1. Arzobispado de Arequipa
Domingo
09 de julio
de 2017
LA COLUMNA
De Mons. Javier Del Río Alba
EL VALOR DE LA VIDA
El incendio de hace unas semanas en la galería
Nicolini de Las Malvinas, en Lima, con la trágica
muerte de los jóvenes Jorge Luis Huamán y Jovi
Herrera, nos llama a preguntarnos qué está
pasando en nuestro país, qué valor damos a las
personas, especialmente a los más pobres y
vulnerables. Como sabemos, Jorge Luis y Jovi no
pudieron salvarse del incendio porque la persona
para la que trabajaban los había encerrado con
varios candados en un contenedor de metal. Así
pasaban ellos los días y los seguirían pasando si
no hubiera habido el incendio: largas jornadas
encerrados en condiciones infrahumanas,
trabajando por un salario mucho menor a la
remuneración mínima vital. Como esos dos
jóvenes, decenas de miles de peruanos, niños,
adultos y hasta ancianos, viven sometidos a lo que
podemos llamar una nueva especie de esclavitud.
No pocos de ellos mueren debido a esos
maltratos, mientras las autoridades no hacen nada
por impedirlo y la sociedad parece como que lo
considera normal. ¿A cuántos peruanos se les
habrá estremecido el corazón a ver a Jorge Luis y
Jovi pidiendo auxilio, agitando desesperados los
brazos por esa pequeña abertura del contenedor?
¿A cuántos, en cambio, les habrá parecido una
noticia más, entre las tantas noticias horribles que
estamos acostumbrados a ver cada día en los
noticieros? Sería bueno que cada uno de nosotros
se pregunte cómo y cuánto le han impactado esas
imágenes y el tomar conocimiento del modo
comoseexplotaalaspersonasennuestropaís.
El trabajo digno es un derecho humano
fundamental. Como escribió hace un tiempo san
Juan Pablo II, una sociedad en la que sus
miembros no puedan alcanzar niveles
satisfactorios de ocupación “no puede conseguir
su legitimación ética ni la justa paz social (CA,
43). El desempleo y el subempleo, así como la
falta de acceso a la debida instrucción y las
escasas oportunidades de incorporarse al trabajo
legal, constituyen otras tantas fuentes de
exclusión social y pobreza extrema que atentan
contra la dignidad de las personas.
Lamentablemente, como recientemente ha
declarado el Papa Francisco, hoy en día “mientras
emerge cada vez más la riqueza descarada que se
acumula en las manos de unos pocos
privilegiados, con frecuencia acompañada de la
ilegalidad y la explotación ofensiva de la
dignidad humana, escandaliza la propagación de
la pobreza en grandes sectores de la sociedad
entera” (Mensaje para la I Jornada Mundial de los
Pobres, 3). Esa pobreza no se da en abstracto sino
que, como también nos dice el Papa en el mismo
Mensaje, “tiene el rostro de mujeres, hombres y
niños explotados por viles intereses, pisoteados
porlalógicaperversadelpoderydeldinero”.
Poner al dinero por encima de las personas es uno
de los pecados más graves que existe, es decir de
los que más daño hacen tanto al que lo comete
como a aquel contra quien se comete. Explotar a
un ser humano no sólo destruye al explotado sino
también al explotador, porque denigra su
dignidad de personas, los deshumaniza a ambos.
Por eso, no podemos dejarnos llevar por esa
cultura del descarte que, así como en el aborto, se
manifiesta también en la anulación de la vida de
los más pobres y vulnerables. Urge una nueva
visión de la vida y de la sociedad, que tenga como
centro a la persona en su inviolable dignidad y
comoleysupremaelamoraDios yalprójimo.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa