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La sistematización y el posicionamiento del maestro como intelectual de la educación
1. Artículo
La sistematización y el posicionamiento del
maestro como intelectual de la educación
Una apuesta por el profesional reflexivo
Libertad y Orden
2. Las reflexiones que se presentan en este artículo
hacen parte de la apuesta pedagógica que
ha construido la Subdirección de Fomento de
Competencias, un equipo de trabajo del Ministerio
de Educación Nacional que, con el objeto de brindar
orientaciones para el desarrollo de competencias a
la comunidad educativa, ha centrado parte de sus
esfuerzos en recuperar el conocimiento pedagógico
que emerge de las prácticas de los docentes
a través de ejercicios de sistematización con
maestros, como una vía para entender este enfoque
y desarrollar lineamientos más pertinentes para las
realidades escolares del país. En este documento se
revisa específicamente el rol que en estos procesos
asumen los maestros como sujetos productores
de conocimiento pedagógico e intelectuales de la
educación, desestimando así la visión del docente
como un ejecutor de la política educativa.
“Está la necesidad de defender las escuelas como instituciones
esenciales para el mantenimiento y el desarrollo de una democracia
crítica y también para defender a los profesores como intelectuales
transformativos que combinan la reflexión y la práctica académica
con el fin de educar a los estudiantes para que sean ciudadanos
reflexivos y activos” (Henry Giroux, 1997)
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Introducción
Actualmente el Ministerio de Educación Nacional (MEN) tiene como objetivo lograr una
educación de calidad, entendida como “aquella que forma mejores seres humanos,
ciudadanos con valores éticos, respetuosos de lo público, que ejercen los derechos
humanos y conviven en paz. Una educación que genera oportunidades legítimas de
progreso y prosperidad para ellos y para el país. Una educación competitiva, que
contribuye a cerrar brechas de inequidad, centrada en la institución educativa y en la
que participa toda la sociedad “. (Plan Sectorial 2010-214:25). Dentro de esta apuesta
y como una forma de hacer realidad este objetivo, el MEN ha determinado que es el
desarrollo de competencias básicas en los estudiantes, el enfoque que posibilita la
formación de los sujetos como ciudadanos y les brinda, además, las herramientas
necesarias para construir sus proyectos de vida y sociedad.
Sin embargo, la noción de competencias es aún terreno de discusión en el campo de
la educación. Desde el Ministerio se ha venido trabajando como un “saber hacer en
situaciones concretas que requieren la aplicación creativa, flexible y responsable de
conocimientos, habilidades y actitudes.” (Estándares Básicos de Competencias, 2006:
12), una tarea que implica la reconfiguración de varios elementos en la práctica docente.
En otras palabras, es una apuesta por una educación de calidad que se posibilita a través
del desarrollo de competencias, un enfoque en discusión cuya implementación significa
un reto que configura el objetivo de la Subdirección de Fomento de competencias.
Ante esta situación, se optó por volver la mirada a la práctica docente en una
posición dialógica que buscaba inicialmente reconocer las prácticas pedagógicas
que venían desarrollando los maestros y cómo éstas lograban mejores aprendizajes
en los estudiantes. Para esto, se diseñó junto con la Fundación Centro Internacional
de Educación para el Desarrollo Humano – CINDE- un proceso de sistematización de
prácticas pedagógicas destacadas de todo el país, implementado durante los años 2011
y2012eimplicóunacompañamientoa50maestrosenigualnúmerodeescuelasdetodo
el país para orientar a la comunidad educativa sobre cómo se desarrollan competencias
básicas en los estudiantes, a partir del reconocimiento de las construcciones que sobre
el tema ya tenían maestros y escuelas de diversas regiones del país. Solo después de
ese reconocimiento se les podría poner en diálogo con los lineamientos del Ministerio,
lo que implicaba además un posicionamiento del maestro como un interlocutor válido,
quien a través de la reflexión que sobre su práctica sería capaz no solo de dar cuenta
sobre un problema pedagógico, en este caso el desarrollo de competencias, sino de
producir un discurso pedagógico y didáctico que sirviera de referente para pensar la
política educativa. Son entonces el maestro y su saber el centro de esta propuesta.
