Autor: Roberto Horacio Casanova, Licenciado en Psicología, U.B.A.
"No es novedoso decir que habitamos en una sociedad patriarcal, donde por diferentes medios se promueve la desigualdad de las relaciones entre mujeres y hombres. Un sistema social, jurídico y político en el que se permite, de diferentes modos, el ejercicio privado e institucionalizado del poder, el control social, la dominación y de violencias tanto directas como invisibles. Estos estereotipos nos forman, construyen nuestros géneros, sus asociaciones impuestas, nuestros modos de actuar, pensar, sentir, y son la base de muchas de los síntomas de nuestra sociedad. Enfermedades sociales que dan la sensación de no ser tratadas – y menos prevenidas -, sino más bien sostenidas por un modelo perverso, quién junto con sus agentes, gozan en burlar la ley – ya sea moral o ética -
Violencia de genero, control social institucionalizado y derechos humanos
1. Violencia de Género, control social
institucionalizado y Derechos Humanos
Autor: Casanova, Roberto Horacio
Licenciado en Psicología – U.B.A.
Violencia de género institucionalizada
No es novedoso decir que habitamos en una sociedad patriarcal, donde por diferentes
medios se promueve la desigualdad de las relaciones entre mujeres y hombres. Un
sistema social, jurídico y político en el que se permite, de diferentes modos, el ejercicio
privado e institucionalizado del poder, el control social, la dominación y de violencias
tanto directas como invisibles. Estos estereotipos nos forman, construyen nuestros
géneros, sus asociaciones impuestas, nuestros modos de actuar, pensar, sentir, y son la
base de muchas de los síntomas de nuestra sociedad. Enfermedades sociales que dan la
sensación de no ser tratadas – y menos prevenidas -, sino más bien sostenidas por un
modelo perverso, quién junto con sus agentes, gozan en burlar la ley – ya sea moral o
ética -. Allí donde se trata al otro como objeto y no como sujeto, convirtiéndose a su vez el
victimario, en un objeto deshumanizado. Un modelo y un sistema sociopolítico que se ve
amenazado cuando algún “trastornado” se sale de la norma del silencio y levanta la voz
exigiendo sus derechos –aquello que el Estado debe proteger en muchas ocasiones-. Un
modelo que complica, aplaca, busca el cansancio de los cuerpos a quien desprotege,
violentando institucionalmente a aquellos que debiera resguardar y proteger en sus
derechos.
En la casuística se vislumbran entre líneas, innumerables mitos y excusas para justificar
las violencias de las que son víctimas ciertas mujeres que exigen sus derechos. Da la
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2. impresión de que se da por sentado y delimitado el lugar esperable – y a veces hasta
relativamente aceptado – de la víctima y victimario. Escenas trágicas donde los agentes
del sistema, muchas veces más que actuar buscan ganarle tiempo a estas “crisis” y todo
quede nuevamente oculto. Una negación brutal de las problemáticas, donde nos permitiría
pensar en la deficiente formación en el área de sus responsables, en la dificultad para
enfrentar la realidad, y nuevamente, el trabajo constante y silencioso de los paradigmas
de género actuales. Mitos y excusas que a nivel de superficie dan la impresión de ser la
causa primera de la revictimización a estas mujeres, pero que ahondando más profundo,
resulta ser la fachada de un grupo de determinantes en juego. Un juego perverso donde
existen víctimas y culpables, pero donde pareciera observarse un intento de los agentes
implicados culpabilizar a todos los actores, de modo que no existan responsables y así
aquí nada ha sucedido, recordando aquella frase popular “cuando la culpa es de todos, la
culpa no es de nadie”.
