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Capítulo 3: “La era del Imperio”, págs. 65 – 93.
El periodo transcurrido entre 1875 – 1914 se le puede calificar como era del
imperio no solo porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino
también por otro motivo ciertamente anacrónico. Los gobernantes de la época
se autodenominaban emperadores, o creían ser merecedores de dicho título.
En este mismo periodo se conoce un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial.
Entre 1880 – 1914, ese intento se realizó y la mayor parte del mundo ajeno a
Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que
quedaron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno u
otro de una serie de estados, fundamentalmente Reino Unido, Francia,
Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica, EE.UU y Japón.
El único estado no europeo que resistió con éxito la conquista colonial formal
fue Etiopía, que pudo mantener a raya a Italia, la más débil de las potencias
imperiales.
Tanto África como el Pacifico fueron divididos por ʻʻrazones prácticas’’ de las
grandes potencias del mundo. Esto queda reflejado con la repartición de África,
el cual pertenecía en su totalidad a los países europeos; solo unos pocos
resistieron: Etiopía, Liberia y parte de Marruecos.
Nacimiento de dos nuevos imperios: el primero con la conquista francesa de
Indochina iniciada en el reino de Napoleón III; el segundo imperio fue por parte
de los japoneses a expensas de China en Corea y Taiwán (1895), mas tarde, a
expensas de Rusia (1905).
A diferencia de África, en América Latina, la dominación económica y las
presiones políticas se realizaban sin una conquista formal.
De las potencias europeas, solo los Países Bajos no quisieron anexionar
nuevos territorios, solo ampliaron su control sobre las islas indonesias, las
cuales estaban bajo su dominio desde hace mucho tiempo.
Sobre esta nueva fase de la era del imperio existen diferentes visiones:
algunos la consideraban como parte de los aspectos que traía consigo el
librecambio; para los observadores ortodoxos esta etapa resultaba ser una
nueva era de expansión nacional en la que era imposible separar con claridad
los elementos políticos y económicos y en la que el estado desempeñaba un
papel cada vez más activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos
como en el exterior; en cambio los observadores heterodoxos consideraban
esta etapa como una nueva fase del desarrollo capitalista.
El imperialismo era un fenómeno nuevo, el término se comenzó a usar en
Inglaterra en 1870, siendo generalizado en 1890. Era una voz nueva ideada
para describir un fenómeno nuevo. Era una actividad que era desaprobada, y
que debía ser practicada por otros.
Según el análisis Leninista (basado tanto en la teoría marxista como no
marxista), el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva
fase especifica del capitalismo que conducía a la división territorial del mundo
entre las potencias capitalistas de manera formal o informal. Las rivalidades de
estas potencias sería el gatillante de la primera guerra mundial. La expansión y
explotación económica en ultramar eran esenciales para los países
capitalistas.
Los análisis no marxistas (anti leninista) sobre el imperialismo negaban la
conexión especifica entre el imperialismo decimonónico con el capitalismo en
general. También negaban que el imperialismo tuviera raíces económicas
importantes, tampoco creían que la explotación de las zonas atrasadas fuera
fundamental para el capitalismo. No creían que el imperialismo haya
desembocado en las rivalidades insuperables que generaron la guerra mundial.
Creían que la propaganda imperialista fue beneficiosa para las clases
gobernantes de las metrópolis. Sus análisis se basaban en aspectos más
psicológicos que económicos y políticos internos.
Para Hobsbawm, la división del globo tenía una dimensión económica que
resultaba fundamental para entender la época del imperialismo.
En el siglo XIX se crea una economía global, que penetró de forma progresiva
en los rincones más remotos del mundo, vinculando a los países desarrollados
entre sí y con el mundo subdesarrollado.
Al existir una red de transporte más desarrollado, posibilitó que incluso las
zonas más atrasadas y marginales se incorporaran a la economía mundial.
La función de las colonias y de las dependencias no formales era la de
complementar las economías de las metrópolis y no la de competir con ellas.
La era imperialista que comenzó a finales del siglo XIX, se prolongó hasta la
gran crisis de 1929-1933.
El análisis antiimperialista del imperialismo ha sugerido diferentes argumentos
que pueden explicar esa actitud, uno de ellos es la presión del capital para
encontrar inversiones más favorables que las que podian realizar en el interior
del país, inversiones seguras que no sufrieran la competencia del capital
extranjero, es el menos convincente.
Otro argumento para explicar la expansión colonial, aunque más general, es la
búsqueda de nuevos mercados, los que brindarían no solo la posibilidad de
comercializar los productos elaborados por las potencias, sino que además
conseguir nuevas materias primas que hasta ese momento no se conseguían
en Europa o en las antiguas colonias.
El factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que
una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la
misma necesidad de encontrar nuevos mercados.
El imperialismo era la consecuencia natural de una economía internacional
basada en la rivalidad de varias economías industriales competidoras, hecho al
que se sumaban las presiones económicas del decenio de 1880.
Las colonias podian constituir simplemente bases adecuadas o puntos
avanzados para la penetración económica regional.
La motivación estratégica para la colonización era especialmente fuerte en el
Reino Unido, con colonias muy antiguas perfectamente situadas para controlar
el acceso a diferentes regiones terrestres y marítimas que se consideraban
vitales para los intereses comerciales y marítimos británicos en el mundo.
Una vez que las potencias rivales comenzaron a dividirse el mapa de África u
Oceanía, cada una de ellas intentó evitar que una porción excesiva pudiera ir a
parar a manos de los demás. Ambos continentes se transformaron en las
principales zonas para conseguir nuevas bases coloniales.
Para las potencias, la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo de
estatus, con independencia de su valor real. Solo las potencias tenían
ʻʻderecho’’ a mantener colonias, no así los países más pequeños, la excepción
eran los holandeses que aun mantenían, de forma discreta, las antiguas
colonias que poseían.
En América, y tras el dictado de la Doctrina Monroe, las potencias que
mantenían colonias en dicho continente se vieron inmovilizadas, pues solo
EE.UU tenía libertad de acción, ya que la Doctrina Monroe especificaba que
cualquier país europeo que interfiriera en América sería considerado como un
intruso y tendría que enfrentarse a EE.UU que se autodenominaba como el
protector de América.
Los que deja fuera el análisis económico, subestiman el incentivo económico
presente en la ocupación de algunos territorios africanos, siendo en este
sentido el caso más claro el de Suráfrica. Ignoraban el hecho de que la India
era la joya más radiante de la corona imperial por su gran importancia para la
economía británica. La desintegración de gobiernos indígenas locales, que en
ocasiones llevó a los europeos a establecer el control directo sobre unas zonas
que anteriormente no se habían ocupado de administrar. No se sostiene el
intento de demostrar que no hay nada en el desarrollo interno del capitalismo
occidental en el decenio de 1880 que explique la redivisión territorial del
mundo.
Para Hobsbawm, es imposible separar la política y la economía en una
sociedad capitalista, como lo es separar la religión y la sociedad en una
comunidad islámica.
La aparición de los movimientos obreros (de la política democrática) tuvo una
clara influencia sobre el desarrollo del nuevo imperialismo.
Para Cecil Rhodes, la forma de evitar la guerra era no siendo imperialista. Los
observadores lo llamaban imperialismo social, es decir, el intento de utilizar a
expansión imperial para amortiguar el descontento interno a través de mejoras
económicas o reformas sociales, o de otra forma.
La versión del imperialismo social de Cecil Rhodes, en la que el aspecto
fundamental eran los beneficios económicos que una política imperialista podía
suponer, de forma directa o indirecta, para las masas descontentas, sea la
menos relevante.
El imperialismo, estimuló a las masas y en especial a los elementos
potencialmente descontentos, a identificarse con el estado y la nación imperial,
dando así, forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y
político representado por ese estado. El imperialismo ayudaba a crear un buen
cemento ideológico.
En algunos países el imperialismo alcanzó una gran popularidad entre las
nuevas clases medias y de trabajadores administrativos, cuya identidad social
descansaba en la pretensión de ser los vehículos elegidos del patriotismo.
No se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo
poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares tenia arraigo popular y
que, por tanto, benefició a la política imperialista.
La civilización burguesa había glorificado siempre lo tres triunfos de la ciencia,
la tecnología y las manufacturas. En la era de los imperios también glorificaba
sus colonias. Comienzan las exhibiciones coloniales, que servían de
publicidad.
El sentimiento de superioridad que unía a los hombres blancos occidentales,
tanto a los ricos como a los de clase media y a los pobres, no derivaba
únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios del
dominador, especialmente cuando se hallaban en las colonias.
La izquierda secular era antiimperialista por principio y, las más de las veces,
en la práctica. La libertad para la India, al igual que la libertad para Egipto e
Irlanda, era el objetivo del movimiento obrero británico.
Los socialistas occidentales hicieron muy poco por organizar la resistencia de
los pueblos coloniales frente a sus dominadores hasta el momento en que
surgió la Internacional Comunista.
El socialismo fue hasta 1914 un movimiento de europeos y emigrantes blancos
o de los descendientes de éstos. El colonialismo era para ellos una cuestión
marginal.
El análisis socialista del imperialismo que integraba el colonialismo en un
concepto mucho más amplio de una nueva fase del capitalismo, era correcto
en principio, aunque no necesariamente en los detalles de su modelo teórico,
tendía a exagerar, la importancia económica de la expansión colonial para los
países metropolitanos.
El imperialismo era el producto de una época de competitividad entre
economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva y que se
vio intensificada por las presiones para asegurar y salvaguardar mercados en
un periodo de incertidumbre económica.
Formaba parte de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la
práctica privada y pública del laissez-faire, que también era nuevo, e implicaba
la aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención cada vez
más intensa del estado en los asuntos económicos.
El impacto económico del imperialismo fue importante pata Hobsbawm, pues
resultó ser profundamente desigual.
