, en definitiva, se transforma 
en una estética de la seducción: convencernos de que necesita­mos 
comprar, obtener, el objeto último del mercado en esta 
carrera indetenible dei cambio permanente. Un ejemplo cla­ro 
ele esto sería lo que está pasando con los teléfonos celula­res 
o con cualquier aparato o instrumento que nos proporcio­na 
una tecnología orientada a satisfacer. las necesidades 
siempre renovadas y siempre insatisfechas del consumo. Hoy, 
el celular más que responder a una necesidad de comunica­ción, 
es un símbolo de status y prestigio. De ahí que lo impor­tante 
ya no es tener teléfono celular, sino tener el último mode­lo, 
el más pequeño, y esperar que suene en el momento más 
inesperado o en el lugar más inverosímil (cines, salas de confe­rencia, 
iglesias ... , por supuesto, irrespetando al público que 
no tiene por qué ser agredido ele ese modo) para que todo el 
mundo pueda sentir que eres una persona moderna e impor­tante, 
solicitada con urgencia, poseedora del último grito de la 
moda en celulares. Con tanto desarrollo tecnológico para co­municarnos, 
nunca la humanidad vivió más incomunicada. Sí, 
necesitamos llamar y ser llamados a cualquier hora o en cual­quier 
lugar, decir que ya hemos salido de la oficina o del traba­jo, 
que ya hemos llegado al aeropuerto, que estamos en cami­no 
... , pero luego, cuando llegamos a la casa, no tenemos nada 
profundo que comunicar con la persona a la que continuamen­te 
nos sentimos impelidos a llamar y, después de los saludos de 
rigor, nos ponemos a ver televisión, en el mejor de los casos 
juntos, por lo general, en televisores y programas diferentes. La 
apariencia de la comu-nicación, la expresión continua de lo ba­nal, 
de lo trivial, la cháchara superficial y hueca, está impidien­do 
la profunda comu-nicación, la apertura al otro, la comunión. 
Incapaces de estar en silencio, y por ello incapaces de refle­xionar, 
vivimos unas relaciones atrapadas en la palabrería, la 
apariencia, la super-ficialidad. La forma de expresarse es mucho 
más importante que el contenido. Lo importante es hablar y 
16 
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aparentar que se habla, aunque no se tenga nada importante 
que decir. 
Por ello, como plantea Pérez Gómez (1997, 56-57), es abru­mador 
el poder de la apariencia, la opresión de lo efímero y 
cambiante, ia dictadura del diselio, de las formas: "Las exigen· 
cias del mercado en !a vida cotidiana y en particular por me­dio 
de !.a publicidad audiovisual confunden cada vez más pro­fundamente 
el ser y el parecer: las apariencias sustituyen a la 
realidad al conseguir el efecto pretendido; y a su vez la realidad 
insatisfecha o insatisfactoria pugna por convertirse en la apa­riencia 
del modelo exitoso. La ética se convierte en pura estéti­ca 
al servicio de la persuasión y seducción del consumidor y por 
supuesto, el contenido desapárece de la escena para dejar paso 
triunfal a las formas autosuficientes. Las modas, configuradas 
por puras apariencias, se convierten en criterios de valor para 
definir la corrección del comportamiento en los más diversos 
campos de actuación: el arte, la política, el vestido, el diseño, la 
vida profesional, el ocio .. . La exaltación de las formas, de las 
apariencias, de los envoltorios, de la sintaxis, se produce a costa 
de los significados, de los contenidos, ya sea para ocultar la 
ausencia de los mismos o para camuflar la irracionalidad de los 
mensajes, la cultura de la apariencia se convierte en un podero­so 
eje de la cultura social que arraiga con fuerza en la juventud 
por el atractivo de los estímulos que utiliza, relacionados direc­tamente 
con la naturaleza concreta de los sentidos, con el con­tenido 
directo de la percepción más sutil y diversificada ... Cuan­do 
la sustitución de la realidad por las apariencias observables 
invade el terreno de las relaciones profesionales e incluso per­sonales, 
la vida de los individuos se convierte en una continua 
actuación". 
Vivimos, en definitiva, la vida como actuación. No somos 
ya autores de nuestro proyecto vital; sino meros actores de un 
guión que escribieron los sacerdotes principales del dios merca­do, 
cuyos templos fabulosos son hoy los shopping centers o 
shopping malls, a los que acuden muchedumbres en verdadera 
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peregrinación. Los shoppingcenters, reinos de la fugacidad, ofre­cen 
la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos existen fuera del 
tiempo, sin raíz, sin noche y sin día, sin memoria, y existen fuera 
del espacio, más allá de la turbulencia de la peligrosa realidad 
del mundo (Galeano, 1998, 272). 
Los nuevos sacerdotes del mercado determinan cómo de­bemos 
vestí( sentir, hablar, reír, comer, hacer el amor; qué ca­rro 
debemos manej ar, con qué celular debemos hablar, qué tar­jeta 
de crédito poseer. Espían nuestros gustos, nuestros sueños 
más íntimos, nuestras fantasías, analizan nuestras compras, para 
bombardearnos con su publicidad. Si tll compras algo por 
-internet, con seguridad te ofrecerán por correo electrónico enor­mes 
listados de productos pues conocen ya tus gustos o tus 
perversiones. Como ha escrito Galeano (1998, 274L "resulta cada 
vez más difíci l, por ejemplo, que un norteamericano pueda man­tener 
en secreto las compras que hace, las enfermedades que 
padece, el dinero que tiene o el dinero que debe; a partir de 
estos datos, no es difícil deducir qué nuevos servicios podría 
contratar, en qué nuevas deudas podría meterse, y cuántas co­sas 
nuevas podría comprar". 
Bajo la ilusión de que vivimos plenamente la vida, somos, 
en definitiva, vividos por los demás, La libertad se viene enten­diendo 
cada vez más como la capacidad de responder a las 
sugerencias y orientaciones del mercado y a la satisfacción del 
instinto continuamente estimulado por él. Ya no se trata, en con­secuencia, 
de hacer lo que uno piensa o quiere, sino responder 
a los pensamientos y decisiones de los demás, o a las exigen­cias 
del instinto. La libertad se convierte en su opuesto: la total 
dependencia, la esclavitud al mercado o al capricho, la vivencia 
de un hedonismo que se refleja en palabras de D. Bell en "la 
idea de placer como modo de vida" y la "satisfacción del impul­so 
como modo de conducta". En este sentido, y como asoma­mos. 
antes, los animales, que actúan siempre en respuesta a sus 
instintos, se convertirían en el ideal de este especie de libertad 
atrofiada. 
18 
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Llevado a su extremo, el cambio como va lor absoluto im­plica 
entrar en una arrolladora vorágine del cambio permanen- 
. te. Cambio de carro, cambio de televisor por otro de más pulga­das, 
cambio de zapatos y ropas (algunos consideran una verda·· 
dera "raya" que lo vean con el mismo traje o vestido dos veces. 
La ropa no responde ya a la necesidad de cubrir el cuerpo o 
estar abrigado, sino a la necesidad de aparentar y de que me 
vean con nuevos trajes o modelos), cambio ele nariz, cambio de 
hombre o de mujer. Todo, incluyendo las personas, se utiliza 
como medio para lograr mi satisfacción y expresar mi superiori­dad. 
El mercado que vive del cambio permanente (y por ello, de 
la necesidad de cambiar), no produce ya para satisfacer necesi~ 
dades, sino para obtener beneficio provocando el deseo del 
consumo ilimitado y por ello siempre insatisfecho: "Se vive el 
instante como trampolín hacia un futuro inmediato de sorpresa 
y cambio que promete mayor novedad ahogando las posibili­dades 
de disfruta r la sorpresa presente. Además de producir 
anemia, ansiedad e jnsatisfacción, la tendencia al cambio per­manente 
provoca fácilmente el desinterés y el hastío. La origi­nalidad 
y la novedad o la necesidad del cambio por el cambio 
conduce inevitablemente a la rutina de la misma originalidad, a 
la banalidad de la búsqueda" (Pérez Gómez, 1998, 58). Siempre 
ávidos y siempre insatisfechos, las personas van de objeto en 
objeto, y antes de disfrutar lo re cién adquirido ya están pensan­do 
en lo nuevo que necesitan. Los objetos mandan en las perso­nas 
y se han enseñoreado de sus corazones. Es la locura de un 
mundo al revés. Como ha ridiculizado magistralmente Eduardo 
Galeano, los automóviles manejan a las personas y son los due­ños 
de las calles, las computadoras programan la vida, el televi­sor 
mira y habla a las personas y se ha convertido en el perso­naje 
más importante de la familia, la gente vive para comprar 
en vez de comprar para vivir. 
El ideal a alcanzar es el individualismo consumista. El con­sumo 
como experiencia vital: consumo, Juego existo. Consumo 
de servicios, de bienes, de estéticas y de status. Para ello hay 
19
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que sudar y luchar, competir y adaptarse. El paraíso prometido 
será poseer, degustar sensaciones, consumir y volver a consu-· 
miren una variación cuasi instantánea, sin término. La realiza­ción 
de la vida se reduce en definitiva a tener y aparentar que 
se tiene. El ser queda aplastado por el poseer y el aparenta r. 
Esta cu ltura, sin embargo, produce un cierto cansancio, 
una especie de hartazgo, hartazgo de poseer cosas, de buscar­las, 
de sentirse a veces, en los pocos momentos de intimidad, 
utilizado, manejado, llevado de aquí para allá. La carrera loca 
por el tener, conduce inevitablemente a la insatisfacción del ser. 
Cuanto más se tiene, más se necesita, más se quiere. De ahí que 
la gordura corporal y la depresión y el sinsentido son los com­pañeros 
fieles de la cultu ra del consumo. A pesar de tantas die­tas, 
de tantos refrescos light, y alimentos jatjree, la obesidad es 
uno de los problemas mayores de los norteamericanos: Un gran 
porcentaje pasa diariamente cuatro horas ante el televisor, de­vorando 
toneladas de comida chatarra para calmar su ansie­dad. 
Y no es casual que los estadounidenses, que sólo represen­tan 
el 5% de la población mundial, consuman la mitad de las 
drogas y tranquilizantes legales y más de la mitad de las drogas 
ilegales. 
Por eso, los mejores espíritus sienten cada vez más la ne­cesidad 
del silencio, de un distanciamiento reflexivo, que les 
permita encontrarse consigo mismo y plantearse la pregunta 
fundamental del sentido de la vida. Hay un intento, todavía tí­mido 
y que se expresa de rnúltiples formas, de vuelta a la senci­llez, 
con pocas cosas, al ansia de solidaridad con los margina­dos 
del festín de las sensaciones. La mayoría, sin embargo, si­gue 
atrapada en la seducción consumista de meras sensacio­nes, 
imaginando que vive pero sin atreverse a vivir. 
1.1.1. El mercado, único regulador 
Esta economía de la competitividad se debe dejar al libre 
juego del mercado. El Estado se achica, hasta prácticamente 
desaparecer y en ningún modo -así opinan los defensores del 
20 
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neolibera!ísrno "salvaje", afortunadamente ya en declive ante la 
constatación ele las terribles consecuencias que J·m ocasionado, 
·como veremos más adelante, esta mentalidad y política econó­mica- 
debe meterse a regular ln economía ni a compensar las 
diferencias o remed iar las clistorsíones. Se acabaron los protec­cionismos, 
subvenciones y subsidios. Ante la estrepitosa caída 
de los socialismos reales, hoy aparecen como tot almente sin 
sentido las políticas del Estado Benefactor, de un Estado aboca­do 
a garantizar los derechos fundamentales de las personas, 
entre ellos los de sa lud, educación, vivienda, trabajo. Como el 
social ismo real fracasó, hay que erradicar de una vez el ideario 
socialista, un verdadero estorbo para el pleno desarrollo de la 
economía. De este modo, en palabras de Michel Camdessus, 
Director Genera l del Fondo Monetario Interna cional, "hemos 
pasado de un fundamental ismo del Estado, a un fundamenta li s­mo 
del Mercado". 
Sí todo se convierte en mercancía y en va lor de cambio, la 
posibilidad de realizar los derechos fundamentales ya no va a 
depender de las leyes de un Estado que vela por tod as las per­sonas, 
sino que depende exclusivamente de las cualidades de 
la persona y de su habilidad para venderlas en el mercado. Todo 
entra en el libre juego del mercado, ele la oferta y la demanda. 
Todo es mercancía. El mundo, en definitiva se convierte en un 
enorme Supermercado, un Gran Templo donde reina el Todopo­deroso 
Dios Dinero, que promete a sus fieles servidores satisfa­cer 
todos sus instintos, sus más plenas e íntimas necesidades, 
sus deseos más recónditos y profundos. De esta forma, el mer­cado 
es el Alfa y Omega, principio y fin de todo (Libanio, 1997); 
principio y fin de conocimiento: él y sólo él proporciona cono­cimientos 
significativos e importantes de la realidad económi­ca, 
él controla la productividad y la eficiencia; un conocimiento 
que no se traduzca en beneficio económico no tiene ningún 
sentido ni valor; principio y fin de competencia económica: el 
mercado le obliga a uno, para triunfar e incluso sobrevivir, a ser 
cada vez más competente y a competir con los demás; princi- 
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pi o y fin de política eco~~mica: el mercado condiciona y dete~·­mina 
las decisiones pol1tlcas que afectan a la economta, deCI­siones 
políticas que no se traduzcan en ventajas económicas no 
interesan; principio y fin de ética económica: el mercado deter­mina 
la validez de los postulados éticos: es bueno todo· aquello 
que lleva al logro y al t riUnfo. La bondad se equipara cada vez 
más con la eficacia. Los que tienen éxito, no importa cómo, son 
admirados y reconocidos. No interesa la bondad del que fracasa. 
El achi camiento del Estado implica la f lexibilización 
y privatización de la economía. "Flexibilizar" o "desregulari­zar" 
es dejar las leyes más libres, acabar con los controles, 
de modo que el capital privado no encuentre impedimentos 
para su expansión; es, en definitiva, un llamado a que cada 
uno se las arregle como pueda. De ahí que, en nuestros días, 
una de las palabritas que está más de moda es la de priva­tización. 
Llegó la hora de las privatizaciones y de las transferencias 
a manos privadas de las empresas e instituciones públicas, al 
mejor postor. Por consiguiente, todo hay que privatizarlo: hay 
que privatizar no sólo las grandes empresas deficitarias, cuyo 
mantenimiento supone una verdadera sangría del erario públi­co, 
sino que hay que privatizar también la salud, la educación, 
los mismos fondos sociales. Lo público se concibe cada vez más 
como sinónimo de ineficacia e ineficiencia, como algo que no 
sirve, funciona mal o no funciona y que por ello hay que pasar­lo 
a manos privadas. A su vez, lo privado se percibe como efi­ciente, 
bueno, de calidad. Proliferan como hongos las escuelas, 
institutos y universidades privadas como respuesta de la entra­déi 
de la educación en la órbita del mercado y del marketing. La 
püblicos o de agencias mu!i.itaterales, cleberán demostrar que 
son "rentables" y que sus resultados son mejores que los de 
otros. La tendencia a revertir la gratuidad de la educación, espe­cialmente 
la superior, y convertirla en un servicio pagado, es 
cada vez más generalizada. Las corrientes descentralizadoras 
en educación parecen ser hoy la consigna. En otros países, la 
políticé) es la de tra nsferir parcelas enteras de la educación a 
manos privadas. 
Esta mentaliLi ad privatizadora, aprovechándose del des­crédito 
en que l1an caído gremios y sindicatos (en gran medida 
por sus prácticas corruptas y clientelares, la defensa a ultranza 
de unos supuestos derechos de sus afiliados sin la contraparte 
del cumplimiento de los deberes, su apego al pasado y su inca­pacidad 
de autocrítica, renovación y transformación a la luz de 
las exigencias de los nuevos tiempos), pretende acabar con toda 
forma de organización y de lucha cooperativa, llegando incluso 
a satanizar estas manifestaciones (todo lo que huela a sindica­to, 
o lucha gremial, se considera rémora del pasado, freno al 
desarrollo, que hay que combatir con decisión), lo que deja al 
individuo, sobre todo al débil, inerme y sin defensas frente a la 
voracidad del mercado: contratos individuales, salidas individua­les, 
trabajos temporales, que cada uno vea por sí mismo y trate 
de venderse lo mejor posible, de acuerdo a su valía, en el mer­cado. 
Pensar en los demás, defender los derechos de los otros, 
seguir empeñado en un mundo de justicia, resulta trasnochado 
y peligroso. Una mercantilización absoluta invade todos los 
ámbitos de la vida e impone la lógica de la dominación y de un 
individualismo feroz. El egoísmo, el encerrarse en sí mismo y no 
pensar en los demás, se considera una virtud fundamental. 
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educación (Codina, G., 1998, 8) se considera como mera inver- . , 
sión que, como en toda inversión, deberá tomar muy en cuenta 1· 1.2. Pobreza Y exclusron 
la relación costo-beneficio. Los mercaderes están entrando cada Suelen presentarse como indicadores de que la economía 
vez con más decisión en el campo educativo, tratando de a pro- globalizada anda por buen camino el aumento del PIB (Producto 
vechar mercantilmente el colapso de la educación pública. Las Interno Bruto), el control de la inflación y cierta estabilidad cambiaría. 
, instituciones educativas que deseen tener acceso a los fondos Todos ellos indicadores macroeconómicos. Pero la macroeconomía 
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está produciendo una macropobreza, sin duda alguna, la enferme­dad 
principal de nuestros días, causa principal de otras innumera­bles 
enfermedades tanto físicas como mentales y espirituales, e 
incluso causa de innumerables muertes. La pobreza mata cada 
año, en el mundo, más gente que toda la segunda guerra mundial. 
Una pobreza deshumanizadora, que genera resentimiento, vio­lencia 
y delincuencia al tener que convivir con la opulencia y el 
exhibicionismo descarados. La publicidad estimula la demanda 
y a la misma velocidad promueve la violencia de los que no 
pueden comprar. De ahí que se multiplican los consumidores y 
los delincuentes (Galeano, 1998, 25): "La publicidad manda con­sumir 
y la economía lo prohibe. Las órdenes de consumo, obli- 
.. gatorias para todos, pero imposibles para la mayoría, son invi­taciones 
al delito. Este mundo que ofrece el banquete a todos y 
cierra la puerta en las narices de tantos es, al mismo tiempo, 
igualador y desigual: igualador en las ideas y en las costumbres 
que impone, y desigual en las oportunidades que brinda". 
Cada día se acrecientan más las desigualdades entre los 
países y, dentro de cada país, entre una minoría que disfruta de 
todos los caprichos inimaginables y las grandes mayorías que 
escasamente pueden vivir con dignidad o que incluso están con­denados 
a morir de hambre. Como escribe Simón Alberto 
Consalvi (1999), en su artículo "Las cifras del desastre humano", 
en el que va comentando el Informe sobre desarrollo humano 
elaborado por el PNUD en 1998, "El consumo público y privado 
de bienes y servicios alcanza la cifra de 24 billones de dólares 
en 1998, el doble que en 1975, y seis veces más alto que en 
1950. Pero la brecha entre los países ricos y los pobres se am­plía 
peligrosamente, en una época de demandas insatisfechas y 
de grandes necesidades. Cuestión que, a juicio del informe, ge­nera 
inquietud popular estimulada por la explosión informati­va. 
En una palabra, las expectativas se han hecho globales, pero 
no así la afluencia. Veamos estas cifras: 20% de la gente en los 
países de mayor ingreso consume el 86% del total del consumo 
privado. En los más pobres, sólo se consume 1,3%. En Africa, un 
24 
hogar promedio consume 20% de lo que consumía 25 años 
atrás. Las naciones ricas reducen su población, pero aumentan 
·el consumo, sobre todo ei consumo artificiaL .. En el año 2050, 
se estima que la población mundial alcanzará los 9,5 miliardos 
de habitantes; de estos, 8 vivirán en países pobres .. . El evange­lio 
de la globalización está siendo puesto a prueba antes de 
habernos mostrado sus milagros. En suma, derechos humanos 
y 'desarrollo inhumano' son términos incompatibles". 
Los éxitos de los ajustes macroeconómicos se traducen de 
hecho, en crecientes desajustes en los presupuestos cada vez 
más micras de las mayorías. El mundo de este final de siglo 
funciona para unos pocos y contra muchos. En palabras de 
Galeano, "unos pocps tienen de sobra, y los muchos viven de 
las sobras". Con la globalización de la economía hay unos gana­dores, 
los ricos, y unos perdedores claros, los pobres. Y eso lo 
dice la ONU. Esto ocurre a nivel mundial - los países subdesa­rrollados 
ganan menos que los industrializados- y a nivel indi­vidual 
-en un mismo país los más pobres ganan menos que los 
ricos-. Para captar la ilusión que se esconde tras la globalización, 
el informe del PNUD de 1997, usaba esta metáfora: la globali­zación 
es una marea de riquezas que supuestamente levanta a 
todos los barcos; los trasatlánticos y los yates navegan mejor, 
los botes de remo hacen agua y, algunos, se hunden rá pida­mente. 
