1. Fijaos bien cómo andáis
20º domingo ordinario – ciclo B
Comer el pan de Cristo
El evangelio de hoy continúa el discurso de Jesús sobre el pan. Cuando la gente
se extraña y se pregunta cómo va a ser él pan para que lo coman, Jesús no afloja
en su afirmación, no transige ni dice que está hablando en plan simbólico. Al
revés, afirma con mayor fuerza que su cuerpo es verdadero alimento, y que
quien no come su carne y no bebe su sangre no tendrá vida. Todavía va más allá:
quien come de su carne habita en él. ¿Cómo podemos entender esto hoy, que
somos tan duros de cabeza y de corazón como los judíos de hace dos mil años?
Comer a Jesús es hacer nuestra su vida. Habitar en Jesús, y que Jesús habite en
nosotros, es una unión tan completa que ambos nos fusionamos. Como diría san
Pablo, ya no soy yo sino Cristo quien vive en mí. Sólo los enamorados y aquellos
que se aman profunda, apasionadamente, pueden entender este lenguaje. Jesús
está hablando el lenguaje del amor en medio de un mundo frío y desamorado,
por eso no lo entienden. Los amantes, ¡claro que entienden lo que significa
«comerse» el uno al otro!
Es una unidad tal que lo que es de uno es del otro; lo que hace uno lo hace el
otro; ambos hablan el mismo lenguaje… Cuando aprendamos a recibir a Jesús
con amor, comprendiendo cómo nos ama él, empezaremos a entender mejor
qué significa «comer a Dios», empezaremos a asimilar su alimento y este nos
transformará desde adentro, igual que una comida sana nos regenera y nos cura
por dentro.
¿Qué consecuencias tiene esto para nosotros, que comulgamos cada domingo?
Parece que no tenemos problemas en creer que estamos comiendo el cuerpo de
Cristo, pero ¿por qué este alimento supremo nos hace tan poco efecto? ¿Cómo
es posible que no nos transforme y nos mejore más? ¿Qué hay en nosotros que
no lo asimilamos? Quizás, al igual que ocurre con el intestino dañado, que no
absorbe los nutrientes, nuestra alma también está deteriorada o tan obstruida
que no podemos absorber a Cristo, que viene a alimentarnos con su gracia y su
amor. ¿Cómo podremos curarnos?
Cómo vivirlo
San Pablo en la lectura de hoy nos da unos valiosos consejos muy prácticos.
«Fijaos bien cómo andáis», empieza diciendo. Ahora está de moda el llamado
«mindfulness» o consciencia plena. Muchas personas hacen talleres, seminarios
y retiros para aprender esta disciplina milenaria que no es más que ser
2. consciente, aquí y ahora, del momento presente, saboreándolo al máximo, sin
prisas, con los seis sentidos bien despiertos. Pues bien, San Pablo hace dos mil
años ya predicaba algo así. «Fijaos bien», dice. Es decir, sed conscientes de cómo
estáis viviendo y de qué tiempos estamos viviendo. Miraos a vosotros mismos y
mirad a vuestro alrededor. ¿Cómo elegimos vivir? Sabiendo lo que sabemos,
teniendo a Cristo como alimento, ¿vamos a vivir como todo el mundo,
arrastrados por crisis, problemas y avatares políticos y económicos? ¡Los
cristianos no podemos caer en esto!
«No estéis aturdidos», dice Pablo. Muchos de nosotros vivimos aturdidos,
abrumados y atolondrados por la prisa, el exceso de cosas que hacer, que
comprar, que atender… Las nuevas tecnologías no han hecho más que aumentar
esta bruma mental. Nos llueven mensajes e impactos informativos de todas
partes, nos enganchamos a las pantallas y no paramos de pensar, decir,
contestar… Al final, ya no sabemos ni lo que hacemos ni por qué. Pablo habla de
no embriagarse con vino. Podríamos hablar de vino, o de cualquier otra adicción
que nos enganche, ¡y hay tantas! Toda sustancia, comida, distracción o actividad
que nos ata, nos está arrastrando y llevando al libertinaje, es decir, hacernos
creer que somos libres cuando somos más esclavos que nunca de nuestra
dependencia y adicción.
Y, claro, una persona tan aturdida y llena de adicciones no tiene espacio en su
alma para el Espíritu Santo. No tiene espacio para el amor, para la escucha, para
la gratitud… Siempre quiere más y siempre le falta algo. Pierde la lucidez y la
perspectiva. Se encierra en sí misma y en sus problemas, y deja de ver a los
demás. También pierde u olvida la presencia de Dios en su vida.
«Dejaos llenar del Espíritu», dice Pablo. Para dejarse llenar antes hay que
vaciarse. Parar, detenerse en medio del frenesí diario y hacer silencio, externo e
interno, es una buena medicina para el alma, y un buen medio para cambiar
nuestra forma de vivir. Primero, silencio y vacío…
Pero, después, cuando poco a poco el agua viva de Dios nos va llenando, dejemos
también que surja el cántico. Del silencio surgen la alabanza, la gratitud, el gozo
exultante, porque nos sabemos y nos sentimos amados infinitamente. «Dad
siempre gracias a Dios Padre por todo», continúa Pablo. Una oración de sincero
agradecimiento es milagrosa, porque implica reconocer lo que Dios hace por
nosotros y, además, aceptar su amor. Y esto sí que puede cambiar nuestra vida,
más que cualquier otra técnica mental o práctica voluntarista.
Vivir atentos, liberarnos de adicciones, hacer silencio, orar con gratitud y
alabanza: he aquí un camino de cinco pasos que San Pablo nos propone para
transformarnos y llegar a vivir con plenitud nuestro ser hijos amados de Dios.