El maestro como un profesional reflexivo
Tradicionalmente,laprofesióndocentehasidopensadacomounalaborartesanalocomo
una vocación, más que como un ejercicio profesional que posee un ámbito específico de
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conocimiento y acción. A esta mirada, han contribuido al menos tres factores: en primer
lugar, la definición de los currículos por parte de profesionales cuyo campo específico
de conocimiento no es la pedagogía. En segundo lugar, la asimetría existente entre el
discurso disciplinar y el discurso pedagógico, es decir, entre los códigos de la cultura y
de la ciencia que se busca distribuir a través de la escuela y de la práctica pedagógica. Y
en tercer lugar, la comprensión de las prácticas pedagógicas y de la especificidad de las
acciones que tienen lugar en el aula a partir de teorías provenientes de disciplinas como
la psicología, lo que ha conllevado una comprensión tácita del ámbito de lo pedagógico
como un contexto que puede ser explicado por categorías construidas por fuera de
la práctica pedagógica y sin contar con sus actores constitutivos: docentes, directivos
docentes, estudiantes y padres de familia.
Frente a esta mirada de la profesión docente como instancia puramente reproductora de
los discursos oficiales, y por tanto, como ejercicio profesional que no requiere mayores
mediaciones, autores como Giroux y Carr plantean la necesidad de situar al maestro y a
la maestra como profesionales reflexivos, que no simplemente “aplican” metodologías y
contenidos de enseñanza, en este caso particular, o que implementan los Lineamientos
Curriculares o los Estándares Básicos de Competencias, sino como quienes llevan a
cabo procesos complejos de análisis y toma de decisiones orientados a propiciar el
fortalecimiento social y personal de los estudiantes y la construcción del conocimiento.
En este sentido, Giroux (1997), desde la vertiente de la pedagogía crítica, plantea que
se hace prioritario hoy no solo confrontar las miradas instrumentales sobre la pedagogía
que legitiman un “enfoque tecnocrático tanto de la formación del profesorado como de
la pedagogía del aula”, sino abogar por la construcción de un proyecto epistemológico
de la pedagogía que brinde la posibilidad de que los profesores configuren una identidad
profesional que los proyecte como intelectuales transformativos.
Desde otra perspectiva, Donald Schön (1992) ha planteado la necesidad de ir más
allá de la racionalidad técnica a la hora de comprender las prácticas profesionales,
es decir, aquella racionalidad desde la cual se afirma que todos los problemas que
se presentan en un determinado ámbito de acción profesional, en principio pueden
resolverse apelando a un conjunto de herramientas técnicas con las cuales se cuenta
de antemano. Precisamente, lo que plantea este autor es que gran parte de las prácticas
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profesionales se mueven en zonas grises, entendidas estas como situaciones de alta
incertidumbre, de singularidad o de toma de decisiones en contextos sumamente
complejos, en las cuales no aplica la idea de que los problemas se pueden resolver
aplicando una solución técnicamente predefinida. Así, aunque hay situaciones que
pueden ser resueltas por el profesional mediante la aplicación rutinaria de acciones,
reglas y procedimientos derivados de los conocimientos propios de su profesión, existen
otras cuyo problema no resulta inicialmente claro y no hay un ajuste evidente entre
las características de la situación y el corpus de teorías y técnicas disponible para
solucionarlo. Es frente a este tipo de situaciones que necesariamente el profesional se
constituye como un práctico reflexivo. Así entendido, el práctico reacciona ante una
situación inesperada reestructurando algunas de sus estrategias de acción, teorías
de los fenómenos o modos de configurar el problema. Cuando ante estas situaciones
el práctico responde, por ejemplo, manteniendo una conversación reflexiva con los
materiales de estas situaciones, rehace una parte de su mundo práctico y revela su
construcción, habitualmente tácita (Schön, D, 1993: 44-45, citado en Calvo, 2000).