Y es que, si bien la globalización es inclusiva como mer­cado, 
es decir, el consumo, la información, los productos para el 
ocio y la diversión ... , se expanden sin fronteras y su dinámica 
tiende a llegar a todos los rincones del mundo, es excluyente 
de todos aquellos, que son la mayoría, que no tienen capacidad 
de adquirir esos bienes que la publicidad vocea y ofrece a ma­nos 
llenas, y que incluso tienen negado el acceso a los bienes y 
servicios fundamentales. Todos somos. incluidos por el deseo, 
tan insistentemente introyectado en nuestras mentes, de un 
consumo que la cultura en boga propone como basamento de 
la identidad, pero muy pocos pueden satisfacerlo, ya que la 
mayoría tiene vedado el acceso a ese consumo, lo que les lleva 
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a desarrollar, ante sí mismos y ante los demás, la conciencia de 
su inutílldad, de su no-valía, de su no-ser. A nivel macro, el desa· 
rrollo, la calidad de vida, el progreso que ha permitido la nueva 
economía, son innegables. A nivel micro, sin embargo; los be­neficios 
no son para todos, ni se reparten por igual. Y el precio 
que hay que pagar es horrendo, aunque algunos traten de dis­frazarlo 
con el eufemismo de "costo social" o la retórica de los 
"sacrificios necesarios". 
Asomémonos a algunos otros datos escalofriantes de las 
desigualdades, pobreza, muerte y destrucción en el mundo: 
-Los 225 personajes más ricos acumulan una riqueza equi­valente 
a la que tienen los 2.500 millones de habitantes más 
pobres, o sea, 47% de la población mundial. El PIB (Producto 
Interno Bruto) de China, con 1.300 millones de habitantes, es 
superado por el dinero de 84 de los 225 millonarios citados. Los 
tres personajes más ricos del mundo tienen activos que superan 
el PIB combinado de los 48 países menos adelantados. 
- El 20% de la población mundial acapara el 86% de to­dos 
los recursos de la tierra, lo que demuestra la imposibilidad 
de que toda la humanidad alcance los niveles de desarrollo de 
la minoría privilegiada. Las matemáticas nos demuestran que, 
para alcanzar todos los habitantes del planeta el desarrollo de 
ese 20%, se necesitarían los recursos de más de cuatro planetas 
tierra. El que unos pocos puedan disfrutar del consumo más 
desenfrenado es a costa de las necesidades insatisfechas de las 
grandes mayorías. Si toda la humanidad tuviera acceso de re· 
pente a los niveles de consumo de los países del Norte, el mun­do 
colapsaría. Como escribe P. Anderson (1992, 352), "el estilo 
de vida que disfruta la mayoría de los ciudadanos de las nacio­nes 
capitalistas ricas de nuestros días ... depende de su restric· 
ción a una minoría. SLtodas las personas de la Tierra poseyeran 
el mismo número de frigoríficos y de automóviles que tiene 
Norteamérica y Europa occidental, el planeta sería inhabitable. 
En la ecología global del capitalismo de hoy día, el manteni- 
26 
miento de los privilegios de unos pocos exige la miseria de 
.muc11os. En la actualiclad, menos de un cuarto de la población 
mundial se apropia del 85% ele la renta mundial y la distancia 
entre lo que poseen las zonas avanzadas y lo que tienen las 
deprimidas ha aumentado durante el pasado medio siglo" . 
- E! 25% de la población total del mundo, es decir, 1.442 
millones de personas, viven por debajo de los niveles de pobre­za, 
es decir, en la más atroz de las miserias y no ganan ni siquie­ra 
el equivalente a un dólar diario para vivir. El trabajo es la 
única mercancía que continuamente baja de precio, y hoy se ha 
acuñado el término de working poors, pobres que trabajan, como 
una nueva categoría social. 
- 1.600 millones de personas en el mundo se hallan en 
condiciones peores que hace ·¡5 años. 89 países están en situa­cion 
económica peor que hace 10 años. 70 países tienen ingre­sos 
inferiores a los que tuvieron en las décadas del 60 y del 70. 
- En los últimos 30 años, la participación en el ingreso 
mundial del 20% más pobre del mundo se redujo de un 2,3% a 
un 1,4% y el 20% más rico del mundo (230 millones de perso­nas) 
tiene ingresos 60 veces más altos que los pobres, es decir, 
que 4.620 millones de habitantes que viven en el Sur. 
- En un mundo intercomunicado por el internet, redes 
satelitales y supera utopistas de la información, hay todavía mil 
millones de personas analfabetas, de las cuales 600 millones 
son mujeres. La pobreza tiene rostro especialmente femenino: 
el 70% de las personas que viven en situación de extrema po­breza 
son mujeres. A pesar de que las mujeres trabajan hasta 
diez horas más a la semana que los hombres (en los países en 
desarrollo, la mujer trapaja en promedio de 12 a 18 horas dia­rias), 
sus salarios son un 50 y un 80% más bajos. La mujer es la 
única fuente de ingresos para la tercera o cuarta parte de los 
hogares del mundo, y su aporte representa más del 50% de los 
recursos en por lo menos la cuarta parte de los demás hogares. 
En todo el mundo se calcula que las mujeres, que representan el 
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~~ 40Df<¡ c1e la fuerza laboral mundial, sólo ocupan el 16% de los 
puestos de gestión y menos del 6% de la cúpula de dirección. 
-- Mil millones de personas viven sin agua potable. 800 
millones sufren desnutrición crónica. 200 millones de niños 
menores de cinco años están desnutridos y 11 millone·s de ni­ños 
mueren al año de hambre. Por otra parte, uno de los mayo·· 
res problemas de salud en los países del norte es la obesidad y 
las enfermedades que tienen que ver con el exceso de alimen­tación 
y cada año se destruyen millones de toneladas de ali­mentos, 
para evi~ar que caigan sus precios. 
- Cerca de 250 millones de niños entre 5 y 14 ai'ios traba­jan 
en el mundo, de los que 120 millones lo hacen a tiempo com­pleto 
y un tercio en ocupaciones peligrosas o de riesgos (respi­rando 
pesticidas, manipulando sustancias químicas peligrosas, lle­vando 
enormes cargas ... ), según datos facilitados por la Organi­zación 
Internacional del Trabajo (OIT). A cambio de su trabajo, 
sobre todo en zonas rurales, muchas veces los niños sólo reciben 
una pobre comida y un alojamiento indigno. Según la OIT, mu­chos 
de los niños que trabajan en el mundo lo hacen en régimen 
de esclavitud o servidumbre por deudas, y han de hacerlo para 
reembolsar préstamos o librar a sus familiares de otras obligacio­nes: 
Pero el tipo de explotación que más preocupa a la OIT es la 
sexual, crimen que, alentado por las posibilidades del internet, se 
está agravando y extendiendo en el mundo y muy especialmen­te 
en Asia, donde se calcula que ya hay más de un millón de 
niños involucrados en ese mercado. 
-Millones de niños deambulan sin dignidad por las calles, 
solos, sin familia, sin afecto, durmiendo sobre periódicos debajo 
de puentes o en las entradas de edificios, inhalando pega para 
evadirse de su terrible situación, y caen día a día en las garras 
de la prostitución, la delincuencia, la pornografía, el tráfico de 
drogas y otras actividades ilí.citas. El obispo boliviano Nino 
Marzoli denunció que los cientos de niños abandonados en las 
calles de su país son víctimas de los traficantes de órganos hu­manos, 
que les extraen los riñones o pulmones y después los 
28 
venden en Brasil y Paraguay. También denunció que en el oriente 
de Bolivia operan bandas internacionales dedicadas al tráfico 
· de niños para adopción ilegal en Estados Unidos, Brasil y Euro­pa, 
donde los pequeños son vendidos !lasta en 20 dólares. En 
varias ciudades latinoamericanas existen mafias que roban y 
secuestran n!i'ios para ponerlos a mendigar por las calles y, para 
que impresionen más a la gente y motiven su compasión, les 
arrancan un brazo, una pierna o les sacan un ojo. En las ca lles 
de Brasil y de Colombia se asesina cobardemente a los niños de · 
la calle por considerarlos una amenaza o, simplemente, porque 
ofrecen un paisaje negativo o una mala imagen a los turistas. 
Según la organización Human Rights Watch, en1993, los escua­drones 
parapoliciales asesinaron a 6 niños por día en Colombia 
y a 4 por día en Brasil. 
- Bernardo Kliksberg (1999), tras señalar que la pobreza 
no es una enfermedad menor, pues la pobreza mata, presenta 
los siguientes datos: "mientras que en las 26 economías más 
desarrolladas la poblé!ción vive en promedio 78 años, en los 46 
países más pobres sólo llega a 53. La brecha entre ambos es de 
25 ai'ios de vida. Mientras que en los desarrollados, sólo 5 de 
1.000 niños perecen antes de cumplir un ario de edad, en los 
pobres son 100 de cada 1.000. La pobreza se paga con deterio­ros 
en la esperanza de vida, mortalidad infantil y altas cifras de 
mortalidad materna. Afecta el derecl1o más elemental, el dere­cho 
a la vida". 
-A su vez, Fidel castro (1998), en su intervención ante la 
Organización Mundial de la Salud (OMS), se pregunta descon­certado: 
"Si la economía mundial, según cálculos de prestigio­sos 
analistas, creció seis veces y la producción de bienes y servi­cios 
pasó de menos de cinco billones a más de 29 billones de 
dólares entre 1950 y 1997, ¿por qué r:·meren todavía cada año 
12 millones de niños menores de cinco años, es decir, 33 mil 
por día que podrían salvarse en su inmensa mayoría? En nin­gún 
lugar del mundo -prosigue Fidel- en ningún genocidio, en 
ninguna guerra se matan tantas personas por minuto, por día y 
29
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por hora como las que matan el hambre y la pobreza en nues­tro 
planeta, 53 aiios después de creada la Organización de las 
Naciones Unidas. Los niños que mueren y que podrían salvarse, 
son casi en un ciento por ciento, pobres; y de los que sobrevi­ven, 
¿por qué cada año 500 mil quedan ciegos por falta de una 
simple vitamina que cuesta al año menos que una caja de ciga­rrillos? 
¿por qué 200 millones de menores de cinco ai'ios están 
desnutridos? ... ¿por qué dos millones de niñas son prostituidas 
cada año? ¿por qué 800 millones carecen de los más elementa­les 
servicios de salud? ¿por qué de los 50 millones de personas 
que en total fallecen cada año en el mundo/ adultas o niños/ 17 
millones/ es decir/ aproximadamente 50 mil cada día/ mueren 
de enfermedades infecciosas que podrían casi todas curarse 0 1 
mejor todavía/ prevenirse a tiempo muchas de ellas/ a un costo 
que a veces no rebasa un dólar per capita? ¿cuál es el precio de 
una vida humana? ¿cuánto cuesta a la humanidad el injusto e 
insoportable orden económico establecido en el mundo? Según 
estimaciones de las Naciones Unidas/ el costo de lograr el acce­so 
universal a servicios básicos de salud equivaldría a 25 mil 
millones de dólares anuales/ un 3% de los 800 mil millones de 
dólares que actualmente se invierten en gastos militares. Y ya 
no hay guerra fría. El comercio de armas/ que son para matar/ 
no se detiene/ y los medicamentos/ que debieran ser para salvar 
vidas/ se venden cada vez más caros. El mercado de medica­mentos 
en 1995 ascendió a 280 mil millones de dólares. Los 
países desarrollados/ con el1416% de la población mundiaC 824 
millones de habitantes/ consumen el 82% de los medicamen­tos; 
el resto del mundo/ cuatro mil 815 millones/ consume sólo 
el 18 por ciento. Los precios son realmente inaccesibles para el 
Tercer Mundo/ donde sólo los sectores privilegiados pueden 
consumirlos. Algunos antibió~icos de última generación tienen 
en el mercado un precio 50 veces mayor que su costo. 
- El SIDA ha pasado de ser una enfermedad de promis­cuos 
y drogadictos en los países industrializados (Agenda Lati­noamericana 
1999/ 24t a ser la peor enfermedad de los países 
30 
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más pobres. Hasta ahora/ estos países subdesarrollados tenían 
casi en exclusiva enfermedades como el cólera/ la malaria, el 
·dengue, y la diarrea que mata tres millones de niños al año. 
Pero e! impacto del SIDA, que empezó a dejarse sentir hace diez 
años/ es ahora más devastador en esos países. Al1ora el SIDA 
está íntimamente ligado a la pobreza/ ya que ésta es campo 
fértil para la expansión de la epidemia. La infección desata un 
torrente de desintegración socia! y económica, y de empobreci­miento. 
De los 23 millones de personas que tienen SIDA, el 94% 
viven en el mundo subdesarrollado. En algunos países los efec­tos 
de la enfermedad son devastadores hasta el punto de que la 
expectativa de vida ha disminuido en diez años. Para el año 
2010 la expectativa de vida en Botswana es de 33 años (frente 
a los 64 si no tiUbiera existido el SIDA). En palabras de Fidel 
Castro/ "o derrotamos el SIDA, o el SIDA acabará con muchos 
países del Tercer Mundo. Ningún enfermo pobre puede pagar 
los 10 mil dólares por persona al año que cuestan los actuales 
tratamientos/ que aunque prolongan la vida/ no curan la enfer­medad". 
-El afán desmedido de lucro y de riqueza está matando y 
agotando al planeta tierra. Como señalara Fidel Castro en su 
discurso citado/ "cambia el clima, se calientan los mares y la 
atmósfera, se contaminan el aire y las aguas/ se erosionan los 
suelos, crecen los desiertos/ desaparecen los bosques/ escasean 
las aguas. éQuién salvará a nuestra especie? ¿Las leyes ciegas e 
incontrolables del mercado; la globalización neoliberal; una eco­nomía 
que crece por sí y para sí como un cáncer que devora al 
ser humano y destruye la naturaleza? Ese no puede ser el cami- 
. no". Y ciertamente no lo es. Al actual ritmo de destrucción/ la 
vida sobre la tierra tiene los años contados: Los bosques tropi­cales 
húmedos están siendo quemados y talados a razón de 
entre 17 y 20 millones de hectáreas al año. Si esta situación 
persiste/ los bosques desaparecerán en pocas generaciones. Por 
cada hectárea de bosque talado/ se estima que unas 115 tonela­das 
de C02 son liberadas a la atmósfera/ contribuyendo consi- 
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derablemente al efecto invernadero. Cada día mueren varios 
ríos y algunos profetizan que las guerras del futuro serán por el 
agua. Una máquina de muerte aniquila las especies vivientes a 
ritmo impresionante: si se calcula que entre 1500 y 1850, des­apareció 
una especie viviente cada diez afias, y entre 1850 y 
1990 una especie por año, a partir de 1990 empezó a desapare­cer 
una especie por día y, si sigue ese ritmo de destrucción, a 
partir del año 2.000, desaparecerá una especie por hora. 
-El agotamientode la capa de ozono (Bello, 1996, 188) es 
el problema más inmediato relativo al patrimonio común de la 
humanidad. Los científicos siguen dando cuenta de la presencia 
de niveles alarmantemente elevados de sustancias que destru­yen 
la capa de ozono de la atmósfera. El ozono protege a los 
seres vivientes absorbiendo gran parte de las radiaciones 
ultravioletas que producen cáncer de la piel, cataratas, y, posi­blemente, 
daños al sistema inmunológico del ser humano, y 
reduce la reproducción de los organismos microscópicos mari­nos, 
que constituyen la base de la cadena alimenticia de los 
océanos. 
1.1.3. Pobreza e insensibilidad humana 
Si graves son los datos a los que nos acabamos de aso­mar, 
tal vez sea todavía más grave la creciente insensibilidad 
ante la pobreza. La pobreza y la miseria, la muerte por hambre, 
es un paisaje cotidiano al que nos estarnos acostumbrando y ya 
no nos causa ni desconcierto ni indignación. La igualdad ya no 
es un ideal al que tender, pues la desigualdad se considera mo­tor 
de avance, de superación, de cambio. En consecuencia, la 
pobreza ya no se liga como hace unos años a algún tipo de 
injusticia, sino que se considera únicamente responsabilidad de 
los pobres. Ellos son los culpables de su pobreza. Si hay pobres 
es porque son flojos, · vagos, irresponsables, ineficientes ... En 
consecuencia, los pobres son percibidos cada vez más como 
enemigos y amenazas o, como ya denunciara su Santidad el 
papa Juan Pablo 11 en su encíclica Centessimus Annus, "como 
32 
un fa rejo o como molestos e inoportunos, ávidos de consumir lo 
que otros 11an producido". La cultura actual que a todo le pone 
precio, desprecia a los que no tienen. De allí también que la 
delincuencia ya no es considerada como consecuencia de las 
políticas económicas y sociales, sino como causa del malestar 
social, con lo que se adelantan cada vez planes más costosos 
para re¡:Jrimirla y acabar con ella (es decir, con los delincuentes; 
el mismo sistema que genera la pobreza quiere acabar con los 
pobres), en vez de atacar las causas que la originan. Cada vez 
que un delincuente cae acribillado, la sociedad respira aliviada. 
Se gastan cada vez cifras más desorbitantes en policías y equi­pos, 
en cárceles, pero no hay dinero para educación, deporte, 
creación de fuentes de trabajo, medios más eficaces para com­batir 
la delincuencia. Que cada uno proteja lo mejor que pueda 
los bienes adquiridos con su talento y con su esfuerzo que están 
seriamente amenazados por la envidia de los miserables. De 
ahí la proliferación de armas, alcabalas, sistemas de seguridad 
cada vez más sofisticados y vigilantes privados en las urbaniza­ciones 
exclusivas. En Canadá y Estados Unidos la seguridad pri­vada 
gasta el doble que la seguridad pública. Más que otra cosa, 
la economía neoliberal ha globalízado el miedo. En palabras de 
Eduardo Galeano (1998, 83), "los que trabajan, tienen miedo a 
perder el trabajo. Los que no trabajan, tienen miedo a no en­contrar 
trabajo nunca. Quien no tiene miedo al hambre, tiene 
miedo a la gordura. Los automovilistas, miedo de caminar; los 
peatones, miedo de los carros. Miedo de la mujer a la violencia 
del hombre, y miedo del hombre a la mujer sin miedo. rvliedo a 
los ladrones, miedo a la policía. Miedo a la puerta sin cerradura, 
al niño sin televisión, a !a noche sin pastillas. Miedo a la multi­tud, 
a la soledad, miedo de vivir, miedo de morir". Y como tene­rnos 
miedo a los demás y vernos al otro como amenaza, las 
máquinas sustituyen a las personas: sexo virtual, chat virtual. .. 
Encerrados en cárceles doradas, cada vez son más nume­rosos 
los que claman por cárceles y muerte para los miserables 
y proliferan las armas en las manos de la gente: "Armaos los 
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unos a los otros". Se calcula que en Estados Unidos, e! reino de! 
mercado y de ia abundancia, hay 230 millones de armas de 
fuego en manos de !os ciudadanos, y según datos del Viofence 
Policy Center, las ba las matan cada día por crimen, suicidio o 
accidente a 14 niños y adolescentes menores de 19 años. 
La cul tura de la insensibilidad es también la cultura del 
multiloci<, sobre la que van germinando brotes cada vez ·más 
vigorosos de nuevos facismos ~ue no dudan en reclamar pena 
de muerte para los malandros, como piden las pintas en mu­chas 
ciudades: "Combata la pobreza, mate un mendigo". "Com­bata 
la pobreza y el hambre, cómase un pobre". La quema de 
mendigos (Galeano, 1998, 102) es un deporte que los jóvenes 
de clase alta brasileña practican con cierta frecuencia. En Co­lombia, 
los grupos de limpieza social mataban mendigos y los 
vendían a los estudiantes de medicina que estudian anatomía 
en la Universidad Libre de Barranquilla. 
El mismo Eduardo Galeano (1998, 88) nos recuerda que 
con su proclama de pena de muerte a los malandros fue elegi­do 
diputado en Brasil un exinspector de policía llamado Sivuca. 
El diputado mexicano Miguel Ortiz cree que hay que ir mucho 
más allá, ahorrar balas y propone que a los delincuentes "los 
colguemos en una plaza pública y repartamos alfileres, para 
que todos les piquen sus partes nobles hasta que mueran". En 
las elecciones legislativas de 1997 en Argentina, la candidata 
Norma Miralles se proclamó partidaria de la pena de muerte 
pero con sufrimiento previo: "Es poco matar a un condenado, 
porque no sufre". Poco antes, el alcalde de Río de Janeiro, Luis 
Paulo Conde, había dicho que prefería la cadena perpetua o los 
trabajos forzados, porque la pena de muerte tiene el inconve­niente 
de ser "una cosa muy rápida". Las encuestas de 1997 en 
Río de Janeiro y Sao Paulo revelaron que más de la mitad de la 
gente consideraba normal el linchamiento de los malhechores. 
