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NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152




Memoria de un olvido. El muralismo
boliviano
Calderón, Fernando

Fernando Calderón: Sociólogo boliviano. Secretario Ejecutivo de CLACSO, Buenos
Aires. Especialista en movimientos sociales, temas de sociología urbana y cultural.


El muralismo fue una de las producciones estéticas y
culturales más significativas de este siglo en América. En las
actuales condiciones de la crisis de la modernidad
contemporánea, resignificarlo constituye uno de los desafíos
más fascinantes de las sociedades y de los analistas
contemporáneos

Si bien existe una amplia producción sobre el muralismo en América, referida a
sus valores estéticos, históricos y de cultura nacional, ésta se ha circunscripto, en su
gran mayoría, al propio ciclo histórico del nacionalismo que le dio origen. En este
sentido interesa explorar nuevas formas de resignificación a la luz de las condicio-
nes socio-históricas y teóricas que plantea la realidad actual.

La experiencia analítica ya realizada y los recientes hallazgos de las teorías estéti-
cas y sociológicas contemporáneas permiten resignificar el muralismo ya sea a par-
tir de una lectura crítica y proyectiva de las identidades culturales, o bien a través
de una lectura sincrética entre la propia producción vernácula y las producciones
estéticas eurocéntricas, tanto de principios de siglo (expresionismo, cubismo) como
de mediados de siglo (abstraccionismo).

Sin embargo, también podemos redescubrir este movimiento estético y sociocultu-
ral en relación a estructuras políticas de poder y al mercado simbólico. En estos ca-
sos, el muralismo condensaría diferentes formas de apropiación. Asimismo, podrí-
amos resignificarlo desde una visión psicocultural como la expresión de identida-
des diferentes, e incluso contrapuestas (por ejemplo, el significado del color y de la
forma en las culturas andinas es distinto del significado que éstos tienen en la cul-
tura occidental; o las distintas visiones y proyecciones que tienen de Cortés los mu-
ralistas mexicanos o de Cristo los bolivianos).
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El muralismo y la América profunda

El muralismo también puede ser una lente para reinterpretar procesos históricos
vividos; pues el muralismo también nos enseña a mirarlos como un acto de pasión,
como un sueño de soledad y como una mística del movimiento. Así, José Clemente
Orozco develaría la soledad que conlleva la revolución mexicana en tanto acto cul-
tural moderno, pues la revolución mexicana, ella misma, parió la soledad - acto in-
dividual por antonomasia -. «Nuestra revolución sacó afuera, como un parto, un
México desconocido... La revolución fue una vuelta a los orígenes pero también fue
un comienzo, o más bien un recomienzo. México volvía a su tradición no para re-
petirse sino para inaugurar otra historia». (Paz, p. 19.).

Por su parte, Diego de Rivera pinta la sensualidad de la revolución: sensualidad y
voluptuosidad que acompañan a nuestras culturas vernáculas. «Rivera reverencia
y pinta sobre todo a la materia. Y la concibe como una madre: como un gran vien-
tre, una gran boca, una gran tumba. Madre, inmensa matriz que todo lo devora y
engendra, la materia es una figura femenina siempre en reposo, soñolienta y secre-
tamente activa, en germinación constante como todas las grandes divinidades de la
fertilidad», ibíd., p. 14). Y Siqueiros nos devela el movimiento contradictorio de la
historia. Su mundo «...es el de los contrastes: materia y espíritu, afirmación y nega-
ción, movimiento e inmovilidad...» (ibíd., p. 15).

Quizá estén inscriptos en el muralismo las angustias y los debates contemporáne-
os. Por ejemplo, «...el hombre de Orozco está solo. Los dioses han muerto... Prome-
teo, el héroe en combate solitario contra todos los monstruos», (ibíd., p. 17). Parale-
lamente, todo acto ideológico - y el muralismo lo es - no se reduce a una mera co-
pia de lo ajeno; se halla arraigado en la cultura política de nuestras sociedades, con
sus riquezas y sus pobrezas. Los movimientos nacionalistas latinoamericanos - el
del PRI, el del APRA y el MNR - así lo muestran.

Pero si bien estos movimientos implican «un regreso a los orígenes», son también
«una búsqueda de una tradición universal». Se trataría de «...insertar el nacionalis-
mo en la corriente general del espíritu moderno» (ibíd., 12). Como afirma Octavio
Paz en relación a la revolución mexicana: «...el nacionalismo artístico mexicano fue
una consecuencia del cosmopolitismo del siglo xx», (p. 21).

El muralismo es un diálogo didáctico entre las masas, la historia y el mesianismo
revolucionario, y representa un proyecto y un proceso incompleto de modernidad.
También es necesario enfatizar el diálogo creativo que se dio entre el muralismo
NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152




mexicano y las corrientes estéticas de Estados Unidos y Bolivia. «El arte que iba
desde México a EEUU, entre 1930 y 1950, era precisamente un arte de compromiso
por una causa social, de partido político, de temática popular y folklórica, de con-
signas y de utopía». (Herner 1991, 12). Pero también a través de este diálogo los ar-
tistas norteamericanos buscaron una identidad nacional. «El arte que expresa a Mé-
xico puede inspirar a los pintores norteamericanos para crear un arte que refleja
tan perfectamente y con una vitalidad igual a Norteamérica antes que a Europa...»
(ibíd., 14.)

En el caso de Bolivia (52-64), la tradición indigenista en diálogo con el muralismo
mexicano y conflictivamente con el abstraccionismo norteamericano de los 50, pro-
duce la corriente estética denominada realismo expresionista. Y si bien no compar-
to plenamente la hipótesis de Diego de Rivera quien entusiasmado con el muralis-
mo de Miguel Alandia Pantoja afirma lo siguiente: «Este artista ha sabido tomar de
Orozco, de Siqueiros y de mí lo mejor; su obra es un claro ejemplo de que nuestro
movimiento ha trascendido hasta convertirse en el instrumento de expresión de los
creadores que producen junto a su pueblo» (citado por Tibol, p. 34), éste sí eviden-
cia un diálogo creativo entre el mundo andino industrial (minero), el muralismo
mexicano y el abstraccionismo de los 50 en Estados Unidos.

Este diálogo intercultural fue político y por eso mismo conflictivo. Así, el macartis-
mo puso fin al movimiento en Estados Unidos, volviéndose al abstraccionismo. Es-
cuchemos esta aseveración: «...los cambios realizados por Diego Rivera en sus pri-
meros murales del Centro Rockefeller 'fueron de detalles y no de forma o concepto
central' respecto de los bocetos originales; ...eso no justifica que un artista por más
famoso que sea abuse del standard norteamericano de pensamiento e introduzca
propaganda objetable bajo el disfraz del arte» (citado por Herner, 1990, 103). Y algo
similar ocurrió en Bolivia con murales de Alandia Pantoja bajo el régimen de René
Barrientos, tal como sucedió por ejemplo con «Historia de la mina», mural que
«...fue destruido en mayo de 1965 por orden del presidente Barrientos, en un acto
de estupidez y brutalidad sin ejemplo...» (Salazar Mostajo, 1986, 145).

En fin, el muralismo fue un movimiento que en su producción pretendió integrar
lo nacional con lo cultural y lo universal, cuyo propio acto potencia su capacidad
de resignación crítica permanente. Nació en México, se expandió y dialogó creati-
vamente con otras corrientes estéticas en América. En las páginas que siguen ex-
ploraremos algunos rasgos del movimiento muralista boliviano en particular, del
que tan poco se habla y sobre el cual muy poco se ha escrito.
NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152




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El movimiento muralista boliviano, producto de la Revolución Nacional de 1952,
puede interpretarse como una síntesis simbólica en la historia cultural del país.

Según varios críticos de arte ( Castedo, p. 99; Gesualdo; Tibol, p. 21), Bolivia resaltó
en el concierto latinoamericano por la conjunción dialéctica entre un movimiento
artístico típicamente abstraccionista común a América Latina (Núñez del Prado
Marina, Pacheco Armando, Yapur Milguer, etc.), que buscaba una internacionali-
zación tradicional del arte boliviano, y un movimiento muralista sobre la base de
un abstraccionismo de raíz vernácula, cuya característica fundamental, como en al-
gunos otros lugares en el mundo según Castedo, fue la «simultaneidad de motiva-
ciones y resultados del talento del artista para reflejar el localismo trascendente a
su circunstancia» (Castedo, p. 99). Incluso Pedro Querejazu, Mesa y otros críticos
de arte desde una óptica conservadora reconocen esta trascendencia cultural (Que-
rejazu; Mesa).

El muralismo estuvo alimentado por dos grandes maestros, Walter Solón Romero
y el Grupo Anteo, en Sucre, y Miguel Alandia Pantoja y el Grupo de La Paz. En tér-
minos estimativos produjeron más de cincuenta murales, de los cuales aproxima-
damente catorce pintó el primero y doce el segundo. Estos murales se realizaron
gracias al apoyo del Estado, que en el marco de una política de recuperación de la
raza indomestiza pretendió oficializar su ideario nacional revolucionario impul-
sando la pintura de muros y frescos en avenidas y calles, colegios, universidades,
sindicatos, centros vecinales y oficinas públicas como el Palacio de gobierno, el Le-
gislativo, ministerios y hospitales. Era por fin la forma mediante la cual los analfa-
betos podían leer su historia.

El muralismo boliviano «... Lejos de ignorar al indio, lo que hace es convertirlo en
el epicentro de su quehacer plástico, puesto que es al mismo tiempo la base del de-
sarrollo nacional en todo aspecto... El indigenismo se moderniza, se actualiza a ni-
vel de los quehaceres internacionales, permanece como la sustancia de las nuevas
tendencias, las alimenta de manera permanente y segura...» (Salazar Mostajo, p.
104).

Por el contrario, «...para los regímenes desplazados de la feudal-burguesía, esa si-
tuación en la plástica es la prueba permanente de su derrota; no puede tolerarla y
optará por la evasión, cerrando los ojos ante la nueva realidad, ignorando al indio,
manipulando estamentos que evaden esa presencia ominosa, buscando refugio en
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una pintura que prescinda de la figuración india, y que, al modernizarse, se hace
abstracta; porque en el fondo su afán de modernización no es sino su afán de encu-
brimiento. Así abandona la figura del indio en el instante mismo en que éste co-
mienza a edificar su destino en la historia. Lo que, en otros términos, no es sino la
confesión de su impotencia». (Salazar Mostajo, p. 104.)