La época del imperialismo adquiere una tonalidad muy distinta cuando se
contempla desde Nicaragua o malaya que cuando se considera desde el punto
de vista de las potencias europeas.
El Reino Unido exportó incluso a Portugal la forma peculiar de sus buzones de
correos, y a Buenos Aires una institución, como lo son los almacenes Harrods.
La guerra surafricana de 1899-1902 acabó con la resistencia de dos pequeñas
republicas de colonos campesinos blancos.
El éxito del Reino Unido en ultramar fue consecuencia de la explotación mas
sistemática de las posesiones británicas ya existentes o de la posición especial
del país como principal importador e inversor en zonas tales como América del
Sur.
Los capitalistas británicos salieron bien parados en sus actividades en el
imperio informal o libre. La mitad de todo el capital público a largo plazo emitido
en 1914 se hallaba en Canadá, Australia y América Latina.
El objetivo británico no era la expansión, sino la defensa frente a otros,
atrincherándose en territorios que hasta entonces, como ocurría en la mayor
parte del mundo de ultramar, habían sido dominados por el comercio y el
capital británico.
El impulso colonial parece haber sido más fuerte en los países metropolitanos
menos dinámicos desde el punto de vista económico, donde hasta cierto punto
constituían una compensación potencial para su inferioridad económica y
política frente a sus rivales.
Existían grupos económicos concretos, entre ellos destacaban los asociados
con el comercio y las industrias de ultramar que utilizaban materias primas
procedentes de esas colonias. La mayor parte de las nuevas colonias atrajeron
escasos capitales con resultados económicos mediocres.
Además de ser un fenómeno político y económico, el imperialismo fue un
fenómeno cultural, pues el mundo desarrollado transformó las imágenes e
ideas de las masas coloniales, las que aspiraban a ser como los ciudadanos
europeos, surgen nuevas aspiraciones.
Lo que el imperialismo llevó a las elites potenciales del mundo dependiente fue
la occidentalización. Habían elites que se resistían a esta transformación pero
igual sufrían estos cambios; la oposición surgía por razones de religión o
ideológicas, incluso por pragmatismos políticos.
La era del imperio creó una serie de condiciones que determinaron la aparición
de líderes antiimperialistas, además de las condiciones que comenzaron a dar
resonancia a sus voces.
Los movimientos antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor parte
de los sitios con la primera guerra mundial y la revolución rusa.
El aporte cultural más importante del imperialismo fue la educación de tipo
occidental para minorías distintas.
La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de
forma más general se consideró a los pueblos no europeos y a sus sociedades
como inferiores, indeseables, débiles y atrasados.
El imperialismo hizo que aumentara notablemente el interés occidental hacia
diferentes formas de espiritualidad derivadas de Oriente.
El impacto del imperialismo sobre las clases dirigentes y medias de los países
metropolitanos fue que dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades
creadas a su imagen.
El triunfo del imperialismo planteó problemas porque hizo cada vez más
indisoluble la contradicción entre la forma en que las clases dirigentes de la
metrópoli gobernaban sus imperios y la manera en que lo hacían con sus
pueblos.
Capítulo 12: “Hacia la revolución”, págs. 285 – 309.
Veranillo de san Martin del capitalismo decimonónico como un periodo de
estabilidad social y política.
Unos sistemas políticos que no sabían muy bien cómo hacer frente a las
agitaciones sociales de la década de 1880, con la súbita aparición de partidos
obreros de masas.
Los quince años transcurridos entre 1889-1914 fueron una belle epoque, no
solo porque fueron prósperos y la vida era extraordinariamente atractiva para
quienes tenían dinero y maravillosa para quienes eran ricos, sino también
porque los gobernantes de la mayor parte de los países occidentales se
preocupaban por el futuro pero no les aterraba el presente.
Los años transcurridos entre 1880-1914 fueron un periodo de revolución
siempre posible, inminente o incluso real.
La guerra mundial fue simplemente un episodio en una serie de conflictos
militares que ya habían comenzado unos años antes.
La centuria burguesa desestabilizó su periferia de dos formas distintas:
minando las viejas estructuras de sus economías y el equilibrio de sus
sociedades y destruyendo la viabilidad de sus regímenes e instituciones
políticos establecidos.
El problema de los imperios obsoletos europeos era que presentaban una
dualidad: eran avanzados y atrasados, fuertes y débiles. Los imperios antiguos
se situaban entre las víctimas. Parecían destinados al colapso, la conquista o
la dependencia, a menos que de alguna forma pudieran conseguir de las
potencias imperialistas occidentales lo que a estas les hacia tan formidables.
La guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y la primera revolución rusa eliminaron
temporalmente uno de los problemas de Persia y dieron a los revolucionarios
persas impulso y un programa. (influencia externa en el conflicto persa)
El acuerdo de 1907 entre el Reino Unido y Rusia para repartirse Persia
pacíficamente dejaba pocas posibilidades a la política persa.
Al tiempo que Marruecos perdía su independencia, la desaparición del control
del sultán sobre los clanes bereberes enfrentados haría que la conquista militar
francesa del territorio fuera difícil y prolongada.
Los británicos habían ampliado su colonia de Hong Kong y prácticamente
habían ocupado el Tíbet, que consideraban una dependencia de su imperio
indio; por su parte. Alemania estableció una serie de bases en el norte de
China, los franceses ejercían cierta influencia en las proximidades de su
imperio indochino (arrebatado a China) y ampliaban sus posiciones en el sur, e
incluso los débiles portugueses obtuvieron la cesión de Macao (1887).
Tres grandes fuerzas de resistencia existían en China, la primera, el
establishment imperial de la corte y los funcionarios confucianos; la segunda, la
antigua y poderosa tradición de rebelión popular y sociedades secretas
imbuidas de la ideología de oposición, seguía tan fuerte como siempre; los
celebres tres principios de Sun, el nacionalismo, el republicanismo y el
socialismo.
En 1914 Turquía había desaparecido casi por completo de Europa, había sido
eliminada totalmente en África y solo conservaba un débil imperio en el Oriente
Medio, donde su presencia no duró más allá de la guerra mundial. Turquía
contaba con una alternativa potencial inmediata al imperio que se derrumbaba:
un núcleo importante de población turca musulmana.
La versión de la Ilustración que perseguían se inspiraba en el positivismo de
Auguste Comte, que conjugaba una fe apasionada en la ciencia y en la
modernización inevitable con el equivalente secular de una religión, el progreso
no democrático y la planificación social entendida desde arriba. Esta ideología
resultaba atractiva para las reducidas elites modernizadoras que ocupaban el
poder en países atrasados y tradicionales.
La modernización turca pasó de un marco liberal-parlamentario a otro militar-
dictatorial y de la esperanza en una lealtad política secular-imperial a la
forzosa, buscando una unión Pan-Turania.
La autentica revolución turca, que comenzó con la abolición del imperio se
realizó bajo tales auspicios a partir de 1918. Pero su contenido estaba implícito
en los objetivos de los Jóvenes Turcos (agrupación independentista)
La revolución turca dio inicio, tal vez, al primero de los regímenes
modernizadores del tercer mundo: apasionado defensor del progreso y la
Ilustración frente a la tradición, del desarrollo y de una especie de populismo
no perturbado por el debate liberal.
Kemal Ataturk, general duro y brillante, llevaría delante de forma implacable el
programa modernizador de los Jóvenes Turcos. (occidentalizar Turquía)
La debilidad de la revolución turca, muy notable en sus logros económicos,
residía en su incapacidad para imponerse sobre la gran masa de la población
rural y para cambiar la estructura de la sociedad agraria.
La revolución mexicana como un gran levantamiento social, el primero de su
clase en un país agrario del tercer mundo, el proceso mexicano se vería
también eclipsado por los acontecimientos ocurridos en Rusia.
La revolución mexicana reviste una gran trascendencia, porque surgió de
forma directa de las contradicciones existentes en el seno del mundo
imperialista y porque fue la primera de las grandes revoluciones ocurridas en el
mundo colonial y dependiente en la que la masa de los trabajadores
desempeñó un papel protagonista.
Los movimientos anticoloniales o autonomistas estaban comenzando a
aparecer en los países colonizados más complejos desde el punto de vista
social y político, pero por lo general aún no estaba produciéndose la
coincidencia entre la minoría educada y occidentalizadora y los defensores
xenófobos de la tradición antigua que los convertía en una fuerza política
importante.
El Reino Unido tuvo que aceptar la independencia virtual de las colonias de
población blanca.
La guerra reflejó la fragilidad de unas estructuras que parecían estables.
Un autentico movimiento de liberación colonial estaba surgiendo tanto en la
más antigua como en una de las más recientes dependencias coloniales del
Reino Unido. Egipto, incluso tras la represión de la insurrección de los jóvenes
soldados de Arabi Bajá en 1882, nunca había aceptado la ocupación británica.
Movimiento de liberación en la India, la influyente burguesía funcionarios cultos
que lo administraban para el Reino Unido rechazaban cada vez con mayor
fuerza la explotación económica, la impotencia política y la inferioridad social.
Había tomado forma ya un movimiento autonomista cuya principal
organización, el Congreso Nacional Indio, fundado en 1885, que se convertía
en el partido de liberación nacional, reflejaba inicialmente el descontento de la
clase media y el intento de unos administradores británicos inteligentes.
El congreso comenzó a liberarse de la tutela británica, en parte gracias a la
influencia de la teosofía, carente aparentemente de dimensión política.
Annie Besant, ex secularista y ex socialista militante, fue una de los adalides
del nacionalismo indio.
En la zona occidental de la India había comenzado una agitación que
pretendía movilizar a las masas incultas apelando a la religión tradicional.
Los emigrantes indios en Suráfrica habían comenzado a organizarse
colectivamente contra el racismo imperante en la región.