Sin embargo, si los seres humanos fuéramos capaces de 
ver los rostros de nuestros semejantes con ojos misericordiosos 
y recobráramos nuestra sensibilidad, la pobreza sería fácilmen- 
34 
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te derrotada. Así como un día fue derrotada la esclavitud, hoy 
puede ser derrotada la pobreza. Sólo hace falta voluntacl y deci­sión. 
Esto supone, en primer lugar, superar una serie de mitos 
bloqueadores, como el que en todas partes hay pobres o que, 
como señala Bernardo Kliksberg, {'1999) "hay que tener pacien­cia 
y esperar. Haciendo todos los esfuerzos para elevar la tasa 
de crecimiento económico, el mismo se derramará, y la pobreza 
desaparecerá. La realidad funciona clistinta seg(m numerosos 
estudios. Es absolutamente deseable y necesario que haya cre­cimiento 
económico, pero el mismo no se derrama solo. En 
muchos casos recientes, no ha llegado a los pobres casi nada 
de él. Un factor fundamental es el grado de inequidad reinante 
en una sociedad. Si es muy alto, el crecimiento no baja a los 
pobres. América Latina, desafortunadamente, es considerada la 
zona más desigual del planeta, con la mayor polarización en la 
distribución del ingreso. Aquí es difícil que el crecimiento se de­rrame 
solo. La espera y la paciencia no ayudarán". 
El pecado más imperdonable de los proyectistas del desa­rrollo 
(Bello, 1996, 113) es "quedar hipnotizados por las eleva­das 
t asas de crecimiento del PNB, y olvidar el objetivo funda­mental 
del desarrollo. En un país tras otro, las masas se quejan 
de que el desarrollo no influye en sus vidas ordinarias. A menu­do, 
el crecimiento económico ha significado muy poca j usticia 
social y se ha visto acompañado de un desempleo creciente, 
del deterioro de los servicios sociales y de un aumento absoluto 
y relativo de la pobreza". 
Junto a la superación de este mito de la é1bundancia que 
se derramará y de otros mitos semejantes que sólo contribuyen 
a dejar las .cosas como están e impiden emprender campañas 
atrevidas, es urgente que todos nos aboquemos a combatir la 
pobreza, como la enfermedad más grave y vergonzosa .de este 
fin de milenio. Esto va a suponer unas políticas vigorosas en 
salud, educación, vivienda y trabajo, lo que exige una fuerte 
intervención del Estado, que debe garantizar a todos comida, 
salud, vivienda y educación. Es lamentable que la mayoría de 
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los gobiernos de los países en desarrollo gasten más en dota­ción 
de sus Fuerzas Armadas y en el servicio de la Deuda Exte r­na 
que en salud y educación. 
Los ciudadanos de los países del Norte vienen desarro­llando 
una cu ltura de los derechos humanos que, justamente, 
se horroriza de las torturas y muertes ocasionadas por gobier­nos 
dictatoriales. Pero han avanzado muy poco en incorporar el 
derecho a la vida de todos y en condenar las políticas de ajuste 
que ocasionan la muerte lenta de millones de personas. Con un 
gran cinismo acaban con las fronteras financieras y culturales, 
pero levantan sus fronteras físicas y persiguen a los pobres que 
ías cruzan (siempre lo harán si los sueldos en Europa o Estados 
Unidos son 8 ó 16 veces los de su país) y no ponen fronteras al 
éxodo de talentos y de capitales que están desangrando a los 
países pobres. Entre 1960 y 1990, Estados Unidos y Canadá re­cibieron 
más de un millón de profesionales y técnicos de países 
en desarrollo. El sistema educativo de Estados Unidos depende 
en gran parte de ellos. En 1985, en las escuelas de ingeniería 
eran extranjeros aproximadamente la mitad de los profesores 
auxiliares menores de 35 años. 
Por otra parte, siguen exigiendo el pago de los compromi­sos 
de la Deuda Externa (también Eterna), pagada y repagada 
varias veces con dinero, con hambre, con miseria y muerte. 
Deuda que, como plantea la Agenda Latinoamericana (1999, 
28), es pecaminosa, por su carácter de usura. Es inexistente, 
porqu~ ya fue pagada varias veces, y porque sus acreedores 
fueron más que compensados. Es inmoral, por cuanto está sien­do 
pagada con la educación, la salud y demás servicios sociales 
-que son a la vez derechos humanos fundamentales- que se 
niegan a los pobres y a los pequeños: ninguna deuda ha de ser 
pagada con la vida ... Sólo el servicio de los intereses -no el 
pago mismo de la deuda- grava actualmente la economía de 
los países pobres en un 20, 30 y hasta 40% del presupuesto 
nacional, que no puede ser invertido en los servicios sociales 
esenciales, ni en la inversión para la creación de fuentes de traba- : 
36 
jo, cuando el sistema actual deja fuera de la economía formal a 
más de la mitad efe la población económicamente activa en 
América Latina. 
Los países del Sur entregan 250.000 dólares por minuto 
en servidumt)l'e de la deuda. América Latina ha transferido a los 
países ricos cerca de 40.000 millones de dólares anuales en el 
Clltimo trienio, como pago de una deuda torpemente contraída, 
que de ninguna forma benefició a un pueblo que ahora debe 
pagarla con su sangre. De hecho, y contra lo que muchos imagi­nan, 
América Latina es exportadora neta de capitales a los paí­ses 
industrializados. Como expresa la Agenda Latinoamericana 
(1999, 27), "en términos globales, es más la cantidad de dinero 
que va de América Latina hacia los países desarrollados que lo 
que estos invierten, prestan o regalan a nuestra región ... A modo 
de ejemplo, tomemos el lapso de tiempo comprendido entre 
1982 y 1990, sobre el cual contamos con datos fidedignos. Si 
sumamos toda la cantidad que los países en vías de desarrollo 
recibieron de parte de los países desarrollados, ya sea por con­cepto 
de préstamos bancarios, de donaciones, de subvenciones 
a entidades benéficas, tanto püblicas como privadas, créditos 
comerciales ... , suma un total de 927.000 millones de dólares. 
Durante el mismo período de 1982-1990, los países en 
vías de desarrollo pagaron, solamente por concepto de servicio 
de la deuda (pago de intereses y amortizaciones), la suma de 
1.345.000 millones de dólares. Pero lo irónico del caso es que 
habiendo transferido a los países ricos mucho más de lo que de 
ellos han recibido, todavía América Latina debe a esos mismos 
países más de 600.000 millones de dólares. 
En términos comparativos, el Plan Marshall apoyó a la Eu­ropa 
devastada de la postguerra con 70.000 millones de dóla­res 
(al cambio actual) y los países pobres han transferido a los 
países ricos, sólo en ese lapso de ocho años, por valor de iiiseis 
veces el Plan Marshall!!!" 
La lucha contra la pobreza, la enfermedad, el analfabetis­mo 
y el desempleo no puede dejarse en manos del libre merca- 
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do. Los Estados deben entender que la inversión en el capital 
humano es la inversión más rentable, la única eficaz para acabar 
con la pobreza y alcanzar un desarrollo sustentable. Como sei1a­la 
Atencio Beiio (1996, 300t citando el Informe Anual de ·¡993 
del Banco Interamericano de Desarrollo, "difícilmente el creCimien­to 
económico y la modernización serán duraderos si no hay esta­bilidad 
política y sociat la cual, a su vez, depende de una distribu­ción 
más equitativa de los beneficios del crecimiento ... Si se ha 
de mantener el crecimiento, es imperativo redoblar los esfuerzos 
dirigidos a la reforma social. Hay ejemplos sobre el proceso de 
desarrollo económico a largo plazo que sustentan la conclusión 
de que al lograrse niveles de educación, salud y nutrición más 
altos se produce más y se vive mejor. Es necesa rio, por lo tanto, 
que en los próximos ai'ios la inversión en recursos humanos sea 
un eje central de la reforma social. El aumento del volumen y la 
eficiencia de esas inversiones dará como resultado fuerzas labo­rales 
más productivas y flexibles, patrones de gastos más conve­nientes, 
menores presiones de una población descontenta y un 
caudal adicional de inversiones en recursos humanos, generadas 
en los propios hogares. Los programas para mitigar la pobreza 
deben ser un componente crucial de la reforma social y tienen 
que apuntar a elevar la productividad de los pobres, como el 
medio más idóneo para aumentar sus ingresos". 
En definitiva, los llamados milagros económicos, como el 
alemán, el japonés o el español, no son otra cosa que el resulta ­do 
de una conciencia colectiva de trabajo. Esto va a implicar 
también una gran cruzada colectiva que considere el trabajo, 
con el ejemplo y la palabra, como el medio fundamental de 
abatir la pobreza y alcanzar la realización plena, como perso­nas 
y como pueblos. Un país no es rico por tener abundantes 
materias primas o grandes recursos minerales. Es rico si es ca­paz 
de convertir sus potencialidades, por medio del trabajo, en 
desarrollo y vida para todos. 
Para los escépticos que siguen pensando que acabar con 
la pobreza es imposible, les ofrecer:nos los siguientes datos: Es- 
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tamos entrando al siglo XXI (Dhanapaia 1999) con cerca de 36 
mil cabezas nucleares y gastos militares mundiales que se esti .. 
man aproximadamente en 780 millardos ele dólares anuales. 
según el Programa de Desarrollo de la ONU, la inversión de 
menos del 10% de esa suma sería suficiente para alcanzar el 
acceso universal a la educación, el agua potable, los servicios 
de saneamiento y de salud, así como la nutrición, en todos los 
países en desarrollo. Bernardo Kliksberg (1999) abunda en esta 
misma idea y escribe lo siguiente: "Es hora de pensar en solucio­nes 
para la mayor prioridad cotidiana de la gente, la pobreza. Al 
hacerlo, puede ser útil tener en cuenta las cifras proporcionadas 
por el Informe de Desarrollo Humano 1998 de la ONU, sobre las 
contradicciones del mundo actual en cuanto a asignar recursos. 
Dicen que proveer servicios de salud básica y nutrición a los 
4.400 millones de personas que viven en los países en desarro­llo, 
la mayoría con penurias graves en este campo, costaría 
13.000 millones de dólares anuales. Actualmente, indica, se gas­tan 
17.000 millones de dólares anuales en alimentos para pe­rros 
en Europa y Estados Unidos; 35.000 millones anuales en la 
industria del entretenimiento en Japón, y 50.000 millones anua­les 
en cigarrillos en Europa". A su vez, Richard Jolly (1999, 25) 
tras advertir que acabar con la pobreza extrema costaría mucho 
menos de lo que se piensa, añade: "Bastaría con el 1% del in­greso 
mundial más el 2 a 3% de los ingresos nacionales. Con 
80.000 millardos de dólares anuales durante una década, se 
puede enfrentar con éxito la lucha contra la pobreza. Esa canti­dad 
es todavía menor que la de la riqueza total de los siete 
hombres más ricos del mundo". 
La pobreza es fácilmente derrotable pero, para acabar con 
ella, la humanidad requiere convertirse y entender que, además 
de ser un problema social y económico, es también un proble­ma 
político que va a requerir de decisiones firmes, y un proble­ma 
ético que implica volver los ojos a los demás y superar esa 
insensibilidad inhumana a la que no le importa el dolor ajeno, y 
que puede llevarnos a todos al caos. De ahí que nos ha pareci- 
39
c1o oportuno cerrar este apartado con las palabras de Ricardo 
Diez Hochleitner {Bello, 1996, 295), presidente del Club de Roma: 
"Conviene tomar conciencia de que la pobreza en el mundo es 
sobre todo un problema ético de solidaridad, pero en caso de 
insensibilidad colectiva, también debe quedar patente que esa 
dramática pobreza de tantos pueblos ya está empezando a ge­nerar 
también grandes problemas y daños a los más favoreci­dos 
dada la inexorable interdependencia. En todo caso, como 
quiera que en la médula de la mayoría de estos y otros proble­mas 
está latente el tema de la gobern abilidad de un mundo 
repleto de egoísmos, amparados en culturas diferentes y ence­rrados 
en fronteras cada día más frágil es, se impone un serio 
diálogo de las culturas que haga el mejor uso del creciente co­nocimiento 
humano y de las nuevas tecnologías, al servicio de 
un mundo en el que florezca la cooperación frente a la confron­tación. 
Conviene pensar que este planeta es algo así como un 
préstamo que nos han hecho las futuras generaciones a las que 
nos debemos y que nuestro primer deber es no sólo no destrui r­lo 
o esquilmarlo, sino también mejorarlo en todos los órdenes. 
El hombre no debe llegar a ser nunca el peor enemigo de su 
, especie, como a veces parece amenazar, sino por el contrario, 
.::: su mejor amigo". 
í De ahí ya la necesidad de una genuina educación, que se 
f. aboque a formar personas auténticas y ciudadanos responsa- :). . 
, /( bies, dolientes de las miserias ajenas y comprometidos a aca- 
;;:· i barias, capaces de globalizar la justicia, la sensibilidad y sobre 
, .  todo la solidaridad, más que la caridad que consuela pero no 
',)) · j cuestiona. Recordemos a Monseñor Helder Cámara que solía 
~,·~ j repetir: "Cuando doy comida a los pobres, me sonríen y me lla­/ 
man santo. Cuando pregunto por qué no tienen comida, se mi­l~-~ 
an incómodos y me llaman comunista". 
1.2. Análisis político: la democracia formal o electoral 
El carril sobre el que rueda con fluidez la economía 
globalizada es la democracia formal, donde la participación se 
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suele reducir al mero ejercicio electoral para eiegir los gober­nantes 
de turno. No hay lugar hoy para dictaduras (que se lo 
. digan a Pínochet), para revoluciones, pero tampoco se van a 
permitir, aunque sus propulsores hayan sido elegidos democrá·· 
ti ca mente, aventuras desestabiiizadoras que se salgan del cami­no 
del libre mercado, e intenten regresar a experiencias (como 
las distintas formas de socialismo o del Estado Benefactor), que, 
según se repite con insistencia, históricamente han demostrado 
su inviabilidad y. han ocasionado el derrumbe de las economías. 
Hasta la propia Cuba ha tenido que abrirse a las exigencias de 
la economía globalizada para no quedar completamente aisla­da 
y poder sobrevivir. 
Hoy, la economía impera sobre la política (Codina, 1998): 
Ya no son las naciones-estados o los países en particular quie­nes 
toman las decisiones, sino las grandes redes y poderes eco­nómicos. 
Ya no es el Estado: es el capital. El margen de decisión, 
de autoridad y de autonomía de cualquier nación-estado, espe­cialmente 
en los países en desarrollo, es cada vez más restringi­do. 
El dinero es el que manda. Dinero volátil, que no conoce 
fronteras, capitales golondrina, que se posan o levantan vuelo 
según las conveniencias e intereses de poderes sin rostro . 
Al Estado se le reserva fundamentalmente la tarea de ve­lar 
por la legislación coherente para la modernización económi­ca. 
Los Estados cumplen esta misión, a través del juego demo­crático 
formal, mediante el cual creen promover la participa­ción 
de todos los ciudadanos, cuando en realidad sólo se da la 
posibilidad de acudir a las urnas para elegir: Diputados, Sena­dores, 
Alcaldes, Gobernadores y Presidentes. 
Las autoridades elegidas mediante el ritual electoral (no 
importa el porcentaje de votantes ni, por ello, su legitimidad), 
tienen la misión de garantizar un ambiente de Paz Social, para 
que vengan a invertir los capitales extranjeros que, además de 
mano de obra barata y condiciones favorables (reducción de 
los impuestos fiscales, liberalidad frente a las leyes anticonta­minación 
... ), exigen tranquilidad: que no haya paros, revueltas, 
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manifestaciones, cualquier cosa que contribuya a disminuir la 
productividad y sus ganancias. 
Al Estado le toca, pues, acallar Jos ciamores de justicia, 
evitar las protestas y convencer a la población que sólo existe 
una ünica forma viable de organizar la vida económica, social. y 
política, y que no t ienen sentido las alternativas utópicas que, 
por inviables, resultan muy peligrosas y deben ser reprimidas 
sin consideración. En palabras de Eduardo Galeano{'l998, 97), 
"hoy por hoy, la razón de estado es la razón de los mercados 
financieros que dirigen el mundo y que no producen más que 
especulación. Llegó la hora de la verdad : zapatero a tus zapa­tos. 
El estado sólo merece existir para pagar la deuda externa y 
para garantizar la paz social : de los otros servicios, ya se encar­gará 
.el mercado. Marcos, el vocero de los indígenas de Chiapas, 
ha retratado lo que ocurre con palabras certeras: asistimos, ha 
dicho, al strip-tease del estado; el estado se desprende de todo, 
salvo de la prenda íntima indispensable, que es la represión". 
La represión puede ser ideológica, presentando como 
dinosaurios anclados en el pasado, antihistóricos, desestabi­lizadores, 
tontos ütiles, marxistas trasnochados, profetas del des­aliento, 
perfectos idiotas ... , a cuantos defienden una genuina 
democracia participativa y social que garantice la vivencia de 
los derechos fundamentales de todos y tenga en sus cimientos 
una economía que no excluya a nadie y se oriente al desarrollo 
humano por considerar que es imposible una genuina demo­cracia, 
"gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo", si 
la economía es gobernada por unos pocos, para ellos y contra 
el pueblo. 
Si no es suficiente esta represión ideológica, se recurre, sin 
ningún problema, a la represión física, policial o militar, aunque 
para ello haya que entrarles a golpes a los viejitos que reclaman 
sus pensiones, a los maestros para que les paguen sus salarios 
de hambre, a los desempleados que solicitan trabajo, o a cual­quiera 
que tome en serio la constitución y se organice para exi­gir 
el cumplimiento de sus derechos fundamentales. Esto tanto 
42 
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a nivel nacional, como a nivel internacional. Para esto, se han 
creado cuerpos de vigilancia mundial prestos para saltar a cual­quier 
país (o bombardearlo, las invasiones modernas no requie­ren 
ejércitos terrestres; para ello tenemos !as bombas inteligen-· 
tes), y acabar cualquier experiencia que se salga del camino 
establecido por los dueños del mundo. 
En procura de este ambiente de Paz Social, se debe bus­car 
la concertación entre políticos y empresarios, se les otorga 
a los militares· el papel de guardianes y garantes de dicha 
concertación y Paz Social, y se trata de arrinconar a las iglesias 
en sus sacristías, exigiéndoles que renunci en a su papel profé­tico 
y de denuncia de la injusticia, y que no se metan en cues­tiones 
como la economía y la política que desconocen por com­pleto. 
Lo suyo es el culto, los rezos, la tranquilización de las 
conciencias. A Ios pocos curas y obispos cabeza-calientes que 
todavía quedan por allí, hay que aislarlos y sacarlos de los 
puestos de influencia y de poder. Y hay que favorecer a como 
dé lugar a las sectas fundamentalistas que se dedican a lo que 
deben dedicarse: a predicar la palabra de Dios y salvar la s al-mas. 
De esta manera, a las órdenes del mercado, el Estado se 
privatiza. Se privatizan las ganancias, se socializan las pérdidas. 
Unos pocos acaparan los beneficios de la política de ajustes, y 
los demás debemos pagar los errores. La propiedad y orienta­ción 
de los sistemas de producción se concentra día a día en 
sociedades e imperios económicos cada vez más poderosos. La 
propiedad del Estado pasa a manos de pequeños grupos de 
presión que son, en realidad, los que imponen su voluntad y 
gobiernan. No son ni siquiera productores; son, con frecuencia, 
meros especuladores financieros. Políticos y banqueros entran 
a saco en el Estado y se apoderan de él. Así, y son de nuevo 
palabras de Eduardo Galeano, cada vez más, en lugar de nacio­nes, 
tenemos empresas; en lugar de ciudadanos, consumidores 
y clientes. La democracia se convierte en mera oligocracia (el 
gobierno de unos pocosL que son los más ricos (plutocraciaL o 
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íos que se consideran mejores (a ristocracia). Todo aquel que 
queda al margen de la economía, que no tiene capacidad de 
comprar y consumir, de hecl1o no sólo ya no es ciudadano, sino 
que ni siquiera es. 
Impera la economía sobre la política y el pragmatismo más 
descarado acaba con las ideologías y al ienta las prácticas 
electoreras y los sistemas democráticos. De ahí que cada vez se 
difuminan más y más las diferencias entre grupos de electores, 
y no tienen mucho sentido las clásicas divisiones entre dere­chas 
e izquierdas, conservadores y liberales, pues todos desa­rrollan 
actitudes y comportamientos que se orientan más a sa­tisfacer 
sus propios intereses como instituciones de poder, para 
incrementarlo o mantenerlo a cualquier precio, que a satisfacer 
los intereses de sus representados o los compromisos de sus 
programas (Pérez Gómez, 1998, 99). 
Al tener como objetivo fundamental la rentabilidad elec­toral, 
se disuelve todo compromiso de la ética con la política y 
todos los medios resultan buenos (promesas mentirosas, aban­dono 
de fidelidades, alianzas con los opositores y contrarios, 
lucha fratricida, calumnias ... ) si resultan efi caces para ganar las 
elecciones. Con tal de conseguir el poder todos prometen cam­biar 
la situación, y una vez conseguido, cambian sí, pero cam­bian 
de opinión (Galeano). De hecho, una vez conseguido el 
poder, no vacilan en emprender, sin el menor decoro ni ver­güenza, 
caminos radicalmente opuestos a los que anunciaron 
en sus campañas electorales. La ética pragmática de~ todo vale 
(si se traduce en aluvión de votos) y sólo vale (lo que se puede 
contabilizar en votos) impera soberana en esta democracia 
electorera. 
En la base del creciente desprestigio en que se hallan los 
políticos y la política, (palabras que cada vez se asocian más 
con lo sucio, lo falso, lo corrupto ... ), se asienta, sin duda alguna, 
la falta de los más elementales principios éticos y el cinismo sin 
escrúpulos al servicio de la rentabilidad electoral. De este modo, 
los que gobiernan no sólo gobiernan cada vez menos, sino que 
44 
cada vez se siente menos representado por ei!os el pueblo que 
los eligió. Ante el creciente desinterés de las mayorías. la polítí- 
. ca se percibe cada vez más acaparada por los pillos, los arribistas, 
los cínicos, los sin escrúpulos. Hay un creciente desinterés por la 
política y por lo pútJ!ico, y la concepción de que todos son igual­mente 
fa lsos y corruptos en la vida política, contribuye a la 
despolitización, la anornia y a perder el interés del público por 
lo público. 
Si el objetivo primordial de la estrategia política es alcan­zar 
el poder o mantenerse en él a corno dé lugar, hay que echar 
mano de los meclios electrónicos que son los que crean imagen 
e incluso dan existencia a los sucesos y personas. De ahí que, 
cada vez más, las grandes batallas electorales se dan en la tele­visión. 
La televisión no sólo vende lo que sea (salchichas, perfu­mes, 
carros, candidatos, ideas, religiones, programas ... ), sino que, 
cada vez más, es la que da existencia a los acontecimientos y 
las personas. Las cosas existen si aparecen y como aparecen en 
la televisión. La realidad real está siendo sustituida por la reali­dad 
virtual, pues los medios electrónicos tienen la misión de 
definir la realidad y crear consenso en torno de ella. La auténti­ca 
realidad (la única realidad) es la que aparece en la pantalla 
que, bajo pretensión de objetividad, es tremendamente subjeti­va 
pues responde al ojo y la visión del que selecciona los men­sajes 
que van a salir al aire. Los que no tienen acceso (persona­jes, 
noticias, acontecimientos ... ) a la televisión, sencillamente 
no existen. De ahí que la gente ya no hace política, la escucha. 
De este modo y como señala Pérez Gómez {1998, 100) la demo­cracia 
parlamentaria se ha transformado en la democracia de la 
opinión pública, o mejór publicada. Por consiguiente, el énfasis 
ya no se coloca en la convicción, sino en la seducción; ni en la 
reflexión, sino en la emoción; en las pasiones, más que en el 
análisis. Los genuinos ideólogos e intelectuales son sustituidos 
por los constructores de imagen, que deciden cómo debe vestir, 
sonreír, hablar y callar el candidato según el público que le es­cucha: 
ropa deportiva y abundantes promesas si se dirige a las 
45
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masas empobrecidas, flux bien elegante, reloj de oro y lenguaje 
comedido si les l1abla a los empresarios. 
La demagogia, el engai'io, !a seducción carismática, el do­minio 
de las cámaras y de las técnicas de mercadeo son mucho 
más importantes que el contenido de los mensajes que se trans­miten. 
Aquí también, en la política, triunfa el envoltorio sobre el 
contenido, el modo ele decir sobre lo que se dice, la apariencia y 
el simulacro, sobre la realidad. 
La democracia que se propone e impera en las sociedades 
de economía neoliberal y globalizada es una democracia sin 
contenido, sin sujetos, sin verdaderos ciudadanos. Es una de­mocracia 
hueca, mera formalidad. 
1.3. Análisis cultural: el impacto de la postmodernidad. 
De Prometeo a Narciso 
Para algunos analistas de estos tiempos, el Cambio de 
época se expresa fundamentalmente en el creciente domi­nio 
de la cultura postmoderna. Si bien es cierto que la 
postmodernidad es un fenómeno más típico de los países del 
Norte que de los del Sur (que estamos entrando en la 
postmodernidad sin haber sido nunca plenamente moder­nos), 
más urbano que rural, más propio de la clase media alta 
que de la popular, y eminentemente juvenil, es indudable 
que cada vez está penetrando con más fuerza en nuestros 
países, a horcajadas de los medios de comunicación, en es­pecial 
la televisión y el internet, que son sus principales vehí­culos. 
Para comprender la postmodernidad debemos conocer los 
principios y valores fundamentales de la moderniclad, ya que la 
postmodernidad se presenta como una crítica profunda y una 
reacción descarnada frente a la modernidad. 
La. modernidad, que surge con la ilustración, manifiesta 
una fe ciega en la razón, la ciencia y el progreso. La humanidad 
avanza a pasos firmes hacia estadios superiores de un mayor 
46 
desarrollo. Es eminentemente optimista y utópica: tanto ei capi­talismo 
(la sociedad de la iibertad y la abundancia), como el 
. socialismo (Ia sociedad de la igualdad y la justicia) son concebi­das 
como sociedades del bienestar generalizado. 
Profunclarnente antropocéntrica, es decir, centrada en el 
hombre; la modernidad se manifiesta muy crítica de la religión 
y de los. dioses, por considerarlos opuestos al pleno desarrollo y 
a la libertad plena del hombre. Si el l1ornbre es el centro del 
universo, hay ql.,le acabar con los dioses que, t1asta ahora, ocu­paban 
ese puesto. El símbolo de la modernidad es Prometeo, el 
héroe de la mitología griega que roba a los dioses el fuego ele! 
progreso y se lo entrega a los hombres, por lo que será castiga­do 
a vivir encadenado a una montaña mientras un cuervo le va 
devorando los hígados. Por ello, la modernidad fue secula­rizadora, 
deísta y atea, aunque más bien podríamos decir antitea. 
Nacida de las entrañas mismas de la modernidad (por 
ello, para algunos', la postmodernidad es la culminación de los 
principios de la propia modernidad o su radicalización), la post­modernidad 
es una crítica a la modernidad y a sus principios y 
valores fundamentales. Surge de un profundo desencanto al 
palpar los efectos deshumanizadores de la ciencia y del pro­greso. 
Como resume magistralmente Enrique Gervilla {1993; 
en Pérez Gómez, 1998, 22), en el siglo de la consolidación de­finitiva 
de la racionalidad, la modernidad, tan orgullosa y se­gura 
del poder de la razón y de la esperanza de la felicidad, ve 
frustrados sus proyectos ante acontecimientos históricos tan 
desprovistos de razón como: las dos guerras mundiales; 
Hiroshima y Nagasaki; los campos de concentración y el exter­minio 
provocado por los nazis; las invasiones rusas de Berlín, 
Praga, Budapest, Polonia; las guerras de Vietnam y del Golfo 
Pérsico; la crisis de los Balcanes; Croacia, Servía, Kosovo; el 
desastre de Chernobyl; el hambre, el paro; la emigración; el 
racismo y la xenofobia; la desigualdad norte-sur; las políticas 
totalitarias; la destrucción de alimentos para mantener los pre­cios; 
la rarefación, el calentamiento del planeta, el hueco en la 
47
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capa de ozono, los océanos convertidos en grandes potes de 
basura.- la desaparición de numerosas especies de planta s y 
animales; la carrera de armamentos; las armas nucleares, etc., 
etc. 
En definitiva, el anhelado desarrollo y la prometida fe lici­dad 
para todos están cada vez más lejos; la humanidad parece 
incapaz de resolver sus diferencias de un modo pacífico y sin 
recu rso a la violencia, las armas y la destrucción del adversario; 
el desarrollo científico amenaza con acabar con la vida del pla­neta; 
las ideologías libertarias sólo han servido para oprimir al 
hombre; y la utopía de la libertad y la igualdad, se ha traducido, 
de hecho, en la imposición de la cultura occidental, incapaz de 
convivir con las diferencias y que acaba destruyendo las cultu­ras 
distintas. 
De ahí que la postmodernidad rechaza y se opone a todo 
lo que se presenta con pretensiones de totalidad, de verdad, y 
tiene horror al dogmatismo. Jurassic Park sería para la postmo­dernidad 
el símbolo del mundo moderno del progreso, que ha 
creado monstruos que destruyen a la humanidad: Auscllwitz, 
Hiroshima, el Gulag marxista, los genocidios de las dictaduras, 
el neoliberalismo, que destruye la ecología y empobrece cada 
vez más a los pobres mientras unos pocos disfrutan de fortunas 
inimaginables, el caos ... 
La postmodernidad anuncia el crepúsculo de la razón y la 
explosión del sentimiento. Para algunos es una especie de 
neoromanticismo o neoexistencialismo, y señalan entre sus pre­cursores 
a Nietzsche y Heidegger. Si bien por su propia esencia 
elude ser clasificado y rechaza formar escuela, es evidente que 
entre sus representantes más citados podemos señalar a los 
postestructuralistas Foucault y Derrida, Gadamer, Lyotard, 
Deleuze, lypovetsky, Baudríllard y Richard Rorty (Pérez Gómez 
1998, 22}. 
Si, como acabamos de decir, es prácticamente imposible 
categoriz.ar un pensamiento que se resiste por su propia esencia 
a ser comprendido y explicado, intentaremos presentar a con- 
48 
-~···; 
tinuación algunas de las características más comunes del pen­samiento 
postmoclerno, con la idea, sobre todo, de adentrarnos 
en el munclo de los jóvenes que, ellos sí, se mueven como peces 
en el agua en la cu ltura postmoderna. Sólo si los comprende­mos 
podremos cumplir con ellos nuestra tarea de educadores. 
Para ello, es necesario que abandonemos nuestros miedos y 
perjuicios y nos acerquemos a ellos con ojos cariñosos, pues 
sólo conoce bien el que ama y la mayor parte de las cosas sólo 
se ven bien con los ojos del corazón. 
/.3.1. Centralidad del presente 
El pensamiento postmoderno se centra en el presente. Un 
presente fragmentado, efímero, aparente y muy complejo. No 
existe el blanco y el negro: todo está hecho de matices. Se dilu­yen 
las barreras entre el bien y el mal, y todo vale por igual. Si el 
mundo moderno era un mundo del esto o aquello, el mundo 
postmoderno es del esto y del aquello, del "depende". De ahí 
que el rel ativismo, la incertidumbre, la desorientación teórica, el 
desasosiego, el desconcierto vital, marcan la existencia 
postmoderna. 
Se trata de vivir y de gozar el aquí y el ahora, sin pla­nes, 
sin futuro. Perdida la fe en el progreso y al asomarse a las 
terribles posibilidades de una razón y una ciencia que han per­dido 
el sentido y andan desrumbadas, el futuro ya no se percibe 
como posibilidad de realización, de vida mejor, sino como ame­naza. 
Se adivina plagado de inseguridad, de incertidumbre; pro­voca 
miedo: miedo al desempleo, · al paro, a la amenaza nu­clear, 
a no conseguir vivienda, a ser desplazado por las máqui­nas 
... De ahí que hay que refugiarse en el presente y tratar de 
disfrutarlo al máximo mientras se pueda. Si los jóvenes hicieron 
la revolución del mayo francés del68 por miedo a que los aplas­tara 
el sistema, y sus lemas de "la imaginación al poder" o "pro­hibido 
prohibir" expresan una voluntad radical, utópica y 
transformadora, hoy los jóvenes tienen miedo a ser excluidos 
del sistema. 
49 
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  • 3. e - Distribuye: • ~an Pablo, distribución Ferrenquín a la Cruz de Candelaria Edif. Doral Plaza, Local 1 Apartado de Candelaria 14.034, Caracas 1 O 1 I -A Telfs .: (02) 573.63.46-576.76.62-573.64.75 Fax: (02) 576.93.34 © SAN PABLO, 1999 Ferrenquín a la Cruz de Candelaria Edif. Doral Plaza, Local 1 Apartado I 4.034, Caracas 101 I -A, Venezuela Telfs.: (02) 573.63.46- 576.76.62- 573.64.75 . Fax: (02) 576.93.34 E-mail: spediciones@eldish.net Web site: http/www.stpauls.it/ven/ Impresión: SAN PABLO Impreso en Venezuela Depósito legal Nº If5621999370 !699 1 ;.- PRESENTACIÓN Se ha convertido ya en un Jugar común el afirmar, ante la velo­cidad y profundidad con que hoy se producen Jos cambios en los ámbitos más diversos, que vivimos un Cambio de Epoca más que una Epoca de cambios. Es verdad que, en la historia humana, siem­pre ha habido cambios. La novedad consiste en la rapidez e intensi­dad de dichos cambios. Hoy todos somos hijos de nuestra época más que de nuestros padres. Las mutaciones políticas, técnicas, científicas, culturales y sociales se van incorporando a un ritmo tan vertiginoso . que, en palabras de Carande/1 (en Pérez Gómez, 1997, 50) "ni siquiera nos deja tiempo de asumir nuestras perplejidades". Es/o que expresa­ba con contundencia lacónica aquel grafjiti del mayo francés: Cuan­do me había aprendido las respuestas, me cambiaron las preguntas. Hasta tal punto es esto derto, que el propio cambio, es decir, lo novedoso y original se convierten en el valor fundamental. La vida económica y profesional contemporánea exige no sólo adaptar­se a la nueva situación, sino prepararse para vivir permanentemente adaptándose a las exigencias del proceso de cambio continuo . Si las generaciones anteriores nacían y vivían en un mundo de certidumbres y valores absolutos en el que los cambios eran a un rit­mo tal que podían asimilarlos con naturalidad, hoy sentimos que el vértigo de los cambios recientes nos asoman a un mundo desconoci­do, misterioso, extremadamente complejo, y que, en consecuencia, se hunden bajo nuestros pies muchas de nuestras viejas certidumbres 5 1.
  • 4. ' ( T···¡I.; ~:l J;' ( 1: ' i y seguridades. De ahí quE~ como plantea José María Moretones (1998, 8): TI apellído que acompaña a toda fa realidad actual es el de com­plejidad. La realidad se nos presenta significativamente muy plural y entrelazada como una maraña con muchos cabos. Frente a otros momentos hÍstóricos y culturales, las explicaciones actuales han per­dido la simplicidad. Hoy, en nuestro mundo tardomoderno, nada es simple ni unívoco ni unilíneal, ni responde a una única causa. Esta­mos rodeados por la complejidad". Y la complejidad conduce a la inestabilidad, a la ausencia de claridad, a la incertidumbre. Hoy nin­guno de nosotros podemos imaginar el futuro cercano, no somos ca­paces de responder y por ello cada vez nos atrevemos menos a plan­tear la pregunta fundamental de "¿a dónde vamos ?"y nos asoma­mos con temor y temblor al horizonte insospechado que nos presenta la revolución de la informática, las nuevas biotecnologías, la clonación el genoma humano, la proliferación de las armas nucleares, las nue­vas enfermedades, la acumulación de desechos tóxicos, el recalenta­miento del planeta y efecto invernadero, y en general, el deterioro ecológico que pone en peligro real/a desaparición de la especie hu­mana o incluso la vida sobre la Tierra. Nunca, en verdad, hemos ido tan rápido a ningún lado. De ahí que, y como ya anotamos más arriba, los tiempos ac­tuales se nos presentan cargados de incertidumbre. Nos vemos "sin rÚmbo" {l. Ramonet) y 'sin proyecto" (S. Nora). Edgar Morin propone que debemos "movernos en medio del azar y del ruido'~ Odavio Paz plantea que "estamos condenados a buscar la razóá de la sinrazón'~ y Salvador Pániker nos advierte la necesidad de aprender a vivir en la oscuridad. La incertidumbre crea inseguridad y angustia, resulta difícil ha­cer planes, pero también ofrece la posíbílídad de crea0 de propone!'¡ de inventa0 de nacer ele nuevo. La incertidumbre es compañera de la libertad y cómplice de la creación. Sí bien suele asociarse al miedo, podemos, con un simple cambio de las vocales, convertirla en medio ele creación y proposición, transformar la tensión en tesón para asu­mir con vigor y contundencia nuestra vocación de sujetos históricos. Por todo esto, a los genuinos educadores, que somos militantes de la · 6 esperanza, ios tiempos actuales se nos presentan preñados ele posibi­lidades, convocan nuestra osadía y nuestra vocación de entrega y de servicio. Nunca como hoy se ha evidenciado con mayor radicalidad el poder transformador y creativo del ser humano, que si bien es ca­paz de ocasionar un holocausto cósmico, también es capaz de lograr una vida digna y plena para todos. Nunca como hoy hubo mayor conciencia de los derechos humanos ni se le dio tanta importancia a la educación. Si la humanidad avanzó larga y penosamente de la Epoca muscular a la Epoca de la energía, hoy nos estamos adentrando con pasos cada vez más firmes en la Epoca del Conoci­miento. Pero sólo podremos desempeñar apropiadamente nuestra misión de educadores, si nos adentramos con valor en nuestro mun­do y tratamos de comprender las fuerzas, movimientos y tensiones que lo sesgan y configuran. Sólo si conocemos bien, poclremos ayu­dar, cambia( orientar desde nuestra visión de educadores compro­metidos con la genuina humanización de todos, el rumbo necesario. 7 "
  • 5. rrr e ~·-~, -- ~~ l El FENÓMENO DE LA GlOBAUZACIÓN: CIUDADANOS DEl MUNDO E HIJOS DE lA ALDEA La globalización es una metáfora que expresa la ruptura de lo local y la mundialización de todas las esferas de la activi­dad ~lUmana. Hoy somos todos corresponsables e interdepen­dientes y es imposible el aislamiento y la verdadera autonomía. Todo lo que sucede en cualquier rincón del planeta de algún modo nos atañe. Nos hemos convertido en ciudadanos del mun­do, sin dejar de ser hijos de la aldea. Los procesos sociales se ·. imponen desde una perspectiva global y traen consigo cambios vertiginosos en las relaciones económicas, políticas y culturales. De ahí que no sólo se han derrumbado las fronteras financieras y se ha globalizado la economía, sino que hay una planeta­rización de la información, la cultura, los problemas, las costum­bres y modas. Las fluctuaciones de la bolsa en los países asiáti­cos arrastran la seguridad de las economías mundiales, los capi­tales financieros golondrinas pueden hundir en cuestión de mi­nutos la recuperación financiera de algunos países y las velei­dades amatorias de Clinton o la intransigencia de Sadam Husein o Milosevic pueden provocar una subida o una bajada impre­sionante en los precios del petróleo. o incluso ponernos al filo de una terrible confrontación bélica. El mismo día se ven las mismas noticias (desde la perspectiva e intereses de los países del Norte: los países del Sur sólo son noticia sin son devastados por un huracán o sucede alguna calamidad mayúscula} y los 9
  • 6. ( 'l ¡¡¡ ii! ;!· ¡¡,,· í'l l,i, :¡; iJ ¡f !!< q ¡ ¡¡ ·!"! );1 . 1 :¡: 1 ;1 ~u :¡ ·4 ,, ~-·-"-~- mismos videoclips en todos los rincones del mundo, se ext1iben los mismos ídolos del deporte o la moda, se consumen las mis­mas llamburguesas y refrescos, se nos induce a comprar deter~ minados jeans o a distinguirnos con cierta tarjeta de credito. La globalización representa, en defin itiva, el triunfo del capitalismo norteamericano y la imposición de su modo de vida. Se ha globalizado la hamburguesa, impera la dictadura del fast toad, de las bebidas Jight. El mundo se ha cocafizado, se ha macdo­nalizado, se ha convertido, en breve, en una aldea global, don­de todos en cierta forma nos conocemos, pensamos de un modo semejante y aspiramos a lo mismo. E! viejo sueño de unificar el mundo, que ya lo intentara Alejandro Magno, parece estarse realizando. En esta aldea planetaria, la mundialización de todas las esferas de la actividad humana adquiere dimensiones nun­ca vistas. La caída de los muros, la supresión de las barreras económicas y financieras, los avances de la ciencia y la tecnolo­gía, las increíbles perspectivas abiertas por la información y la comunicación universal, nos lanzan a un universo prodigioso y desconocido. "Los massmedia o multimedia nos están haciendo real y verdaderamente coetáneos de nuestro mundo. Por fin . tenemos conciencia de lo que sucede en cualquier rincón de ,(" 7J nuestro globo, y de que éste es uno" (Mardones, 1998), sin im-portar que los destinatarios de esta invasión cultural vivan en una residencia de lujo o en un rancho miserable. Como nos ha planteado el P. General de los Jesuitas, Peter Hans Kolvenbach (1998), "la globalización como tal no implica una connotación negativa; más bien ofrece inmensas posibilida­des para el desarrollo de la humanidad. Pero cuando no se respe­tan los valores más fundamentales de la persona humana -como ocurre en el campo económico con la absolutización del libre mercado-, la globalización resulta verdaderamente nefasta". A continuación, vamos a tratar de adentrarnos críticamente en el proceso de la globalización para desentrañar sus basa­mentos económicos, políticos y culturales, con la idea de ir gestando desde la educación, una cultura que globalice tam- 10 lllén la justicia, la solidaridad, la verdmiera t1ermanclad. Es evi­dente que, como educadores, no podemos vivir de espaldas a la realidad. La educación (Kolvenbach, 1998) no puede sustraer­se a la g!oballzación y al fenómeno ele! mercado. Más aún, la educación corre el riesgo de reproducir en su ámbito los mis­mos efectos perversos que se están produciendo en el terreno {- -< económico: concentración del saber y del poder en unos pocos, exclusión de los débiles, aumento de las diferencias, inversión de valores. El discurso de la calidad, la competencia y la eficien­cia - insoslayables en nuestros clías- , puede de hecho lograr efectos contrarios a los pretendidos, en beneficio de unos y per- / juicio de otros. En la nueva sociedad del conocimiento, el abis­mo entre quienes saben y quienes no saben, se acentúa cada día más. Los pobres siempre pierden en la carrera del libre mer­cado. Y como planteara hace ya años su santidad Juan Pablo 11 (Encíclica Centesimus Annus, 33}. "para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y la del conoci­miento". De aquí el deber que tenemos los ~q_l:f_~ad~res C<2__mpr~~e­tiqg_~~ QD_kl_ demo_c:racia, la justicia y_la frat~rnLq~Sl_9~_ co_no_cer nue~!ro actua_!_ m~Qdo p_ara 12_Q_sl~~ont ciQ_!:i_!!_-ª-._ transfo!_marlo. El víe]o discurso revolucionario, nacido de una realidad que ya no existe, puede resultar hoy tremendamente reaccionario. Como también lo es la resistencia al cambio. Es cierto que asumir el cambio conlleva la posibilidad de equivocarse, pero es igual­mente cierto que, si no cambiamos y seguimos haciendo las cosas del mismo modo, viviremos equivocados. Si no somos capaces de entender las exigencias actuales de un nuevo mo­delo educativo y no leemos críticamente las reformas educati- -vas que a nivel mundial se vienen adelantando porque la es- ( cuela actual no sirve ya a las exigencias de la economía globalizada, no será mucho lo nuevo que podremos aportar. ' · ,, Voceando nuestra fidelidad al pueblo pobre y excluido, pode-rnos con nuestra buena voluntad y nuestra entrega generosa seguir contribuyendo a mantenerlo en su situación. En nuestros 11