Precisamenteresponderalcómosedesarrollancompetenciasbásicasenlosestudiantes,
se constituye actualmente en una zona gris en las instituciones educativas, por lo cual
resulta pertinente analizar la manera como el maestro responde a esta situación, para
develar así la configuración de estas prácticas de enseñanza.
En esta línea de ideas, Schön ha acuñado el término “reflexión en la acción” para
plantear que de ningún modo el ejercicio profesional se reduce a la aplicación de
conocimientos adquiridos en la formación, sino que implica siempre un proceso
constante de pensamiento que tiene lugar, precisamente, en aquellas “zonas grises” de
la práctica que toman forma solo cuando ocurre la acción contextuada. Tanto la reflexión
en la acción, como también la reflexión sobre la acción, serían así partes constitutivas
de las prácticas profesionales.
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Así, la profesión docente estaría atravesada por esas zonas de incertidumbre, una de
las cuales es el desarrollo de competencias, y que como todas las demás, los maestros
y maestras toman decisiones que afectan los procesos educativos que desarrollan con
sus estudiantes, y a partir de las cuales, además, la práctica pedagógica construye
un conocimiento propio y específico. En este sentido, Vain (1999:4) citando a Alliaud
y Duschatzky, plantea la necesidad de que los docentes “deseen y puedan reflexionar
sobre los orígenes, propósitos y consecuencias de sus acciones, así como sobre los
condicionamientos y estímulos materiales e ideológicos planteados en el aula, en la
escuela y los contextos sociales en los que trabajan”. Para este proceso particular
de sistematización, resultó particularmente interesante la reflexión sobre cómo
los maestros desarrollaban competencias en sus estudiantes, a partir tanto de los
supuestos pedagógicos y disciplinares que los sustentaban, como de las configuraciones
didácticas que ponían en marcha y el concepto que manejaban sobre las mismas y sus
implicaciones.
La reconstrucción de la profesión docente y la formación
del profesorado
El reconocimiento del maestro como un profesional reflexivo del campo pedagógico
conlleva la reconstrucción de la profesión docente en al menos cuatro aspectos, según
Barbosa (2004): el modo en que los docentes construyen el conocimiento profesional,
la reestructuración de la escuela como contexto de trabajo del docente, la construcción
de la identidad profesional del docente y la definición del conocimiento que se requiere
para la transformación de las prácticas pedagógicas. En este contexto, la reconstrucción
de la profesión docente se encuentra estrechamente ligada a los procesos de formación
y de desarrollo profesional de los maestros, toda vez que los anteriores aspectos no
pueden ser simplemente definidos desde fuera de las prácticas pedagógicas, sino que
implican un proceso de aprendizaje y construcción de conocimiento que se realiza en
el contexto mismo del ejercicio profesional. Es precisamente desde esta perspectiva
que Barbosa (2004) plantea las siguientes finalidades de la formación de profesores:
Comprender y superar las necesidades de la profesión, pensar en la formación para
la construcción del conocimiento profesional, reflexionar sobre la enseñanza en cuanto
lugar de la investigación y la investigación en cuanto lugar de aprendizaje, resignificar la
formación como componente determinante de cambio, integrándola al propio ejercicio
del desarrollo profesional.
Laformacióndocente,enestecontexto,apuntaentoncesalaconstruccióndecapacidades
para la comprensión de las situaciones pedagógicas globalmente y en su contexto como
eje del comportamiento profesional del docente. Estas capacidades, necesariamente,
se cualifican mediante el análisis, la confrontación y la transformación, es decir,
elaborando una cultura profesional crítica, que en el proyecto de acompañamiento a
prácticas educativas se posibilitó a través de la sistematización.