Los temas más sobresalientes del muralismo boliviano fueron los distintos sincre-
tismos histórico-culturales del país, a través de los cuales los muralistas opinaron
con gran fuerza sobre los variados significados de la historia, la revolución y su fu-
turo. De alguna manera los murales revelaron como cuestión principal la identidad
nacional; pero su búsqueda también evidenciaba la confusión de los propios histo-
riadores. Quizá la autolectura que hacía Orozco para México es también válida
para Bolivia: «La discrepancia que es evidente en las pinturas es reflejo de la
anarquía y confusión de los estudios históricos, causa o efecto de que nuestra per-
sonalidad no esté bien definida en nuestra conciencia, aunque lo esté perfectamen-
te en el terreno de los hechos. No sabemos aún quienes somos, como los enfermos
de amnesia» (Orozco, p. 67). Desde una perspectiva más sociológica, el sociólogo
José Medina Echavarría, analizando la relación práctica-teoría del 52 señalaba:
«...lo que en ella hay de contradictorio y polémico en un campo intelectual en que
todavía caben los matices, se convierte en los combates del día en la confusión de
las afirmaciones extremadas y excluyentes que en nada favorecen la formación de
una conciencia de la continuidad histórica, sin la cual no puede cuajarse un senti-
miento arraigado de la nacionalidad» (p. 65; ver también Malloy, Calderón y
Dandler). Es decir, la producción simbólica de la revolución dio una configuración
parcial y teleológica de lo ocurrido, mutilándolo y sin captar en plenitud el dina-
mismo indetenible del propio sincretismo histórico que la animaba. No obstante,
expresó uno de los sentidos culturales del proceso revolucionario y quizás también
sus sentidos latentes.

Por ejemplo, una lectura distinta de los mismos murales a partir de los aportes del
pintor ecuatoriano Endara, que señala que los colores tienen significados distintos
en el mundo andino y en el mundo occidental, puede permitir avanzar en esos sen-
tidos latentes. El ocre y el marrón, como el rojo y el amarillo, tan comunes en Pan-
toja, leídos en el código de Endara serían símbolos de soledad los primeros y de es-
peranza sacra los segundos (Endara). Una suerte de pasión sacra que asusta al mal.
Como sea, creo que es tarea pendiente por parte de los críticos de arte este tipo de
interpretaciones. Lo que aquí deseo resaltar es la potencialidad de estas y otras lec-
turas del muralismo para entender la historia, posibilidad cercenada por el autori-
tarismo y la política posrevolucionaria. No olvidemos que la identidad cultural
NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152




está siempre construida e interpretada en los mitos y en las narrativas históricas;
reinterpretar, como señala Agnes Heller (pp. 3 y 7), constituye la novedad de la
modernidad.

Creación y destrucción de lo moderno

La acción política sobre los murales puede ser entendida, prima facie, según cuatro
situaciones.

a) Los murales integrados, que eran aquellos que recreaban aspectos sociocultura-
les precisos (salud, educación, medicina, progreso tecnológico, con una importan-
cia simbólica secundaria), los cuales de alguna manera perduraron y fueron incor-
porados o asimilados por el poder (sería el caso de los murales realizados en cole-
gios, hospitales y oficinas de yacimientos petrolíferos bolivianos, etc.).

b) Los murales ocultados, por lo general de carácter espectacular sobre hechos his-
tóricos decisivos, realizados en avenidas e incluso iglesias, los cuales fueron tapa-
dos (como es el caso del situado en el Ministerio de Minas que fue tapado en el pe-
ríodo de Banzer por la construcción del Plaza Internacional Hotel). Esta situación
nos conduce a preguntarnos: ¿qué significa asumir sólo parcialidades, abstraer sólo
una parte del todo y valorarla descontextualizadamente? ¿Acaso esto no implica
rechazar lo social en la historia, la presencia evidente de lo indígena y lo mestizo
en Bolivia? Negar los murales, espejos de la realidad, ¿no significa negar también
la propia impotencia y los complejos de inferioridad presentes en el mundo imagi-
nario de las élites nativas? ¿No es, acaso, una muestra de su «debilidad»?

c) Los murales destruidos o vejados, que fueron los que expresaron los valores bá-
sicos de la revolución y que se pintaron en los espacios simbólicos centrales del po-
der, como los del Palacio de Gobierno y Legislativo, edificio de la COB, etc. Resalta
la historia del mural del Palacio de Gobierno que mostraba la historia de Bolivia y
de las minas. Este fue destruido por el gobierno del general Barrientos; en su lugar
creo que fue recolocado un espejo renacentista, y más tarde un busto de Bolívar.
Este fue quizás un símbolo de la restauración. Esta actitud brutal ¿no es un signo
de autodestrucción? A través de la destrucción de la obra del otro se cree destruir
al otro, pero en realidad el acto mismo implica autodestrucción, negación de lo que
fuimos, disolución de la identidad.

d) Los olvidados, que permanecen deteriorándose en el tiempo, especialmente uno
de los murales más importantes pintado por Alandia y por Solón en el Monumento
NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152




de La Revolución, que permanece vacío. Está cuidado aún por soldados y ya em-
pieza a despellejarse.

Precisamente, una de mis hipótesis es que las élites, para sí mismas y para la socie-
dad, impulsaron políticas de ocultamiento, destrucción, olvido o integración. En
este sentido, huele importante contrastar estos procesos con visiones como las de
Foucault y Chipana Ramos (Presidente del Primer Congreso Indigenista, 1946), so-
bre la revolución. El primero decía que «...lo importante de la revolución no es la
propia revolución sino lo que acontece en la cabeza de quienes no la hacen...», es
decir, cómo afecta la revolución a los que se opusieron a ella (Foucault, p. 204). El
segundo señalaba que «la revolución es como el cóndor viejo que bajará de los cie-
los a protegernos con sus poderosas alas, tenemos pechos de bronce pero no sabe-
mos nada» (citado por Calderón y Dandler). No tengo dudas de que esta definición
inspiró el mural «La Revolución» de Alandia y Solón.

Esta producción incierta de significados, como toda producción de arte (Adorno, p.
9) no logró trascender aparentemente su propia realidad empírica para convertirse
en un patrimonio moderno en disputa; es más bien una creación trunca y fantas-
magórica por el tipo de acción anticultural que las élites reconstituidas hicieron de
ella. Ahora bien, ¿qué significa esto desde el punto de vista de la institución de una
identidad nacional moderna?