Gandhi, creó la figura del político moderno como santo, algo inaudito en la
política del tercer mundo. El proyecto británico de crear en esa extensa
provincia una zona de predominio musulmán hizo que la agitación antibritánica
adquiriera grandes proporciones en 1906-1909.
Gandhi con su liderazgo, produjo el primer movimiento terrorista serio en la
India, y en 1905 planteaba ya graves problemas a la policía.
Donde el imperialismo resultaba más vulnerable era allí donde imperaba el
imperialismo informal más que formal, o lo que después de la segunda guerra
mundial recibiría el nombre de neocolonialismo.
El imperialismo económico no era inaceptable para las clases dirigentes
nativas, en la medida en que se trataba de una fuerza modernizadora
potencial. El progreso significaba el Reino Unido, Francia y los EE.UU.
El gran obstáculo para la modernización era la gran masa de la población rural,
inmóvil e inamovible, total o parcialmente negra o india, sumergida en la
ignorancia, la tradición y la superstición.
Sueño de una transformación biológica de la población que la hiciera apta para
el progreso: mediante la inmigración masiva de población europea en Brasil y
en el cono sur de América del Sur, y a través de la mezcla a gran escala con la
población blanca en el Japón.
La modernización mexicana dejó a otros los sueños biológicos y se concentró
en el beneficio, la ciencia y el progreso, a través de las inversiones extranjeras
y la filosofía de Auguste Comte.
Lo que les convirtió en disidentes, o más bien lo que transformó un
enfrentamiento político a propósito de la reelección o la posible retirada del
presidente Díaz en una autentica revolución fue probablemente la cada vez
mayor integración de la economía mexicana en la economía mundial, es decir
de los EE.UU.
Los narodniks o populistas consideraban que una comuna campesina
revolucionaria podía ser la base de la transformación directa de Rusia, sin
necesidad de conocer los horrores del desarrollo capitalista.
Los resultados, conseguidos mediante una mezcla de capitalismo privado y
estatal, fueron espectaculares. La Rusia zarista se encontró con un
proletariado industrial en rápido crecimiento, concentrado en unas fábricas
desusadamente grandes reunidas en pocos centros, y en consecuencia con el
inicio de un movimiento obrero que, naturalmente, estaba comprometido con la
revolución social.
Su desarrollo desproporcionado en una serie de regiones de las márgenes
occidental y meridional del imperio, como en Polonia, Ucrania y Azerbaiján
(industria del petróleo).
La combinación de los descontentos sociales y nacionales se ilustra por el
hecho de que entre varios, tal vez la mayor parte, de los pueblos minoritarios
movilizados políticamente en el imperio zarista, las distintas variantes del
nuevo movimiento socialdemócrata se convirtieron en el partido nacional de
facto.
Los narodniks fueron destruidos y dispersados después de 1881, aunque
revivieron en forma del partido social revolucionario en los primeros años del
decenio de 1900, pero esta vez los habitantes de las aldeas estaban
dispuestos a escucharles.
Ante la imposibilidad social y política de aplicar las soluciones liberales
occidentales, pues el marxismo, al menos, preveía una fase de desarrollo
capitalista en el camino hacia su derrocamiento por el proletariado.
Los gobiernos zaristas comprendieron claramente que la inquietud social y
política era cada vez y más peligrosa, aunque la inquietud campesina remitió
durante algunas décadas después de la emancipación.
Los judíos, cada vez peor tratados y más discriminados, se integraron
progresivamente en los movimientos revolucionarios. Fue la masacre de una
manifestación, dirigida desde esos ambientes, el hecho que desencadenó la
revolución de 1905.
Se afirma que los regímenes débiles deben evitar las aventuras de política
exterior. La Rusia zarista no se resistió a lanzarse a ese tipo de aventuras
como una gran potencia que insistía en jugar el papel que creía que le
correspondía en la conquista imperialista.
La Guerra ruso-japonesa de 1904-1905, aunque causó a los japoneses 84.000
muertos y 143.000 heridos, constituyó un desastre rápido y humillante para
Rusia, que subrayó la debilidad del zarismo.
Como dijo Lenin, la revolución de 1905 fue una revolución burguesa realizada
con medios proletarios.
Pero aunque la intervención de los obreros, concentrados en la capital y en
otros centros políticos sensibles, fue crucial, lo cierto es que, al igual que en
1917, fueron el estallido de las revueltas campesinas a escala masiva en la
región de las Tierras Negras, en el valle del Volga y en algunas partes de
Ucrania, y el derrumbamiento de las fuerzas armadas, dramatizado por el
motín del acorazado Potemkin, los factores que terminaron con la resistencia
zarista.
Para Hobsbawm, nadie puso en duda el carácter burgués de la revolución.
Existía el consenso de que la construcción del socialismo no figuraba en la
agenda revolucionaria de proyectos inmediatos, aunque solo fuera porque
Rusia estaba demasiado atrasada. No estaba ni económica ni socialmente
preparada para el socialismo.
Lenin veía tan claramente como las autoridades zaristas que la burguesía de
Rusia era demasiado débil, numérica y políticamente, como para arrebatar el
poder al zarismo, de la misma forma que la empresa capitalista privada era
demasiado débil para poder modernizar el país sin la intervención extranjera y
la iniciativa del estado.
La novedad de la posición de Lenin con respecto a sus principales rivales, los
mencheviques, era que él reconocía que, dada la debilidad o la ausencia de
una burguesía, la revolución burguesa tenía que realizarse, por así decirlo, sin
la burguesía.
Lo indudable es que la derrota de la revolución de 1905 no había tenido como
resultado la aparición de una potencial alternativa burguesa al zarismo, y que
no dio al zarismo más de media docena de años de respiro.
Como en tantos otros estados europeos, el estallido de la guerra sirvió para
aglutinar el fervor político y social.
La revolución rusa sería la que tendría una repercusión internacional más
importante, pues incluso la convulsión incompleta y temporal de 1905-1906
tuvo resultados dramáticos e inmediatos.
Una revolución social en este estado necesariamente había de producir
importantes consecuencias a escala global, por la misma razón que de entre
las numerosas revoluciones ocurridas a finales del siglo XVIII, fue la revolución
francesa la que tuvo mayores consecuencias en el escenario internacional.
Una revolución rusa podía parecer importante tanto a los dirigentes obreros
occidentales como a los revolucionarios orientales, en Alemania o en China.
Capítulo 13: “De la paz a la guerra”, págs. 310 – 336.
Desde agosto de 1914 las vidas de los europeos han estado rodeadas,
impregnadas y atormentadas por la guerra mundial.
Se admite la posibilidad de una guerra europea general, que preocupaba no
solo a los gobiernos y sus estados mayores, sino a la opinión pública en
general.
Nietzsche saludó la creciente militarización de Europa y predijo el estallido de
una guerra que diría sí al bárbaro, incluso al animal salvaje que hay dentro de
nosotros.
Aquellos que apretaron los botones de la destrucción lo hicieron no porque lo
desearan, sino porque no podian evitarlo, como el emperador Guillermo que
preguntó a sus generales en el último momento si, después de todo, no era
posible localizar la guerra en el este de Europa, suspendiendo el ataque contra
Francia y Rusia, a lo que le contestaron que desgraciadamente eso era
totalmente imposible.
Para la mayor parte de los países occidentales y durante la mayor parte del
periodo transcurrido entre 1871 y 1914, la guerra europea era un recuerdo
histórico o un ejercicio teórico para un futuro indeterminado.
Para los soldados profesionales el ejército era un trabajo. Para los oficiales era
un juego de niños que protagonizaban los adultos, símbolo de su superioridad
sobre la población civil, de esplendor viril y de estatus social.
Justo con la escuela primaria, el servicio militar era, tal vez, el mecanismo más
poderoso de que disponía el estado para inculcar un comportamiento cívico
adecuado y, sobre todo, para convertir al habitante de una aldea en un
ciudadano patriota de una nación.
Las guerras ocasionales, sobre todo en las colonias, entrañaban mayor riesgo.
Ciertamente, el riesgo era más de tipo médico que militar, este riesgo no era
para los militares.
Pero en conjunto fueron los civiles los que predijeron las terribles
transformaciones del arte de la guerra, gracias a los progresos de la tecnología
militar que los generales tardaban en comprender.
La preparación para la guerra resultó mucho más costosa, sobre todo porque
todos los estados competían para mantenerse en cabeza, o al menos para no
verse relegados con respecto a los demás.
Una consecuencia de tan importantes gastos fue la necesidad de recurrir a
impuestos más elevados, a unos préstamos inflacionarios o a ambos
procedimientos para financiarlos. Otra consecuencia de la industria a gran
escala, fue que la muerte por las diferentes patrias.
La simbiosis de la guerra y la producción para la guerra transformó
inevitablemente las relaciones entre el gobierno y la industria, pues, como
apuntó Engels en 1892, cuando la guerra se convirtió en una rama de la
grande industrie, la grande industrie pasó a ser una necesidad política.
Los gobiernos no necesitaban tanto la fabricación real de armas, sino la
capacidad para producirles para satisfacer las necesidades de tiempo de
guerra, si la ocasión se presentaba: es decir, tenían que garantizar que la
industria tuviera una capacidad de producción muy superior a las necesidades
de tiempo de paz.
Garantizar de alguna forma la existencia de poderosas industrias nacionales de
armamento, a hacerse cargo de una gran parte de sus costes de desarrollo
técnico y a preocuparse de que produjeran pingues beneficios.
Sin embargo, no se puede explicar el estallido de la guerra mundial como una
conspiración de los fabricantes de armamento, aunque desde luego los
técnicos hacían cuanto estaba en su manos para convencer a los generales y
almirantes, más familiarizados con los desfiles militares que con la ciencia, de
que todo se perdería si no encargaban la última arma de fuego o el barco de
guerra más reciente.
La revolución rusa de 1917, que publicó los documentos secretos del zarismo,
acusó al imperialismo en su conjunto.