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Ahorabien,ensuquehacerdiariolosdocentessevenenfrentadosamúltiplessituaciones
que van desde el qué y el cómo enseñar hasta la comprensión de alguna dificultad o
de alguna confusión, con solo escuchar la pregunta de un estudiante. Con frecuencia
resuelven estas situaciones apelando, unas veces, a la preparación recibida durante
sus años de formación; y otras a partir de lo hallado en lecturas o lo reportado en
experiencias de sus colegas. Estas experiencias, certezas, dudas, lecturas y prácticas
van a constituir el saber del docente. Al decir de Heller (1987:317), este saber es “la
suma de nuestros conocimientos sobre la realidad que utilizamos de un modo efectivo
en la vida cotidiana del modo más heterogéneo (como guía para las acciones, como
temas de conversación, etc.)”.
En el núcleo del saber docente se encuentra entonces un saber cómo: el docente
cuenta con recursos para actuar frente a situaciones nuevas, siempre a partir de su
quehacer cotidiano y de su experiencia. Diversos autores afirman que este saber cómo,
intuitivo, no es un saber despreciable. Está relacionado con la manera como aparecen
los problemas en la realidad; es un saber pragmático, no comprobable, ni refutable y que
permite actuar. En este sentido el saber del docente está ligado con su profesión, con
su quehacer, con su cotidianidad, y por tanto la formación docente y la reconstrucción
de la profesión necesariamente deben apelar a este saber, como núcleo de desarrollo
profesional.
De esta forma el proceso de reconstrucción del saber docente puede ser entendido
como un trabajo de lectura y reinterpretación de lo manifiesto en la cotidianidad del
quehacer pedagógico. En consecuencia, lo que en la realidad de los actos pedagógicos
se presenta como aislado y disímil, se convierte entonces en el objeto de una reflexión
orientada a comprender los significados latentes de la práctica.
Enestesentido,lareconstruccióndelsaberdocenteimplicaunprocesodereconstrucción
de los esquemas de pensamiento y de las prácticas consolidadas acríticamente. De
ahí que si se aceptan los postulados anteriormente expuestos, el docente pasa a ser
un investigador en el aula, el ámbito natural donde se desarrolla su práctica, donde
aparecen los problemas definidos de manera singular y donde deben experimentarse
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las estrategias de intervención (Sacristán y Gómez, 1993: 425, citado en Calvo, 2000),
de manera que se convierte también en la primera fuente de consulta cuando se trata
de comprender una situación pedagógica para transformarla en política educativa.
La reconstrucción del saber docente integra en un mismo proceso la construcción del
conocimiento pedagógico con la transformación de la práctica pedagógica cotidiana.
Mejorar la práctica, entonces, constituye un ejercicio ético y no instrumental que gravita
alrededor de la reflexión que realiza el profesor sobre su saber docente, pues se le
considera un intelectual de la educación.
A manera de conclusión
Tratar de comprender las formas en las cuales la escuela y los maestros pueden
posibilitar el desarrollo de competencias en sus estudiantes y movilizar alrededor
un conocimiento social que se convierta en referente común para una comunidad
educativa, implica propiciar la producción de conocimiento desde el contexto mismo
de las prácticas pedagógicas y de posicionar a los agentes sociales, en este caso a los
maestros, como actores reflexivos de su propia realidad, empoderándolos de la misma.
Es decir que la producción de conocimiento desde la sistematización, como se pretendió
en este proceso, no tiene solo una finalidad teórica, sino que responde a una finalidad
transformadora de las prácticas pedagógicas que nos permita significar verdaderamente
las competencias básicas y su desarrollo.
De esta forma, el conocimiento tiene la doble pretensión de ampliar los márgenes de
intencionalidad de los agentes sociales en relación con su hacer sobre el desarrollo
de competencias, por un lado, y de movilizar esos agentes hacia nuevas formas de
comprensión, interpretación y proyección de su práctica pedagógica, por el otro.
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Referencias
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Revista Mexicana de Investigación Educativa. Enero-Marzo, vol. 9. No. 20.
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PEREZ GÓMEZ, A.I. (1998). La cultura escolar en la sociedad neoliberal. Madrid. Morata.
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