  • 7. ' nl .. ' ~ . ~ ( ~ ~ i ' • 1 .¡:, q;¡ )!j "i '·ii tiempos actuales donde ya se adentra con pasos firmes el nue· vo milenio, los genuinos educadores necesitamos, además de voluntad y capacidad de servicio, una nueva teoría crítica que nos posibilite, desde la comprensión de la actual, la gestación de una democracia integral y de una nueva escuela abocada a su gestación. Como aporte a esa necesaria comprensión, vamos a pre­sentar algunos elementos que nos ayuden a entender la nueva realidad. En primer lugar presentaremos del modo más claro posible, el proceso económico y político de la globalización, para posteriormente desarrollar con más detalle el proceso cultural de la postmodernidad que como educadores nos atañe directa­mente. 1.1. Análisis económico de la globalización: la productividad, eje de la economía globalizada La nueva economía se orienta fundamentalmente a maximizar la producción, la rentabilidad y la ganancia. De ahí el énfasis en lo pragmático y utilitario. Todo aquello que no pro­duzca un beneficio inmediato no tiene ningún sentido ni valor. Actividades como la solidaridad, el servicio, la reflexión, el silen­cio ... , aparecen como desprovistas de sentido, trasnochadas, demodés. Son buenas tal vez para la retórica humanista, algo que es conveniente decir en ciertos discursos, pero que no hay que tomar demasiado en serio, ni organizar la vida sobre ellas si uno quiere triunfar y tener éxito. La productividad a su vez, se fundamenta sobre todo en la competitividad, palabrita muy de moda que resume la vieja moral .. purÚari'a del'b~raén, la disciplina y el individualismo. "Ser compe­titivo -y estas son palabras de Mardones (1998)- significa tra­bajar duro, meter los codos y hacerse con un puesto en esta sociedad. Es el slogan que resume el evangelio del neoli­beralismo", la buena noticia, la verdad suprema que hay que buscar y defender a toda costa. 12 La competitividacl extrema lleva a un tomento y alabanza el el individualismo. Hoy día el egoísmo que triunfa aparece como el valor absoluto, como la virtud principal que hay que cultivar para ganar el cielo de las sensaciones infi nitas. El modelo actual de desarrollo, lo que más desarrolla es el egoísmo. No importa que en esta sociedad de la competencia extrema, sólo sobrevi­van los más fuertes. Los perdedores lo hacen por su culpa: por su falta de formación, de empuje o de disciplina. Los pobres son pobres porque son flojos y no les gusta trabajar. Cada uno vive como se merece. Todo el mundo, -se dice y se repite sin el me­nor pudor-, tiene las mismas oportunidades para competir en el mercado, ignorando por completo las diferentes realidades sociales, económicas y culturales, lo que equivale a poner en el mismo ring a un superpoderoso peso completo con un peso mosca debilucllo y enfermo. De este modo, la actual sociedad apoya y fomenta una especie de selectividad de los más fuertes o de los que están en capacidad de adaptarse mejor a las reali­dades del mercado, con lo que estamos implantando una espe­cie de darwinismo social y moral, abandono total del hombre como compañero y hermano y seguimiento de la filosofía del hamo homíní lupus de Hobbes, el hombre un lobo para el hombre. El hombre meramente oeconomícus, prototipo de esta sociedad de la productividad y de la competitividad extremas es un ser asocial, que ve al otro como enemigo, como rival, como lobo. Sí antes decíamos que todo aquello que no se puede tra­ducir en beneficio económico no tiene ningún sentido ni valor ("sólo vale", lo que genera productividad y ganancia), al mismo tiempo todo se permite con tal de obtener el beneficio econó­mico. Entramos así en el relativismo moral del todo vale si, en definitiva, sirve al objetivo de la rentabilidad personal, grupal o nacional, sin importar las consecuencias, la deshumanización que provoca, la esclavitud que ocasiona. El precio de una frane­la (Galeano,1998, 180) con la imagen de la princesa Pocahontas, vendida por la casa Disney, equivale al salario de toda una se­mana del obrero que ha cosido esa camiseta en Haití a un ritmo ~~',.~. ..- 13 .---·-··--------- --------------~----------~· --------------------~~------------~
  • 8. 11 1 (. ¡!;¡ ¡l1r !'!lli¡~ ¡•'r'1::' ¡;Ji; ¡.,! i :¡: -:;, J;i :il q¡ 1'' :i; t!ll ¡¡:! ¡¡¡¡ 11!< !J'¡ :: de 375 camisetas por hora. La cadena McDonaicrs (que, por cierto, en todo el mundo les tiene prohibido a sus trabajadores sindicalizarse), regala juguetes a sus clientes infantiles. Esos ju­guetes se fabrican en Vietnam, donde ios obreros trabajan diez horas seguidas, en galpones cerrados a cal y canto, por un suel­do de 80 centavos de dólar. En 1995, la cadena de tiendas GAP vendía en Estados Unidos camisas made in El Salvador. Por cada camisa vendida en 20 dólares, los obreros salvadoreños reci­bían 18 centavos. Todo, en definitiva, incluyendo las personas, se convierte en mercancía que adquiere su valor de cambio en el trueque comercial. Como expresa Pérez Gómez (1998), el valor de cada objeto, comportamiento o idea depende fundamentalmente de su valor de cambio en el mercado. Por lo tanto, en principio, todo tiene cabida en el amplio territorio de los intercambios, do'nde se mezcla sin identidad al abrigo de la crítica intelectual o moral. En el mismo sentido se pronuncia Castoriadis al consi­derar que es imposible subestimar el crecimiento del eclecticis­mo, el collage, el sincretismo invertebrado y sobre todo la pérdi­da del objeto y del sentido. Los fines justifican los medios y cual­quier medio es aceptable y bueno si nos lleva a la consecución de los objetivos previstos. Los resultados pueden identificarse, medirse y evaluarse con rigor. Como nos recuerda Lyotard (1989), "en un universo donde el éxito consiste en ganar tiempo, pen­sar no tiene más que un solo defecto pero incorregible: hace perder el tiempo, no es eficiente". La obsesión por la eficacia se desliga incluso de la calidad de los resultados primando de manera indiscutible la rentabilidad sobre la productividad. La especulación financiera, la destrucción de productos agrícolas, la corrupción política son claros ejemplos de la extensión y legi­timación social de esta obsesiva búsqueda de la rentabilidad y el beneficio a corto plazo. La eficacia deviene pura eficiencia. Una economía orientada a maximizar la productividad y rentabilidad tiene que favorecer al mismo tiempo para su pro­pia sobrevivencia el consumo ilimitado. Consumo no tanto de 1• ¡¡; 14 l'¡i ,í' all é ' ::,"_ ''--- Jos productos orientados a cubrir las necesidades báslcas de la gente, -por primera vez en la historia, la humanidad podría, sí se lo propusiera, por su desarrollo tecnológico acabar con el hambre y satisfacer las necesidades primarias de toda la pobla­ción mundial-, sino u~¡_ consumo orientado a satisfacer los ca­prichos que la propia sociedad crea y recrea permanentemente en esta vorágine de cambio permanente, de trivial idad, de lo efímero, de hacernos consumidores de las nuevas necesidades que nos van creando una y otra vez. La televisión se encarga de convertir en necesidades reales las demandas artificiales que el mercado inventa sin descanso. La lógica del consumo es la de la droga. Cuanto más se consume, más se necesita consumir. Las cosas duran poco para que el hábito que producen dure mucho y el des-eo de comprar y volver a comprar permanezca. La cultura del consumo (Galeano, 1998, 272}, "cultura de lo efí­mero, condena todo al desuso inmediato. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un p~npadeo para ser reempla­zadas por otras cosas de vida fugaz". Es la cultu ra de lo desechable, del "use y bote", del cambio permanente, donde el envoltorio es mucho más importante que el contenido, la cultura de vivir en un ajetreo permanente para responder á las exigencias de una moda que, para su propia sobrevívencia, necesita renovarse sin cesar. Es la cultura de la imagen efímera, del video-clip, del zaping televisivo que, me­diante el control, nos permite cambiar permanentemente de canal y disfrutar de varios programas al mismo tiempo: un par­tido de pelota, un noticiero del éxodo y hambruna de un pueblo africano, un desfile de modas y una película dramática. Vivimos en permanente agite, estresados y agotados, sin atrevernos a plantear la pregunta fundamental de a dónde vamos. Nunca como hoy, como ya dijimos, la humanidad había viajado a tal velocidad hacia ninguna parte. Cada vez más el hombre se vuelve dependiente de los objetos que crea. Los objetos no son ya producidos para satisfa- . 15
  • 9. d!il t:¡¡i !."¡' 1fl;i n!l: .! l¡ ~ Jll! ( ·ll:l ~fi ~ ~. ~·~~ cer sus necesidades, sino que las necesidades son proclucilias para satisfacer los objetos. La ética, en definitiva, se transforma en una estética de la seducción: convencernos de que necesita­mos comprar, obtener, el objeto último del mercado en esta carrera indetenible dei cambio permanente. Un ejemplo cla­ro ele esto sería lo que está pasando con los teléfonos celula­res o con cualquier aparato o instrumento que nos proporcio­na una tecnología orientada a satisfacer. las necesidades siempre renovadas y siempre insatisfechas del consumo. Hoy, el celular más que responder a una necesidad de comunica­ción, es un símbolo de status y prestigio. De ahí que lo impor­tante ya no es tener teléfono celular, sino tener el último mode­lo, el más pequeño, y esperar que suene en el momento más inesperado o en el lugar más inverosímil (cines, salas de confe­rencia, iglesias ... , por supuesto, irrespetando al público que no tiene por qué ser agredido ele ese modo) para que todo el mundo pueda sentir que eres una persona moderna e impor­tante, solicitada con urgencia, poseedora del último grito de la moda en celulares. Con tanto desarrollo tecnológico para co­municarnos, nunca la humanidad vivió más incomunicada. Sí, necesitamos llamar y ser llamados a cualquier hora o en cual­quier lugar, decir que ya hemos salido de la oficina o del traba­jo, que ya hemos llegado al aeropuerto, que estamos en cami­no ... , pero luego, cuando llegamos a la casa, no tenemos nada profundo que comunicar con la persona a la que continuamen­te nos sentimos impelidos a llamar y, después de los saludos de rigor, nos ponemos a ver televisión, en el mejor de los casos juntos, por lo general, en televisores y programas diferentes. La apariencia de la comu-nicación, la expresión continua de lo ba­nal, de lo trivial, la cháchara superficial y hueca, está impidien­do la profunda comu-nicación, la apertura al otro, la comunión. Incapaces de estar en silencio, y por ello incapaces de refle­xionar, vivimos unas relaciones atrapadas en la palabrería, la apariencia, la super-ficialidad. La forma de expresarse es mucho más importante que el contenido. Lo importante es hablar y 16 -~~~-~·-.-. ·-.-·-:.·-~:s· .-· .. l aparentar que se habla, aunque no se tenga nada importante que decir. Por ello, como plantea Pérez Gómez (1997, 56-57), es abru­mador el poder de la apariencia, la opresión de lo efímero y cambiante, ia dictadura del diselio, de las formas: "Las exigen· cias del mercado en !a vida cotidiana y en particular por me­dio de !.a publicidad audiovisual confunden cada vez más pro­fundamente el ser y el parecer: las apariencias sustituyen a la realidad al conseguir el efecto pretendido; y a su vez la realidad insatisfecha o insatisfactoria pugna por convertirse en la apa­riencia del modelo exitoso. La ética se convierte en pura estéti­ca al servicio de la persuasión y seducción del consumidor y por supuesto, el contenido desapárece de la escena para dejar paso triunfal a las formas autosuficientes. Las modas, configuradas por puras apariencias, se convierten en criterios de valor para definir la corrección del comportamiento en los más diversos campos de actuación: el arte, la política, el vestido, el diseño, la vida profesional, el ocio .. . La exaltación de las formas, de las apariencias, de los envoltorios, de la sintaxis, se produce a costa de los significados, de los contenidos, ya sea para ocultar la ausencia de los mismos o para camuflar la irracionalidad de los mensajes, la cultura de la apariencia se convierte en un podero­so eje de la cultura social que arraiga con fuerza en la juventud por el atractivo de los estímulos que utiliza, relacionados direc­tamente con la naturaleza concreta de los sentidos, con el con­tenido directo de la percepción más sutil y diversificada ... Cuan­do la sustitución de la realidad por las apariencias observables invade el terreno de las relaciones profesionales e incluso per­sonales, la vida de los individuos se convierte en una continua actuación". Vivimos, en definitiva, la vida como actuación. No somos ya autores de nuestro proyecto vital; sino meros actores de un guión que escribieron los sacerdotes principales del dios merca­do, cuyos templos fabulosos son hoy los shopping centers o shopping malls, a los que acuden muchedumbres en verdadera .17
  • 10. : oj ! 1 l. 1 ¡, .1 ¡' ¡ ¡, " :;' . ¡¡; peregrinación. Los shoppingcenters, reinos de la fugacidad, ofre­cen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos existen fuera del tiempo, sin raíz, sin noche y sin día, sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de la turbulencia de la peligrosa realidad del mundo (Galeano, 1998, 272). Los nuevos sacerdotes del mercado determinan cómo de­bemos vestí( sentir, hablar, reír, comer, hacer el amor; qué ca­rro debemos manej ar, con qué celular debemos hablar, qué tar­jeta de crédito poseer. Espían nuestros gustos, nuestros sueños más íntimos, nuestras fantasías, analizan nuestras compras, para bombardearnos con su publicidad. Si tll compras algo por -internet, con seguridad te ofrecerán por correo electrónico enor­mes listados de productos pues conocen ya tus gustos o tus perversiones. Como ha escrito Galeano (1998, 274L "resulta cada vez más difíci l, por ejemplo, que un norteamericano pueda man­tener en secreto las compras que hace, las enfermedades que padece, el dinero que tiene o el dinero que debe; a partir de estos datos, no es difícil deducir qué nuevos servicios podría contratar, en qué nuevas deudas podría meterse, y cuántas co­sas nuevas podría comprar". Bajo la ilusión de que vivimos plenamente la vida, somos, en definitiva, vividos por los demás, La libertad se viene enten­diendo cada vez más como la capacidad de responder a las sugerencias y orientaciones del mercado y a la satisfacción del instinto continuamente estimulado por él. Ya no se trata, en con­secuencia, de hacer lo que uno piensa o quiere, sino responder a los pensamientos y decisiones de los demás, o a las exigen­cias del instinto. La libertad se convierte en su opuesto: la total dependencia, la esclavitud al mercado o al capricho, la vivencia de un hedonismo que se refleja en palabras de D. Bell en "la idea de placer como modo de vida" y la "satisfacción del impul­so como modo de conducta". En este sentido, y como asoma­mos. antes, los animales, que actúan siempre en respuesta a sus instintos, se convertirían en el ideal de este especie de libertad atrofiada. 18 ,.,.._...,._ ___ ,. ___ __,_ _ _ ____ =:·•·"""· -·=,~- -~ Llevado a su extremo, el cambio como va lor absoluto im­plica entrar en una arrolladora vorágine del cambio permanen- . te. Cambio de carro, cambio de televisor por otro de más pulga­das, cambio de zapatos y ropas (algunos consideran una verda·· dera "raya" que lo vean con el mismo traje o vestido dos veces. La ropa no responde ya a la necesidad de cubrir el cuerpo o estar abrigado, sino a la necesidad de aparentar y de que me vean con nuevos trajes o modelos), cambio ele nariz, cambio de hombre o de mujer. Todo, incluyendo las personas, se utiliza como medio para lograr mi satisfacción y expresar mi superiori­dad. El mercado que vive del cambio permanente (y por ello, de la necesidad de cambiar), no produce ya para satisfacer necesi~ dades, sino para obtener beneficio provocando el deseo del consumo ilimitado y por ello siempre insatisfecho: "Se vive el instante como trampolín hacia un futuro inmediato de sorpresa y cambio que promete mayor novedad ahogando las posibili­dades de disfruta r la sorpresa presente. Además de producir anemia, ansiedad e jnsatisfacción, la tendencia al cambio per­manente provoca fácilmente el desinterés y el hastío. La origi­nalidad y la novedad o la necesidad del cambio por el cambio conduce inevitablemente a la rutina de la misma originalidad, a la banalidad de la búsqueda" (Pérez Gómez, 1998, 58). Siempre ávidos y siempre insatisfechos, las personas van de objeto en objeto, y antes de disfrutar lo re cién adquirido ya están pensan­do en lo nuevo que necesitan. Los objetos mandan en las perso­nas y se han enseñoreado de sus corazones. Es la locura de un mundo al revés. Como ha ridiculizado magistralmente Eduardo Galeano, los automóviles manejan a las personas y son los due­ños de las calles, las computadoras programan la vida, el televi­sor mira y habla a las personas y se ha convertido en el perso­naje más importante de la familia, la gente vive para comprar en vez de comprar para vivir. El ideal a alcanzar es el individualismo consumista. El con­sumo como experiencia vital: consumo, Juego existo. Consumo de servicios, de bienes, de estéticas y de status. Para ello hay 19