Tal vez la construcción de esta identidad tenga que ver primero con la relación en-
tre la racionalidad moderna y el sincretismo cultural, en el sentido de los límites de
complejas imbricaciones interétnicas, regionales, clasistas y nacionales para expre-
sarse política e institucionalmente, en tendiendo tales límites como una de las cau-
sas fundamentales de la inestabilidad, del freno al desarrollo y de las dificultades
de consolidación de la democracia (Calderón). Y segundo con los resultados de las
orientaciones globales de los movimientos nacional-populares, que buscaban inte-
grar modernización, industrialización y la construcción de un Estado-nación fuer-
te, organizador de la vida política, económica y cultural del país (Touraine; Calde-
rón y Jelin) pero que en realidad plasmaron un Estado patrimonialista cada vez
más alejado de las masas que lo constituyeron.

En este sentido, probablemente el muralismo haya sido la principal producción
simbólica en busca de una nacionalidad integrada. De allí que esta producción al
ser ocluida (olvidada, parcialmente integrada, ocultada y destruida), más allá de
sus ambigüedades y calidades estéticas (bellas por cierto), se pretendió destruir
uno de los actos modernos más importantes que produjo la sociedad boliviana, y la
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forma en que las élites políticas y en especial las élites autoritarias se relacionaron
con el movimiento muralista sería una de las formas mediante las cuales se relacio-
naron (o no) con la modernidad.

Es vital rescatar críticamente este patrimonio nacional, para recobrar el sentido de
una revolución, como el relato de un relato, como la memoria de un olvido, como
vínculo patrimonial moderno, como clave cultural de la identidad de un pueblo, es
decir como un espacio para recuperar el fundamento simbólico expresivo de la so-
ciedad.

Y para terminar, me gustaría agregar que el muralismo boliviano no ha desapareci-
do; transfigurado, podemos hallarlo en la vitalidad del cine de Jorge Sanjinés,
quien en su película «La nación clandestina» parece decirnos que sólo danzando
con la máscara propia se puede morir para nacer de nuevo.

Referencias

*Adorno, Theodor, TEORIA ESTETICA. - Madrid, Hyspamérica. 1983; Bolivia en el contexto de una
   pintura latinoamericana.

*Albó, Xavier, LA CULTURA AYMARA. - México, Siglo XXI y UNESCO. 1984; Los sindicatos en el
    esquema de la revolución nacional: el sindicalismo en la experiencia boliviana de nacionaliza-
    ción y desarrollo.

*Barnett, Alan W., COMMUNITY MURALS. - Filadelfia, The Art Alliance Press. 1984; Los muralis-
    tas mexicanos.

*Calderón, Fernando, BUSQUEDAS Y BLOQUEOS. - La Paz, CERES. 1987; Bolivia.

*Calderón, Fernando ; Daudler, Jorge, LA FUERZA HISTORICA DEL CAMPESINADO. - Cocha-
    bamba, CERES. 1984; La pintura boliviana del siglo XX.

*Calderón, F. ; Jelin, Elizabeth, CLASES SOCIALES Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMERICA
    LATINA; PERSPECTIVAS Y REALIDADES. - Buenos Aires, CEDES. 1987; Luchas campesinas
    contemporáneas en Bolivia: el movimiento katarista: 1970/1980.

*Castedo, Leopoldo, PINTURA BOLIVIANA SIGLO XX. - La Paz, Ed. Inbo. 1989;

*Cockcroft, Eva; Weber, John; Cockcrott, James, TOWARD A PEOPLE'S ART. - Nueva York, E.P.
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*Foucault, Michel, ¿ QUE ES LA ILUSTRACION ? - 1983;

*García, Antonio, EL TRIMESTRE ECONOMICO. p597-629 - México. 1966;

*Gesualdo, ENCICLOPEDIA DEL ARTE EN AMERICA. - Buenos Aires, Omega. 1968;

*Herner, Irene, NEXOS. 160 - México. 1991;
NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152




*Herner, Irene, DIEGO RIVERA'S MURAL AT THE ROCKEFELLER CENTER. - México, EDICU-
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*Heller, Agnes, CAN MODERNITY SURVIVE ? - los Angeles, University of California Press. 1990;

*Lora, Guillermo, LA REVOLUCION BOLIVIANA. - La Paz. 1964;

*Malloy, James, THE UNCOMPLETED REVOLUTION. - Pittsburgh, University Press, Pittsburgh.
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*Medina-Echavarría, José, ASPECTOS SOCIALES DEL DESARROLLO ECONOMICO. - Santiago,
   CEPAL. 1973;

*Mesa, J.; Gisbert, T., Cesualdo. - Nueva York, Columbia University Press. 1979;

*Nash, June, WE EAT THE MINE AND THE MINE EATS US. - México, Ed. Era. 1970;

*Orozco, José Clemente, AUTOBIOGRAFIA. - México, F.C.E. 1987;

*Paz, Octavio, LOS PRIVILEGIOS DE LA VISTA. - La Paz, Ed. Inbo. 1989;

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*Rivera, Silvia, MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMERICA LATINA; PERSPECTIVAS DE LOS
    AÑOS 80. - México, F.C.E. 1974;

*Tibol, Raquel, OROZCO, RIVERA, SIQUEIROS, TAMAYO. - La Paz, Editorial Juventud, 1986;

*Salazar-Mostajo, Carlos, LA PINTURA CONTEMPORANEA DE BOLIVIA. - París, Seuil. 1989;

*Touraine, Alain, LA PAROLE ET LA SANG. - México, Siglo XXI. 1984;

*Zavaleta-Mercado, René, BOLIVIA HOY. -




Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad Nº 116 No-
viembre- Diciembre de 1991, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.