Las discusiones sobre los peligros para la paz mundial, que, por razones
obvias, no han cesado desde los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki,
buscan inevitablemente posibles paralelismos entre los orígenes de las guerras
mundiales pasadas y las perspectivas internacionales actuales.
En vísperas del estallido de 1914, los conflictos coloniales no parecían seguir
planteando problemas insolubles para las diferentes potencias competidoras,
hecho que se ha utilizado, sin justificación, para afirmar que las rivalidades
imperialistas no influyeron en absoluto en el estallido de la primera guerra
mundial.
En el decenio de 1900 ningún gobierno se había planteado unos objetivos que,
como ocurrió en el caso de Hitler en la década de 1930, solo la guerra o la
constante amenaza de la guerra podian alcanzar.
Ningún gobierno de una gran potencia, ni siquiera los más ambiciosos, frívolos
e irresponsables, deseaban un enfrentamiento serio.
La guerra pareció tan inevitable que algunos gobiernos decidieron que era
necesario elegir el momento más favorable, o el menos inconveniente, para
iniciar las hostilidades.
Austria sabía que se arraigaba a que estallara un conflicto mundial al
amenazar a Serbia, y Alemania, con su decisión en apoyar plenamente a su
aliada, hizo que le conflicto fuera seguro.
El origen del conflicto se halla en el carácter de una situación nacional cada
vez más deteriorada, que fue escapando progresivamente al control de los
gobiernos.
Esos bloques eran nuevos y resultaban esencialmente de la aparición en el
escenario europeo de un imperio alemán unificado, establecido mediante la
diplomacia y la guerra a expensas de otros entre 1864 y 1871, y que trataba de
protegerse contra su principal perdedor, Francia, mediante una serie de
alianzas en tiempo de paz, que a su vez desembocaron en otras contra
alianzas.
El sistema de bloques de potencias solo llegó a ser un peligro para la paz
cuando las alianzas enfrentadas se hicieron permanentes, pero sobre todo
cuando las disputas entre los dos bloques se convirtieron en confrontaciones
incontrolables.
Como bien sabía Bismarck, su desintegración en diferentes fragmentos
nacionales no solo produciría el hundimiento del sistema de estados de la
Europa central y oriental, sino que destruiría también la base de una pequeña
Alemania dominaba por Prusia.
En los primeros años de la década de 1890, dos grupos de potencias se
enfrentaban, pues, en Europa.
Tres acontecimientos convirtieron el sistema de alianzas en una bomba de
tiempo: una situación internacional de gran fluidez, desestabilizada por nuevos
problemas y ambiciones de las potencias, la lógica de la planificación militar
conjunta que permitió un enfrentamiento permanente entre los bloques y la
integración de la quinta gran potencia, el Reino Unido, en uno de los bloques.
1903-1907 Reino Unido se pasa al bando anti alemán.
La TRIPLE ENTENTE fue sorprendente tanto para el enemigo del Reino Unido
como para sus aliados.
Reino Unido estableció un vínculo permanente con Francia y Rusia contra
Alemania, superando todas las diferencias con Rusia hasta el punto de
acceder a la ocupación rusa de Constantinopla, oferta que fue retirada tras la
revolución rusa de 1917.
La rivalidad de las potencias, que anteriormente se centraba en gran medida
en Europa y las zonas adyacentes, era ahora global e imperialista, quedando al
margen la mayor parte del continente americano, destinado a la expansión
imperialista exclusiva de los EE.UU a raíz de la Doctrina Monroe.
Ahora existían dos nuevos jugadores: EE.UU que, si bien evitaba todavía los
conflictos europeos, desarrollaba una política expansionista en el pacifico, y
Japón.
La globalización del juego de poder internacional transformó automáticamente
la situación de país que, hasta entonces, había sido la única gran potencia con
objetivos políticos a escala global.
Si es cierto que el desarrollo capitalista y el imperialismo son responsables del
deslizamiento incontrolado hacia un conflicto mundial, no se puede afirmar que
muchos capitalistas deseaban conscientemente la guerra.
Para la mayoría de los hombres de negocios la paz internacional constituía una
ventaja. La guerra solo la consideraban aceptable siempre y cuando no
interfiriera con el desarrollo normal de los negocios.
Los que se veían perjudicados solicitaban protección económica a sus
gobiernos, pero eso no equivale a exigir la guerra.
En el decenio de 1900 cuando el estado mayor imperial británico abandonó
incluso los planes más remotos para una guerra angloamericana. A partir de
entonces esa posibilidad quedó totalmente eliminada.
La primera consecuencia de ese hecho fue el nacimiento del proteccionismo
durante el período de la gran depresión.
Lo que hizo tan peligrosa esa identificación del poder económico con el poder
político-militar fue no solo la rivalidad nacional por conseguir los mercados
mundiales y los recursos materiales y por el control de determinadas regiones
como el Próximo Oriente y el Oriente Medio, donde tantas veces coincidían los
intereses económicos y estratégicos.
La penetración económica y estratégica alemana en el imperio otomano
preocupaba a los británicos y contribuyó a que Turquía se alineara junto a
Alemania durante la guerra.
Dada la fusión que se había operado entre la economía y la política, incluso la
división pacifica de las áreas en disputas en zonas de influencia no servía para
mantener bajo control la rivalidad internacional.
Para Hobsbawm el rasgo característico de la acumulación capitalista era su
ausencia de límites.
El Reino Unido consideraba que Alemania era básicamente una potencia
continental y, como afirmaron en 1904 una serie de influyentes geopolíticos,
como sir Halford Mackinder, las grandes potencias de esas características ya
gozaban de una ventaja importante sobre una isla de extensión media.
El Reino Unido pretendía mantener el statu quo, mientras que Alemania
deseaba cambiarlo, inevitablemente, aunque no intencionalmente, a expensas
de EE.UU.
De vez en cuando fracasaban los intentos de romper el sistema de bloques o al
menos de contrarrestarlo con el acercamiento entre los países integrantes de
esos bloques: entre el Reino Unido y Alemania, Alemania y Rusia, Alemania y
Francia, Rusia y Austria.
Austria utilizó la oportunidad para anexionarse formalmente Bosnia-
Herzegovina, precipitando así una crisis con Rusia.
La crisis de Agadir sirvió para poner en claro que cualquier confrontación entre
dos grandes potencias las situaba al borde de la guerra.
Si la crisis de Agadir no pudo ser aprovechada para entablar negociaciones y
provoco un durísimo enfrentamiento, ello se debió a un discurso pronunciado
por Lloyd George, que parecía no dejar a Alemania otra opción que la guerra o
la retirada.
La agitación reaccionaria popular impulsó la carrera de armamentos,
especialmente en el mar.
Gracias a la labor de reconstrucción militar de los años anteriores, que tanto
temían los generales alemanes, en 1914 Rusia podía considerar la posibilidad
de una guerra, contingencia que no habría sido posible unos años antes.
Había una potencia que no podía afirmar su presencia en el juego militar,
porque parecía condenada sin él: Austria-Hungría.
No solo planteaban los mismos problemas que otras nacionalidades del
imperio multinacional, organizadas políticamente, que se hostigaban
mutuamente para conseguir ventajas, sino porque la situación se complicaba al
pertenecer tanto al gobierno de Viena, flexible desde el punto de vista
lingüístico, como al gobierno de Budapest, decidido a imponer la magiarización
de forma implacable.
El problema de los eslavos no podía separarse de la política en los Balcanes y,
en realidad, en 1878 no había hecho sino implicarse cada vez más en ella
como consecuencia de la ocupación de Bosnia.
El hundimiento del imperio otomano condenaba prácticamente al imperio de los
Habsburgo, a menos que pudiera demostrar más allá de toda duda que era
todavía una gran potencia en los Balcanes que nadie podía perturbar.
La crisis final de 1914 fue tan inesperada, tan traumática y, retrospectivamente,
tan obsesiva porque fue fundamentalmente un incidente en la política austriaca
que exigía, según Viena, dar una lección a Serbia.
Alemania decidió prestar todo su apoyo a Austria, es decir, no suavizar la
situación.
En 1914, cualquier incidente podía provocar ese enfrentamiento, si una sola de
las potencias que formaban parte del sistema de bloques y contra bloques
decidía tomárselo en serio.
Las crisis internacionales y las crisis internas se conjugaron en los mismos
años anteriores a 1914.
En agosto de 1914, antes incluso de que comenzaran las hostilidades, 19
millones de hombres armados se enfrentaban a lo largo de las fronteras.
El gobierno británico se mostraba especialmente sensible a este problema
porque solo podía recurrir a los voluntarios para reforzar su modesto ejército
profesional de 20 divisiones, porque las clases trabajadoras se alimentaban
con los productos que llegaban por barco desde ultramar, por tanto, muy
vulnerables a un posible bloqueo, y porque en los años anteriores a la guerra el
gobierno se vio enfrentado a un ambiente general de tensión y agitación social
sin precedentes y ante una situación explosiva en Irlanda.
Es un error creer que en 1914 los gobiernos se lanzaron a la guerra para quitar
hierro a sus crisis sociales internas. A lo sumo, consideraron que el patriotismo
permitía superar en parte la resistencia y la falta de cooperación.
Los movimientos obreros y socialistas organizados rechazaban
apasionadamente el militarismo y la guerra, y la Internacional Socialista se
comprometió incluso, en 1907, a organizar una huelga general internacional
contra la guerra, pero los políticos no tomaron en serio estas amenazas,
aunque un salvaje de la derecha asesinó al gran líder socialista y orador
francés Jean Jaurès pocos días antes de que estallara la guerra, cuando
intentaba desesperadamente salvar la paz.
En Austria no solo el pueblo dominante se vio sacudido por una breve oleada
de patriotismo. Como reconoció el líder socialista Viktor Adler, incluso en la
lucha de las nacionalidades la guerra aparece como una especie de liberación,
una especie de liberación, una esperanza de que ocurrirá algo diferente.
