2. La Biblia y el calefón
Todos tenemos nuestra Biblia que es lo que sabemos y en lo que creemos. Es lo que a
fuerza de golpes fuimos empezando a conocer. La verdad de no tener salida o una única
posibilidad. El entender que ser cabeza dura y empecinarse u obligarse a creer en lo que
tiene que creer la mayoría como símbolo de persignación, amor, respeto, obsecuencia y
obediencia común, nos hacía añicos. El ver que la cosa ardía y no había como apagarla.
Es que está visto que jamás vamos a ponernos de acuerdo pero que sí podemos
escucharnos para escribir nuestra propia fe. Que discutir, charlar y polemizar hace a la
amistad y a no estar solos. Que la vida se escribe con dolor, sangre y sacrificio y no con
observación de preceptos ajenos dentro de nuestro hogar. Lo que sí es importante es que
se discute sobre lo mismo y es lo que tenemos en común y nos une. El motivo del
encontrarnos. El objetivo como finalidad de observarlo desde cada lugar y describirlo.
La forma en que se nos hace natural y habitual conformar una idea de donde está el
problema. Cuál es. Y ya en lo privado de nuestro silencio recordar lo que se dijo y
escuchó. La Biblia se conoce como el paso de la iglesia de no saber qué hacer en la
adolescencia. El calefón es el habernos quemado de tanto estar ahí esperando que se nos
ocurra algo o nos vaya bien o algo nos suceda que determine quedarnos en esa iglesia.
Entonces nos vamos ya bien quemados porque no nos podemos quedar. Esa realidad
nos echa. Nos despide. Nos catapulta. No se elije o rechaza nada. Simplemente ahí ya
no somos lo que tenemos que ser. La Biblia es lo que aprendemos. Lo que nos
enseñaron. A partir de ahí y sin ser enemigos de la educación tenemos que sacar
conclusiones y usar lo que nos quedó o lo que recordamos que nos sirva para vivir. El
tiempo y la dedicación para ver como se llevan la teoría con la práctica. El combinar los
elementos cuyo uso conocemos de la mejor manera para obtener un resultado. El
calefón nos lleva a recodar la Biblia que conocimos y recuperar lo que de ella nos hace
falta y bien. A veces volvemos a los momentos en que creíamos ciegamente. Estamos
dispuestos a volver a ser alumnos. A recitar de memoria. Es que en ese entonces éramos
cuidados y protegidos y no teníamos que decidir y ocuparnos de nosotros mismos. El
aprendizaje era una forma de obediencia y a cambio teníamos que solamente estudiar.
Cuando dejamos los libros y las aulas hubo que olvidarnos de que obedeciendo se
lograba la tranquilidad de no tener que subsistir con inclemencias que no figuraban sino
como avisos en letras muy pequeñas. Como un adelanto de lo que la representación de
lo estudiado requería para ser útil. A veces querer creer es un símbolo infantil para que
nos digan lo que tenemos que hacer.