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Memoria de un olvido muralismo boliviano

  • 1. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 Memoria de un olvido. El muralismo boliviano Calderón, Fernando Fernando Calderón: Sociólogo boliviano. Secretario Ejecutivo de CLACSO, Buenos Aires. Especialista en movimientos sociales, temas de sociología urbana y cultural. El muralismo fue una de las producciones estéticas y culturales más significativas de este siglo en América. En las actuales condiciones de la crisis de la modernidad contemporánea, resignificarlo constituye uno de los desafíos más fascinantes de las sociedades y de los analistas contemporáneos Si bien existe una amplia producción sobre el muralismo en América, referida a sus valores estéticos, históricos y de cultura nacional, ésta se ha circunscripto, en su gran mayoría, al propio ciclo histórico del nacionalismo que le dio origen. En este sentido interesa explorar nuevas formas de resignificación a la luz de las condicio- nes socio-históricas y teóricas que plantea la realidad actual. La experiencia analítica ya realizada y los recientes hallazgos de las teorías estéti- cas y sociológicas contemporáneas permiten resignificar el muralismo ya sea a par- tir de una lectura crítica y proyectiva de las identidades culturales, o bien a través de una lectura sincrética entre la propia producción vernácula y las producciones estéticas eurocéntricas, tanto de principios de siglo (expresionismo, cubismo) como de mediados de siglo (abstraccionismo). Sin embargo, también podemos redescubrir este movimiento estético y sociocultu- ral en relación a estructuras políticas de poder y al mercado simbólico. En estos ca- sos, el muralismo condensaría diferentes formas de apropiación. Asimismo, podrí- amos resignificarlo desde una visión psicocultural como la expresión de identida- des diferentes, e incluso contrapuestas (por ejemplo, el significado del color y de la forma en las culturas andinas es distinto del significado que éstos tienen en la cul- tura occidental; o las distintas visiones y proyecciones que tienen de Cortés los mu- ralistas mexicanos o de Cristo los bolivianos).
  • 2. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 El muralismo y la América profunda El muralismo también puede ser una lente para reinterpretar procesos históricos vividos; pues el muralismo también nos enseña a mirarlos como un acto de pasión, como un sueño de soledad y como una mística del movimiento. Así, José Clemente Orozco develaría la soledad que conlleva la revolución mexicana en tanto acto cul- tural moderno, pues la revolución mexicana, ella misma, parió la soledad - acto in- dividual por antonomasia -. «Nuestra revolución sacó afuera, como un parto, un México desconocido... La revolución fue una vuelta a los orígenes pero también fue un comienzo, o más bien un recomienzo. México volvía a su tradición no para re- petirse sino para inaugurar otra historia». (Paz, p. 19.). Por su parte, Diego de Rivera pinta la sensualidad de la revolución: sensualidad y voluptuosidad que acompañan a nuestras culturas vernáculas. «Rivera reverencia y pinta sobre todo a la materia. Y la concibe como una madre: como un gran vien- tre, una gran boca, una gran tumba. Madre, inmensa matriz que todo lo devora y engendra, la materia es una figura femenina siempre en reposo, soñolienta y secre- tamente activa, en germinación constante como todas las grandes divinidades de la fertilidad», ibíd., p. 14). Y Siqueiros nos devela el movimiento contradictorio de la historia. Su mundo «...es el de los contrastes: materia y espíritu, afirmación y nega- ción, movimiento e inmovilidad...» (ibíd., p. 15). Quizá estén inscriptos en el muralismo las angustias y los debates contemporáne- os. Por ejemplo, «...el hombre de Orozco está solo. Los dioses han muerto... Prome- teo, el héroe en combate solitario contra todos los monstruos», (ibíd., p. 17). Parale- lamente, todo acto ideológico - y el muralismo lo es - no se reduce a una mera co- pia de lo ajeno; se halla arraigado en la cultura política de nuestras sociedades, con sus riquezas y sus pobrezas. Los movimientos nacionalistas latinoamericanos - el del PRI, el del APRA y el MNR - así lo muestran. Pero si bien estos movimientos implican «un regreso a los orígenes», son también «una búsqueda de una tradición universal». Se trataría de «...insertar el nacionalis- mo en la corriente general del espíritu moderno» (ibíd., 12). Como afirma Octavio Paz en relación a la revolución mexicana: «...el nacionalismo artístico mexicano fue una consecuencia del cosmopolitismo del siglo xx», (p. 21). El muralismo es un diálogo didáctico entre las masas, la historia y el mesianismo revolucionario, y representa un proyecto y un proceso incompleto de modernidad. También es necesario enfatizar el diálogo creativo que se dio entre el muralismo
