Viktor Frankl, un psiquiatra judío austriaco, fue deportado a campos de concentración nazis entre 1942 y 1945. Sobrevivió al Holocausto pero su esposa y padres murieron. Después escribió "El hombre en busca de sentido" donde describe su experiencia y explica que incluso en las peores condiciones, los seres humanos pueden encontrar significado y razón para vivir basada en su dimensión espiritual.
2. Viktor Frankl
Siquiatra austriaco de origen judío. En otoño de 1942, junto a su esposa y a
sus padres, fue deportado a un campo de concentración nazi.
En 1944 fue trasladao a Auschwitz y posteriormente a Kaufering y Türkheim.
Fue liberado el 27 de abril de 1945 por el ejército norteamericano.
Viktor Frankl sobrevivió al Holocausto, pero su esposa y sus padres fallecieron
en los campos de concentración.
Tras su liberación, regresó a Viena. En 1945 escribió “el hombre en busca de
sentido”, donde describe la vida del prisionero de un campo de concentración
desde la perspectiva de un psiquiatra.
En esta obra expone que, incluso en las condiciones más extremas de
deshumanización y sufrimiento, el hombre puede encontrar una razón para
vivir, basada en su dimensión espiritual.
3. El holocausto nazi
El holocausto nazi, que se llevó a cabo
entre 1933 y 1945, fue el resultado de
una política fundamentada en las leyes
de la naturaleza, especialmente, en la
cruda tergiversación del “darwinismo
social” y en el “instinto de conservación
de la especie”.
La persecución contra los judíos siguió un
proceso sistemático de extinción de una
raza considerada por los líderes del
nazismo como “raza inferior” a la de los
arios, puesto que en la visión
esquizofrénica de Hitler, la “raza aria” no
sólo era la más bella, sino también la
más perfecta
4. Extractos del libro
Oficialmente se anunciaba que se iba a
trasladar a unos cuantos prisioneros a un
campo de concentración, pero no era
muy difícil adivinar que el destino final
de todos ellos sería sin duda la cámara
de gas. Se seleccionaba a los más
enfermos o agotados, incapaces de
trabajar, y se les enviaba a alguno de los
campos centrales equipados con cámaras
de gas y crematorios. El proceso de
selección era la señal para una abierta
lucha entre los compañeros o entre un
grupo contra otro. Lo único que
importaba es que el nombre de uno o el
del amigo fuera tachado de la lista de las
víctimas aunque todos sabían que por
cada hombre que se salvaba se
condenaba a otro.
5. El privilegio de fumar cigarrillos le
estaba reservado a los "capos", que
tenían asegurada su cuota semanal
de cupones; o quizás al prisionero
que trabajaba como capataz en un
almacén o en un taller y recibía
cigarrillos a cambio de realizar tareas
peligrosas. Las únicas excepciones
eran las de aquellos que habían
perdido la voluntad de vivir y querían
"disfrutar" de sus últimos días. De
modo que cuando veíamos a un
camarada fumar sus propios
cigarrillos en vez de cambiarlos por
alimentos, ya sabíamos que había
renunciado a confiar en su fuerza
para seguir adelante y que, una vez
perdida la voluntad de vivir, rara vez
se recobraba.
6. A la espera de
trasladarlos a otros
campos más pequeños,
metieron a 1100
prisioneros en una
barraca construida
para albergar
probablemente a unas
doscientas personas como
máximo. Teníamos hambre y frío y no había
espacio suficiente ni para sentarnos en cuclillas en
el suelo desnudo, no digamos ya para tendernos.
Durante cuatro días, nuestro único alimento
consistió en un trozo de pan de unos 150 gramos.
7. Pregunté a los prisioneros
que llevaban allí algún
tiempo a dónde podrían
haber enviado a mi amigo y
colega P. "¿Lo mandaron
hacia la izquierda?" "Sí",
repliqué. "Entonces puede
verle allí", me dijeron.
"¿Dónde?" La mano
señalaba la chimenea que
había a uno cuantos cientos
de yardas y que arrojaba al
cielo gris de Polonia una
llamarada de fuego que se
disolvía en una siniestra
nube de humo.
8. "me lanzaría contra la alambrada". Esta era la frase que se
Utilizaba en el campo para describir el método de suicidio
más popular: tocar la cerca
de alambre electrificada.
Esta decisión negativa de no
lanzarse contra la alambrada
no era difícil de tomar en
Auschwitz. Ni tampoco tenía
Objeto alguno el suicidarse,
ya que para el término
medio de los prisioneros,
las expectativas de vida,
Consideradas objetivamente y aplicando el cálculo
de probabilidades, eran muy escasas.
9. La apatía, el principal síntoma de la
segunda fase, era un mecanismo
necesario de autodefensa.
La realidad se desdibujaba y todos
nuestros esfuerzos y todas nuestras
emociones se centraban en una
tarea: la conservación de nuestras
vidas y la de otros compañeros. Era
típico oír a los prisioneros, cuando
al atardecer los conducían como
rebaños de vuelta al campo desde
sus lugares de trabajo, respirar con
alivio y decir: "Bueno, ya pasó el
día."
10. Durante la última parte de
nuestro encarcelamiento, la
dieta diaria consistía en una
única ración de sopa aguada
y un pequeñísimo pedazo de
pan. Se nos repartía,
además, una "entrega extra"
consistente en 20 gr de
margarina o una rodaja de
salchicha de baja calidad o
un pequeño trozo de queso o
una pizca de algo que
pretendía ser miel o una
cucharada de jalea aguada,
cada día una cosa.
Cuando desaparecieron por
completo las últimas capas
de grasa subcutánea y
parecíamos esqueletos
disfrazados con pellejos y
andrajos, comenzamos a
observar cómo nuestros
cuerpos se devoraban a sí
mismos. El organismo
digería sus propias proteínas
y los músculos desaparecían;
al cuerpo no le quedaba
ningún poder de resistencia.
11. Preparando un viaje de incentivo a
Polonia, me dejaron este libro, “El
hombre en busca de sentido”. Fue
todo un regalo, Víctor Frankl,
consiguió sobrevivir al campo de
concentración de Auschwitz,
Dachau, y otros campos de
concentración, porque él sí tenía
un “por qué” y un “para qué” en su
vida. Él sabia que el hombre es
capaz de elegir en cada momento,
por inhumano que sea todo lo que
le esta sucediendo a su alrededor,
el sabía que todo tiene un sentido,
y eso fue lo que le salvó; a él y a
otros en la misma situación. En
cambio, que las personas que
perdían o no encontraban el
sentido de sus vidas, morían
irreversiblemente.