La llegada de la guerra fue considerada como una liberación y un alivio,
especialmente por los jóvenes de las clases medias, aunque también por los
trabajadores y menos por los campesinos.
Significaba la apertura del telón para un drama histórico grande y emocionante
en el que los miembros de las audiencias resultaron ser los actores. Significaba
decisión.
Para los socialistas, la guerra era una catástrofe inmediata y doble, en la
medida en que un movimiento dedicado al internacionalismo y a la paz se vio
sumido en la impotencia, y en cuanto que una oleada de unión nacional y de
patriotismo bajo las clases dirigentes recorrió, aunque fuera
momentáneamente, las filas de los partidos e incluso del proletariado con
conciencia de clase en los países beligerantes.
Desde agosto de 1914 vivimos en el mundo de las guerras monstruosas, los
levantamientos y explosiones que anunciara Nietzsche proféticamente.

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La era del imperialismo 1875-1914

  • 1. Capítulo 3: “La era del Imperio”, págs. 65 – 93. El periodo transcurrido entre 1875 – 1914 se le puede calificar como era del imperio no solo porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo ciertamente anacrónico. Los gobernantes de la época se autodenominaban emperadores, o creían ser merecedores de dicho título. En este mismo periodo se conoce un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. Entre 1880 – 1914, ese intento se realizó y la mayor parte del mundo ajeno a Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que quedaron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno u otro de una serie de estados, fundamentalmente Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica, EE.UU y Japón. El único estado no europeo que resistió con éxito la conquista colonial formal fue Etiopía, que pudo mantener a raya a Italia, la más débil de las potencias imperiales. Tanto África como el Pacifico fueron divididos por ʻʻrazones prácticas’’ de las grandes potencias del mundo. Esto queda reflejado con la repartición de África, el cual pertenecía en su totalidad a los países europeos; solo unos pocos resistieron: Etiopía, Liberia y parte de Marruecos. Nacimiento de dos nuevos imperios: el primero con la conquista francesa de Indochina iniciada en el reino de Napoleón III; el segundo imperio fue por parte de los japoneses a expensas de China en Corea y Taiwán (1895), mas tarde, a expensas de Rusia (1905). A diferencia de África, en América Latina, la dominación económica y las presiones políticas se realizaban sin una conquista formal. De las potencias europeas, solo los Países Bajos no quisieron anexionar nuevos territorios, solo ampliaron su control sobre las islas indonesias, las cuales estaban bajo su dominio desde hace mucho tiempo. Sobre esta nueva fase de la era del imperio existen diferentes visiones: algunos la consideraban como parte de los aspectos que traía consigo el librecambio; para los observadores ortodoxos esta etapa resultaba ser una nueva era de expansión nacional en la que era imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos como en el exterior; en cambio los observadores heterodoxos consideraban esta etapa como una nueva fase del desarrollo capitalista. El imperialismo era un fenómeno nuevo, el término se comenzó a usar en Inglaterra en 1870, siendo generalizado en 1890. Era una voz nueva ideada para describir un fenómeno nuevo. Era una actividad que era desaprobada, y que debía ser practicada por otros.
  • 2. Según el análisis Leninista (basado tanto en la teoría marxista como no marxista), el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase especifica del capitalismo que conducía a la división territorial del mundo entre las potencias capitalistas de manera formal o informal. Las rivalidades de estas potencias sería el gatillante de la primera guerra mundial. La expansión y explotación económica en ultramar eran esenciales para los países capitalistas. Los análisis no marxistas (anti leninista) sobre el imperialismo negaban la conexión especifica entre el imperialismo decimonónico con el capitalismo en general. También negaban que el imperialismo tuviera raíces económicas importantes, tampoco creían que la explotación de las zonas atrasadas fuera fundamental para el capitalismo. No creían que el imperialismo haya desembocado en las rivalidades insuperables que generaron la guerra mundial. Creían que la propaganda imperialista fue beneficiosa para las clases gobernantes de las metrópolis. Sus análisis se basaban en aspectos más psicológicos que económicos y políticos internos. Para Hobsbawm, la división del globo tenía una dimensión económica que resultaba fundamental para entender la época del imperialismo. En el siglo XIX se crea una economía global, que penetró de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, vinculando a los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado. Al existir una red de transporte más desarrollado, posibilitó que incluso las zonas más atrasadas y marginales se incorporaran a la economía mundial. La función de las colonias y de las dependencias no formales era la de complementar las economías de las metrópolis y no la de competir con ellas. La era imperialista que comenzó a finales del siglo XIX, se prolongó hasta la gran crisis de 1929-1933. El análisis antiimperialista del imperialismo ha sugerido diferentes argumentos que pueden explicar esa actitud, uno de ellos es la presión del capital para encontrar inversiones más favorables que las que podian realizar en el interior del país, inversiones seguras que no sufrieran la competencia del capital extranjero, es el menos convincente. Otro argumento para explicar la expansión colonial, aunque más general, es la búsqueda de nuevos mercados, los que brindarían no solo la posibilidad de comercializar los productos elaborados por las potencias, sino que además conseguir nuevas materias primas que hasta ese momento no se conseguían en Europa o en las antiguas colonias. El factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma necesidad de encontrar nuevos mercados.
  • 3. El imperialismo era la consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las presiones económicas del decenio de 1880. Las colonias podian constituir simplemente bases adecuadas o puntos avanzados para la penetración económica regional. La motivación estratégica para la colonización era especialmente fuerte en el Reino Unido, con colonias muy antiguas perfectamente situadas para controlar el acceso a diferentes regiones terrestres y marítimas que se consideraban vitales para los intereses comerciales y marítimos británicos en el mundo. Una vez que las potencias rivales comenzaron a dividirse el mapa de África u Oceanía, cada una de ellas intentó evitar que una porción excesiva pudiera ir a parar a manos de los demás. Ambos continentes se transformaron en las principales zonas para conseguir nuevas bases coloniales. Para las potencias, la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo de estatus, con independencia de su valor real. Solo las potencias tenían ʻʻderecho’’ a mantener colonias, no así los países más pequeños, la excepción eran los holandeses que aun mantenían, de forma discreta, las antiguas colonias que poseían. En América, y tras el dictado de la Doctrina Monroe, las potencias que mantenían colonias en dicho continente se vieron inmovilizadas, pues solo EE.UU tenía libertad de acción, ya que la Doctrina Monroe especificaba que cualquier país europeo que interfiriera en América sería considerado como un intruso y tendría que enfrentarse a EE.UU que se autodenominaba como el protector de América. Los que deja fuera el análisis económico, subestiman el incentivo económico presente en la ocupación de algunos territorios africanos, siendo en este sentido el caso más claro el de Suráfrica. Ignoraban el hecho de que la India era la joya más radiante de la corona imperial por su gran importancia para la economía británica. La desintegración de gobiernos indígenas locales, que en ocasiones llevó a los europeos a establecer el control directo sobre unas zonas que anteriormente no se habían ocupado de administrar. No se sostiene el intento de demostrar que no hay nada en el desarrollo interno del capitalismo occidental en el decenio de 1880 que explique la redivisión territorial del mundo. Para Hobsbawm, es imposible separar la política y la economía en una sociedad capitalista, como lo es separar la religión y la sociedad en una comunidad islámica. La aparición de los movimientos obreros (de la política democrática) tuvo una clara influencia sobre el desarrollo del nuevo imperialismo. Para Cecil Rhodes, la forma de evitar la guerra era no siendo imperialista. Los observadores lo llamaban imperialismo social, es decir, el intento de utilizar a
  • 4. expansión imperial para amortiguar el descontento interno a través de mejoras económicas o reformas sociales, o de otra forma. La versión del imperialismo social de Cecil Rhodes, en la que el aspecto fundamental eran los beneficios económicos que una política imperialista podía suponer, de forma directa o indirecta, para las masas descontentas, sea la menos relevante. El imperialismo, estimuló a las masas y en especial a los elementos potencialmente descontentos, a identificarse con el estado y la nación imperial, dando así, forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y político representado por ese estado. El imperialismo ayudaba a crear un buen cemento ideológico. En algunos países el imperialismo alcanzó una gran popularidad entre las nuevas clases medias y de trabajadores administrativos, cuya identidad social descansaba en la pretensión de ser los vehículos elegidos del patriotismo. No se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares tenia arraigo popular y que, por tanto, benefició a la política imperialista. La civilización burguesa había glorificado siempre lo tres triunfos de la ciencia, la tecnología y las manufacturas. En la era de los imperios también glorificaba sus colonias. Comienzan las exhibiciones coloniales, que servían de publicidad. El sentimiento de superioridad que unía a los hombres blancos occidentales, tanto a los ricos como a los de clase media y a los pobres, no derivaba únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios del dominador, especialmente cuando se hallaban en las colonias. La izquierda secular era antiimperialista por principio y, las más de las veces, en la práctica. La libertad para la India, al igual que la libertad para Egipto e Irlanda, era el objetivo del movimiento obrero británico. Los socialistas occidentales hicieron muy poco por organizar la resistencia de los pueblos coloniales frente a sus dominadores hasta el momento en que surgió la Internacional Comunista. El socialismo fue hasta 1914 un movimiento de europeos y emigrantes blancos o de los descendientes de éstos. El colonialismo era para ellos una cuestión marginal. El análisis socialista del imperialismo que integraba el colonialismo en un concepto mucho más amplio de una nueva fase del capitalismo, era correcto en principio, aunque no necesariamente en los detalles de su modelo teórico, tendía a exagerar, la importancia económica de la expansión colonial para los países metropolitanos. El imperialismo era el producto de una época de competitividad entre economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva y que se