  • 3. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 mexicano y las corrientes estéticas de Estados Unidos y Bolivia. «El arte que iba desde México a EEUU, entre 1930 y 1950, era precisamente un arte de compromiso por una causa social, de partido político, de temática popular y folklórica, de con- signas y de utopía». (Herner 1991, 12). Pero también a través de este diálogo los ar- tistas norteamericanos buscaron una identidad nacional. «El arte que expresa a Mé- xico puede inspirar a los pintores norteamericanos para crear un arte que refleja tan perfectamente y con una vitalidad igual a Norteamérica antes que a Europa...» (ibíd., 14.) En el caso de Bolivia (52-64), la tradición indigenista en diálogo con el muralismo mexicano y conflictivamente con el abstraccionismo norteamericano de los 50, pro- duce la corriente estética denominada realismo expresionista. Y si bien no compar- to plenamente la hipótesis de Diego de Rivera quien entusiasmado con el muralis- mo de Miguel Alandia Pantoja afirma lo siguiente: «Este artista ha sabido tomar de Orozco, de Siqueiros y de mí lo mejor; su obra es un claro ejemplo de que nuestro movimiento ha trascendido hasta convertirse en el instrumento de expresión de los creadores que producen junto a su pueblo» (citado por Tibol, p. 34), éste sí eviden- cia un diálogo creativo entre el mundo andino industrial (minero), el muralismo mexicano y el abstraccionismo de los 50 en Estados Unidos. Este diálogo intercultural fue político y por eso mismo conflictivo. Así, el macartis- mo puso fin al movimiento en Estados Unidos, volviéndose al abstraccionismo. Es- cuchemos esta aseveración: «...los cambios realizados por Diego Rivera en sus pri- meros murales del Centro Rockefeller 'fueron de detalles y no de forma o concepto central' respecto de los bocetos originales; ...eso no justifica que un artista por más famoso que sea abuse del standard norteamericano de pensamiento e introduzca propaganda objetable bajo el disfraz del arte» (citado por Herner, 1990, 103). Y algo similar ocurrió en Bolivia con murales de Alandia Pantoja bajo el régimen de René Barrientos, tal como sucedió por ejemplo con «Historia de la mina», mural que «...fue destruido en mayo de 1965 por orden del presidente Barrientos, en un acto de estupidez y brutalidad sin ejemplo...» (Salazar Mostajo, 1986, 145). En fin, el muralismo fue un movimiento que en su producción pretendió integrar lo nacional con lo cultural y lo universal, cuyo propio acto potencia su capacidad de resignación crítica permanente. Nació en México, se expandió y dialogó creati- vamente con otras corrientes estéticas en América. En las páginas que siguen ex- ploraremos algunos rasgos del movimiento muralista boliviano en particular, del que tan poco se habla y sobre el cual muy poco se ha escrito.
  • 4. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 Volver a ver El movimiento muralista boliviano, producto de la Revolución Nacional de 1952, puede interpretarse como una síntesis simbólica en la historia cultural del país. Según varios críticos de arte ( Castedo, p. 99; Gesualdo; Tibol, p. 21), Bolivia resaltó en el concierto latinoamericano por la conjunción dialéctica entre un movimiento artístico típicamente abstraccionista común a América Latina (Núñez del Prado Marina, Pacheco Armando, Yapur Milguer, etc.), que buscaba una internacionali- zación tradicional del arte boliviano, y un movimiento muralista sobre la base de un abstraccionismo de raíz vernácula, cuya característica fundamental, como en al- gunos otros lugares en el mundo según Castedo, fue la «simultaneidad de motiva- ciones y resultados del talento del artista para reflejar el localismo trascendente a su circunstancia» (Castedo, p. 99). Incluso Pedro Querejazu, Mesa y otros críticos de arte desde una óptica conservadora reconocen esta trascendencia cultural (Que- rejazu; Mesa). El muralismo estuvo alimentado por dos grandes maestros, Walter Solón Romero y el Grupo Anteo, en Sucre, y Miguel Alandia Pantoja y el Grupo de La Paz. En tér- minos estimativos produjeron más de cincuenta murales, de los cuales aproxima- damente catorce pintó el primero y doce el segundo. Estos murales se realizaron gracias al apoyo del Estado, que en el marco de una política de recuperación de la raza indomestiza pretendió oficializar su ideario nacional revolucionario impul- sando la pintura de muros y frescos en avenidas y calles, colegios, universidades, sindicatos, centros vecinales y oficinas públicas como el Palacio de gobierno, el Le- gislativo, ministerios y hospitales. Era por fin la forma mediante la cual los analfa- betos podían leer su historia. El muralismo boliviano «... Lejos de ignorar al indio, lo que hace es convertirlo en el epicentro de su quehacer plástico, puesto que es al mismo tiempo la base del de- sarrollo nacional en todo aspecto... El indigenismo se moderniza, se actualiza a ni- vel de los quehaceres internacionales, permanece como la sustancia de las nuevas tendencias, las alimenta de manera permanente y segura...» (Salazar Mostajo, p. 104). Por el contrario, «...para los regímenes desplazados de la feudal-burguesía, esa si- tuación en la plástica es la prueba permanente de su derrota; no puede tolerarla y optará por la evasión, cerrando los ojos ante la nueva realidad, ignorando al indio, manipulando estamentos que evaden esa presencia ominosa, buscando refugio en
  • 5. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 una pintura que prescinda de la figuración india, y que, al modernizarse, se hace abstracta; porque en el fondo su afán de modernización no es sino su afán de encu- brimiento. Así abandona la figura del indio en el instante mismo en que éste co- mienza a edificar su destino en la historia. Lo que, en otros términos, no es sino la confesión de su impotencia». (Salazar Mostajo, p. 104.) Los temas más sobresalientes del muralismo boliviano fueron los distintos sincre- tismos histórico-culturales del país, a través de los cuales los muralistas opinaron con gran fuerza sobre los variados significados de la historia, la revolución y su fu- turo. De alguna manera los murales revelaron como cuestión principal la identidad nacional; pero su búsqueda también evidenciaba la confusión de los propios