1. BLANCANIEVES
Había una vez, en pleno invierno,
una reina que se dedicaba a la
costura sentada cerca de una
ventana con marco de ébano
negro. Los copos de nieve caían
del cielo como plumones.
Mirando nevar se pinchó un dedo
con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo
sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo. ¡Ojalá tuviera una niña tan blanca
como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de ébano! Poco
después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre
y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano. Por todo eso fue llamada Blanca Nieves. Y
al nacer la niña, la reina murió.
Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante,
y no podía soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo maravilloso y
cuando se ponía frente a él, mirándose le preguntaba:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondía:
-La Reina es la más hermosa de esta región.
Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad.
Pero Blanca Nieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era
tan bella como la clara luz del día y aún más linda que la reina.
Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo:
– ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
2. el espejo respondió:
-La Reina es la hermosa de este lugar, pero la linda Blanca Nieves lo es mucho más.
Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese
momento, cuando veía a Blanca Nieves el corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era el
odio que sentía por la niña. Y su envidia y su orgullo crecían cada día más, como una
mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de noche.
Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo: -Lleva esa niña al bosque; no quiero que
aparezca más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones y su hígado como
prueba.
El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blanca
Nieves, la niña se puso a llorar y exclamó: -¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia
el bosque espeso y no volveré nunca más.
Como era tan linda el cazador tuvo piedad y dijo: -¡Corre, pues, mi pobre niña!
Blanca Nieves
Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que
matarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el
cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y los llevó a la reina como prueba de
que había cumplido su misión. El cocinero los cocinó con sal y la mala mujer los comió
creyendo comer los pulmones y el hígado de Blanca Nieves.
Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada
por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árboles la asustaban. No tenía idea de
cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a través de las
zarzas. Los animales salvajes se cruzaban con ella pero no le hacían ningún daño. Corrió
hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar.
3. En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había
una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su
pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo
largo de la pared estaban dispuestas, una junto a las otras, siete camitas cubiertas con
sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed, Blanca Nieves
comió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada
vasito. Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las camas. Pero ninguna
era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que finalmente la
séptima le vino bien. Se acostó, se encomendó a Dios y se durmió.
.
Caperucita roja
Érase una vez una niña muy bonita. Su
madre le había hecho una capa roja y la niña la llevaba tan
a
menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su
abuelita que vivía al otro lado del bosque,
recomendándole que no se entretuviese en el camino ,
porque cruzar el bosque era muy peligroso , ya
que siempre estaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar
el
4. bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no tenía miedo porque allí siempre se encontraba
con
muchos amigos:
los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña? - le pregunto el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita - dijo Caperucita.
- No está lejos - pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido
-pensó- , no tengo nada que temer. La abuelita se pondrá muy contenta cuando la lleve un
hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamo suavemente a la puerta y la abuelita le abrió
pensando que era su nieta Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada
del
lobo.
El lobo devoro a la Abuelita y se puso su gorro rosa se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo
que
esperar mucho, ya que Caperucita Roja llego enseguida, toda muy contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡que ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
5. - Abuelita, abuelita, ¡que orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡que dientes más grandes tienes!
- Son para... ¡comerte mejor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzo sobre Caperucita y la
devoro al igual que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas
intenciones del
lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un
segador y
los dos juntos llegaron al lugar.
Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador saco su cuchillo y rajo el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al malvado lobo, el cazador le lleno el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar.
Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque
próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se
ahogo.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja
haba aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se
encontrara en su camino. De ahora en adelante, seguiría los consejos de su Abuelita y de su Mama
a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo
ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.
6. La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morir
El cuento de la Bella Durmiente.
Siguió avanzando Érase una vez una reina que dio a luz una niña muy bonita y
hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se le olvido,
desgraciadamente, de invitar a la más malvada.
A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por
delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás
con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio,
pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en
vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso
de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la
princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino.
El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera
pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un
lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la
prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara
probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Más si tienes paciencia te enseñaré." La
maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y
cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados! ¡Puedes estar segura!" la
consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh,
si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran
todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita
dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del
castillo se durmieron. “¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar."
dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon
hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo,
sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con
7. plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo,
el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo,
un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse
de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el
castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba
lentamente porque la maraña era muy densa.
Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... hasta llegar al
castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y
cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con
horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos.
"¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró
en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato
contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que
siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y
delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desemperezó y abrió los ojos,
despertando del larguísimo sueño.
Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este
momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió
su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose
sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de
alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de
música y de alegres risas con motivo de la boda.
La cenicienta
8. Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino
madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea.
Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus
vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la
llamaban Cenicienta.
Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran
fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa
fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el
Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina.
- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que
cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con
su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey
quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la
reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato,
que el Rey recogió asombrado.
9. Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse
el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues
no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.
Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el
zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba perfecto.
Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.