  • 5. vio intensificada por las presiones para asegurar y salvaguardar mercados en un periodo de incertidumbre económica. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la práctica privada y pública del laissez-faire, que también era nuevo, e implicaba la aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención cada vez más intensa del estado en los asuntos económicos. El impacto económico del imperialismo fue importante pata Hobsbawm, pues resultó ser profundamente desigual. La época del imperialismo adquiere una tonalidad muy distinta cuando se contempla desde Nicaragua o malaya que cuando se considera desde el punto de vista de las potencias europeas. El Reino Unido exportó incluso a Portugal la forma peculiar de sus buzones de correos, y a Buenos Aires una institución, como lo son los almacenes Harrods. La guerra surafricana de 1899-1902 acabó con la resistencia de dos pequeñas republicas de colonos campesinos blancos. El éxito del Reino Unido en ultramar fue consecuencia de la explotación mas sistemática de las posesiones británicas ya existentes o de la posición especial del país como principal importador e inversor en zonas tales como América del Sur. Los capitalistas británicos salieron bien parados en sus actividades en el imperio informal o libre. La mitad de todo el capital público a largo plazo emitido en 1914 se hallaba en Canadá, Australia y América Latina. El objetivo británico no era la expansión, sino la defensa frente a otros, atrincherándose en territorios que hasta entonces, como ocurría en la mayor parte del mundo de ultramar, habían sido dominados por el comercio y el capital británico. El impulso colonial parece haber sido más fuerte en los países metropolitanos menos dinámicos desde el punto de vista económico, donde hasta cierto punto constituían una compensación potencial para su inferioridad económica y política frente a sus rivales. Existían grupos económicos concretos, entre ellos destacaban los asociados con el comercio y las industrias de ultramar que utilizaban materias primas procedentes de esas colonias. La mayor parte de las nuevas colonias atrajeron escasos capitales con resultados económicos mediocres. Además de ser un fenómeno político y económico, el imperialismo fue un fenómeno cultural, pues el mundo desarrollado transformó las imágenes e ideas de las masas coloniales, las que aspiraban a ser como los ciudadanos europeos, surgen nuevas aspiraciones. Lo que el imperialismo llevó a las elites potenciales del mundo dependiente fue la occidentalización. Habían elites que se resistían a esta transformación pero
  • 6. igual sufrían estos cambios; la oposición surgía por razones de religión o ideológicas, incluso por pragmatismos políticos. La era del imperio creó una serie de condiciones que determinaron la aparición de líderes antiimperialistas, además de las condiciones que comenzaron a dar resonancia a sus voces. Los movimientos antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor parte de los sitios con la primera guerra mundial y la revolución rusa. El aporte cultural más importante del imperialismo fue la educación de tipo occidental para minorías distintas. La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró a los pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y atrasados. El imperialismo hizo que aumentara notablemente el interés occidental hacia diferentes formas de espiritualidad derivadas de Oriente. El impacto del imperialismo sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos fue que dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades creadas a su imagen. El triunfo del imperialismo planteó problemas porque hizo cada vez más indisoluble la contradicción entre la forma en que las clases dirigentes de la metrópoli gobernaban sus imperios y la manera en que lo hacían con sus pueblos. Capítulo 12: “Hacia la revolución”, págs. 285 – 309. Veranillo de san Martin del capitalismo decimonónico como un periodo de estabilidad social y política. Unos sistemas políticos que no sabían muy bien cómo hacer frente a las agitaciones sociales de la década de 1880, con la súbita aparición de partidos obreros de masas. Los quince años transcurridos entre 1889-1914 fueron una belle epoque, no solo porque fueron prósperos y la vida era extraordinariamente atractiva para quienes tenían dinero y maravillosa para quienes eran ricos, sino también porque los gobernantes de la mayor parte de los países occidentales se preocupaban por el futuro pero no les aterraba el presente. Los años transcurridos entre 1880-1914 fueron un periodo de revolución siempre posible, inminente o incluso real. La guerra mundial fue simplemente un episodio en una serie de conflictos militares que ya habían comenzado unos años antes. La centuria burguesa desestabilizó su periferia de dos formas distintas: minando las viejas estructuras de sus economías y el equilibrio de sus
  • 7. sociedades y destruyendo la viabilidad de sus regímenes e instituciones políticos establecidos. El problema de los imperios obsoletos europeos era que presentaban una dualidad: eran avanzados y atrasados, fuertes y débiles. Los imperios antiguos se situaban entre las víctimas. Parecían destinados al colapso, la conquista o la dependencia, a menos que de alguna forma pudieran conseguir de las potencias imperialistas occidentales lo que a estas les hacia tan formidables. La guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y la primera revolución rusa eliminaron temporalmente uno de los problemas de Persia y dieron a los revolucionarios persas impulso y un programa. (influencia externa en el conflicto persa) El acuerdo de 1907 entre el Reino Unido y Rusia para repartirse Persia pacíficamente dejaba pocas posibilidades a la política persa. Al tiempo que Marruecos perdía su independencia, la desaparición del control del sultán sobre los clanes bereberes enfrentados haría que la conquista militar francesa del territorio fuera difícil y prolongada. Los británicos habían ampliado su colonia de Hong Kong y prácticamente habían ocupado el Tíbet, que consideraban una dependencia de su imperio indio; por su parte. Alemania estableció una serie de bases en el norte de China, los franceses ejercían cierta influencia en las proximidades de su imperio indochino (arrebatado a China) y ampliaban sus posiciones en el sur, e incluso los débiles portugueses obtuvieron la cesión de Macao (1887). Tres grandes fuerzas de resistencia existían en China, la primera, el establishment imperial de la corte y los funcionarios confucianos; la segunda, la antigua y poderosa tradición de rebelión popular y sociedades secretas imbuidas de la ideología de oposición, seguía tan fuerte como siempre; los celebres tres principios de Sun, el nacionalismo, el republicanismo y el socialismo. En 1914 Turquía había desaparecido casi por completo de Europa, había sido eliminada totalmente en África y solo conservaba un débil imperio en el Oriente Medio, donde su presencia no duró más allá de la guerra mundial. Turquía contaba con una alternativa potencial inmediata al imperio que se derrumbaba: un núcleo importante de población turca musulmana. La versión de la Ilustración que perseguían se inspiraba en el positivismo de Auguste Comte, que conjugaba una fe apasionada en la ciencia y en la modernización inevitable con el equivalente secular de una religión, el progreso no democrático y la planificación social entendida desde arriba. Esta ideología resultaba atractiva para las reducidas elites modernizadoras que ocupaban el poder en países atrasados y tradicionales. La modernización turca pasó de un marco liberal-parlamentario a otro militar- dictatorial y de la esperanza en una lealtad política secular-imperial a la
  • 8. forzosa, buscando una unión Pan-Turania. La autentica revolución turca, que comenzó con la abolición del imperio se realizó bajo tales auspicios a partir de 1918. Pero su contenido estaba implícito en los objetivos de los Jóvenes Turcos (agrupación independentista) La revolución turca dio inicio, tal vez, al primero de los regímenes modernizadores del tercer mundo: apasionado defensor del progreso y la Ilustración frente a la tradición, del desarrollo y de una especie de populismo no perturbado por el debate liberal. Kemal Ataturk, general duro y brillante, llevaría delante de forma implacable el programa modernizador de los Jóvenes Turcos. (occidentalizar Turquía) La debilidad de la revolución turca, muy notable en sus logros económicos, residía en su incapacidad para imponerse sobre la gran masa de la población rural y para cambiar la estructura de la sociedad agraria. La revolución mexicana como un gran levantamiento social, el primero de su clase en un país agrario del tercer mundo, el proceso mexicano se vería también eclipsado por los acontecimientos ocurridos en Rusia. La revolución mexicana reviste una gran trascendencia, porque surgió de forma directa de las contradicciones existentes en el seno del mundo imperialista y porque fue la primera de las grandes revoluciones ocurridas en el mundo colonial y dependiente en la que la masa de los trabajadores desempeñó un papel protagonista. Los movimientos anticoloniales o autonomistas estaban comenzando a aparecer en los países colonizados más complejos desde el punto de vista social y político, pero por lo general aún no estaba produciéndose la coincidencia entre la minoría educada y occidentalizadora y los defensores xenófobos de la tradición antigua que los convertía en una fuerza política importante. El Reino Unido tuvo que aceptar la independencia virtual de las colonias de población blanca. La guerra reflejó la fragilidad de unas estructuras que parecían estables. Un autentico movimiento de liberación colonial estaba surgiendo tanto en la más antigua como en una de las más recientes dependencias coloniales del Reino Unido. Egipto, incluso tras la represión de la insurrección de los jóvenes soldados de Arabi Bajá en 1882, nunca había aceptado la ocupación británica. Movimiento de liberación en la India, la influyente burguesía funcionarios cultos que lo administraban para el Reino Unido rechazaban cada vez con mayor fuerza la explotación económica, la impotencia política y la inferioridad social. Había tomado forma ya un movimiento autonomista cuya principal organización, el Congreso Nacional Indio, fundado en 1885, que se convertía
  • 9. en el partido de liberación nacional, reflejaba inicialmente el descontento de la clase media y el intento de unos administradores británicos inteligentes. El congreso comenzó a liberarse de la tutela británica, en parte gracias a la influencia de la teosofía, carente aparentemente de dimensión política. Annie Besant, ex secularista y ex socialista militante, fue una de los adalides del nacionalismo indio. En la zona occidental de la India había comenzado una agitación que pretendía movilizar a las masas incultas apelando a la religión tradicional. Los emigrantes indios en Suráfrica habían comenzado a organizarse colectivamente contra el racismo imperante en la región. Gandhi, creó la figura del político moderno como santo, algo inaudito en la política del tercer mundo. El proyecto británico de crear en esa extensa provincia una zona de predominio musulmán hizo que la agitación antibritánica adquiriera grandes proporciones en 1906-1909. Gandhi con su liderazgo, produjo el primer movimiento terrorista serio en la India, y en 1905 planteaba ya graves problemas a la policía. Donde el imperialismo resultaba más vulnerable era allí donde imperaba el imperialismo informal más que formal, o lo que después de la segunda guerra mundial recibiría el nombre de neocolonialismo. El imperialismo económico no era inaceptable para las clases dirigentes nativas, en la medida en que se trataba de una fuerza modernizadora potencial. El progreso significaba el Reino Unido, Francia y los EE.UU. El gran obstáculo para la modernización era la gran masa de la población rural, inmóvil e inamovible, total o parcialmente negra o india, sumergida en la ignorancia, la tradición y la superstición. Sueño de una transformación biológica de la población que la hiciera apta para el progreso: mediante la inmigración masiva de población europea en Brasil y en el cono sur de América del Sur, y a través de la mezcla a gran escala con la población blanca en el Japón. La modernización mexicana dejó a otros los sueños biológicos y se concentró en el beneficio, la ciencia y el progreso, a través de las inversiones extranjeras y la filosofía de Auguste Comte. Lo que les convirtió en disidentes, o más bien lo que transformó un enfrentamiento político a propósito de la reelección o la posible retirada del presidente Díaz en una autentica revolución fue probablemente la cada vez mayor integración de la economía mexicana en la economía mundial, es decir de los EE.UU. Los narodniks o populistas consideraban que una comuna campesina revolucionaria podía ser la base de la transformación directa de Rusia, sin necesidad de conocer los horrores del desarrollo capitalista.