histo- riadores. Quizá la autolectura que hacía Orozco para México es también válida para Bolivia: «La discrepancia que es evidente en las pinturas es reflejo de la anarquía y confusión de los estudios históricos, causa o efecto de que nuestra per- sonalidad no esté bien definida en nuestra conciencia, aunque lo esté perfectamen- te en el terreno de los hechos. No sabemos aún quienes somos, como los enfermos de amnesia» (Orozco, p. 67). Desde una perspectiva más sociológica, el sociólogo José Medina Echavarría, analizando la relación práctica-teoría del 52 señalaba: «...lo que en ella hay de contradictorio y polémico en un campo intelectual en que todavía caben los matices, se convierte en los combates del día en la confusión de las afirmaciones extremadas y excluyentes que en nada favorecen la formación de una conciencia de la continuidad histórica, sin la cual no puede cuajarse un senti- miento arraigado de la nacionalidad» (p. 65; ver también Malloy, Calderón y Dandler). Es decir, la producción simbólica de la revolución dio una configuración parcial y teleológica de lo ocurrido, mutilándolo y sin captar en plenitud el dina- mismo indetenible del propio sincretismo histórico que la animaba. No obstante, expresó uno de los sentidos culturales del proceso revolucionario y quizás también sus sentidos latentes. Por ejemplo, una lectura distinta de los mismos murales a partir de los aportes del pintor ecuatoriano Endara, que señala que los colores tienen significados distintos en el mundo andino y en el mundo occidental, puede permitir avanzar en esos sen- tidos latentes. El ocre y el marrón, como el rojo y el amarillo, tan comunes en Pan- toja, leídos en el código de Endara serían símbolos de soledad los primeros y de es- peranza sacra los segundos (Endara). Una suerte de pasión sacra que asusta al mal. Como sea, creo que es tarea pendiente por parte de los críticos de arte este tipo de interpretaciones. Lo que aquí deseo resaltar es la potencialidad de estas y otras lec- turas del muralismo para entender la historia, posibilidad cercenada por el autori- tarismo y la política posrevolucionaria. No olvidemos que la identidad cultural
  • 6. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 está siempre construida e interpretada en los mitos y en las narrativas históricas; reinterpretar, como señala Agnes Heller (pp. 3 y 7), constituye la novedad de la modernidad. Creación y destrucción de lo moderno La acción política sobre los murales puede ser entendida, prima facie, según cuatro situaciones. a) Los murales integrados, que eran aquellos que recreaban aspectos sociocultura- les precisos (salud, educación, medicina, progreso tecnológico, con una importan- cia simbólica secundaria), los cuales de alguna manera perduraron y fueron incor- porados o asimilados por el poder (sería el caso de los murales realizados en cole- gios, hospitales y oficinas de yacimientos petrolíferos bolivianos, etc.). b) Los murales ocultados, por lo general de carácter espectacular sobre hechos his- tóricos decisivos, realizados en avenidas e incluso iglesias, los cuales fueron tapa- dos (como es el caso del situado en el Ministerio de Minas que fue tapado en el pe- ríodo de Banzer por la construcción del Plaza Internacional Hotel). Esta situación nos conduce a preguntarnos: ¿qué significa asumir sólo parcialidades, abstraer sólo una parte del todo y valorarla descontextualizadamente? ¿Acaso esto no implica rechazar lo social en la historia, la presencia evidente de lo indígena y lo mestizo en Bolivia? Negar los murales, espejos de la realidad, ¿no significa negar también la propia impotencia y los complejos de inferioridad presentes en el mundo imagi- nario de las élites nativas? ¿No es, acaso, una muestra de su «debilidad»? c) Los murales destruidos o vejados, que fueron los que expresaron los valores bá- sicos de la revolución y que se pintaron en los espacios simbólicos centrales del po- der, como los del Palacio de Gobierno y Legislativo, edificio de la COB, etc. Resalta la historia del mural del Palacio de Gobierno que mostraba la historia de Bolivia y de las minas. Este fue destruido por el gobierno del general Barrientos; en su lugar creo que fue recolocado un espejo renacentista, y más tarde un busto de Bolívar. Este fue quizás un símbolo de la restauración. Esta actitud brutal ¿no es un signo de autodestrucción? A través de la destrucción de la obra del otro se cree destruir al otro, pero en realidad el acto mismo implica autodestrucción, negación de lo que fuimos, disolución de la identidad. d) Los olvidados, que permanecen deteriorándose en el tiempo, especialmente uno de los murales más importantes pintado por Alandia y por Solón en el Monumento
  • 7. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 de La Revolución, que permanece vacío. Está cuidado aún por soldados y ya em- pieza a despellejarse. Precisamente, una de mis hipótesis es que las élites, para sí mismas y para la socie- dad, impulsaron políticas de ocultamiento, destrucción, olvido o integración. En este sentido, huele importante contrastar estos procesos con visiones como las de Foucault y Chipana Ramos (Presidente del Primer Congreso Indigenista, 1946), so- bre la revolución. El primero decía que «...lo importante de la revolución no es la propia revolución sino lo que acontece en la cabeza de quienes no la hacen...», es decir, cómo afecta la revolución a los que se opusieron a ella (Foucault, p. 204). El segundo señalaba que «la revolución es como el cóndor viejo que bajará de los cie- los a protegernos con sus poderosas