  • 11. ,;·. ¡·1 :;¡,/, !'rl: ,,¡., ¡.,j,l:; ; ;';' t)i" ;:¡; h i f!~' que sudar y luchar, competir y adaptarse. El paraíso prometido será poseer, degustar sensaciones, consumir y volver a consu-· miren una variación cuasi instantánea, sin término. La realiza­ción de la vida se reduce en definitiva a tener y aparentar que se tiene. El ser queda aplastado por el poseer y el aparenta r. Esta cu ltura, sin embargo, produce un cierto cansancio, una especie de hartazgo, hartazgo de poseer cosas, de buscar­las, de sentirse a veces, en los pocos momentos de intimidad, utilizado, manejado, llevado de aquí para allá. La carrera loca por el tener, conduce inevitablemente a la insatisfacción del ser. Cuanto más se tiene, más se necesita, más se quiere. De ahí que la gordura corporal y la depresión y el sinsentido son los com­pañeros fieles de la cultu ra del consumo. A pesar de tantas die­tas, de tantos refrescos light, y alimentos jatjree, la obesidad es uno de los problemas mayores de los norteamericanos: Un gran porcentaje pasa diariamente cuatro horas ante el televisor, de­vorando toneladas de comida chatarra para calmar su ansie­dad. Y no es casual que los estadounidenses, que sólo represen­tan el 5% de la población mundial, consuman la mitad de las drogas y tranquilizantes legales y más de la mitad de las drogas ilegales. Por eso, los mejores espíritus sienten cada vez más la ne­cesidad del silencio, de un distanciamiento reflexivo, que les permita encontrarse consigo mismo y plantearse la pregunta fundamental del sentido de la vida. Hay un intento, todavía tí­mido y que se expresa de rnúltiples formas, de vuelta a la senci­llez, con pocas cosas, al ansia de solidaridad con los margina­dos del festín de las sensaciones. La mayoría, sin embargo, si­gue atrapada en la seducción consumista de meras sensacio­nes, imaginando que vive pero sin atreverse a vivir. 1.1.1. El mercado, único regulador Esta economía de la competitividad se debe dejar al libre juego del mercado. El Estado se achica, hasta prácticamente desaparecer y en ningún modo -así opinan los defensores del 20 --.':;'"-.,..-~ ......... -- neolibera!ísrno "salvaje", afortunadamente ya en declive ante la constatación ele las terribles consecuencias que J·m ocasionado, ·como veremos más adelante, esta mentalidad y política econó­mica- debe meterse a regular ln economía ni a compensar las diferencias o remed iar las clistorsíones. Se acabaron los protec­cionismos, subvenciones y subsidios. Ante la estrepitosa caída de los socialismos reales, hoy aparecen como tot almente sin sentido las políticas del Estado Benefactor, de un Estado aboca­do a garantizar los derechos fundamentales de las personas, entre ellos los de sa lud, educación, vivienda, trabajo. Como el social ismo real fracasó, hay que erradicar de una vez el ideario socialista, un verdadero estorbo para el pleno desarrollo de la economía. De este modo, en palabras de Michel Camdessus, Director Genera l del Fondo Monetario Interna cional, "hemos pasado de un fundamental ismo del Estado, a un fundamenta li s­mo del Mercado". Sí todo se convierte en mercancía y en va lor de cambio, la posibilidad de realizar los derechos fundamentales ya no va a depender de las leyes de un Estado que vela por tod as las per­sonas, sino que depende exclusivamente de las cualidades de la persona y de su habilidad para venderlas en el mercado. Todo entra en el libre juego del mercado, ele la oferta y la demanda. Todo es mercancía. El mundo, en definitiva se convierte en un enorme Supermercado, un Gran Templo donde reina el Todopo­deroso Dios Dinero, que promete a sus fieles servidores satisfa­cer todos sus instintos, sus más plenas e íntimas necesidades, sus deseos más recónditos y profundos. De esta forma, el mer­cado es el Alfa y Omega, principio y fin de todo (Libanio, 1997); principio y fin de conocimiento: él y sólo él proporciona cono­cimientos significativos e importantes de la realidad económi­ca, él controla la productividad y la eficiencia; un conocimiento que no se traduzca en beneficio económico no tiene ningún sentido ni valor; principio y fin de competencia económica: el mercado le obliga a uno, para triunfar e incluso sobrevivir, a ser cada vez más competente y a competir con los demás; princi- 21
  • 12. .. 'h,<1,•.J:,¡- '¡ i ¡: i ·.i i, ;. i tí~ 'j ru: .• t¡ ' ~ I·.ll 1·i1· .·.·~1 : ¡ ." d';,l¡l·!'•.lpli: Fj _'¡il¡[H f'l 'i¡""~ '!1¡ .f ,i,", ~ ,, ': n ·~j:tm. :j· :¡:n; l f¡:·.:;l j l¡i,'' ¡l ¡ ' ( ~;, f frj.l,¡. ¡ !¡PL·,I ¡t i'Jr jt!i '. Y 1¡; ' j¡i¡J,. !¡¡¡¡, 1¡¡:'·~ rLli i ; ~ . ;·j ' ' pi o y fin de política eco~~mica: el mercado condiciona y dete~·­mina las decisiones pol1tlcas que afectan a la economta, deCI­siones políticas que no se traduzcan en ventajas económicas no interesan; principio y fin de ética económica: el mercado deter­mina la validez de los postulados éticos: es bueno todo· aquello que lleva al logro y al t riUnfo. La bondad se equipara cada vez más con la eficacia. Los que tienen éxito, no importa cómo, son admirados y reconocidos. No interesa la bondad del que fracasa. El achi camiento del Estado implica la f lexibilización y privatización de la economía. "Flexibilizar" o "desregulari­zar" es dejar las leyes más libres, acabar con los controles, de modo que el capital privado no encuentre impedimentos para su expansión; es, en definitiva, un llamado a que cada uno se las arregle como pueda. De ahí que, en nuestros días, una de las palabritas que está más de moda es la de priva­tización. Llegó la hora de las privatizaciones y de las transferencias a manos privadas de las empresas e instituciones públicas, al mejor postor. Por consiguiente, todo hay que privatizarlo: hay que privatizar no sólo las grandes empresas deficitarias, cuyo mantenimiento supone una verdadera sangría del erario públi­co, sino que hay que privatizar también la salud, la educación, los mismos fondos sociales. Lo público se concibe cada vez más como sinónimo de ineficacia e ineficiencia, como algo que no sirve, funciona mal o no funciona y que por ello hay que pasar­lo a manos privadas. A su vez, lo privado se percibe como efi­ciente, bueno, de calidad. Proliferan como hongos las escuelas, institutos y universidades privadas como respuesta de la entra­déi de la educación en la órbita del mercado y del marketing. La püblicos o de agencias mu!i.itaterales, cleberán demostrar que son "rentables" y que sus resultados son mejores que los de otros. La tendencia a revertir la gratuidad de la educación, espe­cialmente la superior, y convertirla en un servicio pagado, es cada vez más generalizada. Las corrientes descentralizadoras en educación parecen ser hoy la consigna. En otros países, la políticé) es la de tra nsferir parcelas enteras de la educación a manos privadas. Esta mentaliLi ad privatizadora, aprovechándose del des­crédito en que l1an caído gremios y sindicatos (en gran medida por sus prácticas corruptas y clientelares, la defensa a ultranza de unos supuestos derechos de sus afiliados sin la contraparte del cumplimiento de los deberes, su apego al pasado y su inca­pacidad de autocrítica, renovación y transformación a la luz de las exigencias de los nuevos tiempos), pretende acabar con toda forma de organización y de lucha cooperativa, llegando incluso a satanizar estas manifestaciones (todo lo que huela a sindica­to, o lucha gremial, se considera rémora del pasado, freno al desarrollo, que hay que combatir con decisión), lo que deja al individuo, sobre todo al débil, inerme y sin defensas frente a la voracidad del mercado: contratos individuales, salidas individua­les, trabajos temporales, que cada uno vea por sí mismo y trate de venderse lo mejor posible, de acuerdo a su valía, en el mer­cado. Pensar en los demás, defender los derechos de los otros, seguir empeñado en un mundo de justicia, resulta trasnochado y peligroso. Una mercantilización absoluta invade todos los ámbitos de la vida e impone la lógica de la dominación y de un individualismo feroz. El egoísmo, el encerrarse en sí mismo y no pensar en los demás, se considera una virtud fundamental. /") -... educación (Codina, G., 1998, 8) se considera como mera inver- . , sión que, como en toda inversión, deberá tomar muy en cuenta 1· 1.2. Pobreza Y exclusron la relación costo-beneficio. Los mercaderes están entrando cada Suelen presentarse como indicadores de que la economía vez con más decisión en el campo educativo, tratando de a pro- globalizada anda por buen camino el aumento del PIB (Producto vechar mercantilmente el colapso de la educación pública. Las Interno Bruto), el control de la inflación y cierta estabilidad cambiaría. , instituciones educativas que deseen tener acceso a los fondos Todos ellos indicadores macroeconómicos. Pero la macroeconomía ( ¡¡¡¡¡; 22 1 23 1 :''i1lr l1'i'' . . ... ~.ltl - ~ ' 1! d ¡ - t ( ~'¡~ ; 1 ~' .
  • 13. está produciendo una macropobreza, sin duda alguna, la enferme­dad principal de nuestros días, causa principal de otras innumera­bles enfermedades tanto físicas como mentales y espirituales, e incluso causa de innumerables muertes. La pobreza mata cada año, en el mundo, más gente que toda la segunda guerra mundial. Una pobreza deshumanizadora, que genera resentimiento, vio­lencia y delincuencia al tener que convivir con la opulencia y el exhibicionismo descarados. La publicidad estimula la demanda y a la misma velocidad promueve la violencia de los que no pueden comprar. De ahí que se multiplican los consumidores y los delincuentes (Galeano, 1998, 25): "La publicidad manda con­sumir y la economía lo prohibe. Las órdenes de consumo, obli- .. gatorias para todos, pero imposibles para la mayoría, son invi­taciones al delito. Este mundo que ofrece el banquete a todos y cierra la puerta en las narices de tantos es, al mismo tiempo, igualador y desigual: igualador en las ideas y en las costumbres que impone, y desigual en las oportunidades que brinda". Cada día se acrecientan más las desigualdades entre los países y, dentro de cada país, entre una minoría que disfruta de todos los caprichos inimaginables y las grandes mayorías que escasamente pueden vivir con dignidad o que incluso están con­denados a morir de hambre. Como escribe Simón Alberto Consalvi (1999), en su artículo "Las cifras del desastre humano", en el que va comentando el Informe sobre desarrollo humano elaborado por el PNUD en 1998, "El consumo público y privado de bienes y servicios alcanza la cifra de 24 billones de dólares en 1998, el doble que en 1975, y seis veces más alto que en 1950. Pero la brecha entre los países ricos y los pobres se am­plía peligrosamente, en una época de demandas insatisfechas y de grandes necesidades. Cuestión que, a juicio del informe, ge­nera inquietud popular estimulada por la explosión informati­va. En una palabra, las expectativas se han hecho globales, pero no así la afluencia. Veamos estas cifras: 20% de la gente en los países de mayor ingreso consume el 86% del total del consumo privado. En los más pobres, sólo se consume 1,3%. En Africa, un 24 hogar promedio consume 20% de lo que consumía 25 años atrás. Las naciones ricas reducen su población, pero aumentan ·el consumo, sobre todo ei consumo artificiaL .. En el año 2050, se estima que la población mundial alcanzará los 9,5 miliardos de habitantes; de estos, 8 vivirán en países pobres .. . El evange­lio de la globalización está siendo puesto a prueba antes de habernos mostrado sus milagros. En suma, derechos humanos y 'desarrollo inhumano' son términos incompatibles". Los éxitos de los ajustes macroeconómicos se traducen de hecho, en crecientes desajustes en los presupuestos cada vez más micras de las mayorías. El mundo de este final de siglo funciona para unos pocos y contra muchos. En palabras de Galeano, "unos pocps tienen de sobra, y los muchos viven de las sobras". Con la globalización de la economía hay unos gana­dores, los ricos, y unos perdedores claros, los pobres. Y eso lo dice la ONU. Esto ocurre a nivel mundial - los países subdesa­rrollados ganan menos que los industrializados- y a nivel indi­vidual -en un mismo país los más pobres ganan menos que los ricos-. Para captar la ilusión que se esconde tras la globalización, el informe del PNUD de 1997, usaba esta metáfora: la globali­zación es una marea de riquezas que supuestamente levanta a todos los barcos; los trasatlánticos y los yates navegan mejor, los botes de remo hacen agua y, algunos, se hunden rá pida­mente. Y es que, si bien la globalización es inclusiva como mer­cado, es decir, el consumo, la información, los productos para el ocio y la diversión ... , se expanden sin fronteras y su dinámica tiende a llegar a todos los rincones del mundo, es excluyente de todos aquellos, que son la mayoría, que no tienen capacidad de adquirir esos bienes que la publicidad vocea y ofrece a ma­nos llenas, y que incluso tienen negado el acceso a los bienes y servicios fundamentales. Todos somos. incluidos por el deseo, tan insistentemente introyectado en nuestras mentes, de un consumo que la cultura en boga propone como basamento de la identidad, pero muy pocos pueden satisfacerlo, ya que la mayoría tiene vedado el acceso a ese consumo, lo que les lleva 25
  • 14. ~ Ji ,. 1·' <ti, :;¡ ¡;!! a desarrollar, ante sí mismos y ante los demás, la conciencia de su inutílldad, de su no-valía, de su no-ser. A nivel macro, el desa· rrollo, la calidad de vida, el progreso que ha permitido la nueva economía, son innegables. A nivel micro, sin embargo; los be­neficios no son para todos, ni se reparten por igual. Y el precio que hay que pagar es horrendo, aunque algunos traten de dis­frazarlo con el eufemismo de "costo social" o la retórica de los "sacrificios necesarios". Asomémonos a algunos otros datos escalofriantes de las desigualdades, pobreza, muerte y destrucción en el mundo: -Los 225 personajes más ricos acumulan una riqueza equi­valente a la que tienen los 2.500 millones de habitantes más pobres, o sea, 47% de la población mundial. El PIB (Producto Interno Bruto) de China, con 1.300 millones de habitantes, es superado por el dinero de 84 de los 225 millonarios citados. Los tres personajes más ricos del mundo tienen activos que superan el PIB combinado de los 48 países menos adelantados. - El 20% de la población mundial acapara el 86% de to­dos los recursos de la tierra, lo que demuestra la imposibilidad de que toda la humanidad alcance los niveles de desarrollo de la minoría privilegiada. Las matemáticas nos demuestran que, para alcanzar todos los habitantes del planeta el desarrollo de ese 20%, se necesitarían los recursos de más de cuatro planetas tierra. El que unos pocos puedan disfrutar del consumo más desenfrenado es a costa de las necesidades insatisfechas de las grandes mayorías. Si toda la humanidad tuviera acceso de re· pente a los niveles de consumo de los países del Norte, el mun­do colapsaría. Como escribe P. Anderson (1992, 352), "el estilo de vida que disfruta la mayoría de los ciudadanos de las nacio­nes capitalistas ricas de nuestros días ... depende de su restric· ción a una minoría. SLtodas las personas de la Tierra poseyeran el mismo número de frigoríficos y de automóviles que tiene Norteamérica y Europa occidental, el planeta sería inhabitable. En la ecología global del capitalismo de hoy día, el manteni- 26 miento de los privilegios de unos pocos exige la miseria de .muc11os. En la actualiclad, menos de un cuarto de la población mundial se apropia del 85% ele la renta mundial y la distancia entre lo que poseen las zonas avanzadas y lo que tienen las deprimidas ha aumentado durante el pasado medio siglo" . - E! 25% de la población total del mundo, es decir, 1.442 millones de personas, viven por debajo de los niveles de pobre­za, es decir, en la más atroz de las miserias y no ganan ni siquie­ra el equivalente a un dólar diario para vivir. El trabajo es la única mercancía que continuamente baja de precio, y hoy se ha acuñado el término de working poors, pobres que trabajan, como una nueva categoría social. - 1.600 millones de personas en el mundo se hallan en condiciones peores que hace ·¡5 años. 89 países están en situa­cion económica peor que hace 10 años. 70 países tienen ingre­sos inferiores a los que tuvieron en las décadas del 60 y del 70. - En los últimos 30 años, la participación en el ingreso mundial del 20% más pobre del mundo se redujo de un 2,3% a un 1,4% y el 20% más rico del mundo (230 millones de perso­nas) tiene ingresos 60 veces más altos que los pobres, es decir, que 4.620 millones de habitantes que viven en el Sur. - En un mundo intercomunicado por el internet, redes satelitales y supera utopistas de la información, hay todavía mil millones de personas analfabetas, de las cuales 600 millones son mujeres. La pobreza tiene rostro especialmente femenino: el 70% de las personas que viven en situación de extrema po­breza son mujeres. A pesar de que las mujeres trabajan hasta diez horas más a la semana que los hombres (en los países en desarrollo, la mujer trapaja en promedio de 12 a 18 horas dia­rias), sus salarios son un 50 y un 80% más bajos. La mujer es la única fuente de ingresos para la tercera o cuarta parte de los hogares del mundo, y su aporte representa más del 50% de los recursos en por lo menos la cuarta parte de los demás hogares. En todo el mundo se calcula que las mujeres, que representan el 27 l i j l ji ll 11 ¡1 1¡ ·,,¡
  • 15. ." r ni' ~ ¡r J! ~~ 40Df<¡ c1e la fuerza laboral mundial, sólo ocupan el 16% de los puestos de gestión y menos del 6% de la cúpula de dirección. -- Mil millones de personas viven sin agua potable. 800 millones sufren desnutrición crónica. 200 millones de niños menores de cinco años están desnutridos y 11 millone·s de ni­ños mueren al año de hambre. Por otra parte, uno de los mayo·· res problemas de salud en los países del norte es la obesidad y las enfermedades que tienen que ver con el exceso de alimen­tación y cada año se destruyen millones de toneladas de ali­mentos, para evi~ar que caigan sus precios. - Cerca de 250 millones de niños entre 5 y 14 ai'ios traba­jan en el mundo, de los que 120 millones lo hacen a tiempo com­pleto y un tercio en ocupaciones peligrosas o de riesgos (respi­rando pesticidas, manipulando sustancias químicas peligrosas, lle­vando enormes cargas ... ), según datos facilitados por la Organi­zación Internacional del Trabajo (OIT). A cambio de su trabajo, sobre todo en zonas rurales, muchas veces los niños sólo reciben una pobre comida y un alojamiento indigno. Según la OIT, mu­chos de los niños que trabajan en el mundo lo hacen en régimen de esclavitud o servidumbre por deudas, y han de hacerlo para reembolsar préstamos o librar a sus familiares de otras obligacio­nes: Pero el tipo de explotación que más preocupa a la OIT es la sexual, crimen que, alentado por las posibilidades del internet, se está agravando y extendiendo en el mundo y muy especialmen­te en Asia, donde se calcula que ya hay más de un millón de niños involucrados en ese mercado. -Millones de niños deambulan sin dignidad por las calles, solos, sin familia, sin afecto, durmiendo sobre periódicos debajo de puentes o en las entradas de edificios, inhalando pega para evadirse de su terrible situación, y caen día a día en las garras de la prostitución, la delincuencia, la pornografía, el tráfico de drogas y otras actividades ilí.citas. El obispo boliviano Nino Marzoli denunció que los cientos de niños abandonados en las calles de su país son víctimas de los traficantes de órganos hu­manos, que les extraen los riñones o pulmones y después los 28 venden en Brasil y Paraguay. También denunció que en el oriente de Bolivia operan bandas internacionales dedicadas al tráfico · de niños para adopción ilegal en Estados Unidos, Brasil y Euro­pa, donde los pequeños son vendidos !lasta en 20 dólares. En varias ciudades latinoamericanas existen mafias que roban y secuestran n!i'ios para ponerlos a mendigar por las calles y, para que impresionen más a la gente y motiven su compasión, les arrancan un brazo, una pierna o les sacan un ojo. En las ca lles de Brasil y de Colombia se asesina cobardemente a los niños de · la calle por considerarlos una amenaza o, simplemente, porque ofrecen un paisaje negativo o una mala imagen a los turistas. Según la organización Human Rights Watch, en1993, los escua­drones parapoliciales asesinaron a 6 niños por día en Colombia y a 4 por día en Brasil. - Bernardo Kliksberg (1999), tras señalar que la pobreza no es una enfermedad menor, pues la pobreza mata, presenta los siguientes datos: "mientras que en las 26 economías más desarrolladas la poblé!ción vive en promedio 78 años, en los 46 países más pobres sólo llega a 53. La brecha entre ambos es de 25 ai'ios de vida. Mientras que en los desarrollados, sólo 5 de 1.000 niños perecen antes de cumplir un ario de edad, en los pobres son 100 de cada 1.000. La pobreza se paga con deterio­ros en la esperanza de vida, mortalidad infantil y altas cifras de mortalidad materna. Afecta el derecl1o más elemental, el dere­cho a la vida". -A su vez, Fidel castro (1998), en su intervención ante la Organización Mundial de la Salud (OMS), se pregunta descon­certado: "Si la economía mundial, según cálculos de prestigio­sos analistas, creció seis veces y la producción de bienes y servi­cios pasó de menos de cinco billones a más de 29 billones de dólares entre 1950 y 1997, ¿por qué r:·meren todavía cada año 12 millones de niños menores de cinco años, es decir, 33 mil por día que podrían salvarse en su inmensa mayoría? En nin­gún lugar del mundo -prosigue Fidel- en ningún genocidio, en ninguna guerra se matan tantas personas por minuto, por día y 29