En la raíz de los comportamientos de los agentes responsables de recibir las denuncias y
poner en marcha los procedimientos necesarios, podemos suponer una doble fachada en
sus actos. En ocasiones su discurso en el ámbito público, sus poses, no son las mismas
que en la práctica de sus acciones. Muchos de estos agentes – fiscales, funcionarios
policiales, agentes de salud, etcétera -, no cuentan con un discurso de género asentado y
un reconocimientos de los estereotipos y prejuicios que podrían estar influyendo en el
trato – o destrato – de las mujeres que se acercan a pedir ayuda. Menos aún del
conocimiento especializado en relación a exigibilidad de Derechos Humanos por parte de
las víctimas. La violencia y el abuso entonces no es solo por parte del victimario principal,
sino que parte de la responsabilidad se podría continuar en extensión por estos
empleados y profesionales. En el medio están las victimas que nuevamente son atacadas,
una y otra vez, de diferentes modos, pero revictimizadas al fin. En esta segunda
victimización, la mujer termina siendo acusada de mentirosa, loca, impertinente,
exagerada, y gran parte de las veces, acusada como culpable de lo que le ha ocurrido a
ella y a sus hijos maltratados y abusados. Como dijimos, la permisividad social parece
mantener en el tiempo estos hechos, dejando impune no solo al responsable principal,
sino también dejando impunes a quienes debieran actuar en consecuencia. Nuevamente
hacen mella los mitos y prejuicios que pujan para ocultar el trasfondo de lo que realmente
sucede, se descree a las víctimas, se denigra su discurso, en pos de un discurso donde
todo debiera estar bien, donde todo pasa, donde todo debe resolverse en familia puertas
adentro. Pero no debemos dejar de pensar en que el modelo de familia ha ido mutando, y
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3. no es posible leer, ni es ético intentar sostener un modelo donde, dadas las
circunstancias, todo se escondía – y se esconde aún - muchas veces tras los muros y a
fuerza de golpes y miedo.
En ocasiones se escuchan en algunas comisarías respuestas del estilo “ya se le va a
pasar, vuelva a su casa y hable con su marido”, “no es para tanto, los chicos se olvidan”,
“usted algo habrá hecho, su marido no debe ser tan malo” (Ferreira, 1991) Observamos
sin duda una ignorancia en el tema desde el primer funcionario que recibe a la
denunciante. No se logra desdibujar la creencia de que el abusador, el golpeador, es un
sujeto en que debiera observarse a primera vista rasgos violentos, su falta de
racionalidad, su impulsividad. Es así que se puede dar de citar al denunciado y muchas
veces los funcionarios se guían por la fachada sumisa, gentil y débil del individuo, se
quedan con ello; sin indagar, sin asesorarse, sin formarse en el campo. Finalmente, luego
concluir que la mujer es una mentirosa, anormal y trastornada – sin mayor interés en
confirmar sus presunciones -. Tras estas acciones leemos procesos cognitivos en torno a
la minimización y justificación de los actos. La estructura patriarcal subestima la voz de la
mujer y sus reclamos, se presencia que la violencia hacia las mujeres y sus hijos
realmente no es tomada para nada en cuenta en muchos casos. Se minimiza el relato de
ellas, se niegan sus palabras, se racionaliza de algún modo lo sucedido, y finalmente se
justifica siempre en la misma dirección, culpando a la mentirosa y loca.
Estamos en presencia sin duda de definiciones rígidas en torno a la masculinidad y la
femineidad, es imperativo un programa, una política públicas de estado que trabaje eficaz
y prácticamente – y que no se quede en puros debates o leyes sin aplicación plena –
aquellos estereotipos de género que anidan en los funcionarios encargados de estas
problemáticas. No es para nada raro observar aún discursos donde se sostiene que debe
ser el hombre el que deba mantener el control, tomar decisiones y someter a su esposa e
hijos. El concepto igualdad de los sexos y equidad de derechos dista mucho de ser real
en el día a día.
Se observa en estas escenas un proceso de generalización por parte de los que debieran
proteger a la víctima, proceso que se da como intento de justificar la violencia.
Nuevamente frases del estilo “todos los hombres son así”, “su marido debe estar con
mucho trabajo, a cualquier le pasa”. Buscar la justificación del agresor, sin dar lugar a que
se asuma el comportamiento delictivo de modo responsable legal y subjetivamente: el
abuso es justificado. Tomando por costumbre la tendencia a hablar de los hechos en
tercera persona, sin personalizar los responsables, no se da a nadie por aludido, llegando
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4. al punto que el relato pareciera un cuento, una ficción imaginada, donde se despacha a la
mujer víctima y todo termina cuando se retira por las puertas de una comisaría; pero
sabemos que nada realmente termina.
Mitos, prejuicios y creencias en torno a las mujeres víctimas de abuso. Abuso directo,
abuso de sus hijos, abuso y maltrato institucional. Nos surge la necesidad de ser
redundantes, ya que tanto se habla entre profesionales del área, en jornadas, congresos,
libros, etcétera y sin embargo las autoridades no escuchan, no movilizan todos sus
recursos en repararlo. Debemos tener claro que las creencias basadas en prejuicios
afectan a todos por igual, es un germen en la estructura social, en la psiquis de las
personas, en la superficie de sus actos y en lo profundo de su inconciente. Rasgos que
moldean su personalidad, son afirmaciones erróneas que estructuran sus pensamientos.