alas, tenemos pechos de bronce pero no sabe- mos nada» (citado por Calderón y Dandler). No tengo dudas de que esta definición inspiró el mural «La Revolución» de Alandia y Solón. Esta producción incierta de significados, como toda producción de arte (Adorno, p. 9) no logró trascender aparentemente su propia realidad empírica para convertirse en un patrimonio moderno en disputa; es más bien una creación trunca y fantas- magórica por el tipo de acción anticultural que las élites reconstituidas hicieron de ella. Ahora bien, ¿qué significa esto desde el punto de vista de la institución de una identidad nacional moderna? Tal vez la construcción de esta identidad tenga que ver primero con la relación en- tre la racionalidad moderna y el sincretismo cultural, en el sentido de los límites de complejas imbricaciones interétnicas, regionales, clasistas y nacionales para expre- sarse política e institucionalmente, en tendiendo tales límites como una de las cau- sas fundamentales de la inestabilidad, del freno al desarrollo y de las dificultades de consolidación de la democracia (Calderón). Y segundo con los resultados de las orientaciones globales de los movimientos nacional-populares, que buscaban inte- grar modernización, industrialización y la construcción de un Estado-nación fuer- te, organizador de la vida política, económica y cultural del país (Touraine; Calde- rón y Jelin) pero que en realidad plasmaron un Estado patrimonialista cada vez más alejado de las masas que lo constituyeron. En este sentido, probablemente el muralismo haya sido la principal producción simbólica en busca de una nacionalidad integrada. De allí que esta producción al ser ocluida (olvidada, parcialmente integrada, ocultada y destruida), más allá de sus ambigüedades y calidades estéticas (bellas por cierto), se pretendió destruir uno de los actos modernos más importantes que produjo la sociedad boliviana, y la
  • 8. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 forma en que las élites políticas y en especial las élites autoritarias se relacionaron con el movimiento muralista sería una de las formas mediante las cuales se relacio- naron (o no) con la modernidad. Es vital rescatar críticamente este patrimonio nacional, para recobrar el sentido de una revolución, como el relato de un relato, como la memoria de un olvido, como vínculo patrimonial moderno, como clave cultural de la identidad de un pueblo, es decir como un espacio para recuperar el fundamento simbólico expresivo de la so- ciedad. Y para terminar, me gustaría agregar que el muralismo boliviano no ha desapareci- do; transfigurado, podemos hallarlo en la vitalidad del cine de Jorge Sanjinés, quien en su película «La nación clandestina» parece decirnos que sólo danzando con la máscara propia se puede morir para nacer de nuevo. Referencias *Adorno, Theodor, TEORIA ESTETICA. - Madrid, Hyspamérica. 1983; Bolivia en el contexto de una pintura latinoamericana. *Albó, Xavier, LA CULTURA AYMARA. - México, Siglo XXI y UNESCO. 1984; Los sindicatos en el esquema de la revolución nacional: el sindicalismo en la experiencia boliviana de nacionaliza- ción y desarrollo. *Barnett, Alan W., COMMUNITY MURALS. - Filadelfia, The Art Alliance Press. 1984; Los muralis- tas mexicanos. *Calderón, Fernando, BUSQUEDAS Y BLOQUEOS. - La Paz, CERES. 1987; Bolivia. *Calderón, Fernando ; Daudler, Jorge, LA FUERZA HISTORICA DEL CAMPESINADO. - Cocha- bamba, CERES. 1984; La pintura boliviana del siglo XX. *Calderón, F. ; Jelin, Elizabeth, CLASES SOCIALES Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMERICA LATINA; PERSPECTIVAS Y REALIDADES. - Buenos Aires, CEDES. 1987; Luchas campesinas contemporáneas en Bolivia: el movimiento katarista: 1970/1980. *Castedo, Leopoldo, PINTURA BOLIVIANA SIGLO XX. - La Paz, Ed. Inbo. 1989; *Cockcroft, Eva; Weber, John; Cockcrott, James, TOWARD A PEOPLE'S ART. - Nueva York, E.P. Dutton Co. Inc. 1977; *Foucault, Michel, ¿ QUE ES LA ILUSTRACION ? - 1983; *García, Antonio, EL TRIMESTRE ECONOMICO. p597-629 - México. 1966; *Gesualdo, ENCICLOPEDIA DEL ARTE EN AMERICA. - Buenos Aires, Omega. 1968; *Herner, Irene, NEXOS. 160 - México. 1991;
  • 9. NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 146-152 *Herner, Irene, DIEGO RIVERA'S MURAL AT THE ROCKEFELLER CENTER. - México, EDICU- PES. 1990; *Heller, Agnes, CAN MODERNITY SURVIVE ? - los Angeles, University of California Press. 1990; *Lora, Guillermo, LA REVOLUCION BOLIVIANA. - La Paz. 1964; *Malloy, James, THE UNCOMPLETED REVOLUTION. - Pittsburgh, University Press, Pittsburgh. 1976; *Medina-Echavarría, José, ASPECTOS SOCIALES DEL DESARROLLO ECONOMICO. - Santiago, CEPAL. 1973; *Mesa, J.; Gisbert, T., Cesualdo. - Nueva York, Columbia University Press. 1979; *Nash, June, WE EAT THE MINE AND THE MINE EATS US. - México, Ed. Era. 1970; *Orozco, José Clemente, AUTOBIOGRAFIA. - México, F.C.E. 1987; *Paz, Octavio, LOS PRIVILEGIOS DE LA VISTA. - La Paz, Ed. Inbo. 1989; *Querejazu, Pedro, PINTURA BOLIVIANA SIGLO XX. - México, UNRISD-CEESTEM. 1984; *Rivera, Silvia, MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMERICA LATINA; PERSPECTIVAS DE LOS AÑOS 80. - México, F.C.E. 1974; *Tibol, Raquel, OROZCO, RIVERA, SIQUEIROS, TAMAYO. - La Paz, Editorial Juventud, 1986; *Salazar-Mostajo, Carlos, LA PINTURA CONTEMPORANEA DE BOLIVIA. - París, Seuil. 1989; *Touraine, Alain, LA PAROLE ET LA SANG. - México, Siglo XXI. 1984; *Zavaleta-Mercado, René, BOLIVIA HOY. - Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad Nº 116 No- viembre- Diciembre de 1991, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.