  • 10. Los resultados, conseguidos mediante una mezcla de capitalismo privado y estatal, fueron espectaculares. La Rusia zarista se encontró con un proletariado industrial en rápido crecimiento, concentrado en unas fábricas desusadamente grandes reunidas en pocos centros, y en consecuencia con el inicio de un movimiento obrero que, naturalmente, estaba comprometido con la revolución social. Su desarrollo desproporcionado en una serie de regiones de las márgenes occidental y meridional del imperio, como en Polonia, Ucrania y Azerbaiján (industria del petróleo). La combinación de los descontentos sociales y nacionales se ilustra por el hecho de que entre varios, tal vez la mayor parte, de los pueblos minoritarios movilizados políticamente en el imperio zarista, las distintas variantes del nuevo movimiento socialdemócrata se convirtieron en el partido nacional de facto. Los narodniks fueron destruidos y dispersados después de 1881, aunque revivieron en forma del partido social revolucionario en los primeros años del decenio de 1900, pero esta vez los habitantes de las aldeas estaban dispuestos a escucharles. Ante la imposibilidad social y política de aplicar las soluciones liberales occidentales, pues el marxismo, al menos, preveía una fase de desarrollo capitalista en el camino hacia su derrocamiento por el proletariado. Los gobiernos zaristas comprendieron claramente que la inquietud social y política era cada vez y más peligrosa, aunque la inquietud campesina remitió durante algunas décadas después de la emancipación. Los judíos, cada vez peor tratados y más discriminados, se integraron progresivamente en los movimientos revolucionarios. Fue la masacre de una manifestación, dirigida desde esos ambientes, el hecho que desencadenó la revolución de 1905. Se afirma que los regímenes débiles deben evitar las aventuras de política exterior. La Rusia zarista no se resistió a lanzarse a ese tipo de aventuras como una gran potencia que insistía en jugar el papel que creía que le correspondía en la conquista imperialista. La Guerra ruso-japonesa de 1904-1905, aunque causó a los japoneses 84.000 muertos y 143.000 heridos, constituyó un desastre rápido y humillante para Rusia, que subrayó la debilidad del zarismo. Como dijo Lenin, la revolución de 1905 fue una revolución burguesa realizada con medios proletarios. Pero aunque la intervención de los obreros, concentrados en la capital y en otros centros políticos sensibles, fue crucial, lo cierto es que, al igual que en 1917, fueron el estallido de las revueltas campesinas a escala masiva en la región de las Tierras Negras, en el valle del Volga y en algunas partes de
  • 11. Ucrania, y el derrumbamiento de las fuerzas armadas, dramatizado por el motín del acorazado Potemkin, los factores que terminaron con la resistencia zarista. Para Hobsbawm, nadie puso en duda el carácter burgués de la revolución. Existía el consenso de que la construcción del socialismo no figuraba en la agenda revolucionaria de proyectos inmediatos, aunque solo fuera porque Rusia estaba demasiado atrasada. No estaba ni económica ni socialmente preparada para el socialismo. Lenin veía tan claramente como las autoridades zaristas que la burguesía de Rusia era demasiado débil, numérica y políticamente, como para arrebatar el poder al zarismo, de la misma forma que la empresa capitalista privada era demasiado débil para poder modernizar el país sin la intervención extranjera y la iniciativa del estado. La novedad de la posición de Lenin con respecto a sus principales rivales, los mencheviques, era que él reconocía que, dada la debilidad o la ausencia de una burguesía, la revolución burguesa tenía que realizarse, por así decirlo, sin la burguesía. Lo indudable es que la derrota de la revolución de 1905 no había tenido como resultado la aparición de una potencial alternativa burguesa al zarismo, y que no dio al zarismo más de media docena de años de respiro. Como en tantos otros estados europeos, el estallido de la guerra sirvió para aglutinar el fervor político y social. La revolución rusa sería la que tendría una repercusión internacional más importante, pues incluso la convulsión incompleta y temporal de 1905-1906 tuvo resultados dramáticos e inmediatos. Una revolución social en este estado necesariamente había de producir importantes consecuencias a escala global, por la misma razón que de entre las numerosas revoluciones ocurridas a finales del siglo XVIII, fue la revolución francesa la que tuvo mayores consecuencias en el escenario internacional. Una revolución rusa podía parecer importante tanto a los dirigentes obreros occidentales como a los revolucionarios orientales, en Alemania o en China. Capítulo 13: “De la paz a la guerra”, págs. 310 – 336. Desde agosto de 1914 las vidas de los europeos han estado rodeadas, impregnadas y atormentadas por la guerra mundial.
  • 12. Se admite la posibilidad de una guerra europea general, que preocupaba no solo a los gobiernos y sus estados mayores, sino a la opinión pública en general. Nietzsche saludó la creciente militarización de Europa y predijo el estallido de una guerra que diría sí al bárbaro, incluso al animal salvaje que hay dentro de nosotros. Aquellos que apretaron los botones de la destrucción lo hicieron no porque lo desearan, sino porque no podian evitarlo, como el emperador Guillermo que preguntó a sus generales en el último momento si, después de todo, no era posible localizar la guerra en el este de Europa, suspendiendo el ataque contra Francia y Rusia, a lo que le contestaron que desgraciadamente eso era totalmente imposible. Para la mayor parte de los países occidentales y durante la mayor parte del periodo transcurrido entre 1871 y 1914, la guerra europea era un recuerdo histórico o un ejercicio teórico para un futuro indeterminado. Para los soldados profesionales el ejército era un trabajo. Para los oficiales era un juego de niños que protagonizaban los adultos, símbolo de su superioridad sobre la población civil, de esplendor viril y de estatus social. Justo con la escuela primaria, el servicio militar era, tal vez, el mecanismo más poderoso de que disponía el estado para inculcar un comportamiento cívico adecuado y, sobre todo, para convertir al habitante de una aldea en un ciudadano patriota de una nación. Las guerras ocasionales, sobre todo en las colonias, entrañaban mayor riesgo. Ciertamente, el riesgo era más de tipo médico que militar, este riesgo no era para los militares. Pero en conjunto fueron los civiles los que predijeron las terribles transformaciones del arte de la guerra, gracias a los progresos de la tecnología militar que los generales tardaban en comprender. La preparación para la guerra resultó mucho más costosa, sobre todo porque todos los estados competían para mantenerse en cabeza, o al menos para no verse relegados con respecto a los demás. Una consecuencia de tan importantes gastos fue la necesidad de recurrir a impuestos más elevados, a unos préstamos inflacionarios o a ambos procedimientos para financiarlos. Otra consecuencia de la industria a gran escala, fue que la muerte por las diferentes patrias. La simbiosis de la guerra y la producción para la guerra transformó inevitablemente las relaciones entre el gobierno y la industria, pues, como apuntó Engels en 1892, cuando la guerra se convirtió en una rama de la grande industrie, la grande industrie pasó a ser una necesidad política. Los gobiernos no necesitaban tanto la fabricación real de armas, sino la capacidad para producirles para satisfacer las necesidades de tiempo de
  • 13. guerra, si la ocasión se presentaba: es decir, tenían que garantizar que la industria tuviera una capacidad de producción muy superior a las necesidades de tiempo de paz. Garantizar de alguna forma la existencia de poderosas industrias nacionales de armamento, a hacerse cargo de una gran parte de sus costes de desarrollo técnico y a preocuparse de que produjeran pingues beneficios. Sin embargo, no se puede explicar el estallido de la guerra mundial como una conspiración de los fabricantes de armamento, aunque desde luego los técnicos hacían cuanto estaba en su manos para convencer a los generales y almirantes, más familiarizados con los desfiles militares que con la ciencia, de que todo se perdería si no encargaban la última arma de fuego o el barco de guerra más reciente. La revolución rusa de 1917, que publicó los documentos secretos del zarismo, acusó al imperialismo en su conjunto. Las discusiones sobre los peligros para la paz mundial, que, por razones obvias, no han cesado desde los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki, buscan inevitablemente posibles paralelismos entre los orígenes de las guerras mundiales pasadas y las perspectivas internacionales actuales. En vísperas del estallido de 1914, los conflictos coloniales no parecían seguir planteando problemas insolubles para las diferentes potencias competidoras, hecho que se ha utilizado, sin justificación, para afirmar que las rivalidades imperialistas no influyeron en absoluto en el estallido de la primera guerra mundial. En el decenio de 1900 ningún gobierno se había planteado unos objetivos que, como ocurrió en el caso de Hitler en la década de 1930, solo la guerra o la constante amenaza de la guerra podian alcanzar. Ningún gobierno de una gran potencia, ni siquiera los más ambiciosos, frívolos e irresponsables, deseaban un enfrentamiento serio. La guerra pareció tan inevitable que algunos gobiernos decidieron que era necesario elegir el momento más favorable, o el menos inconveniente, para iniciar las hostilidades. Austria sabía que se arraigaba a que estallara un conflicto mundial al amenazar a Serbia, y Alemania, con su decisión en apoyar plenamente a su aliada, hizo que le conflicto fuera seguro. El origen del conflicto se halla en el carácter de una situación nacional cada vez más deteriorada, que fue escapando progresivamente al control de los gobiernos. Esos bloques eran nuevos y resultaban esencialmente de la aparición en el escenario europeo de un imperio alemán unificado, establecido mediante la diplomacia y la guerra a expensas de otros entre 1864 y 1871, y que trataba de protegerse contra su principal perdedor, Francia, mediante una serie de