  • 16. (_ por hora como las que matan el hambre y la pobreza en nues­tro planeta, 53 aiios después de creada la Organización de las Naciones Unidas. Los niños que mueren y que podrían salvarse, son casi en un ciento por ciento, pobres; y de los que sobrevi­ven, ¿por qué cada año 500 mil quedan ciegos por falta de una simple vitamina que cuesta al año menos que una caja de ciga­rrillos? ¿por qué 200 millones de menores de cinco ai'ios están desnutridos? ... ¿por qué dos millones de niñas son prostituidas cada año? ¿por qué 800 millones carecen de los más elementa­les servicios de salud? ¿por qué de los 50 millones de personas que en total fallecen cada año en el mundo/ adultas o niños/ 17 millones/ es decir/ aproximadamente 50 mil cada día/ mueren de enfermedades infecciosas que podrían casi todas curarse 0 1 mejor todavía/ prevenirse a tiempo muchas de ellas/ a un costo que a veces no rebasa un dólar per capita? ¿cuál es el precio de una vida humana? ¿cuánto cuesta a la humanidad el injusto e insoportable orden económico establecido en el mundo? Según estimaciones de las Naciones Unidas/ el costo de lograr el acce­so universal a servicios básicos de salud equivaldría a 25 mil millones de dólares anuales/ un 3% de los 800 mil millones de dólares que actualmente se invierten en gastos militares. Y ya no hay guerra fría. El comercio de armas/ que son para matar/ no se detiene/ y los medicamentos/ que debieran ser para salvar vidas/ se venden cada vez más caros. El mercado de medica­mentos en 1995 ascendió a 280 mil millones de dólares. Los países desarrollados/ con el1416% de la población mundiaC 824 millones de habitantes/ consumen el 82% de los medicamen­tos; el resto del mundo/ cuatro mil 815 millones/ consume sólo el 18 por ciento. Los precios son realmente inaccesibles para el Tercer Mundo/ donde sólo los sectores privilegiados pueden consumirlos. Algunos antibió~icos de última generación tienen en el mercado un precio 50 veces mayor que su costo. - El SIDA ha pasado de ser una enfermedad de promis­cuos y drogadictos en los países industrializados (Agenda Lati­noamericana 1999/ 24t a ser la peor enfermedad de los países 30 ~- más pobres. Hasta ahora/ estos países subdesarrollados tenían casi en exclusiva enfermedades como el cólera/ la malaria, el ·dengue, y la diarrea que mata tres millones de niños al año. Pero e! impacto del SIDA, que empezó a dejarse sentir hace diez años/ es ahora más devastador en esos países. Al1ora el SIDA está íntimamente ligado a la pobreza/ ya que ésta es campo fértil para la expansión de la epidemia. La infección desata un torrente de desintegración socia! y económica, y de empobreci­miento. De los 23 millones de personas que tienen SIDA, el 94% viven en el mundo subdesarrollado. En algunos países los efec­tos de la enfermedad son devastadores hasta el punto de que la expectativa de vida ha disminuido en diez años. Para el año 2010 la expectativa de vida en Botswana es de 33 años (frente a los 64 si no tiUbiera existido el SIDA). En palabras de Fidel Castro/ "o derrotamos el SIDA, o el SIDA acabará con muchos países del Tercer Mundo. Ningún enfermo pobre puede pagar los 10 mil dólares por persona al año que cuestan los actuales tratamientos/ que aunque prolongan la vida/ no curan la enfer­medad". -El afán desmedido de lucro y de riqueza está matando y agotando al planeta tierra. Como señalara Fidel Castro en su discurso citado/ "cambia el clima, se calientan los mares y la atmósfera, se contaminan el aire y las aguas/ se erosionan los suelos, crecen los desiertos/ desaparecen los bosques/ escasean las aguas. éQuién salvará a nuestra especie? ¿Las leyes ciegas e incontrolables del mercado; la globalización neoliberal; una eco­nomía que crece por sí y para sí como un cáncer que devora al ser humano y destruye la naturaleza? Ese no puede ser el cami- . no". Y ciertamente no lo es. Al actual ritmo de destrucción/ la vida sobre la tierra tiene los años contados: Los bosques tropi­cales húmedos están siendo quemados y talados a razón de entre 17 y 20 millones de hectáreas al año. Si esta situación persiste/ los bosques desaparecerán en pocas generaciones. Por cada hectárea de bosque talado/ se estima que unas 115 tonela­das de C02 son liberadas a la atmósfera/ contribuyendo consi- 31
  • 17. 1.. . ' ,;¡ . 1 .'i M ~ f 0 0 ¡' ¡' ~ ~ ~ 0 r f • ~ ( ~ derablemente al efecto invernadero. Cada día mueren varios ríos y algunos profetizan que las guerras del futuro serán por el agua. Una máquina de muerte aniquila las especies vivientes a ritmo impresionante: si se calcula que entre 1500 y 1850, des­apareció una especie viviente cada diez afias, y entre 1850 y 1990 una especie por año, a partir de 1990 empezó a desapare­cer una especie por día y, si sigue ese ritmo de destrucción, a partir del año 2.000, desaparecerá una especie por hora. -El agotamientode la capa de ozono (Bello, 1996, 188) es el problema más inmediato relativo al patrimonio común de la humanidad. Los científicos siguen dando cuenta de la presencia de niveles alarmantemente elevados de sustancias que destru­yen la capa de ozono de la atmósfera. El ozono protege a los seres vivientes absorbiendo gran parte de las radiaciones ultravioletas que producen cáncer de la piel, cataratas, y, posi­blemente, daños al sistema inmunológico del ser humano, y reduce la reproducción de los organismos microscópicos mari­nos, que constituyen la base de la cadena alimenticia de los océanos. 1.1.3. Pobreza e insensibilidad humana Si graves son los datos a los que nos acabamos de aso­mar, tal vez sea todavía más grave la creciente insensibilidad ante la pobreza. La pobreza y la miseria, la muerte por hambre, es un paisaje cotidiano al que nos estarnos acostumbrando y ya no nos causa ni desconcierto ni indignación. La igualdad ya no es un ideal al que tender, pues la desigualdad se considera mo­tor de avance, de superación, de cambio. En consecuencia, la pobreza ya no se liga como hace unos años a algún tipo de injusticia, sino que se considera únicamente responsabilidad de los pobres. Ellos son los culpables de su pobreza. Si hay pobres es porque son flojos, · vagos, irresponsables, ineficientes ... En consecuencia, los pobres son percibidos cada vez más como enemigos y amenazas o, como ya denunciara su Santidad el papa Juan Pablo 11 en su encíclica Centessimus Annus, "como 32 un fa rejo o como molestos e inoportunos, ávidos de consumir lo que otros 11an producido". La cultura actual que a todo le pone precio, desprecia a los que no tienen. De allí también que la delincuencia ya no es considerada como consecuencia de las políticas económicas y sociales, sino como causa del malestar social, con lo que se adelantan cada vez planes más costosos para re¡:Jrimirla y acabar con ella (es decir, con los delincuentes; el mismo sistema que genera la pobreza quiere acabar con los pobres), en vez de atacar las causas que la originan. Cada vez que un delincuente cae acribillado, la sociedad respira aliviada. Se gastan cada vez cifras más desorbitantes en policías y equi­pos, en cárceles, pero no hay dinero para educación, deporte, creación de fuentes de trabajo, medios más eficaces para com­batir la delincuencia. Que cada uno proteja lo mejor que pueda los bienes adquiridos con su talento y con su esfuerzo que están seriamente amenazados por la envidia de los miserables. De ahí la proliferación de armas, alcabalas, sistemas de seguridad cada vez más sofisticados y vigilantes privados en las urbaniza­ciones exclusivas. En Canadá y Estados Unidos la seguridad pri­vada gasta el doble que la seguridad pública. Más que otra cosa, la economía neoliberal ha globalízado el miedo. En palabras de Eduardo Galeano (1998, 83), "los que trabajan, tienen miedo a perder el trabajo. Los que no trabajan, tienen miedo a no en­contrar trabajo nunca. Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la gordura. Los automovilistas, miedo de caminar; los peatones, miedo de los carros. Miedo de la mujer a la violencia del hombre, y miedo del hombre a la mujer sin miedo. rvliedo a los ladrones, miedo a la policía. Miedo a la puerta sin cerradura, al niño sin televisión, a !a noche sin pastillas. Miedo a la multi­tud, a la soledad, miedo de vivir, miedo de morir". Y como tene­rnos miedo a los demás y vernos al otro como amenaza, las máquinas sustituyen a las personas: sexo virtual, chat virtual. .. Encerrados en cárceles doradas, cada vez son más nume­rosos los que claman por cárceles y muerte para los miserables y proliferan las armas en las manos de la gente: "Armaos los 33
  • 18. e ¡.;< .•..' [;. i ,!1 1 ~ ': i 1: ¡!'! ¡L~ ;¡ ¡¡V t! ! ',j :: ~:. 'i •¡' 1 ¡: l unos a los otros". Se calcula que en Estados Unidos, e! reino de! mercado y de ia abundancia, hay 230 millones de armas de fuego en manos de !os ciudadanos, y según datos del Viofence Policy Center, las ba las matan cada día por crimen, suicidio o accidente a 14 niños y adolescentes menores de 19 años. La cul tura de la insensibilidad es también la cultura del multiloci<, sobre la que van germinando brotes cada vez ·más vigorosos de nuevos facismos ~ue no dudan en reclamar pena de muerte para los malandros, como piden las pintas en mu­chas ciudades: "Combata la pobreza, mate un mendigo". "Com­bata la pobreza y el hambre, cómase un pobre". La quema de mendigos (Galeano, 1998, 102) es un deporte que los jóvenes de clase alta brasileña practican con cierta frecuencia. En Co­lombia, los grupos de limpieza social mataban mendigos y los vendían a los estudiantes de medicina que estudian anatomía en la Universidad Libre de Barranquilla. El mismo Eduardo Galeano (1998, 88) nos recuerda que con su proclama de pena de muerte a los malandros fue elegi­do diputado en Brasil un exinspector de policía llamado Sivuca. El diputado mexicano Miguel Ortiz cree que hay que ir mucho más allá, ahorrar balas y propone que a los delincuentes "los colguemos en una plaza pública y repartamos alfileres, para que todos les piquen sus partes nobles hasta que mueran". En las elecciones legislativas de 1997 en Argentina, la candidata Norma Miralles se proclamó partidaria de la pena de muerte pero con sufrimiento previo: "Es poco matar a un condenado, porque no sufre". Poco antes, el alcalde de Río de Janeiro, Luis Paulo Conde, había dicho que prefería la cadena perpetua o los trabajos forzados, porque la pena de muerte tiene el inconve­niente de ser "una cosa muy rápida". Las encuestas de 1997 en Río de Janeiro y Sao Paulo revelaron que más de la mitad de la gente consideraba normal el linchamiento de los malhechores. Sin embargo, si los seres humanos fuéramos capaces de ver los rostros de nuestros semejantes con ojos misericordiosos y recobráramos nuestra sensibilidad, la pobreza sería fácilmen- 34 ~~ j.~ te derrotada. Así como un día fue derrotada la esclavitud, hoy puede ser derrotada la pobreza. Sólo hace falta voluntacl y deci­sión. Esto supone, en primer lugar, superar una serie de mitos bloqueadores, como el que en todas partes hay pobres o que, como señala Bernardo Kliksberg, {'1999) "hay que tener pacien­cia y esperar. Haciendo todos los esfuerzos para elevar la tasa de crecimiento económico, el mismo se derramará, y la pobreza desaparecerá. La realidad funciona clistinta seg(m numerosos estudios. Es absolutamente deseable y necesario que haya cre­cimiento económico, pero el mismo no se derrama solo. En muchos casos recientes, no ha llegado a los pobres casi nada de él. Un factor fundamental es el grado de inequidad reinante en una sociedad. Si es muy alto, el crecimiento no baja a los pobres. América Latina, desafortunadamente, es considerada la zona más desigual del planeta, con la mayor polarización en la distribución del ingreso. Aquí es difícil que el crecimiento se de­rrame solo. La espera y la paciencia no ayudarán". El pecado más imperdonable de los proyectistas del desa­rrollo (Bello, 1996, 113) es "quedar hipnotizados por las eleva­das t asas de crecimiento del PNB, y olvidar el objetivo funda­mental del desarrollo. En un país tras otro, las masas se quejan de que el desarrollo no influye en sus vidas ordinarias. A menu­do, el crecimiento económico ha significado muy poca j usticia social y se ha visto acompañado de un desempleo creciente, del deterioro de los servicios sociales y de un aumento absoluto y relativo de la pobreza". Junto a la superación de este mito de la é1bundancia que se derramará y de otros mitos semejantes que sólo contribuyen a dejar las .cosas como están e impiden emprender campañas atrevidas, es urgente que todos nos aboquemos a combatir la pobreza, como la enfermedad más grave y vergonzosa .de este fin de milenio. Esto va a suponer unas políticas vigorosas en salud, educación, vivienda y trabajo, lo que exige una fuerte intervención del Estado, que debe garantizar a todos comida, salud, vivienda y educación. Es lamentable que la mayoría de 35
  • 19. ' """i{[' " ;,· ~ ~i i . .::.· !·,· ¡; ,¡¡ ¡¡ :,!¡' 11! t 1 ~ ·, •• i :¡. V,;: ;.'; !!.:j;¡i:l· m~r1:il:!! ~ · j¡· •11'!; iili1Jf¡; J1! ~ los gobiernos de los países en desarrollo gasten más en dota­ción de sus Fuerzas Armadas y en el servicio de la Deuda Exte r­na que en salud y educación. Los ciudadanos de los países del Norte vienen desarro­llando una cu ltura de los derechos humanos que, justamente, se horroriza de las torturas y muertes ocasionadas por gobier­nos dictatoriales. Pero han avanzado muy poco en incorporar el derecho a la vida de todos y en condenar las políticas de ajuste que ocasionan la muerte lenta de millones de personas. Con un gran cinismo acaban con las fronteras financieras y culturales, pero levantan sus fronteras físicas y persiguen a los pobres que ías cruzan (siempre lo harán si los sueldos en Europa o Estados Unidos son 8 ó 16 veces los de su país) y no ponen fronteras al éxodo de talentos y de capitales que están desangrando a los países pobres. Entre 1960 y 1990, Estados Unidos y Canadá re­cibieron más de un millón de profesionales y técnicos de países en desarrollo. El sistema educativo de Estados Unidos depende en gran parte de ellos. En 1985, en las escuelas de ingeniería eran extranjeros aproximadamente la mitad de los profesores auxiliares menores de 35 años. Por otra parte, siguen exigiendo el pago de los compromi­sos de la Deuda Externa (también Eterna), pagada y repagada varias veces con dinero, con hambre, con miseria y muerte. Deuda que, como plantea la Agenda Latinoamericana (1999, 28), es pecaminosa, por su carácter de usura. Es inexistente, porqu~ ya fue pagada varias veces, y porque sus acreedores fueron más que compensados. Es inmoral, por cuanto está sien­do pagada con la educación, la salud y demás servicios sociales -que son a la vez derechos humanos fundamentales- que se niegan a los pobres y a los pequeños: ninguna deuda ha de ser pagada con la vida ... Sólo el servicio de los intereses -no el pago mismo de la deuda- grava actualmente la economía de los países pobres en un 20, 30 y hasta 40% del presupuesto nacional, que no puede ser invertido en los servicios sociales esenciales, ni en la inversión para la creación de fuentes de traba- : 36 jo, cuando el sistema actual deja fuera de la economía formal a más de la mitad efe la población económicamente activa en América Latina. Los países del Sur entregan 250.000 dólares por minuto en servidumt)l'e de la deuda. América Latina ha transferido a los países ricos cerca de 40.000 millones de dólares anuales en el Clltimo trienio, como pago de una deuda torpemente contraída, que de ninguna forma benefició a un pueblo que ahora debe pagarla con su sangre. De hecho, y contra lo que muchos imagi­nan, América Latina es exportadora neta de capitales a los paí­ses industrializados. Como expresa la Agenda Latinoamericana (1999, 27), "en términos globales, es más la cantidad de dinero que va de América Latina hacia los países desarrollados que lo que estos invierten, prestan o regalan a nuestra región ... A modo de ejemplo, tomemos el lapso de tiempo comprendido entre 1982 y 1990, sobre el cual contamos con datos fidedignos. Si sumamos toda la cantidad que los países en vías de desarrollo recibieron de parte de los países desarrollados, ya sea por con­cepto de préstamos bancarios, de donaciones, de subvenciones a entidades benéficas, tanto püblicas como privadas, créditos comerciales ... , suma un total de 927.000 millones de dólares. Durante el mismo período de 1982-1990, los países en vías de desarrollo pagaron, solamente por concepto de servicio de la deuda (pago de intereses y amortizaciones), la suma de 1.345.000 millones de dólares. Pero lo irónico del caso es que habiendo transferido a los países ricos mucho más de lo que de ellos han recibido, todavía América Latina debe a esos mismos países más de 600.000 millones de dólares. En términos comparativos, el Plan Marshall apoyó a la Eu­ropa devastada de la postguerra con 70.000 millones de dóla­res (al cambio actual) y los países pobres han transferido a los países ricos, sólo en ese lapso de ocho años, por valor de iiiseis veces el Plan Marshall!!!" La lucha contra la pobreza, la enfermedad, el analfabetis­mo y el desempleo no puede dejarse en manos del libre merca- 37
  • 20. '!i ¡: r :~ : l :~,',.¡ li,[j'';:j, 1 •. ,¡;;¡ J¡¡!;¡,i~¡n do. Los Estados deben entender que la inversión en el capital humano es la inversión más rentable, la única eficaz para acabar con la pobreza y alcanzar un desarrollo sustentable. Como sei1a­la Atencio Beiio (1996, 300t citando el Informe Anual de ·¡993 del Banco Interamericano de Desarrollo, "difícilmente el creCimien­to económico y la modernización serán duraderos si no hay esta­bilidad política y sociat la cual, a su vez, depende de una distribu­ción más equitativa de los beneficios del crecimiento ... Si se ha de mantener el crecimiento, es imperativo redoblar los esfuerzos dirigidos a la reforma social. Hay ejemplos sobre el proceso de desarrollo económico a largo plazo que sustentan la conclusión de que al lograrse niveles de educación, salud y nutrición más altos se produce más y se vive mejor. Es necesa rio, por lo tanto, que en los próximos ai'ios la inversión en recursos humanos sea un eje central de la reforma social. El aumento del volumen y la eficiencia de esas inversiones dará como resultado fuerzas labo­rales más productivas y flexibles, patrones de gastos más conve­nientes, menores presiones de una población descontenta y un caudal adicional de inversiones en recursos humanos, generadas en los propios hogares. Los programas para mitigar la pobreza deben ser un componente crucial de la reforma social y tienen que apuntar a elevar la productividad de los pobres, como el medio más idóneo para aumentar sus ingresos". En definitiva, los llamados milagros económicos, como el alemán, el japonés o el español, no son otra cosa que el resulta ­do de una conciencia colectiva de trabajo. Esto va a implicar también una gran cruzada colectiva que considere el trabajo, con el ejemplo y la palabra, como el medio fundamental de abatir la pobreza y alcanzar la realización plena, como perso­nas y como pueblos. Un país no es rico por tener abundantes materias primas o grandes recursos minerales. Es rico si es ca­paz de convertir sus potencialidades, por medio del trabajo, en desarrollo y vida para todos. Para los escépticos que siguen pensando que acabar con la pobreza es imposible, les ofrecer:nos los siguientes datos: Es- 38 ~ , e··¡ ¡ a i tamos entrando al siglo XXI (Dhanapaia 1999) con cerca de 36 mil cabezas nucleares y gastos militares mundiales que se esti .. man aproximadamente en 780 millardos ele dólares anuales. según el Programa de Desarrollo de la ONU, la inversión de menos del 10% de esa suma sería suficiente para alcanzar el acceso universal a la educación, el agua potable, los servicios de saneamiento y de salud, así como la nutrición, en todos los países en desarrollo. Bernardo Kliksberg (1999) abunda en esta misma idea y escribe lo siguiente: "Es hora de pensar en solucio­nes para la mayor prioridad cotidiana de la gente, la pobreza. Al hacerlo, puede ser útil tener en cuenta las cifras proporcionadas por el Informe de Desarrollo Humano 1998 de la ONU, sobre las contradicciones del mundo actual en cuanto a asignar recursos. Dicen que proveer servicios de salud básica y nutrición a los 4.400 millones de personas que viven en los países en desarro­llo, la mayoría con penurias graves en este campo, costaría 13.000 millones de dólares anuales. Actualmente, indica, se gas­tan 17.000 millones de dólares anuales en alimentos para pe­rros en Europa y Estados Unidos; 35.000 millones anuales en la industria del entretenimiento en Japón, y 50.000 millones anua­les en cigarrillos en Europa". A su vez, Richard Jolly (1999, 25) tras advertir que acabar con la pobreza extrema costaría mucho menos de lo que se piensa, añade: "Bastaría con el 1% del in­greso mundial más el 2 a 3% de los ingresos nacionales. Con 80.000 millardos de dólares anuales durante una década, se puede enfrentar con éxito la lucha contra la pobreza. Esa canti­dad es todavía menor que la de la riqueza total de los siete hombres más ricos del mundo". La pobreza es fácilmente derrotable pero, para acabar con ella, la humanidad requiere convertirse y entender que, además de ser un problema social y económico, es también un proble­ma político que va a requerir de decisiones firmes, y un proble­ma ético que implica volver los ojos a los demás y superar esa insensibilidad inhumana a la que no le importa el dolor ajeno, y que puede llevarnos a todos al caos. De ahí que nos ha pareci- 39