Mitos, prejuicios, creencias, que desencadenan en ideas como que las mujeres son
culpables por buscar hombres violentos y abusivos. Se las acusa de disfrutar de ello, “por
algo se quedan”, se las acusa de masoquistas, desconociendo el origen y significado de
este término. Parece resultar más cómodo pensar que una mujer disfruta de estos
intercambios violentos, que aceptar que ella posee los mismos derechos, que goza de
igualdad ante la sociedad. Aquí no existe ningún contrato masoquista, aquí existe una
práctica abusiva, ilegal, y deshumanizante hacia ella, hacia sus hijos, hacia la madre que
busca protegerlos.
Prejuicio al pensar que los abusos y violencias pertenecen exclusivamente a las clases
bajas, que las personas educadas a niveles superiores no delinquirían de este modo
(Luna, 1998). Prejuicios en una comisaría, en una sala de atención médica, en sus
comunidades religiosa, en su familia misma. Es enorme la cantidad de impedimentos y
barreras con las cuales se enfrentan estas madres a la hora de proteger a sus hijos y a
ellas mismas del abusador. Se puede vislumbrar la soledad y desamparo, el abandono de
la comunidad que la deja sin apoyo a la hora de pedir por sus derechos.
Veamos una situación posible, una mujer que se acerca a realizar una denuncia, y es
entrevistada por un psicólogo, un profesional de la salud mental, pero este no cuenta con
una mirada de género y formación en torno a abuso y Derechos Humanos. Es probable
que le surjan deseos de intervenir directamente expresando: ¡Es que no se da cuenta,
debe escaparse, debe irse, debe hacer algo! Y es que la mujer quizás lo ha intentado, no
una, sino decenas de veces. Lo ha intentado con su pareja, con su familia, con amigos,
intentando denuncias, pero ha aprehendido que nada de lo que haga cambiara la realidad
suya y de quienes intenta cuidar. Martin Selligman, en un experimento realizado en 1975
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5. (en Ferreira, 1991), había observado que sometiendo a un grupo de perros enjaulados a
descargas eléctricas, estos al principio aullaban, intentaban escapar, pegaban saltos.
Pero luego de un tiempo, los animales se iban volviendo a una total pasividad y apatía,
más allá de las descargas sufridas. Habían aprehendido que hagan lo que hagan no
podrían evitar el castigo, recibirían la descarga dolorosa. Llegado el momento, se abría
las puertas de las jaulas y los perros no escapaban, hasta se resistían a ser sacados.
Habían perdido la capacidad de optar por otro tipo de conducta, habían sido vencidos, no
podrían pensar en una situación mejor, otra manera de vivir. Esto nos hace pensar en
analogías, pensar en que cuando una persona hace todo lo que se le ocurre, todo lo que
puede, con su mayor esfuerzo y no logra modificar la realidad, se dejan de lado todos los
intentos y actividad. Se hunde en una obediencia pasiva a su entorno, a partir de este
estado, cualquier estímulo que venga del exterior, no superará la barrera de este
condicionamiento operado, de esta indefensión aprendida. No se trata de masoquismo
como dijimos, sino de un condicionamiento operado, aquí no hay satisfacción alguna, la
voluntad ha sido quebrada, una y otra vez, a partir del victimario principal, y reforzada en
la etapa de re-victimización.
Es deber de los funcionarios y profesionales, romper con este condicionamiento, tenerlo
en cuenta, conocer sus limitaciones, ayudar a estas mujeres y niños maltratados. Y no
dejar pasar aquellos momentos en que una madre cobra fuerzas y logra salir por algún
momentos de este estado para acercase a pedir ayuda (Sanz, Molina, 1999). Es aquel el
momento en que la escucha debe ser acorde, donde el sistema debe dar respuestas
efectivas. La degradación y el castigo de la que ellas y a quienes desea proteger no debe
reforzarse, hacerlo así, es digno de ser tan punible como quien ha iniciado este proceso.
Es deber también del profesional como se ha venido mencionando, tener en cuenta en su
actuar un discurso respetuoso por los Derechos Humanos, atento a la lectura de si estos
están siendo vulnerados y si se debe proceder a exigir su cumplimientos por parte de la
víctima.
