El documento resume los hallazgos de experimentos con monos realizados por Ranulfo Romo para estudiar los mecanismos cerebrales involucrados en la toma de decisiones. Romo argumenta que las decisiones son subconscientes y ocurren antes de que emerjan en la conciencia. También sugiere que a medida que envejecemos, nuestro cerebro se adapta y desarrolla una mayor capacidad de atención, lo que permite que las personas mayores puedan revivir experiencias pasadas de manera más enriquecida.
1. UNIVERSIDAD AUTÓNOMA GABRIEL RENÉ MORENO
UNIDAD DE POSTGRADO
FACULTAD POLITÉCNICA 2012
EL CEREBRO NOS ENGAÑA
Ranulfo Romo ha trabajado en experimentos con monos Rhesus, una especie que ha hecho grandes contribuciones a la
ciencia y de la que también hablaremos en el capítulo 7. Estos monos han ayudado a identificar los mecanismos que intervienen en
el proceso de toma de decisiones a nivel neurofisiológico (es decir, a nivel del sistema nervioso). Los monos aprendieron a
distinguir vibraciones de frecuencia variable que les aplicaban en los dedos. Durante medio segundo recibían un primer estímulo y,
pasados de uno a tres segundos, una nueva vibración. Mientras los animales dilucidaban cuál de ellas era mayor, se analizaba la
actividad de sus células cerebrales.
Entre otras cuestiones, estos experimentos han permitido determinar que un instante clave en la toma de una decisión es
aquel en el que el cerebro compara la información que tiene guardada con el estímulo que acaba de recibir.
Esta sería la sucinta y probablemente pobre explicación del experimento, pero me sirve para formular mi primera
pregunta: ¿la primera elección en respuesta a un estímulo es siempre emocional o es consciente? Romo opina que se trata de
algo más complicado: «todas estas elecciones son subconscientes, están por debajo de nuestro umbral de conciencia. Nuestro
cerebro realiza todas estas operaciones por detrás, mucho antes de que emerjan en nuestra consciencia».
Romo nos sugiere, y lo hace a partir de su concienzudo trabajo científico, que las decisiones se toman desde la
subjetividad. Si no decidimos racionalmente, ni a partir de datos puramente sensoriales, ¿existe una conciencia, algo que decide
desde lo subjetivo, desde lo más íntimo de cada cual? «Quiero pensar que sí, porque prácticamente toda nuestra vida es la
expresión de la subjetividad. No somos autómatas, no somos individuos categóricos. Nuestra personalidad, nuestras vivencias y
nuestras decisiones están enmarcadas en una serie de cosas inexplicables para cualquiera de nosotros. Por otra parte, quiero
pensar que en nuestro cerebro tenemos áreas, que conocemos bastante bien, donde la razón puede estar representada. Son las
evidencias a favor y las evidencias en contra. Hay otra parte de nuestro cerebro, la más primaria, llamada cerebro reptiliano, que se
fue formando poco a poco y que está debajo de la corteza, el manto que recubre el cerebro. Esta zona está llena de células
nerviosas que, parece ser, tienen que ver con factores subconscientes, pero que son capaces de darle valor a la parte racional de
nuestra vida».
Hace sólo 15 o 20 años los neurofisiólogos no podían hablar de los circuitos neuronales. Estos eran territorio de los
psicólogos, justamente de los que no entendían muy bien cómo funcionaba el cerebro. Hoy sabemos que los circuitos neuronales
existen y son muy importantes para vivir. En ellos se desarrollan impulsos que tienen que ver con el afecto, con la valoración de la
información de la que se desprende una recompensa. Sin ellos, sin la existencia de las neuronas que los componen, cualquier
individuo permanece ajeno a los estímulos más fuertes (como de hecho sucede en determinadas enfermedades, como el autismo).
BONDADES DEL CEREBRO MADURO
Con el envejecimiento se produce un cierto deterioro cerebral, sobre todo en lo que afecta a la memoria inmediata. Sin
embargo, según los neurólogos y psiquiatras, la memoria acumulada despliega tal profusión de interrelaciones metafóricas (a partir
de cuestiones dispares entre sí) que compensa las pérdidas del otro hemisferio. Algo que viene a decir a las personas mayores:
tranquilos, no pasa nada, o casi nada. Interesa mucho conocer opiniones más recientes sobre esto. «Los jóvenes tienden a sentir
lástima de los mayores al ver sus funciones disminuidas, las motoras y en ocasiones también las comunicativas», nos explica
Romo, «pero hay algo fantástico: la adaptación, la plasticidad que permite que a lo largo del tiempo se produzca una adaptación a
las nuevas posiciones que se deben encontrar en el espacio y a través del tiempo. Eso es lo que, afortunadamente, permite que
cuando el cabello encanece, uno se pueda decir: no se ve tan mal. Sucede que el cerebro se va adaptando a ese tipo de cambios.
Pero además, si por alguna buena razón, todavía desconocida desgraciadamente para los neurólogos, no se producen
enfermedades neurodegenerativas tan dramáticas como el Parkinson o el Alzheimer, el grado de sintonización que adquieren los
circuitos del cerebro maduro es verdaderamente exquisita. Cuando observo una persona mayor en buenas condiciones quiero
pensar que su cerebro está intacto. Pero sé que no es así, y que son la memoria y la finura de su mundo conceptual interno las
que producen una cadencia de normalidad».
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UNIDAD DE POSTGRADO
FACULTAD POLITÉCNICA 2012
Rentabilizamos multitud de datos y de memorias. Afinamos su sintonía a medida que nos hacemos mayores y nuestro
cerebro pierde neuronas. ¿Es posible que a medida que pasan los años crezca la capacidad de atención y que eso haga que
personas de edad avanzada se sientan cada vez mejor? Ocurren dos cosas muy importantes en el transcurso de la vida, la primera
es que se desarrolla nuestra capacidad de adaptación gracias a la biología, a la evolución biológica que han generado este celebro
tan interesante y otros órganos y que nos permiten en-I rentarnos a distintas contingencias. Pero también es cierto que el cerebro
se educa a sí mismo y que el peso de la memoria es muy fuerte. De manera que si no nos ha atacado ninguna enfermedad
neurodegenerativa, esos sistemas que le dan valor a la información guardada en la memoria permiten que podamos revivir
experiencias, asociaciones guardadas en nuestro cerebro y darles coloraciones afectivas que un joven no puede hacer.
Esto es la vida, lo mejor de la vida. Dice Romo: «A mí, francamente, lo que más me gusta no es hablar ante un auditorio ni
tampoco escribir mis artículos. Me gusta cuando puedo detenerme un instante y vivir en el interior de mi cerebro: es como un
paseo en el que puedo visitar a los amigos, como caminar por una ciudad que conozco y no conozco, pero en la que siempre, en
cada instante, puedo detectar detalles muy particulares que me permiten detenerme, verme a mí mismo, recuperar la vida,
recrearla y hacer una serie de asociaciones que cuando "despierto" puedo plasmar en frases que me deleitan. Es más, "despierto"
trabajo para que me deleiten. Igual que cuando voy a un restaurante no voy para alimentarme, voy por el placer, por la recompensa
de comer bien. Estas expectativas, desde el punto de vista neurofisiológico, sólo puede cumplirlas un cerebro maduro. De ahí a
demostrar —como han hecho distinguidos psiquiatras— que la madurez es compatible con niveles de felicidad más elevados que
en la juventud no hay más que un paso que la ciencia está a punto de dar. El largo archivo de la memoria del adulto mantiene la
mente ocupada con recuerdos sofisticados que por fuerza son más numerosos.
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