  • 21. c1o oportuno cerrar este apartado con las palabras de Ricardo Diez Hochleitner {Bello, 1996, 295), presidente del Club de Roma: "Conviene tomar conciencia de que la pobreza en el mundo es sobre todo un problema ético de solidaridad, pero en caso de insensibilidad colectiva, también debe quedar patente que esa dramática pobreza de tantos pueblos ya está empezando a ge­nerar también grandes problemas y daños a los más favoreci­dos dada la inexorable interdependencia. En todo caso, como quiera que en la médula de la mayoría de estos y otros proble­mas está latente el tema de la gobern abilidad de un mundo repleto de egoísmos, amparados en culturas diferentes y ence­rrados en fronteras cada día más frágil es, se impone un serio diálogo de las culturas que haga el mejor uso del creciente co­nocimiento humano y de las nuevas tecnologías, al servicio de un mundo en el que florezca la cooperación frente a la confron­tación. Conviene pensar que este planeta es algo así como un préstamo que nos han hecho las futuras generaciones a las que nos debemos y que nuestro primer deber es no sólo no destrui r­lo o esquilmarlo, sino también mejorarlo en todos los órdenes. El hombre no debe llegar a ser nunca el peor enemigo de su , especie, como a veces parece amenazar, sino por el contrario, .::: su mejor amigo". í De ahí ya la necesidad de una genuina educación, que se f. aboque a formar personas auténticas y ciudadanos responsa- :). . , /( bies, dolientes de las miserias ajenas y comprometidos a aca- ;;:· i barias, capaces de globalizar la justicia, la sensibilidad y sobre , . todo la solidaridad, más que la caridad que consuela pero no ',)) · j cuestiona. Recordemos a Monseñor Helder Cámara que solía ~,·~ j repetir: "Cuando doy comida a los pobres, me sonríen y me lla­/ man santo. Cuando pregunto por qué no tienen comida, se mi­l~-~ an incómodos y me llaman comunista". 1.2. Análisis político: la democracia formal o electoral El carril sobre el que rueda con fluidez la economía globalizada es la democracia formal, donde la participación se 40 ~ l -w~·· suele reducir al mero ejercicio electoral para eiegir los gober­nantes de turno. No hay lugar hoy para dictaduras (que se lo . digan a Pínochet), para revoluciones, pero tampoco se van a permitir, aunque sus propulsores hayan sido elegidos democrá·· ti ca mente, aventuras desestabiiizadoras que se salgan del cami­no del libre mercado, e intenten regresar a experiencias (como las distintas formas de socialismo o del Estado Benefactor), que, según se repite con insistencia, históricamente han demostrado su inviabilidad y. han ocasionado el derrumbe de las economías. Hasta la propia Cuba ha tenido que abrirse a las exigencias de la economía globalizada para no quedar completamente aisla­da y poder sobrevivir. Hoy, la economía impera sobre la política (Codina, 1998): Ya no son las naciones-estados o los países en particular quie­nes toman las decisiones, sino las grandes redes y poderes eco­nómicos. Ya no es el Estado: es el capital. El margen de decisión, de autoridad y de autonomía de cualquier nación-estado, espe­cialmente en los países en desarrollo, es cada vez más restringi­do. El dinero es el que manda. Dinero volátil, que no conoce fronteras, capitales golondrina, que se posan o levantan vuelo según las conveniencias e intereses de poderes sin rostro . Al Estado se le reserva fundamentalmente la tarea de ve­lar por la legislación coherente para la modernización económi­ca. Los Estados cumplen esta misión, a través del juego demo­crático formal, mediante el cual creen promover la participa­ción de todos los ciudadanos, cuando en realidad sólo se da la posibilidad de acudir a las urnas para elegir: Diputados, Sena­dores, Alcaldes, Gobernadores y Presidentes. Las autoridades elegidas mediante el ritual electoral (no importa el porcentaje de votantes ni, por ello, su legitimidad), tienen la misión de garantizar un ambiente de Paz Social, para que vengan a invertir los capitales extranjeros que, además de mano de obra barata y condiciones favorables (reducción de los impuestos fiscales, liberalidad frente a las leyes anticonta­minación ... ), exigen tranquilidad: que no haya paros, revueltas, 41
  • 22. -¡-· ¿' ¡' ¡'~ ; 'i !¡ ¡,¡ ¡;; H. ;, . .,¡ i ·l,l lií ';li ;~ manifestaciones, cualquier cosa que contribuya a disminuir la productividad y sus ganancias. Al Estado le toca, pues, acallar Jos ciamores de justicia, evitar las protestas y convencer a la población que sólo existe una ünica forma viable de organizar la vida económica, social. y política, y que no t ienen sentido las alternativas utópicas que, por inviables, resultan muy peligrosas y deben ser reprimidas sin consideración. En palabras de Eduardo Galeano{'l998, 97), "hoy por hoy, la razón de estado es la razón de los mercados financieros que dirigen el mundo y que no producen más que especulación. Llegó la hora de la verdad : zapatero a tus zapa­tos. El estado sólo merece existir para pagar la deuda externa y para garantizar la paz social : de los otros servicios, ya se encar­gará .el mercado. Marcos, el vocero de los indígenas de Chiapas, ha retratado lo que ocurre con palabras certeras: asistimos, ha dicho, al strip-tease del estado; el estado se desprende de todo, salvo de la prenda íntima indispensable, que es la represión". La represión puede ser ideológica, presentando como dinosaurios anclados en el pasado, antihistóricos, desestabi­lizadores, tontos ütiles, marxistas trasnochados, profetas del des­aliento, perfectos idiotas ... , a cuantos defienden una genuina democracia participativa y social que garantice la vivencia de los derechos fundamentales de todos y tenga en sus cimientos una economía que no excluya a nadie y se oriente al desarrollo humano por considerar que es imposible una genuina demo­cracia, "gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo", si la economía es gobernada por unos pocos, para ellos y contra el pueblo. Si no es suficiente esta represión ideológica, se recurre, sin ningún problema, a la represión física, policial o militar, aunque para ello haya que entrarles a golpes a los viejitos que reclaman sus pensiones, a los maestros para que les paguen sus salarios de hambre, a los desempleados que solicitan trabajo, o a cual­quiera que tome en serio la constitución y se organice para exi­gir el cumplimiento de sus derechos fundamentales. Esto tanto 42 ¡ 1 a nivel nacional, como a nivel internacional. Para esto, se han creado cuerpos de vigilancia mundial prestos para saltar a cual­quier país (o bombardearlo, las invasiones modernas no requie­ren ejércitos terrestres; para ello tenemos !as bombas inteligen-· tes), y acabar cualquier experiencia que se salga del camino establecido por los dueños del mundo. En procura de este ambiente de Paz Social, se debe bus­car la concertación entre políticos y empresarios, se les otorga a los militares· el papel de guardianes y garantes de dicha concertación y Paz Social, y se trata de arrinconar a las iglesias en sus sacristías, exigiéndoles que renunci en a su papel profé­tico y de denuncia de la injusticia, y que no se metan en cues­tiones como la economía y la política que desconocen por com­pleto. Lo suyo es el culto, los rezos, la tranquilización de las conciencias. A Ios pocos curas y obispos cabeza-calientes que todavía quedan por allí, hay que aislarlos y sacarlos de los puestos de influencia y de poder. Y hay que favorecer a como dé lugar a las sectas fundamentalistas que se dedican a lo que deben dedicarse: a predicar la palabra de Dios y salvar la s al-mas. De esta manera, a las órdenes del mercado, el Estado se privatiza. Se privatizan las ganancias, se socializan las pérdidas. Unos pocos acaparan los beneficios de la política de ajustes, y los demás debemos pagar los errores. La propiedad y orienta­ción de los sistemas de producción se concentra día a día en sociedades e imperios económicos cada vez más poderosos. La propiedad del Estado pasa a manos de pequeños grupos de presión que son, en realidad, los que imponen su voluntad y gobiernan. No son ni siquiera productores; son, con frecuencia, meros especuladores financieros. Políticos y banqueros entran a saco en el Estado y se apoderan de él. Así, y son de nuevo palabras de Eduardo Galeano, cada vez más, en lugar de nacio­nes, tenemos empresas; en lugar de ciudadanos, consumidores y clientes. La democracia se convierte en mera oligocracia (el gobierno de unos pocosL que son los más ricos (plutocraciaL o 43
  • 23. 'W ¡1); ¡l,!l li!j·T1 d~ .r¡ !H-J.':(~ ,1;;~1 il@Íf11 ~ íos que se consideran mejores (a ristocracia). Todo aquel que queda al margen de la economía, que no tiene capacidad de comprar y consumir, de hecl1o no sólo ya no es ciudadano, sino que ni siquiera es. Impera la economía sobre la política y el pragmatismo más descarado acaba con las ideologías y al ienta las prácticas electoreras y los sistemas democráticos. De ahí que cada vez se difuminan más y más las diferencias entre grupos de electores, y no tienen mucho sentido las clásicas divisiones entre dere­chas e izquierdas, conservadores y liberales, pues todos desa­rrollan actitudes y comportamientos que se orientan más a sa­tisfacer sus propios intereses como instituciones de poder, para incrementarlo o mantenerlo a cualquier precio, que a satisfacer los intereses de sus representados o los compromisos de sus programas (Pérez Gómez, 1998, 99). Al tener como objetivo fundamental la rentabilidad elec­toral, se disuelve todo compromiso de la ética con la política y todos los medios resultan buenos (promesas mentirosas, aban­dono de fidelidades, alianzas con los opositores y contrarios, lucha fratricida, calumnias ... ) si resultan efi caces para ganar las elecciones. Con tal de conseguir el poder todos prometen cam­biar la situación, y una vez conseguido, cambian sí, pero cam­bian de opinión (Galeano). De hecho, una vez conseguido el poder, no vacilan en emprender, sin el menor decoro ni ver­güenza, caminos radicalmente opuestos a los que anunciaron en sus campañas electorales. La ética pragmática de~ todo vale (si se traduce en aluvión de votos) y sólo vale (lo que se puede contabilizar en votos) impera soberana en esta democracia electorera. En la base del creciente desprestigio en que se hallan los políticos y la política, (palabras que cada vez se asocian más con lo sucio, lo falso, lo corrupto ... ), se asienta, sin duda alguna, la falta de los más elementales principios éticos y el cinismo sin escrúpulos al servicio de la rentabilidad electoral. De este modo, los que gobiernan no sólo gobiernan cada vez menos, sino que 44 cada vez se siente menos representado por ei!os el pueblo que los eligió. Ante el creciente desinterés de las mayorías. la polítí- . ca se percibe cada vez más acaparada por los pillos, los arribistas, los cínicos, los sin escrúpulos. Hay un creciente desinterés por la política y por lo pútJ!ico, y la concepción de que todos son igual­mente fa lsos y corruptos en la vida política, contribuye a la despolitización, la anornia y a perder el interés del público por lo público. Si el objetivo primordial de la estrategia política es alcan­zar el poder o mantenerse en él a corno dé lugar, hay que echar mano de los meclios electrónicos que son los que crean imagen e incluso dan existencia a los sucesos y personas. De ahí que, cada vez más, las grandes batallas electorales se dan en la tele­visión. La televisión no sólo vende lo que sea (salchichas, perfu­mes, carros, candidatos, ideas, religiones, programas ... ), sino que, cada vez más, es la que da existencia a los acontecimientos y las personas. Las cosas existen si aparecen y como aparecen en la televisión. La realidad real está siendo sustituida por la reali­dad virtual, pues los medios electrónicos tienen la misión de definir la realidad y crear consenso en torno de ella. La auténti­ca realidad (la única realidad) es la que aparece en la pantalla que, bajo pretensión de objetividad, es tremendamente subjeti­va pues responde al ojo y la visión del que selecciona los men­sajes que van a salir al aire. Los que no tienen acceso (persona­jes, noticias, acontecimientos ... ) a la televisión, sencillamente no existen. De ahí que la gente ya no hace política, la escucha. De este modo y como señala Pérez Gómez {1998, 100) la demo­cracia parlamentaria se ha transformado en la democracia de la opinión pública, o mejór publicada. Por consiguiente, el énfasis ya no se coloca en la convicción, sino en la seducción; ni en la reflexión, sino en la emoción; en las pasiones, más que en el análisis. Los genuinos ideólogos e intelectuales son sustituidos por los constructores de imagen, que deciden cómo debe vestir, sonreír, hablar y callar el candidato según el público que le es­cucha: ropa deportiva y abundantes promesas si se dirige a las 45
  • 24. ~~~ ·'· f ~," ,¡,w ..! ;1: ... f .... ( 1:· ¡' ¡Jf' ;;¡;;; masas empobrecidas, flux bien elegante, reloj de oro y lenguaje comedido si les l1abla a los empresarios. La demagogia, el engai'io, !a seducción carismática, el do­minio de las cámaras y de las técnicas de mercadeo son mucho más importantes que el contenido de los mensajes que se trans­miten. Aquí también, en la política, triunfa el envoltorio sobre el contenido, el modo ele decir sobre lo que se dice, la apariencia y el simulacro, sobre la realidad. La democracia que se propone e impera en las sociedades de economía neoliberal y globalizada es una democracia sin contenido, sin sujetos, sin verdaderos ciudadanos. Es una de­mocracia hueca, mera formalidad. 1.3. Análisis cultural: el impacto de la postmodernidad. De Prometeo a Narciso Para algunos analistas de estos tiempos, el Cambio de época se expresa fundamentalmente en el creciente domi­nio de la cultura postmoderna. Si bien es cierto que la postmodernidad es un fenómeno más típico de los países del Norte que de los del Sur (que estamos entrando en la postmodernidad sin haber sido nunca plenamente moder­nos), más urbano que rural, más propio de la clase media alta que de la popular, y eminentemente juvenil, es indudable que cada vez está penetrando con más fuerza en nuestros países, a horcajadas de los medios de comunicación, en es­pecial la televisión y el internet, que son sus principales vehí­culos. Para comprender la postmodernidad debemos conocer los principios y valores fundamentales de la moderniclad, ya que la postmodernidad se presenta como una crítica profunda y una reacción descarnada frente a la modernidad. La. modernidad, que surge con la ilustración, manifiesta una fe ciega en la razón, la ciencia y el progreso. La humanidad avanza a pasos firmes hacia estadios superiores de un mayor 46 desarrollo. Es eminentemente optimista y utópica: tanto ei capi­talismo (la sociedad de la iibertad y la abundancia), como el . socialismo (Ia sociedad de la igualdad y la justicia) son concebi­das como sociedades del bienestar generalizado. Profunclarnente antropocéntrica, es decir, centrada en el hombre; la modernidad se manifiesta muy crítica de la religión y de los. dioses, por considerarlos opuestos al pleno desarrollo y a la libertad plena del hombre. Si el l1ornbre es el centro del universo, hay ql.,le acabar con los dioses que, t1asta ahora, ocu­paban ese puesto. El símbolo de la modernidad es Prometeo, el héroe de la mitología griega que roba a los dioses el fuego ele! progreso y se lo entrega a los hombres, por lo que será castiga­do a vivir encadenado a una montaña mientras un cuervo le va devorando los hígados. Por ello, la modernidad fue secula­rizadora, deísta y atea, aunque más bien podríamos decir antitea. Nacida de las entrañas mismas de la modernidad (por ello, para algunos', la postmodernidad es la culminación de los principios de la propia modernidad o su radicalización), la post­modernidad es una crítica a la modernidad y a sus principios y valores fundamentales. Surge de un profundo desencanto al palpar los efectos deshumanizadores de la ciencia y del pro­greso. Como resume magistralmente Enrique Gervilla {1993; en Pérez Gómez, 1998, 22), en el siglo de la consolidación de­finitiva de la racionalidad, la modernidad, tan orgullosa y se­gura del poder de la razón y de la esperanza de la felicidad, ve frustrados sus proyectos ante acontecimientos históricos tan desprovistos de razón como: las dos guerras mundiales; Hiroshima y Nagasaki; los campos de concentración y el exter­minio provocado por los nazis; las invasiones rusas de Berlín, Praga, Budapest, Polonia; las guerras de Vietnam y del Golfo Pérsico; la crisis de los Balcanes; Croacia, Servía, Kosovo; el desastre de Chernobyl; el hambre, el paro; la emigración; el racismo y la xenofobia; la desigualdad norte-sur; las políticas totalitarias; la destrucción de alimentos para mantener los pre­cios; la rarefación, el calentamiento del planeta, el hueco en la 47
  • 25. 1; . '• . ¡.;i ;, l;• ;" ! ' i'· ¡ ¡:,:··. ¡¡• 1 :n~:· irl :;:· 1 J.~i f~;~ !a 'l'''i t:~¡ -ll capa de ozono, los océanos convertidos en grandes potes de basura.- la desaparición de numerosas especies de planta s y animales; la carrera de armamentos; las armas nucleares, etc., etc. En definitiva, el anhelado desarrollo y la prometida fe lici­dad para todos están cada vez más lejos; la humanidad parece incapaz de resolver sus diferencias de un modo pacífico y sin recu rso a la violencia, las armas y la destrucción del adversario; el desarrollo científico amenaza con acabar con la vida del pla­neta; las ideologías libertarias sólo han servido para oprimir al hombre; y la utopía de la libertad y la igualdad, se ha traducido, de hecho, en la imposición de la cultura occidental, incapaz de convivir con las diferencias y que acaba destruyendo las cultu­ras distintas. De ahí que la postmodernidad rechaza y se opone a todo lo que se presenta con pretensiones de totalidad, de verdad, y tiene horror al dogmatismo. Jurassic Park sería para la postmo­dernidad el símbolo del mundo moderno del progreso, que ha creado monstruos que destruyen a la humanidad: Auscllwitz, Hiroshima, el Gulag marxista, los genocidios de las dictaduras, el neoliberalismo, que destruye la ecología y empobrece cada vez más a los pobres mientras unos pocos disfrutan de fortunas inimaginables, el caos ... La postmodernidad anuncia el crepúsculo de la razón y la explosión del sentimiento. Para algunos es una especie de neoromanticismo o neoexistencialismo, y señalan entre sus pre­cursores a Nietzsche y Heidegger. Si bien por su propia esencia elude ser clasificado y rechaza formar escuela, es evidente que entre sus representantes más citados podemos señalar a los postestructuralistas Foucault y Derrida, Gadamer, Lyotard, Deleuze, lypovetsky, Baudríllard y Richard Rorty (Pérez Gómez 1998, 22}. Si, como acabamos de decir, es prácticamente imposible categoriz.ar un pensamiento que se resiste por su propia esencia a ser comprendido y explicado, intentaremos presentar a con- 48 -~···; tinuación algunas de las características más comunes del pen­samiento postmoclerno, con la idea, sobre todo, de adentrarnos en el munclo de los jóvenes que, ellos sí, se mueven como peces en el agua en la cu ltura postmoderna. Sólo si los comprende­mos podremos cumplir con ellos nuestra tarea de educadores. Para ello, es necesario que abandonemos nuestros miedos y perjuicios y nos acerquemos a ellos con ojos cariñosos, pues sólo conoce bien el que ama y la mayor parte de las cosas sólo se ven bien con los ojos del corazón. /.3.1. Centralidad del presente El pensamiento postmoderno se centra en el presente. Un presente fragmentado, efímero, aparente y muy complejo. No existe el blanco y el negro: todo está hecho de matices. Se dilu­yen las barreras entre el bien y el mal, y todo vale por igual. Si el mundo moderno era un mundo del esto o aquello, el mundo postmoderno es del esto y del aquello, del "depende". De ahí que el rel ativismo, la incertidumbre, la desorientación teórica, el desasosiego, el desconcierto vital, marcan la existencia postmoderna. Se trata de vivir y de gozar el aquí y el ahora, sin pla­nes, sin futuro. Perdida la fe en el progreso y al asomarse a las terribles posibilidades de una razón y una ciencia que han per­dido el sentido y andan desrumbadas, el futuro ya no se percibe como posibilidad de realización, de vida mejor, sino como ame­naza. Se adivina plagado de inseguridad, de incertidumbre; pro­voca miedo: miedo al desempleo, · al paro, a la amenaza nu­clear, a no conseguir vivienda, a ser desplazado por las máqui­nas ... De ahí que hay que refugiarse en el presente y tratar de disfrutarlo al máximo mientras se pueda. Si los jóvenes hicieron la revolución del mayo francés del68 por miedo a que los aplas­tara el sistema, y sus lemas de "la imaginación al poder" o "pro­hibido prohibir" expresan una voluntad radical, utópica y transformadora, hoy los jóvenes tienen miedo a ser excluidos del sistema. 49 ( ·11 a. ~ ~r . ¡