  • 14. alianzas en tiempo de paz, que a su vez desembocaron en otras contra alianzas. El sistema de bloques de potencias solo llegó a ser un peligro para la paz cuando las alianzas enfrentadas se hicieron permanentes, pero sobre todo cuando las disputas entre los dos bloques se convirtieron en confrontaciones incontrolables. Como bien sabía Bismarck, su desintegración en diferentes fragmentos nacionales no solo produciría el hundimiento del sistema de estados de la Europa central y oriental, sino que destruiría también la base de una pequeña Alemania dominaba por Prusia. En los primeros años de la década de 1890, dos grupos de potencias se enfrentaban, pues, en Europa. Tres acontecimientos convirtieron el sistema de alianzas en una bomba de tiempo: una situación internacional de gran fluidez, desestabilizada por nuevos problemas y ambiciones de las potencias, la lógica de la planificación militar conjunta que permitió un enfrentamiento permanente entre los bloques y la integración de la quinta gran potencia, el Reino Unido, en uno de los bloques. 1903-1907 Reino Unido se pasa al bando anti alemán. La TRIPLE ENTENTE fue sorprendente tanto para el enemigo del Reino Unido como para sus aliados. Reino Unido estableció un vínculo permanente con Francia y Rusia contra Alemania, superando todas las diferencias con Rusia hasta el punto de acceder a la ocupación rusa de Constantinopla, oferta que fue retirada tras la revolución rusa de 1917. La rivalidad de las potencias, que anteriormente se centraba en gran medida en Europa y las zonas adyacentes, era ahora global e imperialista, quedando al margen la mayor parte del continente americano, destinado a la expansión imperialista exclusiva de los EE.UU a raíz de la Doctrina Monroe. Ahora existían dos nuevos jugadores: EE.UU que, si bien evitaba todavía los conflictos europeos, desarrollaba una política expansionista en el pacifico, y Japón. La globalización del juego de poder internacional transformó automáticamente la situación de país que, hasta entonces, había sido la única gran potencia con objetivos políticos a escala global. Si es cierto que el desarrollo capitalista y el imperialismo son responsables del deslizamiento incontrolado hacia un conflicto mundial, no se puede afirmar que muchos capitalistas deseaban conscientemente la guerra. Para la mayoría de los hombres de negocios la paz internacional constituía una ventaja. La guerra solo la consideraban aceptable siempre y cuando no interfiriera con el desarrollo normal de los negocios.
  • 15. Los que se veían perjudicados solicitaban protección económica a sus gobiernos, pero eso no equivale a exigir la guerra. En el decenio de 1900 cuando el estado mayor imperial británico abandonó incluso los planes más remotos para una guerra angloamericana. A partir de entonces esa posibilidad quedó totalmente eliminada. La primera consecuencia de ese hecho fue el nacimiento del proteccionismo durante el período de la gran depresión. Lo que hizo tan peligrosa esa identificación del poder económico con el poder político-militar fue no solo la rivalidad nacional por conseguir los mercados mundiales y los recursos materiales y por el control de determinadas regiones como el Próximo Oriente y el Oriente Medio, donde tantas veces coincidían los intereses económicos y estratégicos. La penetración económica y estratégica alemana en el imperio otomano preocupaba a los británicos y contribuyó a que Turquía se alineara junto a Alemania durante la guerra. Dada la fusión que se había operado entre la economía y la política, incluso la división pacifica de las áreas en disputas en zonas de influencia no servía para mantener bajo control la rivalidad internacional. Para Hobsbawm el rasgo característico de la acumulación capitalista era su ausencia de límites. El Reino Unido consideraba que Alemania era básicamente una potencia continental y, como afirmaron en 1904 una serie de influyentes geopolíticos, como sir Halford Mackinder, las grandes potencias de esas características ya gozaban de una ventaja importante sobre una isla de extensión media. El Reino Unido pretendía mantener el statu quo, mientras que Alemania deseaba cambiarlo, inevitablemente, aunque no intencionalmente, a expensas de EE.UU. De vez en cuando fracasaban los intentos de romper el sistema de bloques o al menos de contrarrestarlo con el acercamiento entre los países integrantes de esos bloques: entre el Reino Unido y Alemania, Alemania y Rusia, Alemania y Francia, Rusia y Austria. Austria utilizó la oportunidad para anexionarse formalmente Bosnia- Herzegovina, precipitando así una crisis con Rusia. La crisis de Agadir sirvió para poner en claro que cualquier confrontación entre dos grandes potencias las situaba al borde de la guerra. Si la crisis de Agadir no pudo ser aprovechada para entablar negociaciones y provoco un durísimo enfrentamiento, ello se debió a un discurso pronunciado por Lloyd George, que parecía no dejar a Alemania otra opción que la guerra o la retirada. La agitación reaccionaria popular impulsó la carrera de armamentos, especialmente en el mar.
  • 16. Gracias a la labor de reconstrucción militar de los años anteriores, que tanto temían los generales alemanes, en 1914 Rusia podía considerar la posibilidad de una guerra, contingencia que no habría sido posible unos años antes. Había una potencia que no podía afirmar su presencia en el juego militar, porque parecía condenada sin él: Austria-Hungría. No solo planteaban los mismos problemas que otras nacionalidades del imperio multinacional, organizadas políticamente, que se hostigaban mutuamente para conseguir ventajas, sino porque la situación se complicaba al pertenecer tanto al gobierno de Viena, flexible desde el punto de vista lingüístico, como al gobierno de Budapest, decidido a imponer la magiarización de forma implacable. El problema de los eslavos no podía separarse de la política en los Balcanes y, en realidad, en 1878 no había hecho sino implicarse cada vez más en ella como consecuencia de la ocupación de Bosnia. El hundimiento del imperio otomano condenaba prácticamente al imperio de los Habsburgo, a menos que pudiera demostrar más allá de toda duda que era todavía una gran potencia en los Balcanes que nadie podía perturbar. La crisis final de 1914 fue tan inesperada, tan traumática y, retrospectivamente, tan obsesiva porque fue fundamentalmente un incidente en la política austriaca que exigía, según Viena, dar una lección a Serbia. Alemania decidió prestar todo su apoyo a Austria, es decir, no suavizar la situación. En 1914, cualquier incidente podía provocar ese enfrentamiento, si una sola de las potencias que formaban parte del sistema de bloques y contra bloques decidía tomárselo en serio. Las crisis internacionales y las crisis internas se conjugaron en los mismos años anteriores a 1914. En agosto de 1914, antes incluso de que comenzaran las hostilidades, 19 millones de hombres armados se enfrentaban a lo largo de las fronteras. El gobierno británico se mostraba especialmente sensible a este problema porque solo podía recurrir a los voluntarios para reforzar su modesto ejército profesional de 20 divisiones, porque las clases trabajadoras se alimentaban con los productos que llegaban por barco desde ultramar, por tanto, muy vulnerables a un posible bloqueo, y porque en los años anteriores a la guerra el gobierno se vio enfrentado a un ambiente general de tensión y agitación social sin precedentes y ante una situación explosiva en Irlanda. Es un error creer que en 1914 los gobiernos se lanzaron a la guerra para quitar hierro a sus crisis sociales internas. A lo sumo, consideraron que el patriotismo permitía superar en parte la resistencia y la falta de cooperación. Los movimientos obreros y socialistas organizados rechazaban apasionadamente el militarismo y la guerra, y la Internacional Socialista se
  • 17. comprometió incluso, en 1907, a organizar una huelga general internacional contra la guerra, pero los políticos no tomaron en serio estas amenazas, aunque un salvaje de la derecha asesinó al gran líder socialista y orador francés Jean Jaurès pocos días antes de que estallara la guerra, cuando intentaba desesperadamente salvar la paz. En Austria no solo el pueblo dominante se vio sacudido por una breve oleada de patriotismo. Como reconoció el líder socialista Viktor Adler, incluso en la lucha de las nacionalidades la guerra aparece como una especie de liberación, una especie de liberación, una esperanza de que ocurrirá algo diferente. La llegada de la guerra fue considerada como una liberación y un alivio, especialmente por los jóvenes de las clases medias, aunque también por los trabajadores y menos por los campesinos. Significaba la apertura del telón para un drama histórico grande y emocionante en el que los miembros de las audiencias resultaron ser los actores. Significaba decisión. Para los socialistas, la guerra era una catástrofe inmediata y doble, en la medida en que un movimiento dedicado al internacionalismo y a la paz se vio sumido en la impotencia, y en cuanto que una oleada de unión nacional y de patriotismo bajo las clases dirigentes recorrió, aunque fuera momentáneamente, las filas de los partidos e incluso del proletariado con conciencia de clase en los países beligerantes. Desde agosto de 1914 vivimos en el mundo de las guerras monstruosas, los levantamientos y explosiones que anunciara Nietzsche proféticamente.