Violencia de Género: violación de Derechos Humanos
Debemos tener en claro que las violaciones a los Derechos Humanos ocurren tanto a
hombres como a mujer, sin embargo, el daño y la fuerza con la que perjudica, varía según
el sexo de la víctima. Los estudios en la materia y lo que aquí se viene a presentar,
demuestran que toda agresión realizada contra la mujer tiene por lo general alguna
cuestión o rasgos de violencia de género. Esto estaría en relación causal a la desigualdad
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6. de poder aún existen entre hombres y mujeres en nuestra sociedad, a la asimetría
marcada al acceso a derechos. Y aquí se debe ser puntuales, el riesgo es la mayor
vulnerabilidad de derechos por la condición de ser mujer en el sistema patriarcal que aún
impera. Lo coercitivo de la lógica patriarcal.
Cuando hablamos de Derechos Humanos, entre otras cosas hablamos de las
obligaciones del Estado en asegurar los mismos. Es el Estado quien debe garantizarlos y
mantener su protección. Y quizás pensar que la protección de los Derechos de la Mujeres
y su condición – aunque valido para otros casos también -, es un factor indispensable
para nuestra sociedad y su desarrollo humano. Entonces, con todo esto, se plantea
cuestionarse la realidad, y posibilitar cambios culturales globales, que postulen el respeto
por los derechos de las mujeres. Además de su contracara, un plan de trabajo que
permita criticar y poner de relieve aquella tendencia a pensar como inevitable el ejercicio
de la violencia de género, como algo constitutivo e inamovible de nuestra sociedad.
No es la finalidad de esta presentación historizar detalldamente sobre el origen y
construcción de los Derechos Humanos. Sin embargo, diremos que se podrían entender
como un cúmulo de cuestión éticas en tornos al ser humano que son plasmadas
normativa y jurídicamente. Lo que guía su eje central, es la necesidad de asegurar
condiciones de vida digna en los sujetos. Esto es un punto nodal, si hemos de reconocer
que el goce de los derechos humanos es indispensable para el pleno desarrollo y ejercicio
de la ciudadanía. A su vez, poner en manifiesto que acontecen aquí tensiones entre
derechos individuales y colectivos y entre los principios de igualdad y el derecho a la
diferencia. Todos conflictos a superarse con trabajo. A través de la historia se han
manifestado distintas formas de violencia en cada sociedad, las cuales reflejan el poder y
el producto de la dominación de un grupo a otro. Aquí la violencia de género es un
mecanismo que busca perpetuar la subordinación de la mujer frente al patrimonio del
hombre. Habría mucho para decir sobre la sintomatología social alrededor de esto, pero a
modo de ejemplos, no hace muchas décadas era aceptada la “corrección” por parte del
esposo hacia su mujer en bien de la moral y el bienestar familiar.
La violación a los derechos de las mujeres era considerado, hasta no hace tanto tiempo,
un problema de índole privado, aunque en las últimas cuatro décadas el avance en
materia legislativa ha sido considerable. Ubicamos como un primer punto de inflexión
1979, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre
la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, si bien se trabaja
particularmente los derechos de la mujer, este documento no aborda en forma específica
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7. la violencia que las mismas pueden sufrir en el núcleo familiar. Un avance relevante se
produce en 1993 por medio de la Declaración Sobre la Eliminación de la Violencia Contra
la Mujer. En dicho documento se reconoce la necesidad de aplicar los derechos ya
consagrados vinculados a la libertad, igualdad, seguridad, dignidad e integridad de los
seres humanos; reconociendo que la violencia atenta contra los mismos.
Se hace una aproximación sobre la violencia contra la mujer desde una perspectiva socio-
histórica, ya que la misma ha constituido una manifestación de relaciones de poder
desiguales entre el hombre y la mujer, que han conducido a la dominación y a la
discriminación de la mujer, impidiendo su desarrollo pleno, forzándola a una situación de
subordinación frente al hombre. En dicha declaración se brinda una definición acabada
sobre lo que se considera violencia contra la mujer, así como también, por las
características de esta problemática, se insta a los Estados parte a tomar medidas
orientadas a la eliminación de la violencia garantizando el ejercicio de los derechos,
sumado a políticas de prevención.
En supuesta condiciones de igualdad con los hombres, las mujeres gozan de los mismos
derechos y libertades. Del respeto a su autonomía, a su dignidad, como lo expresa la
Declaración Universal de Derechos Humanos y la Convención sobre la eliminación de
todas las formas de discriminación contra la mujer (junto a otros pactos). Sumado a esto,
existen cantidad de reclamos regionales en torno a los Derechos Humanos, donde se
contextualizan las falencias según los países y los grupos.
Con todo esto, la mujer exige porque le corresponde el derecho a ser beneficiaria de un
desarrollo igualitario. Pero aún es observable que frente a los cambios sociales, crisis
económicas, políticas de re ajuste de las últimas décadas, han sido los sectores
vulnerables los más afectados, entre ellos las mujeres. Frente a esto es el reclamo de
hacer valer los Derechos y visibilizar el constructo de Violencia de Género como un deber
de política de Estado. Una obligación del Estado. Es una potencialidad que va creciendo
que apunta a la igualdad de Derechos, a eliminar la subordinación patriarcal – y
nuevamente – a alertar al Estado sobre lo que debe proteger y garantizar.
La violencia de género en el ámbito privado, en el hogar, es una clara transgresión de los
principios consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Violencia
ejercida contra las mujeres que es un claro ejemplo de la violación del derecho a la vida, a
la libertad – en todo sentido – y a la seguridad de su persona. También según lo dicen los
pactos, derecho a no ser sometida a torturas ni a tratos crueles, inhumanos o
degradantes. No debemos olvidarnos del derecho de la igualdad ante la ley y el derecho a
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8. igual protección de la ley. Y no menos importante, el derecho a circular libremente y de la
libertar de reunión y asociación. Esto último es reconocido como violado en ciertas
situaciónes en que el varón limita la actividad y el lazo social de su pareja, adueñándose
de sus posibilidades de acción.
En resumen, la violencia de género en el hogar está constituyendo hoy en día una clara
violación de los Derechos Humanos de las mujeres por su condición de mujer misma. Y
no seremos tibios al decir que el Estado, la legislación y el poder judicial no en pocas
ocasiones niegan por acción o por inacción esta realidad. El Estado niega en ocasiones
adecuada protección y la sociedad invisibiliza lo que acontece. No en poca ocasiones se
recrimina a aquel grupo de mujeres vulnerable de la razón de su silencio y hasta
culpándolas por su quietud. Muestra de desconocimiento del proceso, de la inhibición
psicológica del cual atraviesa. El acceso al reclamo democrático debe ser garantizado y
promovido por el Estado con igualdad para todos, inclusive para aquellos que no cuentan
con las herramientas para poder expresarse libremente. –o al menos preguntarse porque
no tiene libertad de expresión y hacer algo al respecto -. El Estado podría pensarse como
cómplice de la violencia de género y la violación de Derechos Humanos cuando no ofrece
a las mujeres la protección ni toma las medidas necesarias para prevenir, subsanar,
investigar y sancionar actos de violencia.
Continúa el ideal de modo implícito y no tan implícito de que en el interior de los hogares
el Estado no debe entrometerse. Pero aquí sucede algo, aquel lugar privado denominado
domicilio / propiedad, deja de serlo cuando allí ocurren violaciones que afectan al interés
público y de la nación.
Bibliografía de consulta
Asamblea General de las Naciones Unidas, 1993. Declaración Sobre la Eliminación de la
Violencia Contra la Mujer.
Asamblea General de las Naciones Unidas, 1979. Convención sobre la eliminación de
todas las formas de discriminación contra la mujer.
FERREIRA, Graciela, 1991. “Mitos prejuicios y creencias”, “Por qué una mujer soporta el
abuso” en La mujer maltratada. Un estudio sobre las mujeres víctimas de violencia
doméstico. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
8
9. GREIF, Dora Beatriz, 2000. “Algunas consideraciones acerca de la familia y de su
intervención judicial. La actuación del psicólogo forense”, “Intervención forense en
disfunciones y patologías familiares”, en La familia desde las perspectiva psicológica
forense. Buenos Aires: Editorial Puma.
LUNA, Matilde, 1998 “Cuestiones de género” en Que hacer con menores y familia.
Buenos Aires: Lumen Argentina.
PERRONE, Reynaldo, NANNINI, Martine, 1997. “Violencia y familia”, “La interacción
violenta”, “Organización relacional de la violencia”, en Violencia y abusos sexuales en la
familia. Buenos Aires: Paidos.
SANZ, Diana, MOLINA, Alejandro, 1999 “Consideraciones clínicas y manejo de los casos”
en Violencia y abuso en la familia”. Buenos Aires: Lumen Argentina
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